Tres preguntas 4
... no sé qué poneros aquí hoy ...
Pasaron los días y ni rastro de Isa, toda esta confusión y el no tener nadie con quien hablarlo me iban poniendo cada vez peor. Un día amanecí enferma, enfermísima; estar tumbada ya era un esfuerzo mayúsculo, el médico dijo que se trataba de una gripe fuerte y poco más. Carlos estaba preocupado y como buen novio vino a quedarse a mi piso, mientras me recuperaba; pospusimos los ensayos y no fui a la uni varios días.
También es verdad que no había vuelto a ensayar con las chicas y algo me decía que Isa no quería verme ni en pintura. Pero Sil y Rubén sí que estaban pendientes y nos traían comida o cualquier pijada para asegurarse de que Carlos y yo no nos matásemos por exceso de contacto.
¿Qué tal con Carlos, Ana? – me preguntó Sil en una de esas ocasiones
Bueno… vamos tirando, la verdad no muy bien – yo tenía una apatía crónica por el tema Carlos
Sé que no es mi asunto pero… yo no te veo bien, no veo que lo paséis bien ¿has pensado en dejarlo? – joder con Silvia, directísima como siempre
Hombre la verdad… - me quedé callada porque no quería discutir el tema
¿Y la salidita con Isa? ¿De qué vas? Isa es mi amiga, Ana… - me hizo una mueca de reproche o amenaza que no entendí
No voy de nada Sil, como tú misma dices, no es tu asunto – me empecé a cabrear pero sé que no fue por ella sino por el tema en general
Ya, lo de Carlos no, si quieres tratarle como al culo, que es lo que haces, me da igual – me miró con algo de asco – pero a Isa no la jodas
Yo lo último que he hecho es joder a Isa – empecé a decir y se me quebró la voz, Sil se cortó un poco y dejó de mirarme inquisitivamente mientras yo me agitaba
Ya… ¿qué pasa Ana? ¿me quieres decir algo? – se me quedó mirando
No sé cómo he podido liarla así – se me iban las lágrimas a chorros
¿Qué es lo que pasa? – Silvia me abrazó, con su mejor compresión, que había sido siempre poca
No sé, no pasa nada, Isa no quiere verme – me sentía ridícula e infantil
¿Y estás llorando así por eso? – asentí muda, tratando de contenerme, sobre su hombro – ¿le has dicho algo? – esta vez negué con la cabeza – Ana joder, es que eres muy cortita, yo tampoco querría verte!
Es que se me ha ido un poco de las manos… tampoco sé qué decirle. Pufff me voy a volver loca – me limpiaba las lágrimas con las manos, con lo mucho que odio llorar en público – no le vas a decir esto, verdad?
No le voy a decir nada, pero tú sí que deberías. De hecho, deberías ser sincera con todos, con Carlos, con Isa y contigo.
Al poco llegó Carlos y paramos la conversación. Yo tenía los ojos como un monstruo y vino directo a abrazarme y decirme cuanto me quería; la cara de Sil era un poema, yo estaba rígida y no sabía qué responder, como siempre.
Sil me dio el teléfono de Isa y estuve llamándola varios días sin resultado, en eso me había recuperado y trataba de hacerle entender a Carlos que no viviríamos juntos y que bien podría irse llevando lo que había traído en los días que me enfermé.
Nena piénsalo, estaríamos bien juntos – me decía
No Ca, es que no quiero, es que no quiero vivir con nadie
Pero vamos a ver, yo no soy el perro de la esquina, un día íbamos a dar este paso – me miraba con tanta mansedumbre que me recordó las palabras de Sil
Precisamente – suspiré – es ese paso el que no quiero dar – hice una pausa para que asimilara lo que le decía – sabes que lo estamos pasando mal…
Es que no me dejas acercarme – me tomó de la mano para halarme hacia él pero se la solté
No quiero ver que lo pasas mal – lo miré con firmeza – y menos si es por mí. La verdad es que no estoy segura de esto
¿Me estás dejando? – me miraba aterrado, como si le hubiese quitado el suelo bajo los pies, también para mí era difícil ¿lo estaba dejando?
Supongo que si… - yo estaba tanto o más desconcertada que él
¿Pero por qué?
Porque… - no sabía cómo o qué decir – no te quiero de esta manera en que me quieres tú. Te echo de menos como amigo, como colega; pero no puedo sentirme así…
No necesito que me quieras igual que yo a ti – me dolía verle así
Pero yo sí necesito querer así – había zanjado la conversación y el noviazgo y a pesar de verle derrotado y querer ahorrarle el dolor, quería correr a llamar a Isa para decirle que por fin estaba sola.
A pesar de mi primer impulso y la necesidad absurda por hablar con ella, me contuve. Me contuve como pude, un par de semanas; mientras me acostumbraba también a la idea de que haber dejado a mi novio por una chica me ponía en un camino distinto. Me ayudó el hecho de que no me cogiera el móvil, pero sabía que fácilmente podría presentarme en su universidad o conseguir la dirección de su casa. Existía, claro, el riesgo de que de verdad no estuviera interesada en mí y lo de la noche del cine hubiera sido una tontería para ella.
Entre lo mal que dormía, lo poco que me apetecía comer y la nula concentración que podía alcanzar desde que la conocí me planteé que el amor se parece mucho a una emergencia. A un desastre natural. El cuerpo se me había puesto tan en alerta y tan intranquilo que parecía que no iba a poder descansar sino hasta tenerla de nuevo cerca. Mi confusión inicial a cerca de a quién querer había pasado a parecerme trivial, ahora el tema era si esa mujercita; cuya edad, por cierto, no conocía, se sentía si quiera ínfimamente interesada en mí. Si era el caso, yo me metería en ese hueco y anidaría ahí hasta deslumbrarla como ella me deslumbraba.