Tres son multitud
Lota propone a Cardo darse un homenaje en un hotel y mientras llegan le da placer, pero ella también está preocupada por lo poco femenina que se ve, y decide buscar ayuda para ello.
Cardo tenía motivos para estar feliz. O al menos los había tenido hasta hacía cinco minutos. Hasta entonces, había estado tumbado en la cama de Lota, calentito, confortable, y lo que era mejor de todo: con ella a su espalda, abrazándole por la tripa. La luz de la luna entraba por la ventana y daba una dulce penumbra al cuarto, tenía las mantas subidas hasta las orejas y las tetas de Lota pegadas a la espalda. Todo había sido perfecto. Había sido. De pronto, la puerta se abrió de golpe, oyó unos pasos vacilantes de pies calzados con enormes botas, y la cama se hundió. Y luego, ronquidos. Ricardo apretó los labios con mucho fastidio e intentó aguantar, pero el cambio de “perfección” a “jodido de cojones”, había sido demasiado radical y terminó por explotar:
—¿¡Es necesario que se meta a dormir en la cama?! – gritó. Lota, a su espalda, se alzó sobre el codo y le miró sorprendida.
—Ya te dije que se tenía que quedar unos días, y no te importó.
—¡Porque no sabía que iba a dormir en tu cama!
—¿Qué tiene eso de raro? Tú también duermes en ella.
—¡Pero se supone que yo soy tu pareja!
—Y él es mi amigo. – Cardo se volvió para contestar, pero ella le cortó – Oye, no hay ninguna cama más en la casa, no es la primera que vez que Alva y yo compartimos sueño, apaga los celos, ¿quieres? – de nuevo intentó hablar, pero esa vez, Alvarito fue quien le cortó.
—¡Tú has pasado aquí apenas un par de noches, yo me tiré aquí viviendo cuatro años! Me corresponde algún derecho de antigüedad, ¡tendría yo más derecho a quejarme que tú; ése era mi sitio!
—¡¿QUÉ?! – se horrorizó Cardo al saber que estaba durmiendo en el mismo lugar que ocupó aquél tipo.
—Cardo, de verdad, basta. Es la una de la mañana, ¡es un poco tarde para estar discutiendo! Alva no tiene la culpa de que le hayan tirado la casa, en algún sitio se tiene que quedar, y yo soy su mejor amiga; no hay más que hablar.
Ricardo intentó acomodarse de nuevo, en medio de refunfuños, pero antes de poder conseguirlo, un silbido le interrumpió. Silbido que fue creciendo de tono hasta hacerse un rugido entrecortado por gruñidos y mezclado con carraspeos ocasionales. Todo ello a un nivel de decibelios propios de un motor de gran cilindrada. Alvarito tenía vegetaciones desde pequeñito (si es que una persona que ya pasaba del metro y medio a los tres años, podía alguna vez haber sido considerado como “pequeñito”), y roncaba como un cosaco.
Cardo notó que el cabreo le subía desde el estómago a los dientes, y su impulso fue el de salir de la cama aún en pelotas como estaba y largarse al sofá. De haber tenido más orgullo, lo habría hecho, pero Lota notó su indignación y se arrimó a él, le apretó contra ella y le acarició la cara con el dorso de los dedos.
—Anda, rubito… no te me enfades. – susurró, cariñosa. Cardo sabía que Lota no era lo que se podría llamar una chica dulce; el que le dedicase un trato así, era algo importante y decidió valorarlo por encima del hecho de compartir cama con Alva. Besó los dedos que le acariciaban la cara e intentó dormir. Y contra todo pronóstico, lo consiguió.
Apenas había amanecido cuando Alvarito salió de la cama y de la habitación. Cardo apenas cambió de ritmo la respiración, pero Carlota sí se despertó, y le extrañó que su amigo saliese de los brazos de Morfeo tan temprano, cuando no solía levantarse antes de las once, de modo que se echó encima una camisola y los calzoncillos de la noche anterior, y salió a ver qué pasaba.
El complemento “los calzoncillos de la noche anterior” puede inducir a error; no se trataba de los calzoncillos de Ricardo, ni tampoco de unos de Alvarito. Se trataba de la ropa interior de la propia Lota. Esta amaba la ropa lo más cómoda posible, de manera que la mayor parte de sus bragas eran de algodón y tan altas que casi le llegaban al pecho, lo que se conoce como “bragas de abuela” o “bragas de cuello vuelto”, pero también, por idénticas razones de comodidad, había descubierto que los bóxers masculinos podían ser una extraordinaria opción. Y además, no era así de fácil encontrar bragas con estampados de superhéroes.
Cerró la puerta con cuidado para no hacer ruido, y se dirigió a la cocina, de donde salía luz. Alvarito estaba sentado sobre la mesa de la cocina, con los ojos pegados y comiéndose el café molido a cucharadas.
—¿Sabes? Hay algunos excéntricos que antes, lo filtran con agua hirviendo. – dijo Lota.
—Buenos días a ti también. – masculló Alvarito – No tengo tiempo para eso, tengo que salir en cinco minutos y necesito algo que me despierte. Me han contratado de guardaespaldas para un tipo y su chica; tengo que estar en Andorra esta tarde.
Entre cucharadas de café, le explicó que la noche anterior, en el GirlZ, un cretino había querido armar jarana. Eso a él le daba igual, pero el citado cretino, al intentar coger del cuello a un camarero, había empujado a Alva y le había tirado su cerveza, bebida que además estaba ya pagada. Eso le había molestado profundamente, y no había tenido más remedio que expresarle que su ruda descortesía le era en grado sumo desagradable. Es decir, que le agarró del cuello y la entrepierna, le levantó por encima de su cabeza, le llevó en vilo y le hizo salir volando por la puerta del local. El tipo había aterrizado en el parquecito de la acera de enfrente, y parece que le quedó claro que su presencia no era grata por allí, porque no regresó en toda la noche. Zacarías, el dueño del GirlZ, le invitó a otra cerveza y, mientras se la tomaba, un tipo le dijo que tenía un trabajo para un hombre fuerte como él. Se trataba de proteger a una persona, durante el fin de semana.
—Ese tipo, por lo que me han dado a entender, es casado y la que va con él, no es su mujer. No quiere que se le acerque ningún “paparachi” de esos. – se levantó de un saltito y se estiró – Así que me tiro el finde en Andorra a gastos pagados y encima cobrando; volveré el domingo de madrugada.
Lota asintió y le acompañó a la puerta para echar el cerrojo cuando él saliera. Alva se llevaba el equipaje necesario en el bolsillo de la cazadora: unos calzoncillos de recambio. Se jactaba de ser una persona práctica y no le gustaba cargar con bolsas ni trastos. Se arrebujó dentro de la cazadora negra y se echó la capucha para protegerse la calva cabezota, e intentó sacar las llaves del coche del bolsillo; éstas se habían enganchado al forro y tuvo que tirar de ellas pero, ya con ellas en la mano, se despidió de su amiga y salió a la helada mañana de principios de Enero. Lota cerró enseguida la puerta para evitar que “se escapase el gato”, y mientras Alvarito arrancaba el coche y se ponía en marcha, ella subió de nuevo a su habitación y se echó junto a Ricardo. Como pensó más tarde, fue un cúmulo de casualidades desgraciadas y nada más; no se le podía echar la culpa a ella.
Y es que en el suelo, junto a la puerta de entrada, se había quedado un sobre comercial con una tarjeta. Tarjeta que iba sólo “al portador” y que autorizaba una estancia de dos noches y dos días para dos personas a gastos pagados, en un hotel cualquiera de una determinada cadena, y sobre que se había caído del bolsillo de Alvarito cuando éste sacó las llaves. Y ambos, tarjeta y sobre, se quedaron allí hasta las siete, que Ricardo y Lota se levantaron.
“Ya debe estar al menos en Zaragoza” pensó Lota, mirando la tarjeta con ojos golosos. “Aunque le llame, no le va a dar tiempo a venir por ella y volver. Seguro que él no sabe que se le ha caído aquí. Lo más probable es que ni siquiera haya notado aún que no la lleva. Y… tiene fecha de caducidad de esta semana. Si no le damos uso, se va a quedar ahí. Dos días y dos noches, a gastos pagados. Es una lástima que nadie la aproveche”. Sonrió.
—Cardo, ¿te apetece que pasemos el finde en un hotel? – Ricardo levantó la cara del café y la miró con expresión censora.
—¿En un hotel? ¿Pretendes que vayamos a un hotel, como si fuéramos amantes?
—Sí. Es que verás, de hecho, somos amantes.
—¡Oh! – se escandalizó Cardo - ¡Retira eso ahora mismo, retíralo!
—¿Qué he dicho?
—¡Amantes! ¡Una palabra que implica sólo a dos personas haciendo conejeo, y nada más! – dijo él, haciendo explícitos meneos pélvicos para ilustrar sus palabras – Sin sentimientos, sin cariño, sin complicidad y sin amor. ¡Tú y yo no somos eso! Tú y yo, Carlota, no nos revolcamos lujuriosamente sólo por darle un efímero gusto a nuestros cuerpos; tú y yo hacemos el amor. – sonrió, soñador.
—Es una suerte que no haya desayunado aún, o estaría vomitándolo todo. Al grano, Rambo, ¿quieres que vayamos esta tarde a un hotel, o no?
—¡Lota, a veces me desesperas! Yo te hablo de sentimientos y de amor, y tú me hablas de encamarnos… ¿De cuántas estrellas hablamos? – ella sonrió y le enseñó la tarjeta; era válida para hoteles de hasta cuatro estrellas, y tenía incluidos todos los gastos de comida y minibar.
—Esta tarde, cuando salgas del curro, me pasas a buscar. Yo cierro la tienda hoy pronto, y nos buscamos el hotel que nos apetezca. Y allí – le acarició la cintura y enseguida bajó a las nalgas, cubiertas sólo a medias porque los slips blancos siempre se le metían por la raja del culo, y se las apretó. – discutimos en profundidad sobre todo eso del amor y de los sentimientos, ¿hace?
Cardo soltó una risilla floja, apurada. No podía ignorar el hecho de que el simple apretón de la mano de Lota sobre sus nalgas le estaba poniendo en firme a una velocidad endiablada; era muy sensible. En todos los aspectos. Intentó poner cara de ternura sin poner demasiada cara de tonto.
—Eres mala, muy mala. Y por eso me gustas, ¡hace! – la tomó de las mejillas y le besó la frente. Ya iba a apartarse cuando Lota, con gesto cansino, le agarró de la nuca y le metió la lengua en la boca hasta la garganta. Ricardo gimió sin separarse y nuevo sus caderas volvieron a menearse, pero esta vez lo hacía sin querer. La lengua de Lota acariciando la suya era como vivir en una casa de dos pisos: todo lo que pasaba arriba, resonaba abajo. Cuando ella le soltó, Ricardo estaba hecho un flan por todas partes menos por una, y maldecía el hecho de tener que apurarse para ir al trabajo. Lota miró el bulto que le hacía el calzoncillo y le dedicó una sonrisa de medio lado. Antes de que Cardo pudiese pararla, le estaba frotando.
El hombre se estremeció de pies a cabeza, entre gemidos y latigazos de placer que le hacían cerrar los ojos de gusto. Tuvo que abrazarse a Lota, porque las rodillas se le habían vuelto mantequilla tibia. Ella le arrimó a la pared para que se recostara y metió la mano bajo el slip para acariciarle directamente la polla. Le tomó el glande entre los dedos y empezó a deslizar la piel sobre la punta a toda velocidad pero muy suavemente, apretando con dulzura y besando el cuello de su compañero.
—Ooh… pero, nena… ponerte a tocarme así, a zumbarme… ¡un hombre tiene que conservar el “misterio”! Mmmmh… - suspiró, y Lota sonrió entre besos y se abrazó más aún a él, pero bajó el ritmo.
—¿Quieres que me pare entonces?
—¡Ni se te ocurra! – Cardo cerró los ojos de gusto y se dejó llevar, tan a gusto que no atinaba ni a tocar a Lota – Puedes… ooooh… puedes meterte en mis calzoncillos siempre que quieraaaas…. - a Ricardo se le escapaban las sonrisas y los temblores de su cuerpo se hacían más evidentes. Su mano apretó el hombro de Lota. El placer se cebaba en la puntita, se extendía por todo su glande en un cosquilleo insoportable, ¡irresistible! Notó cómo el dulcísimo hormigueo se acumulaba ahí, y al fin se expandió por todo su miembro, en un estallido de maravilloso bienestar… por puro reflejo, bajó la mano a su miembro para que Lota apretase la mano en él y lo exprimiese, aaaaaaaaaaaah... Breves gemidos agudos, que a Lota se le antojaron adorables, escaparon de su pecho. Su cuerpo se estremeció dos veces, tres, notando en cada escalofrío una deliciosa relajación que le dejaba a gusto. Muy, muy a gusto. En esta ocasión, fue él mismo quien buscó la boca de Lota y la besó, introduciendo su lengua en ella, acariciándola y jugando con la suya. Tenía los calzoncillos empapados y pringosos, y le importaba un pimiento. Lota le dio un cachetito en el culo y él corrió al baño a ducharse y ponerse presentable.
—Hoy voy a estar trabajando con una sonrisa de oreja a oreja – dijo Cardo, ya arreglado y a punto de salir. – No sé cómo hay mujeres que se quejan de ser un objeto sexual para sus maridos, ¡a mí me encanta serlo!
—¿Qué quieres decir? – Lota había sonreído al oírle, pero de repente pensó en si le gustaba de verdad lo que estaba entendiendo.
—Pues eso, que me encanta ser tu objeto sexual, ¡eres tan tío! – se acercó para besarla antes de salir, y retorció entre sus dedos un mechón de los cortos cabellos negros de Lota – Eres… eres mi camionero, mi lobo feroz.
—¿Me estás diciendo que soy muy marimacho? – el tono de Lota no era de enfado, más bien de preocupación, pero Cardo le quitó importancia. De forma nada adecuada.
—Claro que sí, mi amor. – sonrió - ¡Pero me gustas así, me haces sentir deseado! – Le besó la mejilla y se despidió de ella con vocecita cantarina. Sin darse cuenta de nada más, Cardo salió de casa, se subió en su coche y salió rumbo al trabajo, mientras Lota le veía marchar y se sentía dudosa de su forma de ser casi por vez primera en su vida.
Carlota era la menor de cinco hermanos y un montón de primos. Toda la familia recibió con sorpresa su nacimiento; de siempre habían dicho que en su familia, sólo sabían hacer niños. Su madre era hija única y se sintió muy feliz de tener una niña entre cinco varones; ella había pensado en educarla como a una señorita, arreglarla y vestirla a su gusto. Pero la pequeña Carlota salió niña sólo biológicamente hablando. Por dentro, era tan chico como cualquiera de sus hermanos. Su madre nunca fue capaz de enseñarle ni a enhebrar una aguja, pero de sus hermanos aprendió enseguida a trepar a los árboles, a jugar al fútbol, a pelearse, a cazar ranas, a jugar a las chapas… Para cuando llegó al instituto y le empezaron a gustar a los chicos, descubrió que asustaba a la mayor parte de ellos, y le colgaron el mote de “Carlo la bollo”, y entonces pasó a despreciarlos. Durante su vida, había tenido varias aventuras, y ninguna seria. La única que había parecido durar fue la que tuvo con Alva y finalmente lo dejaron cuando se dieron cuenta que en realidad eran tan colegas, que ni siquiera se deseaban. Lota se asustó. Siempre había pensado que la culpa de que sus relaciones naufragaran, era de los tíos que no estaban preparados para estar con una mujer tan fuerte como ella. Por primera vez, pensó si parte de la culpa, no sería también de ella.
Nunca había sido femenina y no quería serlo pero, ¿y si su falta de feminidad, condicionaba que los hombres la dejasen? Alvarito y ella habían dejado de acostarse porque se veían como dos amigos y no como hombre y mujer, ¿y si Cardo también dejaba de verla como a una mujer y le perdía? No quería admitirse a sí misma que el pringado ese le daba mucha ternura y no quería perderle. Corrió a su armario, y a la vista de sus prendas, casi se horrorizó: no había absolutamente ninguna digna de una noche de pasión, todo eran pantalones, camisetas negras, y la ropa interior era peor aún. Recordó lo que siempre le decía su madre cuando tenían que ir a algún sitio y ella se obstinaba en no ponerse jamás un vestido: “se puede ser poco femenina, pero nunca dejada”. Ella iba a ir esa tarde a un hotel a darse un homenaje con su pareja, y no tenía nada bonito, eso era pura dejadez, por más que le reventase darle la razón a su madre. Necesitaba ayuda. Y sabía quién se la podía prestar.
Sentada frente a su ordenador, Gertrudis gestionaba las órdenes de compra de bebidas y suministros que le había dejado su jefe. La joven intentaba no mirar los corazoncitos con los que Zacarías había adornado toda la lista, en especial porque algunos corazoncitos también tenían pezones, o porque había otro tipo de garabatos más explícitos entre ellos. En ello estaba cuando alguien entró por la puerta interior del local y la cámara automática se activó, ¿quién podía ser a estas horas de la mañana? Sólo eran las once, a esas horas no había espectáculo, las cabinas de vídeo estaban cerradas y los escasos clientes sólo pedían cafés. Miró la pantalla de la cámara y reconoció a Carlota, la mujer dueña de la tienda de tatuajes que había muy cerca. Sabía que conocía bastante a Zacarías, y supuso que querría hablar con él.
—Señor Figuérez – dijo, a través del intercomunicador – La señorita Carlota está aquí.
Sonó un respingo al otro lado, y Trudy prefirió no saber a qué podía deberse . Zacarías contestó que la hiciera pasar en cuanto llegase, y apenas Lota entró en la salita Gertrudis le dijo que podía pasar, pero ella se negó:
—Gracias, pero no es a él a quien vengo a ver. Quiero verte a ti, necesito tu ayuda. De mujer a mujer. – Trudy se sorprendió, y su interlocutora se explicó – Tú eres casi la única mujer con la que tengo suficiente confianza como para pedirte esto y que ni te rías de mí, ni se sepa en todo el barrio dentro de dos horas. Necesito que me ayudes a comprar ropa de chica, sobre todo lencería.
—Eeeh… bueno, no hay problema, pero tendrá que ser esta tarde, cuando acabe mi turno. – contestó Gertrudis y Lota sacudió la cabeza.
—No, tiene que ser ahora mismo; mira, si me ayudas, te pagaré yo el día, ¿hace? – el portazo del despacho cortó la contestación de Gertrudis.
—¡Te doy el día! ¡Si me dejáis ir con vosotras, te doy el día pero, por favor, dejadme ir con vosotras! – Zacarías había abierto la puerta de su despacho de sopetón y las miraba con ojos suplicantes.
—Señor Figuérez, ¿estaba usted escuchando? – le reprochó su secretaria. Como solía hacer cuando pensaba una respuesta, Zacarías se llevó a la boca el cigarrillo y aspiró.
—Bueno, ¡fue porque me dijiste que venía Lota a verme, dejé la comunicación abierta pensando que la harías pasar enseguida! – se excusó, aunque ambas mujeres sabían que solía tener el micro abierto porque le encantaba oír la voz de su secretaria, y le encantaba más aún que ella oyera cuánto le encantaba a él. – Por favor, si vais a comprar lencería, yo puedo seros muy útil, ¡vamos, tengo un local de strip-tease, sé algo del tema!
Lota pensó unos segundos y asintió.
—Vale, puedes venir. – Zacarías sonrió y corrió a buscar su abrigo. Trudy intentó poner pegas, pero Lota susurró – No seas boba, ¡te da el día! Y además, os necesito a los dos; tú me ayudarás a elegir cosas con gusto, refinadas, elegantes… y él me ayudará a escoger burradas.
Gertrudis suspiró, vencida. ¿Es que en ese maldito barrio, no había nadie ni medio normal?
—¿En color rosa? – Lota torció el morro, y Gertrudis se armó de paciencia una vez más.
—Vamos, tú querías que fuese femenino, ¿verdad? Pues no hay nada más femenino que el color rosa. Mira qué precioso es; no es muy largo, tiene un escote atrevido pero no exagerado, la tela es fina pero no se transparenta, es suave y de buena calidad. Femenino, más sugerente que erótico y muy bonito, ¿qué importa que sea rosa? – Carlota suspiró y cogió el camisolín de raso. La verdad que era bonito, pero le pasaba lo mismo que siempre que veía ropa de chica; le parecía bonito para que se lo pusieran otras, no ella. Zacarías apareció llevando otra prenda, con una gran sonrisa.
—A lo mejor en rojo te va más, mira. Es un poco más picante, pero yo creo que va más con tu estilo. – dijo, en medio de mascadas del chicle de nicotina que mordía con ansia, ya que en la tienda no podía fumar. El “un poco más picante” quizá fuera una manera algo pobre de definirlo. Lo que llevaba Zacarías ni siquiera se podía llamar camisón; era un top alargado que llevaba sujeto al borde un tanga de cintas. El tanga era de seda roja oscura y el top de rejilla tupida, pero rejilla. Alrededor de la línea del pecho, justo bajo los tirantes, llevaba una pieza de seda roja también, sujeta con un lacito, como el tanga. Tirando de los cordones del lacito, la pieza de seda se descorría como una cortinilla, dejando ver la tela interior. Y el cuerpo de quien estuviera dentro de la misma, claro está. Carlota lo tomó para mirarlo por uno y otro lado, y Zacarías la vio sonreír.
—Lota, ¿pretendes seducirle, o matarle de un infarto? – intervino Trudy, y Zafi no se pudo callar.
—Para seducir a un hombre, es mejor matarle de un infarto que de desesperación.
—¡Váyase al cuerno! ¡Yo nunca he querido seducirle, si se desespera, no es problema mío!
—No lo habrás querido, pero lo has conseguido. – contestó él, haciendo un puchero - ¿Nunca te apiadarás del pobre desgraciado que habita en la soledad de mis pantalones y sólo pide un beso de tus labios? ¡Le dan igual los de arriba que los de abajo, mira si se contenta fácil…!
Trudy, colorada como un tomate, estrujaba el camisón rosa entre las manos y parecía a punto de morderlo. Lota los miraba alternativamente, y sólo lamentaba no haber traído palomitas.
—Creo que me quedaré con los dos. – dijo al fin. – Trudy, ¿me acompañas al probador?
—Eh, ¿y esa discriminación? – se lamentó de nuevo Zacarías - ¿Cómo yo soy hombre, me tengo que quedar fuera?
—Verás, Zafi. – Lota le tomó del hombro – Te aprecio. Eres un pervertido, y como tal, sé que serías apropiado para juzgar qué tal me sientan, pero los probadores ya son bastante estrechos. Si me ves desvestirme, me vas a proporcionar una percha estupenda, pero es que ya no va a quedar sitio para que me mueva, ¿lo comprendes, verdad?
Zacarías sonrió y se irguió, muy orgulloso. Mientras él se metía en la boca dos pastillas de “Nicochicle” más, Gertrudis sacudió la cabeza y echó a andar en pos de Lota mientras su jefe seguía curioseando por el local.
—Gertrudis, ¿puedo hacerte una pregunta personal? – inquirió Carlota, ya dentro del probador, mientras se quitaba la camiseta negra, en la que se veía un as de picas rodeado por una leyenda: “Born to lose, live to win”.
—Estoy a punto de verte las tetas y decirte cómo te quedan los camisones que te he ayudado a elegir para poner berraco a tu novio; me parece que es la menor confianza que te puedo devolver.
—¿De verdad Zafi no te gusta nada, pero nada, NADA? – preguntó, con una sonrisita. Gertrudis pareció incómoda, buscando una respuesta. – Quiero decir, sé que le gusta el sexo más que a los tontos las tizas, sé que se pasa de guarro y que es un pedazo de plomo. También sé que es más larguirucho que alto, que es desgarbado, que fuma como una chimenea y parece que siempre tenga resaca, sé todo eso y más cosas. Pero en realidad no es mal tío. Y te tiene en palmitas… No me digas que el saber lo en el bote que le tienes y que está coladito por ti, de verdad no te halaga ni un poquitín.
—Bueno…
—¡Te has puesto colorada!
—¡No es cierto! – Gertrudis se llevó las manos a la cara y notó el calor que desprendían sus mejillas. – Es que… ¡él no me gusta! Es sólo que a veces, tiene salidas que me desarman, y me da pena. He intentado dejar el trabajo mil veces, tú lo sabes…
—Pero no lo has hecho.
—Paga muy bien. Y es eso, me da pena. Siempre me dice que soy la mejor secretaria que ha tenido, que lo llevo todo al día y sé que es verdad. ¡Cuando entré, los encargos daban pena, había proveedores que llevaban un mes de retraso en cobrar, y otros que habían recibido dos pagos por ningún envío! He trabajado como una burra para él, se lo he puesto todo de revista. Sé que si me voy, en una semana estará todo otra vez manga por hombro, y debería darme igual, pero no me lo da. Es mi trabajo, me enorgullece haberlo hecho yo. Me gusta el trabajo y no quiero irme. Tampoco debería darme pena que él vaya detrás de mí, pero me la da. – pensó un momento, y continuó hablando en voz baja – En realidad, no me cae mal, ¡no se lo digas! Pero es que sé tanto de él, que no podría. No. A veces, he pensado en ceder, para que me deje en paz. Pero me asusta mucho que uno de los dos se pille por completo.
Trudy calló y pareció pensativa. Lota no se atrevió a decir lo que pensaba, así que se estiró la prenda para que ella la mirara:
—¿Qué te parece? – preguntó Lota, con el camisón rosa puesto sobre el sostén y los calzoncillos - ¿Me queda bien?
—Te cae estupendamente… pero no te pega nada con esos calzoncillos. – se rió.
Media hora más tarde, con los brazos llenos de bolsas repletas de juegos de sostenes y bragas, medias, ligueros, camisones y batas, los tres abandonaron el centro comercial. Zacarías se había ofrecido a comprarle algo a Gertrudis, pero ésta se negó tajantemente a aceptar ni un caramelo. Zafi se había comprado unos slips de leopardo para él, y también quiso invitar a Trudy al probador para que ella le dijera si le sentaban bien, pero también a eso se había negado la joven. Nada más pisar la calle, a Zacarías le faltó tiempo para sacar un cigarrillo y encenderlo.
—Haaaaaaaaaah…. – suspiró, después de tomar humo con ganas – Un minuto más y reviento de mono, ¡estaba harto de chicles de nicotina!
—¿Vas a fumar? ¡Genial! – dijo Carlota – Gertrudis, ¿por qué no acercas tú aquí el coche, anda? Así fumo yo también y no te apestamos. Y no tenemos que cargar con las bolsas con medio aparcamiento como tontos.
Trudy sonrió y tomó las llaves del coche mientras Lota y Zacarías se quedaban allí con las bolsas. Zafi le ofreció de su propio tabaco, cosa que no solía hacer porque necesitaba sus tres cajetillas diarias, pero dado que Lota le había brindado la oportunidad de pasar una mañana con Trudy en algo muy parecido a una cita, qué menos que un pito. Carlota aspiró y lo que dijo a continuación, hizo que Zacarías Figuérez, fumador desde los once años, se atragantara con el humo por primera vez conocida:
—¿Sabes que le gustas a Gertrudis? – Cuando Zafi terminó de toser, ella continuó – Me lo ha dicho ella misma. Pero tiene miedo de lo sexual que eres. Tu manera de arrastrarte por ella le da cierta vanidad, pero también le asusta, creo que teme que si te da lo que quieres, ya no quieras nada más y ella se sienta como una tonta por habértelo dado.
Zacarías sonreía y boqueaba, sin dar crédito a lo que oía, ¡le gustaba a su Trudy! ¡Más de medio año tras ella! ¡Y por fin…!
—Tasca el freno, no se va a tirar en tus brazos – dijo Lota, leyéndole la expresión.
—¿Qué debo hacer? Lota, tú eres mujer, ¿qué debo hacer?
—Verás, hay un conflicto. A ella le caes bien como persona, pero no le gusta que seas tan pervertido, ni que seas su jefe. Si os acostáis, se va a empezar a rayar, no podrá hacerse a la idea de si ha sido un lío de una noche o si significa algo más, porque ninguna de las dos posibilidades le gusta. Le gustarías más tú… si no fueras tan tú.
Zafi arrojó el cigarrillo al suelo y lo pisoteó mientras encendía otro.
—¡Qué consuelo! O sea que para seducirla, tengo que ser yo, sin serlo, ¡tiene mucho sentido! ¡Si todos tus consejos son así, más me vale llamar al consultorio de la señora Francis!
—No seas idiota, quiero decir… - el coche ya se acercaba, cogieron las bolsas y Lota habló con rapidez – ¡Busca “La venganza de don Mendo”: “La que condenote a muerte, y te arrojó de sus brazos, agora sin conocerte se muere por tus pedazos”!
Zafi sabía que Carlota era una mujer sensata y juiciosa. No había pues, motivo para pensar que se hubiera vuelto loca así de repente, de modo que recordó la cita y decidió buscarla al llegar de nuevo al GirlZ. Y cuando lo hizo, pensó sobre ella, intentando entender qué habría querido decir Lota. Y en ese momento se le encendió la bombilla con una idea maravillosa.
En un precioso parador andorrano, una pareja comía sin apenas mirarse. El hombre intentaba con frecuencia hablar o tocar a su compañera, pero esta parecía de muy malhumor, y cada cosa que le decía, aunque no se oyera, estaba claro que eran más bien reproches que no lindezas. A dos mesas de distancia, Alvarito tampoco estaba de buen humor; había perdido la tarjeta de alojamiento con derecho a comida y bebida gratis, y le habían dicho que al final sólo le pagarían un día, porque la pareja tampoco se iba a quedar todo el fin de semana, se irían poco después de comer. Mucho se temía Alva que el cabreo de la chica iría por ese camino. Fuera como fuese, a él le había tocado pagarse su propia comida y no iba a poder aprovechar la tarjeta para beber lo que le viniese en gana, ¿dónde la habría dejado?
Mientras pensaba, su móvil sonó suavemente, y lo cogió. Era una notificación de una red social, y viendo que era del capullo del Cardo estuvo a punto de no mirarla, pero había etiquetado a Lota, así que supuso que sería alguna chuminada romántica y decidió mirarla, para reírse.
“¡Cita romántica! ¡Champán y rosas en un hotel con encanto, junto a mi cariñito!”, decía la publicación, y a Alvarito se le quedó el tenedor a medio camino de la boca.
“Hijo de…” pensó. “Como tengáis vosotros mi puñetera tarjeta de TodoPagado, os la voy a sacar de los dientes”.
(continuará)
En mi blog, lo hubieras leído antes: http://sexoyfantasiasmil.blogspot.com.es/