Tres rubios en la carretera

Una vez que alcanzó mi punto más profundo, donde se detuvo el tiempo que le llevó soltar un gemido de placer, Carlos empezó a entrar y salir en mi, desde los güevos hasta la punta, en fuertes y regulares embates. Era una vergota deliciosa y educada, que me llegaba hasta el centro del placer. Carlos me la metía sin cansarse y el tiempo pasaba. de pronto sentí una verga en mi boca y la empecé a mamar, pero mecánicamente, concentrada del todo en la cogida que me estaban dando.

Tres rubios en la carretera

Imagínenme una tarde de viernes parada en la salida a Cuernavaca, levantando el dedo pulgar ante los coches que me gustaban (mercedes, audi, BMW), vestida apenas con una mini de mezclilla, mis sandalias gucci y una blusita de tirantes, ajustada, que mostraba mis chichis mejor que si no trajera nada.

En menos de diez minutos se detuvieron tres chicos, güerejos, de no mal ver. Hermanos o primos, evidentemente, de aproximadamente treinta años.

-¿A donde van?- les pregunté por la ventanilla.

-A Acapulco, ¿y tu?

-A donde me lleven.... siempre que haya fiesta.

-Habrá.

Me trepé al asiento trasero y antes de pasar la caseta, el galán sentado a mi lado había puesto, como al descuido, su mano en mi rodilla desnuda. En justa correspondencia, mi mano buscó su entrepierna y sentí una reacción inmediata.

-¿Cómo te llamas? –preguntó el copiloto.

-Cecilia- contesté, acariciando el paquete de mi compañero.

-Armando- dijo el chofer.

-Yo soy Carlos- el copiloto.

-Edgar- mi compañero, subiendo su mano de la rodilla a la parte interna del muslo.

Ese movimiento me levantó la falda hasta el nacimiento de las nalgas, obligándome de paso a abrir las piernas. Carlos se volteó para decirme algo, pero su voz se ahogó cuando su mirada se detuvo en mi sexo desnudo –no llevaba pantys, ¿para qué?-, advirtiendo cómo Edgar me acariciaba las partes mas carnosas, hasta la ingle.

Ya despertaban mis ganas cuando el auto se detuvo en la fila de la caseta de peaje y Carlos, sin aviso, abrió la puerta y descendió, entrando raudo y veloz por la puerta trasera izquierda, sentándose a mi lado.

-Están pendejos si creen que seré su chofer –exclamó Armando.

-Serás debidamente recompensado –le aclaré, y no hubo más, porque pagó y salimos rumbo a las montañas.

Como la mano de Edgar ocupaba el sitio de honor, Carlos buscó mis pechos, acariciando muy sabroso mis pezones. Pronto sentí cuatro manos explorándome entera y cerré los ojos. Una mano, a saber ya de quién, me acariciaba el sexo, introduciéndose entre mis pliegues, buscando el clítoris, acariciando, explorando la entrada de mi húmedo sexo.

Mis manos, cada una independiente de la otra, acariciaban las dos erguidas vergas, sintiendo el cuello, los pliegues del prepucio (izquierdo), el glande expuesto, hinchado, comprando el uno con el otro en las breves ráfagas de lucidez que sus manipulaciones me dejaban, hasta que mi derecha recibió un húmedo y viscoso latigazo y abrí los ojos, para ver un surtidor de semen que subía hasta mi hombro y bajaba obre la camiseta de Edgar. descubrí también que la sabia mano que me estaba haciendo ver estrellas, que los dedos que se hundían en mi vagina eran de Carlos, gemí, abandonándome a mi placer.

Carlos, entonces, me deslizó la falda hacia abajo. Yo tuve que ayudarle con un movimiento de caderas. Edgar me quitó la blusita y quedé desnuda ante ellos, cubierta apenas por el triángulo espeso de mi vello. En el estrecho espacio del asiento, Carlos me abrazó, jalándome hacia él, acariciándome sabiamente, lamiéndome la lengua, bebiendo mi saliva.

Edgar buscó mis nalgas, frías y duras, hundiendo sus dedos entre ellas, buscando con la yema de uno de ellos, la estrecha cavidad del ano, que acariciaba por fuera haciéndome sentir toques.

Por fin, Carlos me abrió las piernas con una de sus rodillas pero yo, temiendo que en esa posición Edgar si sintiese tentado a hollarme el ano, me giré sobre mi misma ofreciéndole a Carlos el culo en popa. Este aceptó la invitación, penetrándome hasta el fondo de un solo embate, posible tanto por la total rigidez de su verga como por la humedad de mi vagina.

Una vez que alcanzó mi punto más profundo, donde se detuvo el tiempo que le llevó soltar un gemido de placer, Carlos empezó a entrar y salir en mi, desde los güevos hasta la punta, en fuertes y regulares embates. Era una vergota deliciosa y educada, que me llegaba hasta el centro del placer. Carlos me la metía sin cansarse y el tiempo pasaba. de pronto sentí una verga en mi boca y la empecé a mamar, pero mecánicamente, concentrada del todo en la cogida que me estaban dando.

Contuve mi orgasmo hasta sentir que sus manos me apretaban con mayor fuerza, que su verga entraba mas rudamente y que su verga se hinchaba más aún. Adivinando su venida, me fuí, sintiendo su calor dentro de mi, quieto ahora, metido hasta el fondo mío.

Entonces, todavía clavada por Carlos, chupé con cuidado la verga de Edgar. Sentí apenas que Armando detenía el lujoso auto y cambiaba de sitio con Carlos. Unas nuevas manos exploraban mi vagina y mis nalgas mientras mi boca lamía y succionaba... hasta inundarse de leche.

-¿Terminaste?- preguntó Armando detrás de mi, con voz muy ronca.

Me di vuelta y lo vi: con la mano que no hurgaba mis partes se acariciaba la verga, una verga rosada, larga, curvada hacia arriba, firmemente parada.

me asomé al exterior y vi que estábamos justo en la Pera. Cuidadosamente me senté sobre él, las rodillas a la altura de sus nalgas, y ayudé a que su vergota entrara en mi. Una vez que lo tuve dentro empecé a moverme, rodeando su cuello, besando su cara, mientras él me penetraba sin miramientos.

Así vi Cuernavaca, empalada por Armando, sentada en sus piernas, sintiendo cómo buscaba su placer en mis entrañas.