Tres lágrimas
Cuando el dolor es la suma de todas las lágrimas.
Es absurdo no tenerte. El sofá aún se ondula con la forma de tus muslos y la televisión irrumpe la oscuridad de la sala con tu canal preferido de comedias románticas. La escena taladra mi pecho. Una chica de unos veinte años abraza a un hombre de la misma edad y susurra en su oído “La eternidad no se aplica en el amor como en el cielo” y se besan. Es injusta tu ausencia, tanto como tus pantuflas asomándose bajo la silla en tu puesto de la mesa o el vaso de jugo medio lleno, medio vacío, con la marca de tus labios en el borde. La noche es cruel cuando los adioses nos dan la bienvenida, cuando la vida que saltaba de alegría se arrastra en el bajo fondo de la tristeza, cuando todo se termina.
Es ilógico visualizarte solo en las tierras del recuerdo al cerrar los ojos, al abrir la herida. Es ilógico si poseo bajo la cama de mis ganas un baúl repleto de besos húmedos sobre la barbilla, de caricias bajo la cintura y orgasmos amalgamados a un amor que era mutuo y era grande y era nuestro, un sinfín de fantasías, trescientas tres poses y un te amo. Y es una mierda que esto suene a poesía pero qué hago si la realidad no hace más que golpearme hasta dejarme inconsciente, qué hago si lo único que aplaca a esta muerte es ese verso de dulce amargura.
Qué despropósito tan humillante quedarme con tantas cosas y no tener nada, cerrar los ojos y verme feliz como nunca, abrazar el vacío entre mis brazos y sentir tu aroma, recostarme en la cama y rememorar la anatomía de nuestros fuegos, revolcarme en este fango de remembranzas, maldito cementerio del deseo.
Encendí el automóvil. Subiste. Subí. Arrancamos.
- Acelera por favor. No soporto más.
Y acelero.
Quema la nostalgia como puede quemar el hierro derritiéndose en la carne cuando el amor sobrevive en un pecho y hace nido en los despojos del después. Quema como debe quemar el maldito infierno si es que existe. La estufa continúa encendida en el número tres de tres. Jamás te gustó el invierno; las medias rojas de lana colgando en la cabecera de la silla justo al lado de la bufanda lo delatan. No te gustaba. Es inútil emplear entre tus cosas el verbo “extrañar” acompañado de un “con locura” como si me escucharas, como si me sintieras, como si eso a estas alturas siquiera importara.
Tu cepillo de dientes se arrima a mi pasta dentífrica mientras tu braguita favorita se entrelaza enamorada a mis calcetines indecorosos por agujereados. El libro que estabas leyendo sobre el libro que nunca leeré, ambos observados por una botella de champagne que permanecerá sin destapar por los siglos de los siglos. Todo lo nuestro se entrevera y muestra los dientes de esta puta agonía de no tenerte, de este absurdo absoluto y demoledor. El tequila golpea el fondo de mi vaso. El líquido se abre como una mano líquida en el primer contacto con el fondo para luego cerrarse en un puño de quietud y calma. Índice y pulgar, elipse veloz hacia mis labios y el tequila acariciando con su fuego a mi garganta sin palabras. La noche entierra a su luna en mi memoria y tres lágrimas le dan vida a un río descendiendo a través de mis pómulos con destino a ser el nuevo océano de mis días.
Estacionamos. Abro mi puerta, luego la tuya. Corremos. Llegamos.
Todo estará bien.
Lo sé, te amo, nunca lo olvides.
Nada de eso, no nos estamos despidiendo.
Asomarse a ese cuarto color rosa donde unos ángeles penden de unos hilos, donde un oso blanco tiene bordado en el pecho un corazón rojo intenso, donde todo es luminoso gracias a las esperanzas y los sueños con que lo cargamos, asomarse allí es morir de a sorbos, es comprimirme hasta la mínima expresión.
Es absurdo no tenerte si hace unas horas el primer llanto de nuestro gran sueño estalló entre tus piernas con la furia de la vida. Es absurdo que el destino nos haya traído hasta aquí solo para dormirte para siempre, con los pechos hinchados y tres lágrimas atrapadas en el sudor de tu rostro. Es absurdo y es cruel y es injusto y es insoportable verme reflejado en los ojos luminosos de nuestra hija y no verte a ti.