Tres viudos para Rosa
Se puede ser ya bien mayor, pero los hombres que admiran a las mujeres lo hacen durante toda su vida.
Tres viudos para Rosa
Rosa tiene treinta y cinco años y está en su momento más explosivo, en esa década prodigiosa que es la treintena, mezcla de madurez y juventud. Una mujer atractiva, que se deja ver con gusto. Soltera por vocación, pues ha visto en la familia malos ejemplos que le han llevado al convencimiento que mejor es estar sola y sin dar cuentas a nadie.
Tiene orígenes humildes y ha trabajado, y sigue trabajando duro para ganarse la vida. En su casa poco había para compartir, aparte de una madre desilusionada de la vida y un padre poco trabajador. Además, con cinco hermanos, a veces no llegaba a casa ni lo más elemental para una vida medianamente digna.
Por eso, se fue con sus abuelos, que vivían solos. También humildes, pero muy trabajadores y al tener pocos gastos resultaba posible un nivel de vida mucho mejor. Los padres no pusieron inconvenientes, era una boca menos que alimentar, y los abuelos encantados.
La ciudad donde viven es mediana, unos veinte mil habitantes. Situada en lo alto de un cerro, transcurre a sus pies un pequeño río, y en su margen contraria hay una barriada de casas modestas. Algunas de ellas tienen en la parte trasera un huerto cuyo cultivo ayuda a la economía familiar. Allí residen los abuelos.
La abuela ha trabajado toda su vida como asistenta, en una casa de familia adinerada. Sabe con soltura todo lo referente a ese trabajo: la cocina, limpieza, el perfecto lavado y planchado de la ropa, etc. Es muy voluntariosa, al contrario que la madre de Rosa, que es muy negada para todo. Y ha enseñado a su nieta todos sus conocimientos y cuando cumplió los diecisiete años la llevó con ella de ayudante. Después, ya jubilada la abuela, Rosa siguió con el mismo trabajo, aunque ella prefiere hacerlo por horas en distintas casas. Se gana un dinero más que suficiente para sus gastos, que no son muchos, pues sigue en casa de los abuelos que se la donaron como herencia. Se cuida mucho, le gusta ser coqueta, se compra ropa, va al gimnasio, alguna salida con amigas y poco más.
No tiene prejuicios con el sexo y ha tenido relaciones con bastantes hombres. En la mayoría de las casas donde ha trabajado los dueños le han hecho proposiciones deshonestas, que no suele aceptar por respeto a la familia, aunque siempre hay alguna excepción. Rosa es, ante todo, buena persona, tiene un corazón grande y le gusta hacer feliz a la gente. Natural y desinhibida, opina que también en la cama se pueden hacer obras de caridad.
Se acuerda, por ejemplo, de Manuel, un hombre de cincuenta y cinco años, con una esposa que padecía una larga enfermedad. Manuel era muy generoso con ella, le pagaba bien su trabajo, le regaló también el cochecito que usaba su esposa antes de quedar impedida. El hombre era siempre respetuoso, pero Rosa notaba que estaba muy necesitado de mujer. La esposa, postrada en la cama, no era molestia alguna para tener un encuentro. Así que Rosa, una tarde que el cuerpo también le pedía algo de marcha, procedió a darse la ducha diaria al terminar los quehaceres de la casa. Con la excusa de que se le olvidó su ropa en la habitación salió del baño solo con la toalla, luciendo medio muslo y los hombros. El hombre no pudo evitar un gesto de admiración al verla pasar; ella, seductora, le dedicó una sonrisa para animarle.
- Eres un bombón, Rosa, suerte tiene el hombre que consiga amarte.
Rosa era siempre respetuosa con los dueños, y los trataba siempre de vd.. incluso en la intimidad.
- ¿Y así, al natural, mejoro mucho o no?
Atrevida, desató la toalla dejándola a un lado, quedando totalmente desnuda. El hombre, que estaba sentado leyendo, se levantó para ver más de cerca. La mujer, impresionante, pechos opulentos, caderas bien marcadas, piel bronceada y bien cuidada. Y encima, bien guapa.
- Gracias, Rosa, me alegras la tarde… y la vida.
- Por eso lo hago, Don Manuel, vd. se lo merece, siempre tan bueno conmigo. Venga…
Lo agarró de una mano hasta uno de los dormitorios. Se amaron en silencio, Rosa mordiéndose los labios para no gemir, había que ser prudentes, la esposa no estaba lejos y aunque solía tener la televisión con volumen alto, todo cuidado era poco. Don Manuel la folló de forma enérgica, con muchas ganas, era mucho tiempo sin estar con una mujer y, además, esta era una mujer de bandera.
La penetró gustoso, lleno de deseo. Rosa, también con la sorpresa, se corrió una primera vez muy rápido. Su jefe siguió bombeando, disfrutando de ella. Después de un buen rato, él hizo intención de terminar, y se lo hizo saber a ella. Ambos hablaban en voz muy baja.
- Rosa, cariño, me voy a correr.. ¿no te quedaré preñada?.
- No, tranquilo, Don Manuel, que tomo la píldora. Pero no se corra todavía, quiero yo sentir otro orgasmo y después le tengo reservada una sorpresa. Apriete, apriete, métamela hasta el fondo, ya casi estoy… asíiiii, asíiiiiiiiiii, que bien…
Rosa se concentró, tensó los músculos, se abrazó al hombre y explotó en un segundo orgasmo, otro orgasmo silencioso, no había más remedio, de lo contrario hubiera gritado de forma escandalosa. El hombre se retiró al notar que ella había terminado y se quedó tendido a su lado. Ella se incorporó, se puso de rodillas en la cama y agarró el miembro bien erecto. Se lo llevó a la boca, no era muy aficionada a las mamadas, pero Don Manuel lo merecía.
- Ay, ay, Rosa, por favor, no estoy acostumbrado a esto.
- Tranquilo Don Manuel, vd. solo déjese hacer.
La esposa de Don Manuel era una mujer de antiguas convicciones, jamás le hizo una felación a su esposo. Para él era su primera mamada y terminó en pocos segundos en la boca de Rosa, que sin dudarlo, engulló todo el esperma. No sería la única vez, Rosa y Don Manuel fueron amantes unos meses, hasta que falleció su esposa y él llevó a casa como pareja a una antigua novia, soltera, y Rosa dejó de trabajar con ellos.
Igualmente recuerda Rosa de vez en cuando a Miguel Ángel. Un joven de unos 20 años, sumamente tímido, introvertido al máximo, con total dificultad para relacionarse. También le salió a Rosa su alma caritativa y pensó que si no era ella ninguna otra le haría el favor de desvirgarlo. Era una familia también muy generosa con ella, aparte de pagarle bien su trabajo le hacían grandes regalos e insistían mucho en que saliese un rato con el chico, para pasear, tomar una cerveza, etc. Rosa no tenía dudas de que la estaban invitando a hacerle ese favor al chico, de hacerle hombre.
Y sucedió una mañana, cuando los padres estaban en el trabajo y el chico como casi siempre, en casa. Rosa, subida en una escalera alta, limpiaba por arriba los muebles de la cocina. Se vestía para ello con una bata ligera, algo corta, y debajo solo la ropa interior. Desde abajo, cualquiera le vería todas las bragas sin problemas. Miguel Ángel llegó y se sentó en una silla para estar sin duda a un nivel más bajo. Detrás de Rosa se deleitaba con la vista de sus muslos al completo y de su nalgas poderosas.
- ¡ Joder…¡ - se dijo Rosa para sí misma-, encima hoy tengo tanga.
De reojo observó el tremendo bulto en el pantalón del chico y se sintió halagada. Se movió en la escalera, arriba, abajo, subiendo un pie al escalón de más arriba, abriendo las piernas.
- Este chico terminará corriéndose solo, no es justo, algo tengo que hacer.
Y tal como hizo con Don Manuel, lo agarró de la mano camino del dormitorio. La naturaleza había sido generosa con el chico, y como compensación a ese espíritu tan tímido, le había dotado con un pollón muy respetable. Aunque a Rosa le costó esta vez algo más, el chico totalmente inexperto no sabía nada de nada y se corrió antes de penetrarla. Pero bueno, nadie nace sabiendo y Rosa fue buena profesora. En pocos días Miguel Ángel follaba como un auténtico profesional y ella gozaba mucho con el grueso miembro del chico, habitualmente sentía dos o tres orgasmos en cada sesión. Y la madre captó lo que sucedía. La mujer, muy liberal, se mostró complaciente y agradecida con Rosa.
- Rosa, mira, si no te da tiempo a terminar todas las faenas, no te preocupes, ya las hago yo después. Tú dedícate sobre todo a Miguel Ángel.
Le aumentaron el sueldo y la madre regaló a Rosa un televisor de lo mejor que había en el mercado.
Dejando atrás sus vivencias, que serían muchas para contar, centrémonos en la actualidad. En una de esas casas modestas de la barriada, vive Francisco, un hombre mayor, que pasa bien de los 70, quizás tenga ya 75. Rosa hacía las faenas domésticas a él y a su mujer, que conocían a sus abuelos desde hace años, pero ella falleció hace un año, dejando a Francisco muy desamparado. El hombre se apoya mucho en Rosa.
- No te vayas a ir, Rosa, no me dejes solo. Si lo haces no tengo futuro, dependo de ti para todo.
La soledad hace que las personas busquen un círculo de amistades para ir sobreviviendo. Y Francisco hace buenas migas con otros dos viudos, también mayores de setenta. Se reúnen dos o tres veces a la semana para jugar unas partidas en el bar, otras veces se turnan para ir a casa de uno de ellos.
Los otros dos viudos, Daniel y Juan, cuando van a casa de Francisco siempre alaban y comentan lo bien que está todo, tan limpio, la ropa siempre a punto, la comida tan sustanciosa. Y poco a poco Francisco los convence que deben de contratar a Rosa.
- Que más os da gastar algo más de la pensión, si los hijos ya no se preocupan de nosotros, no vamos encima a dejarles herencia, lo importante es vivir el tiempo que nos quede con dignidad. Así que al día, al día, nada de ahorros.
Al final aceptan y Rosa comienza a ir dos veces por semana a cada una de las casas. Al estar en el mismo barrio, no necesita ir al centro de la ciudad y al final acaba dedicándose únicamente a los tres viudos. Con lo que le pagan tiene suficiente y aún le sobra. Ellos muy contentos, por supuesto.
El último día que trabaja Rosa es el sábado y siempre en casa de Francisco. La vivienda tiene un huerto amplio, donde el hombre cultiva todo tipo de frutas y verduras, y tiene sus gallinas para el suministro de huevos. Rosa y los dos amigos están bien servidos, pues se llevan para casa de todo, pues sobra en cantidad.
Lo que más le gusta a Rosa de la casa de Francisco es el estanque, situado en la parte trasera, con un amplio patio. Es un estanque grande, para el riego, que Rosa utiliza como piscina. Varias higueras protegen el estanque y el patio de las miradas del cerro de enfrente y al tiempo dan una sombra fresquísima. Cuando acaba sus tareas, Rosa se da un buen baño y luego se queda con Francisco y sus amigos a comer lo que ella ha guisado. . Ese día la comida y bebida va a cargo de los tres viudos que les acompañan.
Hemos visto que Rosa no tiene inhibiciones ni tabúes, y es de corazón grande. Ni que decir tiene que los tres hombres, aún tan mayores, les gusta ver a una mujer, y si es tan atractiva como Rosa, pues encantados. No faltan ni un día a la cita.
Rosa atiende la cocina portátil en el patio, donde prepara una excelente paella, que degustan los cuatro regada con un buen vino. Tras el café correspondiente, ellos ayudan a Rosa a retirar las cosas y llevarlas a la cocina, barren el patio y demás tareas. Luego se sientan en una mesa a jugar la partida de cartas y tomar la copa de licor. Rosa recoge la cocina y luego con su bikini (se le ha quedado algo pequeño y enseña nalgas y tetas un poco más de la cuenta) se mete en el estanque y se refresca un buen rato.
Los viudos mientras juegan su partida están más pendientes del baño de Rosa que de los naipes. Y al final deciden suprimir la partida; sentados en las hamacas, degustan la copa de licor y toda la atención se centra en el baño de la chica.
- Sois tres viejos salidos -les dice ella, con buen humor-, me vais a gastar con tanto mirarme.
- Es que estás muy buena, cariño, y eres nuestro único consuelo.
- Vale, vale, lo entiendo, disculpados. Seguir mirando.
A Rosa le viene ese instinto medio maternal, compasivo, generoso. Y a propósito descuida el bikini, para enseñar un poco más. Las tetas casi se le salen.
Rosa piensa que hacer felices a estos hombres, tan mayores, que no tienen otra cosa que les ilusione, eso nunca puede ser malo. Hoy, además, celebran el cumpleaños de Daniel.
- Bueno, chicos, me habéis cogido de buenas. Os portáis siempre muy bien conmigo, os haré un regalo, sobre todo para Daniel, que es su cumple.
Coqueta como es ella, insinuante, deliciosa, metida en el estanque hasta la cintura y puesta de espaldas a los hombres, desabrocha el sujetador del bikini y lo retira despacio, dejándolo en el borde. Se tapa los pechos con los brazos, haciéndose la pudorosa, mientras se da la vuelta. Luego y mientras pone en su cara la mejor de las sonrisas, deja caer los brazos. Los pechos son grandes y con el efecto del agua algo fresca, los pezones se han contraído, están gruesos, desafiantes.
El efecto que causa en sus tres amigos es inmediato. Como movidos por un resorte se levantan de sus asientos y se ponen en el borde del estanque, apoyados en la pared, sin decir palabra, mirando extasiados.
- Caray, que no es para tanto, chicos.. Soy una mujer, nada más. Solo os falta meteros en el estanque…. Jajajajajja.
Daniel suele ser el más atrevido y siempre es el que hace los comentarios.
- Claro que eres una mujer, pero una mujer extraordinaria, y además eres “nuestra” mujer, la única que tenemos para nuestro consuelo. Gracias, cariño, gracias.
Rosa sale del estanque, se seca con su toalla y los hombres vuelven a sentarse. Ella ahora se acomoda en una tumbona, boca abajo, para tomar el sol.
- Ten cuidado no te quemes, hija, -le dice en tono paternal Francisco-.
- Me hace falta un poco de crema. ¿Quién me la da?.
- Juan, Juan, venga, vamos, ayuda la chica.
Juan es el más tímido de los tres, va siempre un poco a remolque de los otros dos. Pero se anima, coge el bote de crema y se sienta al lado de la hamaca. Va extendiendo la crema por la espalda, una espalda amplia, fuerte, de piel inmaculada. Está marcada la señal del bikini sobre la piel bronceada.
- Seguro -dice Daniel, que es el más atrevido y que sigue la operación muy atento-, que el culete también lo tienes más blanco. Anda, Juan, desabrocha los lazos, que veamos…
- No tenéis remedio, sois unos salidos enfermizos los tres. Vale, Juan, desabrocha los lazos.
Juan, con manos algo temblorosas, tira de los cordones de las caderas y el triángulo posterior de la braga del bikini cae hacia atrás, dejando libre las nalgas carnosas, firmes, muy femeninas. Los hombres silban de admiración. Juan, algo cortado, no se atreve a extender la crema por los glúteos y Rosa lo anima.
- Dame también crema por ahí, no te de apuro.
- Haznos ya el favor completo, cielo, ponte de pie, queremos verte desnuda – es Daniel quien hace el comentario-.
Rosa lo piensa un poco, pero como suele suceder en ella, acaba aceptando.
.- Vale, sí, pero tengo que arreglarme algo. Una exhibición así hay que hacerla con estilo, con detalles. Esperadme, voy dentro a arreglarme un poco.
Se levanta tapándose con la toalla de baño. En el interior de la casa hay una habitación para ella, donde tiene Rosa algo de ropa y otros complementos, pues desde allí sale muchos días a dar una vuelta con sus amigas, sin pasar por su casa, incluso alguna vez se queda a dormir si Francisco está enfermo.
Se toma su tiempo, quiere deslumbrar en esta tarde veraniega, se siente la protagonista y está muy segura que los hombres se lo van a agradecer. Vale la pena prepararse bien.
Se cepilla el pelo y se peina bien. Luego se maquilla, se pone el rimel en las pestañas, la sombra de ojos, labios rojos bien perfilados. Se pone perfume y como único complemento, unos zapatos de tacón de aguja. Así, totalmente desnuda, se presenta en el patio. Los tres viudos están de pie, algo nerviosos, expectantes, esperando el acontecimiento. De forma espontánea, aplauden los tres.
Rosa es rubia natural y luce en el pubis una mancha de vello dorado, arreglado con esmero, muy original. Los hombres de deleitan con el espectáculo.
- Bueno, chicos, por hoy está bien.. ¿os ha gustado?.
Curiosamente ninguno contesta, es como si la voz se les hubiera apagado de emoción. Pero tras un largo minuto, uno de ellos se atreve a preguntar:
- ¿Podemos tocarte un poco?.
- Pues claro, no me voy a desgastar por eso…
Los hombres se aproximan y la rodean. Con sus manos algo temblorosas de la emoción, palpan con infinita ternura el cuerpo de Rosa. No son apretujones de deseo, groseros, no. Hay algo distinto que la mujer capta. Es como un signo de adoración, de íntima delicadeza y de un agradecimiento extremo. Las palmas de las manos recorren muy despacio la piel, como si fuesen escultores modelando la pieza. Como si tocar resultase necesario para creer que es cierto que esa mujer está allí, tan desnuda, tan preciosa, solo para ellos. Uno, detrás de ella, acaricia su espalda y su trasero. Otro se ha puesto de rodillas y recorre sin prisas los poderosos muslos y su mata de pelo rubio. Ella, también agradecida, abre las piernas para que la vista del hombre llegue también a su sexo y sus dedos puedan tocarlo. El último, tiene ambas manos en los pechos, que recorre con especial cuidado, apretando ligeramente. Luego, sin que hubiera ningún acuerdo, sin que nada estuviera preparado, pero que surge de forma espontánea, van girando y cada uno ocupa la posición del otro.
Todos, incluso ella, han perdido la noción del tiempo. Rosa no se llega a excitar, no se llega a humedecer, porque es algo distinto a un acto sexual, aquí es la ternura, el sentimiento, la entrega dulce de la mujer, aunque no sea completa. Ninguno de los cuatro sugiere llegar más allá de ese momento especial, de esa conexión casi mística que los une en un gesto sublime, mientras la tarde cae y el sol se oculta dejando un color rojizo en las paredes, en los árboles y en sus propias siluetas.
- Vale, vale ya por hoy, ya me habéis sobado un buen rato… jajajajaja
- ¿Nos dejarás otro día, Rosa? - los hombres más que pedirlo, lo suplican-.
- Ya veremos, ya veremos lo que se puede hacer…
Rosa les dedica una amplia sonrisa y se va hacia la casa para vestirse, pues ha quedado con unas amigas. Ellos, se sientan de nuevo, se sirven otra copa y se quedan mirando la puesta de sol. Ninguno hace comentarios. Solo meditan sobre el regalo que han recibido en esta tarde de verano.