Tres noches de descubrimientos (1)

Fue en un viaje con la coral escolar. No era la primera vez que practicaba sexo, pero sí la primera con otra chica, y la primera con aquel nivel de ternura, la primera con emociones tan fuertes como el placer físico. Sabía que no nos volveríamos a ver, y supongo que aquello eliminó barreras culturales y tabús educativos. Espero que le entregara a Duci lo mismo que ella me entregó a mí.

No era la primera vez que practicaba sexo, pero sí la primera con otra chica, y la primera con aquel nivel de ternura, la primera con emociones tan fuertes como el placer físico. Sabía que no nos volveríamos a ver, y supongo que aquello eliminó barreras culturales y tabús educativos. Espero que le entregara a Duci lo mismo que ella me entregó a mí.

Había sido la última en incorporarme al coro juvenil, y todavía no había tenido muchas oportunidades de integrarme socialmente en el grupo. O sea que la directora, por la tarde del primer día del encuentro internaciunal de corales escolares, me lo pidió:

—Tenemos un pequeño problema, somos un número impar, y las habitaciones son de dos. Resulta que a la coral de las húngaras les pasa lo mismo, y como que he visto que en inglés nos cuesta a todas bastante entendernos con ella, y tu y una de las chicas del otro grupo habláis alemán fluido, hemos pensado que podrías compartir habitación, si no te importa.

Efectivamente, ya la conocía. Me había fijado en ella cuando entre los dos grupos que compartíamos hotel intentábamos hablarnos en inglés escolar con resultados mediocres; a la chica se le escapó una expresión alemana, le continué en esta lengua y hablamos un poco. Me había contado, por ejemplo, que se llamaba Duci, que su nombre era una forma familiar húngara de Magdalena y que su madre era austríaca, de aquí que dominara el alemán.

Naturalmente, por la cuestión de la lengua, era la que más había llamado la atención, cantaba de soprano, como yo, y parecía de aquellas que disfrutan al máximo al hacerlo. Pero alguna cosa había con ella en su grupo, no se la veía integrada, aunque pensé que podría ser precisamente una cuestión de idioma.

El primer día del encuentro lo habíamos dedicado al ensayo con la otra coral, no fue hasta justo después de cenar, cuando en el hotel nos repartieron las habitaciones, al parecer había habido un error en las reservas y tuvieron que habilitar algunas plazas de más sobre las que habían previsto. La directora de la otra coral, en un inglés casi incomprensible, me presentó formalmente a Duci y nos condujo a la puerta de la habitación.

El hotel era antiguo, la habitación estaba helada —seguramente alguien había dejado la ventana abierta porqué la calefacción estaba a tope—, y la cama era... de matrimonio.

Miré a Duci, ella me miró a mi, miró la cama, diría que se puso algo roja y me dijo:

—¿No te importa, verdad?

—En absoluto, con la temperatura que hace, seguro que es mejor.

En cinco minutos ya estábamos en la cama debajo de las mantas, temblando de frío.

—A ver si esto se calienta, que estoy como un témpano —le dije.

—Para ti, debe ser peor ¿verdad que en vuestro país no hace mucho frío nunca?

—No, sólo recuerdo haber visto nevar un par de veces en mi ciudad, realmente no estoy acostumbrada a las bajas temperaturas. Ven, acércate y nos calentamos la una a la otra.

De momento, Duci no se movió. Fui yo quien la agarré por un hombro y la hice girar hacia mi. La abracé, y al cabo de unos segundos ella también a mi.

Hasta aquel instante no había pensado en absoluto en las implicaciones de este acto, sencillamente había obrado como tantas otras veces que yendo de excursión a la montaña, en una tienda de campaña, me había acurrucado contra compañeros y compañeras, claro que cada uno dentro de su saco de dormir, y aquí, solo los pijamas separaban nuestros cuerpos.

Temblaba todavía un poco y me movía para entrar en calor, con las manos frotaba la espalda de Duci, que al poco me imitó. La tenía allá mismo, pegadísima, y era imposible no notarlo. Notaba sus pechos contra los míos, notaba sus muslos y todavía más cuando entrelazamos las piernas, tenía su cara a centímetros de la mía y notaba su aliento, el olor de su cabello.

Indudablemente, me gustaba. Y había un componente sexual en ello.

Soy precoz, por aquellos tiempos practicaba asiduamente el autoerotismo, también ya había estado alguna vez con chicos: caricias y tocamientos, besos más bien torpes, intentos de sexo oral y unas cuantas penetraciones rápidas; ningún novio, supongo que mis encuentros habían sido más por ganas de probar, por afirmación personal o puramente por placer físico que por una cuestión de sentimientos. Respecto a las chicas, sí, realmente me la había planteado y llegado a la conclusión de que podría ser interesante o divertido, pero no de manera inmediata.

Mientras estaba allí pegada a Duci como una lapa, no pensaba en todo esto, sencillamente me gustaba, y estaba allí haciéndolo.

Lentamente íbamos entrando en calor, y no sólo en el sentido de la temperatura que miden los termómetros. Noté que tenía los pezones duros y que los de ella probablemente también lo estaban. Mi muslo penetro entre los suyos y fue a impactar a su entrepierna. No hubo reacción inmediata per luego , su rodilla también avanzó entre mis piernas y empecé a notar el la pierna que le tenia clavada unos movimientos rítmicos muy suaves de roce. La imité, mi pubis empezó a frotar contra su pierna, aumentando rápidamente mi temperatura interna.

Pero aquella noche, la cosa no pasó de aquí, fue ella la primera que se relajó, aflojando el abrazo y finalmente quedando tendida boca arriba. La solté, y al cabo de poco me pareció que dormía. Me giré de espaldas a ella para dormirme en la cama que ya estaba relativamente caliente, pero no podía. Necesitaba más contacto. Tenía ganas de tocarla pero no quería despertarla. Al final mi mano, se metió dentro de mi pijama y fue a mi misma a quien tocó. Con suavidad, despacito como a mi me gusta, me relajé al máximo para alargar el momento del orgasmo y conseguir que las convulsiones no la despertaran.

Duci me despertó sacudiéndome un hombro:

—Ya es la hora, tienes que despertarte, yo casi estoy  ya me he duchado. Venga, rápido que harás tarde.

La habitación estaba caliente de toda a noche con la calefacción a tope. Duci, de pié, envuelta en una toalla. Me fui levantando, preparé las cosas, pero no entré en el baño hasta que ella se quitó la toalla. Por la noche no me había fijado cuando de desnudaba a mi espalda en el otro lado de la cama. Era algo más delgada de lo que me había parecido hasta entonces. Los pechos algo más pequeños que los míos, que no llegan a medianos, pero más ancha de caderas, el pubis con un manojo de pelo muy negro y rizado en el monte de venus que contrastaba con la piel blanca y sin marcas de sol del bañador.

Era evidente que se daba cuenta de que la estaba mirando y que se dio una vuelta para que la viera por todas partes. Me iba a meter en el baño, pero lo pensé mejor, me puse en pie y me desnudé del todo en la habitación mientras ella se ponía las braguitas y los sostenes. También me miraba. Entré en la ducha.

Cuando salí, ella ya se había ido a desayunar, estaba con sus compatriotas y durante todo el día: dos conciertos y una corta visita turística por grupos, sólo la vi de lejos aunque no pude dejar de pensar en ella: dos noches más dormiríamos juntas antes de separarnos e ir a vivir a miles de quilómetros de distancia.