Trillizos depravados III, Nerdtor

Nerdtor decide entrar al juego y follar también con su tía elena. Entre él y Gigabriel elevan a Elena a nuevas cotas de placer sin que el padre de los trillizos se entere de lo que sucede con su cuñada y amante

Nerdtor

Es muy desgastante vivir fingiendo. Siempre he sido el que escucha, soporta los arranques irracionales de los demás y aconseja cuando es necesario. Nadie ha sabido reconocer mi actitud.

No me he contenido en honor a alguna idiotez como el amor, la unión familiar o la consideración. He aprendido a controlar mis impulsos por comodidad propia.

De pequeños siempre eran Gigabriel y Rockardo los que hacían travesuras y, aun castigados, lo pasaban bien. En estos días he entendido que siempre huí de la diversión y me contuve por evitar el castigo. Mis hermanos son diferentes.

El día que la tía Elena llegó y nos enseñó su cuerpazo semidesnudo, mis hermanos se la ingeniaron para que terminara en un sándwich entre ellos dos. Me quedé al margen del placer. No fue por cobardía, sino por evitarme problemas, es que “en ellos cabe esperar cualquier cosa”, “ellos pueden equivocarse o cometer cualquier idiotez y entra en lo normal”, “a ellos se les disculpa cualquier desliz o error de tacto”.

Nuestro padre espera siempre de mí la mayor obediencia, la mejor actitud, la más elevada respuesta y colaboración absoluta. ¿Qué pensaría el maldito Pawíd de mí si supiera cuánto lo detesto?

Para darnos una idea, el grado de odio que siento por nuestro padre es proporcional a la pena que me produce verlo tan imbécil y fracasado. No se ha dado cuenta de que lo supero en todos los sentidos. Un jodido ex albañil, ex carpintero, ex mecapalero y ex mierda batida no puede competir con todo un intelectual como yo. Sobre todo si el sujeto en cuestión resulta ser un mentecato que tiene empeñada hasta el alma con los créditos bancarios.

Volviendo a la tía Elena, ¡Cuánto la he deseado desde siempre!

Mis primeras pajas fueron dedicadas a ella. De adolescente guardaba las fotos donde aparecía en bikini para pajearme con ellas. Alguna vez hice “desaparecer” un par de bragas sucias de mi tía para deleitarme con su aroma y cascármela a placer.

Y, ahora que soy adulto, pasó lo que tenía que pasar. Llegó la tía Elena, la misma noche folló con Pawíd y Gigabriel, jodido pajillero de mierda, los estuvo mirando por la ventana. Maldito sea, se me adelantó; yo debí estar ahí, espiando lo que la zorra de mi tía y el cerdo de mi padre hacían.

La tarde en que acompañamos a nuestro fracasado padre al ayuntamiento y a comprar un generador el cabrón de Gigabriel se quedó con tía Elena. estoy seguro de que algo sucedió entre ellos; ella sonreía más radiante que nunca y él tenía la expresión del gato que se ha comido al canario. Esa noche ella alcanzó a Pawíd en el casino, estuvieron follando hasta casi el amanecer, pero Gigabriel no se presentó a ver el espectáculo. Me consta porque yo sí miré por la ventana.

Ha pasado una semana desde entonces. Espiando a mi tía y a mi puñetero hermano, he podido descubrirlos cuando se reúnen a escondidas y follan como bestias. A veces lo hacen después del desayuno, en el área infantil. En otras ocasiones se encuentran en las caballerizas antes del ocaso. Un par de veces he visto a Gigabriel entrando en la habitación de la tía Elena un rato antes de que ella asista a su cita con Pawíd; pegando el oído a la puerta he podido escucharla reprimir sus gritos y gemidos. No entiendo cómo no lo ha notado el pendejo de nuestro padre.

Podría descubrirles el juego y joderlos a los dos. Podría hacer que Gigabriel y la tía Elena quedaran enemistados con Pawíd para siempre, pero eso no me beneficiaría mucho. Por primera vez en mi vida quiero demostrar a otros y a mí mismo que soy el muchacho intrépido que se lanza a obtener ventajas. Esto es una guerra filial, y pienso ganarla con todos los ases en mis manos. No es justo que Gigabriel sea el único que se divierta y el único de los tres que ya sabe lo que se siente follar. No es justo que Pawíd sea el único con derecho a cogerse a la tía Elena, no es justo que yo siga siendo casto por culpa de las prohibiciones e ideas decimonónicas de nuestro padre. Y no es justo que, habiéndola deseado desde siempre, me toque ver que la tía Elena se divierte de lo lindo con Gigabriel y con mi padre.

Estoy terminando de colocar la duela del más alejado de los chalets. El pendejo Pawíd y el mierdero Rockardo han ido a un rancho cercano, a gestionar la adquisición de algunos caballos para pasear a los turistas. Escucho risas en el lado que da al prado. Sé de lo que se trata, corro a la ventana para espiar.

Ahí están la tía Elena y mi hermano Gigabriel. Ella luce un vestido con flores estampadas, de esos que se desabotonan de arriba a abajo. Él solo lleva botas y unos vaqueros; presume de un cuerpo que es una copia del mío. La desnuda sin prisas, contempla su figura y se pone de espaldas a mí, ocultándome el espectáculo. Se morrean durante un buen rato; me frustra estar viendo la espalda de mi hermano cuando quisiera ver a mi tía en pelota picada. Ella se tiende sobre la hierba, él se desviste y la monta. Desde mi posición solo distingo el trasero de mi hermano que sube y baja al compás de la follada que le da a nuestra tía.

Frustrante, pero no irremediable. Hay dos fantasías de venganza en mi vida. Quisiera causarle a Pawíd el mayor daño posible sin perjudicarme, por el gusto de pisotearlo y  hacerle ver que soy mejor que él. La otra es darle una lección a Gigabriel y demostrarle que puedo ser mucho más intrépido que él. Esta segunda fantasía puedo cumplirla hoy mismo y sacar provecho en el proceso.

Dejo de mirar a los amantes incestuosos y recojo mis herramientas y elementos. He terminado mi trabajo de hoy, en cambio Gigabriel tiene bastantes tareas pendientes. Me deslizo a la casa y, sin ser visto, me cuelo en mi habitación. Me baño a consciencia. Mi verga está durísima, me la meneo unas cuantas veces sin consolidar la paja en forma, solo es un anticipo para lo que vendrá.

Salgo de la ducha, me seco y me visto con un boxer. Me sonrío ante el espejo; mi vida ha sido una historia de reflejos. He tenido que vivir con dos copias imperfectas de mi nada humilde persona, me he convertido en el ilustre personaje cuyo reflejo admiró mi padre incluso desde antes de engendrarme y quiero tirarme a la tía Elena, reflejo exacto de la puta que me parió.

Salgo al pasillo. Pego el oído a la puerta de la tía Elena. Se escucha el rumor de la ducha y su voz, canturreando por lo bajo.

Corro a la cocina y me hago con las llaves de todas las habitaciones. Mi verga se marca a la perfección bajo el boxer, me la sobo un par de veces. Vuelvo a la puerta de nuestra tía, el sonido del agua ha cesado. Con la llave abro la puerta y me meto sin anunciarme.

La puerta de su baño está abierta. Ella se peina frente al espejo, una toalla envuelve su cuerpo desde las tetas a las corvas. Sonríe a mi reflejo cuando me le acerco. Sin preámbulos me quito el boxer y le muestro mi verga en todo su esplendor.

—No te esperaba —dice con cachondería.

—No, imagino que no —¡Desde luego que no, joder!—. Vine porque quiero follarte.

Dicho esto la abrazo por detrás y le quito la toalla. Contemplo su cuerpo en ambos planos a la vez, de frente mediante el espejo y por detrás en perspectiva directa. Me relamo los labios al acariciar su magnífico culazo. Le separo las piernas e introduzco una mano entre sus muslos para acariciar su coño desde atrás y recorrer con mis dedos toda la extensión de su rajada. Mi tía gime con lujuria. Me da un morbo tremendo que me haya confundido con Gigabriel.

De su coño escurren flujos lubricantes que mojan mi mano, pongo mi verga entre sus nalgas cuando la abrazo por detrás. Con una mano estimulo su clítoris y con la otra magreo sus tetazas. Ella vuelve la cabeza y busca mi boca con ganas. Nuestro beso es intenso.

Segundos después me separo de mi tía y la inclino en ángulo de noventa grados. Sus tetas quedan contenidas en el lavamanos, sus piernas están bien separadas y sus orificios aparecen a mi disposición. Su expresión a través del reflejo es de lujuria total. También yo tengo una cara de vicio irreconocible. ¿El morbo nos transforma en bestias o saca a la luz nuestra verdadera naturaleza animal?

Me arrodillo ante su grupa. Con mis manos exploro con detenimiento las perfectas nalgas de la hermana gemela de mi madre. Su piel es blanca, suave y tibia, no puedo evitar besar esos glúteos. Respinga cuando muerdo una de sus nalgas y succiono para dejarle un chupetón bien marcado. Me importa una mierda lo que pueda pensar o preguntar el imbécil de mi padre cuando lo vea. Con mi índice de la mano derecha acaricio su clítoris mientras que con el índice y pulgar de la izquierda separo sus nalgas para mirar su orificio anal. Sepulto la cabeza entre sus muslos y, desde atrás, lamo sus labios vaginales.

Ella grita sorprendida, estoy provocándole nuevas sensaciones. Mi dedo en su clítoris gira y estimula, encharcado por sus flujos. mi nariz acaricia su perineo y mi lengua lame su entrada vaginal en un movimiento de asentimiento de cabeza que no me cuesta ningún esfuerzo. Ella lanza las caderas hacia atrás en repetidos movimientos reflejos, pronto sus gemidos y el chapoteo de mi rostro en sus genitales incrementan en intensidad y volumen.

—¡Me corro, sigue, no te detengas! —exclama entre jadeos.

No puedo responderle, pero me maravillo por el delicioso aluvión de líquidos que salen de su coño cuando le viene el orgasmo. Sin darle tiempo a que se recupere me incorporo detrás de ella. Separo bien sus piernas y dirijo mi verga a su entrada vaginal.

Penetro despacio, disfruto cada centímetro de la funda pasional que envuelve (por primera vez en mi vida) mi rígida herramienta. En mi boca tengo aún su sabor de hembra en celo, cuando mi glande golpea con el fondo de su coño me apodero de sus tetazas para tener un candente soporte para la monta.

Entro y salgo de su coño con energía, mi abdomen se estrella una y otra vez contra sus nalgas. Los impactos de nuestros cuerpos resuenan en las paredes del cuarto de baño, mi tía sostiene la jodienda con una mano sobre el espejo mientras con la otra se estimula el clítoris. Mis embestidas son poderosas, cada vez que llego al fondo de su coño sus pies se separan del suelo y su cuerpo queda detenido de mi verga. ¡Da gloria ver nuestros reflejos!

La cara de tía Elena se contrae en un rictus de lujuria que me hace evocar la fiereza de las valkirias cuando la fuerza centrífuga del morbo la catapulta en una larguísima cadena de orgasmos múltiples. Las paredes de su vagina aprietan de maneras muy estudiadas la longitud de mi ariete y esto me produce placeres inenarrables.

Desciende de sus orgasmos e intensifico mis arremetidas. Es como si quisiera incrustarla en el espejo, como si deseara fusionarla con el ente lujurioso que veo reflejado ahí. Es como si estuviera follando con la maldita puta arpía que me parió, copia genética de la zorra que está recibiendo las poderosas embestidas de mi verga.

Vuelve a ascender en la montaña rusa del multiorgasmo, es ahora cuando decido descargar mi simiente en lo más profundo de sus entrañas. Nuestros cuerpos, nuestros fluidos, nuestras temperaturas, alientos y gemidos se unen en un solo momento de placer explosivo e implosivo. Gritamos, jadeamos, aullamos apasionados.

Es la primera vez que tengo la oportunidad de follar. Estoy orgulloso de los resultados, pero esta misma intensidad pasional ratifica mi decisión; tengo que joder a Pawíd, sin estruirlo para que se retuerza en su sufrimiento y sin que yo resulte perjudicado. Maldigo su mojigatería y su control permanente, porque YO debí ser el primero de los trillizos en follar y nunca he tenidop permiso de tener una novia.

—Mamá, ponte en cuatro, quiero seguir follándote hasta que llores lágrimas de semen.

Sí, la he llamado “mamá”, de pequeño a veces lo decía así. Ella parece no notar la pista que le estoy dando sobre mi identidad, eso me da más morbo todavía.

Saco mi verga de su coño. El reguero de líquidos que bajan de su entrepierna es demencial, se ha corrido en orgasmos húmedos e intensos. Sonrío con suficiencia al caer en cuenta de que esas corridas debían haber sido para el imbécil de mi padre y yo se las he robado. Pobre idiota, hasta en el arte de complacer y conservar a una mujer ha fracasado.

Tía Elena estira la toalla en el suelo y se acomoda en cuatro patas, dobla los codos y acuna la cabeza en sus antebrazos para ofrecerme su trasero en toda su gloria. El ángulo de tiro es perfecto para el ataque frontal o de retaguardia. Me acomodo detrás de ella y con una mano separo sus nalgas para acceder a su ano. Lamo con delirio los pliegues de su entrada posterior, ella jadea estremecida. Con la mano libre recojo fluidos de los que corren entre sus muslos, en un movimiento ascendente que lleva mis dedos a su clítoris inflamado. Después de un rato de lamidas y estimulación vaginal lubrico su ano con los flujos y le deslizo un dedo adentro sin demasiados problemas. Ella levanta un poco la cabeza y boquea, yo realizo una estimulación digital profunda.

De rodillas tras mi tía le acomodo el glande entre los labios vaginales y la penetro de una sola estocada, sin sacar mi dedo de su ano. Grita al sentirse empalada, me alegra que no haya nadie en casa.

Bombeo con intensidad, alterno los movimientos de mi pelvis con los de mi dedo en su culo. Mi tía grita en rápidas sucesiones. Nuevos orgasmos la sacuden de norte a sur. Espero a que decrezca la intensidad de sus clímax para retirar mi verga de su coño y apoyar el glande en su culo.

—Sí, dame por atrás —exige—. Hazlo con cuidado, pero no te detengas. Tu papá me lo estrenó hace poco, pero no lo he probado contigo, sé delicado…

Me alegra robar esta primera sodomización. Mi verga está bastante lubricada y la cabeza se desliza sin problemas en la entrada del culo de la gemela de mi madre. Es como encular a la jodida bruja que me parió. Empujo con cuidado para no lastimarla, pero sin detenerme para no perder el estilo. Cuando mis cojones llegan a tocar su coño siento que podría morir habiendo cumplido muchas de las más altas expectativas de mi vida.

Espero hasta que ella misma mueve las caderas de adelante a atrás, la acompaño en el vaivén. Cuando mi verga se incrusta mi tía la aprieta de una forma y cuando se aleja la aprieta de otra distinta. En alguna parte leí que no es conveniente estrenarse en el sexo con una amante que sepa apretar los músculos de su vagina o controlar los de su ano, porque el novicio se hará una idea bastante elevada de lo que puede ser el sexo y pocas mujeres podrán complacerlo. De ser así, ya me jodí, porque de ahora en adelante solo querré follar con aquellas que puedan brindarme las sensaciones que me proporciona mi tía Elena.

Ella jadea. A cada embate mío responde con un movimiento de caderas en busca de la penetración más profunda. Yergue la mitad de su cuerpo sobre los brazos estirados y arquea la espalda cuando la descarga orgásmica la atraviesa. Se corre en oleadas que solo puedo imaginar como apoteósicas.

—¡Eres una puta, no sabía que también te lo montaras con el pendejo de Nerdtor! —exclama Gigabriel desde la puerta del baño.

—¡Hola, hermanito, ¿cómo te va? —saludo sin dejar de fornicar el ano de nuestra tía.

Ella se ha sorprendido por la llegada de mi hermano, pero sus caderas no dejan de responder a mis embates.

—¡Esto no se va a quedar así! —exclama Gigabriel.

Se pone de pie a nuestro lado y desabrocha sus vaqueros. Ya desnudo se arrodilla delante de la cara de nuestra tía Elena.

—¡Mámamela, puta barata, si te gusta la verga aquí tienes una!

—¡Nunca lo he hecho con dos! —responde ella—. ¡Ah! ¡Oh! ¡Me corro otra vez!

El nuevo orgasmo hace que nuestra tía abra mucho la boca. Gigabriel le introduce su verga erecta hasta la garganta y retiene su cabeza para evitar que escape.

—¡Pinche Nerdtor cabrón! —exclama mi hermano cuando nuestra tía termina de correrse—. ¿Cómo vamos a arreglar esto?

Por toda respuesta me agacho y atrapo las tetazas de tía Elena entre mis manos. La hago sacarse la verga de Gigabriel de la boca y ponerse de rodillas ante él, sin desalojar su apretado culo.

—Si pusieras a funcionar las dos únicas neuronas que tienes, entenderías que aquí tenemos mucha mujer para los dos. Yo veo que tiene dos agujeros abajo y todavía le queda la boca para mamar o gemir.

—¡Esto es demasiado! —exclama nuestra tía—. ¡Ustedes están locos!

—¡Locos por follarte! —grita Gigabriel y busca acomodarse debajo del cuerpo de nuestra tía.

La colocamos sobre él, con la entrada vaginal a milímetros de su glande.

—¡Va por las veces que te he visto follar con Pawíd! —exclama mi hermano.

Le introduce la verga en el coño. Mi semen y los flujos vaginales de ella hacen que se deslice sin problemas. A través de su perineo siento el progresivo abultamiento de su canal vaginal y el roce con la polla de mi hermano.

—¡Y esto es por haber follado con Gigabriel y no invitarme! —exclamo mientras reinicio mis penetraciones.

Nuestra tía intenta resistirse, pero la tenemos dominada, la batalla se está librando en dos frentes al mismo tiempo y su única opción es gozarla. Enseguida mi hermano y yo marcamos un ritmo sincronizado. Cuando uno penetra a fondo el otro retira la mitad de su verga del orificio que está ocupando. A cada embate de cualquiera de las dos pollas nuestra tía gime y berrea. Aceleramos nuestras embestidas para hacerla correr; cuando sus orgasmos encadenados la atraviesan empapa los cojones de Gigabriel con nuevas emisiones de flujos.

—¿Qué diría el pendejo de Pawíd si nos viera follando con su incestuosa amante? —pregunto a Gigabriel para añadir morbo a la jodienda.

—¡Se cabrea, eso seguro!

—No —rebato mientras pistoneo el culo de nuestra tía a todo poder—. Seguro nos prepara una de sus cenas especiales, para que no nos desnutramos.

—¡Por… favor! —solicita tía Elena—. ¡No… no se burlen de su padre! ¡Ah! ¡Sí! ¡Oh!

Tía Elena sigue corriéndose. La hemos pervertido y ahora disfruta follando con nosotros. Cuando termina su nueva cadena multiorgásmica reanuda la siguiente, ya es una muñeca entre nuestros cuerpos, nuestro ritmo copulatorio la sobrepasa y solo tiene fuerzas para gemir, sollozar de gusto y correrse.

—¡Me vengo! —grita Gigabriel—. ¡Tía Elena, me corro dentro de ti!

—¡Sí, dentro, dámelo todo!

No puedo quedarme atrás, ellos se están corriendo y veo llegado mi momento.

—¡Fuego a discreción! —grito apasionado mientras penetro hasta el fondo del ano de mi tía y disparo ráfagas de semen a sus intestinos.

He disfrutado mucho con el sexo, jamás creí que fuera tan delicioso. El nivel de gozo que he alcanzado es proporcional a la cantidad de rencor que siento por mi padre. Él me ha impedido tener novia y disfrutar de esto. Sé que debo vengarme, eso lo puedo firmar con mi propio semen y con los jugos vaginales de mi tía Elena.

Continuará

Comentario del autor

“Trillizos depravados” fue uno de los primeros relatos que publiqué en TR. Presenté la historia completa, abarcando un estimado de noventa minutos. Supongo que el hecho de entregar un documento tan extenso deslució los méritos de la obra, ya que hubo varias quejas por sus dimensiones.

He dividido la historia en cinco capítulos, cada uno de ellos narrado desde el punto de vista de un personaje distinto.

Para mí es un logro crear personajes que muestran emociones tales como rencor, ira o crueldad. Mi condición de Asperger me impide conocer de primera mano estos sentimientos y, en este caso, “navego a ciegas”. Me planteé el reto y este es el resultado.