Trío en una noche especial I
Ana se estaba metiendo dos dedos a una velocidad considerable. En mi estado de éxtasis, provocado por la verga de Rogelio, sólo había una cosa en la que podía fijar mi atención: los pechos de Ana, que brillaban por el sudor. Además, para variar, ella no dejaba de mirarme mientras se tocaba...
Te cuento. Estaba en un disco-pub, con las amigas. Éramos cuatro o cinco, una noche de chicas total. La mitad solteras o divorciadas y todas con el niño en casa. Estábamos pasándolo bien, hablando de nuestras cosas, todas monas y guapas, porque con nuestra edad seguimos tan radiantes como de jovencitas.
En esas que vi al otro lado del bar, en la barra, al ex de una amiga. Y como siempre he tenido buena relación con él, me acerqué a saludarlo, bajo la mirada de reproche de Ana… a esa la conoces… sí, sí, esa… pues sigo.
Me acerqué a él. Es bastante más alto que yo, así que para darnos los besos de saludo, me tuve que apoyar en sus brazos para empinarme. Mientras le daba esos dos besos, palpaba sus bíceps, más musculados de lo que recordaba. Me gustó tocar a un hombre, tras tanto tiempo en secano, y me sentí enrojecer. ¡Menos mal que el pub tenía poca luz! Estuvimos charlando de nuestros divorcios, de cómo nos iba. Con la música teníamos que acercarnos mucho, prácticamente nos hablábamos al oído, y no perdía la ocasión de volver a poner mis manos en sus brazos. Algunas veces, cuando me pegaba tanto a él, hacía que mis pechos rozaran sus manos. En una ocasión, movió la mano de forma que los nudillos pasaron por mi pezón. Yo dejé de hablarle y lo miré sonriendo, no sabía hasta qué punto se estaba insinuando o símplemente fue un movimiento casual. El también me sonreía mirándome los labios, y me acerqué a él otra vez como antes, volviendo a posar mi pecho en su mano, y él volvió a pasar los nudillos por ellos, pero más descarado. La conversación se volvió más personal. Me preguntó por mis ligues, y le dije que estaba a dos velas desde la separación. El tampoco es que estuviera muy contento con sus relaciones, lo suyo era más reciente y aún se estaba adaptando a la nueva situación. Hablábamos muy cerca uno de otro, con las mejillas casi en contacto, a veces se cruzaba nuestro aliento, pero ninguno hizo por apartarse. Nos piropeamos y nos reímos. Yo estaba contentísima al sentir el calor de su mano en mi pecho.
No estaba tan contenta con Ana, que nos miraba desde el otro lado, con la cara muy larga. Si ya era imposible ligar cuando íbamos en grupo, porque nos poníamos zancadillas unas a otras por pura maldad, encima a Ana no le hacía gracia que el ex de una amiga se relacionase con nosotras. Ambos nos sentíamos algo cohibidos, pero al fin me invitó a tomarnos la última a su casa. ¡Pasar del tonteo a lo gordo! eso me dejó algo descolocada. No supe qué decir y cambié de conversación, apartándome de él. Mientras hablaba de cosas insustanciales, también pensaba en la próxima vez que iba a salir así, de fiesta, y en la oportunidad de echar un polvo de verdad, y no una paja en la soledad de mi dormitorio. Volví a echarme encima de él.
— ¿Sigue en pié lo de ir a tu casa? —le cambió la cara.
— ¡Claro! ¿Quieres? —asentí y me pegué a él—. ¿Terminamos la copa o nos vamos ya? —eso me lo dijo abriendo y cerrando los dedos, buscando mi pezón por encima del sujetador. Ahí ya tenía las bragas mojadas.
— Vámonos ya. Sal tú primero, me despido de mis compis y nos vamos.
— Te espero en mi coche.
El salió, y cuando al fin me pude zafar de mi grupo, salí yo también. Lo vi apoyado en su coche, a varios metros del pub. Mientras me acercaba, él no dejaba de mirarme. Me miraba el pubis y empecé a balancearme. Estábamos muy excitados. Me abrió la puerta del acompañante y, cuando él se sentó, me miró, introdujo las llaves pero no encendió el motor. Nos sonreímos y nos besamos. Su lengua pasó por la mía, me mordió los labios, yo se los chupé. Tenía una mano de él en mi nuca y la otra en mi cintura. Yo tenía mis manos entre sus mejillas y su nuca. Estuvimos dándonos chupetones y besos ruidosos. Nos separamos, tenía la boca enrojecida. Te puedes suponer lo cachonda que estaba ya, y además el medio cubata me había sentado de maravilla.
— Vámonos. Me puedes hacer lo que quieras —esto lo dije con una mano en su ingle, cerca de su pene… bueno, eso… de su polla… no, no se la toqué, cómo eres… El caso es que eso que dije sonaba mejor en mi cabeza que en mi boca. Me dió mucha vergüenza y él lo notó y se rió, nervioso.
— Como tú digas. Iremos a mi casa y haremos lo que tú quieras que yo quiera.
Nos reímos y nos volvimos a besar, intensamente, como antes. Me estaba pasando la lengua de un lado a otro de la boca, yo pensaba que eso es lo que haría en mi chocho, y estaba gimiendo sólo de pensarlo. Así estaba cuando me cogió la mano y se la llevó a su pene, estaba muy duro. Me puse más cachonda aún. Me pasó la mano a lo largo de la polla, la notaba muy bien a través del pantalón. Nos besamos otra vez y nos volvimos a separar, yo me puse de lado y apoyé mi espalda en la puerta.
— Bien, entonces voy a empezar con lo que quiero — me dijo. Apenas le hacía caso, mirando el bulto que hacía su polla, echaba de menos su calor en mi mano. El me miró con una sonrisa picarona—. Quítate el sujetador.
Me sorprendió la propuesta, y me corté un poco. De forma instintiva me llevé las manos a los pechos, pude sentir el tacto de mis dedos en el escote, pensé en el deseo que provocaban en él, y me acaricié, pasando los dedos hacia los pezones, pellizcándolos. El se fijó dónde me había tocado y llevó sus manos a ese punto. A través del sujetador apretaba la tela, atinando con mayor o menor éxito en mis pezones. Asiéndole por las muñecas, le aparté las manos. Miramos a ambos lado de la calle. Sólo había dos personas a lo lejos, atrás, en la puerta del pub. Me desabroché la blusa y me quité el sujetador, me quedé con los pechos al aire, con miedo que pasara algún coche, o alguien, y me vieran. El me acarició un pecho con su enorme mano, bueno, enorme porque tengo unos pechos pequeños ¡pequeños pero macizos!. Con el índice y el pulgar me tiró de un pezón y gemí.
— Ponte la blusa ¡no vaya a ser que pase alguien!
Nos reímos otra vez. Me abotoné y pude sentir el roce de la tela en mi piel, me miré por si transparentaba, la tela era blanca y muy fina… ¡es que estaba muy descolocada con todo, estaba entre cachonda y muertecita de vergüenza!
— También quiero otra cosa.
— Dime —apenas me salía la voz, pues tenía la boca inmovilizada por una sonrisa y mi aliento estaba a la merced de la excitación. Se acercó a mi oído.
— Sácamela.
Yo estaba paralizada, quería y no quería, al menos en el choche. El cogió mi mano y la llevó a su pene... sí, claro, era y estaba enorme.
— Yo miro por el retrovisor por si viene alguien, no te preocupes.
Le desabroché el cinturón, le abrí el botón del pantalón y le bajé la bragueta. Estaba muy sorprendida por lo zorra que estaba siendo, pero es que estaba muy salida. Le saqué como pude ese trozo de carne, que enseguida se puso aún más rígido. El estaba más excitado que yo. No le solté la polla, no podía. Acerqué mi cara a la de él y empecé a masturbarlo lentamente mientras que mi boca entreabierta gemía a la par, juntando mi aliento con el suyo. Se giró y nos volvimos a besar profundamente.
— ¿Qué tienes en tu mano? —sabía cuál era la palabra que él quería oír. Yo nunca he podido decir palabras soeces, la vergüenza me supera. Pero estaba siendo muy… muy puta, sí, y quería más.
— Tu polla —seguí masturbándolo—. Está muy grande.
— ¿Te gusta? —los dos nos mirábamos sonriendo.
— Me gusta mucho… me gusta tu polla.
Me cogió la mano que agarraba la verga, la acercó a mi boca, y usando el índice y el anular, abrió mis labios con ellos. Lamí mis dedos y dejé que me los metiera dentro. Agarré la mano que sujetaba la mía y empecé guiarla para que mis dedos entrasen y salien de mi boca. Saqué la lengua y los pasé por las yemas y me los volví a meter. El no lo veía, pero me los chupaba como si fueran una polla. Agarró mi mano humedecida y se la llevó al capullo. Estuve masturbándole el glande mientras vigilábamos la calle. Con el despiste casi tenía un pecho fuera de la blusa, y él, dándose cuenta, se inclinó sobre mí. Me besó la parte que sobresalía y cuando llegó al pezón, chupó mientras la lengua lo apretaba a sus dientes, haciendo que gimiese fuerte. Se sacó mi teta de la boca y volvió a mirar por el retrovisor.
— Chúpamela —me dijo mirando por el espejo. Yo tenía la polla en la mano aún. Miré hacia atrás, nerviosa.
— ¿Y si pasa alguien? ¡Qué vergüenza! —era mi palabra favorita. Pero mi mano se movía arriba y abajo sola, moviendo la piel de su verga con ella.
Miré cómo su capullo aparecía y desaparecía en mi mano. Estaba húmedo, y yo tenía la mano pegajosa. La llevé hacia abajo, estirando la piel, y pensé en tener ese trozo de carne que sobresalía en mi boca. Seguramente podía llegar hasta la campanilla, seguramente me podría atragantar. Podía imaginar el glande deslizándose por mi paladar y esto hizo que mi boca llegara a él, como si tuviese su propia voluntad. Mis labios, tiernos y húmedos, se abrieron levemente, introduciendo sólo una pequeña parte de la polla. Pasé la punta de la lengua por la cabeza de su pene, dando pequeños lametones. Dejé que entrara algo más y moví la cabeza como antes lo hacía mi mano, que sujetaba el falo con firmeza. El estaba muy silencioso, tieso en su asiento.
— ¿Te gusta así? —eso lo dije pasándome toda la verga de lado por la boca abierta.
— ¡Qué me gusta!
— Esta noche me siento un poco putón —nos reímos—. Soy tu putón. Esta noche —se lo dije muy seria, teníamos demasiados amigos en común y quería sellar nuestro secreto.
— Hoy eres mi putón —me acercó la cabeza a la suya y nos volvimos a besar. Sentir toda su lengua en mi boca, ocupando el lugar donde antes había estado su polla, me hizo mojar las bragas… sí, más.
Seguí con la felación, me metí todo lo que pude, casi sentí arqueadas, y esta vez quién gemía era él. Yo lo miraba de reojo por si abandonaba la vigilancia de viandantes.
— ¡Mierda! —Rogelio había visto algo.
Me levanté asustada. Me abroché bien la blusa y me limpié la boca como pude. El se metía dolorosamente la polla en el pantalón.
— Viene tu amiga pesada esa, Ana. ¡A esta también le gusta joder a la gente!
Miré hacia atrás y la vi venir. Qué tía. Abrió la puerta de atrás y se metió.
— ¡Hola!
Le respondimos fríamente. Que si hacía frío, que si le había parecido vernos, que qué íbamos a hacer. Estaba claro que estaba ahí para reventarnos el momento.
— Nos vamos a mi casa a tomar una última copa —dijo Rogelio. Yo miré hacia fuera, me daba vergüenza que Ana fuese testigo de mis escarceos amorosos. Esta es de las que luego van a criticar por ahí. Pero enseguida pensé que de todas formas ya iba a hacerlo.
— ¡Me apunto! —dijo.
— Pero María se va a quedar a dormir, es muy tarde para ir de un lado a otro. ¿Tú que vas a hacer?
— Me da igual, voy también. Yo duermo en cualquier sitio.
— Te va a tocar el sofá —Rogelio no iba a dejar que Ana nos fastidiase el encuentro.
— ¿Y dónde va a dormir María? —qué capulla era. Yo seguía mirando hacia fuera, estaba muy irritada y quería mandarla a la mierda.
— Ya nos apañaremos —él tenía un tono muy frío, y no dejaba de mirarme.
— ¡Venga, vamos!
Llegamos a su casa. Nos tomamos una copa de vino. El ambiente estuvo más relajado de lo que se podía esperar. Mientras hablábamos, Rogelio me miraba las tetas, más bien se recreaba en cómo abultaban mis pezones. En una ocasión que Ana no miraba, me desabroché un botón de la blusa, para deleite de él. En otra que ella fue al baño, él me cogió los pechos con las dos manos, pellizcándome los pezones mientras nos besábamos, casi nos pilla la cerda al volver. Pero en esa ocasión había algo distinto en ella. Me costó saber el qué, pero di en la clave. Se había subido un poco la falda, unos dedos. Y también se había quitado el sujetador, pues al andar, aquello se movía demasiado. Ana también es pequeñita, como yo de alta, pero tiene mejor culo y unos pechos más grandes, y también firmes ¡aunque yo tengo mejor figura! Así que a Rogelio no se le pasó por alto lo del sujetador, y acabó por darse cuenta de la falda también, porque al sentarse la muy zorra, se pudo ver que llevaba medias, y no panties… sí de lencería. Rogelio ya miraba demasiado las piernas de Ana, y mi cabreo iba en aumento, así que dije que me gustaría acostarme, y me retiré al dormitorio, con la mirada de guasa de Ana. Rogelio le dio a Ana un pijama y me siguió a la habitación.
La casa era muy chica, así que cualquier ruido lo escucharía Ana. Intentamos ser discretos pero fue inútil, pues Rogelio pronto puso nuestra situación donde debería haber estado desde un principio. Me cogió de los pezones y me acercó a él hasta que nuestros cuerpos se tocaron. Yo tenía mi cabeza mirando hacia arriba.
— ¿Cuánto de puta eres ahora? —con una pregunta me puso otra vez muy mojada.
— Soy tu putón —me quedé con la boca abierta, suspirando, mientras le cogía la polla y los huevos a través de su pantalón.
Juntó los labios y dejó caer saliva de su boca. No me lo esperaba y cayó en mi barbilla, pero como repitió el gesto, ya estaba prevenida y saqué la lengua. Recogí su baba y me la tragué. Quería cogerle otra vez la polla, así que le quité los pantalones y los calzoncillos. Me puse otra vez frente a él, sosteniendo su gran verga en mis manos. Me volvió a coger de los pezones y me escupió, mojándome la cara. Yo no sabía cómo reaccionar, si ofendiendome o metiendo la polla en mi coño. Soltó mis pezones y sujetando mi cara me besó intensamente. A la vez que nuestras lenguas jugaban una con otra, pensaba qué decirle sobre el respeto y eso. Empecé a notar cómo salivaba en mi boca y empecé a tragar. Contra más tragaba, más cachonda me ponía. Me sentía muy puta. Su puta. Nos separamos, pero esta vez me quedé con la boca abierta y la lengua fuera, quería más, quería sellar mi consentimiento. Dejó caer un poco de saliva sobre mi boca. Pero no era suficiente.
— Escúpeme —rogué. Quizás lo dije demasiado alto, porque Rogelio miró fugazmente hacia la puerta. Y me escupió. Cerré los ojos en un acto reflejo, pero la boca permaneció abierta. Me di cuenta que le estaba masturbando con brío y me puse de rodillas a comerle la polla… qué quieres que te diga, estaba fuera de mi. Nunca había follado así y me sentía a gusto, muy puta… claro, una cosa es que te digan puta para ofenderte, y otro es follar como una puta.
Me metí su verga hasta que tocó mi garganta, quería medir las distancias. Agarré con la mano lo que sobraba, y empecé a recorrer la polla con mi boca. Estaba muy dura, y para mi satisfacción, todo eso estaba bien dentro de mi. Con la lengua recorría sus pliegues, y con los labios apretaba su carne. Cogí algo de velocidad y su glande empezó a golpear mi garganta, haciendo involuntariamente un ruido que cada vez era más sonoro. Bueno, hacíamos ruido, porque Rogelio estaba gimiendo también. Seguro que Ana también lo oía desde el salón, me daba igual, que no hubiera venido.
Rogelio se quitó la camiseta y yo aproveché para desnudarme. El seguía de pie, frente a mí, y yo, de rodillas, le cogí de la cintura y empecé a meterme la verga entera, apoyándome en él, tocándola sólo con mi boca. Lo miraba a los ojos, quería verle gozar… sí, vale, y porque también he visto porno y me veía una estrella feladora. Quise metérmela entera y me dieron arqueadas. Ahora la que salivaba era yo, con los ojos llorosos. Le hablé mientras le masturbaba con las dos manos.
— Quiero tragarmela entera. Ayúdame a empujar, que llegue hasta el fondo.