Trigonometría

Senos, cosenos y tangentes.

Hace algún tiempo, cuando me fui a vivir sola, le di un repaso a todas las fotos que tengo, en especial a las de algunas antiguas "amigas". Estaba mi primer amor, la primera que me besó, la primera a la que besé, la primera con la que me acosté. No es que fueran muchas, pero fueron intensas. Una de esas me sorprendió, no la recordaba: era mi impúdica primera novia con su amiga, las dos mujeres que marcaron un antes y un después en mi vida.

Cuando tienes 18 años tu cuerpo pide guerra a todas horas, y más si tienes una pareja en la misma situación que tú, que quiere lo mismo. La parte bonita de los comienzos de las relaciones adolescentes

Un día estábamos las dos dándolo todo en las escaleras de su casa, siempre sentimos un morbo especial al hacerlo allí y cuando estábamos en lo mejor del asunto, se separa y me dice que teníamos que ir a casa de su amiga, que estaba sola y habían quedado. Con todo el autocontrol que pude, le dije que si.

Allá nos fuimos las dos, haciendo todo lo posible por calentarnos mutuamente como castigo a lo que habíamos dejado a medias. Aprovechábamos cualquier portal para entrar y meternos mano hasta hacernos sudar, y, con este modo tan peculiar de pasear por las calles de una ciudad de Lugo totalmente húmedas (como nosotras), arribamos a la casa de la tercera en discordia.

Nada mas abrirnos la puerta, recibí los dos besos de cortesía "tipical spanish" mientras que mi "comprometida" recibía un algo mas que afectuoso beso en los morros, hecho que no me sorprendió en absoluto, teniendo en cuenta que era una de sus mejores amigas. Lo que si me resultó extraño fue que no pasamos a la sala, donde se supone que tendríamos la velada de tarde, si no que me vi "obligada" a seguirlas hasta el cuarto de nuestra anfitriona.

Una vez allí me invitaron a sentarme en la cama, mientras me convertía en espectadora pasiva de una conversación que me dejó atónita: "Habéis tardado en llegar, pensé que no vendríais. ¿Ya se lo has dicho?" "No, quería que fuera una sorpresa. A demás, no creo que se pueda negar en nuestro estado".

No sabía muy bien que capítulo del cuento me había perdido, pero mi calenturienta mente de adolescente estaba pasada de revoluciones pensando en lo que estaba oyendo y hasta donde íbamos a llegar ante tal situación en la que mi persona era parte, pero no juez.

Ambas me sonrieron divertidas, mi cara debía ser toda una oda a la perplejidad, y, con ese arte de seducción que tienen las mujeres cuando se sienten excitadas, me dedicaron un beso apasionado y sexual, en donde vi claramente la intención de todo el despliegue preliminar de mi pareja.

Sentada en la cama viendo como esas dos hembras se prodigaban toda clase de arrumacos, caricias y demás, mi cabeza no podía hacer nada mas que observar y esperar impaciente, al menos, una breve explicación de lo que allí estaba pasando. Estaba totalmente inmóvil, ante la imagen de esos dos cuerpos que cada vez tenían menos ropa y que me lanzaban miradas con una mezcla de aprobación y pasión que hacían que mi fijeza se volviese mas acentuada.

Cuando, como única prenda sobre su piel estaba su propio sudor, se acercaron a mi sin mediar palabra y, mientras la tercera me regalaba un beso francés increíble, mi amante diaria susurraba en mi oído: "Este es el regalo en nuestro primer mes juntas, espero que te guste y que decidas quedarte a la fiesta", al mismo tiempo que mordisqueaba suavemente mi cuello e iba quitándome la ropa. Pero las de ésta no eran las únicas manos que navegaban por mi cuerpo, no, había otro par de manos que también lo hacían.

Con las hormonas disparadas, ¿se puede estar más cerca del cielo que la ingenua de mí en ese momento?. No, no se puede.

Una vez desnudas las tres, mi atontamiento inicial dio paso a la locura y al descaro que me caracteriza en según que momentos. Tener para y ante mí a dos mujeres sin paños es más de lo que podía soñar. No pensé en ningún momento que era lo que se supone que tenía que hacer, simplemente lo hacía.

No se como explicar claramente los primeros instantes de aquella pequeña orgía, era confuso. Todo eran piernas, brazos, manos, cabezas, labios, pies, rodillas, vellos, codos, senos, cosenos, tangentes y tres adolescentes en plena efervescencia de hormonas. Era imposible saber a quien correspondía la parte que estaba succionando con pasión desbordada, así como tampoco sabía a quien correspondía esa parte indefinida de un cuerpo que estaba haciendo las delicias del mío propio. Era tal la cantidad de sensaciones que estábamos experimentando que, en un momento de sensatez, decidimos imponernos un orden para saber quien era quien.

Cruzaron una mirada cómplice y luego me crucificaron a mí tumbándose una al lado de la otra boca arriba entre sonrisas maliciosas y lascivas, ambas llamándome, como si de una perrita se tratase, para lamer sus heridas. Obediente y servicial atendí como la mejor entendida en tríos a mis dos damas. En ese momento di gracias a la virgen del puño cerrado por haberme bendecido con el don de ser ambidextra.

A medida que me iba acercando a cuatro patas, mis majas desnudas particulares tomaron la postura del cuadro de Goya, cuerpo contra cuerpo, comiéndose las bocas y actuando como los niños cuando tocan todo lo que está prohibido, mientras yo hacía de mis manos los experimentados movimientos del director de la orquesta filarmónica mas famosa del mundo. Las dos suspiraban profundamente, las dos gemían ante cada uno de los envites de mis falanges, las dos se besaban, las dos compartían sudores, las dos se tocaban, mordían, arañaban y yo miraba con todo el ardor y actuaba en consecuencia de lo que mis globos oculares transmitían a mi saturado cerebro.

Ahora, una sobre la otra, como si las manos no fueran lo suficientemente grandes para abarcar toda la extensión de ambas, dejaron para mi deleite la escena más sexual inimaginable. Como pude, como supe, como una ilusión pasada me había enseñado, comí todo ese manjar, relamiendo cada uno de sus sabores como una catadora doctorada en tales gestas, pasando mi lengua por todos y cada uno de los rincones escondidos de las morenas que estaban ante mí.

La primera en caer en las redes de la delicia fue nuestra anfitriona, incapaz de aguantar más la espera del placer todopoderoso que solo las mujeres podemos sentir. Luego fue mi pequeña ninfómana, la chica sexual por naturaleza, la fémina que me sacaba el sueño para luego dármelo según su criterio. Cayó entre mis brazos, la quería para mí en ese momento. Quería acabar con el suplicio del aguardo.

Con mi cuerpo sobre el suyo y mi mano perdida en sus infinitas intimidades hice que el paraíso pareciera una pequeña charca en comparación con el océano de sensaciones que la inundó por completo. Clavó sus uñas en mi espalda dejándome ocho surcos rojos, me aprisionó entre sus piernas como si quisiera meterme dentro siguiendo el camino de mi mano, gritó en mi oído, cerró los ojos y me besó desesperadamente.

Yo estaba realmente agotada, mis músculos no respondían, necesitaba recuperarme un poco. A mi derecha estaba mi chica, morena, ojos verdes, pechos inmensos y cuerpo proporcionado y atlético. A mi izquierda estaba su amiga, castaña clara, ojos oscuros, pechos pequeños y caderas enormes. Cerré los ojos regocijándome en mi suerte cuando sentí cuatro manos sobre mi, una en cada pecho y dos en mi pubis. También sentí dos lenguas en mi cara, turnándose para entrar en mi boca. Una se escapó hacia mis pectorales al mismo tiempo que gemí con fuerza al notar unos dedos entrando en mí mientras mi clítoris era masajeado por la otra mano intrusa de mis intimidades.

Era delicioso sentir todo eso, saber que dos chicas te están causando tal destrozo positivo en tu cuerpo. Uno de los cuerpos se deslizó hacia abajo para comerme, como el lobo a caperucita, mientras el otro se puso sobre mi cara, besándome con la boca que no tiene lengua, haciendo movimientos y emitiendo ruiditos que solo alguien en esa situación podría entender. No pude aguantar mucho. Todas las emociones de la tarde se agolparon en mi cabeza y mientras iban pasando una por una, llegué al orgasmo más agotador de toda mi vida.

Volví a dejar la foto en su sitio y me sonreí.

(A la otra "P": Gracias de nuevo por el título)