Trío cerdo de despedica

Nos despedimos de Fran con una follada épica. Contiene escenas de sexo cerdo, incluida lluvia dorada y fisting. Abstenerse mentes sensibles. Deja un comentario k hace ilu!

He tardado mucho en escribir esta parte porque me acuerdo y me excito de manera inmediata. Habrá errores, era incapaz de leer el relato sin hacerme una paja. Me he corrido decenas de veces en el proceso y si volvía atrás no terminaría nunca. Perdonarme por ello.

Pasamos en Roma unos días muy divertidos, desde luego. Pero todo lo bueno se acaba, y las vacaciones parece que se acaben antes que nada. El día antes de nuestra partida lo reservamos para pasear tranquilamente Diego y yo, solos. Nos despedimos cariñosamente de nuestro nuevo amigo, dándole las gracias por los momentos que habíamos pasado juntos y prometiéndonos futuros reencuentros. Fran lo entendió sin ningún problema y nos dejó a nuestro aire, marchándose a su casa y dejándonos solos en el apartamento. Salimos a dar una vuelta, a comer un helado… Pero la verdad es que, según pasaban las horas, se me ocurrió que me apetecía despedirme de verdad del chaval. No diré que me había enamorado de él, pero le había cogido cariño, y me ponía casi tanto como mi chico. Quería, no, necesitaba un último asalto con mis dos machos.

-Oye, ¿qué te parece si…?

-¿Llamamos a Fran y nos damos un último homenaje?

Reí, divertido ante la sincronización de pensamientos, y llamé a nuestro amigo. Lo cogió al primer timbrazo, y se mostró encantado. Le pregunté qué quería como despedida y me dijo que le apetecía que Diego nos reventase el culo a los dos a la vez, “aquí en casa tengo dildos, pero él tiene dos puños y una polla”, fueron sus palabras. Le informé de que mi culo no era un aeropuerto y reímos. “Ya veremos”, respondió. “Os espero con todo preparado”, y colgó. Yo me metí el móvil en el bolsillo y aproveché para colocarme el rabo en los pantalones, que ya estaba como una piedra. Me dolía el glande de la caña que le había metido los últimos días. Le conté a Diego la conversación telefónica, y se mostró entusiasmado… con reparos.

-El fist nunca te ha gustado…

-Al contrario, me encantaría que me cupiese tu puño, pero va a ser que no hahahaha. Pero tragarme un dildo, tu polla, algún dedo… eso sí – dije, mirando fijamente su paquete, que crecía por momentos. – Claro que antes me limpié bien el culo pensando que me ibas a reventar así que por probar…

-Puf cabronazo, te quiero.

Tomamos un taxi. No podíamos esperar ni un minuto más. Mi polla palpitaba en mis pantalones, y la coloqué vertical para que no se notase, pero al notar el hierro candente contra mi estómago me puse todavía más cachondo.

La puerta del portal se abrió antes de poder pulsar el botón del portero automático. En el viejo ascensor besé a Diego con fruición. Luego lo empujé contra la puerta (con peligro de parar el chisme, que no estaba para muchas alegrías). Destapando la punta de mi rabo, recogí con el dedo todo el precum que pude de la fuente que ya manaba. Diego abrió la boca, pero lo chupé yo mismo en el momento en que una sacudida nos advertía de la llegada.

-¡Eh! – gritó, divertido. Yo, por toda respuesta, lo saboreé, mezclándolo con mi saliva… y se lo pasé en forma de lapazo que le cubrió los labios entreabiertos. Sorprendido pero nunca dejándose pillar en un renuncio, el cabrón se pasó la lengua, tragándose encantado la mezcla de fluidos.

-Esta me la pagas. Que me jodan si desde hoy no acabas pidiéndome puño todos los días.

Me asustó un poco la perspectiva. – No te vayas a pasar, a ver si me haces daño de verdad…

-Nunca. Solo dilo cuando no puedas más. Pero me encantaría que te dejases llevar sin prejuicios.

-Hecho – sonreí, agarrándole del paquete y llevándole hasta la puerta del piso de Fran, ya entreabierta.

Pasamos las distintas habitaciones como en un sueño hasta llegar a la principal. Al llegar a los pies de la cama, Diego estaba en calzoncillos, calcetines y camiseta. A mí solo me quedaban los calzoncillos. Fran ya nos estaba esperando desnudo. A cuatro patas sobre la cama, el agujero de su culo me hipnotizó ya desde la puerta. Mis sentidos estaban totalmente agudizados: veía con precisión cada pelo que rodeaba ese hoyuelo rosado. Cada mínimo granito de su piel. Los huevos depilados colgando. La polla no, imposible: la erección que lucía la mantenía pegada a su estómago.

Me lancé sobre ese culo magnífico enfervorecido. Ni siquiera esperé por mi chico. Mordí una nalga con fuerza (Fran gimió en éxtasis) y empecé a meterle la lengua con desesperación. El sudor limpio de su raja escurría por mi barbilla mientras le separaba los cachetes con las manos para profundizar más en su recto. Su ano se dilataba y se contraía rítmicamente, mostrándome un paraíso carmesí.

No sé cuánto tiempo permanecí allí, pero al final me separé del chico. Miré a mi alrededor y vi a Diego tocándose el paquete por encima del calzoncillo. No quitaba ojo de lo que yo hacía. Cogió un bote de lubricante que estaba sobre la mesilla y se acercó a nosotros.

-¿Qué, has acabado? – preguntó sonriendo. Asentí. –Mi turno.

Mientras echaba un buen chorro de lubricante en el culo de Fran, yo le bajé los calzoncillos. Sin esperar más, lo enculó de golpe, arrancándole un grito ahogado. Empezó una follada brutal, sacando la polla del todo, enchufándomela en la boca y volviéndola a meter a un ritmo frenético. Pero le duró poco. En una de las embestidas le dejó el rabo dentro.

-Venga, métele algún dedo a la vez.

No es una idea que me entusiasmase especialmente, pero accedí, lubricándome bien la mano y probando tímidamente con el dedo corazón.

-¡Dame caña joder! – gritó Fran. Y yo envolví con tres dedos la polla de Diego dentro del culo. Fran dio un respingo –Pero cuidado con las uñas…

-¡Perdón!

-Cállate y ponte un guante de los del primer cajón.

Fui a la mesilla y me puse un guante negro. Ahora sí que parecía todo un actor porno. Me entró la risa, pero se tornó en deseo cuando vi la cara ansiosa de Fran. Aparté a Diego y me arrodillé ante el culo de mi amigo. Con un dedo enguantado abrí esa rosa chorreante y metí toda la lengua que pude de una vez. Las convulsiones que notaba contra mi cara me dijeron más que todos los gemidos que inundaban la estancia. Pero quería probar los límites, y empecé a meterle dedos con cuidado, mientras lamía el saco escrotal de Fran. De vez en cuando la polla de Diego aparecía ante mis ojos, y le daba una rápida chupada. Poco a poco fui introduciendo toda la mano. Cuando el anillo del esfínter rodeó mi muñeca, Fran gritó con más fuerza. Diego quiso callarle (siempre le ha dado reparo hacer mucho ruido en el sexo) y, como quien no quiere la cosa, se acuclilló sobre su cara. Fran se lanzó a comerle el ojete, lo que mi macho facilitaba abriéndose los cachetes con las manos. Y claro, los gritos del fisteado se acallaron, pero se sustituyeron por los gemidos del que recibía el beso negro así que no sirvió de nada.

Por mi parte seguía dedicado en cuerpo y alma al culo que se me ofrecía. Ahora que tenía todo el puño dentro lo giraba para restregar los nudillos contra la próstata, lo que dio lugar a una espectacular salida de precum de la polla de mi amigo. Parecía un chorro de orina al final de una meada mañanera. Diego lo vio y se dejó caer sobre los antebrazos, lamiendo el denso líquido que cubría el fino vello del bajo vientre. Ni que decir tiene que lo compartió conmigo en un sabroso beso. Fran se incorporó para verlo en primera fila, sonriendo.

-¿Bueno quieres probar? – dudé. Desde luego, la idea me ponía a mil, pero también sabía que mi culo no era tan elástico y me daba miedo hacerme daño- Iremos con cuidado.

-Vale. Sé que este cabrón se muere por verlo.- dije sonriendo.

Saqué la mano despacio y Fran se retorció como una puta. Al verlo se la metí un par de veces más, gozando con su placer tanto como él mismo, pero al final salí de él (todavía no me pude resistir a darle un último lametón a esa rosa que me maravillaba) y le cambié el sitio. Tumbado, con las piernas como si fuese a parir y el paquete húmedo de saliva y sudor de mi novio sobre la cara, inundándome los sentidos con el más arrebatador de los aromas, me preparé para recibir como nunca antes.

Lo primero que noté fue el frescor del lubricante. La piel se me erizó mientras el gel se colaba en mi recto, a chorro, como un enema. Sin querer hice un poco de presión y lo noté resbalar por mi agujero. Fran lo recogió y me lo volvió a meter con los dedos, ya enguantados. Sin embargo, lo primero que me penetró no fue lo que esperaba. Era sintético, estaba seguro. Me incorporé un poco y vi un gran dildo, de más de medio metro de largo, aunque de grosor más o menos normal.

-Vamos a ir preparándote con esto – me dijo el experto mientras me guiñaba un ojo.

Yo me dejé hacer y pronto empecé a disfrutar. Noté el dildo adentrarse en mis intestinos. No sé si era la excitación, las manos expertas o qué, pero entró como un cuchillo caliente en la mantequilla. Mi respiración era superficial y rápida, a través de la boca entreabierta. Mi chico aprovechaba que sacaba la lengua de puro placer para pasarme el glande empapado por los labios.

-Siguiente nivel – escuché. Me asomé y vi un consolador más gordo. Tenía forma de polla de caballo, aunque no llegaba a ese grosor. Una vez más el trasto se fue introduciendo en mi culo sin resistencia, y joder si lo estaba gozando. Un ruido me hizo abrir los ojos. Mi novio estaba grabando con su móvil todo el proceso. No me había dicho nada pero me gustó la idea.

-Mira, cariño. – Diego tenía los ojos como platos, pero no miraba mi culo. Su vista estaba fija en un punto por encima. Me incorporé y entendí. Mi abdomen plano (ya sé que no hacía falta decir plano, pero me encanta decirlo xD) se abombaba con la penetración del enorme dildo. Incrédulo, posé la mano sobre el bulto, que se movió al compás del mete-saca de Fran. Era como un pistón que recorría mi intestino y se dejaba ver a través  de la piel hasta unos centímetros por encima de mi ombligo.

-La ostia… - susurré.

  • Creo que ya estás listo para el fist.

-Sí, creo que sí – reí-. Dale caña.

Me regó un poco más de lubricante en el culo. No sé si era necesario, ya estaba suficiente pero supongo que no se quiso arriesgar. Comenzó despacio, pero se animó enseguida cuando vio mi ojete completamente distendido. Notaba los cinco dedos unidos en punta abrirse paso con facilidad, y mi esfínter acabó por tragarse su mano en pocos minutos. Me faltó el aire. Tenía una sensación extraña pero agradable, como de plenitud total. Sentí la mano de Fran cerrarse dentro de mi intestino y cuando restregó los nudillos contra mi próstata creí morir de placer. Mi pene desbordaba precum y mi chico alternaba entre lamerlo y echármelo en la boca con besos apasionados.

-Para – conseguí decir-, me voy a correr si sigues así.

  • Primero un orgasmo anal y luego uno dorado – dijo mi novio sonriendo a la belleza que me estaba destrozando (y joder si me estaba gustando) el ano.

Fran le correspondió la sonrisa y restregó con más ganas los nudillos, llevándome a un paraíso desconocido. A continuación sacó la mano y se dedicó a explorar mi agujero abierto con la lengua. El cambio entre la brutalidad del puño y la suavidad de su boca me dio unos instantes de respiro. Sin embargo, cuando volvió a pasar la lengua por mi glande y a la vez me metió la mano entera de una tacada no pude más. Explosioné en un orgasmo brutal, como no había experimentado quizá nunca. El semen, más líquido de lo habitual por los jugos prostáticos con los que se mezclaba, salpicó más de un metro, impactando contra el pecho de Diego, cubriéndome la cara, las sábanas… Arqueé la espalda como si estuviese sufriendo un exorcismo, subiendo y bajando las caderas poseído por el placer. Fran sacó la mano con cuidado y se fue a la cabecera con Diego. Creo que su idea era pajearse junto a él, pero mi chico tenía en mente otros planes. Empujándole lo hizo volver a situarse tras de mí y metérmela.

-          ¡Tío, si no voy a aguantar nada!

-          ¡Préñalo!

Pues tenía razón, aguantó unos segundos antes de llenarme las entrañas con su leche. No es cierto que no sientas nada después de un fist. Notaba su pene como una barra candente que me perforaba como una barra de mantequilla. Se derrumbó sobre mí, agotado. Diego no le dejó disfrutar de la situación demasiado tiempo. Lo apartó y tomó su sitio.

-          Dale de beber.

-          ¡Mmmmm sí, Dios, dame tu meada! – grité, fuera de mí.

Fran me apoyó la polla, más que morcillona todavía, sobre la frente, y comenzó a mear. Saqué la lengua para atrapar la orina, amarilla y de sabor penetrante. Aunque cacé poca. Salía en dos chorros y empapaba la cama, pero en la boca solo me caían las gotas que se derramaban por el tronco de su pene. Diego me ayudó cogiéndoselo con la mano y apuntando uno de los chorros directamente a mi garganta, mientras me taladraba el culo. De repente, se puso rígido y noté cómo su polla se encogía dentro de mi culo, mientras Fran acababa de escurrir sus últimas gotas de meo. Mi chico se derrumbó sobre mí sin sacar su rabo. Cuando intenté apartarlo se resistió.

-Quieto – susurró.

Notaba su pene haciendo pequeños movimientos dentro de mi culo. Se volvió a enderezar y cerró los ojos, mientras Fran volvía a situarse a su lado, pero esta vez de rodillas. Se me fue la cabeza cuando noté como mi esfínter dilatado se llenaba lentamente con el meo ardiente de mi novio y se juntaba con la leche. Siguió durante un minuto que se me antojó eterno y efímero. Cuando sacó la polla de mi agujero chorreante Fran la atrapó en su boca y se la limpió enterita. Después acopló sus labios abiertos sobre mi ano. Yo me incorporé con las manos sobre mi cabeza para no perder detalle.

-          ¿Qué quieres? – le pregunté.

Apartó la cara un momento: -tragar.

-          ¡Pues toma! – grité haciendo fuerza, fuera de mi ser.

El delicioso enema blanco y dorado salió con una potencia tremenda hacia la boca abierta de Fran que, incapaz de tragar, hacía ruidos como de gárgaras. Cuando el chorro disminuyó llenó la boca y subió hasta mi posición, derramando sobre mi lengua ansiosa la mezcla. Nos morreamos apasionadamente mientras por el rabillo del ojo veía a Diego grabando todo con su móvil. Pedazo vídeo porno nos habíamos marcado: me iba a pajear muchas veces con él.

Le agarré del pelo y le mordí los labios, demasiado caliente para parar después de semejante fin de fiesta. Le obligué a bajar la cabeza hasta mi polla y le follé la boca con brutalidad hasta explotar en un segundo orgasmo prácticamente seco dentro de él. Bufaba mientras hilos de saliva y bilis encharcaban mi pubis. Cuando acabé de contorsionarme, volví a tirar de Fran, esta vez con suavidad, y le di un beso mucho más romántico.

-Deja eso y únete – le dije a mi pareja.

Diego, sonriendo, añadió su lengua a las nuestras, y saboreamos todos los jugos producidos por nuestros cuerpos.