Tribulaciones de un ciudadano normal. Introducción
Un preámbulo con pretensiones de relato. Quizá resulte extenso, pero pienso que es necesario para ir entendiendo toda la historia.
Nota: Debo decir que he cambiado los nombres, las edades y modificado ligeramente las ocupaciones y algunas situaciones de la mayoría de las personas que aparecen en mi relato.
Puesta en situación.
Un preámbulo con pretensiones de relato. Quizá resulte extenso, pero pienso que es necesario para ir entendiendo toda la historia.
- Un año aciago, pero no el peor. Y tardé en darme cuenta, tan metido estaba en mi trabajo que no vivía para otra cosa.
Yo soy, mejor dicho, era propietario de una empresa constructora y promotora que había heredado de mi padre, fallecido cuando estaba a punto de jubilarse, y me iba muy bien. De repente en el año de marras, empecé a tener problemas con los permisos de obras, se retrasaban mucho o simplemente no se me concedían, los proveedores me servían tarde y mal. Mario, el abogado de la empresa y el mío personal y mi amigo desde el instituto me decía que el horizonte era incierto porque corría el rumor de que la empresa iba mal, que tenía problemas para hacer los pagos a proveedores y empleados, lo que no era cierto en esos momentos, y que, además, el que yo anduviera presumiendo públicamente de que nunca había dado un euro a político o funcionario para conseguir algo, no me ayudaba mucho, ya que era insinuar que otros si lo hacían y, peor aún, que funcionarios y políticos lo aceptaban. Me puse furioso y le pregunté que cómo no había averiguado de donde partían esos rumores y me dijo que estaba en ello.
La cosa fue de mal en peor y, para colmo de males, la relación con mi mujer, ya mala, se deterioraba por momentos. Los amigos se iban evaporando en la misma medida y velocidad que mi negocio y solo mi mujer parecía rejuvenecer al ritmo que yo me hundía. Pero nada va tan mal que no pueda empeorar.
En 2008, la situación de la empresa y la mía personal en mi casa me tenían sumido en un estado de ansiedad de la que no me veía con fuerzas para salir. Lo había dejado todo, prácticamente, en manos de Mario. Apenas dormía, me alimentaba poco y mal y bebía, bebía mucho. Y entonces Lisbeth, mi mujer, (en realidad se llamaba Hortensia, pero alguien le dijo alguna vez que se parecía a la actriz que protagonizaba la saga Millennium y se cambió el nombre, Hortensia por Lisbeth, incluso se tatuó un gran dragón en la espalda (aunque estoy bastante seguro que eso solo lo hizo porque sabía que yo odiaba los grandes tatuajes), bueno, pues como decía, entonces Hortensia, o Lisbeth, me pidió el divorcio. Me dio exactamente igual, lo dejé en manos de Mario y seguí hundiéndome. Para cuando quise darme cuenta, lo había perdido absolutamente todo, todo menos un pequeño apartamento que mi ya ex mujer tuvo a bien dejarme porque no quería que la gente supiera que andaba tirado por la calle porque iría mal para su nueva carrera empresarial como dueña de mi antigua constructora, y algo de dinero en una cuenta que, ignoro la razón, les debió pasar desapercibida a ella y a su abogado.
A punto de sumirme en una profunda depresión, recibí una visita inesperada. Era Herminia, la señora que diariamente venía a nuestra casa para mantenerla decentemente limpia y cuidada y a la que Hortensia (la llamo por su antiguo nombre porque sé que lo odia) trataba con el mayor de los desprecios. Herminia es una mujer sencilla y más bien tímida que siempre me trataba con muchísimo respeto, no era muy alta, yo calculaba que unos 168 cm, un bonito cuerpo y una cara aún más bonita. tenía también un pelo, cortado hasta el final de la nuca, de un negro tan negro que tenía reflejos azulados. Era extranjera, de algún país de América del Sur, que en ese momento yo no recordaba. Había venido para hablarme de algo, pero que no sabía por dónde empezar, para prevenirme, y le dolía decirlo, de que todo lo que me había pasado había estado meticulosamente calculado y llevado a la práctica por Hortensia, su abogado... y Mario, mi abogado y amigo desde el Instituto. El desprecio que Hortensia sentía por Herminia, por lo que parece, contagiaba a los dos abogados y convertía a Herminia en invisible hasta el punto de que no se privaban de hablar cuando ella estaba en la casa, mi antigua casa. Por ella supe que Hortensia y Mario eran amantes, que ya no se escondían y que se lo pasaban en grande riéndose de cómo se la habían jugado al pardillo de Javier, que soy yo. Le pregunté si sabía algo de todo esto, de la preparación de estas maniobras antes de las llevaran a cabo y me dijo que no, al parecer todo se coció en el despacho del abogado de Hortensia.
La rabia y furia que sentí se llevó mi estado depresivo como barrido por un huracán, en ese momento los hubiese matado a los tres de haberlos tenido delante, pero de repente me invadió una gran frialdad mental y empecé a planear mi venganza que, decidí, habría de ser lenta y muy muy dolorosa.
Herminia también se ofreció a echarme una mano en el apartamento y ayudarme en cualquier cosa que pudiera necesitar, le hice ver que el apartamento era muy pequeño y que el estado de abandono que percibía iba a cambiar radicalmente, lo mismo que mi vida. No sabía yo cuan grande llegaría a ser ese cambio. Ella me había confesado su intención de abandonar la casa de Hortensia en cuanto le fuese posible, pero le pedí que si me quería ayudar se mantuviera por un tiempo, que yo intentaría fuese lo más corto posible, y que le ayudaría a encontrar otro trabajo, con el fin de mantenerme informado de todo lo que conmigo se relacionara y se hablara. Le prometí que si mejoraba mí situación le pediría, le rogaría, que trabajara para mí. Aceptó, con un brillo especial en los ojos. Imaginé que ella también soñaba relamerse con una venganza. Luego supe que había algo más. A punto de marcharse le dije que en realidad lo que yo necesitaba es que me mantuviera informado sobre cualquier tema o proyecto que quisieran iniciar y que ella considerara importante, pero sin arriesgarse a que llegaran a sospechar de ella. Casi en la puerta, titubeó, volvió sobre sus pasos y me dio dos besos al tiempo que apretaba mis brazos con lo que yo interpreté como un gesto de ánimo, aunque se prolongó un poco más de lo normal, pero mi cabeza estaba en otro sitio y ya empezaba a esbozar un plan.
2009.-
Hubo otras dos personas que no me abandonaron, Joan Ximelis y Marcelo Arbona, el primero es un pariente lejano de Hortensia con la que, ¡oh, sorpresa! no se llevaba muy bien. tiene una empresa de transportes dividida en dos secciones: camiones, que es la original, y autobuses, que fue una ampliación del negocio, ambas le funcionaban bien y yo me había servido de la primera. Arbona era propietario de una inmobiliaria bastante importante. Ambos me habían llamado repetidas veces ofreciéndome ayuda y trabajo y yo había declinado el ofrecimiento de los dos e incluso había dejado de contestar sus llamadas, pero ahora iba a necesitar toda la ayuda posible.
Al final me dejé convencer por Arbona porque me confesó que se encontraba enfermo y falto de fuerzas para llevar el solo la empresa, decidimos que dedicaría un tiempo a la gestión y, de momento, más tiempo a la venta de inmuebles. A Ximelis, después de las explicaciones oportuna, le dije que necesitaría su ayuda más adelante, sobre todo en lo referente a sus contactos, pues trabajaba mucho para la administración.
Arbona me vio tan hecho polvo que me pidió por favor que me tomara un tiempo antes de ponerme a trabajar, para recuperarme. Estuve de acuerdo con él y con el fin de poner orden en mi vida y recobrar paz y salud, me retiré al pueblo donde nacieron mis padres, a casa de mi hermana, que me recibiría con los brazos abiertos.
Y aquí empezó mi nueva vida dejando atrás una parte importante de mis 38 años.
Era el verano de 2009