Tres países, dos sexos y un plan.(I)
Relato de tres compañeros de piso que terminan viviendo la experiencia más sexual y erótica de sus vidas, desde el punto de vista del protagonista: un chico bisexual con cierta preferencia hacia el sexo masculino.
Esto ocurrió allá por el año 2000. Yo tenía apenas 20 años y vivía en un piso que se alquila por habitaciones. Estaba estudiando y tenía un trabajo a tiempo parcial, así que eso era lo único que podía permitirme.
Yo ocupaba mi habitación durante todo el curso, pero normalmente la gente que se hospedaba allí solía parar durante poco tiempo. Trabajadores eventuales, desplazados, cosas así. Esto hacía que normalmente no me molestase demasiado en conocer a las personas que vivían conmigo.
Creo que lo justo, antes de continuar relatando mi experiencia, es que me describa un poco: Metro ochenta, delgado, pero bien formado, imberbe salvo unos pocos pelos en las piernas y en mi zona púbica. Moreno de piel y pelo. Y mi rasgo más característico (o el que más llama la atención): mis ojos. Marrones, pero tan oscuros que siempre se ven negros. De ese tipo de ojos expresivos que parecen más grandes de lo que en realidad son. Y dado que esto es una experiencia real, os diré que mi atractivo es normal, quizás tirando a guapo, pero no os imaginéis a un modelo de revista, porque no lo soy (no me importaría, pero no).
Por aquella época yo ya sabía que me gustaban los tíos. Ya me había cepillado a más de uno, y, aunque las tías me seguían resultando atractivas (y follables), estaba claro que me iban más las pollas que a un tonto un lápiz.
No recuerdo el mes exacto, se que se acercaba el verano y empezaba a hacer buen tiempo. Un buen día llegó el dueño del piso con un par de maletas acompañando a un nuevo inquilino. Yo estaba en la cocina, preparando mi comida, cuando lo vi asomarse por la puerta con las maletas. Me saludó con la cortesía habitual. Un sencillo -¿Qué tal?, ¿Todo bien?
Acto seguido dio un paso hacia el interior de la cocina y me presentó al nuevo inquilino: “Te presento a Daniel, pasará una temporada por aquí”. Tras él, entro un chaval de unos veinticinco años (más tarde descubrí que en realidad tenía 22), negro, casi de mi estatura. Y con un cuerpazo de infarto. Ancho de hombros, con un pectoral impresionante, recuerdo que pensé “joder, sus bíceps son del tamaño de mis piernas”. No quiero ni imaginar la cara de lelo que se me debió quedar, pero cuando fui consciente de la situación, me di cuenta de que tenía los ojos abiertos de par en par. Dani dio un paso hacia mí extendiendo su mano y regalándome una sonrisa amplia, hermosa y totalmente arrebatadora, diciéndome “encantado de conocerte”. Yo respondí a su apretón de manos, balbuceando un penoso “igualmente” que me pareció patético. Tras unos segundos, se retiraron hacia la habitación de Dani y yo caí en la cuenta del lamentable aspecto que llevaba. Pantalón de chándal viejo, una camiseta que suplicaba la jubilación, despeinado, sin afeitar; vamos, la imagen perfecta para una buena primera impresión.
Dani y yo coincidíamos en horarios, por lo que prácticamente desayunábamos y comíamos juntos todos los días laborables. Empezamos a hablar y a conocernos. Su familia provenía de la república Dominicana, aunque él ya había nacido en Madrid. También descubrí que era boxeador profesional. Había venido a la ciudad porque quería entrenarse en un gimnasio que, al parecer, tenía mucha fama dentro del mundillo del Boxeo. La verdad es que ese es un mundo que me resulta totalmente ajeno, así que me sorprendió bastante que en una ciudad tan pequeña hubiese un gimnasio con tanto renombre. Pero eso explicaba ese pedazo de cuerpo que se gastaba el tío. Lamentablemente para mí, también significaba que no tenía ninguna posibilidad de catarlo. No lo pensaba porque fuese una cuestión de clichés, o de prejuicios, sólo era cuestión de juventud e inexperiencia por mi parte.
En aquel momento, Dani y yo éramos los únicos inquilinos del piso. Y como habíamos ganado cierta confianza, el chaval no tenía ningún problema en pasearse por la casa en calzoncillos si la ocasión lo requería. Al fin y al cabo, éramos dos tíos viviendo solos. Los días pasaban y nosotros íbamos ganando más confianza, y la intimidad se empezaba a hacer mayor. Una mañana, mientras me afeitaba después de la ducha, Dani entró en el baño con esa sonrisa que nunca perdía, y con toda naturalidad me soltó un alegre “Buenos días” mientras se sacaba la polla de los slips blancos y se ponía a mear. Yo automáticamente giré la cabeza de vuelta al espejo y le respondí un poco avergonzado, pero cachondo perdido. Pocas veces en mi vida me empalmé con tantísima velocidad como aquel día. Vestido solo con una toalla alrededor de mi cintura, era totalmente imposible disimular mi erección, de sus buenos 18cm (ya os dije que esta es una historia real, los maromos con pollones de 24cm son escasos). Dani terminó su tarea, se guardo aquel monstruo de carne dentro del minúsculo slip y se acercó al lavabo a lavarse las manos. Yo estaba rígido como un palo, sin apartar la mirada del espejo, todos los músculos de mi cuerpo estaban igual de duros que mi rabo. Dani me miró a los ojos a través del espejo y vi como sus ojos se posaban en mi entrepierna.
- ¿Qué? Nos hemos levantado contentos, ¿no?.
- Ya sabes cómo funcionan, tu también tienes una de estas.- dije, señalando hacia mi polla- se despiertan cuando les da la gana.
- Ya, que me vas a contar, hay días que tengo que mear sentado, ja, ja, ja.
- Si, je, je, ¡ya te digo!.
Se dio la vuelta, y se quitó los calzoncillos para meterse en la ducha. Esta vez, espalda contra espalda, me permití ver su cuerpo desnudo a través del espejo. No había riesgo a que me pillara, me quedé contemplándolo mientras se agachaba para abrir el grifo, y pude ver sus pelotas colgando entre las piernas. Se metió en la ducha, cerró la mampara y yo me fui a mi habitación a hacerme el pajote más salvaje que mi pobre rabo podía soportar.
Pasaban los días y ese cabrón me estaba volviendo loco. Con esa naturalidad de los héteros para confesar sus proezas sexuales a los colegas, sin escatimar detalles, Dani me iba contando todas las veces que se trincaba alguna tía, sorprendido por el éxito que estaba teniendo. Joder, ¿Cómo no iba a tener éxito con ese pedazo de cuerpo y esa puta sonrisa que me volvía loco? ¡No me extraña que toda tía en tres kilómetros a la redonda se le pusiera a tiro!
La situación para mí era insoportable, tenía que hacer algo, ¡quería tener a ese tío en mi cama!
Un sábado, mientras me preparaba mi “café para ser persona” oí como se abría la puerta del recibidor y la voz del casero hablando con alguien. En ese momento sentí que mis momentos de “voyeur” con Dani se habían terminado. También caí en la cuenta de que hacía ya semanas que Dani no era el único que andaba en gayumbos por la casa. El casero entró en la cocina con su habitual saludo y tras él entro una chica morena, de pelo liso en media melena. Guapa de cara, delgada y con poco pecho, pero muy bien colocado. Y allí estaba yo, apoyado en la encimera de la cocina, con una taza de café en la mano, el pelo revuelto y con mi bóxer de dormir, es decir, el más feo y raído que tenía. ¡Joder con las buenas primeras impresiones!.
Obviamente tanto el casero como la nueva inquilina mostraron cierta incomodidad ante la situación, así que el encuentro fue breve. Salieron de la cocina hasta la habitación de Dominique, y yo salí corriendo a mi habitación a ponerme un pantalón. Transcurridos unos cinco minutos el casero se marchó y Dominique se quedó en su habitación. Dani seguía durmiendo, así que lo más probable era que se levantase en gayumbos y se fuese a mear con la puerta abierta, como solía hacer. Yo quería advertirle, pero entrar en su habitación estaba totalmente fuera de lo posible. En ese dilema me encontraba cuando llamaron a mi puerta. Al abrirla, me encontré a Dominique al otro lado.
-Perdona que te moleste,-dijo, con marcado acento francés- pero quería hacer café y la cafetera está llena.
-Ah, es verdad, lo siento- respondí enseguida- suelo dejarlo preparado para nuestro otro compañero de piso.- Dije señalando la puerta de Dani.- Puedes coger del que está hecho, si quieres.
-Muchas gracias. ¿Tu “tomar” otro? ¿Se dice así?
- Tomas otro.- dije con mi mejor sonrisa.
-Ah, gracias. Estoy aprendiendo español, dijo respondiéndome con otra sonrisa.
Accedí a la invitación, sabiendo que si Dani se levantaba y nos escuchaba hablar tomaría la precaución de cubrirse un poco (muy a mi pesar). Y fui conociendo a Dominique. Acababa de terminar la carrera y se había venido a pasar el verano a España. Tenía intención de visitar unas cuantas ciudades, por lo que solamente se quedaría un par de semanas. (Ya me caes mejor, tía). Mientras charlábamos escuché el sonido de la puerta del baño, y al poco Dani apareció por la puerta. Tal como había supuesto, tuvo la precaución de ponerse algo por encima del slip, aunque fuese solamente un pequeño pantalón de deporte. (desde luego, Dani no era de amantarse mucho, no). Tras la presentación, Dani se fue hacia la cafetera. Por un momento nuestras miradas se cruzaron y en un destello pude adivinar lo que pensaba: “A por ella, tigre”.
¿YO? No chaval, es a ti al que quiero cepillarme. Pero esa mirada me hizo repensarme las cosas. Volví a mirar a Dominique, manos pequeñas, brazos delicados, 1.60 o 1.65 de estatura, con un vientre plano y un culito pequeño, con la curva perfecta. Pero lo que más me llamó la atención fue su, no sé cómo explicarlo, ¿su feminidad?. Dominique era de ese tipo de mujeres que tiene una elegancia natural en sus gestos, en su forma de moverse, sensual, pero sin ser exuberante. ¿Cómo no me había dado cuenta antes? Estaba tan cegado con Dani que tenía ante mí a una tía guapísima y no me había dado ni cuenta.
Nos quedamos charlando en la cocina y la mañana se nos pasó sin darnos cuenta. Repentinamente Dani dio un respingo al ver la hora. Tenía que presentarse en el gimnasio y aún no habíamos comido. Yo me ofrecí a preparar la comida para los tres mientras Dani se duchaba y Dominique deshacía sus maletas. Después de comer Dani salió corriendo al gimnasio y yo me ofrecí a enseñarle la ciudad a Dominique. Estaba claro que quería ligármela, e iba a ser mucho más fácil que intentarlo con Dani. Dominique, que no era tonta, también adivinó mis intenciones, pero se dejó hacer. Bien, al menos parece que le gusto a alguien.
Pasamos una tarde increíble, no solo era hermosa, sino que además era una mujer con mucho mundo. Ella era mayor que yo (28), con mejor educación, venía de una ciudad más grande y había recorrido medio Europa. Estaba claro que un tío como yo no podía hacer nada que ella no viera venir. Y eso, de algún modo me liberó de tensiones, sentía que no tenía que hacer nada para impresionarla o llamar su atención. Estaba claro que ella se había fijado en mí, así que me resultó muy fácil ser yo mismo.
Pasamos una semana en la que bajábamos todos los días a hacer turismo. Mis conocimientos de historia local me fueron muy útiles y Dominique disfrutaba realmente con todo lo que yo le contaba, y para mí era un orgullo tener algo que aportarle. Cada mañana Dani me preguntaba en tono jocoso si ya me la había tirado y cada mañana yo le respondía que no.
En mi maquiavélica mente se estaba formando otro plan. Quería follarme a Dominique, claro, pero también quería montármelo con Dani. Y para montármelo con él, estaba claro que tenía que haber un coño de por medio. A medida que fue pasando la semana mi plan se fue forjando con más intensidad. Dominique no era precisamente una persona estrecha de miras, así que si me lo montaba bien podría funcionar.
El sábado siguiente, por la mañana me levanté el primero, como era habitual, y preparé el café. Intencionadamente salí a la cocina vestido solamente con un bóxer (uno decente, esta vez). En los días previos había visto que Dominique tampoco se molestaba mucho en cubrirse cuando andaba por casa. Un cullote y una camiseta extra grande sin nada debajo era lo único que se ponía para desayunar. Estaba claro que pretendía provocar alguna reacción. “pues vale, hermosa, tu pide, que se te proveerá”.
El siguiente en levantarse fue Dani (como había previsto). Me saludó con su buen humor habitual y se sirvió un café, sin darse cuenta (creo yo) de que yo estaba en gayumbos.
-¿Qué?, ¿todavía nada?- Me dijo mientras se sentaba sobre la mesa, a mi lado, con la taza de café en su mano y su paquete a la altura de mis ojos.
-No, tío.- le dije mientras en mi cabeza sólo sonaba: “¡Mírale a la cara! ¡Mírale a la cara!”
- Pero si solo le falta abrirse de piernas encima de la mesa. ¿A qué esperas? Se larga el lunes.
-Es que… bueno.-Titubeé falsamente.
-Bueno ¿qué?
Es que… no sé cómo decirlo.
A ver, tío, no es tan difícil, la tía quiere rabo, y listo.- Me dijo- ¿No te gusta?
-Sí, claro que me gusta, lo que pasa es que….
-¿Qué?
- Que quiere que nos la follemos los dos.- Dije con vergüenza, esta vez nada fingida.
Dani se quedó por un momento en shock, paralizado con la taza en la mano y clavándome la mirada.
-¿En serio?, ¿te lo ha dicho?
-Si- Mentí- Dice que nunca ha hecho un trío, y que le apetece.
El grueso labio inferior de Dani permanecía descolgado mientras en su rostro la expresión iba cambiando de la sorpresa a la sonrisa maliciosa hasta llegar a la carcajada.
-¡Joder! ¡Qué Fuerte! – Soltó una sonora risotada- Hay que joderse con la francesa, ¡y parecía tonta!
-¡Cállate, joder!- Le espeté- No grites.
-Vale, vale- dijo conteniendo la risa- Pero esto es la hostia.
-Pues ahora ya lo sabes- dije, mirándole al paquete, ahora sin disimulo alguno- ¿es verdad que la tenéis muy grande?- Pregunté señalándole al paquetón. Aunque por el tamaño de su bulto no tenía ninguna necesidad de preguntar. Su reacción me había envalentonado y ahora ya me importaba todo una mierda.
-¿Tu qué crees?- Dijo, mientras deslizaba su pulgar tras la goma del minúsculo pantaloncito de deportes, y la bajaba para liberar ese trozo de carne que me volvía loco. Por primera vez veía su polla frente a frente, sin tapujos. Cualquier rastro de vello púbico había sido rasurado (igual que el resto del cuerpo) y sobre dos enormes pelotas negras colgaba su miembro flácido, pero grueso y venoso, con el capullo recogido tras un trozo generoso de piel que sólo dejaba aflorar la minúscula rajita de la uretra. Durante un breve instante mi razón perdió la batalla contra mis impulsos, y alargué mi mano para tocar esa polla. Dani reaccionó a tiempo y soltó el pantalón, con lo que su polla volvió a quedar oculta, inalcanzable.
-Joder,-dije tratando de recomponerme- En mi vida había visto algo así.
-Me lo dicen a menudo.-dijo con un poco de sorna. Pero se le notaba incómodo.
Mierda, un momento de debilidad podía echarlo todo al traste, tenía que solucionarlo. Por fortuna mi cerebro reacciona rápido en estos casos:
-No me digas ahora que eres vergonzoso,- dije burlándome en broma- ¡pero si la tienes más magreada que un pasamanos!
-Ya, pero que me la toque un tío…
-Bua! ¿Qué?- le interrumpí- anda que no nos tenemos hecho pajas los colegas cuando éramos chavalitos- dije todo lo alegre que podía- de aquella no olíamos un coño ni de lejos, je,je,je.
- Pues yo no,-dijo, con cierto tono de timidez, afortunadamente ya no había rastro alguno de incomodidad en su voz.
En este punto, debo aclarar que Dani era un chaval tremendamente ingenuo en lo que a materia sexual se refiere. A pesar de sus proezas sexuales, era bastante tradicional en la cama. La familia de Dani debía ser bastante conservadora en lo tocante al sexo, y era evidente que, al independizarse, el chaval estaba empezando a descubrir el mundo. Muchas veces me contaba detalles de sus escarceos, no tanto para presumir, sino más bien con cierta sorpresa, como consultándome si algunas de las cosas que hacía (o más bien le hacían) eran lo normal. Para Dani todas las mujeres eran Damas, y había que tratarlas como tal, incluida la cama. Traducido, el chaval era un peluche en la cama, muchos mimos y poca caña.
-Eso es normal, hombre. Tan natural como rascarse los huevos- me esforzaba en decirlo como si fuese una obviedad, como si el raro fuera él por no haberle tocado la polla a otro tío nunca.
(Espero que después de esto no se le ocurriese ir tocándoles la polla a sus compañeros de vestuario, porque la ensalada hostias empezaría antes de subir al Ring.)
Dani se quedó asombrado:
-¿Se la has meneado a otro tío?- dijo, totalmente alucinado-
-Sí, cuando era chavalito- Esta vez no tuve que mentir, ya me entendéis-
-Joder- el pobre seguía flipando. Por fortuna mi heterosexualidad permanecía afianzada, así que Dani debía pensar que yo era un tío de mente abierta, o algo así- Pero, ¿solo menearla o..
Dejó la pregunta en el aire, incapaz de decir “chuparla” en voz alta.
-Sí, hombre, ¡a ti te lo voy a contar!- dije, medio en broma- entonces ¿Qué?, ¿nos la follamos?
Dudó durante unos segundos, la risa de antes desapareció por completo y era evidente que estaba sopesando todas las implicaciones que esto tenía.
-¿A ti no te importa?- Me dijo.
-No, - dije yo.- puede tener su morbo. No es mi novia, ni nada por el estilo. Aquí no hay celos.
-En eso tienes razón- admitió.
Y tras unos instantes más de duda, aceptó.
-Bueno,-dije yo- pues esta noche cenamos en casa.
Y me fui a mi habitación antes de que pudiera echarse atrás. El plan empezaba bien. La primera parte al menos estaba hecha. El siguiente paso lo tenía que dar con Dominique. El día anterior le había propuesto a Dominique que nos quedásemos la tarde del sábado en casa, viendo alguna peli, argumentando que habíamos pasado una semana entera pateándonos la ciudad. El mensaje subliminal era evidente: “Mañana pasamos la tarde follando”. Y Dominique, que no era tonta, lo pilló al vuelo. Y aceptó. El plan era genial en su sencillez. Con Dani puesto sobre aviso, lo único que yo tenía que hacer era pasarme la tarde follándome a Dominique tranquilamente hasta que Dani volviera del gimnasio. Al creerse invitado a la fiesta, sería Dani el que daría el paso, y a esa hora, yo tenía que tener a Dominique en el punto más álgido de su excitación sexual. Si Dani se auto invitaba cuando Dominique estuviera cachonda perdida, a la chavala le iba a importar todo una mierda.
Lo malo de trazar planes para manipular a las personas es que el libre albedrío es un factor demasiado complejo para meter en la ecuación. Me dirigí al baño para darme una ducha, mientras repasaba todo mi plan una y otra vez. ¿Debería pajearme ahora? “Así tendré más aguante por la tarde” “Hasta podría convencer a Dani de hacernos una paja juntos para estar en forma”. Me estaba poniendo cachondo yo solo en la ducha cuando caí en la cuenta de un “pequeño detalle”: Dominique está a punto de levantarse, ¿y si coinciden solos en la cocina y Dani le dice algo?
Como el que cae en la cuenta de que se dejó la sartén al fuego, salí de la ducha a todo correr, casi sin secarme, y salí del baño. La puerta de Dominique estaba abierta. “¡Mierda!, ¡Mierda!, ¡Mierda! ¿Cómo puedes ser tan idiota?” Me repetía mentalmente mientras avanzaba por el pasillo.
Cuando me asomé a la puerta de la cocina me quedé de piedra. El shock que me produjo la escena fue tan fuerte que tardé unos segundos en que mi cerebro asimilara lo que estaba pasando: allí estaban los dos. Dominique sentada sobre la mesa, con su camiseta raída XL cayéndole sobre el lado izquierdo, dejando su hombro al aire. Con las piernas abiertas apoyadas en los costados de Dani. Él, inclinado sobre ella. Sus bocas estaban fundidas en un beso profundo y lascivo. Los gruesos labios de Dani parecían devorar por completo la delicada boca de Dominique. A cada poco, sus labios se separaban levemente para acomodar sus lenguas, que jugaban una sobre la otra, unidas por un minúsculo hilo de saliva que pendía entre ellas, para luego volverse a unir.
Me quedé atónito mirando la escena, y poco a poco empecé a ver los detalles que en un principio se me escaparon. Desde mi posición, ambos estaban de perfil, Dominique me mostraba su perfil izquierdo, sentada en la mesa y ligeramente inclinada hacia atrás, con las palmas de sus manos apoyadas sobre la superficie. Dani estaba de pie, frente a ella con su enorme cuerpo inclinado hacia delante. Viéndolos pegados el uno al otro, la diferencia de tamaño entre sus cuerpos era abismal. Dani besaba a Dominique, que tenía su cabeza totalmente hacia atrás, para recibir la boca del chaval. Dani tenía su mano izquierda en la nuca de Dominique, atrayéndola hacia él. Su mano derecha se perdía bajo la camiseta de la chica, hacia su entrepierna. El brazo de Dani se movía en un ritmo cadencioso hacia delante y atrás, lento, con calma. No me hacía falta ver su mano para saber que al menos uno de los dedos de Dani estaba perforando el coñito de Dominique. ¡Ay que joderse!, ¡yo rompiéndome los huevos y estos dos empiezan sin mí!