Trío con César
Mi amga Bea y yo nos aprovechamos de César que en su vida se había corrido como hoy...
Hoy se cumple un año de aquella extraordinaria velada con César, al que había conocido la noche anterior a través de mi amiga Beatriz. Nos pasamos horas follando y comiéndonos mutuamente hasta caer rendidos
A la mañana siguiente, Beatriz nos encontró en la habitación de César en el motel, pero no se sorprendió lo más mínimo. Como tampoco le sorprendió que yo le contara que había disfrutado los mejores polvos de mi vida horas antes. Resultaba halagador para César y le hizo pensar que yo jamás había intimado con un hombre capaz de satisfacer todas mis necesidades. Me comentó que la mujer le parecía más bella cuando estaba en pleno orgasmo y por ese motivo trataba de que sucediera cuantas más veces mejor mientras hacía el amor.
Fui al cuarto de baño para desmaquillarme un poco, mientras Bea se dedicaba a preparar café. Por supuesto yo no estaba avergonzada de mostrarme desnuda ante Bea y César. Él también estaba cómodo sin ropa, ya que había follado con las dos y había confianza.
Mientras me inclinaba para mirarme al espejo dije:
Supongo que no es peligroso lo que hemos hecho, ¿no?...
Yo me refería a la noche anterior, cuando César se colocó por detrás y me la metió mientras me arreglaba el maquillaje.
Bea apareció en aquel momento:
¿De qué estáis hablando?- dijo maliciosamente.
Yo empecé a contárselo y César se fue al lavabo. El calentador funcionando no le permitiría oír la conversación, pero seguro que nos oía reírnos. Cuando salió del baño estábamos tomando sorbitos de café y Bea bromeó:
Me han dicho que anoche estabas de lo más caliente César. Siento habérmelo perdido
Él se acercó a mí y rozó mi cuerpo:
¿Le has explicado cómo acabaste conmigo?- me dijo.
Sonreí y le miré avergonzada. Los tres soltamos una carcajada y yo le sacudí levemente la polla antes de dirigirme a la ducha.
Bea y César se sentaron en la cama. Él no se tapó y pudo observar de qué manera Bea le miraba el pene. Ella había estado con su novio aquella noche, pero no parecía del todo satisfecha. Cuanto más le miraba la polla más gorda se le ponía. La conversación se fue perdiendo en divagaciones. Ver que ella también se ponía cachonda calentaba más a César Finalmente apareció una gotita de semen en la punta de su nabo. Bea se lo cogió con la mano y le dio un buen meneo. Otra gota de líquido blanco apareció en la punta. Ella lo extendió por el glande con la yema de su dedo.
- ¿Qué hacemos; te pones tú la ropa o me la quito yo?...- Con la expresión de César, Bea tuvo bastante.
Se quitó la blusa y dejó al descubierto sus pechos. Se quitó la minifalda y se dejó las bragas. Luego dirigió la cabeza hacia la entrepierna de César. Él ya había olvidado lo bien que sabía chuparla y el recuerdo de la última mamada se presentó nítido en su mente. Se encontraba totalmente erecto, deseando descargar cuanto antes. Bea empezó a chuparle la herramienta dedicando especial atención a su glande, que enseguida se puso como el fuego
Cuando salí de la ducha me encontré a mi mejor amiga en pleno sesenta y nueve con su último amante. César tenía la lengua metida en el coño de Bea y ella rascaba sus pelotas con las uñas mientras se la mamaba. Cuando César se dio cuenta de mi presencia, yo les miraba con evidente fascinación.
Nuestras miradas coincidieron en el preciso momento en que Bea iniciaba su orgasmo. Observé a César mientras introducía su lengua en el túnel empapado de Bea, dirigiendo de inmediato sus dedos a su propio chocho. Bea empezaba a gritar y embestía furiosamente con las caderas contra la boca de César. Sus jugos invadían su cara y caían por su barbilla. Arqueó la espalda y echó la cabeza hacia atrás, con lo que su polla se salió de su boca aunque siguió meneándola rítmicamente. Cuando el orgasmo de Bea parecía alcanzar el cenit, César aceleró el ritmo y empezó a succionarle el coño con los labios. Bea se puso como una moto, como si llevara años sin correrse. Comenzó a relajarse con un estremecimiento, y César fue ralentizando sus movimientos hasta apenas rozarle la carne con lametones.
Bea estiró las piernas y dejó reposar su cara en la entrepierna de César, mientras su polla quedaba bajo su garganta. Abrió los ojos y me vio.
Me había olvidado de ti- dijo.
Ya lo he notado- respondí Parecía como si estuvieras en pleno ataque cardíaco. Me ha puesto a mil verte así...- y señalé su entrepierna completamente mojada.- No se porqué me he molestado en ducharme .
César se puso a tono sólo pensando que estaba cerca de dos mujeres que se habían corrido hacía poco. Bea sintió como su polla crecía y empezó a menearla con cariño.
- Ha sido magnifico - musitó Bea, besando la punta del capullo de César y chupando las primeras gotas del líquido con la lengua. Volvió a metérsela en la boca.
Yo seguía cachonda como una perra y ver como Bea le cuidaba la tranca me puso todavía mas caliente. César puso cara de malo y una idea empezó a perfilarse en su mente.
- ¿Habéis compartido alguna vez un hombre?- dijo. Bea se la chupó más fuerte y me miró, sonriendo.
- Las dos juntas jamás hemos estado desnudas con un hombre. Y tampoco nunca hemos hecho un sesenta y nueve a la vez, frente a frente - dije.
Nos miramos. Yo me metí en la cama. Bea siguió en la zona baja del cuerpo de César mientras yo le besaba profundamente en la boca. Al cabo de un momento las dos nos unimos para centrar nuestra atención en sus huevos y en su polla. Sólo de verlo César estaba a cien. ¡¡¡Dos mujeres encantadoras y hermosas haciéndole el amor con sus bocas y él con los dedos metidos en nuestros preciosos chochos, haciéndonos vibrar de placer!!!... Era un auténtico paraíso
Le rogué a Bea que me dejara meterme el pene en la boca. Justo antes de hacerlo le dije:
- ¿Te lo puedes creer?
Bea me contestó que me limitara a gozar. La polla de César iba de una boca a otra. Debía ser indescriptible lo que estaba sintiendo. Prolongó tan dulce tortura durante unos diez minutos, concentrándose en nuestros chochitos para evitar correrse. Nos acariciaba el clítoris con los pulgares, mientras nos metía suavemente el dedo en la rajita. Bea conservaba uno de los huevos de César en la boca, pero tuvo que soltarlo para jadear de placer, guiando la mano de César que estaba en su coñito.
Bea empezó a embestir y se corrió con un movimiento que estremeció toda la cama mientras yo, fascinada, no dejaba de mirarla.
Procedí a menearle la polla como una loca, chupando con la lengua las gotitas que iban surgiendo. Mis ojos no dejaban de mirar el culo de Bea y la lengua de César que le penetraba el chocho. César me sujetaba con las manos, temiendo que cayera sobre él cuando iniciara mi orgasmo.
César levantó la cabeza con una almohada para ver a Bea al mismo tiempo. Cuando sus miradas se encontraron Bea pasó la punta de su polla por toda la cara, chupándose los labios. Entretanto mis jadeos aumentaban de volumen e incrementaba el ritmo de mis movimientos de caderas. Mientras me lamía el clítoris, la nariz de César se mojaba con los flujos de mi coño. Me aparté y coloqué mi coño encima de su polla para sentarme en su erección. Su polla se deslizó a mi interior.
La lengua de César estaba dentro de Bea y su polla dentro de mí. Era como una especia de máquina de follar. El único objetivo de César ahora consistía en satisfacernos a las dos. Incluso su propia satisfacción le parecía secundaria Bea conocía un truco que no le había visto nunca. Se inclinaba hacia atrás con el pene de César en su interior, y aunque la presión resultaba increíble y muy satisfactoria, enseguida volvía a inclinarse hacia delante, con las manos sobre el abdomen de César y embistiendo de arriba abajo. Mi cuerpo era todo un frenesí.
Durante unos momentos le facilité la tarea tocándome el clítoris con los dedos. Mi respiración se hizo entrecortada, me incorporé y me agarré a los hombros de Bea. César me azotó el clítoris con la lengua. Mi orgasmo aceleró el de Bea y Bea folló a César como nunca. Las dos nos quedamos agarradas mientras alcanzábamos el clímax simultáneamente.
El ruido que se oía en la habitación era inverosímil. Gemidos, suspiros y jadeos resonaban por las paredes. Lo único que impedía a César correrse era el café que habíamos bebido. Tenía que tomarse un respiro
Nos separamos de él y quedamos inmóviles sobre la cama. Cuando abrimos los ojos, estallamos en una carcajada, totalmente libres de inhibiciones.
- Cuándo he visto cómo te corrías no he podido aguantarme dijo Bea. Y agregó: - Es realmente maravilloso ver el orgasmo de otra persona
- ¿Tienes prisa? Todavía no hemos acabado contigo - Dije yo, mirando a César con firmeza.
Y era cierto. César fue testigo de una visión de la que pocos hombres pueden disfrutar en la vida. Nos colocamos a gatas con nuestros redondos culitos frente a él. Me tocaba a mí y me separó los labios vaginales para insertarme la polla entre ellos, como si se tratara de cargar un mosquetón.
Mientras me hacía el amor, Beatriz le tocaba las pelotas y le acariciaba el cuerpo. Cuando empecé a correrme, Bea me besó y acarició mi coño con su mano. Mientras César seguía dentro de mí, él tocó el culo y el coño a Bea. Ella sonrió y captó el mensaje, inclinándose para ofrecérselo desde atrás. César estaba tan lubricado con mis flujos que enseguida penetró en su interior. Bea era un animal desbocado. Reía mientras César le follaba. César sintió el orgasmo en las plantas de los pies y levantó a Bea de forma que sus rodillas se separaron de la cama. Respiraba como un animal herido y se corrió con un grito estremecedor. César no necesitaba más estímulos. Anunció que estaba a punto de correrse y quitó la polla del palpitante agujero de Bea. Al hacerlo ella se dio media vuelta y se metió la polla en la boca mientras César se la meneaba. Yo reemplacé su mano con la mía y le hice una paja. Parecía que el tiempo se había detenido como en una película a cámara lenta
En aquel momento era capaz de concentrarme en cada detalle con absoluta claridad Desde entonces, César no ha vuelto a correrse así. Fue como si le absorbieran toda la energía. Una especie de tempestad y luego calma
Nosotras nos tumbamos una a cada lado. Descansamos y, a continuación volvimos a empezar. Nos detuvimos para comer y el resto del día estuvimos en la habitación del motel, siempre desnudos.
César se preguntaba si nosotras nos decidiríamos a experimentar entre nosotras, pero ese día no lo hicimos. Eso sería unas semanas después