Tribulaciones de un ciudadano normal 9

Una pequeña crisis con Herminia y me tuve que decidir a que las cosas quedaran medianamente claras. Hortensia quiere entrevistarse conmigo en su terreno. Mi escaramuza demostró tener algunos puntos débiles pero el plan sigue por buen camino. El final del mismo cada vez más cerca.

9.- Je t’aime… moi non plus, Hortensia, moi no plus.

Las cosas se iban acelerando. Apenas un par de días después recibí la llamada de MG

  • Hola, esperaba tu llamada.

  • Lo imagino. Bueno, al grano. He estado estudiando los documentos y las posibles consecuencias así como las distintas soluciones y creo que las he hallado, pero no las voy a exponer por teléfono. Creo que deberíamos vernos en algún lugar neutral y lejos de los posibles ojos que pudieran vernos juntos, y ahí van incluidos algunos antiguos empleados tuyos que ahora colaboran gustosos con Mario.

Quedamos vernos en Madrid, en un hotel para ejecutivos cerca de la Feria de Madrid. Solicitamos una sala de reuniones y nos pusimos a trabajar.

  • Bueno, ¿que has visto en esos papeles?

  • Que me están haciendo la cama. Pero de eso me encargo yo. Pero de lo tuyo… Creo que si es verdad, como se deduce de los vídeos que me pasó FH, que confían en que firmarás sin mirar, lo tendremos fácil. Lo primordial es que no lleguen a sospechar que tu y yo estamos del mismo lado. Por cierto, nunca tuve nada que ver con la operación con la que te lo quitaron todo. Sólo me ocupé del divorcio. Me dejaron al margen de las capitulaciones.

  • Eso ahora me da igual. ¿Como has pensado que debemos actuar?

  • De la manera más sencilla posible. El documento que te presentarán, o sea, el que tú conoces, ya está firmado por Lisbeth o Hortensia y ella ya no se va a preocupar más, es un documento con mucha palabrería legal con la única intención de embarullarlo todo, pero solo hay una página y media realmente importantes y son esas las que tenemos que cambiar y será fácil. Hortensia me llamará, primero habrá hablado contigo e incluso habréis tenido una reunión en la que te ofrecerá la moto que te quiere vender, el como llevéis esa reunión carece de importancia. Hortensia, como digo, me llamará para entregarme este documento y mi trabajo consistirá en cambiar esas páginas por otras con los cambios pertinentes, cosa que Mario no notará porque no lo verá hasta que todo haya concluido, y en caso de que le diera por leer, se callará para no quedar al descubierto y tendremos una explicación para darle. El documento actual, como sabes te compromete a entregar una sustanciosa cantidad de dinero para entrar en la sociedad, pero no te otorga ningún poder de decisión, el que realmente se firmará, te permitirá recuperar las empresas que perdiste con el divorcio, y con lo que, insisto, tuve poco que ver. Lo que quieras pagar por ellas, es cosa tuya, pero debe ir reflejado en el documento.

  • ¿Que pasará con los otros documentos, con los que te vinculan con el fraude?

  • De eso ya me estoy ocupando. Tenemos los documentos reales y los manipulados. Es evidente que Mario tiene un cómplice en Contabilidad y es evidente también quién puede ser ese cómplice. Solo tenemos que investigar el estado de sus cuentas, movimientos y demás.

  • De eso me encargo yo, conozco a la persona adecuada para hacerlo.

  • Hay toda una serie de detalles legales, fiscales, etc, que iremos afinando FH y yo. Él te irá informando. Conviene que nosotros no volvamos a vernos, mejor no tentar la suerte.

Ahora solo quedaba esperar que ellos hicieran el siguiente movimiento.

Apenas dos semanas después me llamó Hortensia, toda melosa, diciéndome que deberíamos vernos, ya que tenía una propuesta que hacerme, que creía que me iba a gustar y que estaba segura que aceptaría. ¿Querría yo pasar por nuestra antigua casa y me lo expondría con detalle? Además podríamos recordar viejos tiempo, cuanto todo iba muy bien entre nosotros. La intención y el tono con que dijo esto último me dejó muy a las claras lo que me quería decir. Simulé cierta reticencia y acabé aceptando.

  • ¿Quién me recibirá, Hortensia o Lisbeth?

  • ¿A quién prefieres tú?

  • Preferir, prefiero a la antigua Hortensia, pero Lisbeth me da más morbo.

No supo como contestar a eso y optó por preguntar cuando me iba bien ir. Se lo dije y quedamos.

Al final de la jornada y una vez en casa, relajado después de que Herminia utilizara el pasadizo, le dije que me tenía que ver con Hortensia, y ahí tuvimos la primera desavenencia.

  • ¿Y por qué tienes que ir a verla? --me preguntó malhumorada

  • Asuntos de negocios, no te preocupes.

  • No me preocupo, ¿pero no quiero que la veas!

No me gustó el tono y no lo iba permitir, si esto pasaba a las pocas semanas y me callaba, la cosa iría muy mal.

  • Vamos a aclarar las cosas, Herminia. Con quién me reúno yo por asuntos de mis negocios, es cosa mía y sólo mía, con quién me reúno yo por motivos personales, es cosa mía y solo mía. No tengo que rendir cuentas de nada ni a ti ni a nadie, y si lo hago será por cortesía o porque creo que te puede afectar. Si aclaramos esto desde ya, todo marchará bien. No eres mi mujer, y aunque lo fueras tampoco lo permitiría. Espero haberme explicado con claridad.

Me miraba con cara compungida y como con miedo. Me imaginé que le traía amargos recuerdos, pero no pensaba retractarme.

  • Pero… pero yo pensaba que tú me querías.

  • Y así es, pero que yo recuerde no he contraído contigo otro compromiso que el laboral, lo demás lo hemos decidido libremente, pero sin compromisos. Mis sentimientos por ti son nobles, me siento muy bien contigo, te valoro mucho como persona y como compañera, por no hablar de como me siento contigo en la cama, pero no es un compromiso. Si esto te supone algún problema, prefiero que me lo digas ahora.

  • ¡Lo siento, Javier, lo siento muchísimo! Ha sido una tontería por mi parte. Claro que sé que no tengo ningún derecho a inmiscuirme en tu vida o en tus negocios, solo es que he sentido miedo de que esa… de que Hortensia pudiera convencerte para que volvieras con ella.

Me eché a reír, y le dije que eso no podría pasar nunca, y que, además, mi visita a la casa de Hortensia formaba parte de mi venganza.

  • Quiero que sepas –le dije –lo mucho que deseo que estés conmigo, y perdona que insista en esto, pero no creo que nunca vuelva casarme, pero a pesar de eso quiero compartir contigo todo el tiempo que nos sea posible. De casarme, lo haría con la que va ser la madre de mi hija muy pronto, y seguiría queriéndote a mi lado, pero eso no va a pasar. Soy muy egoísta, ya lo sé. Ella ha sido el amor de mi vida, pero tú has llegado a mí para quedarte, no puedo, no sabría renunciar a ninguna de las dos. Ni tú, ni ella, ni ella ni tú sois la primera o la segunda, estáis en el mismo plano, a la misma altura.

La puse al corriente de mi relación con Rosa y de que ya habíamos decidido que no podíamos casarnos, ni ella ni yo queríamos comprometernos hasta ese extremo, estábamos muy bien así, nos queríamos y nos veíamos cuando nos apetecía, además, ella no iba a renunciar a su vida y a su negocio en el pueblo, y yo tampoco lo haría aquí. Le dije que seguiría viendo a Rosa y que, sin embargo, estaría más tiempo con ella, que tendríamos más noches para nosotros.

  • ¿Sólo noches? --me preguntó con una sonrisa, lo que me hizo comprender que había aceptado lo que le había dicho-- ¿Firmamos el pacto? –me volvió a preguntar mientras agarraba mi pene y me besaba con la mismas ganas y la misma pasión de siempre.

Para poner mi firma en el pacto, la tomé por el culo y levantándola la puse sobre mí, ella fue tanteando con su vulva hasta que la tuvo perfectamente colocada para que yo la penetrara con facilidad. Sería por demostrarme que aceptaba todo cuanto yo le había dicho o fuera porque estaba realmente excitada, el caso es que cabalgaba sobre mí con extraordinario brío.

  • ¡Tómame, Javier, tomame! No me importa si te tengo que compartir con una o cien mujeres si puedo tenerte así alguna vez.

  • Vas a tenerme así y de la forma que se te ocurra cada vez que lo desees.

  • ¡Dámelo, dámelo todo, en este momento lo necesito más que nunca!

Y tomó mi mano la llevó hasta su ano y me pidió que le metiera el dedo, después, gimiendo y entre jadeos, me pedía que le mordiera los pechos, que chupara sus pezones. Estaba fuera de sí, nunca la había visto de ese modo, yo aguantaba sus envites y se los devolvía, hasta que se corrió, se corrió y se corrió y yo también me corrí en medio de mi asombro. Se tumbo sobre mí estirando las piernas, tuvo una sucesión de pequeños, en duración que no en intensidad, orgasmos cada vez más espaciados. Me miraba sin verme, con los ojos en blanco, jadeante, hasta que muy poco a poco se fue calmando. No paraba de repetir “Cariño, cariño…”

  • ¿Me perdonarás, me podrás perdonar?

  • No hablemos más de esto.

  • ¿Tu Rosa sabe algo de mí?

  • Si, lo sabe. Lo sabe todo. Ella comprende que, si no podemos o no queremos vivir juntos, no podemos imponernos un celibato que sería difícil de cumplir, y en mi caso no difícil sino imposible, teniéndote a ti, tan cerca. --le dije propinándole un pequeño pellizco en la nalga.

  • ¿Así que soy irresistible? --me preguntó abrazándome y con una sonrisa

  • Lo eres para mí, ya lo sabes.

  • ¿Te puedo hacer una pregunta sin que te enfades?

  • Arriesgate.

  • Si un día, una de las dos te dijera que debes elegir ¿que harías?

  • Elegiría a la otra, sin duda.

  • ¿Y si te lo pidiéramos las dos?

  • Renunciaría a las dos. ¿Podemos cambiar d conversación, por favor?

  • Yo nunca te voy a pedir que elijas.

  • Oye, ¿Clarita sabe algo de lo nuestro?

  • Creo que sospecha algo, pero no estoy segura. Mi hija te está tomando mucho cariño.

  • Yo también se lo estoy tomando a ella. Vas a tener mucha suerte con ella, y me alegro de que no se parezca a su hermano.

  • No te puedes imaginar el alivio que siento de que estén lejos de aquí. Vivía con mucho miedo por ella.

  • ¿Quieres decir que temías que ellos…?

  • He sorprendido miradas de ellos que me tenían muy asustadas.

  • Pues entonces hemos hecho bien con mandarlos lejos.

  • Pero me da miedo que intente volver alguno de los dos.

  • Eso no va a pasar. Ellos saben que no pueden volver aquí. Les avisamos que en cuanto subieran al avión les pondríamos una denuncia por algún delito que quedara registrado y que les impidiera la entrada en cualquier país de la Unión Europea. No es verdad, pero tienen motivos para creerlo, sobre todo tu hijo. ¿Clarita ya tiene decidido que carrera hará?

  • Casi. Todavía tiene unos meses por delante.

  • No tantos, no tantos.

  • Le contaré lo nuestro antes de que se vaya a la Universidad.

  • Me parece bien.

  • ¿Me puedo quedar esta noche contigo?

  • ¿Pero por qué me lo preguntas¿ Ya sabes que te puedes trasladar aquí cuando quieras?

  • Lo sé, cariño, pero de momento creo que mejor no hacerlo. Por mi hija y el resto del servicio. Aunque ya he dicho que de esta parte de la casa me encargo yo y que por aquí no tiene que venir nadie para no molestarte si duermes hasta tarde… y yo estoy contigo. Sé que a pesar de todas las precauciones que tome, acabarán murmurando.

  • Ya veremos que hacemos cuando llegue el momento.

Aquella noche se quedó y dormimos lo justo.

Llegó el día de mi cita con Hortensia. Me presenté en su casa a la hora convenida con una botella de champagne, ella me recibió con un vestido ligero que dejaba a las claras que no se había puesto sujetador. Apostaba fuerte desde el principio. Pero yo jugaría todas las manos y todas mis bazas.

  • ¿Y este champagne es para mí?

  • Para los dos y por los viejos tiempos. ¿Te parece bien?

  • Me parece perfecto. Venga, pasa. Y cierra la puerta, por favor.

Y caminó hacia el interior dando un sugerente meneo a su trasero.

  • ¿Donde te apetece que tomemos el champagne?

  • Pues ya que fuiste tú quién habló de los viejos tiempos ¿por qué no lo tomamos en el dormitorio? – pregunté subiendo la apuesta. Me miró sorprendida de que fuera yo quién tomara la iniciativa.

  • Empiezas fuerte, Javier. Pero ¿por qué piensas que yo me refería a esos “viejos tiempos”?

  • Por nada en concreto, pero ya que quieres hacerme una propuesta, y creo que esa propuesta me puede costar dinero, he pensado que te lo puedes currar un poco, por los viejos tiempos mayormente.

  • Bueno, no me lo había planteado, pero mirándolo bien nadie dice que los negocios no tienen que ser divertidos. --Y me lo dijo con todo el descaro. Seguramente pensaba que además de tonto soy ciego.

  • ¿Negociamos entonces?

  • Empieza a ir al dormitorio, yo voy a buscar dos copas y una champañera con hielo. Puedes dejar tu bolsa de mano ahí mismo.

  • No, me la llevo al dormitorio, puede que la necesitemos.

La tenía bastante descolocada ya. Me fui al dormitorio, me desnudé y me metí en su cama, esperando su vuelta, cosa que hizo diez minutos después trayendo las copas y una champañera con pié que yo recordaba.

  • ¿No vas un poco deprisa, Javier?

  • Cuando se trata de negocios no hay que dilapidar el tiempo, Lisbeth.

  • Vaya, ¿y esa muestra de delicadeza llamándome por el nombre que no te gusta?

  • Tomalo como una prueba de cortesía, por favor. Vengo en son de paz y dispuesto a escucharte… y a todo lo que haga falta.

Dejó las copas en su mesilla de noche y todo lo demás muy cerca de la cama, se sentó y me pidió que le bajara la cremallera, se levantó para quitárselo y se giro hacia mí, yo aparté las sábanas invitándola a subir a la cama y, de paso, que viera mi polla en modo “presenten armas”. Intentó no mirar directamente, pero miró, y puede que fueran imaginaciones mías, pero yo diría que sus pezones se habían erguido ligeramente. ¿Se estaba excitando? Se dio la vuelta con la excusa de servir las copas y yo aproveché para poner mi mano entre sus muslos deslizando los dedos entre los labios de su vulva que, contra todo pronóstico, ya estaba húmeda, dio un respingo pero no fue de sobresalto sino de excitación, de lo que vulgarmente llamamos de calentón, se rehízo como pudo, sin mucho éxito y me preguntó si quería abrir el champagne yo, le dije que por supuesto que sí, salí de la cama, me acerqué hasta donde estaba la champañera y la llevé a mi lado de la cama, no dejó de mirar mi polla en todo el recorrido al tiempo que se se tiraba de uno de sus pezones. Ya casi la tenía donde yo quería. Descorché la botella y escancié el espumoso en las copas que ella sostenía, las chocamos y brindé porque nuestro negocio llegara a buen puerto, bebimos unos pequeños sorbos y yo deposité mi copa en la mesilla de noche, luego tome un par de cubitos de hielo de la champañera y sin mirarla los pasé muy lentamente por sus pezones, primero uno y después el otro, ella cerró los ojos y gimió, sus pezones estaban duros como huesos de aceitunas, después le quité la copa de su mano y, torpe de mí, en la operación, derramé parte del contenido sobre sus pechos.

  • ¡Oh, lo siento!, deja que te lo limpie.

Y comencé a lamer el champagne, muy despacio, recreándome en sus todavía duros pezones. Dedique varios minutos a esta operación, lo hice hasta que otra torpeza mía hizo que volviera a derramar más champagne, esta vez en el canalillo que separaba sus pechos, como esta vez la cantidad había sido mayor, el espumoso se deslizó por ese canalillo, llegó hasta su ombligo y, rebasándolo, inundó su coño. A esas alturas Hortensia ya se había dado cuenta de mi juego, así que se tumbó, me quitó la copa y abrió sus piernas dejando a mi libre disposición el control de la inundación de su coño. Para evitar daños mayores me volqué en la tarea del achique del espumoso que ya amenaza con inundar su culo. El champagne, mezclado con los abundantes fluidos del coño de Hortensia tenía un sabor extraño, nuevo para mí pues nunca me había gustado mezclar sabores, pero no me resulto desagradable (recomiendo a quien pueda leer esto no pierda la ocasión de probarlo, si no lo ha hecho ya). Yo iba lamiendo aquel coño que no se secaba nunca, luego pude darme cuenta que Hortensia, con la mirada extraviada y puede que sin apercibirse de ello, había ido derramando el resto del líquido en su pecho. Fue la copa de champagne más extraña que he bebido en mi vida por la clase de recipiente en que la bebí, pero para todo hay una primera vez, y no cabe duda que para Hortensia también fue una nueva experiencia que la excitó muchísimo y que la hizo alcanzar un orgasmo como no le había visto disfrutar en los años que estuvimos casados. Fallo mío. No le dejé mucho tiempo para el descanso, pues aún estaba en los últimos estertores de su corrida y ya estaba yo introduciendo un dedo en su culo con el ánimo alevoso de provocar una reacción negativa de ella y hacerla claudicar.

  • Javier, --me dijo en apenas un susurro-- ya sabes que nunca me ha gustado que que me toquen ahí.

  • Lo sé, cariño, lo sé, pero en los negocios siempre hay que sacrificar algo –le contesté con todo el cinismo del que fui capaz-- y en este momento tan crucial de las negociaciones tu ojete tiene que ser sacrificado en aras del éxito.

  • Eres un ca… ¡aaaahhh! --fue el efecto de meterle otro dedo en su coño y empujar con fuerza.

Mientras le hacía un veloz mete-saca con ambos dedos le susurré al oído:

  • ¿Que gusto de la mermelada te apetece más?

  • ¿A...ho...raaaa?

  • Sí, ahora, dime cual.

  • ¡DE...AAAHHHH...RAAAAHHHH…NDANOOOOSSSS!

  • Pues mira por donde vas a tener suerte.

Y saqué ambos dedos. Se quedó a dos velas mientras yo, totalmente indiferente a su frustración, rebuscaba en mi bolsa y extraje varios tarros pequeños de mermelada, elegí el de arándanos, lo abrí y tomando una abundante cantidad con los dos dedos que habían estado en su culo y en su coño, me unté la polla y los huevos, ella me miraba alucinada, pero antes de que reaccionara, le pregunté:

  • ¿Te importaría servirte tú misma? --no acababa de captar la idea, estaba como conmocionada, así que insistí. --¿Me limpias la polla, por favor?

Dudó unos segundos y en entonces se hizo la luz en su cerebro y cuando la idea se abrió paso en su cabeza, se reavivó el deseo y la excitación y se lanzó con avidez a mi polla chupando y lamiendo como si no hubiera un mañana, mis huevos estaban a punto de estallar pero quería verla lamer hasta el último vestigio de la mermelada. No la quise avisar cuando vi eminente mi orgasmo, mi semen salió disparado dando de lleno en su cara y en su boca y llegué a pensar que no se había apercibido de ello, pues la avidez de su mamada y la fuerza de sus succiones no disminuyó lo más mínimo. Y entonces pensé que podía estirar la cuerda un poco más. Levanté mis rodillas, le pedí que aguantara mis piernas, tome la botella y vertí un poco del champagne de modo que fuera a dar y encharcarse en mi ano. No me resultó agradable, pero en los negocios hay que hacer algún sacrificio.

  • Enjuágate la boca, anda.

Obedecía todo cuanto le pedía como un puñetero robot, así que se aplicó a beber el espumoso hasta que me dejó el ojete más seco que terruño en el Sahara. Tanta obediencia y empeño me calentó mucho, tanto que otra vez sentí necesidad de acción, también tengo que reconocer que deseaba devolverle un poco el placer que me estaba dando tenerla tan dominada, aunque no llegaba a entender muy bien el porqué.

  • ¿Querrías, por favor, ponerte a cuatro patas? Me apetece follarte así.

Sin ningún comentario se puso en la posición que le había sugerido, me puse de rodillas detrás de ella y la penetré, comencé un bamboleo de caderas delante y detrás con tal fuerza que con cada embestida de mi pelvis contra su culo la cama golpeaba la pared. No me preocupó lo más mínimo. Cuatro fueron las embestidas de mi pelvis para que Hortensia bajara de su nube, para que despertara de su letargo y fuera consciente de que lo que golpeaba sus entrañas y le arrancaba olas de placer no era otra cosa que una polla caliente y dura. Sus jadeos se convirtieron en gemidos y estos, a su vez, en gritos que eran cada vez más fuertes.

  • ¡Así, así, más fuerte, más, más, más, métemela más dentro, así, así!

Pues así le estuve dando un buen rato, hasta que necesité descansar un momento. Se la saqué.

  • ¿Que haces, cabronazo? Sigue follándome, ¡NO ME PUEDES DEJAR ASÍ!

  • Te voy a follar el culo, Hortensia ¿que te parece? --nunca me había dejado hacerlo

  • ¡Me da igual por donde me folles, pero fóllame ya!

Me tomé mi tiempo, busqué en mi bolsa un sobre de lubricante que llevaba para la ocasión, lo abrí, se lo pasé a ella y le dije que me engrasara la polla y que dejara un poco porque yo tendría que lubricar su culo, lo hizo dándose toda la prisa que pudo, se puso en posición y no paraba de urgirme para que la penetrara y eso hice. Lanzó un grito de dolor, no hice caso y la sodomicé lentamente y fui acelerando al mismo ritmo que sus gemidos iban in crescendo. Nos corrimos casi al mismo tiempo y fue muy bueno. Quedamos muy cansados nos tumbamos, nuestra respiración era agitada.

  • ¿Por qué nunca me habías follado así? Me ha gustado mucho. --Eso no entraba dentro de mis planes.

  • Pues porque no sabía que que te iba esta marcha, la verdad. --Pero no quise darle la satisfacción de saber que a mí también me había gustado. Permanecimos allí tirados sobre la cama hasta que nuestra respiración se normalizó y el cuerpo recupero su tono y forma. Ella acariciaba mi polla y mis huevos hasta que consiguió ponerla dura otra vez.

  • Ahora quiero hacerte una cosa que me gusta mucho –me dijo-- yo le llamo “el ascensor”

Se puso en cuclillas encima de mi sin que su cuerpo tocara el mio, agarró mi polla, la dirigió a su coño y fue bajando hasta que su culo apenas rozó mi cuerpo, y volvió a subir, cuando mi polla estaba a punto de salir, volvió a bajar, y vuelta a empezar, todo muy lentamente.

  • ¿Lo ves? Sube. Baaajaaa. Suuuubeee. Baaaaajaaaaa…

Logró ponerme muy, muy caliente.

  • Pellizcarme los pezones, sin miedo.

Aquello era una deliciosa tortura. Yo había ido a joderla a ella y se había convertido en un puñetero disfrute. Bueno, pensé otra vez, los negocios requieren sacrificios.

Después de corrernos y quedar agotados otra vez, Hortensia, casi sin voz, me dijo

  • Quizás deberíamos intentarlo otra vez…

-Demasiado tarde, Hortensia. Un dragón se interpone entre nosotros.

Y nos dormimos.

Cuando me desperté Hortensia todavía dormía. Me duché, me vestí y me entretuve un momento contemplándola.

No la odiaba ni más ni menos que antes. El verla allí, dormida, desnuda y despatarrada, con la impudicia del relajamiento que sucede a unas horas de sexo intenso, solo me inspiró un poco de conmiseración, se me había vendido como una puta, una puta cara, eso sí, o al menos eso pensaría ella cuando despertara y creyera haber conseguido su objetivo. Dudé un momento si abandonar aquella habitación, que fue mía, dejando unos billetes sobre la mesilla, pero no, era caer demasiado bajo y además podía poner en riesgo el resto de mi plan de venganza o desquite, y eso no lo iba a consentir por un arranque de furia. Recordé el viejo dicho: La venganza es un plato que se come frío. Y dejé que se enfriara. Dejé una nota en su mesilla de noche:

“De acuerdo. Que tu abogado se ponga en contacto conmigo”

Si le iba a extrañar que no dijera “con mi abogado” iba a ser algo que nunca sabría.