Tres y me llevo uno
Esta vez, las cuentas no me habían salido muy bien. Me salieron mejor de lo que pensaba.
Tres y me llevo uno
Por fin llegó el esperado lunes para aclarar con Lino tanto conflicto sucedido. Fernando había llamado a sus padres, pues al saber que no tocaríamos hasta el jueves, les dijo que se quedaba con sus amigos hasta el miércoles. Me dio la sensación de que a los padres su joven y precioso hijo no les importaba demasiado. ¡Vamos!, que les importaba un carajo. Le advertí que no íbamos a estar todo el tiempo en casa, sino que yo debería salir a algunas cosas, pero que podía acompañarme.
Bajamos a por el coche y comenzamos a recorrer calles.
¡Joder! exclamó - ¿Es que esta ciudad no empieza ni acaba nunca?
Pues te advierto que vamos a un barrio no muy vistoso y creo que no muy seguro, pero ya la gente me conoce, así que no hay por qué preocuparse.
Aparqué entre el bar y la casa de Lino y, disimuladamente, miré si estaba Jose, pero no pude ver su rincón.
Lino nos recibió muy amablemente (los managers son así hasta que te la dan y te dejan tirado).
¿Traes compañía? dijo - ¡Que chico más guapo!
Sí le dije sin dudarlo -, es mi primo Fernando. Vamos de compras.
Y nos sentamos en su despacho, que no era más que una mesa vieja llena de papeles.
Así que habéis estado tocando en el pueblo que os dije comenzó a hablar y os han pagado y a mí me llaman diciendo que por allí no ha aparecido orquesta ninguna. Me van a meter en un lío.
Pues tal vez te pase eso le dije por no hacer tu labor, que no es otra que vender tus productos, pero no esperar a que la gente te llame y te los pida. Te estás acostumbrando a que el éxito que tenemos ahora con Daniel, te ahorre el viaje al pueblo a firmar el contrato ¿Dónde está el contrato?
Ammm, verás se puso nervioso -, me llamó un hombre muy amable diciendo que quería contrataros. Le dije que sí y me dijo que te llamaría para decirte como llegar al pueblo.
¡A la aldea! le dije - ¡Es una asquerosa aldea abandonada! Pero tocamos y nos pagó un señor antipático al que llamaban «el médico». Ese mismo me llamó y me dijo por dónde deberíamos ir.
¿Puedes decírmelo en el mapa? sacó uno -. Sinceramente, no tengo ni idea de adónde habéis ido.
Pues tampoco tengo yo idea le contesté enfadado de por qué te llaman ahora diciendo que no hemos tocado.
Me metí la mano en el bolsillo y saqué el fajo de billetes. Ya iba a cogerlo entero cuando lo retiré:
¡Eh, eh! le dije - ¡El quince por ciento y ni un euro más! Y eso que no has cumplido tu trabajo. Deberías tener un contrato firmado; puedo negarme a pagarte la comisión, pero te diré algo más: no van a poder denunciarte porque no existe contrato ninguno. Yo no lo he firmado.
No supo que responder, así que me levanté y tiré de Fernando, que permanecía muy callado oyéndonos.
Para la labor que haces le dije ya desde la puerta no necesitamos a un manager; te daremos un voto de confianza, pero antes de ir a un pueblo, enséñanos el contrato. ¡Ah! Y no nos mandes a tocar a donde da el viento la vuelta y no haya hostales dignos para personas, sino para animales.
Iba a cerrar la puerta cuando volvió a hablar:
¡Espera! dijo -, me parece que tengo que darte una mala noticia. Esta semana se han suspendido vuestras galas. En el pueblo ha habido un accidente muy grande, un incendio, y están de luto.
Mi pésame para los familiares y para todo el pueblo le dije con una reverencia -, pero yo no tengo la culpa del accidente y me va a pedir cada uno su parte. Busca el dinero.
Cerré de un portazo y atravesamos la calle agarrados de la cintura
Has estado muy duro, Tony me dijo Fernando asustado -. Yo no podría hablarle así a nadie.
Pues si alguna vez tienes que hablar con managers le dije ve aprendiendo. Son todos unos frescos. Siempre pierdes tú. Esto de ser guitarrista y cantar no se queda ahí. Si además eres el director de la orquesta, tú eres el responsable de todo. Vamos a ese bar a tomar un refresco.
Entramos en el bar y allí estaba Jose, claro; en su rincón. Se levantó y vino a saludarnos
¡Hola Jose! le estreché la mano - ¡Mira! Jose, Fernando; Fernando, Jose.
Se dieron la mano y enseguida me habló algo Fernando al oído:
Oye, Tony ¿Aquí se puede hacer pis?
¡Claro hombre! le dije -; es esa puerta de ahí. ¿Qué te pido de beber?
¡Una Coca-cola, porfa!
Cuando se fue Fernando, se acercó a mí Jose y me cogió la mano cariñosamente hablándome en voz baja:
¡Joder, cuánto tiempo sin verte! Y encima apareces con ese tío tan guapísimo.
Es mi primo, no es un ligue cualquiera, si te refieres a eso.
No, no se excusó -, sólo he dicho que está buenísimo. Tienes un primo guapísimo, como tú. Me encanta su pelo casi rubio y lacio, los ojos y la piel tan clarita y esos labios...
Es verdad, Jose le dije -, es muy lindo ¿A que sí? Pero no le va el rollo, así que de hablar de «eso», nada ¿Vale?
¡Sí, sí, claro!
¿Hacen dos cañas, tío? le guiñé un ojo - ¿o has bebido ya mucho?
No me respondió encogiéndose de hombros -, no está la economía para muchas cañas. Pero te cogía ahora mismo y ponía a caldo.
¡Calla, que viene! le susurré -.
Hablamos de todo un poco, pero siempre evité hacer referencia al tema del sexo y a lo ocurrido en la aldea. Luego, cuando ya nos habíamos tomado dos cañas, le dije a Jose que si quería venirse a casa a almorzar. Primero se resistió mucho. Me dio la sensación de que temía ponerse a tono conmigo o con «mi primo», pero después de insistirle los dos algunas veces, puso una condición:
¡Vale, tíos! dijo -, me voy con vosotros, pero con la condición de que me vuelvo en metro ¿eh? Si no, no hay trato.
Y hubo trato.
Cuando llegamos a casa y salíamos del ascensor, vi a Ramón llamando a la puerta.
¡Eh, vecino! le grité -, estamos aquí.
Le presenté a Jose, entramos en casa y les dije que se sentasen conmigo en la cocina mientras yo preparaba el almuerzo.
Fernando, sin darse cuenta, me agarró por la espalda y puso su cabeza sobre mí.
Primo le dije -, que sé que me quieres mucho ¿Te atreves a ayudarme a hacer la comida?
Ramón me miró extrañado por llamarle «primo» a Fernando, pero miró luego a Jose y me pareció que empezó a entender algo de lo que pasaba y Fernando me soltó casi asustado. Jose parecía ajeno a todo.
¡Venga, Ramón! dije -, abre el frigo y saca algo de beber para todos. Jose y yo tomaremos cerveza.
Entonces fui al baño a lavarme bien las manos y se vino Ramón tras de mí.
¿Qué es eso de llamarle primo a Fernando? me dijo en voz baja - ¿Hay que disimular? Explícame, que me lío.
Verás, Ramón. Jose entiende, pero no quiero que sepa que vosotros entendéis ¿Me comprendes? No quiero ya sabes a qué me refiero. Y menos aquí.
Pues está de rechupete el tío me dijo -; me encanta así tan morenito y tan espontáneo. Es gitano ¿Verdad?
Sí, sí le dije -, es un gitanillo que conozco de un bar que está cerca de donde vive nuestro manager. Es muy buena persona. Y es guapo ¿eh?
¡Tela de guapo! dijo soplando -; le hacía virguerías.
¡Vamos! le dije -, no estropeemos el plan. Somos amigos que venimos a almorzar juntos y uno de ellos es mi primo. Nadie entiende ¿ok?
¡Claro! dijo yéndose para la cocina -, pero un día me lo presentas ¿eh?
¡Fresco!
Pusimos la mesa en el salón y comenzamos a comer ya con el aire acondicionado puesto.
No me gusta les dije que la gente se siente a la mesa desnuda, pero os invito a que os quitéis las camisas. Hace mucho calor. Yo me la quito.
Ni que decir tiene que todos se la quitaron y hubo un cruce de miradas de cada par de ojos a cada pecho, que delataba bastante la situación.
Después de comer, nos sentamos alrededor de la mesita de centro y la tele sonaba bajita de fondo. Jose nos pidió permiso para fumarse un cigarrillo; se le cerraban los ojos.
Oye, Jose le dije -, hay tiempo suficiente para echarse una siesta. Comprendo que tengas sueño y no quiero tenerte ahí despierto a la fuerza.
Pues sinceramente - dijo -, me caigo de sueño.
Yo también tengo sueño les dije -, pero ya sabéis que el piso es pequeño. Me iría a mi dormitorio un rato, pero no quiero ser tan poco cordial.
Me muero de sueño yo también, primo dijo Fernando -. Si no te importara, me echaría un poco contigo en la cama, pero me parece que Ramón va a pensar que lo echamos a su casa.
¿Qué dices? exclamó Ramón -. Si a Jose no le importa, sacamos la cama del sofá y descansamos un rato.
Sí, sí dijo Jose con mucho gusto -, no me importa.
Os pondré unas sábanas les dije - ¡No vais a dormir en el colchón!
Deja, deja dijo Ramón -, ya yo las pongo. Vete con tu primo al dormitorio.
Ni que decir tiene que cerré la puerta. Me iba a acostar con mi niño, el precioso niño de los ojos verdes. Y afuera afuera no sabía qué iba a pasar, así que se lo comenté a Fernando.
Oye, bonito le dije Jose y Ramón entienden ¿Tú crees que ?
¡Jo, seguro! exclamó -. Los dos están buenísimos.
¿Sabes una cosa? lo besé suavemente -. Cuando fuiste a mear en el bar, me dijo Jose que tenía un primo precioso, guapísimo. Le gustas.
Pues a mí me gusta él también me dijo -, pero prefiero ahora estar contigo «primo».
Nos besamos y nos acariciamos un rato bien largo y le hice señas de que no dijese nada. Me levanté y me asomé con cuidado al salón. Los dos estaban liados frenéticamente. Ramón se follaba a Jose bajo la sábana y se besaban con pasión. Volví al dormitorio (más caliente que el mango de un excalextric) y agarré a mi niño por los pelos y comencé a besarlo desesperadamente: «Te quiero, te quiero; no preguntes nada más; te quiero». Follamos de tal forma que acabamos agotados y dormimos un poco abrazados, pero cuando desperté, encontré a Jose asomado a mi puerta: «¡Jose!».
¡Cuánto quieres a tu primo! ¿Eh? dijo riendo -. Pues ¿Sabes una cosa? He descubierto que Ramón debe ser mi primo, porque, aparte de que está como un tren, no veas cómo folla.
¡Calla, calla! le susurré -, lo sé, pero no digas nada.
¿Y si me prestas a tu primo un ratito?
Pero bueno le dije - ¿Qué es esto?
Me quedé mirándolo inquisitivamente, pero acabé riéndome.
¡Anda, venga! le dije sonriendo -, tráete a Ramón para acá. Ya veremos qué pasa.
Salió al salón como una bala y entraron los dos en pelotas y saltaron a la cama. Fernando se despertó asustado: «¿Qué pasa, qué pasa?».
Pues nada le dije -, que estos dos sinvergüenzas quieren follar con nosotros.
¡Jo, tío! exclamó Jose -, tu primo está para
¡Eh, eh! le dije -, ya irán saliendo las cosas. A lo mejor a él no le gusta este tipo de orgías.
¿Qué nooooo? exclamó entonces Fernando - ¿Con un gitano como este, moreno, sin vello y con esos labios? Ven aquí guapo, que quiero probarte.
Sobre las nueve, detrás de la puerta de entrada, hubo besos de todos los gustos. Jose iba a coger el metro para volver a su casa después de un día muy ajetreado.