Tríada Dominax
Relato de Femdom Extremo
Edward despertó. Estaba desnudo por completo, acostado de espaldas sobre una losa de piedra negra. Sus miembros extendidos estaban sujetos con fuerza a anillas de metal conectadas a cadenas empotradas en la losa. Le resultaba imposible moverse. La sala donde estaba daba la impresión de ser la nave central de alguna catedral gótica, pero en la realidad se trataba de una gruta subterránea. Alineados junto a las paredes se hallaban soportes de metal que sostenían cirios de cera negra, los cuales proporcionaban una iluminación tenebrosa.
No sabía cuanto tiempo había pasado ahí acostado, pero debía ser bastante pues sentía sus miembros entumecidos.
Las hojas de una pesada puerta de metal chirriaron girando sobre sus goznes de metal. Tres chicas entraron a la sala subterránea, la rubia Ashtaroth, Lilith la pelirroja e Izanami, la de cabello negro, las tres iban cubiertas con unas grandes capas negras con capuchas. Se acercaron colocándose alrededor de la losa negra. Lilith la pelirroja llevaba un maletín de cuero negro. Descalzaron las sandalias de sus pies y tiraron las capas negras al suelo, quedando desnudas por completo, Lilith colocó el maletín sobre la losa y lo abrió, dentro había una diversa colección de extraños instrumentos de acero inoxidable y cuero negro. Las tres chicas treparon sobre la losa, tomaron asiento sobre el cuerpo del hombre, lascivas comenzaron a acariciarse entre ellas y a darse profundos besos boca a boca. Frotaban sus sexos desnudos y depilados contra los duros músculos del hombre, masturbándose de esa manera, se restregaban contra sus duros pectorales, contra su esculpido abdomen, su piel se empapó de los jugos vaginales de las tres chicas.
Lilith sacó de dentro del maletín tres dagas de plata, sus mangos iban tallados con grabados rúnicos.
Con las afiladas dagas hirieron la piel del hombre, dibujando trazos sobre ellas, hacían los cortes cortos, poco profundos, pero numerosos. Pronto la sangre comenzó a fluir en abundancia. Con gran fruición comenzaron a lamer la sangre de las heridas, deslizando sus lenguas, sedientas, embriagadas por el sabor del líquido carmesí.
Despacio, usando las dagas, le dibujaron todo el cuerpo. Hicieron incontables heridas.
Las tres jóvenes embadurnaron sus cuerpos de ninfas con la sangre del hombre, continuaron acariciando sus cuerpos entre sí y dándose profundos besos boca a boca.
Después de terminada la orgía de sangre, bañaron el cuerpo del hombre con vinagre puro usando esponjas, las heridas más grandes las cauterizaron con hierros calentados al rojo vivo.
Durante la sesión, sin embargo, no tocaron los genitales del hombre, ni mucho menos se permitieron por compasión mitigar la tremenda erección que el prisionero exhibió durante todo el largo castigo.
Él debería permanecer en castidad forzada hasta que ellas decidieran lo contrario.
Edward estaba de rodillas en el salón biblioteca de la mansión. Desnudo por completo, estaba sujeto por un cepo de madera, la tabla aprisionaba su cuello y sus muñecas, estaba además cargado de cadenas, grilletes y candados, con tanto peso y tan encadenado que le resultaba imposible ponerse en pie, debía avanzar de rodillas. Su cuerpo era un monumento al dolor, cruzado de cicatrices espantosas, cortes, quemaduras, latigazos y contusiones, muchos de ellos aún frescos y sangrantes.
Frente a él en un largo sofá de cuero estaban sentadas las tres crueles, sádicas beldades que se habían convertido en sus torturadoras. Vestían sencillo, vaqueros azules y playeras, las playeras de colores a juego con sus cabelleras, amarilla la de Athena, roja la de Lilith y negra la de Izanami. Sus hermosos pies los llevaban descalzos. Se excitó al contemplar los pies de las chicas, esos pies que en primer lugar habían sido el inicio de su perdición, su gran pene se puso duro como una barra de acero, eso a pesar de lo castigado que, como el resto de su cuerpo, estaban sus genitales, le habían quemado los testículos con cigarrillos encendidos, se los habían atravesado de parte a parte con agujas, como si fueran pinchos y luego le habían aplicado corriente eléctrica. El tronco del pene estaba todo cubierto de marcas azuladas, rastros dejados por incontables azotes, fustazos y latigazos recibidos.Una punta de líquido preseminal brillaba en la apertura de su glande, desde su captura no le habían permitido ni un sólo orgasmo, ya había perdido la cuenta de su cautiverio y de su castidad forzada, sólo sabía que le había parecido una eternidad.
-¡Acercate, esclavo! -Ordenó Lilith, su voz divina puso especial énfasis en la palabra esclavo.
Él se acercó andando hacia ellas con gran esfuerzo, las chicas comenzaron a burlarse de él, se reían y se mofaban. Nada más el pesado cepo de madera era difícil de soportar, eso sin contar los grilletes, gruesas cadenas y candados que aprisionaban su cuerpo.
-¡Quieto! -Gritó Lilith, una vez estuvo cerca, frente a ellas, la pelirroja subió sus pies sobre el cepo, los posó encima del madero como si este fuera una mesa.Las hermosas plantas de sus pies estaba a milímetros del rostro del hombre, que podía aspirar el delicioso perfume que emanaban. La rubia Athena y la japonesa Izanami, que estaban sentadas una a cada lado de la pelirroja, subieron a su vez sus pies sobre el cepo. El prisionero comenzó a besar la planta de los pies de Lilith, deseaba haber podido lamerlos, pero la pelirroja le había cosido los labios con aguja e hilo. Las otras dos chicas se pusieron a acariciarle el rostro con los dedos de los pies.
Edward estaba disfrutando la situación, era un oasis de placer en medio del infierno de torturas a las cuales le mantenían sometido.
Momentos después las chicas dejaron las caricias y comenzaron a darle de patadas al rostro, golpeándole duro con los talones de sus pies descalzos.Ash le conectó una dura patada a la nariz que le dejó sangrando. Los duros golpes le inflamaron un lado del rostro cerrándole el ojo izquierdo. Los pies de las chicas quedaron embadurnados de sangre.
Bajaron del sofá y cogiendo el cepo arrastraron al hombre llevándolo de rodillas al patio.
Afuera en medio del césped se hallaba una especie de pozo excavado en el suelo, la apertura era un rectángulo pequeño justo al tamaño para contener a una persona de pie. Las chicas dejaron caer de pie dentro del pozo al hombre, de manera que éste cayó dentro, quedando el cepo de madera como tapadera, la barbilla del hombre a nivel del piso, sobresaliendo nada más su cabeza y a sus lados sus manos. Las chicas se pararon alrededor de él y comenzaron a darle de patadas en la cabeza, Edward soportaba el dolor resignado, al menos estaban usando sus pies descalzos y no llevaban puestas sus botas.
Lilith sacó del bolsillo trasero de sus pantalones una navaja automática, la activó y poniéndose de cuclillas la aceró al rostro del hombre, cortó el hilo con el cual le habían cosido los labios y tirando de éste se los liberó. Las otras dos chicas tomaron asiento de rodillas, una a cada lado de la cabeza que sobresalía del piso.
¡Abre la boca! -Ordenó la pelirroja.- ¡Y traga!
Las chicas comenzaron a lanzar escupitajos dentro de la boca abierta de su prisionero, hacían gárgaras para para escupir dentro gruesas bolas de flema.
Las chicas se despojaron de los pantalones, quedando sólo con su playeras, y tangas de colores a juego, sus torneadas piernas desnudas y sus pies descalzos eran perfectos, de cuclillas tomaron turnos, primero se puso Ash, apuntando su sexo sobre la boca abierta del esclavo, disparó un potente chorro de orina que el desgraciado tuvo que tragar, era una cantidad abundante, la cual apenas podía pasar, con gran esfuerzo. Luego se tragó la orina de la pelirroja y después de la japonesa.
Las chicas regresaron dentro de la mansión, dejándolo sólo afuera en el patio, empapado de orina.