Tres heteros, 10 noches... (Día 3)
Mi hermano Lucas me invita a pasar dos semanas en su nuevo piso que comparte con Alex y Miguel. ¿Podré dar rienda suelta a mis fantasías a espaldas de mi hermano?
Abrí los ojos, por 3ª vez empujado por la luz que atravesaba el ventanal del salón (mi cuarto) y me incorporé entre bostezos. Al girar la cabeza pude ver a mi hermano Lucas en boxers (como ya era costumbre) preparándose el desayuno. Me acerqué hacia él:
-Buenos días.
-Lucas: Veo que aún estas dormido. Lávate la cara, o prefieres una colleja para despertarte…- Dijo en tono burlón.
Yo esbocé una leve sonrisa y opté por lavarme la cara en el baño. Algo mas consciente volví a la cocina a coger cereales con leche o algo para saciar mi hambre.
-Lucas: ¿Qué tal si vamos al parque de atracciones hoy? No tenemos ningún plan…
- Vale. -Asentí con desgana. Los parques de atracciones (en especial las “atracciones fuertes”) me generaban cierto respeto. Respeto que aumentaba con el paso de los años, aunque tampoco me iba a quedar solo en el piso.
-Lucas: ¡Genial! Ahora se lo decimos a los otros cuando se levanten.
Al cabo de 40 minutos aproximadamente, me encontraba espachurrado en el sofá viendo la caja tonta sin prestar mucha atención a lo que ponían. Sobretodo cuando Alex y Miguel entraron en gayumbos uno detrás del otro para mi deleite.
Parecía que Alex se había levantado como el día anterior y un rabo morcillón se ceñia a sus calzoncillos de lado, apuntándome, a punto de explotar.
-Buenas. -Soltaron ambos a la vez. Cogieron sus respectivos tazones y se sentaron en la mesa de la cocina mientras Lucas les explicaba el plan del día, que les entusiasmó como a mi hermano.
Cuando Alex acabó de desayunar dejó su tazón en el fregadero y se dirigió hacía mi dejándose caer en el sofá, a mi lado. El corazón me latía cada vez más y más de prisa; no podía evitar repasar de reojo su paquete y sus fornidos abdominales. Aquello me podía.
-Lucas: ¡Vamos! Vestíos, que si llegamos tarde nos comeremos toda la cola… -Interrumpió mi hermano. Ante tal metáfora mi mente adolescente no pudo evitar malpensar e imaginarme otra vez tragándome el pollón de Alex.
A media mañana ya estábamos entrando en el parque y… ¿cómo no? Me arrastraron directamente a la montaña rusa más bestia del parque que, afortunadamente, tenía dos horas de cola.
Durante esas dos horas hablamos y nos reímos de las pintas de algunos para pasar el rato, una parte de mi prefería quedarse en esa cola eternamente.
Cuando llegó nuestro turno, yo intentaba disimular lo mejor posible mi nerviosismo. MANDA COJONES pensé, me había tocado en primera fila. Aunque, para mi consuelo, tenía a Alex a mi lado con una camiseta de tirantes que me dejaba entrever uno de sus perfectos pezones. Cuando la montaña llegó a su momento cúspide empecé a disfrutar realmente, chorreaba adrenalina.
La adrenalina sería mi gran aliada para aguantar todas las atracciones de la mañana hasta que hicimos un parón a las 3 para comer. El calor era insoportable y Alex se había quitado la camiseta provocando el deseo de todas las mujeres del parque que lo veían y obviamente el mío. Paseamos un rato en busca de un buen sitio para comer y pasamos por delante de unos baños.
-Alex: Chicos, ahora vuelvo, que me estoy meando. -Dijo apoyando una mano en mi hombro. Entendí eso como una señal.
-Yo también, tío. -Entré a los servicios seguido por él.
Se desabrochó los pantalones y se saco el pene, debía medir unos 16 cm (que no esta nada mal en estado de reposo). Yo me puse a su lado y le imité mientras miraba fijamente su polla. Entonces, empezó a masturbarse lentamente esbozando una leve sonrisa mientras me miraba de reojo. No pude luchar contra mi naturaleza y cada vez mi pene se agrandaba entre mis manos, incontrolablemente.
-Alex: ¿Tienes ganas de más, eh? -Dijo casi susurrándolo.
Antes de poder yo asentir se la volvió a guardar en el pantalón (con cierta dificultad) y se metió en uno de los retretes individuales, para mi sorpresa, dejando la puerta entreabierta. Yo no dudé en entrar, haciendo a un lado la puerta para poder ver su rabo ahora sí en su máximo esplendor, esperando mi visita. Rápidamente, cerré la puerta y me arrodillé ante él, dejándome su herramienta al nivel de mi boca que no dudó en saborear cada centímetro de su pene. Empecé con un movimiento circular de mi lengua en su glande combinado con largas incursiones en mi garganta que le hacían estremecerse.
Al poco rato practicándole la mejor mamada que podía me detuvo con su mano y me hizo a un lado.
Se sentó en la taza cerrada del váter y se bajó los pantalones al nivel de los tobillos a la vez que yo lo hacía habiendo entendido el mensaje. Con sus dos manos agarró mi cintura y me estrelló contra sí sentándome sobre su polla tiesa que se restregaba entre mis nalgas vírgenes. De repente, me bajó el torso con fuerza dejando mi culo frente a su cara.
-¡OH DIOS! -Pensé. Su lengua se restregaba con fuerza en mi ano, lamiéndome frenéticamente, haciéndome ver las estrellas.
Sin previo aviso apretó con su dedo índice abriéndose paso en mi culo con facilidad. Yo simplemente me dejaba hacer aunque sabía que iba a doler, pero no sabía cuanto.
Después de un forcejeo con mi ano consiguió meter dos dedos y el siguiente paso era meter su tranca. De otro empujón me puso contra su espada, de cuclillas, completamente vulnerable. Pude sentir el rocé placentero de su glande contra mi ano, antes de ser ensartado con poca delicadeza provocando un grito ahogado en mi interior. Solo la mitad estaba dentro y el dolor que sentía era insoportable. Ese dolor contrastaba con los gemidos de placer que Alex lanzaba contra mi oreja.
Después de medio minuto de suplicio, el dolor se convirtió gradualmente en placer, embestida tras embestida… Su gran polla me atravesaba incesablemente, despertando un placer en mi antes desconocido. En cuestión de segundos su respiración empezó a acelerar a la vez que sus gemidos, me cogió fuerte de la espalda y empezó a embestirme con más y mas fuerza, haciéndome sentir como nunca antes había sentido. En un último y profundo suspiro descargó en mis entrañas un mar de leche calentita, a la vez que me apartaba exhausto.
Nos volvimos a poner visibles tan rápido como pudimos y antes de salir me dijo:
-Ni una puta palabra de esto, ¿te enteras? Ahora les diremos que el desayuno te ha sentado mal y has tenido un apretón, por eso hemos tardado tanto. -Yo asentí con la cabeza, intimidado.
Salimos y la escusa pareció colar. El resto de la tarde Alex se mantuvo lo más alejado que pudo de mi, haciéndome sentir mal. Volvimos a casa y no volví a saber de Alex en todo el día, hasta la mañana siguiente...