Trío en una noche especial III
Ana se estaba metiendo dos dedos a una velocidad considerable. En mi estado de éxtasis, provocado por la verga de Rogelio, sólo había una cosa en la que podía fijar mi atención: los pechos de Ana, que brillaban por el sudor. Además, para variar, ella no dejaba de mirarme mientras se tocaba...
Ana dejaba caer su baba a lo largo de la polla, y de vez en cuando la recogía con la lengua de abajo arriba, acabando el capullo dentro de su boca y tragando lo que había atrapado su lengua.
Sabía que yo aparecería en cualquier momento y mantenía su culo erguido en dirección a la puerta del baño, con el hilo del tanga abriéndole levemente el coño. Yo ya había apagado la luz y abrí la puerta, mirándolos. Esperaba el momento de entrar. Por un lado me jodía bastante que se entrometiese la cerda, pero por otro, sabía que eso era lo que quería Rogelio, y yo, siendo su puta particular esa noche, ya había gozado más que en toda mi vida amorosa. Así que no iba a parar, no al menos ahora. Eso sí, yo no soy lesbiana, y no sabía hasta dónde iba a poder llegar. Pero mientras la veía con la polla en la mano, chupándola como una piruleta, con el pezón sobresaliendo y el chocho apuntando conscientemente hacia mí, sentía un hormigueo que me subía desde el coño hasta el pecho. Ella se cuidaba más que yo, hacía algo de gimnasio, no había más que mirarle el culo y la firmeza de sus pechos para darse cuenta, pero no era su cuerpo lo que me excitaba, sino la actitud sumisa que adoptaba. Parecía que el papel de putón que yo había tomado esa noche, ella lo llevaba practicando desde hacía tiempo. El caso es que no podía dejar de mirarle el ano, que lo tenía depilado y blanqueado. No me lo podía creer. Joder, sentía un impulso irrefrenable de acercarme por detrás, tirarle del pelo hacia mí para que me mirase, apartar un poco el tanga y meterle un dedo en el ojete.
Ana se echó el pelo hacia el lado opuesto a mi y se metió la verga en la boca. Yo veía su cabeza moviéndose y sus dedos aparecieron a mi vista, pues empezó a pasarlos por su coño. Movía la pipa con rapidez, y luego abría su vulva, pasando los dedos a lo largo de su sexo, para volver a su clítoris. Su sexo depilado parecía estar muy suave, y me molestaba pensar en ello. Tal y como me salía de las tripas, me acerqué y la cogí del pelo, echando su cabeza hacia atrás. La polla de Rogelio salió como un resorte, mojada. La había liberado de su boca, pero ella mantenía una mano sujetando la verga. Me miró sin sorpresa, y la cabrona no cerraba la boca, esperando que yo metiera mi lengua en ella.
— Había una perra en tu casa —le dije a Rogelio. Pero mi insulto hizo que Ana acercara la cara aún más a mí.
— Debe ser tu perra, porque vino contigo — me dijo él. Sí, ella iba a ser mi perra…
Mientras la tenía agarrada por el pelo, sin saber por qué, la besé. No entendía nada, ya te digo que no soy lesbiana, pero me gustó. Su boca tan suave, tan mojada, su sabor a polla, coño y culo. Su entrega con la lengua, sus gemidos en mi boca. Yo ya estaba muy mojada… y enojada, sí. No sólo se iba a follar a Rogelio, sino que también me iba a follar a mí, lo sabía. Me separé y la dejé con la cara hacia arriba, a un palmo de mi, tal y como Rogelio me tenía al principio de la velada. Así que de forma instintiva, escupí en su boca, más bien dejé caer saliva, que recibió con fervor.
Rogelio se puso de pie. Su polla apuntaba a Ana.
— Sigue con la polla —dije. Empujé su cabeza hacia la verga, que introdujo hasta la campanilla.
Empezó a mover la cabeza con ímpetu. Yo intentaba seguirla con una mano en su nuca, y podía notar cada vez que la verga llegaba a su campanilla. Se la sacó y empezó a masturbarlo. Lo miraba a él y me miraba a mí, como un animal en celo. Me puse de rodillas junto a ella y agarré la polla, ella la soltó y se quedó con la boca abierta muy cerca de la polla, respirando profundamente y mirando fijamente mis labios. Abrí la boca y me la metí, estaba mojada por sus babas, y pronto las mías se unieron a las de ella. Sentía su capullo en mi paladar otra vez, y lo chupé mientras lo masturbaba. Mis manos resbalaban por la verga, y notaba la mejilla de Ana cada vez más cerca de la mía. Me saqué la polla y me puse un poco más arriba que Ana, y dejé caer saliva sobre ella, pero antes de que cayese, se colocó justo debajo, haciendo que el reguero entrase en su boca, y lamiendo mi mojada barbilla, hasta que chupó mi labio inferior y luego se fundieron nuestras lenguas.
¡Qué cabrona! Ya te digo que no soy lesbiana, pero me estaba poniendo más besarla a ella que comerme esa pedazo de polla. Mientras tenía su suave lengua en mi boca, me frotaba el clítoris mientras masturbaba a Rogelio, joder, que me corrí, lanzando un gemido en la boca de Ana. Ella agarró la mano que yo tenía en la verga, y dirigió el falo a su boca. La lengua que había estado en mi boca ahora servía para que la polla se deslizara hacia su garganta. Usando mi mano, movía la piel de la verga, mientras el miembro aparecía y desaparecía por sus labios. Cada vez que la verga se dirigía hacia fuera, ella chupaba, y tragaba. Yo estaba hipnotizada viéndola chupar con tanto estilo, y ella me miraba mientras lo hacía.
Me estaba seduciendo, quería manipularme para quedarse con la polla, no iba a permitírselo. La cogí de los pelos e hice que soltara la verga. Empujé a Rogelio y lo puse boca arriba en la cama. Me subí encima de él, noté el glande tocando mi vulva, así que eché mis manos hacia atrás, y sujetando la polla con las dos manos, me la fui metiendo. No costó nada que llegase al fondo porque estaba muy mojada. Empecé a mover las caderas, notaba su falo abriéndome el coño y cómo paseaba su capullo dentro de mí. No me podía concentrar en nada, sólo en moverme, y por más que me movía hacia delante y hacia atrás, su enorme polla siempre estaba dentro. Ana se subió a la cama, y se puso de rodillas junto a nosotros. Se había quitado la camisa, pero seguía con el tanga, recogido a un lado del coño, porque se estaba metiendo dos dedos a una velocidad considerable. En mi estado de éxtasis, provocado por la verga de Rogelio, sólo había una cosa en la que podía fijar mi atención: los pechos de Ana, que brillaban por el sudor. Además, para variar, ella no dejaba de mirarme mientras se tocaba, con la boca carnosa pidiendo que metiera mi lengua dentro… pero no iba a dejarla vencer. Me sentía fenomenal con la polla bombeando mi coño, y no necesitaba a esa guarra disputando mi noche. Sin embargo, no tardé en cogerle el pecho, no podía negar que era lo que quería hacer, y me sentí aún más putón. Ella se estremeció y le cogí de un pezón, tirando de él. Ella me miró con expresión de súplica y me lo llevé a la boca. Se lo chupé, y mordí, y lo volví a chupar. Se puso a gemir fuerte y abrí los ojos. Rogelio le estaba chupando el otro pezón, mientras que apretaba bien fuerte el pecho con una mano. Parecía que a Ana le iban las sensaciones fuertes.
Volví a concentrarme en el pollón que me estaba haciendo gozar, y me entusiasmé tanto que al final se salió. Ana lo vio y metió la verga otra vez en mi coño, sujetando la polla para que no se saliese. Me dieron ganas de comerle la boca, pero esa puta no me iba a manipular. Yo seguí a lo mío y ella se sentó sobre la cara de Rogelio. La veía gozar mientras se acariciaba los pechos mientras me miraba. Me movía echada un poco hacia delante, de forma que nuestras caras estaban muy cerca una de la otra. De los labios humedecidos de su boca salían gemidos ahogados y me estaban volviendo loca. Me cogió de las mejillas y me acercó a ella, besándome justo cuando se corría con la boca de Rogelio. Sin soltarme, terminó su último orgasmo y me lamió los labios, hasta que introdujo la lengua. Se separó y me escupió en la boca.
Me sorprendió. Me dio coraje el mensaje implícito en el gesto, pero en el fondo quería dejar de lado el resentimiento que tenía por haberse colado en nuestra fiesta particular. Si aceptaba su saliva podía besarla y acariciarla sin tener repetirme que yo no era lesbiana, que era una entrometida… sólo me dejaría llevar. Así que abrí la boca y ella dejó caer su saliva. Me la tragué mirándola, yo estaba ya en mi enésima corrida con Rogelio y ella me agarró las tetas, besándome.
Se tumbó al lado de Rogelio y, cogiéndome del pelo, puso mi boca en su coño. Liberado el mío de la verga, sentí cierto alivio por abajo, y en cierto modo me reconfortaba poder descansar. Así que me concentré en saborear las esencias de Ana. Pasé la lengua por su rajita, que estaba muy mojada, pero acabé comiéndole el clítoris. Rogelio también se tomó un respiro, tumbado junto a Ana, jugando con sus pechos. En el momento en que vio que su miembro perdía volumen, se puso en la cabecera de la cama, con el pene muy cerca de la cara de ella. Esta, en cuanto lo vio, no perdió el tiempo y se lo metió en la boca. Al principio lo chupaba usando principalmente la lengua, oculta en su boca, pero conforme la verga se volvía más dura, aumentaba el movimiento de la cabeza, con entusiasmo, hasta que le cogió por el escroto y dirigió el movimiento de él hacia su boca. La notaba a punto de venirse otra vez, así que le introduje el medio y el anular y, ayudándome con ellos, la llevé al clímax. ¡Casi se tragó la polla de Rogelio entera!
Con los pezones de punta, se incorporó y de un salto se puso a cuatro patas.
— Como una perra —dijo.
Rogelio se acercó e introdujo parte de su verga. Pensé que el pobre ya tenía que estar a punto de descargar. Pero Ana lo interrumpió, sacándose la polla.
— Tú no, que la meta María —no me esperaba lo cachonda que me puso ser mamporrera.
Cogí la polla con las dos manos y me la llevé a la boca, la chupé un poco, saboreando a Ana una vez más. Asida a su culo, metí la verga con la otra mano. El coño se abría para recibir la polla, y al ver cómo apenas dejaba sitio en su vulva, me hacía una idea de cómo había estado el mío hacía tan solo unos minutos. Rogelio empezó a follar lentamente. Pero María volvió a interrumpir.
— María, métemela por el culo.
Con la polla de Rogelio dentro de su coño, le metí un dedo en el ano. En seguida me di cuenta que ella había estado preparándolo esa noche, porque pronto fueron dos. Escupí en el ojete y metí el glande. Como costaba meterlo, lo saqué y lo chupe un poco, y a continuación metí la lengua en el ano de ella. Después de eso fue más fácil meterla enterita, ante el goce de Ana. Me quedé cogida a sus glúteos viendo cómo el falo entraba y salía, y Rogelio me miraba encantado, pero veía que se estaba conteniendo.
— ¡Dame un cachete! —la miré sorprendida—. ¡En el culo!
Le dí una palmada, pero quedó algo ridícula. Rogelio le dio otra con más éxito, pero fue la segunda la que tuvo con más sonoridad. Ana acompañó a los gemidos un pequeño alarido. Tenía el culo enrojecido.
— Joder, Ana, lo tienes todo. Eres una pedazo de puta —le dije.
— Soy tu puta ¿lo sabes?—esto lo dijo en un hilillo de voz que me puso los pezones duros.
Le dí un cachetazo más fuerte, y otro más. No me terminaba de gustar eso, pero la muy zorra cada vez gemía más. Rogelio me hizo un gesto como si fuese a eyacular, así que siguiendo con el protocolo, así a Ana por la cabeza y dejé caer saliva sobre su boca. Ella la abrió y recibió el testigo sin resistencia. Volví a su culo y saqué la polla. Acercándome al oído de Rogelio, le di instrucciones de cómo quería que me follara. Así que me puse a cuatro patas y él metió la punta en mi culo, dándome pequeños empujones. Ana se acercó como yo había estado antes con ella y Rogelio empezó entonces a darme con más brío.
— ¡Así! ¡No pares! ¡Dame fuerte!
Ana me estaba masturbando y Rogelio me follaba como un loco. Cuando fue a correrse, sacó la polla y volvió a meter sólo la punta. Noté su semen entrar y cómo volvía a descargar metiendo un poco más el falo y cómo la fue sacando hasta que la última gota quedó fuera del ano. Me giré y vi a Ana chupándole la polla, limpiándosela. La verdad era que Rogelio se había portado como un campeón y ella le estaba dando un buen premio. Después, Ana pasó la punta de la lengua por mi culo, llevándose la leche que salía. Me incorporé un poco y volvió a salir más, ella, agarrada a mis piernas, lo lamía todo.
Se acercó a mí, con restos de semen por los labios, y me besó. Nos besamos. Su boca estaba llena de la leche de Rogelio y me la ofrecía. En el desenfreno chupé su lengua como si fuese una polla y ella hizo lo mismo. Estuvimos besándonos así hasta que no quedó nada de Rogelio.
Nuestro hombre no tardó en dormirse, pero Ana y yo aguantamos un poco más entre besos y sobeos. Por la mañana, me desperté muy temprano. Tenía a Ana al lado, dormida. Podía verle restos de semen y de mis fluidos ya secos en sus pechos y su vientre. Abrió los ojos y acariciándome un pecho me sonrió. Pero se le cambió la cara y se levantó.
— ¡Tengo que recoger a los niños, que nos vamos de excursión!
Se duchó y se vistió. Cuando se puso el vestido que llevaba anoche, vi con otros ojos cómo se ajustaba a la su silueta, la figura que le hacía. Me dio un beso y salió del dormitorio. Oí cómo abría la puerta y cómo la cerró, pero por el roce de su ropa supe que no había salido. Se acercó a mi lado de la cama y se dio la vuelta. Se subió el vestido, enseñándome su bonito culo. Lo puso un poco en pompa y me senté en la cama, metiendo mi mano entre sus nalgas, buscando su coño.
— No, no —me dijo sonriendo. Cogió mi mano y simuló que le daba una palmada en el culo.
Comprendí. Le dí un buen cachetazo en un lado y luego en el otro. Pero no se movió. Y repetí más fuerte. Me picaba enormemente la mano. Con la cara colorada, se giró, bajándose el vestido y me besó.
— Así me acordaré de ti mientras desayuno —dijo como despedida.
Y así pasamos esa noche. Después de eso, a Rogelio apenas he vuelto a verlo, y siempre sin sexo, y con Ana mantengo una relación más o menos normal, como antes de eso. Casi normal.