Tres (y 2)
Final de la aventura de mi primer trio
Cuando salíamos de casa, Dario estaba impresionante: pantalón vaquero blanco, camisa de hilo blanca sin solapa ni mangas y una muñequera con adornos de cobre en su mano izquierda. Todo ello conjuntaba muy bien con su rostro dulce, su tez pálida y sus ojos claros. Ramiro, mi amante cincuentón, se puso un traje azul marino de un tono muy parecido al de el uniforme militar que yo me había puesto, no por nada sino por no perder tiempo rebuscando en el armario.
Antes de salir por la puerta nos dimos un morreo a tres metiéndonos mano donde pudimos. Cuando nos adecentamos de nuevo salimos rumbo al restaurante.
La comida no fue de las más lujosas, pero si abundante y rica. Las bromas y la actitud de Ramiro fueron emuladas por mi y en algunos momentos mejoradas. Los pocos años de convivencia me habían enseñado los pequeños trucos mentales de embaucador/conquistador que empleaba. Uno de mis pasatiempos favoritos era localizar esos trucos y contrarrestarlos.
Dario era encantador, te conquistaba con su sencillez y timidez. Tenia modales que me hacían parecer un bruto inculto. Si lo hubiera conocido en otra situación seguramente me habría caído bien, pero en aquella situación, trataba de buscar en él cualquier cosa que le desmereciera a mis ojos. Si me analizo a mi mismo, todo fue a causa del complejo de inferioridad que ha sido mi compañero de viaje toda mi vida,
Tras la comida regresamos al lugar que ya sentía como mi hogar, el ático duplex que compartía con Ramiro desde que su separación se hizo efectiva. Sus hijas venían a visitarnos de tanto en tanto, la pequeña incluso se hizo amiga de mis hermanas más pequeñas. Ellas sabían cual era la situación sentimental de su padre, seguro, pero fingían no saberlo con una habilidad heredada de su padre.
-¿Que te os apetece hacer ahora? - dijo Ramiro, con la mas amplia de sus sonrisas.
-Me gustaría... - empezó a decir Dario
-¿Que te gustaría? - dije yo conminándole a acabar la frase
-Venga, di lo que te gustaría – animó Ramiro
-Tomar el sol en la terraza.
Dario se ruborizó un poco al terminar de decir la frase, ello contribuyó a aumentar mi deseo y mi envidia hacia el. Solo los que han sentido alguna vez algo así lo entenderán.
-Bueno, por mi vale – dije quitándome la corbata del uniforme.
-Pues, vamos – dijo Ramiro, haciendo el mismo gesto
En el camino del recibidor a la puerta de la terraza, en el salón, estábamos en calzoncillos, al traspasar la puerta ya estábamos en cueros. Dada la hora y la orientación de la terraza, la misma estaba completamente cubierta por el sol. Juntamos las hamacas orientándolas a poniente, tumbándonos en ellas.
Dejamos las hamacas tan próximas que podíamos meternos mano sin demasiados aspavientos. Pero no lo hicimos, los tres nos encontrábamos demasiado cansados para ello, tan cansados que nos quedamos dormidos, bueno, al menos yo me quede dormido. Pero no pasó mucho rato antes de empezar a oír las risitas de mis compañeros de fiesta, junto con un ruido que no identifique. No identifiqué el ruido hasta que fue demasiado tarde.
Ramiro y Dario estaban jugando con la manguera que servia para regar las plantas de la terraza. Cuando quise darme cuenta de ello, ya estaba empapado de agua fría mientras ellos reían de la cara que puse al despertarme de mi duermevela con semejante susto.
Por unos instante me volví a sentir un niño, pero los instintos son los instintos. Por más que lo intento no consigo recordar quien de nosotros fue el primero en exhibir una medio erección. Lo que si recuero es que nos pusimos a comparar tamaños y formas, iniciando un juego más propio de pre-adolescentes que de hombres adultos.
La polla de Ramiro era contundente gruesa, plagada de vello negro y rizado, con un capullo que casi tenia el doble de diámetro que el tronco. La mía, nada espectacular, algo mas corta y delgada, con un grosor uniforme, con una vellosidad juvenil de color claro. La de Dario, casi era la mitad más de larga que la mía y algo más delgada, con una circuncisión admirable, que hacia que, al excitarse, se doblara hacia dentro, dando la sensación de una delgada banana, con una vellosidad solo algo más que incipiente.
Ramiro fue el que empezó con el juego en serio, poniéndose en cuclillas y empezando a chupar nuestros juveniles miembros con una maestría propia de la edad.
Tras un tiempo indefinido me miró con cara de pena. Nuevamente el conocimiento de tu pareja es primordial. Sabia por su mirada que me iba a pedir algo inusual, como así fue.
-Quiero... - musitó – ...tumbate en la hamaca Jose.
Me dejé caer todo lo largo que era sobre la hamaca más próxima. Incorporando la cabeza empece a pajearme con suavidad. Mientras tanto mis compañeros se acercaban poco a poco haciéndose sendas pajas mutuamente, entre tiernos y profundos besos por todas partes.
Al llegar a mi altura se separaron y Ramiro me cabalgo dándome la espalda, sentándose lentamente sobre mi priapo mientras lo guiaba con su mano al palpitante orificio de su culo. Mientras se dejaba caer exaltaba ruidosamente el aire de sus pulmones. Le separé las nalgas para, alzando la cabeza, tener una perfecta visión del punto de unión de nuestras anatomías. Podía sentir mi corazón y el suyo en mi hombría, latían excitados pero descompasados.
Cuando estuve completamente dentro, mi maduro amante inició un dulce movimiento circular y de mete-saca. Mire a el jovenzuelo, que era Dario, viendo a contraluz como se masturbaba su curvo palo que debió entender mis intenciones, puesto que se acerco bajando su entrepierna hasta mi boca. Me metí todo el escroto en la boca casi atragantandome. Jugué con mi lengua y mi succión en sus pelotas, las cuales se ponían tensas por momentos. Notaba en mi nariz los cadenciosos movimientos de su mano a lo largo de su propia banana.
Los movimientos de Ramiro se aceleraron con dulzura. Al mismo tiempo Dario me colocó su mano en la frente para indicarme que me sacara de la boca sus pelotas, las cuales se hallaban tan hinchadas que tampoco hubiera podido seguir chupándolas mucho rato más, se recorrió su polla de arriba a abajo y de abajo a arriba un par de veces con la mano, a solo unos centímetros de mi cara. Moví la cabeza rápida pero suavemente introduciéndome tanto como pude, de aquel cipote, casi imberbe, en la boca iniciando un salvaje movimiento.
Nadie hablaba solo se oían nuestros suspiros y nuestras respiraciones agitadas. Yo fui el primero en hablar, sacándome el carajo que estaba chupando.
-No te vengas en mi boca... no me gusta.
-Ssssiiii.... lo que... que quieras... pero sigue chupándome...
La voz de Dario sonó tan suplicante que me enterneció haciendo que, después de mirar unos segundos los ya rápidos movimientos de Ramiro, volviera a meterme aquella vibrante barra de carne el la boca, con más ganas que antes.
No quería correrme en aquella postura, quería, ansiaba follarme el lampiño culo de Dario. Los movimientos de Ramiro ahora eran como los de un poseso, clavándose mi cipote tan adentro como podía con cada movimiento. Notaba sus peludas pelotas chocar contra las mías y las pulsaciones del pene de Dario en mi boca.
Estaba controlando mi eyaculación sin demasiado esfuerzo por mi parte. Cuando empecé a oír como los suspiros de Ramiro se hacían más intensos y las contracciones de su esfinter más poderosas y frecuentes, decidí sujetarle por las nalgas para inmovilizarlo y que no acabara, al mismo tiempo que escupía el caramelo de mi boca.
-¿Ocurre algo? - pregunto Ramiro descabalgándose.
-Nada... no quiero que termines así. - conteste yo
Cuando se hubo descabalgado me coloque boca abajo, notando en mi espalda el calor del sol e inmediatamente el peso de otro cuerpo sobre mi. Ramiro había colocado su cipote entre mis nalgas, en cuanto noté la dureza de su miembro las cerré con fuerza atrapando la tiesa carne entre ellas. Notaba la gruesa punta en mi rabadilla y sus peludos testículos en la base de mi culo. Comenzó con los movimientos de frotación que sustituían a su soñada sodomía.
Mi maestro en la vida, Ramiro, había olvidado todas sus lecciones de disfrute de las cosas. Empezó moviéndose a toda velocidad, sin calma para oler las rosas, consiguiendo que casi no pudiese sujetar su grueso pene entre mis nalgas. Solo tardo segundos en venirse con una pequeña y única descarga que le hizo gorgotear de placer. Noté su espesa leche lubricando mis nalgas.
No necesité volverme, noté en mi mejilla izquierda la incipiente barba de Ramiro. Mi nariz estaba siendo presionada por los testículos de Dario. No necesité mucha deducción, Dario se follaba a nuestro maduro amante por la boca. El jovenzuelo no aguantó casi nada, vaciándose en la boca de Ramiro, que se trago la lefa como si de ambrosía se tratara.
Un Ramiro con sobrepeso, junto con el calor del sol me estaban asfixiando. Mi cipote, más tieso que en mucho tiempo, se presionaba contra la hamaca. Había oído hablar de la asfixia en relación con la erección y los orgasmos, por eso aguanté tanto como pude tratando de disfrutar de la sensación. Al final el instinto de supervivencia me hizo sacudirme como un pez fuera del agua para que Ramiro se levantara, como así hizo.
Me puse de medio lado en la hamaca dando la cara a la madurez y la espalda a la juventud. Tanto el joven como el maduro se arrodillaron el el suelo a la altura de mis partes. Ramiro se metió mi empinado carajo en la boca empleando toda que experiencia en tratar de hacerme llegar. Mientras Dario se nutria de la leche de mis nalgas, recogiéndola con la lengua entre mugidos de placer.
Las sensaciones eran cada vez más intensas, sobrepasando todo margen cuando Dario penetró en mi ano con la punta de la lengua. Las dos bocas dedicadas a mi placer eran abrumadoras. El torrente de información que mis sentidos mandaban al cerebro, lejos de satisfacerme, me hizo desear más.
-Esperad – dije con una firmeza que no camuflaba mi excitación. - Os quiero encular
Nos levantamos todos. Nos morreamos los tres en una conversación sin palabras, que llevó a Ramiro a tenderse en la hamaca mirando al cielo, pero con las nalgas colgando fuera. Su arrugado pene no era para nada excitante. Cuando Dario se colocó encima de él, morreandolo, me tapo la visión de la parte delantera de sus entrepiernas, lo cual liberó mi imaginación.
Me arrodillé quedando con una pierna de cada uno a cada lado de mi cuerpo. Podía ver el contraste de los dos pares de pelotas arrugadas, dos pelonas y blancas, dos curtidas y peludas. Empecé penetrando a Ramiro que levantando sus caderas abrazo con fuerza el cuerpo que tenia encima, aplastando su pubis contra el de Dario. Cuando noté próximo el fin, la saqué del curtido culo.
Separé las nalgas de Dario con fuerza hasta que pude ver el ano enrojecido. Guié mi hombría hacia el agujero que me atraía como un imán. Solo lo lubriqué con un escupitajo, desconectando mi control, para así poder penetrar aquel orificio como se lo había visto hacer a Ramiro solo unas horas antes: violentamente, a trallazos largos pero rápidos.
En aquel trasero la presión era distinta, ni mejor ni peor, solo distinta, más suave, sin llegar a ser femenina. La excitación de la novedad se mezcló con mi necesidad de orgasmo. La leche de mis cojónes no se hizo esperar, manó en tres pequeñas andanadas, que acabaron el el intestino de Dario.
-Ya... ya... yaaaaaaaaah.. tomaaaaaaaaaaaah... me corrooooooj... ¡que culo!... mmmmmm... ¡que culo!... tomala todaaaaaah mmmmm... que bueno....
Me tome un rato hasta que Ramiro dijo que se asfixiaba, entonces saqué mi cipote de la cálida funda de carne, apretando las nalgas del joven culo para depositar en su interior hasta la ultima gota de mi simiente.
Nos sentamos cada uno en nuestra hamaca mientras nos recuperábamos físicamente.
-Tendré que irme – comento Dario – llevo demasiado tiempo fuera de casa y la familia igual ya a empezado a hacer llamadas a los hospitales.
Dario se vistió y nos despedimos de él en el recibidor, dándole un par de morreos que solo manifestaron afecto. Nos intercambiamos los teléfonos con promesas de llamarnos más adelante.
No volví a ver a Dario jamas. Supongo que un amante maduro se vuelve celoso con el paso del tiempo. Ramiro seguramente no quiso arriesgarse a que me enganchara al jovenzuelo. Nada más lejos de mi imaginación. Sí, deseaba un trío, pero con una mujer, algo que mientras duró la relación con Ramiro, no sucedió jamas.
EPILOGO
La lección filosófica que obtuve de esta historia, es que muchas veces nuestra pareja nos dice querer algo, pero nosotros, por mucho que nos diga ella, interpretamos que busca algo, parcial o radicalmente distinto. Los seres humanos en nuestras relaciones somos complejos, pero si empleáramos nuestro intelecto para nuestras relaciones con una fracción de la intensidad que dedicamos a nuestro trabajo o fantasías, seguramente no habría casi malos entendidos.
Después de casi 30 años aún recuerdo aquel día como algo muy especial. No sé que fue de Dario, nombre naturalmente ficticio, si el se viera reflejado en este relato, me gustaría que lo comentara aquí, para poder decirle que, si bien no lo amé, dejo una huella imborrable en mí.