Tribulaciones de un ciudadano normal 5

Rosa entra en mi vida de nuevo. Mucho tiempo por recuperar.

5.- Rosa Rosae

Cuando salía de mi habitación, como de pasada, Emi me dijo:

  • ¡Ah! se me olvidaba decirte que a Rosa le gustaría hablar contigo.

  • ¿Rosa? ¿Mi Rosa? ¿Está aquí, en el pueblo?

  • Sí, tu Rosa. Y no es que esté aquí, vive aquí.

  • Pero si lo último que supe de ella es que trabajaba en Londres.

  • Así era, pero volvió. Y... se casó. Con Pepe el Sacristán.

  • ¡Con Pepe el Sacristán! ¿Ese hipócrita santurrón?

  • Ese mismo. Fue una maniobra de la Bruja. La ferretería del padre de Rosa atravesaba una mala racha. Ya sabes, es un hombre muy hecho a la antigua, muy apegado a las viejas costumbres reacio a los cambios. Se resistió a la evolución de su negocio, a poner los artículos nuevos que el público demanda, cuando quiso darse cuenta tenía pocos clientes y muchas deudas. La Bruja se puso en contacto con la madre de Rosa y le pintó el maravilloso cuadro de un casamiento que salvaría del naufragio el negocio familiar. A la madre de Rosa le faltó tiempo para, entre lloros y amenazas de consecuencias funestas para la la salud del padre si tenía que cerrar la ferretería, chantajear sicológicamente a Rosa. Ya sabes lo unidos que están Rosa y su padre, el cuadro que le pintaba su madre era de los más negro y la solución al desastre aún era peor. La cuestión: que entre la madre de Rosa y la madre de El Sacristán, siempre a espaldas de Pedro (el padre de Rosa), lo decidieron y lo organizaron todo. No puedo decirte lo que pasó por la cabeza de Rosa, pero tomó la decisión, lo dejó todo, su carrera, su vida, todo, y volvió aquí, eso sí, como quién viene a un funeral. Y se casó. Pero antes hizo que la Bruja hiciera, ante notario, un préstamo a fondo perdido o una donación, o no sé, algo arreglado de alguna manera que no le supusiera a su padre ningún tipo de problema legal o con Hacienda y que la Bruja no le pudiera reclamar nunca en el futuro. La Bruja no tuvo más remedio que aceptar, con el morro torcido aún más de lo que ya lo tiene, pero aceptó. A su padre, lo que realmente le afectó fue la boda con ese... con ese. Entonces fue cuando Rosa se dio cuenta de que su padre no sabía absolutamente nada. Desde entonces la relación de Pedro y su mujer es prácticamente inexistente y la de la hija con su madre, menos todavía. De común acuerdo con su padre una vez casada, y con el dinero de la Bruja, se hizo cargo de la ferretería, la reformó totalmente e introdujo todo lo que creyó que necesitaba para levantar el negocio. Con el tiempo ha ido comprando locales que tenía junto al suyo y un solar que estaba detrás de la ferretería, ha ampliado el negocio y ahora ofrece desde artículos de bricolaje a electrodomésticos, todo montado por departamentos y con 15 o 20 empleados. Con la primera reforma, hizo que su madre no volviera por la tienda y contrató a los dos primeros empleados, que ahora son los responsables del resto del personal. ¡Ah, y se me olvidaba! Tiene un gran almacén a las afuera. Ella se encarga de la dirección, El Sacristán allí no pinta nada, no lo quiere por allí. Tampoco es que tenga mucho tiempo, se lo pasa todo en la iglesia. Corren rumores. La Bruja intentó mangonear en el negocio y salió trasquilada. En fin, este esel resumen de la situación para ponerte al día.

  • ¿Tiene hijos?

  • No. También hay rumores con eso.

  • ¿Y para qué quiere hablar conmigo? ¿Te lo ha dicho?

  • No. Y no le he preguntado. A ver, vosotros dos nunca llegasteis a romper, os veíais apenas un mes al año y eso no hay relación que lo aguante, simplemente lo dejasteis morir, aunque, si te he de ser sincera, creo que nunca murió del todo.

  • ¿Estás pensando que Rosa y yo podemos terminar juntos otra vez? Está casada, Emi. Ya veo, es por eso que has decidido que no podíamos continuar tu yo.

  • No. El porqué ya te lo dicho y debería ser un tema zanjado. Precisamente eso me ha ha hecho ver que tanto tú como yo tenemos que rehacer nuestras vidas. Ya lo tengo decidido, no se como va a ser, pero será, ya te lo digo.

  • Pues ya está. Para mí también es un tema zanjado ¿Y la tengo que llamar yo o...?

  • No la llames tú, ella ya hará lo que convenga. ¡Ah! y cuando os encontréis, no hagas mucho caso de lo que veas. Déjala que hable. Rosa no hace puntada sin hilo, sabe latín, es muy lista. A lo mejor hasta aprendes de ella. -me dijo con una sonrisa.

Yo estaba impaciente por saber que tenía que decirme Rosa, pero los días pasaban y se acercaba el momento de mi partida, tenía que volver a mi nueva vida sí o sí. Pero una mañana, temprano, cuando volvía de mi caminata matinal, vi que había alguien frente a la casa de mi hermana. Era Rosa. En un principio no la reconocí. Vestida con un vestido monjil de una sola pieza, gris, largo hasta por debajo de la rodilla, un pelo descuidado lleno de hebras también grises y recogido en un moño en la nuca, ojos tristes y grandes y oscuras ojeras… era la antítesis de la Rosa que fue tan importante en mi vida y que yo recordaba. ¿Que había sido de aquella Rosa vital, dicharachera y jovial? Se me cayó el alma a los pies y sentí una pena infinita. No obstante, recordé las palabras de mi hermana y decidí no creer lo que veía y tratar de comprender que pasaba.

Me fui acercando a ella y cuando estuve a dos pasos, antes de que pudiera acercarme para darle un beso, ella extendió su mano y en voz muy baja me dijo:

  • No me beses. Hablemos y ya habrá tiempo de explicaciones.

Así que tome su mano y le dí un breve apretón. En el mismo tono de voz me preguntó:

  • ¿Tienes algún problema para viajar este fin de semana a Capital?

  • Pues… no. No, no tengo ningún problema.

-Bien, tienes una habitación reservada a tu nombre en el Hotel X. La reserva es desde el jueves hasta el domingo. Te he pedido prolongación de la estancia y tendrás que abandonar la habitación antes de las seis de la tarde del domingo. Nos veremos en el hotel, allí te lo contaré todo, largo y tendido, y te pediré un favor que espero quieras concederme. No sé si yo podré llegar el mismo jueves, pero te pediría que, si te es posible, tú si lo hagas, por si acaso. Tengo que hablarte de muchas cosas antes de pedirte el favor.

  • Pero... ¿es algo grave?

  • Espero y confío en que, con tu ayuda, no lo sea. ¿Puedo contar contigo?

  • Ya sabes que sí, Rosa. Si está en mis manos…

  • Lo está, Javier, lo está.

  • Pues entonces no hay nada de que hablar, cuenta conmigo y procuraré estar ya en el hotel a la hora de comer y no te preocupes si llegas tarde. Haz que me avisen en recepción.

  • Gracias, Javier.

  • Rosa…

  • No, Javier, todo a su tiempo. Lo que ves ahora es falso, una puesta en escena.

Y de nuevo extendió su mano. La estreché y me quedé con el deseo de abrazarla muy, muy fuerte

El jueves me puse en camino y me presenté en el hotel ya pasadas las 13.00h. El Hotel X estaba situado fuera de lo que sería el centro comercial y ejecutivo de Capital, sin estar en la periferia, lo que me hizo pensar que, para Rosa, estaba estratégicamente situado, alejado del constante ir y venir de gente y, sobretodo, fuera de la zona por donde podrían deambular cualquier otra persona que hubiera venido a Capital de compras o por asuntos de la Administración Pública. En principio tales precauciones me parecieron un tanto exageradas, pero Rosa tendría sus razones.

Me presenté en recepción, gestioné mi entrada y al entregarme la tarjeta de la habitación el recepcionista me avisó de que la Sra. Martínez ya había llegado y que me esperaba en la cafetería, di las gracias y les pedí que me subieran el equipaje a la habitación. Me dirigí a la cafetería, muy concurrida a esa hora y busqué a Rosa. No la hubiese encontrado nunca si ella no hubiese llamado mi atención con su brazo levantado, nunca la hubiese reconocido desde la distancia en que yo estaba. Iba elegantemente vestida con un traje pantalón de color claro que, sin ser muy entendido, comprendí que era un modelo muy exclusivo. Unos zapatos de tacón muy alto complementaban el atuendo. No tuve que forzar mucho mi imaginación para saber que el resto de los complementos estarían a la altura del conjunto. Llevaba el pelo suelto en una muy bien peina melena, de su color natural, el que yo había conocido de siempre, y sin rastros de hebras grises. Unos sencillos, bonitos y caros pendientes de lo que presumí eran diamantes daban un innecesario brillo a su cara. Me esperaba con su bonita y habitual sonrisa que yo conocía tan bien y me recibió con dos besos en las mejillas y otro fuerte, pero breve en los labios. Me miraba todavía sonriendo, con aquellos ojos chispeantes tan suyos, comprendiendo mi asombro.

  • Me he permitido pedir un vino blanco y algo para picar, para abrir boca y hacer un poco de tiempo antes de pasar al comedor. ¿Te parece?

  • ¡Me parece perfecto! -le respondí

  • Como ya te dije, tengo muchas cosas que contarte para ponerte en antecedentes a fin de que cuando llegue el momento pedir tu ayuda tengas toda la información y entiendas porqué te la pido.

  • No tienes que darme ninguna explicación, Rosa, solo pídeme lo que quieras y te ayudaré encantado.

¡Ojala sea así! Pero yo quiero darte esas explicaciones.

  • Muy bien, de acuerdo.

Mientras hablábamos nos habían traído el vino, un plato de jamón y otro con varias croquetas. Brindamos, picamos un poco y Rosa comenzó a hablar.

  • Espero que tu hermana te ha haya puesto en antecedentes, al menos en lo que es público y notorio.

  • Creo que sí, aunque tengo que decirte que esta metamorfosis me ha pillado de sorpresa.

Sonrió y dijo: Esto que tu llamas metamorfosis es un secreto y de momento quiero que momento lo siga siendo. Tu hermana tampoco lo sabe. El cambio lo hago en una casa que tengo alquilada a 25 km de aquí. Nadie me ve en ninguna de mis apariencias porque entro directamente por el garaje. La casa está bastante aislada y hasta ahora no he tenido ningún problema. Cuando salgo de nuevo, lo hago con esta apariencia y con otro coche.

  • Tu secreto está a salvo conmigo, no te preocupes.

  • ¡Eso ya lo sé!

Hicimos un poco de tiempo para que la gente fuera acudiendo al comedor y desalojara la cafetería y así pudiéramos hablar sin reservas ni interrupciones. Cuanto estuvo segura que nadie escucharía nuestra conversación, comenzó a hablar de nuevo.

-Todo lo que te voy a contar, y sobretodo lo que te voy a pedir, me resulta un poco difícil y sería aún más difícil de entender por alguien que no me conociera como creo que tú me conoces, por eso hace bastante tiempo que decidí que esa persona tenías que ser tú. El enterarme de todo lo que te ha acontecido en estos últimos años me afianzó más en esa decisión porque eso suponía que no habría nadie más implicado ni con la posibilidad de salir perjudicado, solos tú y yo, si es que decides ayudarme.

  • Empieza por explicarme los motivos de tu doble vida, si es que existe esa doble vida.

  • No, no hay una doble vida. La apariencia con la que me viste hace unos días solo es un juego para fastidiar a las dos personas que me llevaron a este estado y me apartaron de la vida, mi vida, que ya tenía montada. Cuando me casé creyendo el enredo de La Bruja y mi madre lo hice pensando que ayudaba a mi padre, y cuando me preguntó, al borde de las lágrimas, el porqué de mi decisión, entendí que él no estaba en el juego, pero era tarde. El primer día de casada ya pude darme cuenta de que mi vida iba ser un infierno, dado el nulo interés de mi “marido” por mi persona. Él también había caído en la misma tela de araña tejida para mí, con la diferencia de que a él le importaba una mierda. Los intereses de mi madre y La Bruja no eran los mismos, pero se complementaban perfectamente, aquella intentaba tapar las carencias de su hijo montando una pantomima y mi madre solo pensó en lo que ella creía que iba a ser una mejora de su posición social al emparentar con La Bruja a través de mí.

  • Pero ¿de qué carencias estamos hablando? ¿es impotente?

  • Algo más que eso. Pepe El Sacristán es en realidad Pepa La Sacristana.

  • ¿Qué me estás diciendo? O sea que tanta santurronería no es más que una tapadera.

  • Exacto. Por supuesto, lo que mi madre y la suya querían era que yo aparentara una vida normal y, a ser posible, feliz. Pero me negué y rápidamente me puse en la tarea de aparecer públicamente con la apariencia con la que me viste, como una viuda y amargada de la vida. El pelo que me viste es una peluca, y aprendí a maquillarme para darme esa apariencia de rostro demacrado y cansado, las ojeras, en fin, creé un personaje que amarga la vida a mi madre y, sobretodo, a La Bruja, que ve como la gente habla, murmura y pone en entredicho la virilidad de su hijo. Eso me costó muchos viajes al “médico” cuando en realidad hacía un curso de maquillaje para cine y teatro. Mi madre intentó acompañarme al principio, pero le hice saber que su compañía no me era grata. Las descoloqué totalmente. La Bruja echa espuma por la boca cada vez que alguien le lanza un dardo sobre lo desmejorada que estoy desde me casé. Mi madre se limita a insinuar que estoy delicada de salud pero no sabe explicar como esa salud deficitaria no me impide levantar y ampliar un negocio, y viajar tanto para comprar material que incorporar a la venta en la tienda.

  • A ver, Rosa, entonces ¿puedo deducir que no hacéis, como decirlo, vida marital?

  • Puedes deducir eso y mucho más, como por ejemplo que sigo siendo virgen. Y no sabes como me arrepiento de que nosotros dos no hubiésemos puesto remedio a eso.

  • ¿Y por qué no te divorcias?

  • ¿Y darles esa satisfacción? No, ese paso tienen que darlo ellos, a menos que yo consiga algo que me de un cierto poder que no puedan esquivar.

  • ¿Y donde entro yo?

  • Ahora viene la parte más difícil para mí. Por eso quiero que me escuches bien, e intentes comprender lo que te pido y decidas según creas que debes hacerlo, yo lo aceptaré. Me preguntas que donde entras tú, pues justo aquí. Yo nunca rompí contigo y tu nunca me dijiste que quisieras romper conmigo, ambos tuvimos claro que seguir nuestras carreras tan lejos uno del otro era un hándicap para nuestra relación y decidimos dejarla en suspenso y esperar a un posible reinicio. Desgraciadamente tanto tu como yo comenzamos nuestra vida profesional en lugares distintos y separados por muchísimos kilómetros. Mi regreso primero y el tuyo ahora ha activado de nuevo el recuerdo de aquello que un día hubo entre nosotros, que yo no he olvidado y que, me consta, tu tampoco. Ser virgen a esta edad no hace más que recordarme que en algún momento de mi vida perdí el camino, quiero poner remedio a eso y quiero hacerlo contigo, deseo hacerlo contigo. Ese es el favor que quiero pedirte. Ya lo he dicho y espero que sepas comprenderme, no se trata de un polvo rápido, no es eso lo que quiero contigo. Tampoco quiero que te sientas atado a mí porque yo tampoco quiero sentirme atada a ti a pesar de mis sentimientos. Lo que quiero tiene que ser contigo o no será a menos que… Y tomando mis manos, me preguntó: -Javier ¿tu sientes un poco de deseo por mí? ¿puedes hacer eso por mí?

  • Rosa, una vez que he asimilado lo que me has dicho, te pregunto ¿Tú puedes dudar que hacer cualquier cosa por ti me haría el hombre más feliz del mundo? ¿Que si te deseo? ¡Dios, y como! Cuando te he visto hace unas horas he sentido que dentro de mí se removían cosas que creí pasadas y he comprendido, de repente, que mi matrimonio estaba condenado al fracaso desde el minuto 1, me he dado cuenta de que cada vez que mi exmujer hacía algo yo me decía “Rosa no lo hubiera hecho así” o "Rosa no hubiera consentido esto". Te he deseado siempre y aunque no era posible ya, nada me hubiera gustado más que perder entonces mi virginidad contigo. Y eso que me pides, ¡por el amor de Dios, eso no es un favor! No me puedo imaginar nada mejor que compartir eso con la persona que ha significado tanto para mí y…

Dejé de hablar porque en ese momento dos lágrimas, como pequeños diamantes, resbalaban por su cara.

  • La habitación está reservada para dos personas. Me gustaría subir y refrescarme un poco, necesito relajarme. -dijo

  • Pues subamos.

Una vez en la Habitación, me dí cuenta de que ella ya había arreglado su equipaje, así que sin más preámbulos se dirigió al baño, pero antes vino hasta mí me dio un largo y húmedo beso y mirándome a los ojos, me dijo, mientras me guiñaba uno de los suyos:

-No me esperes levantado, por favor.

Así que, sin más dilación, ajusté la temperatura de la habitación, que estaba demasiado fría, me desnudé y preparé la cama retirando estores y colchas. No me lo podía creer ¡estaba tan nervioso como un novio inexperto! Procuré tranquilizarme y esperé impaciente. No tuve que esperar mucho, Rosa salió del baño y verla así, desnuda, fue como una aparición divina, su cuerpo era una bella escultura apenas iluminada de perfil por la luz del baño. Se me olvidó respirar. Ella me miraba muy seria observando mi reacción y, al ver mi admiración, con una sonrisa, se fue girando muy lentamente ofreciéndome una bella panorámica de su hermosa figura. A punto de desmayarme, recuperé el aliento, extendí mi mano, que ella tomó, la atraje hasta la cama y sin poder dejar de mirarla, le dije: ¡Eres preciosa! Por toda respuesta, ella retiró la sábana, subió a la cama y me observó, luego se tumbó junto a mí y me abrazó. Entonces me di cuenta de que estaba temblando.

  • ¿Tienes miedo? -le pregunté

  • No, solo estoy un poco nerviosa.

  • Pues consuélate porque yo lo estoy mucho.

  • ¿Tu? ¿Pero por qué?

  • Porque no quiero defraudarte.

Tomó mi miembro y lo acarició con una suavidad que me enardeció y me trajo muchos recuerdos.

  • ¿Defraudarme? ¿Como puedes decir eso. Aún la recuerdo – me dijo mientras daba un pequeño apretón en mis huevos. Como recuerdo tus caricias. ¿Por qué fuimos tan tontos? Debiste obligarme a…

  • Shhhh. Por nada del mundo. Y ahora me alegro porque estás aquí conmigo y es como si el tiempo no hubiese pasado.

Me besó en los labios mientra apretaba más su cuerpo al mio. Correspondí a sus besos que eran dulces y profundos mientras acariciaba su espalda, su piel era suave y tersa. Ella apretaba su vientre contra el mio buscando el contacto de mi pene. Yo bajé mis manos a su culo, duro y suave también, allí me mantuve un largo rato, me encantaba acariciarla, acariciaba sus muslos y recorría su espada de arriba abajo provocándole estremecimientos y arrancaba suaves gemidos que apenas llegaban a sus labios, pegados a los míos, nuestras lenguas serpenteaban y se enredaban, su cuerpo y el mio trazaban movimientos sin sentido con el fin de proporcionarse a si mismos el mayor placer posible con solo el contacto, una de mis manos abandonó su culo y busco sus pechos, los cuales tenían el tamaño que me gusta, y eran duros y aún más duros sus pezones, cosa que constaté cuando conseguí tenerlos en mis labios, ella facilitó mi labor colocándose boca arriba, y eso sin descuidar ni un momento mi pene que no había abandonado, pero tuvo que hacerlo ahora pues yo, mientras acariciaba sus pechos y pezones, bajaba hasta su vientre acercándome a su vagina, que era mi destino final y el que ella esperaba, pues apenas acerqué mi boca, sus piernas se abrieron, sus rodillas se doblaron y a mis ojos se ofreció la más delicada de las flores, cuajada del rocío de sus fluidos, me pareció la cosa mas bella que había contemplado jamás. La miré a los ojos, ella me miraba con sus ojos llenos de luz, tomó mi cabeza con sus manos y la guió de nuevo hasta su sexo, como en una ofrenda, con mis dedos abrí aquella profunda grieta, deslicé mi dedo hasta encontrar su clítoris y despejando cualquier cosa que pudiera entorpecer mi labor me volqué en saborear aquella parte del cuerpo de Rosa como la cosa mas deliciosa que se me hubiera ofrecido jamás. Apenas podía contener mi deseo de poseerla y sus profundos suspiros y gemidos de placer me lo hacían aun más difícil. Seguí lamiendo y dando pequeños tirones a su clítoris con mis labios y de pronto:

  • ¡NO, ASÍ... NO... QUIERO!

  • Rosa, cariño ¿que sucede?

Ella jadeaba, pero consiguió decirme:

  • No quiero correrme así, esta vez no, quiero que estés dentro de mí cuando me corra, quiero tu cuerpo pegado al mío, sentirte en lo más profundo de mí. ¡Penétrame, por favor!

Me puse encima de ella y con toda la delicadeza y ternura de la que fui capaz la penetré hasta sentir la resistencia que su himen oponía, di pequeños empujones para vencerla.

  • No me haces daño, cariño – me susurraba entre gemidos.

Y entonces, ella agarró mi culo con fuerza y con un brusco movimiento hacia arriba de su pelvis, se desvirgó. Solo un breve ¡Aaahhhh! salió de su boca. Yo, muy despacio, seguí entrando en ella hasta que mis testículos tocaron su piel, detuve todo movimiento para su que vagina se adaptara a mí y que cualquier posible dolor desapareciera. Rosa jadeaba y me abrazaba con fuerza y pasados unos segundos dio unos empujones con su pelvis invitándome a continuar, yo saqué mi pene muy despacio casi en toda su longitud y volvía a meterlo con la misma lentitud, una vez y otra y otra. Rosa me miraba como en éxtasis, intentando asimilar las múltiples sensaciones que, imagino, debía sentir y que eran nuevas para ella. Fui acelerando el ritmo de mis penetraciones, ella intentaba sincronizar sus movimiento con los míos y cuando lo consiguió, en muy pocos envites más, tuvo su primer orgasmo provocado por el miembro de un hombre, me pasó por la cabeza esa idea y al ser consciente de que ese hombre era yo… un torrente de mi semen inundó sus entrañas, ya sé que siempre se dice que nunca se había tenido un orgasmo así, aunque se hayan tenido cientos, pero esa fue la sensación que tuve ese día y me pareció el más largo que había tenido nunca, y el más placentero y el más… todo. Con Rosa, esa misma sensación la tuve cada vez, y fueron muchas. Ella fue muy consciente de mi orgasmo, el suyo no había terminado aun, pero en medio de su enorme placer, me miraba con ojos y cara de felicidad suprema. Cuando ambos habíamos recuperado el ritmo de nuestras respiraciones y lejos todavía de estar satisfechos, pasé un brazo bajo su cintura, sujeté su espalda con la otra y con un giro de mi cuerpo la situé sobre mi dándole así mayor libertad de movimientos. El verse sobre mí volvió a excitarla mucho, se inclinó y me besó con enorme pasión al tiempo que, casi con el mismo ritmo con que yo había provocado su orgasmo y el mío y con los ojos cerrados disfrutaba y me hacía disfrutar de una inolvidable sesión de sexo. No puedo recordar cuanto tiempo nos mantuvimos entrelazados, solo recuerdo que tampoco bajamos a cenar y que, desfallecidos, pedimos algo al servicio de habitaciones,incluida una botella de champagne. Nos subieron la cena mientras ella se duchaba. Cuando ella salió del baño, entré yo para quitarme el sudor que nuestras repetidas escaramuzas sexuales habían provocado. Cuando volví al dormitorio el olor a sexo era más que notable. Rosa sonreía y me preguntó si también lo notaba, le dije que sí y que se imaginara como iba a oler el domingo cuando dejáramos la habitación. Por toda respuesta ella me miró y dijo “¿Me lo prometes?”


El fin de semana se pasó en un suspiro, Rosa y yo nos habíamos vuelto a encontrar, pero ahora como adultos de verdad, cuando abandonamos el hotel los dos conocíamos el cuerpo del otro casi que con toda exactitud, sabíamos donde tocarnos y como hacerlo para proporcionarnos el mayor placer posible, le viernes superó al jueves y ambos días fueron poco comparado con el sábado. El domingo nos embargó la tristeza de lo estaba por interrumpirse, la urgencia de las pocas horas que nos quedaban por estar juntos, permanecimos horas y horas abrazados, besándonos y regalándonos caricias, temiendo el momento de tener que separarnos. Abrazados también se puede hablar y lo hicimos. Me comentó que El Sacristán solía desaparecer al menos una vez al mes, y siempre en fin de semana, coincidiendo con la ausencia del cura responsable de la iglesia donde pasaba horas y horas.

  • ¿Me estás diciendo que El Sacristán se entiende con el cura?

  • Ese es el rumor que algunos malnacidos han ido propagando, pero no es cierto, El Sacristán desaparece con la excusa de reuniones de cristianos, ejercicios espirituales y cosas así, al coincidir siempre con la ausencia del cura, los menos maliciosos dan por supuesto que van juntos, pero no es así porque por lo que yo he podido averiguar hasta ahora, el cura visita a su madre, muy mayor en un pueblecito del norte de España. A El Sacristán, sangre de La Bruja, le importa muy poco el daño que pueda hacerle al cura cuando lo usa como excusa.

  • Pues tenemos que encontrar la manera de que se sepa y, de camino, perjudicándole a él, te beneficie a ti. No puedes pasarte el resto de tu vida disfrazada. Y yo tampoco quiero tener que verte siempre a escondidas. Tengo muy claro que tú no debes dejar tu negocio para venir a vivir conmigo y yo voy a empezar una nueva etapa en la mía y además tengo otros asuntos pendientes que quiero solucionar tarde el tiempo que tarde. Así que…

  • Así que sigamos con nuestras vidas, veámonos siempre que podamos y busquemos el modo de solucionar nuestros asuntos poco a poco pero sin pausa y hasta llegar al final.

  • Estoy de acuerdo. De momento, déjame que vaya pensando en ambos problemas, te iré diciendo lo que se me pase por la cabeza, lo calibramos juntos, tu tomarás las decisiones finales de los que te afectan directamente y yo haré otro tanto con los míos. Pero sobretodo no debemos obsesionarnos y cometer errores de los que luego no podamos hacer marcha atrás.

  • Muy bien, haremos un buen equipo ¿verdad?

  • Totalmente.

Me besó, la besé y volvimos a disponer de nuestros cuerpos.

El domingo volvimos al pueblo, cada uno por su lado, habiendo quedado en vernos el siguiente fin de semana, que sería el último en una temporada.

Llegó la hora de partir en busca de mi nueva vida, de mi otra nueva vida, ya que yo partía con una vida nueva con Rosa, la promesa entre ambos de un factible futuro compartido, aunque, de momento, no juntos. Todo se andaría.

Cuando me marchaba de la casa de mi hermana, esta llevaba un pequeño papel en la mano, le dio un beso, lo dobló y lo puso en el bolsillo de mi camisa.

  • Es un boleto de la Primitiva. Desde hace un par de años cada semana juego dos boletos a uno de los sorteos, los dos con la misma apuesta, así si un día toca, nos tocará a los dos.

Y no nos tocó, por cierto.