Trío

Un trío entre chicas y un espectador oculto...

TRÍO.

Eran tres, y las tres estaban buenas. Regresé al gimnasio porque creí haber olvidado las llaves, y me acerqué a los aseos de las chicas atraído por aquellos gemidos. Una gemía muy quedo, suave, en voz baja. Otra emitía sonidos salvajes, casi animales, atronaban. Y la tercera jadeaba, sin más, una respiración fuerte producto de la excitación.

Estaban de pie, dos desnudas; la otra con un tanguita rosa que le sentaba estupendamente. Y se tocaban. No hablaban, sólo producían gemidos enloquecedores, y no paraban ni un segundo de tocarse. Sé que una tenía el pelo muy largo, rubio, y que otra me ofrecía la visión de un culo perfecto, respingón, de nalgas prietas y redondas, tan bonito que lamenté no tener el valor suficiente para entrar allí y meterle la polla hasta el fondo. Aquel culo merecía eso y más

Me agazapé como pude en un recoveco, dispuesto a disfrutar de aquel espectáculo inesperado. Tampoco veía muy bien. El vapor me atontaba, y, si buscaba una posición mejor, ellas se darían cuenta de mi presencia. Intuía muchas cosas, otras ocurrían de verdad, mi mente calenturienta y los deseos de mi pene se atragantaban con aquella explosión de sensaciones. Un dedo entraba en un coñito húmedo, una uña resbalaba por una pierna interminable, dos bocas se buscaban con pasión, y se fundían en un beso eterno. Una mano manoseaba unos pechos pequeños, con pezones oscuros que otros dedos retorcían, unas caderas se mecían al ritmo que marcaba el deseo, y una lengua recorría un pedazo de piel sudorosa que podía ser un abdomen. Qué delicia, era mágico

Y, de repente, el mundo entero se convirtió en una sucesión de deditos con anillos entrando en agujeros de culitos nunca profanados, aullidos de excitación, clítoris vibrantes que pedían a gritos una buena ración de caricias, tetas que se acercaban a bocas ansiosas por comerlas, labios carnosos que lamían cuellos tensos por el deseo.

Y todo se desvaneció. Me hice una paja. Bestial, rápida, desasosegaga. Urgente.

Y mi esperma se estrelló contra el mismo suelo en el que ellas daban y recibían.

Desde aquella tarde, las busco a diario en el gimnasio. Aunque nunca me atrevo a decirle nada a la única a la que soy capaz de reconocer. A la rubita.

Creo que ella sabe que yo sé.