Tres preguntas 3
¿Cómo era que Isa me podía conmover de esa manera en tan poco tiempo, con casi nada?
La mala racha se me acabó una tarde cualquiera, mientras le daba a la guitarra me sonó el móvil. Un mensaje: “te hace una peli? I.” Por más que pensé, no pude encontrar nadie más que se llamara con I excepto Isa, me entró una frenética necesidad de llamarla que soporté con esfuerzo mientras pasaba un tiempo prudencial para contestar, y se me ocurría qué contestarle. Tenía que ser casual, tranquilo, controlado… “me hace más verte” – enviar. Bueno, casual, ansioso e impulsivo también servía.
Quedamos en el cine un par de horas más tarde, el tiempo entre su llamada y la cita lo pasé desfilando cada prenda de mi armario, como si Isa no me hubiera visto ya vestida con mis peores galas.
Llegué al cine como si fuera a enfrentarme a la horca, Isa podía ponerme nerviosa a un kilómetro a la redonda. Empecé a preguntarme si aceptar la salida había sido buena idea, ahora tendría que concentrarme en no pasarme de borde o de gilipollas. Lo cierto es que no pasó nada de nada, mientras esperábamos la película nos mirábamos insistentemente y de frente, sin hablar pero sin esquivarnos; una vez sentadas fue como si entre su asiento y el mío existiera un campo de fuerza, ni siquiera nos rozamos por casualidad. Me concentré en la película con un esfuerzo sobrehumano, porque era lo último que me apetecía, teniendo a Isa a escasos centímetros. Pero no la entendía… no entendía sus señales de invitarme al cine y pasar olímpicamente de mí; y así, al vacío, no me iba a lanzar.
Además ¿lanzarme? Si a mí no me gustaban las chicas, si yo tenía un novio muy mono y machote, un punki malo; si lo único que me apetecía de verdad era volver a tomarla de la mano…
Cuando salimos del cine seguía con los nervios enfermos y además, decepcionada, no tenía muy claro qué era lo que esperaba de esta salida al cine pero esperaba que pasara algo al menos. Nos fuimos por las callecitas, caminando en silencio; en algún momento empecé a tomar consciencia de que Isa no haría absolutamente nada y que probablemente si yo no tomaba un riesgo, no la vería más. Sufrí y vacilé un par de calles, si existieran los demonios esos que se te ponen en los hombros, los habría tenido a gritos tratando de convencerme cada uno de una cosa diferente. En algún momento la tomé de la mano, apretándola; parándola quieta a mi lado por un momento. En lo que se giró para mirarme yo ya tenía claro que haría lo que fuera necesario por verla de nuevo. La sentí acercarse con una velocidad de vértigo – por lenta – y plantarme un beso tan suave que me borró cualquier duda. Pasamos de ahí a los siguientes mil besos en todas las formas y tonos sin ningún esfuerzo, se nos fueron las horas besándonos y riéndonos, casi sin hablar.
No quiero irme a casa… - le dije entre besos – mañana estudio
No te vayas
¿Qué? ¿Vamos a quedarnos aquí toda la noche?
Bueno, aquí o donde quieras – me dijo mientras se sonreía – puedo llevarte a casa, en el portal te lo pensarás menos
En el portal te invitaré a subir – lo dije sin pensar y luego me entró el miedo
¿Para que me reciba tu novio? – se le torció la sonrisa
Que no vivo con Carlos, que no viviré con él – traté de tomarla de la cara como estábamos pero se deshizo del abrazo, de un segundo a otro había tanta distancia entre las dos como al principio de la noche.
Lo mejor es que te vayas, que mañana estudias – si me lo hubiera dicho con rabia o con algún asomo de sentimiento me habría afectado menos, pero la indiferencia absoluta con la que me pedía que me fuera, y según ella, a los brazos de mi novio, me dolió mucho más.
Me quedaba rogar, o irme; el orgullo siempre ha sido mi peor enemigo y mi más fiel acompañante, así que me despedí con la mano, como los niños; ella me respondió con otro poco de esa indiferencia fría, alejándose. Me fui por las callecitas, haciendo morros y tratando de contener unas lágrimas que no entendía ¿Cómo era que Isa me podía conmover de esa manera en tan poco tiempo, con casi nada? ¿Y cómo podía irse luego así, sin siquiera mirarme de esa forma con la que me hacía sentir más mujer que nadie?
Al llegar a casa me metí en la cama adolorida, cansada, para hacer un balance de las cosas. Entonces tenía una vida tranquila y sin demasiadas emociones, con un novio que me quería y me aburría soberanamente, al que yo quería como un amigo, como un hermano. Era una vida sin sobresaltos, dentro de lo ‘alternativos’ que éramos, todo era bastante convencional. Y luego estaba Isa, solo pensar en ella me descolocaba, nada con ella era convencional, cada vez que me miraba me fallaban las rodillas. Los besos que nos habíamos dado hoy me provocaban una sensación de vacío no solo en el estómago sino en la vida entera. Y entonces traté de preguntarme qué era lo que hacía al amor una droga tan dura, en ese momento no pude responderme.