Tres preguntas

No sé por qué mis ojos la encontraron y desde ese momento no pudieron dejar de buscarla

Creo que todos tenemos una historia épica (al menos a nuestro parecer), que es inmune al tiempo. Este es un intento de retratar a esa mujer épicamente cotidiana que me cambia la vida cada vez que aparece.


Debió ser un viernes cualquiera, hace ya varios años, éramos muy jóvenes y teníamos una cuota de alcohol que bebernos y plazas que tomarnos cada fin de semana. Éramos, me parece hoy, muy gamberros para nuestro propio bien. Yo iba con mi grupo, con mi gente, veníamos del local con los instrumentos y todo; pocas semanas atrás habíamos fichado a una guitarrista nueva, más salvaje que todos los demás, fue ella quien nos arrastró a ese macrobotellón en cierta plaza de la ciudad.

Nada más descargar me fijé en ella, no sé si ella se fijó en mí en ese primer momento. Había mucha gente, gente hasta para aburrir, pero no sé por qué mis ojos la encontraron y desde ese momento no pudieron dejar de buscarla. La veía reírse a la distancia y su sonrisa  se me antojó tan franca y tan abierta, tan… real.  Me había ensimismado tanto mirándola que mis colegas se burlaban de mí y yo ni cuenta me daba.

  • Ana… - el grito de borracha era de Silvia, la nueva guitarrista – joder Ana ¿qué te pasa?

  • Nada – dije obligándome a apartar la vista – nada, cansada.

  • Bébete un vinito  - dijo Carlos pasándome el cartón mientras me plantaba un beso en los labios.

  • Gracias – instintivamente me eché hacia atrás y apuré el vino, agobiada.

No quería mirar más a esa chica pero los ojos se me iban, de pronto vi que miró hacia donde estábamos nosotros y levantó la mano para saludar. Me paralicé por un segundo mientras consideraba la posibilidad de que me hubiera visto mirándola insistentemente; cuando se levantó y comenzó a caminar hacia nosotros sentí que el corazón se me salía del pecho por los nervios que me producía su sonrisa.

  • Silviaaaa! – cuando llegó hasta nosotros me di cuenta de que venía en busca de nuestra nueva amiga, Silvia se levantó y tras saludarla se dio la vuelta para presentarla

  • Chicos, Isa – nos quedamos viendo un momento muy fijamente y aunque la intimidada era yo, fue ella quien bajó la mirada para sonreírse – Isa, estos son Ana, Carlos y Rubén; los del grupo.

  • Genial, ya le estaba echando la bronca a Silvia, a ver cuando os oigo…

Los chicos pasaron de ella olímpicamente, estaban hablando entre ellos. Su mirada volvió a encontrarse con la mía y esta vez fui yo la que se apartó buscando el cartón de vino que para mi mala suerte se había acabado. Isa… se llamaría Isabel; no sé si era guapa, no sé afirmarlo, sé que su sonrisa la iluminaba de una forma sobrenatural y me enganchaba a mirarla.  La veía conversar y reír con Silvia y no podía, simple y sencillamente no podía ver nada más.

  • Nena, vamos por más – me dijo Carlos levantando el cartón vacío, sacándome de la ensoñación – ¿vienes? – negué con la cabeza

  • Ei, voy con vosotros – Silvia se fue alejando con los chicos – así pillo tabaco.

Isa se sentó a mi lado, supongo que para no dejarme sola cuidando los instrumentos. Nos quedamos en silencio un momento mientras sentía el corazón en las sienes, qué forma de ponerme nerviosa esta chica, joder! Si era la primera vez en la vida que la veía…

  • Y tú… ¿hablas? – me dijo finalmente con una sonrisa inmensa

  • Bueno, según con quién

  • Conmigo, claro está. Me gustaría tocar con vosotras, quiero hacer algo de chicas solo, se lo estaba comentando a Silvia.

  • Ah… ¿y qué tocas? – respondí tratando de dominarme

  • La batería, pero no muy allá – se sonrió modestamente – y conozco una chica que toca el bajo, Silvia y tú y quedaríamos completas – me miraba fijamente entre seria y divertida.

  • Ya … - aunque me gustaba la idea, sentí la necesidad de huir a comprometerme en algo que la involucrara – no sé, el grupo ya es muy demandante, no me queda mucho tiempo

  • Entiendo – dejó de mirarme – pues piénsatelo y me lo dices.

Pasaban los minutos y los chicos no volvían, mi nerviosismo había bajado del nivel preocupante a uno manejable, ya podía sostener una conversación sin quedar como tonta o borde. Me contó que tocaba en otro grupo que había acabado y que su pasión era el malabarismo.

  • Y ese… Carlos… - dijo encendiendo un cigarrillo – es tu novio?

  • Si…

  • Jodido – respondió secamente

  • ¿Por qué? – vaya maleducada!

  • Bueno, porque si lo dejan se joderá la banda… - me ofreció un poco de su cigarro

  • No vamos a dejarlo… no ahora, por lo menos – ¿me lo estaba diciendo a mi misma? Le di una calada larga al cigarrillo y se lo devolví

  • Eso es si vuelve, ya están tardando …

  • ¿Y tú? – pregunté instintivamente porque instintivamente había pensado en sí tendría alguien

  • ¿Yo? ¿Qué?

  • Novio… - dije – ¿tienes?

  • No, no me van esos rollos

Doblando la calle aparecieron los chicos, traían bolsas llenas, supongo que de alcohol; no me hizo ninguna ilusión verles volver, no me apetecía soportar las borracheras de Carlos ni las bromas de Rubén esta noche; pero tampoco quería irme, me había gustado conversar con Isa, su sonrisa cuando algo le apasionaba le cambiaba la cara por una expresión hermosa. Desde el fondo de mi cabeza sentí esa inquietud surgir de nuevo…. Pero entonces, a mí me gustaban las chicas?  O me había gustado Susana? Y entonces había corrido a los brazos de mi mejor amigo a sacarme las dudas?

Como me sentía especialmente turbada pero no me atrevía a irme decidí beber al ritmo de mis colegas, eventualmente empecé a sentirme cómoda y mi novio (sí, al fin y al cabo lo era…) propuso que pasáramos juntos la noche.  En medio de una fabulosa borrachera nos despedimos de Ruben y Silvia; divisé a Isa otra vez sentada en medio de 4 chicas, cada una con más pluma que la anterior y le hice una seña para despedirme; ella se limitó a mover la cabeza sin siquiera hacer un gesto, aunque me chocó no le di tanta importancia y me fui de la mano de Carlos.


  • Qué te pasa ¿eh? – era Carlos, inquieto porque llevábamos todo el día juntos pero yo no conseguía prestarle atención, llevaba varios días sintiéndome atrapada en una serie de roles y cosas que no quería. El parecía ser una de ellas.

  • Nada, ya te lo dije…

  • ¿Segura? – me miraba intensamente, seguía siendo mi mejor amigo, me conocía bien

  • Segura, estaré cansada; entre la uni y los ensayos me estoy volviendo loca – me abrazó, apretándome contra su pecho

  • Te quiero – me dijo mientras me levantaba la barbilla para darme un beso, le correspondí sin responder.

En el ensayo Silvia me habló del proyecto de grupo de Isa, a Carlos le pareció fantástico que tocara con otra gente así que prácticamente me empujó a aceptar reunirme con ellas esa noche en un bar del centro. Le pedí que me acompañara, más por miedo a las sensaciones que me provocaba Isa que por ganas de estar con él, pero ya había quedado con sus amigotes y no fue conmigo.

Traté de controlar los nervios y las sensaciones encontradas en el trayecto al bar, pero me acordaba de Isa y no estaba segura de poder dominarme. Nada más entrar al bar la vi sentada con otra chica en una mesa, ella nos vio también y nos dedicó una sonrisa que me pudo haber derretido allí mismo.

  • Ya tardabais – dijo manteniendo su sonrisa – os presento a Juana

  • Qué tal? – respondí

  • No tan roja como tu – dijo Juana divertida – ¿tienes calor?

  • No la molestes que casi no logro hacerla venir – Silvia respondió por mí mientras nos sentábamos- como el noviecito no venía, la buena de Ana no quería salir

  • Ah, porque sigues con ese chico… - dijo Isa con un tono despectivo  – ¿cómo se llama?

  • Carlos, claro que sigo con él! – contesté un poco cabreada, ya era el segundo comentario de ese tipo que me hacía en lo poco que habíamos conversado

  • ¿Qué pasa con el noviete? – preguntó Juana

  • Nada… - respondió Isa desinteresadamente mientras nos mirábamos fijamente– bueeeno... que estamos aquí para lo del grupo ¿verdad?

  • Si, venga – dijo Silvia para cerrar el momento tenso.

Pasamos el resto de la noche conversando sobre música y bebiendo cerveza, resultó que a Isa y a mí nos gustaban los mismos grupos, las mismas canciones y terminábamos alineándonos para las decisiones. No podía evitar mirarla cuando ella no me miraba y sentía una especie de vacío en la boca del estómago que me curaba a buches de cerveza.

El autobús de la noche nos pillaba un poco lejos y debíamos andar bastante, por el camino se despidió Juana, que vivía en el centro;  íbamos cantando a todo pulmón la primera canción que se le ocurría a alguna y descojonándonos. En algún momento Silvia se encontró con alguien, que era habitual en ella, así que decidió que se quedaba de fiesta con aquella gente; por lo que aún faltándonos un buen trecho hasta la parada de bus, me quedé sola con Isa. Del alboroto de las canciones pasamos al silencio absoluto, algo dentro de mí temblaba con cada paso que dábamos, ella tampoco decía nada pero podía ser porque realmente no nos conocíamos muy bien y yo me estaba comportando como una subnormal. No era, sin embargo, un silencio incómodo sino lleno de preguntas y de sensaciones, mentalmente trataba de aclararme… una persona que te inquieta como persona te puede hacer sentir tal incomodidad que quieras alejarte  o tal curiosidad que necesites saberlo todo de ella. Isa no me generaba ninguna de las dos sensaciones, no quería descubrirla, su misterio y su distancia me atraían como un imán; al mismo tiempo me incomodaba y me hacía sentir automáticamente desnuda con cada mirada, cada palabra, cada roce.

  • ¿Qué autobús tomas? – le pregunté al llegar a la parada

  • El que tu tomes – me dijo sonriendo pero totalmente en serio, logró que se me helara la sangre un poco

  • ¿Somos vecinas y no lo sé? – traté de entender de qué iba

  • No voy a dejarte ir a la cama tan pronto, nunca has amanecido charlando con alguien? – sus palabras me parecían la broma de un loco al tiempo que la cosa más romántica del mundo

  • No… - al parecer me había comido la lengua los ratones, solo atinaba a sonreír

  • Pues hoy será ese día…  ¿dónde quieres ir?

  • Donde me lleves, entonces – decidí finalmente que me apetecía actuar por impulso, divertirme, dejarme llevar por esa chica misteriosamente deliciosa

Subimos al primer autobús que paró y nos bajamos unas paradas más allá en un barrio lleno de pequeñas plazas. Instintivamente la tomé de la mano mientras caminábamos, ese contacto hizo que el corazón latiera directamente en mis sienes. Finalmente nos sentamos en un banco de cualquier placita y esperamos, conversando, el amanecer.