Trilogía de polvos furtivos I
Experiencia morbosa y fugaz con una chica con novio, en el coche, en plenas fiestas universitarias de San Cemento.
Jueves noche en uno de los macrobotellones más famosos y concurridos de las universidades de la capital. Yo había acudido con unos amigos de clase de aquel año, en primero de carrera. Allí al final acabamos juntándonos un grupito bastante grande entre amigos de amigos y gente de otras facultades, entre los que estaba ella. Una morena preciosa de ojos azules bajita y con un cuerpo bien formado de curvas rotundas y espectaculares para derrapar por ellas con los labios, la lengua, las uñas o lo que pudieras.
No habíamos intercambiado ninguna palabra, salvo el saludo al presentarnos nuestro amigo común, y compañero mío, por el que pude averiguar lo poquito que supe de ella aquella noche, básicamente lo que estaba estudiando y que se llamaba Silvia. Pero durante toda la noche hubo miraditas furtivas, y algún que otro roce en las pocas veces que pudimos buscarnos y acercarnos un poco.
Yo no había bebido mucho porque había decidido ir en coche ese año y no quería tener problemas con la policía, ya que, además, me acababa de sacar el carné hacía poco tiempo. Sin embargo, entre todos, se las ingeniaron para acabarse la mezcla, los hielos y parte del alcohol que habíamos reunido.
Tras un movido debate sobre quién iría a comprar más para que no acabara la fiesta tan pronto, mis amigos me convencieron de ir. Pese a que yo, porque no iba a beber más, no quería ir. Pero su argumento de que era el único sobrio y con coche, y el metro estaba cerrado ya a esas alturas de la noche, inclinaron la balanza a favor de esos cabrones, borrachos y egoístas.
Me estaba cagando en mi puta suerte y en mis amigos cuando, pensando en no ir tan aburrido, solté la pregunta de si alguien me acompañaba. Su dulce voz inundó el espacio y acalló todo el ruido de la muchedumbre para mí, aunque usara un tono suave, pero decidido:
—Yo te acompaño, que además tengo que hacer una llamada que aquí hay mucho ruido—y rápidamente se apresuró a emprender la marcha
—Vale pues ven por aquí que tengo el coche a unos 5 minutos—dije mientras me encaminaba veloz en dirección a mi coche para evitar que algún amigo brasas me pudiera joder el acercamiento.
No hablamos mucho en el camino, se notaba que los dos íbamos pensando deprisa en qué hacer y cómo, de manera que cuando les perdimos de vista y, tras girarnos un par de veces para comprobar que nadie nos siguiera o viera, nos fundimos en un beso apasionado y cómplice. No necesitamos de ninguna palabra para saber lo que iba a pasar, estábamos de acuerdo incluso sin mirarnos. Se respiraba en el aire que, ahora compartían nuestras hambrientas bocas.
Estuvimos un rato explorando nuestros cuerpos con las manos y nuestras bocas con la lengua, cuando dije:
—Vamos al coche, que me tienes a punto de reventar el pantalón Silvia—dije mientras llevé su manita a mi paquete.
Ella se rio dulcemente mientras comprobaba, que mi polla, efectivamente, se marcaba durísima en el pantalón. A lo que me miró a los ojos mientras se mordía el labio inferior en un gesto que solo consiguió agravar la tensión de mis pantalones y forzarme a agarrarla del brazo para alcanzar el coche lo antes posible, porque, de no hacerlo, corría el riesgo de que me la follara ahí mismo en la acera.
No tardamos en llegar al coche, aunque me costara caminar por la posición de mi endurecida polla. Caminar que hizo que Silvia se descojonara por lo cómico de mis pasos mientras hacíamos alguna broma sobre ello que, sin duda, relajó mucho la poca tensión que aún quedaba por lo que íbamos a hacer en segundos. Pero echaba de menos esa boca, así que la cogía por la cintura y la senté en el capó de mi coche por la parte de adelante y me entretuve en disfrutar de su boca rincón a rincón.
Empecé a sobras sus tetazas por encima del top amarillo y escotado que llevaba, y ella hizo lo propio con mi paquete, siendo la primera en desabrochar la prenda para sacar mi polla dura como el hierro. Yo procedía a desabrochar su sujetador a la vez que ella admiraba mi rabo en todo su esplendor:
—Joder parece más grande de lo que se te marcaba antes—boquiabierta y realmente sorprendida por el tamaño de aquello que tanto ansiaba.
Cuando iba a sacar sus tetas por el escote me agarró por las muñecas y me instó a parar:
—Tengo novio tío, vamos al coche que aquí nos puede ver cualquiera y no quiero cagarla por un calentón. — Confesó acalorada y visiblemente excitada.
La confesión no me iba a parar, ni mucho menos. De hecho, ni siquiera lo valoré hasta que no estuve conduciendo y, sin duda, solo consiguió sacar lo más cabrón de mi pequeño corazoncito de corneador.
Aún con la polla fuera, abrí el coche y me senté preparándome para conducir a un lugar no muy alejado donde podríamos follar sin miedo a ser descubiertos. Cuando se sentó en el asiento de copiloto arranqué, ni 2 metros llevábamos recorridos y ya tenía mi polla en su mano de nuevo.
Piropeó mis atributos con frases tan halagadoras como “es enorme”, “me encanta” y, mi favorita, “es la más grande que he tocado nunca” que, unido a su forma de reír, risueña y algo alocada por su estado de embriaguez, provocaron que la chica me gustara más a cada momento.
—Mucho más que la del de tu novio, eh. — Dije con la chulería propia del que es halagado de tal forma por la mujer de otro.
—Joder, y tanto. Ya quisiera ese.— Comentó con una excitación más que visible.
—¿La boca la tienes sólo para halagarme y mentir a tu novio? — Pregunté con la más cínica de mis sonrisas.
Estaba mirando a la carretera, pero noté como sonreía, igual de mala, mientras, obediente, agachaba la cabeza para comenzar una mamada sensacional que por poco no provoca que tuviéramos un accidente.
Mi cerebro trataba de buscar el mejor lugar de la zona donde dar rienda suelta a nuestra pasión, mientras su cabeza subía y bajaba a lo largo de mi tronco. Era casi imposible mantener la concentración en la tarea y no abandonarse al placer más puro que me brindaba esa pecadora boca. La idea de parar el coche, incluso en medio de la carretera, cruzó mi cabeza un par de veces en el corto, pero intenso, trayecto.
Finamente, conseguí llevar el coche, no muy rápido, casi acompasado con el ritmo de la suave mamada que me hacía mi copiloto esa noche, hasta una calle muy cercana, pero nada transitada, y en aquel momento casi completamente vacía de coches.
Aparqué fácilmente, sin que Silvia dejara de chupar ni por un momento. Una vez hube apagado el coche, cogí a mi infiel amante del pelo y, de un tirón firme, pero sin provocarle dolor alguno, para separar su boca de mi rabo y poder comérsela como se merecía por el mamadón que me propició durante el viaje. Nos morreamos muy guarramente unos segundos, en los que fue ella quien reaccionó, y me apremió a follarla sin más dilación:
—Vamos a la parte de atrás. Necesito que me folles ya y no podemos estar mucho tiempo sin que sepan de nosotros. —
La decisión con la que contrastaba con la actitud sumisa que pensé que podría tener, me gustó ese cambio porque dejaba ver que realmente era muy zorra y su novio debía ser el más cornudo del barrio. Darme cuenta de esto me hizo ponerme muy perro, y tener más ganas, aún, de reventarla a pollazos.
Salimos rápido del coche para meternos en la parte trasera, donde estaríamos más cómodos. Cada uno salimos por nuestra puerta y entramos rápido y sin decir nada más.
Mis sospechas sobre lo zorra que era se confirmaron cuando, al subir la minifalda que vestía a la pequeña zorrita, encontré algo mucho mejor que el tanguita que esperaba… No llevaba bragas la muy zorra. Y su coño brillaba, empapado, pidiendo guerra.
—Veo que venías preparada para esto, nena. — Comenté divertido y complacido por comprobar la tremenda zorra que tenía entre manos.
—Nunca se sabe cuando se puede conocer a un cabrón que te folle sin pensarlo. — Respondió, ella, con el mismo tono desenfadado de quien, seguramente, era infiel a su novio cada vez que podía.
Un poco de saliva, que nunca sobra, aunque su coño estuviera para entrar a vivir. Y se la metí al primer intento. Con un poco de precaución, porque sé lo que tengo entre las piernas, de no hacerle daño en su coñito. Entró a la primera, a pesar de lo pequeña que es Silvia.
Su coño merecería un capítulo a parte dentro de esta “Trilogía de polvos furtivos” que compartimos Silvia y yo. Es de los mejores coños que deben existir. Sin duda, de lo mejor que he tenido el placer de profanar. Estrechísimo, pero fácil de abrir y amoldar a mi polla, y siempre húmedo, y casi ardiendo. Así se lo hice saber a su dueña en la última de las tres ocasiones en que lo hicimos. Pero no adelantemos acontecimientos y prosigamos con la narración del primer frenético polvo que echamos.
La follaba rápido y duro, una vez comprobé que no sufría con las embestidas fuertes y los pollazos en el fondo de su coño. Una maravilla de niña. Y, aunque la posición en la parte trasera de mi pequeño coche de universitario, junto con lo improvisado de la postura, por el calentón y las ganas con las que nos pillamos, pudimos disfrutar de una follada con mucha pasión y complicidad, para habernos presentado hace escasas dos horas.
El sonido de nuestros cuerpos chocando con las arremetidas a las que sometía a Silvia, y nuestros gemidos y gritos de placer cada vez que rozábamos el cielo del placer carnal, llenaban el pequeño coche, y, probablemente, la vacía calle en la madrugada madrileña.
Silvia empezó a provocarme cada vez más con sus gemidos y gritos de placer, me arañaba la espalda y exigía su ración de leche de las maneras más morbosas y guarras que se podía atrever a decir, pasando de los primeros: “quiero que te corras, cabrón” a los últimos “lléname entera de leche, joder” que gritaba, mientras, irremediablemente y sin reflexión previa, eyaculaba en el apretado coño de la novia infiel que acababa de conocer.
Sólo tuve un pequeño tiempo de descanso en el que no pude, ni siquiera, pensar en que me acababa de correr sin condón dentro de una chica con novio que, por si fuera poco, apenas conocía de nada, antes de que ella se arreglara un poco y me instara a darme prisa por si alguien sospechaba algo.
—Van a saberlo en cuanto te vean, Silvia. —Le dije totalmente relajado, conocedor de que, yo, no había hecho nada malo, y era ella la que estaba en problemas si alguien se daba cuenta.
—No, estarán borrachos y distraídos. Ahora mismo nos limpiamos y recomponemos y pareceremos dos santos. — Con total convicción acalló mis dudas al respecto, aunque eran pocas e irrelevantes para mi bienestar.
—Jamás en mi vida he parecido un santo, pero a lo de que me limpies sí me apunto. —Respondí mientras le ofrecía, con la mano, mi pene, ya flácido, con restos de nuestros fluidos.
Volvió a poner la sonrisa de zorra que puso poco antes y, sin dudar lo más mínimo, se metió mi polla en la boca y estuvo unos segundos recorriéndola con la lengua para dejarla completamente impoluta.
Me subí los pantalones y me dirigí al asiento del conductor, cuando volvió a salir a relucir su vena más cómica:
—Ya me podrías limpiar tú a mí también, guapo. Que estoy de leche tuya hasta las orejas. — Sólo encontró mis carcajadas como respuesta.
— En serio tío, nuca me habían llenado tanto el coño. Me sale a borbotones tu semen, cabrón. Menos mal que tengo clínex. — Concluyó, ya algo más seria, aunque totalmente relajada, sentándose en el asiento que ocupó minutos antes de que folláramos como animales en esa solitaria callejuela.
—Pues entonces no te quejes tanto, nena. Porque, además, sé que repetirías si pudieras, viciosilla mía. —Así lo creía, y se lo dije mientras arrancaba de nuevo el coche.
—Eso te gustaría, machote. —Respondió ella, en parte, imitando mi chulería.
—Claro que repetiría, pero como la niña tiene novio pues me tengo que joder por no poder follarte toda la noche. — Le dije serio, siendo totalmente sincero.
Pese a mi intento de sonar enfadado para picarla ella se rio y terminó por conceder que podría repetirse algún día, siempre que se volvieran a dar las circunstancias propicias, para mi suerte. Le pedí que me llamara cuando dejara a su novio y emprendimos la marcha por las bebidas y la mezcla que nos habían encargado nuestros amigos hacía casi media hora entre risas y bromas sobre lo ocurrido y lo que podría pasar cuando llegáramos. Era especialmente gracioso verla afanarse por vaciar su coño de mi leche con el pañuelo de papel:
—Eso te pasa por salir sin bragas. Siendo tan zorra y vistiendo así cualquier día te veo con leche resbalando por tus muslos por debajo de la falda.— Riéndonos de la situación.
—Uff, calla, calla. Que esa idea me pone un poco cachonda y así no puedo. — Confesó entre risas, dejándome la duda de si era en serio o una broma más. Pues, tratándose de ella, tenía la intuición de que podría ser cualquier opción.
Una vez tuvimos lo que nos pidieron volvimos con nuestros compañeros y amigos, que vitorearon la llegaba de nuevo alcohol con el que regar sus secas gargantas y nos separamos, cada uno hacia sus compañeros más cercanos. Y sin recibir, sorprendentemente, pues pensábamos que se notaría nuestra falta por tanto tiempo, ningún comentario o broma al respecto por parte del grupo.
Aunque, al rato, mi amigo, el que me presentó a Silvia, me preguntó que a dónde habíamos ido a comprar, y cuando le dije dónde, reconoció el sitio y se extrañó de que hubiéramos tardado tanto:
—Es que se me pinchó una rueda— Concedí, en tono jocoso dejando entrever que algo había pasado.
—Otra cosa te has pinchado tú, me da a mí— Respondió con el ingenio que le había otorgado la borrachera que llevaba mi querido compañero.
Ambos estallamos en carcajadas cómplices, sin evitar pensar en cuándo podría volver a disfrutar de mi fugaz amante una vez más. Y lo veía complicado, ya que no intercambiamos números de teléfono ni redes sociales, entre las prisas y el intento de alejamiento que procuramos mantener el resto de la noche, por discreción. Aunque sus leves gestos y miradas hacia mí, y mi intuición, me decían que, todavía, pasarían más cosas entre nosotros.