Tribal: El cortejo.
El guerrero no cesó de torturar la dura perla y el prieto ano hasta que temió por la consciencia de su amante. La muchacha, exhausta, se quedó inmóvil, incapaz ni siquiera de hacer descender sus caderas. La pasión se convirtió en ternura al instante. Mossa era un experimentado amante y sabía que era
La carrera y media desde los pastizales hasta el pueblo hubiera agotado a cualquier hombre. No era así en el caso de Mossa, que caminaba feliz a buen paso a pesar del joven guepardo de media cabra de peso que portaba en sus hombros. Había estado a punto de perder un animal de las cuatro manos de que constaba su rebaño, por el ataque de aquel imprudente gato. No tendría más de seis lluvias, por lo que era un cachorro inexperto en las lides de la caza; por ese motivo, un guerrero como él no había tardado en darle alcance, matándolo de una certera lanzada.
“Se lo ofreceré a Mika para ganarme sus favores”, iba pensando el joven mientras caminaba a grandes zancadas en dirección al poblado. Tenía claro que un joven guerrero no tenía muchas posibilidades frente a hombres mayores, aunque aquel guepardo sería un punto a su favor a los ojos de la hija del jefe.
Con gesto sombrío, observó los dorados maizales que rodeaban el poblado. “Esto va a ser la perdición de mi noble pueblo. ¿Qué guerrero que se precie dejaría su lanza y su rebaño para golpear la tierra? Aquellas mujeres Kunis que se emparejaron con nuestros fuertes guerreros tienen toda la culpa. Ellas y las otras, que rezan a la cruz e intentan que se pierdan todas sus ancestrales tradiciones, como si el Dios de occidente fuera a traernos la prosperidad del norte”. Con estos pensamientos en su cabeza, llegó Mossa al vado donde debían abrevar las cabras. Allí se quedaron tranquilamente los animales, mientras su pastor remontaba el cauce en busca de la zona de las lavanderas.
Las primeras jóvenes que encontró, eran las que vestían con aquellas horribles camisetas y faldas como las de las mujeres blancas. Todas miraron atemorizadas el magnífico ejemplar de guepardo que cubría los hombros de Mossa. Él les devolvió una mirada despectiva. No podía entender por qué una mujer preferiría guardar la hermosura y maternidad de sus pechos bajo aquellas ajustadas camisetas. Encima, ni siquiera ofrecían sus favores a ningún hombre hasta que su cruz se lo permitiera. “No digo yo que ofrezcan su femineidad, pero no deberían negar el disfrute de sus traseros”, pensó el alto guerrero, desfilando altivamente delante de la media docena de jovencitas cristianas. No es que él nunca se hubiera sentido atraído por el cambio, incluso tras finalizar la enseñanza obligatoria sopesó la posibilidad de continuar sus estudios en la ciudad más próxima. “Algunas mejoras están bien siempre que no supongan renunciar a nuestras tradiciones”, sentenció el joven.
Cinco pasos más allá del primer grupo, tras un recodo de la ribera, divisó el grupo que le interesaba. Tuvo que aguardar paciente a que las tres manos de turistas que acababan de llegar, lo miraran todo con ojos muy abiertos. Mossa, gracias a su guepardo, consiguió unas provechosas ganancias por permitir que le fotografiaran. En absoluto estaba de acuerdo con aquellos blancos vociferantes, pero el dinero no venía mal a su familia. La radio necesitaba baterías nuevas y las medicinas eran costosas.
Cuando el último de los impertinentes turistas se hubo marchado, el joven se acercó al grupo de muchachas lavanderas. Irguiéndose cuanto pudo, exhibió su abultada musculatura, detenido delante de Mika, aguardando a que ella diera el siguiente paso. Las demás chicas soltaban risitas tontas, mirando alternativamente a la muchacha y al joven guerrero.
Finalmente, la jovencita objeto de deseo de Mossa se alzó mostrando su esbelto cuerpo, cubierto tan solo por el multicolor “shuka” anudado a su cadera. Los pechos, plenos y erguidos, se mostraban altaneros ante la mirada de adoración del muchacho. Tras unos instantes en los que permaneció con la cabeza gacha observando al animal yaciente a sus pies, alzó la vista y sonrió tímidamente a Mossa. Los nervios le habían atenazado el corazón en aquellos instantes en que no tenía la certeza de que ella fuera a levantar la vista o que por el contrario retornara a sus labores, si el obsequio no era de su agrado. Él posó suavemente su mano sobre el dulce rostro. Los grandes ojos de la muchacha brillaron ante el contacto. Ella entrelazó los dedos masculinos con los suyos propios, tirando del joven hacia unos juncos cercanos.
Si la belleza de los kusai era legendaria, la de Mika no tenía parangón. Su precioso pelo, con aquellos suaves rizos que caían hasta mitad de espalda, sus grandes y luminosos ojos, la señorial nariz y su boca de carnosos labios, eran la envidia de las jóvenes del poblado. La muchacha se arrodilló en el suelo esperando paciente a que el cortejo fuera iniciado. Él daba vueltas alrededor de ella como si fuera una presa a la que tenía que dar caza. No era algo sencillo; si él no estimulaba correctamente a la doncella, ella tenía derecho a frenar el cortejo en cualquier momento. Aquello supondría, no solo que ya no optaría al enlace matrimonial, sino que su virilidad se vería en entredicho en toda la aldea.
Decidió atacar por detrás. Era una técnica que no solía fallar, aunque no le permitiera ver las reacciones de la chica. Con sumo cuidado, se arrodilló tras Mika comenzando a acariciar sus hombros con suma delicadeza. Ella fue relajando la espalda poco a poco, aceptando de buen grado las atenciones recibidas. El siguiente paso de Mossa fue retirar con delicadeza el largo cabello, llevándolo sobre un hombro. A continuación posó sus labios sobre la oscura piel, comenzando a lamer con deleite, desde el lóbulo de la oreja hasta el principio del brazo. El lado opuesto de la muchacha recibió el mismo húmedo y apasionado tratamiento. Mientras la boca de Mossa arrancaba suspiros de la hija del jefe gracias a las atenciones dadas a su cuello, las masculinas manos abordaron los costados frotando con delicadeza desde las axilas, pasando por la estrecha cintura hasta las rotundas caderas. La propia Mika fue quien llevó las manos del chico hasta sus necesitados pechos. Aquello era muy buena señal, se dijo Mossa, masajeando aquellas tetas firmes y grandes de oscuros pezones que se endurecían al paso de las yemas de sus dedos.
Mossa besó y lamió el cuello y los hombros de la muchacha hasta que esta giró lentamente la cara ofreciendo su propia boca. No se hizo de rogar y apresó su gordezuelo labio inferior entre los dientes, dándole un suave tironcito. “Esto va fenomenal. El shuka está a punto de caer”, pensó el guerrero saboreando la delicada lengua de la guapa muchacha. Las manos iban ahora desde los turgentes pechos hasta el comienzo de la tela multicolor, acariciando el plano vientre. Cuando las manos ascendían hasta apoderarse de aquellas rocas negras, los fuertes dedos se precipitaban hacia las areolas, rozando delicadamente toda su superficie, la cual se erizaba al mínimo contacto. Culminaban la ascensión sujetando los endurecidos pezones entre índice y pulgar; unas veces tironeando delicadamente, otras presionando los duros apéndices y las menos, retorciéndolos, dando rienda suelta a su excitación.
Los hábiles dedos de Mika manipularon el nudo del shuka hasta que este quedó tendido en el suelo. Mossa, loco de alegría por haber logrado superar la penúltima prueba, se deshizo rápidamente de su zurrón, el machete y su acolchado taparrabos, bajo el cual palpitaba su endurecida lanza. Volvió a pegarse a la espalda de la muchacha frotando ahora su ardiente erección sobre las lumbares femeninas. La boca retornó a paladear los jugosos labios y la húmeda lengua de la mujer más bella de la aldea. Los dedos, tras dedicar unas últimas atenciones a los pétreos pezones femeninos, comenzaron a descender en busca del nuevo tesoro desvelado.
Los labios mayores fueron circunvalados por los ansiosos apéndices de Mossa, enredándose en la maraña de rizos negros del pubis. Las manos de la chica acariciaban sus propios muslos con rápidas y nerviosas pasadas sobre la tersa piel.
Uno de los dedos de Mossa, el más intrépido, aprovechando los entreabiertos pétalos se introdujo en el interior de la vulva. La temperatura y la humedad hacían de aquel sitio un paraíso del que no se cansaría nunca de disfrutar. Ahora, debía andarse con cuidado. Desflorar a la hija del jefe le costaría el destierro sin apelación posible al círculo de ancianos.
Con movimientos lentos y controlados, fue acariciando el interior de los sedosos labios mayores, sintiendo cómo el joven cuerpo se estremecía tras su contacto. Rodeó la entrada prohibida, frotando sutilmente los labios menores para terminar ascendiendo hacia la sensible perla, la cual masajeó, primero en círculos y luego de arriba a abajo. La temperatura de la antesala de la gruta del placer aumentaba con cada pasada por el endurecido clítoris. “Tiene que estar a punto. Si no es ahora no lo lograré”, pensaba Mossa devorando la boca y la lengua de la chica.
La boca de Mika se separó de los labios masculinos. Entonces, sucedió lo que el chico tanto deseaba. La espalda femenina se inclinó hacia delante. Las rodillas se afirmaron haciendo que se elevaran aquellos gloriosos glúteos, ofreciendo la más bonita grupa que el chico hubiera visto nunca. Ver a la guapa hija del jefe ofreciéndosele a cuatro patas, incrementó la dureza de su vara hasta que comenzó a dolerle. Llevó la mano izquierda hasta la húmeda vulva. Continuando con las atenciones a tan agradecida zona, con la derecha rebuscó en el zurrón, extrayendo el tarro de grasa de vaca.
Debía andarse con mucho cuidado, pues los dedos de su mano izquierda tendían a buscar el lugar prohibido, poniéndole en un serio aprieto, pero es que aquella cálida gruta era deliciosa. Mientras tanto, la derecha había logrado deshacer los nudos que cerraban su tarro de grasa. Se embadurnó lentamente el dedo corazón de la untosa materia, preparándolo para abrir la penúltima puerta; la última ya la abriría si tenía la suerte de que le aceptara como compañero. No era el primero ni sería el último que disfrutase de su estupendo trasero, pero solo uno tendría su tesoro.
Mossa nunca había lamido un culo, pero pensó que si tanto disfrutaban las hembras con su larga lengua en el resto del cuerpo, no sería diferente ahí detrás. Jugándose esa baza, se inclinó hasta posar su boca en medio de los dos diminutos hoyuelos del final de la espalda. Lo apostó todo a la destreza de su lengua: su futuro como gran guerrero, la prosperidad de su familia y su felicidad conyugal. Realizó húmedos círculos con la punta sobre el comienzo del profundo desfiladero que separaba las carnosas nalgas. Aguardó inquieto a recibir una muestra de aceptación. Esta llegó en una forma que no se esperaba él. La joven apoyó torso y cabeza sobre la corta hierba, llevando sus manos a los gordezuelos glúteos. Con las carnes bien asidas por las manos, estiró hasta ensanchar el profundo surco que dividía su culo.
La lengua no se hizo esperar. Descendió cuesta abajo, Lamiendo alternativamente cada una de las laderas. Atención especial recibía el fondo del valle, en el cual las lúbricas pasadas eran lentas y profundas, desde el coxis hasta las proximidades del esfínter. Si la punta de la lengua se acercaba al ano, la muchacha alzaba el trasero, propiciando un contacto que Mossa se empeñaba en retardar.
Cuando las caderas comenzaron a moverse aceleradamente, Mossa decidió aplicar su apéndice sobre el esfínter. Este comenzó de inmediato a dilatarse y contraerse como si estuviera lanzando besos al aire. Jadeos rápidos y cortos comenzaron a surgir de la garganta femenina. El chico se afanaba en rodear con toda la humedad de su boca el orificio anal, mientras su mano izquierda continuaba dando alegrías a la cálida entrepierna de la guapísima kusai.
Las carnes de las nalgas se bamboleaban presas de los espasmos del cuerpo de Mika. Ella, pletórica de excitación, había soltado sus glúteos clavando las uñas en la blanda tierra. La lengua se tenía que esforzar en no perder el contacto con el diminuto agujero. Por momentos, alternaba entre penetrar el estrecho orificio con la punta de la lengua y lamer profusamente todo el contorno del ano. La mano izquierda sentía cómo se incrementaba la humedad y la temperatura de la entrada a la vagina, que era la zona que recibía atenciones en ese momento.
Un profundo jadeo sirvió de señal a Mossa para llevar los dedos sobre el duro clítoris, friccionándolo con deleite. La boca se separó del trasero, permitiendo que la mano derecha, que descansaba sobre las lumbares femeninas, descendiera velozmente hasta posarse sobre la entrada posterior. El inesperado orgasmo arrasó con la muchacha, llevándola a cotas de descontrol desconocidas para ella. La sensación de un largo y grueso dedo penetrando en sus entrañas, tan solo sirvió para enardecerla más aún. Tenía fuego en el coño, fuego en el culo y rayos y relámpagos recorriendo todo su cuerpo.
El guerrero no cesó de torturar la dura perla y el prieto ano hasta que temió por la consciencia de su amante. La muchacha, exhausta, se quedó inmóvil, incapaz ni siquiera de hacer descender sus caderas. La pasión se convirtió en ternura al instante. Mossa era un experimentado amante y sabía que era pronto para continuar con el cortejo. Se aplicó en acariciar la sudorosa espalda de Mika, la cual suspiraba quedamente a cada pasada de la mano de su amante.
Las tradiciones a partir de ahí eran claras: si Mika aceptaba ser su esposa, bebería de la esencia del guerrero como toda su familia debía hacer para propiciar la prosperidad del ganado. Si por el contrario, tan solo lo consideraba como amante dejando la decisión de la unión para más adelante, ella debería ofrecer su precioso culo para el desahogo del hombre que le había obsequiado una placentera comunión con la diosa madre.
Mika, aún con las uñas clavadas en la tierra, tensó los brazos elevando el torso y permitiendo que sus plenos pechos se mecieran como frutas maduras. Agitó suavemente las caderas, haciendo que su culo dibujara pequeños círculos incitantes. “Culo, pues culo. La rondaré los próximos días por si se decide”, pensó el muchacho colocándose tras la hembra.
Volvió a untar su mano derecha en la grasa de vaca, comenzando a extender el ungüento por toda la longitud de su negra y dura lanza. Su verga brillaba ahora semejando una bruñida vara del más fino ébano. Terminadas las atenciones a su herramienta, comenzó a untar la grasa por todo el ano de la muchacha, introduciéndola con uno de sus dedos en el interior del intestino femenino. Con el fin de relajar a Mika, la mano izquierda regresó a prestar delicadas atenciones a la sensible vulva.
Mossa sentía cómo su dedo se deslizaba fácilmente dentro del recto femenino. Ella continuaba con los suaves e incitadores movimientos de trasero. El dedo índice no tardó en acompañar al corazón dentro de las entrañas de Mika. Dos dedos se deslizaban con mayor trabajo, aunque el joven no había percibido molestia alguna en las reacciones de su amante. Ella percibía la palpitación de su culo, notaba cómo los dos dedos ora se deslizaban hacia el interior, ora se separaban distendiendo las paredes de su recto.
Un sentimiento de vacío invadió el culo de Mika cuando ambos dedos se retiraron al unísono. No tardó mucho tiempo en apreciar cómo, algo mucho más grueso que los dos últimos inquilinos, trataba de entrar lentamente en sus entrañas. Mossa observaba cómo su brillante rabo entraba poco a poco por el culo de su querida Mika. Su violácea cabeza, completamente libre desde que le circuncidaran, se encontraba en la mitad de su longitud dentro de aquella estrecha abertura. Súbitamente, todo el glande se introdujo dentro de la bella joven, sin que ella se lo esperase. Un gemido ahogado brotó de los labios tras aquella irrupción tan repentina.
Mossa detuvo el avance, a la espera de que las paredes intestinales se acostumbraran al grosor de la cabeza de su badajo. La mano izquierda proseguía con las caricias a la cada vez más húmeda vulva, mitigando cualquier molestia que pudiera sentir el culo de la muchacha. Ella se sentía segura de sus habilidades como amante y no permitiría que aquel orgulloso guerrero pensase que la había dominado a su placer. Toda una hija del jefe de la aldea no se podía quedar quieta recibiendo orgasmo tras orgasmo. Lentamente fue empujando con las caderas, haciendo que su propio culo fuera engullendo la larga y gruesa lanza que le perforaba. Aunque necesitaba algo más de tiempo para asimilar aquella enorme estaca, decidió ensartarse lo más rápidamente posible para demostrar que ella era tan activa como el joven. Aguantando el creciente ardor de sus entrañas, Mika empujó y empujó hasta que sus propias nalgas golpearon contra las caderas masculinas.
A la chica le había costado un gran esfuerzo no gritar. Tuvo que apretar los dientes y clavar las uñas en el suelo para soportar la molestia, pero había logrado dejar bien alto su nombre. Mossa casi se derrama en el interior del culo femenino de la excitación que sintió cuando su vara fue engullida completamente por el estrecho orificio. Ambos se mantuvieron muy quietos durante algunos segundos. Ella necesitaba relajar su ano acostumbrándolo al intruso. Él no iniciaría nada que pudiera molestar a la bella hija del jefe.
El trasero femenino comenzó por hacer movimientos de rotación. Él sentía cómo su polla friccionaba con las paredes de la estrecha oquedad, aunque la mayor excitación la producía la visión de las oscuras nalgas frotándose contra sus caderas en apretados círculos. Mossa no pudo aguantar ni un minuto más. Aferró con fuerza las caderas de Mika y comenzó un bombeo parsimonioso y delicado. El placer del muchacho por la penetración anal y la falta de quejas por parte femenina, hicieron que el ritmo de la enculada se fuera acelerando poco a poco. El guerrero se extasiaba en la contemplación de las nubes, dando gracias a todos los dioses de la sabana por haber puesto ese impresionante trasero a su alcance. Ella aguantaba las arremetidas como buenamente podía. Había sido agradable en un principio, pero ahora el ritmo era demencial. A tiempo de ponerle remedio, se percató Mossa de la creciente incomodidad de la muchacha. En vez de reducir el frenético ritmo que lo estaba elevando a las mayores cotas de placer que hubiera sentido nunca, decidió estimular el clítoris de la bella muchacha, con el fin de que sintiera nuevas sensaciones más agradables.
Las escalofriantes descargas que ascendían desde su sensible botoncito, unidas a la enculada, condujeron a Mika a cimas de placer semejantes a las de su amante. Cuando giró la cabeza observando la cara desencajada del duro guerrero, una sensación de orgullo y satisfacción hinchió su pecho y el orgasmo la arrasó como una fuerte ola de sensaciones y emociones. No debía haber gritado tan fuerte, pues no se consideraba propio de una muchacha, pero no pudo reprimir sus instintos. Ante el profundo gemido de Mika, él se dejó llevar, derramando toda su esencia dentro de la prieta oquedad femenina. Ella, sintiendo el torrente de calor en sus entrañas, experimentó una prolongación de su propio orgasmo, sintiendo oleadas de escalofríos por todo su ser.
Poco a poco las respiraciones de ambos jóvenes se fueron calmando. Mika, enfrentando por fin el rostro del guerrero, le dedicó una amplia sonrisa tras la cual besó con ternura la boca masculina. Mossa no cabía en sí de la emoción. El encuentro había sido todo un éxito. Debería encontrar un buen regalo para proseguir con el cortejo en días sucesivos.
La joven se anudó su shuka y corrió a reunirse con sus compañeras de colada. El joven recogió el cuerpo del guepardo y, dedicándole una última sonrisa a Mika, se marchó en dirección a su choza. Tenía que comenzar con la limpieza del cuerpo para no postergar demasiado el curtido de la hermosa piel. Los próximos días se presentaban agotadores.
Mossa se sintió orgulloso de las tradiciones de su pueblo, allí en la ciudad no podría cortejar a las jóvenes doncellas como en su aldea. No dudaba de que el progreso tuviera cosas positivas pero mientras hubiera mujeres tan bellas como Mika, ¿quién necesitaba televisores y automóviles?
Continuará