Tres palabras

La Duquesa de Sotomayor follando con dos buenos machos: Iván y Ramón.

Nota: Todas las personas que aparecen en el relato, así como los hechos narrados son fruto de la imaginación del autor, y cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.

16 DE MAYO DE 2014

Cristina Dorotea Ernestina Faustina Gertrudis Herminia Ignacia Jacinta de Austria y de todas las Francias. Cada vez que leo el nombre completo de mi paciente, no puedo evitar pensar en las absurdas costumbres de la nobleza española y en que hay pocos días al año que no sean onomástica de la Duquesa.

Al coger el abultado expediente de los cojones, soy consciente tanto del estupendo estudio clínico que encierra, como del poco partido científico que le estoy sacando. ¡Tengo ante mí el caso de mi vida y ni siquiera lo comparto con mis colegas de la profesión!

Durante varios meses a mí, a Tomás Torres, licenciado en Psicología por la Universidad de Granada, me ha tocado soportar una hora de las quejas y lamentos de la adinerada dama, escuchar lo mal que la había tratado la vida y encima tener que ser educado con ella. ¡Tanto estudiar para tener que oír los gimoteos de una niña de papá! Menos mal que como todo esfuerzo, este también está teniendo su recompensa… ¡Y la recompensa es la leche en bote!

Que la “pobre” Duquesa de Sotomayor tenía problemas era por todos conocidos, pero si su interminable apelativo le había sido impuesto por su noble estirpe, el resto de cruces con las que les estaba tocando lidiar se las había buscado ella solita y su mayor penitencia, el “mamonazo” de su marido.

Aunque no me apetecía mucho incluirla en mi lista de pacientes, mi amor por el dinero era mucho mayor y como ella estaba dispuesta a pagar bastante más de lo habitual de mis honorarios. Me vi en “la obligación” de llevar su caso, todo fuera porque la ropa de marca, las cenas caras, los coches de lujo y demás, siguieran siendo compatibles con mi cartera.

Como desconocía casi todo de la jodida Duquesa, antes de su primera sesión de “que desgraciada soy”, me tuve que empapar de toda su vida pública y para ello no había mejor archivo que las revistas del corazón.

Así que para saber un poco más de mi adinerada paciente, decidí navegar por internet. El primer artículo que me encontré fue uno de unos diez años antes que decía: “Cristina de Austria, mantiene una buena amistad con Fran Muñoz”

Fran Muñoz era un famosillo torero de poca monta, que vivía del renombre de su fallecido padre y de las exclusivas de la prensa del corazón por sus constantes amoríos. Por eso cuando a Cristina, una chica que había llevado una vida bastante discreta se la comenzó a ver en compañía del atractivo diestro, el que sus idas y venidas fuera objetivo de los paparazzi, y los cronistas de la vida ajena empezaran a especular sobre un posible romance, fue todo en uno.

Así la atractiva Duquesa pasó de ser un personaje anónimo, a alguien de la que todo el mundo tenía algo que decir en la cola de la carnicería.

¿Cuántas veces me he preguntado en los últimos meses cuales fueron las causas que llevaron a la Duquesa fijarse en Fran? Cristina no solo era rica, culta y atractiva, tenía don de gente y una elegancia que ya quisieran para sí algunas de las anoréxicas modelos de la pasarela Cibeles. Y el jodido Fran Muñoz no pasaba de cateto monillo y poco más. ¡Cómo coño iba a saber yo cual era la excepcionalidad del novillero!

A los pocos meses de dar a conocer su relación, anunciaron a bombo y platillo una boda que terminó siendo portada de todas las revistas de cotilleo. Fue un enlace mediático cien por cien, no recuerdo tanto trasiego de curiosos, de periodistas y cámaras de televisión por la ciudad de Sevilla, desde la boda de la Infanta Elena. Fue una celebración opulenta a más no poder, el despilfarro como señas de identidad y todo el mundo pendiente de unos completos desconocidos, a los que aparentemente creían conocer.

Tras el idealizado “Sí quiero” de la pareja. Me tocó recolectar los reportajes del viaje de novios, todo fuera por conocer mejor a mi cliente, poder curarla de su trastorno y la publicidad que esto supondría para mi consulta.

La única exclusiva de la luna de miel que el afamado novillero no vendió a la prensa rosa, fue la consumación del acto marital. Porque a excepción de cuando estaban en plena faena, no había un momento en el día que no tuvieran un fotógrafo pendiente de todos y cada uno de sus movimientos.

Indirectamente la forma de gestionar aquel momento tan íntimo de Fran y la postura de su recién estrenada esposa, me dieron las claves para entender muchas de las cosas que sucedieron tanto antes, como después de lo sucedido con el caso Nox.

Estaba claro que a la pareja con el inmenso patrimonio que había heredado la Duquesa, no necesitaba de los cheques de aquellos reportajes, pero si la ambición del torerillo era grande más lo era su afán de notoriedad, y con tal de ser el más guapo del baile no le importó empujar a su esposa hacia el precipicio de las exclusivas, las cuales crecieron como la mala hierba: hoy porque cambio los muebles de sitio, mañana porque nos vamos de compra a Milán… Si a eso le sumamos sus dos embarazos, partos y presentaciones de los niños a los medios, la verdad es que era raro el mes que no protagonizaban un extenso reportaje tanto para deleite de las largas esperas en peluquerías, dentistas y demás, como para engrosar la cartera del recién estrenado Duque. .

Fuera como fuera, Francisco consiguió ser alguien a tener en cuenta en la jet set nacional y, amparándose en ello, fundó Nox, una especie de ONG para ayudar a los niños con enfermedades raras. Gracias a su multitud de contactos y su popularidad, los eventos para recaudar dinero para esta causa se fueron multiplicando a lo largo y ancho de todo el territorio nacional.

Hoy en perspectiva, al analizar todos y cada uno de las apariciones mediáticas de los Duques de Sotomayor, no puedo evitar pensar que el otrora novillero era un puto sociópata y que todos sus movimientos respondían a un plan perfectamente trazado.

Y si de la etapa “disneylandia” de Nox tuve que consultar una amplia hemeroteca, en el momento en que el verdadero rostro del esposo de Cristina salió a la luz, nadie pudo callar a una prensa harta del despotismo de Francisco Ordoñez. Eso sí, si los antiguos titulares parecían sacados de “Sissi emperatriz”, los nuevos recordaban a “Los soprano”.

Todo se inició con una primera plana en un diario conservador: “El Duque de Sotomayor bajo el punto de mira de Hacienda por blanqueo de capitales”. Ni que decir tiene que el periódico agotó su tirada y todos los jodidos “tontulianos” de las distintas cadenas aprovecharon para dar su versión sobre la insólita noticia. Pero simplemente pasó lo que pasa siempre, que el dinero llama al dinero y que la ambición y la legalidad pocas veces se dan la mano. Y en el caso de mi paciente y su esposo, es que no se vieron ni de lejos.

Las noticias sobre las presuntas actividades ilegales del atractivo noble se fueron sucediendo y lo que en principio era un delito menor fue aumentando geométricamente, como una especie de bola de nieve al descender desde la cima. Un alud que término evidenciando que el guapo torero era un estafador sin todas las de la ley.

Tras el presunto blanqueo de capitales, se supo de su saqueo de las arcas públicas mediante el cobro desorbitado de servicios inexistentes a través de la ONG Nox, también de que había hecho uso de su poder mediático para vender deuda subordinada a jubilados como si fueran depósitos a plazo fijo y lo peor, el mal uso que hizo de unos fondos para el desempleo y los más necesitados. Por lo visto, el ex novillero consideraba que aquellos millones de euros hacían más falta en su cuenta de los paraísos fiscales, que en la casa de las personas en peligro de exclusión social.

Dada la mala situación que pasaba el país (un desempleo muy alto, desahucios a la orden del día y una clase política corrupta), el valiente juez Monzón le echo cojones y se atrevió a imputar al matrimonio Sotomayor.

La prensa conservadora se cebó con el osado juez, intentando deslegitimar sus acciones aduciendo que estaba movidos por los hilos de la izquierda y los antisistema. Pero pese a que tanto los poderes fácticos, como los poderes públicos intentaron hacer desistir al magistrado de su empeño, el matrimonio Sotomayor fue imputado, y posteriormente juzgado.

El articulo con la sentencia de Francisco Muñoz y Cristina de Austria, ocupa un lugar privilegiado en su expediente médico, entre otras cosas porque fue el atenuante de su trastorno: “El Duque de Sotomayor condenado a diecisiete años de prisión, su esposa sale absuelta”

Argumentar que no conocía nada de los negocios de su marido y que ella se limitaba a firmar los papeles que él le ponía delante, salvó a mi cliente de dar con los huesos en la trena. La ayuda especial del fiscal general del Estado y de otros altos poderes legislativos, también tuvo su importancia.

Aquello me dejó claro que esta sociedad española nuestra puede presumir de ser moderna, igualitaria y demás zarandajas, pero sigue siendo tan machista y clasista como hace cuarenta años y aún el Gran Hermano Tito Paco nos vigilaba. ¿Cómo no va a saber una mujer del siglo XXI cómo y dónde gana el dinero su marido? Máxime una que entre otras cosas era socia al cincuenta por ciento en la mencionada empresa Nox ¡Que por muy tonta que sea una mujer esas cosas las sabe! (Sino que se lo pregunten a la mía, que parece que la ha enseñado el mismísimo Sherlock Holmes).

Pese a que ella negó repetidas veces en el juicio que conociera o supiera algo de las actividades y los negocios de su marido, todo el mundo concluyó que mentía y aquello la hizo caer en desgracia. Y de ser la nuera o la hija que todo el mundo quería para sí, pasó a ser persona non grata en la mayoría de los círculos sociales.

Los aristócratas, artistas y demás gente que frecuentaba le dieron la espalda para que su imagen no se viera dañada. Es más, a pesar de su dinero e influencia muchas puertas se le cerraron, no porque hubiera hecho algo distinto a los demás, sino porque había sido tan torpe como para que la pillaran.

Pero el que se dictara sentencia no trajo consigo que la pareja desapareciera de los dimes y diretes de las tertulias varias. Todo el mundo daba su opinión sobre la decisión del Juez, los había que hasta aseguraban y perjuraban, que meter a un Duque en la cárcel respondía a una especie de conspiración neo-nazi.

Más cuando parecía que el tema se agotaba, una nueva noticia saltó a las portadas de los diarios: “Cristina de Austria en paradero desconocido”. Se especuló todo lo que se quiso y más sobre su desaparición, los que fueron más suaves con ella argumentaron una especie de depresión por ver su marido en prisión. Y por otro lado, los amantes de los todopoderosos que vieron en lo sucedido una confabulación, culpando de su desgracia al Juez Monzón.

Nadie podía sospechar que la Duquesa de Sotomayor había sido secuestrada por unos ancianos damnificados por los negocios de su marido (el que no pidieran rescate ayudó bastante) y tras dos semanas sin saber de ella, se presentó en un centro comercial con una indumentaria más propia de una prostituta que de una dama de la nobleza.

No olvidaré el titular en la vida: “La Duquesa de Sotomayor reaparece en un centro comercial y es detenida por escándalo público”.

Las fotos de su regreso y lo que sucedió después acaparó las portadas de los diarios, los programas del corazón y las tertulias de “sabelotodos” tuvieron comidilla para unos cuantos debates. No todos los días meten a una Duquesa en la cárcel por hacerle una mamada a un tío en pleno centro comercial y mucho menos a una, tan conocida y famosa, como la de Sotomayor.

Entre los beneficiados de aquel estropicio, estuvo el “Falote”, el tío que se dejó hacer por mi paciente. El muy cabronazo, de ser un “canorro” sin oficio ni beneficio, pasó a ser trending topic y a desfilar, previo pago, por todas las televisiones para dar su versión de lo sucedido. El puto niñato se hizo de oro por estar en el lugar y sitio preciso.

A raíz de aquel incidente fue cuando la ilustre Dama pidió contar con mis servicios, en principio no supe porque me eligió a mí de entre todos los psiquiatras de la capital hispalense, hoy, tras las numerosas charlas compartidas, estoy en condiciones de conocer la respuesta: me escogió por ser el más joven y más atractivo…

Aún recuerdo nuestra primerísima sesión, creo que fue ahí cuando me rendí a sus encantos. Intuitivamente pulso el “play” de la grabadora para escucharla y dejo que el sonido enlatado refresque mi memoria.

15 DE DICIEMBRE 2012 PACIENTE: Cristina de Austria sesión nº 1

—Doña Cristina. Para poder estudiar mejor su caso necesitaré grabar nuestras secciones, nada de lo que se diga aquí, amparado en el secreto profesional, saldrá al exterior.

—Sí. Y además está las cláusulas de confidencialidad que mis abogados le han hecho firmar…— a pesar de la baja calidad de la grabación, se puede palpar la arrogancia y prepotencia en su voz— Puedes grabar y por favor, si quiere que me sienta cómoda no me llame Doña Cristina, llámeme Cristina o si lo prefiere Kit.

—Lo dejaremos en Cristina…

—Pues entonces no nos tutearemos…—sus palabras son cortantes.

—De acuerdo… Quiero que se relaje, que esté lo más cómoda posible, que se sincere conmigo y que olvide todos sus prejuicios sociales—el armonioso sonido de mi voz, no tiene otro objetivo que su comodidad—. ¿Sabe usted que para poder solucionar los problemas que le ha acarreado el secuestro, deberemos hablar de él?

—Vaaaaale —suena como lo que es, una “Peterpan” mal criada.

—Sucedió a finales de noviembre, pocos días después de que el juez la absolviera de toda culpa, ¿no?

—Sí, pero eso usted lo debe saber porque desde que los negocios de mi marido fueron sacados a relucir por la maldita prensa —cada fonema que sale de su boca esta empapado de resentimiento—, no ha habido un día que los medios de comunicación no hayan bombardeado a la gente con datos sobre el dichoso caso. Si hubiera sido el marido de una cajera de un supermercado en vez de un miembro de la nobleza, no se le hubiera dado tanto bombo —hace una inflexión al hablar, como si se creyera sus palabras—. Ya sabes usted, son los inconvenientes de ser una persona súper conocida, que la envidia se ceba con nosotros…

—Debería entender que el marido de la cajera de un súper, no hubiera tenido acceso a tanto dinero — mi afirmación es rotunda.

—Ya…—permanece en silencio como contrariada, para proseguir con más ímpetu— Pero no es que intente justificar lo que hizo mi marido, pero como ya dije una vez y otra vez ante el juez, no es que yo no supiera nada, sino lo siguiente.

—Cristina, debe sincerarse conmigo pues, como sabe, nada de lo que diga saldrá de aquí…

—Bueno, no creo que decir que supiera o no lo que Fran hacía, vaya a solucionar el problema que me han acarreado los puñeteros yayo flautas —es oírla hablar tan altanera, y no puedo evitar sentirme idiota—. O sea, que no creo que valga para nada.

—¿Por qué utiliza ese término peyorativo hacia sus secuestradores? ¿Qué sentimientos tiene hacia ellos?

—Odio, mucho odio —aunque intenta sacar una voz lastimera, le es imposible pues no está dispuesta a perder su perenne “saber estar” —.No solo me apartaron de mis hijos y de mi familia durante dos largas semanas, sino que además contrataron a aquel psíquico estúpido para que me hiciera aquello…

—¿Qué recuerdos guarda usted del día del secuestro? —mi voz suena automática, como si recitará algo mil veces memorizado.

—Todo está tan mega confuso… Solo recuerdo que fui de compras a aquellos grandes almacenes intentando evadirme de la realidad. Intentando olvidar que Fran se quedaría en la cárcel por mucho tiempo y que cuando saliera de allí, sería un añejo cincuentón. Que perdería los mejores años de su vida entre delincuentes…

—¿Fue usted sola?

—SÍ, ingenua de mí pensé que unas gafas, una peluca y pagar en efectivo me haría pasar desapercibida. Pero por lo visto, hacia días que los yayo flautas me tenían súper vigilada y seguirme a los grandes almacenes fue de lo más “megafácil” — sus palabras pasan del dramatismo a la frivolidad, con una facilidad pasmosa—. En los aparcamientos y con la excusa de pedirme ayuda para cargar unas bolsas en el coche (quien iba a desconfiar de unos débiles e inocentes viejecitos) me dieron a oler cloroformo y el resto ya lo conoce.

—Conozco lo que ha salido en la prensa, pero no lo que usted vivió de primera mano.

—¡Lo flipo en colores…!¿Tengo que revivir ese momento para poder curarme?...

—Aunque no sé si podre revertir el proceso— ahogo la indignación de su voz, con la calma de la mía —, si usted no acepta plenamente lo que pasó aquellos días y lo comparte conmigo. Difícilmente estaré yo en situación de ayudarla.

—De acuerdo, pero le tengo que decir que mis recuerdos no es que sean vagos, sino lo siguiente.

—Pero siempre serán mejor que nada.

—Lo primero de lo que fui consciente fue de lo oscuro del lugar y de mi imposibilidad de movimientos —sus palabras suenan con firmeza, como si todo estuviera en su cabeza y no tuviera que hacer esfuerzos por recordar —.Estaba atada de pies y manos, una mordaza cubría mi boca y aunque las ligaduras eran suaves, no por ello dejaban de ser incomodas. Un inconmensurable terror se apoderó de mí, pues no sabía ni donde estaba ni quien me había llevado allí. No sé cuánto tiempo pase allí sola, lo único que recuerdo es que tenía tanto miedo que hasta me oriné encima. Fue súper espantoso sentir como el caliente liquido empapaba mi trasero y resbalaba por mis piernas. Es la mayor abyección a la que puede ser sometida una persona, y más una de mi categoría y clase social.

»De pronto la luz de una linterna me dio de pleno en la cara, cegándome por completo. Sentí como el lugar donde estaba se llenaba de gente. El primero en hablar fue un hombre, por la forma de arrastrar sus palabras y lo ronca que era su voz, supuse que era un señor de avanzada edad. Nunca olvidaré lo que me dijo: —la Duquesa sorprendentemente, cambia su tono de voz e imita la voz áspera del hombre —“Cristina, usted y su marido se han llevado la seguridad de nuestra vejez, los ahorros de toda una vida. Su marido ha acabado con los huesos en la cárcel, pero usted ha conseguido evadir la justicia por ser quien es. ¿Cree que se puede ir de rositas después de ser cómplice de nuestra ruina? Por su culpa, nuestra vida ha cambiado por completo. Nosotros haremos que la suya cambie para siempre”

»Dicho esto se marcharon y me volvieron a dejar sola. Un terror incontrolable atenazó mi pecho, la angustia fue mi compañera durante largas horas. Hasta que recibí la única visita de una mujer mayor que venía a traerme la comida, la muy odiosa vieja cubría su rostro con un pasamontañas y me dio de comer sin decir palabra alguna —al referirse a la anciana sus palabras están repletas de rabia.

—¿No intentó hablar con ella?

—¿Me lo dice o me lo cuenta?... — al gritarme pierde la compostura —¡Pues claro que sí!, pero la vieja me ignoraba y me metía el alimento en la boca del mismo modo que se hace con una bestia. ¡No me había sentido tan híper humillada en la vida!

—¿Qué pensamientos pasaron por su cabeza ante la reacción de aquella mujer?

—Si hubiera podido moverme hubiera reventado su cabeza contra la pared, ¿quién se había creído aquel vejestorio que era para tratarme a mi así? ¡A mí, a la Duquesa de Sotomayor!

—Eso es, suelte su frustración… Le vendrá bien.

—No creo que ni en mil sesiones con usted doctor, sea capaz de soltar todo el resentimiento que siento hacia aquellos malditos viejos. ¡Y al final dicen mis abogados que por su avanzada edad no van a ir a la cárcel! ¿Hay derecho a eso?

—Eso es justamente lo que pensaban ellos, que no era lógico que usted no pagara por lo que había hecho…Ellos la consideraban cómplice de su ruina —mi aseveración más que constatar una realidad intenta enervar su ánimo.

—Pero… ¿Usted de que parte está?

—Yo de la de usted… Pero si no acepta su culpa en los hechos y no muestra alguna empatía hacia sus secuestradores, difícilmente podremos afrontar una posible mejoría.

—¿ O sea, que me está pidiendo que los perdone? —la arrogancia es patente en cada una de sus silabas.

—No, pero el odio y el resentimiento son emociones muy negativas y lejos de ayudar a revertir su estado, lo único que pueden hacer es empeorarlo.

—¿Sabe usted lo que me hicieron pasar en aquellos catorce días?¡No se lo pierda! —de nuevo vuelve a esconder sus sentimientos tras un velo de mal llevada volubilidad y al no saber que carta mostrarme, comienza a subir el tono de voz —. Cuando se marchó la mujer que me dio de comer, estuve no sé cuántas horas allí sentada, muerta de frio, empapada y apestando a orín. Lloré y gimoteé hasta que el cansancio me venció y a pesar de lo incomoda de la postura, me quedé dormida sobre aquella asquerosa silla.

»Al despertar, estaba tendida sobre una especie de cama, me habían vendado los ojos y por la sensación de mareo que tenía, sospeché que me habían vuelto a sedar. Por las voces deduje que junto a mí había cinco personas distintas: tres hombres y dos mujeres. La voz cantante parecía llevarla el carcamal de la voz ronca.

»No había que ser un Einstein para deducir que estaban súper bien organizados y que llevaban mucho tiempo preparando aquello —aunque el sonido de su voz es alto, intenta que sus palabras no sean un reflejo de su degradado estado de ánimo —. Hablaron delante de mí como si fuera invisible, como si nada de lo que yo pudiera hacer o decir les importara. Aunque no pillaba el sentido completo de su conversación, supe que no pedirían rescate por mí y cuando viniera alguien y me hiciera no sé qué, se entregarían a la policía. No tenía ni zorra de quien se trataba y que me esperaba, pero por lo que pude deducir el tipo no era un asesino a sueldo y lo que me haría no era nada grave… ¡Aunque si duradero!

—Un mes lleva padeciendo las consecuencias de lo que lo hicieron, ¿no?

—¿Me lo dice, o me lo cuenta? … —sin querer mi pregunta provoca su indignación —¡Sí, treinta largos días y parece no tener fin…! Es más, creo que sus efectos en vez de mitigarse van a más…

–Bueno, pero no adelantemos acontecimientos. ¿Cuál fue su relación con sus secuestradores?— mi tono jovial suena a entrevistador televisivo.

—¿Quiere saber si nació en mí una especie de síndrome de Estocolmo o como quiera que lo llamen?¡Que fuerte! —vuelve a gritar y esta vez, bastante enfadada — Pues definitivamente y rotundamente, ¡no! ¿Sabes que hicieron para lavarme y ponerme una ropa asquerosa? Me sedaron ¡A saber quién me desnudó y el modo en que lo hizo! O sea, que uno de esos viejos me tocó y manoseó para cambiarme de ropa. Es solo imaginarlo y se me ponen los vellos de punta… ¡Fue súper horrible!

—Por lo que sé no hubo abusos sexuales, ¿no es así?

—No, no los hubo —guarda silencio unos segundos y su voz vuelve a mostrar un tremendo enojo—. ¿Pero le parece poco lo que hicieron? No se conformaron con mantenerme en aquel repugnante sitio durante catorce eternos días, luego estuvieron las sesiones con aquel maldito psíquico… ¡Solo recordarlo y me pongo “estresadisíma”!

—¿Sesiones? —lo que dice me coge por sorpresa y calló por un instante —. Eso lo desconocía, creía que la hipnosis se hizo de una sola vez…

—¡Eso me hubiera gustado a mí! —su voz suena con contundencia —. Pero por lo visto o el psíquico no era tan bueno como decían o mi mente se resistía a ser controlada. Al final, seguramente porque mis defensas se debilitaron, fue oír las malditas palabras que salieron de la boca de aquel tipo y mi mundo no se volvió de revés, sino lo siguiente.

—¿Qué recuerda de aquel momento?

—En principio no sabía que reacción buscaban con decir delante de mí aquellas tres palabras —por primera vez en toda la sesión, sus palabras son dubitativas —, pero el día que mi mente y mi cuerpo se vieron afectados por ella, lo supe. No olvidaré jamás como me sentí aquel día. ¡Fue súper mega horrible! Incluso peor que el juicio…. ¡Aquellos malditos yayo flautas destrozaron mi vida por completo! Si me quedaran lágrimas que echar, lloraría.

—No se reprima. Suelte toda la rabia, llore si lo precisa.

—La rabia la puedo soltar pero lo de llorar prefiero hacerlo cuando no este maquillada, por aquello del rímel y tal… —de nuevo vuelve a envolver sus sentimientos en una vacua frivolidad — ¿Por dónde iba? ¡Ah! Cuando por primera vez las malditas tres palabras tuvieron efecto en mí. Ignoraba que es lo que pretendían hipnotizándome y con todo aquellas sesiones de sugestión psíquica, pero aquel día lo averigüé… ¡Y bien que lo hice!

»A pesar de estar maniatada a una desdeñable silla de madera, una sensación parecida al hambre me invadió, era como si mi vientre, mis pechos, mi boca, mi culo, cada poro de mi cuerpo pidiera ser acariciado —arrastra cada palabra que dice, como si con ello intentara darle más veracidad —. Como si tuviera un vacío en mi interior que solo pudiera ser saciado con unas buenas dosis de sexo.

»Y lo que era peor, no había un deseo hacia formas, olores o sensaciones. Era una necesidad impúdica de otro ser humano sin importarme su género, edad, raza o cualquier otra característica física. Una lujuria irracional se apoderó de mí, si hubiera estado libre ninguno de los allí presente se hubiera salvado de ser acosado por mí. Solo de pensar que no haber estado amordazada me habría insinuado como una cualquiera a aquellos asquerosos viejos, ¡ aiss, me entran escalofríos de solo pensarlo! —su última frase es tan forzada, que suena un poco grotesca.

»El hipnotizador pareció darse cuenta de mi transformación y me quitó la mordaza—cambia el tono de su voz por uno más ceremonial, tanto que parece ensayado —. Aun hoy, al recordar las frases que salieron de mi boca, siento como si hubieran sido pronunciadas por otra persona. Articulé insultos que desconocía que existieran siquiera. Toda mi instrucción religiosa quedo relegada por los ardores de mi entrepierna. Vociferé con todas mis fuerzas que me tomaran de los modos más soeces posibles. Mis pechos estaban duros como una piedra, mis bragas se mojaron de manera evidente y una sensación extraña nacía en mi trasero, como si estuviera incompleto sin algo dentro ¡Ya le digo mega mega mega espantoso! —la exclamación última es tan insustancial, como impersonal.

»Tras disfrutar del lamentable espectáculo que di —sus palabras vuelven a estar repletas de suntuosidad —, me volvieron a sedar y ya lo siguiente que recuerdo es despertarme en un banco en un centro comercial, vestida y maquillada como una mujer de vida alegre. Fue recuperar la conciencia y alguien a mi lado pronunció las tres palabras y mi mundo se volvió de revés.

»Un deseo incontenible por disfrutar de los placeres carnales se apoderó de mis sentidos, todos los viandantes me parecían deseables y como si mi bajo vientre gobernará mis movimientos me fui hacia la persona que estaba más cerca de mí: un señor grueso de unos cincuenta años.

»El hombre no me reconoció, cualquier parecido de aquella ropa y maquillaje de mercadillo con mi indumentaria habitual, con mi particular estilo y clase, era pura coincidencia. Y es que el modelito que me pusieron los vejestorios, no molaba para nada. Por eso cuando le metí mano a la entrepierna, el hombre me amonestó diciendo —de nuevo, momentáneamente, saca la niña de papá que lleva dentro y suelta una banalidad —, ¡no te lo pierdas!, que él no iba con putas.

»Uno a uno fue tanteando a los hombres y mujeres que transitaban junto a mí. Ninguno me hizo caso, es más, en algunos casos hasta me insultaron y me agredieron de mala manera. Como nadie me prestaba atención, en un gesto desesperado me desprendí de toda aquella asquerosa ropa y mostré mi hermoso cuerpo a los ojos de todo. Si al verme desnuda con lo divina que soy no reaccionaban, no lo harían con nada.

—Esa parte es la que mejor conozco pues salió en todos los noticieros.

—No hay nada más que le guste a la plebe que ver a los poderosos caer en desgracia — ¡Cuánta prepotencia hay en su afirmación! —. No olvidaré nunca como se cebó la prensa con mi persona.

»Y lo peor de todo, es que todo el mundo creyó que era una especie de depresión, consecuencia del rechazo social del que fui víctima después de que Fran entrara en prisión. ¡Me pareció súper fuerte!

»Si mi vida social anterior había sido lo más de lo más, mis fotos desnudas dieron la vuelta al mundo. Todavía hoy estoy en trámites legales para quitar los videos de lo sucedido aquel día de la red — su voz había perdido todo su señorío y roza la cotidianidad —. Pero es “híper complicado”.

—Yo creo que son muy pocos los que no le han echado un vistazo a su momento con el Falote.

—El Falote, ¡no me lo mencione, por favor!—aunque intenta parecer enfadada, su voz suena vacua —Es solo oír su nombre y me entra repelús. O sea, ¡que me pongo malísima de la muerte!

—Pero también es algo a lo que deberá enfrentarse.

—Doctor, admito que tenga que revivir mi encierro porque desconozca los detalles, pero de lo que pasó con aquel don nadie, no hay nada que pueda añadir a lo que se ve en el “megavisitado” video —sus palabras denotan que he tocado una fibra sensible en ella.

—Sí que lo hay Cristina… Lo que usted sintió… —mi voz suena con firmeza.

—Mis recuerdos son contradictorios… —guarda silencio un instante y comienza a hablar de manera vaga —Por una parte el placer que me dio disfrutar de aquel enorme miembro entre mis labios y por otro lado, la sensación de verme ultrajada ante los ojos de todo.

—Por lo que puedo deducir, usted cuando está en su “otro estado” lo recuerda todo perfectamente.

—Sí, pero me siento como tuviera la mente en arenas movedizas, cuando vuelvo a mi estado normal aunque todo está en mi memoria, es como si lo hubiera vivido otra persona.

—¿Y cómo se siente cuando esto ocurre?

—Mal, muy mal. ¡Súper horrible! —recalca cada silaba de forma exagerada —. La indefensión es absoluta pues soy plenamente consciente de lo que he hecho y de sus consecuencias. O, ¿cómo cree que me he sentido cuando el Falote se ha paseado por todos y cada uno de los platós de televisión, dando detalles y más detalles de lo que pasó?

—Y lo del video porno que rodó, ¿cómo lo lleva?

—¡Súper fatal!, no solo he tenido que soportar que un odioso “cani”, quien se ha hecho famoso por tener un pene grande y que yo le practicara el sexo oral, recree una y otra vez aquel momento ante las cámaras —hay más frustración que enfado en lo que dice —.También he tenido que aguantar como una actriz porno de tres al cuarto, maquillada y caracterizada como yo, ha llegado a hacer todas las vejaciones posibles con él, para deleite de los pervertidos de este país…

—¿Ha visto usted el video en su totalidad?

—Sí, es denigrante a más no poder — el sonido de su voz es colérico — y lo peor que la chica que han escogido para mi papel no se me parece en nada: está más gorda, es más fea que yo y no tiene mi elegancia. ¡No me llega ni a los talones!

—Volviendo al día de los hechos, ¿Qué sintió cuando la policía la detuvo? ¿Seguía en trance?

—¿Es una pregunta con trampa, doctor?—su interpelación es un reto en toda regla —Sí, ha visto usted el famoso video, en él se ve como la policía me tiene que despegar a la fuerza de la entrepierna del Falote, habrá visto que cuando lo consiguen, intento tener sexo con ellos y les meto mano a sus paquetes como una vulgar ramera…

»Por lo que sé, hasta que no me pusieron el sedante en la comisaria no me calmé...


Interrumpo la grabación, lo que queda por escuchar de la sesión no me parece nada interesante. Las sesiones siguientes fueron claves para entender el verdadero problema en que se encontraba la Duquesa: escuchar las tres jodidas palabras la convertían en una “perra salida” y no le importaba donde estuviera, ni con quien, mi paciente daba rienda sueltas a sus más bajos instintos, lo que le suponía en la mayoría de los casos un arresto por escándalo público, una primera plana en la prensa rosa y algún video tórrido en la red.

Para evitar que todos estos estropicios fueran lo habitual en su día a día, contrató los servicios de dos exmilitares que hacían las veces de guardaespaldas: Iván y Ramón.

Iván era de uno de los países que formaban parte de la antigua Unión Soviética (Lituania o Letonia, no lo tengo claro). Era un rubio de piel clara, metro noventa y ojos claros. A pesar de ir siempre trajeado, se intuía que el cabrón estaba hecho un armario.

Ramón era valenciano. Al igual que su compañero rondaba los dos metros de altura y una parecida complexión física. A diferencia del lituano o letones, su piel era oscura al igual que sus cabellos, que salvo por unas tímidas canas, era negro como el azabache.

La función de estos dos fornidos hombres era la minimizar los riesgos de su jefa ante cualquier acontecimiento de aquel tipo, del mismo modo que si se tratara de un atentado contra su persona o cualquier otra situación límite. El protocolo era siempre el mismo, sacarla por las buenas o por las malas de los lugares públicos y a continuación proceder a sedarla para evitar que la cosa fuera a más. Pero lo que en principio parecía una solución, no hizo sino agravar el problema.

Las secuelas que en su psiquis dejaban el reprimir, una y otra vez, los sórdidos instintos que despertaban las tres palabras de los cojones en la Duquesa, eran evidentes. Cada vez estaba más deprimida y la juventud de su rostro parecía desvanecerse ante la sombra de una tristeza, para mí entender, demasiado profunda.

Estaba claro que o mi terapia para conseguir revertir el proceso de la sugestión tenía éxito pronto, o me veía tratando a la de Sotomayor de una depresión de camello. La única solución que se me ocurría es que no refrenara sus apetitos sexuales, ¿pero cómo? Cualquier remedio era más inapropiado que el anterior y todos ellos me parecían más producto de la desesperación, que de la ciencia. Tras dos meses de sesiones me encontraba ante un callejón sin salida y completamente desmoralizado, y así se lo hice saber a Cristina. La conversación de aquella tarde, la recordaré mientras viva.

—O sea, que si persisto en frenar los impulsos que las tres palabras despiertan en mí — su voz sonaba tranquila como si no le afectara lo más mínimo —, usted piensa que a la larga puede acarrearme consecuencias psicológicas. ¡Suena horrible!

—La verdad es que sí… —mi voz sonó apesadumbrada, dejando ver un sentimiento de culpa.

—¡Vaya loser !—grito de un modo desagradable pero vacío de emotividad, era tan dada a guardar las apariencias que era incapaz de mostrar sus sentimientos—. Vengo a su consulta para que me solucione un problema y no solo no ha conseguido nada, sino que puedo acabar peor…

—La hipnosis a la que sido inducida es muy potente —intenté justificarme.

Se quedó pensativa durante un momento, como si su cerebro conociera la puerta de emergencia para salir de aquella contingencia.

—Puede hacer el favor de decirle a mis guardaespaldas que pasen.

La observé durante unos segundos y estuve a punto de decirle que no era ninguna de sus criadas, pero dado en el desaguisado que estaba metido, decidí tragarme mis palabras y llamé a Iván y Ramón.

Los dos hombres entraron en mi consulta con un gesto de preocupación en sus rostros torvos. La Duquesa se dio cuenta de ello, con una pasmosa naturalidad y sin incorporarse siquiera del canapé se dirigió a ellos en un frívolo tono:

—¡No ocurre nada! Es el doctor que tiene que explicaros una cosa.

La miré haciendo un mohín extraño, a lo que ella tomando las riendas completamente de la situación y adelantándose a cualquier pregunta me dijo:

—¡Vamos cuénteles lo que me estaba comentado!

Si exponer mi teoría ante Cristina había sido descabellado, la idea de hacerlo ante sus musculosos guardaespaldas me pareció surrealista. Escruté el rostro de mi paciente por si había intenciones ocultas en su petición, pero si las había, las tenía escondida bajo su habitual expresión marmolea de saber estar.

Poco a poco y haciendo mil y un esfuerzo porque no me trabara la lengua, presenté una a una mis jodidas conclusiones ante los robustos guardaespaldas, no había concluido del todo y la “requetepija” de la Duquesa me interrumpió:

—Sé que suena súper horrible, pero lo que el doctor quiere decir es que cuando me den los ataques esos que me dan no me deberéis de sedar, sino llevarme a un sitio tranquilo donde vosotros podáis calmar “mi enfermedad”.

Aunque lo escuchaba mi mente era capaz de asimilarlo por completo, la mujer de sangre azul que tenía ante mí le estaba pidiendo a sus hombres de confianza que follaran con ella. ¡Así sin más, sin “anestesia”!

Si aquello me dejó atónito ver como ambos asentían sin ningún pudor ante la insólita solicitud de su jefa, rompió todos y cada uno de mis esquemas preestablecidos sobre lo que la gente hace para conservar un puesto de trabajo. “ La crisis esta que está siendo muy, pero que muyjodida… —pensé. Bueno creo que ayudó mucho, el que Cristina a sus casi cuarenta años siguiera siendo una mujer de bandera, porque imagino que no sería lo mismo si aquella extravagante petición la hiciera la Duquesa de Cornualles, Camila Parker (Ya se sabe: Siempre ha habido clases para estas cosas).

La siguiente semana cuando los dos hombres acompañaron a su jefa a mi consulta, me pareció vislumbrar un gesto de satisfacción en sus mal encarados rostros y mi suspicacia no estaba mal encaminada, pues la sesión de aquel día estuvo aderezada por las fogosas relaciones de la sugestionada dama con Iván y Ramón, a veces de uno en uno, pero la mayoría de ellas formando un ardiente trio, y todas bajo el influjo de las putas tres palabras.

Pese a que el ánimo de Cristina había dado un giro de ciento ochenta grados, me escamó bastante las numerosas veces que se vio forzada a ello (más que de costumbre), incluso llegué a pensar que los dos ex militares habían forzado la situación. El caso es que la única utilidad para mí de la hora de charla de aquel día, fue poder entrever, que en el asunto de su hipnosis, la de Sotomayor se callaba más de lo que contaba.

La frustración me agobiaba, pues me encontraba en una especie de encrucijada sin salida, volví a releer una y otra vez el sinfín de notas sobre mi paciente y hoy, con la sabiduría que da conocer acontecimientos posteriores, pienso que como coño pude pecar de ser tan ingenuo, pues todas las jodidas piezas estaban delante de mí y solo me quedaba encajarlas.

Cómo no veía ningún avance en su caso, decidí aumentar el número de horas de terapia a dos semanales, pero cómo el que lava y no enjuaga: la Duquesita de Dios seguía igual (Diría que su único cambio fue una esplendorosa sonrisa de oreja a oreja), y yo bastante lejos de revertir la sugestión que la atormentaba.

A pesar de que estuve a punto de rendirme o pedir la ayuda de otro profesional. Se me vino una idea, tan disparatada como insólita: ¿Y si observaba las reacciones de Cristina en un entorno cerrado y planificado?

Dado que sus guardaespaldas calmaban con asiduidad los deseos que despertaba la hipnosis inducida en ella, consulté a mi paciente si quería someterse al experimento. Ella accedió diciendo: “¡Me parece súper bien! Todo sea por dejar atrás este episodio de mi vida, además así no tendrá que imaginarse nada y lo podrá ver de primera mano. Ni Iván ni Ramón, creo que tengan nada que objetar al respecto… ¡Para eso les pago !”

La sorprendente tranquilidad con la que accedió a que la filmara teniendo relaciones con sus dos guardaespaldas, no me sobrecogió tanto como la trivialidad con la que impregnó a sus palabras. Estaba claro que su moral se amparaba en que no era dueña absoluta de sus actos, pero no era ninguna excusa para que fuera tan descarada.

Nunca olvidaré lo sucedido aquella tarde(A ello creo que ha ayudado mucho, el sin fin de veces que he visualizado el video que grabamos), no fue lo mismo escuchar sus libidinosas palabras que verlo ante mis ojos. El famoso video de Internet no hacia justicia ni al cuerpo tan hermoso que poseía Cristina de Austria, ni al fuego que crecía en su interior cuando se convertía en una socia de Tracy Lord.

Anulé todas las citas de aquel día y centré todos y cada uno de mis sentidos en conseguir que la desorbitada idea diera su fruto. Lo primero que hice fue agenciarme una buena cámara, de esas digitales que consiguen buenas imágenes incluso con poca luz.

Lo siguiente fue preparar mi despacho para la ocasión, saqué todos los muebles de mi consulta a excepción de mi sillón, de la enorme mesa y las estanterías, y coloqué en el centro una improvisada cama de agua de dos metros de largo por dos de ancho. Las luces blancas las cambié por unas de tonos azules apagados que aportaran más intimidad. Añadí unas velas aromáticas por aquello de dar mejor ambiente. Quería que para nada la de Sotomayor se sintiera incomoda y que todo saliera perfecto.

Cuando mi paciente llegó los nervios carcomían mi animosidad. Nunca había hecho nada así y no sabía siquiera si podría controlarlo, ni en qué medida. Su gesto frio y altanero en lugar de calmarme, me exasperó un poco. A pesar de que está de toma pan y moja, esta mujer siempre ha tenido el maldito don de sacarme de mis casillas, y parafraseándola a ella: “O sea, no es que me toque los cojones, sino lo siguiente”.

Su indumentaria de aquella tarde me sorprendió un poco: vestía una camisa blanca de seda con un diseño parecido a las masculinas, una falda negra de tubo, sus piernas estaban envueltas en unas cálidas medias de color carne y calzaba unos zapatos negros de tacón de aguja. Aun así, lo que más llamó mi atención fue su peinado, llevaba su cabellera rubia en especie de recogido que le daba un aspecto entre ejecutiva y secretaria. Incluso su maquillaje me parecía más llamativo. Me dio la sensación de que todo en ella tenía un aire netamente sensual.

Tras un escueto y frio saludo, tanto ella como sus guardaespaldas pasaron a la consulta y si les gustó o no, como había decorado mi despacho para la ocasión, no dijeron nada y aguardaron, de un modo casi ceremonial, a que yo dirigiera el experimento. Interpretando el papel de que lo tenía todo bajo control, dispuse la cámara para la ocasión y me senté en mi sillón habitual, no sin pedirles a los hombres que actuaran como si yo no estuviera, que nada de lo que pasará transcendería las cuatro paredes de mi consulta. Me miraron de forma impersonal y asintieron sin darle la mínima importancia a mis aclaraciones.

Ordené mis ideas y me atrincheré tras el objetivo de la cámara, mi único propósito era pasar desapercibido ante lo que allí se pudiera gestar. Tragué saliva y un sabor agrio llenó mi esófago, lo que hacía era netamente peligroso para mi carrera y si algo de lo que allí se disponía a suceder se sabía, me veía (y en el mejor de los casos) aprendiendo árabe, convirtiéndome al puto Corán y haciendo terapias de grupo al harén de un acaudalado jeque Saudí. Fuera como fuera, mi vida profesional estaría acabada.

Seguidamente, la atractiva Duquesa se dirigió hacia la cama de forma presuntuosa, me pareció intuir cierta provocación en su caminar, pues movía las caderas de un modo voluptuosamente sensual. Se quedó de pie junto al lecho, aguardando el comienzo de un modo solemne, como si se tratara de un acto largamente ensayado. Tanto la lujuria que descubría en sus movimientos, como su actitud de aparente pasividad afrontando que las fatídicas palabras fueran pronunciadas, despertaron sin querer mi suspicacia y mi radar especial “de aquí hay gato encerrado” se puso en funcionamiento.

Miré a los dos apuestos hombres que la acompañaban, en su cara no había gesto de afección alguna, solo un fruncido ceño vestido de frialdad. Parecía que el ser filmados en posturas obscenas no les importaba lo más mínimo, es más, llegué a suponer que encaraban aquello con cierta habitualidad.

Uno a uno los fonemas que despertaban la conducta inducida bajo hipnosis salieron de mi boca, automáticamente el rostro de Cristina cambió como si estuviera poseída por algún ente extraño. Sus ojos parecían que querían salirse de las cuencas, sus pómulos se contrajeron en indescriptibles muecas y sus manos sudorosas se tocaron impúdicamente los pechos. De improviso, pasé de tener delante a una modosita Hannah Montana a una desbocada Miley Cyrus.

Sus empleados la observaron sin pestañear durante unos instantes, para poco después buscar la mirada del otro y con un gesto de complicidad casi imperceptible, se pusieron de acuerdo en cómo debía de actuar.

La controvertida Duquesa se sentó sobre el improvisado lecho, soltó su cabello y agito levemente su rubia melena al aire. Abrió las piernas de modo provocativo y seguidamente se remangó la falda marrón que llevaba hasta la ingle y se desprendió de las medias, dejando ver con ello unos contorneados muslos sobre los que reinaban unas diminutas braguitas rojas de encaje.

Movió la cabeza de un modo casi felino, a la vez que paseaba su lengua por la comisura de sus labios y manoseaba sus pechos. Seguidamente, desabotonó su blanca camisa hasta la cintura, se acarició su vientre al tiempo que hacia círculos con su índice en el ombligo de un modo que invitaba al placer.

Se desprendió de la prenda de vestir de un modo sutil, casi elegante, mostrando un tórax y unos hombros tan hermosos como delicados. Sus redondos pechos parecía que pugnaran por salir bajo la tela del sujetador que los oprimía. Volvió acariciarlos de un modo obsceno y acercándolos a su mentón, pasó fugazmente la lengua por ellos.

Con la misma finura que se quitó la camisa, dejó sus senos al desnudo. Sus pezones estaban erectos por la excitación, la cual se reflejaba en cada fibra de su cuerpo. Como si de un rito se tratará se subió la falda hasta la cintura y metió, sin decoro de ningún tipo, una de sus manos bajo la carmesí prenda interior.

Centré el objetivo de la cámara en la pequeña y delicada mano de la mujer. Era extraordinariamente morboso ver como sus dedos, escondidos tras la débil tela, jugueteaban de un modo casi mecánico con el interior de su sexo. Cambié la imagen a panorámica y al mismo tiempo que me deleitaba con lo que hacia mi cliente, observé la reacción de sus dos empleados, quienes sin perder un detalle de lo que la Duquesa realizaba, mostraban una expresión completamente impenetrable.

Contemplé detenidamente a la mujer que tenía ante mí, en ella no había resquicio alguno de la elegante y educada Duquesa de Sotomayor, ante mí tenía un ser depravado y dominado por sus más sórdidos instintos. Un ser que había relegado todas las convicciones sociales a no sé qué lugar de la mente y se dejaba guiar por sus impulsos más primarios.

Escruté de nuevo con la mirada a los dos guardaespaldas, en su semblante no había ningún atisbo de excitación. Es más, tenían la mirada clavada en la fogosa masturbación de Cristina y ni siquiera parpadeaban. Si su entrepierna daba muestra de caer en las redes de la lujuria (tal como le pasaba a la mía) era algo que desde donde estaba era imposible discernir, ni siquiera haciendo un zoom con la cámara, pues lucían unos pantalones muy holgados.

Volví a poner toda mi atención en mi Miley Cyrus particular, quien seguía acariciando su clítoris de modo frenético, al tiempo que se mordía los labios y farfullaba palabras incomprensibles. La obscenidad con que se movía estaba completamente falta de sutileza y las muecas de su rostro recordaban más a un animal en celo, que a un ser racional.

Con la certeza de que sabía que no había nada de interés científico en mi pensamiento, me puse a imaginar cómo sería tener aquel cuerpo entre mis brazos, acariciar sus senos, probar el sabor de su caliente coño… Sumirme en aquellos más que improcedentes deseos, solo me supuso una cosa: una muy dolorosa erección.

Del mismo modo compulsivo que empezó a auto complacerse, la mujer alcanzó el orgasmo. Durante unos segundos su cuerpo pareció detenerse bajo una sombra de serenidad, pero tras estos sus ojos volvieron a brillar con una lujuria desmedida y desprendiéndose de golpe de las escuetas bragas y la falda, gritó del modo más vulgar y escabroso:

—Tres tíos en esta habitación y ninguno se anima. ¿Es que nadie me va a meter la polla? ¿Es que nadie me va a comer el coño?

Ante mí tenía una especie de Linda Blair, su voz sonaba distinta, su forma de expresarse difería de sus ademanes refinados y delicados. Nada en ella recordaba a Cristina de Austria, era como su copia reversa. Era de las pocas veces la escuchaba decir algo, sin usar uno de sus manidos “o seas”.

Me recluí tras la cámara con la única intención de pasar desapercibido y aunque su cuerpo desnudo había despertado mi libido, mi profesionalidad me obligaba a pensar en aquello como algo meramente científico. La frontera de lo onírico a la realidad, era algo que mi doble moral no me dejaba traspasar.

Aun así no pude reprimir deleitarme en las formas de mi paciente, a pesar de no ser una jovencita todavía se mantenía en forma y todo avance del tiempo que el sacrificado deporte no había conseguido limar, se lo había cedido a un cirujano plástico

Cuanto había de natural en sus redondos senos, su vientre plano, su trasero prieto, era difícil de adivinar. Todo en ella tenía un toque de distinción, desde su hermoso rostro, pasando por sus delicados hombros, sus voluptuosas caderas y sus ejercitadas piernas. Una mujer de su condición y clase era un bocado de difícil acceso y ella, de la peor de las maneras, se estaba ofreciendo en barra libre a dos hombres de un estrato social muy distinto al suyo.

Al llegar a la altura de Iván y de Ramón la mujer aplastó sus tetas con sus manos y sacó la lengua con total desvergüenza, circunstancia ante la que los dos fornidos hombres no parecieron inmutarse. Sin prolegómenos de ningún tipo, la mujer se abalanzó sobre el soviético, restregó sus pechos sobre él al tiempo que se metía la mano en la entrepierna como una posesa. Ramón adoptó una postura de esas de portero de discoteca y observó impasible, como su compañero era acosado sexualmente.

Analicé detenidamente a Iván, un pelo rubio casi blanco cortado al uno le daba un aspecto de marine americano y a pesar de su gesto de estar enfadado con el mundo y su pronunciado mentón que lo hacía parecer un tipo duro, había cierto encanto en sus ojos azules y pese a que su traje oscuro no dejaba distinguir cuanto había de musculo o de grasa bajo éste, sus anchas espaldas y su pronunciado pectoral dejaban entrever que si a sus treinta y tantos años no era un adicto a las pesas, estas habían formado parte de su rutina diaria durante mucho tiempo.

Cristina ante el desinterés del hombre se volvió más insistente y de manera instintiva llevó la mano a su bragueta, lo que encontró tuvo que colmar sus deseos, pues sacó la lengua en una burda señal de satisfacción al tiempo que comenzó a mover su mano de manera incontrolada sobre el abultado paquete. Con ademanes desproporcionados y más propios de una bestia que de una persona, la atractiva señora se arrodilló ante el muro de cemento que estaba demostrando ser Iván. Cristina chupaba como poseída el contorno del pantalón que cubría el miembro viril de su guardaespaldas, hice zoom con la cámara y bajo la oscura tela se dejaba entrever una hinchazón, claro reflejo de que la calentura de la Duquesa era capaz de derretir hasta el hielo de la fría Siberia.

Fijé el objetivo a la altura de la cintura del ciudadano soviético, concretamente en el rostro de la ferviente dama. Sus pupilas estaban dilatadas, el rímel de sus ojos se había corrido un poco y en sus labios apenas quedaba carmín, pues se había transferido a la bragueta del guardaespaldas. La mujer empapó, una y otra vez, el envoltorio del vigoroso instrumento con su saliva, hasta que Iván no pudo reprimir farfullar algo en su lengua natal, a la vez que se mordía el labio placenteramente.

Lo que sucedió a continuación golpeó mi perplejidad de un modo bestial: La aristócrata abandonó a su presa y se fue hacia el otro hombre. Volvió a repetir sus actos, como si fuera una especie de ritual de apareamiento: friccionó su cuerpo contra él, manoseo de sus genitales y finalmente morreó la tela que cubría estos, hasta conseguir empinar su aparato. Las palabras que brotaron de los labios del valenciano fueron mucho más entendibles por mí: ¡Hija puta, cómo me estas poniendo!

La Duquesa se arrodilló en el suelo, hizo un gesto al soviético para que se aproximará a ellos y una vez estuvo a su lado, se colocó entre los dos musculados hombres y de manera ceremonial agarró ambos paquetes como si sus brazos fueran una báscula y calibrará su peso, mientras efectuaba esta morbosa acción, en su cara se dibujó una mueca de absoluta felicidad.

Al unísono bajo las dos cremalleras, dejando entrever unos considerables bultos reprimidos bajo el algodón de la prenda interior. Posó sus labios sobre la escueta tela, el primero en tener el honor fue Iván, después su compañero. Durante unos breves instantes la calenturienta aristócrata estuvo dividiendo las débiles atenciones de su boca entre ambas entrepiernas, con la única meta de prolongar el momento de sacar a los pájaros de su cautiverio.

Encuadré mejor el rostro de la Duquesa, este era el reflejo de una miscelánea de sensaciones que iban de la satisfacción a la ansiedad, pasando por la alegría. Todo en ella era desmedido: su forma de mirar, de gesticular, de moverse… Se comportaba como un hambriento al que le colocan una fuente de manjares delante…

Una vez se cansó de juguetear y con ello caldear más aún la entrepierna de sus empleados, decidió quitar la barrera que impedía que su boca se uniera a las imponentes vergas que luchaban por salir de su encierro, tiró bruscamente de ambos bóxer hacia abajo y dejo al descubierto los dos vibrantes miembros.

Al ver la polla de los dos ex militares pensé, que por su tamaño, pasarían de largo el casting de una película porno, pero he de reconocer que el instrumento de Ramón era un poco más gordo y bastante más largo que el de su compañero. Cristina también era consciente de la evidente diferencia, pues tras masturbar levemente ambos falos, decidió meter en su boca la polla del valenciano a la vez que proseguía acariciando la de Iván.

El primer plano de la de Sotomayor envolviendo aquel grueso badajo con sus labios permanecería mucho tiempo en mi memoria, jamás pensé que una cavidad tan refinada como la de ella podría contener una bestia tan enorme. En un principio, se limitó a lamerlo como si fuera una piruleta, pero una vez lo tuvo lubricado debidamente con sus babas, procedió a ingerir toda la porción de cipote de la fue capaz.

Su rostro intentó pegarse a la pelvis del guardaespaldas como una ventosa, engullendo el erecto órgano viril a más de la mitad, acerqué el objetivo y pude percibir que de la comisura de sus parpados brotaban unas pequeñas lágrimas, al tiempo que sus ojos parecieran querer salirse de sus orbitas al atragantarse con semejante embutido.

Una vez impregnó aquel firme cipote con su saliva, volteó su cabeza y dirigió sus mimos al tranco de Iván. Este pese a ser de dimensiones menor que el del valenciano, era de un tamaño respetable y lo que más llamaba la atención de él, era su glande circuncidado y mayor que el tronco, lo que le daba un aspecto parecido a un champiñón.

Tras pasear su lengua por la singular cabeza, Cristina se tragó aquella cabeza de flecha por completo, provocando que el soviético susurrara unas incomprensibles palabras que se volvieron más potentes cuando su jefa se introdujo su pene hasta la base.

Estuvo alternando las mamadas a uno y a otro durante unos minutos, controlando que ninguno de sus dos amantes llegara al clímax, tensando y soltando la cuerda del placer de todas las formas y modos que su paladar le permitía. Hasta hubo un momento en que acercó ambas vergas, puso uno sobre la otra y surcó a ambas con su lengua al mismo tiempo.

Del mismo modo que se agachó se levantó, como si formara parte de una extraña coreografía múltiplemente repetida. Hizo un gesto a los hombres para que la siguieran, una vez llegó a la cama señaló su bajo vientre y con una estridente voz de barriobajera les dijo:

—¡Comedme el coño!

Ver como aquellos hombretones adoptaban una postura sumisa y se agachaban ante la Duquesa, hizo que instintivamente me llevará la mano a la entrepierna y contrastara lo evidente: ¡Tenía la polla como una roca! Hasta estuve tentado de sacármela y masturbarme, pero a pesar de la puta dolorosa erección, el raciocinio seguía gobernando mis sentidos y continué concentrado en todo lo que aquel experimento podía aportar a la resolución del problema de Cristina.

El valenciano y el soviético alternaron los favores de su lengua en la raja de mi clienta, y lo tenían que estar haciendo bastante bien pues la mujer no paraba de gritar obscenidades, al tiempo que se tocaba los pechos de un modo que solo había visto hacerlo a las actrices pornos. Pues tenía claro que las mujeres decentes, ni se aplastan sus senos, ni se aprietan los pezones, ni satisfacen sus deseos intentando chupárselos ellas mismas (Por lo menos mi mujer nunca lo hace)…

Intenté por todos los medios, que el análisis objetivo y terapéutico de los hechos que tenía ante mí se impusieran a la lujuria que imperaba en el ambiente, pero entre que aquello subía más de tono y mi pene pugnaba por salir fuera, mis sentidos se nublaron cada vez más y a cada momento me era más difícil discernir cuanto de científico y cuanto de pornografía, pura y dura, había en aquella grabación que estaba efectuando.

La siguiente escena me volvió a descolocar por completo, a petición de la ferviente Duquesita, Ramón e Iván adoptando un rocambolesca postura, intentaron hundir sus cabezas en medio de la entrepierna de la mujer para realizarle el sexo oral ambos al mismo tiempo, como no había suficiente espacio el valenciano se tuvo que acomodar desde arriba y el soviético lo hizo desde abajo y, por lo que pude intuir, el de la parte superior le lamería la parte externa y de la parte inferior la parte interna. Fue ver a aquellos dos individuos con la cabeza tan pegada, con la lengua tan cercana uno de la del otro y un pensamiento malsano cruzó mi mente: ¿A qué noiban a ser estos dos tan machitos como parecían?

Intenté acercar el objetivo lo máximo posible, pero lo único que conseguí ver fue el cogote casi rapado de los dos guardaespaldas, volvía a hacer una panorámica de la situación y la escena no podía ser más controvertida: sobre la cama estaba Cristina completamente espatarrada, y entre sus piernas la cabeza de las dos moles de cerca de dos metros. Mi jodido subconsciente volvió a gastarme una mala pasada y sentí como mi verga vibraba bajo el pantalón.

Unos descompasados gemidos fueron la señal inequívoca de que la de Sotomayor había alcanzado el orgasmo. Poco después sus guardaespaldas se detuvieron y se incorporaron, clavé la mirada en sus entrepiernas y era evidente que seguían teniendo la misma enfermedad que yo. Y es que mi paciente estaba demostrando ser toda una endemoniada epidemia.

No habían pasado ni dos minutos y la Duquesa volvió a dar muestras de su insatisfacción y poniendo cara de perra en celo y metiéndose los dedos en su rasurado chocho, se dirigió de nuevo a sus empleados y les dijo:

—¡ Mamones, quiero que me hagáis un striptease! —su voz cada vez sonaba más grave e histriónica.

Ambos se miraron perplejos y después se volvieron hacia como mí buscando una explicación que no les supe dar. Ante lo absurdo de la solicitud de su jefa, a Iván solo se le ocurrió una excusa:

—Sin música no posible.

La ferviente mujer hizo una mueca de asco, como si le perdonara la vida con ello y alargando la mano en un gesto carente de amabilidad, le grito:

—¡Tráeme mi “Louis Button” inútil!

El hombre se dirigió hacia la percha donde estaba el bolso de la desagradable dama, no sin antes guardar en la bragueta su pene, el cual de repente había perdido todo su vigor.

Cristina cruzó las piernas en una especie de postura de yoga y se colocó el bolso entre ellas, sacó un ipod touch de color rosa de él y de malos modos se lo devolvió al soviético para que lo volviera a colgar en la percha.

Durante unos segundos estuvo buscando algo en el reproductor, cuando lo encontró puso una cara de pérfida satisfacción y, dejando entrever una malévola sonrisa, dijo:

—¡Ahora no tenéis excusa…!

El aire de la consulta se llenó con la melodía del “You can leave your hat on” de Joe Cocker, fue sonar los primeros acordes y los dos fornidos guardaespaldas se empezaron a mover de una forma que me pareció hasta profesional. Claro que viniendo de un patoso como yo, eso no era mucho. (Pero no estaba muy mal encaminado).

Aquel baile me descubrió dos cosas: Iván y Ramón eran más de lo que parecían a simple vista y los gustos musicales de Cristina se habían detenido en la década de los ochenta. Dividí la atención de la cámara entre el improvisado baile y el rostro de mi cliente, a cada prenda que los hombres sus ojos se volvían más lujurioso, a cada contoneo de cintura que ellos ejecutaban, sus manos buscaban más sus tetas y su coño.

Poco a poco los guardaespaldas se fueron desnudando, ante la atenta mirada de su jefa. No había una pisca de grasa en el cuerpo de ninguno de ellos dos quienes, como yo me suponía, eran un tremendo amasijo de músculos. La canción concluyó y ambos seguías con el bóxer puesto.

A la de Sotomayor aquello no pareció importarle y sin dejar de masturbarse, pidió a los hombres que se acercaran a ella. Cuando estuvieron a su alcance pegó un tirón de su ropa interior y se las arranco, casi destrozándolas. Sus penes, al contrario que el mío que estaba que iba a reventar de duro, se habían adormecido pero aquello no supuso ningún problema para la Duquesa que se metió el de Ramón en la boca y comenzó a masajear el del otro.

De forma inmediata los rabos de ambos comenzaron a tomar vida y poco después los dos hombres los lucían cual espadas dispuestas a la batalla. Cristina constató con la mano la dureza de la herramienta del soviético y, haciendo alarde de la rudeza que imperaba en esa diferente forma de ser suya, ordenó al hombre que se sentara en la cama. Una vez lo hizo, dejando desatendido por completo al valenciano se acuclilló de espaldas a él y de un modo, que fue de todo menos refinado, se introdujo aquel falo en el chocho.

Motivado más por el mal intencionado morbo que por la ciencia, hice un zoom del vientre de la aristócrata, ver con qué facilidad la cabezona verga irrumpía en los interiores de la vulva sacó a relucir mis más bajos instintos y de nuevo, sin poder remediarlo, volví a tocarme la polla y hasta estuve tentado de pajearme con la excitante visión, pero mi autocontrol seguía siendo fuerte y desdeñé la idea por inapropiada.

Volví a centrar todos y cada uno de mis sentidos en el pseudo-espectáculo porno que tenía ante mí. Mi paciente, olvidándose por completo de mi presencia, cabalgaba al soviético con una fuerza y brusquedad incongruente con su forma física. ¡No sé de donde sacaba las energías para hacer aquello! Aunque no contenta con tener el cipote del ruso dentro, había hecho que Ramón se subiera a la cama y acercara su nabo a sus labios, y se lo mamaba en la medida que las salvajes embestidas se lo permitían.

Si me tenía atónito el modo de comportarse de Doña Cristina, más me sorprendía que Iván, con el tute que le estaba metiendo la Duquesita, no se corriera. Es más, observé su rostro y aunque el placer se dejaba entrever en él, una expresión de dominio sobre sus emociones era la que imperaba en su semblante, como si estuviera entrenado para no alcanzar el orgasmo hasta que él quisiera. Ignorante de todo lo que realmente ocurría, concluí que sería una especie de técnica militar.

De nuevo el rostro de la de Sotomayor convulsionó en extrañas muecas, evidenciando que de nuevo llegaba al clímax (Era la tercera vez que lo alcanzaba). Como las anteriores ocasiones se detuvo unos instantes y sin recuperar fuerzas volvió a las andadas.

Descortésmente pidió a Ramón que le trajera de nuevo su “Louis Button”, cuando lo tuvo ante sí sacó una caja de preservativos y un bote que me pareció lubricante. Sin protocolos de ningún tipo y sin pedir siquiera la opinión del chico, envolvió el pene de Iván con un condón, le echo un chorreón de gel y acto seguido, se sentó sobre el vientre de él, esta vez parecía que la puerta de entrada seleccionada era la de atrás. Volví a enmarcar debidamente la imagen y del mismo modo que antes su coño se tragó el erecto pene, su culo hizo otro tanto… Bueno al principio costó un poco por lo ancho del glande del ruso, pero una vez rebasada la cabeza, el resto entró sin dificultad alguna.

¿Dónde estaba la “niña de papá” Cristina de Austria? ¿Quién era aquella mujer que proporcionaba todo el placer que ansiaba su cuerpo? Aquellas dos preguntas martillearon mi cerebro al tiempo que veía como mi paciente, sin pudor de ningún tipo, se dejaba taladrar el ano mientras mamaba el nabo de Ramón, quien al igual que su compañero daba unas enormes muestras de autocontrol.

Tras unos diez minutos de saltar sobre la erecta pértiga del ruso, los dedos de la Duquesa la trasportaron a la placentera cima del orgasmo, el cual se evidenció por un prolongado quejido. Los dos hombres, por su parte, seguían sin rematar la faena y con la churra mirando a la pintura del techo.

El quinto tiempo de la de Sotomayor se reanudó chupando la polla que hasta instantes antes había horadado sus esfínteres, se tendió de lado sobre la cama y poco a poco fue envolviendo la cabezona polla con sus labios. La oscura lujuria que habitaba en mí, me obligó a acercar más el objetivo de la cámara a la polla del ruso, Cristina, como si intuyera mi intención de enmarcar mejor la mamada, se echó su rubia melena a un lado ofreciendo un primer plano digno de Mario Sileri. La habilidad que demostraba para el sexo oral era impresionante, mordisqueaba las anchas venas que recorrían el tronco, pasaba la lengua por toda ella desde la cabeza hasta la base, daba golpecitos con la lengua en el frenillo, hacia círculos con ella por los pliegues de la superficie circuncidada… Seguí minuciosamente todas y cada una de las atenciones que dedicaba al vigoroso miembro, a la vez que metía de lleno en el lujurioso acto.

Tan absorto estaba en el momento de sexo oral que me olvidé de Ramón, un perceptible gesto de satisfacción en la cara de la mujer me hizo sospechar que no se encontraba con las manos cruzadas. Cambie la distancia focal a panorámica y mis presentimientos se hicieron realidad, el valenciano se encontraba agachado y con la cabeza metida entre las piernas de la Duquesa, no había que ser un lince para saber que modalidad sexual estaba practicando.

Sin darme tiempo a acercar un poco la imagen, el hombre se incorporó y sin decir esta boca es mía, se acomodó entre las piernas de Cristina y de sopetón le metió la polla. La brusquedad del guardaespaldas estuvo acompañada de un quejido seco por parte de la horadada Duquesa, quien para mi sorpresa siguió mama que te mama el nabo del ruso.

Por primera vez en todo el tiempo que estuve grabando, la mujer dejaba de llevar la voz cantante y se dejaba someter bajo el yugo masculino. El robusto hombre la había agarrado por la cintura, levantado su pelvis y acoplado su sexo con el de ella de forma habilidosa. Las caderas de Ramón se movían con frenesí, como si intentara meter en cada embestida más porción de su instrumento dentro de la húmeda gruta. Bombeaba sus caderas con el único objetivo de proporcionar placer a su jefa.

Hice un primer plano del pollón del valenciano y era evidente que si el tío parecía tener veinticinco centímetros, esos eran los que habían entrado en el coño de la de Sotomayor, pues sus cojones, haciendo las veces de tope, chocaban contra las paredes externas de este.

Unas palabras soeces primero y unos entrecortados gemidos después, fueron la señal inequívoca que la Duquesa volvía a ser visitada por un frenesí desmedido. Tras los momentos de éxtasis, tal como las anteriores ocasiones, su cuerpo pareció volver a la normalidad durante unos segundos, aunque esta vez no necesitó ordenar nadar para sus lujuriosos juegos prosiguieran, pues el valenciano, que parecía haber cogido las riendas de la situación, le dio la vuelta como a una muñeca de trapo y comenzó a restregar la enormidad de su entrepierna contra los glúteos de la dama de alta alcurnia, todos sus movimientos daban a entender que se disponía a ensartar aquel culo con su grueso falo.

Mi mente no podía asimilar que aquel monumental instrumento pudiera entrar por aquel orificio tan pequeño, difícil me pareció que lo hiciera por la entrada principal, cuanto más por la puerta de servicio. Giré mi sillón hacia el lado izquierdo de la consulta, en pos de conseguir un mejor plano de algo que se me antojaba imposible.

Cristina al sentir el enorme trozo de carne rozar sus nalgas, gritó unas cuantas incoherencias al tiempo que volvía a agarrar la verga de Iván, al que había dejado desatendido durante unos instantes. Al ser consciente de las verdaderas intenciones de su guardaespaldas no pudo evitar sonreír maliciosamente, con un vulgar ademan indicó al ruso que le acercara su bolso. Volvió a sacar de su interior un preservativo y el bote de crema, los cuales volteándose levemente se los dio a Ramón.

El valenciano tras cubrir su carajo con látex y lubricarlo debidamente procedió a colocarlo a la entrada del estrecho orificio. La Duquesa con el único afán de hacerme entender que no era la primera vez que su culo albergaba el descomunal aparato, clavó una desvergonzada mirada en mí y arqueó sus caderas hacia atrás, invitando al engrasado misil a que explorará sus entrañas.

Centímetro a centímetro el ajustado agujero fue acogiendo el gordo y enorme miembro, busqué el rostro de mi paciente y si el dolor visitaba su cuerpo no había muestra alguna de ello en su rostro y en sus facciones solo se podía apreciar un aspecto de plena satisfacción. Cuando el hombre comprobó que el ano de la Duquesa se adaptaba perfectamente al calibre de su grueso embutido, comenzó a sacarlo y a meterlo de un modo irrefrenable. Las embestidas se hicieron cada vez más salvajes y vigorosas, tanto que Cristina se puso a vociferar groserías, su chillona y molesta voz fue apagada por Iván, que tiró fuertemente de su cabeza y la hundió de lleno en su entrepierna. Tras un rato de ser atravesada por boca y culo, la mujer alcanzó su sexto orgasmo de la tarde.

En el rostro de la Duquesa, a pesar de las evidentes muestras de cansancio, brillaban unos ojos repletos de impudicia, el apetito sexual de aquella mujer parecía no tener fin y sus empleados lo sabían pues, tras intercambiar una breve mirada de complicidad, cogieron en volandas a la delgada mujer y la colocaron en el centro de la cama: “ Nos pondremos en este ángulo para que usted pueda grabar un plano con mejor encuadre” — me dijo el valenciano con plena naturalidad, dejándome interpretar con ello que no era profano en los temas cinematográficos.

No sabía que se proponían hacer, pero la vehemencia dominaba todos mis sentidos y prueba de ello era la dura estaca que se marcaba bajo mi pantalón.

Ramón se tendió sobre la cama y colocó a su agotada jefa sobre él, Cristina sin pensárselo demasiado se puso en cuclillas sobre su pelvis y dejo que el pollón entrara en su coño. De un modo impersonal y mecánico comenzó a moverse, como si el hombre fuera un caballo y ella su jinete. Iván se colocó tras ella y parando en seco el traqueteo de su jefa, colocó su verga en la entrada del orificio libre, el cual, lubricado y dilatado como estaba, dejó entrar de golpe la cabezona churra.

Una de las mujeres más importantes de la nobleza española se estaba comportando como una vulgar fulana ante mis ojos y lo peor, es que yo amparándome en querer curar a mi paciente de la sugestión a la que estaba sometida, la estaba filmando. Lo más curioso de todo es que hacía rato que la grabación había perdido todo interés científico, y se había transformado en una especie de video pornográfico casero con todas las de la ley.

Ver la doble penetración a la que estaba siendo sometida la de Sotomayor y mis perjuicios sociales se fueron de paseo, volví a tocarme la entrepierna, estaba tan excitado que hasta estuve a punto de sacármela para masturbarme. Pero no hizo falta pues al mismo tiempo que la noble dama se corría por séptima vez, mi polla como si fuera un ente independiente expulsaba un pequeño rio de semen que empapo primero mis calzoncillos y posteriormente mis pantalones.

Tras recuperarme de la comprometedora experiencia, de la cual una prueba fehaciente era una redonda mancha en mi bragueta, intenté volver a mi yo profesional y científico, pero la imagen que ofrecía Cristina y los dos hombres no me lo permitió : La de Sotomayor se encontraba arrodillada en el suelo con sus dedos acariciando el interior de su vulva y a su lado los dos hombres se masturbaban contundentemente, el primero en correrse fue el ruso que al sentir como eyaculaba acercó su miembro a los hombros de la mujer y se corrió sobre estos, la pequeña cascada blanca empapó casi por completo su torso derecho. La mujer, sin dejar de acariciarse el clítoris, restregó el pegajoso líquido por sus pechos.

Si abundante me había parecido la eyaculación del ruso, cuando por los gestos de su compañero puede prever que se corría, fije el objetivo en su miembro viril y en el blanco geiser que brotó de él. El esperma salió disparado con tanta fuerza que aunque buena parte fue a parar al suelo, los primeros chorros alcanzaron la tez, los ojos y el pelo de Cristina, quien regada por el pegajoso fluido, se dejó llevar hacia su octavo y último orgasmo. Tras los espasmos correspondientes, el agotamiento la hizo perder el sentido por completo.

Al despertar, salvo por la decoración de la sala y que ella estaba completamente desnuda y hasta arriba de esperma, todo había vuelto a una normalidad aparente. Yo me había cambiado de pantalones, sus guardaespaldas vestían su indumentaria y guardaban su compostura habitual, hasta en asomaba sus rostros el impersonal gesto de costumbre.

Una expresión mitad ira, mitad vergüenza llenó la cara de la de Sotomayor, a falta de palabras para expresar lo que sentía, llena de furia recogió su ropa se vistió todo lo rápida que pudo, cogió su “Louis Button” y se dirigió al baño.

Unos quince minutos después, la mujer había compuesto perfectamente su desaliñado aspecto y nadie que la viera podía imaginar ni por asomo lo demacrada que había llegado a estar momentos antes.

Al despedirse, cogió mi mano entre las suyas y con una voz suplicante me dijo: “ Doctor, por favor, haga todo lo que esté en su mano para sacar ese demonio de mi interior”.


Los días siguientes fueron muy intensos, todo el tiempo que me quedaba libre lo dedicaba a visionar el puto video del que en principio no conseguí sacar nada (Bueno sí, fue la inspiración de unos cuantos momentos onanistas), hasta que cambie el enfoque de ver el problema y la nueva perspectiva me dio la solución. ¿Cómo no lo supe ver? Dicen que los arboles a veces no nos dejan ver el bosque y yo, a fuerza de golpear mi cabeza con sus troncos, descubrí que no hay una verdad más cierta.

Durante días volví muy tarde a casa, los niños ya se encontraban durmiendo e Irene con el ceño fruncido como única conversación. Pero pese a lo que me dolía prescindir de mis hijos y no poder tener una agradable charla con mi mujer, una alegría latía en mi interior pues creía haber dado con la clave para resolver el problema de Cristina de Austria. Aunque si era como yo sospechaba, no tenía solución pues no era ningún problema.

Un día decidí ponerme en contacto con un detective amigo al que recurría en algunas ocasiones y le pedí que investigara a los dos guardaespaldas, una semana después su informe vino a corroborar lo que yo sospechaba. Ramón Domínguez había sido expulsado del ejército por acosar a una compañera del cuerpo, el informe psicológico al que mi amigo tuvo acceso decía era un jodido machista al que gustaba presumir de su hombría. Los siguientes empleos que se le conocían eran de portero de discotecas, de camarero,… Hasta que decidió optar por el dinero fácil y empezó a trabajar de boy en una sala de striptease, pasar de ahí a los espectáculos de sexo en vivo y a rodar películas pornos, únicamente había un paso.

Iván Jankauska, de él los datos que pudo conseguir mi investigador fueron menos. Sólo que al igual que su compañero había alternado diversos trabajos, hasta que del mismo modo que él acabó en la sala de sexo en directo y en el cine para adultos.

Las averiguaciones de mi amigo dieron respuesta a la pregunta de porque el asombroso aguante de los dos hombres ante el sexo: eran unos profesionales del mismo. Sin embargo unos nuevos interrogantes tintinearon en mi cerebro: ¿Por qué carajo contrató mi paciente a dos actores de cine x para el trabajo de guardaespaldas? La solución seguía ante mis ojos y no era capaz de verla…

Volví a visionar la grabación de la de Sotomayor bajo el influjo de las tres palabras, fue observar el comportamiento de los tres protagonistas del video con lo que ya sabía de dos de ellos y muchas piezas del tremendo puzle que había en mi cabeza comenzaron a encajar, lo peor era que a donde me encaminaban mis pesquisas no me gustaba nada, porque no solo me hacía sentir imbécil, sino el peor terapeuta del mundo.

Resolver el embolado en el que al contratar mis servicios me había metido aquella tipa de rancio abolengo, se convirtió en una obsesión para mí. Centré todos mis sentidos en saber que había detrás de la supuesta sugestión de la de Sotomayor, tanto que hasta desatendí bastante mis otras obligaciones.

Como consideré que debía saber más de ella, y sobre todo de su vida afectivo-sexual, decidí contactar con uno de sus antiguos pretendientes: El Márquez de Varabaja. El tipo era un noble cuyo único patrimonio importante era su título mobiliario, de ahí que cuando su relación con Cristina se fue por la ventana, la pobreza volvió a llamar a su puerta. Accedió hablar conmigo a un precio que me pareció desorbitado, pero era tal mi desesperación por saber más de la condenada Duquesa que accedí, quedamos en un bar de copas de Triana, una vez constató que no era periodista me dio pelos y señales de su relación y su ruptura:

—A Kit y a mí nos iba de lujo, yo creo hasta que estábamos empezando a enamorarnos y todo eso… —la arrogancia se reflejaba en cada gesto y en cada palabra del aristócrata—.El problema vino cuando empezamos a acostarnos… Uno es muy hombre y tal, pero para Kit no era suficiente y siempre que lo hacíamos terminábamos discutiendo, pues siempre quería más…

—¿Tan ferviente era?

Mi acompañante hizo un gesto de sorpresa y poniendo cara de estar oliendo algo podrido, contestó a mi pregunta:

—¿Usted es su psiquiatra? ¡Pues vaya mierda de profesional esta hecho!

La altanería de aquel individuo me sacaba de quicio, pero necesitaba la información que tenía y opté por callarme.

—¡Me parece mentira que no conozca el problema de Kit! —prosiguió dando a entender que esto debería ser lo lógico.

—¿A qué problema se refiere?

—¡Es ninfómana! El hombre que esté con ella debe ser capaz de proporcionarle orgasmos a “tutti plen” o si no es poco menos que una mierda —mi gesto de sorpresa tuvo que ser bastante obvio, porque el Márquez sin darme tiempo a nada, hizo una inflexión al hablar y dijo—.¡No le ha dicho nada! ¡Qué zorra! A mí me lo contó el día que cortó conmigo, en el momento ese que se dice la frase tan famosa de “No eres tú, soy yo”, aunque a mí en ese caso me parecía que era verdad —al pronunciar esto último una sonrisa estúpida se dibujó en su cara.

¿Cómo podía haber estado tan ciego? La hipnosis no puede sacar de nosotros lo que no tengamos dentro, si no sabes nadar difícilmente podrás hacerlo sugestionada, si no te gustan las natillas nadie te puede inducir a que te las comas… Todo parecía encajar y coger forma, al tiempo que se volvía más complicado. Lo que cada vez tenía más claro es que Cristina de Austria no era un zorrón, ¡sino lo siguiente!

La vida perfecta de la Duquesa empezaba a hacer aguas por todas partes, la esposa correcta y la madre ejemplar era una pantomima de cara a la galería pues a aquella dama de alta alcurnia lo único que la impulsaba a levantarse un día sí y otro también, era el sexo desmedido. Cuanto más avanzaba en mis averiguaciones, más intricado se me volvía todo y ante las respuestas, siempre había nuevas preguntas.


Para conocer cuánto de fidelidad había en su sagrado matrimonio, contacté con varias personas de su entorno pero estas o no quisieron decir nada, o estaban tan engañadas como el resto de los mortales. Quien clarificó más el esquema psicológico que me estaba montando de la Duquesa fue una ex de su esposo: Chayo Bermúdez, una chica sin oficio ni beneficio, al que la naturaleza todo lo que le había negado en inteligencia se lo había compensado en belleza y buenas curvas. Era el prototipo de “choni” que pensaba que la mejor escuela era la vida y que los libros un artículo para decorar las estanterías (Tanto más gordo, más bonitos).

Se presentó en mi despacho con un ajustado jersey blanco de punto y un pantalón naranja que marcaba cada curva de su espectacular cuerpo. Su falta de saber estar se notaba en toda ella y se movía como si estuviera en una pasarela.

—¿De verdad tío que no eres periodista? —arrastraba las silabas como si pensar y hablar al mismo tiempo fuera agotador, le negué con la cabeza y prosiguió —.Aunque mientras me pagues lo convenido, a mí como si quieres ser el Papá de Roma.

—¿Qué tiempo estuvo usted con Francisco Muñoz? —dije dando a entender que me importaba un carajo lo que pensara.

—¡Hostia tío, no me llames de usted que me hace sentir vieja! Y como puedes ver estoy en la flor de la vida —al decir esto se apartó la melena hacia un lado para que pudiera ver mejor su rostro, al tiempo que ponía su espalda derecha en un claro intento de que sus abultados y firmes senos no pasaran desapercibidos —.Un año más o menos, pero Fran ha sido y será el hombre de mi vida… No ha habido ninguno antes, ni lo habrá después que me llegué tan hondo como Fran … Yo porque no me hizo una barriga como el Jesulín a la Esteban, que si no me había hecho de oro como ella de plató en plató contando mi historia. Y ahora que está en el “trullo” más…

Corté su soliloquio pues no aportaba nada nuevo a mi búsqueda de información.

—¿Cómo eran sus relaciones en la cama?

Chayo se me quedó mirando como si hubiera transgredido alguna raya imaginaria, pero tras reflexionar un momento me dijo:

—Tío, ¿cómo iba a ser? ¡La hostia!—La mujer guardó silencio durante unos segundos como si estuviera reflexionando la respuesta—¿Tú porque te crees que la duquesita de mierda esa se casó con él? Porque es un follador nato, es capaz de echarte cinco y seis polvos en una noche y no se cansa. Creo que se llama “multiorgósmico” o algo por el estilo.


Cada secreto que descubría de la Sotomayor, más cerca estaba de conocer los porqués de su sugestión. Pero esto no lo podría desentrañar sino hablaba con quien la había sumido en aquel estado y era uno de los grandes misterios de su secuestro: el nombre del hipnotizador. Si la policía no había conseguido sacárselo a sus captores, difícilmente podría yo hacerlo. Pero aun así me puse en contacto con el organizador de todo, Federico Vázquez o como lo describía Cristina: el viejo de la voz ronca. Como todos mis informantes, el anciano accedió a contarme todo lo que sabía, claro está, previo pago, lo que me vino a demostrar que si las estadísticas decían que la crisis nos había hecho más altruista, a mí me había tocado bregar con las excepciones que confirmaban la puñetera regla.

—¿Qué quiere usted que le cuente? —pese a que intentaba ser amable, había tanta furia contenida en aquel hombre que más que una pregunta parecía que me estuviera lanzado un desafío.

—Sé que por activa y por pasiva se han negado a dar el nombre del psíquico que sugestionó a mi clienta, pero si me dijera todo lo que sabe sobre el tema me podría ayudar.

—Sabe Dios que si no me hiciera falta el dinero, ¡iba a hablar con usted un guardia! ¿Sabe usted lo que han hecho el torerillo y esa zorra con nuestras vidas? Y ahora el juez dice que teníamos que haber leído la letra pequeña… ¡Para mear y no echar gota!

—Lo entiendo —mis palabras estaban envueltas en un tono reconciliador.

—¡Que va a entender usted, ni que niño muerto! —el grito del hombre me incomodó, primero porque yo no tenía culpa de nada y segundo porque todos los presente en la cafetería clavaron sus miradas en nosotros, con lo que mi intención de pasar desapercibido se fue al traste—.En fin, le contaré todo lo que sé para que se vaya por donde ha venido.

Escuchar pormenorizar todos los detalles del secuestro, me hizo creer que ante mí no tenía un anciano estafado por una entidad bancaria, sino a un reputado estratega. Cuando llegó el momento de hablar de cómo fue la hipnosis, comprendí que Cristina no había sido sincera conmigo desde un principio.

—… El gran problema que tuvimos es que la persona que tenía que hipnotizarla, se retrasó casi dos semanas, menos mal que lo consiguió hacer de una sola vez.

Intenté disimular como pude el que mi paciente me había mentido, por lo que lancé una pertinente pregunta para cambiar el curso de la conversación:

—¿Cuál era el objetivo de la hipnosis?

—Que sacara a relucir lo que más la avergonzara de ella… ¡Mire por donde descubrimos que la modosita madre de familia era un zorrón de marca mayor…! Queríamos que sufriera como nosotros lo estábamos haciendo, por eso escogimos aquellas tres palabras para activar su sugestión… La pena es que no fuera duradero y dejara de hacer efecto tan pronto…

La cara de imbécil que se me tuvo que poner al escuchar tuvo que ser tan palpable que hasta el abuelete preguntó que pasaba, contuve mi ira y di la callada por respuesta porque si hubiera dicho lo que pensaba en aquel momento me habría arrepentido por siempre jamás.


La última persona que consulté fue un colega de mi profesión versado en hipnosis:

—¿Entonces me dices que una sugestión inducida por tres palabras da igual el contexto en el que se pronuncien, que solo importa el orden para que este tenga efecto?

—Sí, el neo córtex recibe la información y reacciona ante ella, da igual que venga fraccionada o al completo, lo que sí es importante es el orden. Si yo te sugestiono a ti con la frase “te quiero mucho”, da igual que estás lleguen juntas o dentro de un contexto, así si te digo:” yo te he dicho que quiero poco y no mucho”, también tendrían efecto en ti, pues las tres palabras se han pronunciado en el orden correcto.

Dando por válidas las explicaciones que me dio, me dispuse a ponerlas en práctica, para ello preparé una frase que contuviera las tres palabras que sugestionaban a la Duquesa y en nuestra siguiente cita y durante la sesión de terapia, las pronuncié. Como me temía, las palabras de forma fraccionada no tuvieron efecto en mi paciente, quien siguió actuando como si nada.

Tras concluir su decálogo de lo mal que la trataba la vida y de lo desgraciada que era de aquella tarde, estuve tentado de decirle que dejara de fingir pero sopesé los resultados nefastos que aquello podía tener para ella en caso de que estuviera errado, y preferí callarme hasta no tener más certeza sobre el tema.

Estudié todos los datos y aclaré mis dudas, antes de emitir un diagnóstico definitivo, tras profundas reflexiones llegué a una conclusión: Aunque desconocía hasta que momento funcionó la hipnosis, el subconsciente de Cristina al verse libre de todas las ataduras y el lastre que suponía su encorsetada educación había optado por que las tres palabras siguieran teniendo efecto. Por primera vez en su vida podía mostrar a todos como era, sin cortapisas y además nadie la juzgaba. Por eso inconscientemente contrató a los dos actores pornos como guardaespaldas, por eso mostró un estado depresivo para que yo le diera luz verde a hacer uso intencionado de la sugestión, por eso ese dominio de la situación cuando aparentemente había perdido el control…

Tenía ante mí el caso clínico con el que siempre había soñado: una doble personalidad. La educada niña de papá por un lado y la zorra deslenguada por otro. Con una paciente que, aunque con la boca pequeña me rogaba por su curación, con la boca grande todo lo que deseaba era sexo a espuertas. Nunca sabré cuanto había de la modosita Cristina, en la explosiva chica que se lo follaba todo. Nunca sabré cuanto de fingimiento había en la salvaje Kit. Solo sé que nunca sería capaz de curarla y que con sus visitas mantenía holgadamente la consulta. Y si esto no fuera suficiente, el añadido del sexo la hacían la más suculentas de las pacientes.

A partir de aquel día, todas las sesiones de terapia incluían un estudio científico de las tres palabras. Estudio que concluía con la Duquesita penetrada por todos los orificios posibles y toda ella empapada de semen. Pero como aquello tenía tan pocos resultados visibles, Cristina amplió las visitas a tres veces por semana y después a cuatro. Aquello se volvió tan cotidiano para mí, que un día, dejando mi moral encerrada en el cajón, me incorporé a la fiesta y gocé de los placeres de la carne en grupo.

Eso que puede parecer tan poco ortodoxo, tenía también su fondo terapéutico: ya que del mismo modo que inconscientemente contrató a Iván y Ramón por lo que eran, su elección de psicólogo también pasaba por ese mismo deseo, pues no me escogió por ser el más cualificado de mi profesión, sino por ser de los más jóvenes y guapos.


Al oír el timbre de la puerta, abandono mis cavilaciones y suelto la carpeta sobre la mesa. Hoy al igual que todas las tardes que viene la de Sotomayor con sus guardaespaldas he dado la tarde libre a mi asistente, tenemos completa libertad.

Cuando abro la puerta me encuentro una de las mujeres más hermosas y deseables que he visto nunca, hoy trae dos coletas y un atuendo de colegiala a lo Britney Spears en su primer video. Me saluda con solemnidad dándome la mano y yo se la beso como manda el protocolo, a continuación la hago pasar a la consulta. Saludo a Iván y Ramón y les pido que esperen en la puerta por si preciso de ellos que de momento me apaño yo solo.

Me siento en mi sillón y ella se tiende sobre el diván. Me gimotea durante diez minutos lo desgraciada que es, yo hago como el que la escucho pero solo tengo ojos para su escote y sus esbeltas piernas. Sin querer mi pene empieza a tomar vida, solo tres palabras me separan del placer supremo, así que no dilato más el momento y pronuncio una tras otra:

El caso Nox.

¿FIN?

No , lo siguiente.

--o--

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