Tres Hermanos
Un mundo olvidado, apenas entrevisto en nuestros sueños. En el que la magia lo inunda todo y una serie de personajes se entrecruzan en un épico relato tejido con esmero por Albany, TP Manchego y Xapelio, al que han decidido llamar Fábulas Entrelazadas.
Erase una vez tres hermanos llegados desde el cercano reino de Vesteren, que arribaron hace ya un tiempo en la concurrida y siempre bulliciosa aldea de Baton Dur.
Hablaron con los lugareños, bebieron, rieron y hasta “alternaron” con ellos, indicándole a todo el que les preguntara sobre su procedencia, que venían del vecino reino con la intención de contraer matrimonio y sentar por fin la cabeza pero casi nadie les creyó.
El hermano mayor, Cristian, un hombre apuesto de treinta y cinco años, larga melena morena, ojos verdes y sonrisa de un blanco perfecto, era un bardo que se pasaba todo el día cantando sonetos de amor a las lugareñas, ganándose de paso las malas caras de los padres, hermanos y maridos de estas.
El mediano, Eugene, era un hombre atractivo de cabello rizado y labios carnosos que se dedicaba a las labores manuales. Por su gran habilidad en el trabajo de la madera y pericia a la hora de esculpir la piedra , había gozado de algunos encargos para la gente más rica de la aldea, logrando amasar una rápida fortuna.
Eugene no tardó demasiado en poderse mudar a una cabaña de madera en las proximidades del molino de Tama, cerca de un arroyo de aguas cristalinas.
El más joven de los tres, Marcus, era un apuesto mozo de veinticinco años de pelo corto, casi rapado, y cuerpo bastante desarrollado por el arduo trabajo físico. Ayudaba a todos los lugareños en lo que hiciera falta, con lo que pocos meses después, y a pesar de que esas gentes no solían tener consideración alguna hacía los extranjeros, le permitieron que se alojara en la cabaña del anterior regidor.
El actual alcalde era un hombre rico, que consideraba esa vivienda como algo no adecuado a su situación social, por lo que Shulz, que así era su nombre, no vio problema alguno en que el joven Marcus la habitara a cambio de una nimia renta anual.
Marcus quiso rechazarla, pero los vecinos del pueblo le insistieron con tanto ahínco que no pudo decirles que no.
★★★
El tiempo pasó, haciendo que poco a poco los tres hermanos se fueran olvidando del verdadero motivo que los había traído hasta ese lugar. Y no fué por tanto extraño ver como sus respectivas tareas y obligaciones fueron creando un distanciamiento entre ellos.
Hasta que una noche…
Alguien comenzó a aporrear la puerta de Marcus. Sonaba urgente, como si la persona que estaba fuera tuviera prisa.
El joven Marcus estaba profundamente dormido. Por lo que los golpes se repitieron, presurosos, haciendo que el chico se despertara de su letargo. Se levantó, algo molesto por las horas. Cogió un candil de aceite de al lado de su cama. Sacó un fósforo de la caja, pero este no prendió. Los golpes cada vez eran más rápidos. Al final encendió el candil y fue a la entrada. Abrió finalmente la puerta, con los ojos entreabiertos, legañosos y el gesto fruncido.
Al otro lado estaba Cristian, con los ojos rojos de llorar y un pequeño hilillo de sangre que brotaba de su frente. En la distancia se escuchaban los ladridos de unos perros, cada vez más cerca. Marcus no dudó, agarró a su hermano del brazo y tiró de este para meterlo en la casa. Mientras cerraba la puerta este le dijo, entre jadeos.
-¡Cometí un error! ¡Y ahora me persiguen por ello!
-¿A qué mujer de la aldea has dejado preñada esta vez?- Supongo que hablando con el cornudo del marido y dándole una pequeña cantidad de dinero que cubra la manutención del crío todo podrá resolverse. ¿No lo has resuelto así otras veces?
Le reprochó su hermano pequeño.
-No, este hombre no quiere dinero… tiene tanto que no lo necesita… ¡quiere matarme porque vi de él algo que nunca debí haber visto!
Cristian miraba con miedo por la ventana, viendo como las luces oscilantes de las antorchas se aproximaban y oyendo el ladrido de los perros cada vez fuerte.
La jauría de perros llegó hasta su puerta. Cuando los animales comenzaron a arañar la madera con sus patas escuchó una voz grave decir.
-¡¡Chuchos de mierda, parad!!...¡Marcus se que estas ahí! Solo queremos que nos entregues a tu hermano, déjalo salir y tu podrás seguir durmiendo o lo que sea que estuvieras haciendo a estas horas de la noche con la luz de tu cabaña aun encendida.
Las carcajadas del resto de la gente acallaron por unos segundos el molesto ladrido de los perros, pero al ver como Marcus no abría la puerta todos empezaron a impacientarse.
La multitud rodeaba la casa, haciendo que las luces de las antorchas iluminaran sus paredes de forma fantasmagorica. De pronto alguien gritó.
-¡¡Si no abre es porque lo tiene dentro!!
Empezaron a arrojar piedras. Una ventana fue reventada por una roca de tamaño considerable. Marcus pudo darse cuenta de que en esos momentos no solo corría peligro la vida de su estúpido hermano, Cristian. Corría peligro la suya propia y la de su hermano Eugene, que que en esos momentos dormía en el sótano de la casa.
Rápidamente se acercó hasta la mesa y moviéndola hacia un lado apartó la alfombra, levantó una trampilla, antes oculta, y le dijo a su hermano, entre susurros.
-Baja y no hagas ni un ruido.
Alzándose de pronto una voz sobre todas las demás se pudo escuchar claramente una voz familiar, algo ronca, varonil y que hizo acallar a todos. Era la de Roberto, el rudo leñador.
-¡¡¿Pero qué cojones hacéis?!!
Marcus, tras colocar la alfombra en su sitio, abrió la puerta, aterrado por lo que pudiera haber allí fuera con la intención de lincharlos, pero se encontró con las anchas espaldas de Roberto, que tenía una botella en la mano. Había un trapo dentro de un cubo de agua cercano, del que salían algunos hilos de humo negro. A su lado un hombre temblaba, Roberto le acaba de arrancar ese artefacto en llamas justo unos segundos antes de que lo lanzara sobre la casa
Roberto se giró, mirando a los ojos de Marcus. Sus ojos marrones parecían preguntar qué había pasado. Marcus estaba al borde de las lágrimas, a lo que Roberto, con sus dos metros de altura y su cuerpo robusto y musculoso, se volvió, nuevamente a la turba enfurecida.
-¡¡¿Se puede saber por qué coño estáis atacando a mi amigo?!!
Un hombre menudo y con la cara llena de granos habló.
-El señor Alcalde dice que su hermano…
No le dejó terminar la frase-¡¿Él es su hermano?!
-No, señor, pero…
-Bueno… tú, por hablar y… tú también … acercaros
El leñador señaló a una mujer del grupo, la cual dió un par de pasos al frente, mientras que al tipo bajo y menudo le costó más arrancar.
-Vosotros dos vendréis conmigo al interior para ver si mi amigo está solo. Cuando lo comprobéis os largais de aquí por donde habéis venido, no sin antes disculparos ante este joven, al que por poco le quemais la casa.
Tras un buen rato revisando la casa, aunque no demasiado minuciosamente, los dos aldeanos salieron para convencer a los demás de que su presa se había escapado mientras ellos atacaban injustificadamente la casa de un buen ciudadano.
Nada más salir, y tras cerrar la puerta, Marcus abrazó a Roberto, hundiendo su cara en el peludo pecho aprovechándose de que Roberto llevaba su camisa entreabierta por el intenso calor que empezaba a hacer en aquella época del año. Rompió a llorar, desconsolado, pues no sabía porque aquellas personas perseguían a su hermano para matarlo y de no haber sido por Roberto hasta el mismo podría haber muerto en manos de esos salvajes
-Todo irá bien, mi ratoncito. Todo irá bien.
Le susurró Roberto, besándole en la cabeza, para ir bajando hasta su boca. Al sentir el tacto de esa densa y poblada barba, junto con los cálidos besos que le daba el leñador , Marcus comenzó a calmarse y dejó de temblar.
-Mi mujer se despertó al oír el alboroto de esa gente mientras se reunían en la plaza para linchar a tu hermano, y me dijo que viniera para asegurarme de que tu estabas bien.
-Ha sido toda una suerte, ... de no ser por ella, … ¡quien sabe como estaríamos los dos ahora!
Los dos hombres se miraron a la cara. Roberto sonrió, con cariño, y le besó con gran ternura en los labios.
-Caroline dice que si no quieres pasar esta noche solo que te vengas a nuestra casa, hay espacio de sobra en nuestra cama para tres.
-No… no quiero molestar.-Le contestó Marcus. Respondió, aun en shock. Roberto se separó un momento de su amado amigo, dió una última vuelta a la casa, como comprobando que todo en ella estuviera en orden, no quería reconocerlo pero no tenía ganas de largarse de allí.
No sin antes, ...
Desde una ventana observó a la turba alejándose. Cerró las contraventanas de madera en aquellas en las que había cristales rotos, asegurándose de que quedaran bien encajadas. Barrió los cristales, con una escoba que encontró en la cocina, y, al ver un barril de cerveza y algunos picheles vacíos, empezó a servir un par.
Le tendió uno a Marcus, y el otro lo apuró de un solo trago. Tras beber ambos hombres sus cervezas el rudo leñador soltó un tremendo eructo. Su joven amigo esbozó una sonrisa. Le arrebató el pichel vacío, y lo dejó junto al suyo en una mesa cercana después lo agarró en brazos.
-No creo que tu mujer se enfade si te quedas conmigo a pasar la noche. Porque no me agarras con tus potentes brazos y me llevas hasta la cama. Como si fuéramos recién casados en la noche de bodas.
-Caroline quiere que juguemos los tres, pero ya le he dicho yo muchas veces que a ti solo te gustan las gruesas salchichas. Le contestó Roberto mientras lo alzaba y lo llevaba en volandas hasta lanzarlo sobre el humilde camastro
-En ese caso la tuya…Le contestó Marcus mientras se incorporaba un poco para bajar el pantalón del leñador.
Roberto dejó hacer a Marcus viendo como sus pantalones caían a toda velocidad y se agarraba a su erecto falo con ambas manos. La apetitosa boca del joven se abrió para engullirse medio rabo de golpe.
Las miradas de los dos amantes se cruzaron durante unos segundos antes de que el leñador le respondiera.
-¡Por eso la mía te encanta!
★★★
Un poco antes de que se sucediera este inesperado final entre Roberto y Marcus, Cristian había entrado al sótano secreto de la casa, mientras escuchaba como los cristales reventaban en pedazos.
Igualmente, desde las empinadas escaleras, que conducían hasta una pequeña habitación en la que los hermanos guardaban el vino y el licor que traían de contrabando hasta la posada de la Luna llena, pudo oír la voz de Roberto, el rudo y gentil leñador que tanta ayuda le había brindado en ocasiones pasadas, cuando era descubierto en la alcoba de alguna mujer por el marido de estas.
Estaba decidido a esconderse porque sabía que con la ayuda de Roberto, Marcus también podría salir airoso de esa delicada situación en la que él mismo lo había metido. Desde el mismo momento en que había visto al alcalde frente a ese extraño totem que escondía en su casa, supo que esa visión terminaría dándole problemas.
Al escuchar a su hermano romper a llorar justo encima suya quiso volver a subir, pero unos brazos fuertes y robustos lo abrazaron por la espalda, haciendo que Cristian palideciera. Intentó gritar pero una mano le tapó la boca. Al calmarse quien fuera que lo hubiera retenido lo liberó. Se giró y se encontró cara a cara con su otro hermano, Eugene. Se abrazaron efusivamente, no pudiendo reprimir un beso en los labios. Nada sexual, simplemente el roce de ambas bocas.
-Podemos hablar, hace un rato que arriba solo quedan Roberto y nuestro chiquitín.
Le contestó su hermano al ver cómo Cristian estaba sumido en un mar de preguntas y no sabía por cuál debía comenzar.
Cristian abrazó a Eugene y rompió a llorar, desconsolado. Su hermano, sin soltar el abrazo, fue llevándolo hasta un camastro cercano. Se tumbó en este. Cristian encima, sin cesar en su mar de lágrimas. Se fijó en la sangre que brotaba de la cabeza de su hermano mayor, así que se levantó, cogió una palangana con agua limpia que tenía cerca del camastro, un paño que encontró en la mesa en la que comía ocultándose del mundo, y mientras le limpiaba, no sin antes comprobar que apenas tenía una herida superficial, le preguntó.
-¿Que ha pasado? Creo que ya te has follado a todas las mujeres florecidas de esta aldea y nunca antes trataron de lincharte.
-He visto algo que no entiendo.
Cristian agachó la cabeza, avergonzado de no ser capaz de ni de curarse sus propias heridas
Eugene, dando por concluida la limpieza, dejó la palangana con el paño ensangrentado goteando a un lado. Se recostó en el camastro, y poniéndose un cojin tras la espalda, espero a que este le siguiera contando.
Cristian se recostó, con su cabeza apoyada sobre el pecho desnudo de su hermano. Acariciando con los dedos el medallón que portaba
-¿Estás cómodo así?
-Si, si…
-Bien, espero a que me lo cuentes todo.
Cristian se incorporó, mirando a Eugene a los ojos. Había algo perturbador en encontrarse con su hermano en estas circunstancias. Como si el golpe recibido en la cabeza realmente hubiera sido grave y se hallará en realidad moribundo y delirando.
-¡¿Qué haces tú aquí?! ¡¡Marcus me dijo que estabas de viaje en Shitaderu!!
-¿En Shitaderu? ¿Eso te dijo?
Eugene bajó la vista, como si algo de lo que le había pasado le avergonzara. Tratando de desviar el tema de conversación volvió a hablarle a su hermano.
-Ahora solo me importas tú. ¡¡Por bastantes cosas hemos pasado juntos como para no apoyarnos en los momentos difíciles!!
Marcus le había mentido. Ese pensamiento estaba enraizando en la mente de Cristian. Su hermano pequeño y Eugene le ocultaban algo. ¿Pero el qué?
Eugene acarició con ternura el pecho descubierto de su hermano, pasándole las yemas de los dedos con delicadeza por sus pezones. Estos no tardaron en ponerse rígidos. Su propio cuerpo se estaba excitando y su verga comenzó a llenarse de sangre, creciendo en tamaño y dureza. Cristian lo notó y miró con descaro hacia esa parte del cuerpo que su hermano cubría con un fino calzón de lino
Desde hacía años, en esa oscura noche en la que, huyendo de los hombres de un Gran Maestre de la secta Urgiana, y en la que llegaron a unos establos donde se escondieron para guarecerse de la tormenta, lo había deseado.
Aquella noche vio por primera vez el cuerpo desnudo de Eugene y pudo abrazarlo notando el intenso calor que emanaba. Sus ropas mojadas se secaban colgadas en unas tablas, mientras los dos hermanos se daban calor frotando sus cuerpos desnudos con fuerza. Cristian daba fuertes tiritones y Eugene lo abrazó para hacerlo entrar en calor. Con el contacto físico los penes de ambos se erizaron sin remedio pero ninguno de los dos pareció darse cuenta de ese detalle y siguieron abrazados durante un rato.
En aquella ocasión, notó como las manos de Eugene bajaban lentamente por su espalda hasta acariciar ligeramente el culo, Cristian, al sentir la presión sexual de Eugene, lo apartó de su lado, reprochado que aquello ni era correcto ni deseaba hacerlo.
Sin embargo, en esta noche de revuelo y medias verdades, Eugene llevó nuevamente sus labios a los de su hermano, adentrando su lengua en la boca de este. No solo obtuvo una respuesta de aceptación sino que fueron más allá.
Quizás no en la dirección que Eugene hubiera querido que adoptaran los acontecimientos, pero Cristian, furioso y herido a partes iguales, le arrancó el calzón de lino, dió la vuelta a ese cuerpo y apoyó el glande contra el culo velludo, esperando que un grito de dolor se escapara al enterrar toda su virilidad a la fuerza de un solo empujón.
No hubo tal grito. La polla de Cristian se hundió en un culo que se abrió, sumiso, a su paso. Y ambos gimieron como cerdos en celo mientras se ayudaban mutuamente a conservar el calor.
★★★
En la superficie Roberto sacaba su gruesa y larga verga del culo de Marcus, algo amorcillada y con un par de gotas de semen en la punta.
-Mi pequeño maricón, yo ayude a construir esta casa y sé que hay una cámara oculta en el sótano . Dile a tu hermano Cristian que ya puede salir. Aquí arriba nosotros ya hemos terminado.
Le dijo a un sorprendido Marcus mientras se recostaba a un lado en la cama
-No creo que sea el mejor momento. Dejémoslo dormir y ya mañana nos dará las explicaciones que ambos merecemos.
Respondió Marcus, sabiendo que allí abajo también se ocultaba también su otro hermano, Eugene y todo el contrabando de licor de ninfa del que solo ellos tres y Rossi, el posadero de la Luna Llena, tres sabían.
-En ese caso bajaré yo a buscarlo.
Roberto se levantó de la cama y caminó hacia la trampilla del sótano. No se molestó en cubrir su desnudez recubierta por una frondosa mata de pelos rubios, pues, aunque Marcus no lo supiera, el leñador ya había estado desnudo en compañía de su hermano Cristian, aunque en aquella anterior ocasión al leñador le hubiera gustado poder haber hecho algo con él, en vez de limitarse a ver como el bardo se follaba a su esposa mientras esta le comía la verga.
Por eso al bajar al sótano y verlos a ambos, Cristian encima y Eugene debajo, follando como almas condenadas, le pilló por sorpresa. Roberto se acercó a Eugene, polla en mano, y le metió el glande en la boca. Sobraban las presentaciones pues no era la primera vez que ese gordo y grueso rabo entraba en reposo dentro de la boca de Eugene
Disfrutó entonces sintiendo como su amante furtivo, le pasaba la lengua por la punta de su polla, que volvía lentamente a ponerse dura.
Marcus bajo también las escaleras un rato después y se sobresaltó ya que no esperaba ver una escena como esa en su propia casa, pero una cálida sensación le empujó a unirse.
Se trataba de un medallón que llevaba colgado al cuello. Un fragmento de un orgasmo de oro. Los otros dos fragmentos colgaban de los cuellos de sus otros dos hermanos, Cristian y Eugene.
Marcus, se aproximo hasta la orgía recordando los años en el orfanato en los que había presenciado y participado en más de una, separó con pericia las nalgas de su hermano Cristian, como hiciera años atrás con Eustance, su compañero de celda, y comenzó a lamerle el ano. A Cristian una descarga eléctrica le recorrió todo el cuerpo, sabedor de que estaban tocando un punto donde nadie antes se había atrevido a adentrarse.
El culo de Eugene apretaba más que cualquier chocho, y quería disfrutar de esa deliciosa presión a cualquier precio, incluso el de la pérdida de su propia hombría. Empujando y sacando cada vez con más fuerza, se desbordó dentro de su hermano, deseando que su caliente semilla pudiera florecer en ese campo estéril que era el intestino. Antes de llegar a sacarla por completo del culo de Eugene, sintió como Marcus abandonaba el placentero beso negro para apoyar la cabeza de su glande en su estrecha puerta trasera.
Marcus lo penetró, sin prisas, disfrutando del momento. Eugene se escurrió de debajo del sudoroso cuerpo de su hermano, con ayuda de las manos de Roberto, que tiraron con fuerza de él y ambos se fusionaron en un alocado beso. Marcus fue aumentando el ritmo de las embestidas, al tiempo que comenzó a dar azotes a su hermano con la palma bien abierta. Con cada azote el macho gemía de gozo.
-Sigue, por favor no pares de darme.
Le suplicaba Cristian mientras alzaba su culo para echarlo para atrás, notando como el duro rabo de su hermano pequeño se le clavaba hasta casi salirse por la boca
Roberto, con su gran cipote bien tieso, se tumbó sobre el camastro. Su mirada brillaba, perversa y viciosa, deseando con todas sus fuerzas romper finalmente el culo hasta ahora virgen del Bardo. Puso uno de sus enormes pies a la altura de la boca de Cristian y este no dudó un segundo en lamer la planta y mamar el pulgar.
Los ojos de Cristian lo miraban suplicante, que no quería que el placer cesara. Marcus se la sacó a su hermano del culo, después de vaciarse dentro, pero este parecía querer más. Se giró, buscando la boca de su hermano y sus lenguas pelearon en una batalla de saliva sin perdedores.
Eugene agarró de un brazo y una pierna a Cristian. Marcus lo enganchó del otro brazo y la otra pierna. Ambos lo levantaron en volandas, llevándolo encima del rudo leñador. La polla de este se encajó entre sus nalgas y comenzó a adentrarse en la cálida cueva durante tanto tiempo ansiada.
Cuando se acostumbró al tamaño Eugene se colocó entre las piernas de ambos machos, lamiendole las peludas pelotas a Roberto. Este bufaba como un toro mientras su hermano, el supuestamente heterosexual disfrutaba su segunda enculada.
Pero Eugene quería más que ver y lamer en primer plano. Agarró a Cristian por los hombros y presionó, haciendo que la polla de Roberto se le hundiera hasta los cojones. El hermano parecía disfrutar como nunca descansando sobre ese cómodo asiento. Roberto no parecía dispuesto a dejar que otro lo usara, así que Eugene apoyó su propia pinga contra el dilatado esfínter del hermano y la metió de una vez.
Cristian se puso a gritar, al notarse atravesado por dos pollas a la vez, pero no pudo hacerlo por mucho tiempo ya que Marcus quería también fusionarse con esa masa de carne bamboleante y subiéndose en la cama le metió su polla en la boca a Cristian.
No duraron mucho más, y acabaron vaciando Marcus su lefa en la boca de Cristian, Eugene y Roberto en el culo de este.
Los cuatro quedaron rendidos y se durmieron desparramándose sobre el camastro, Roberto en el centro, boca arriba, Eugene y Marcus a ambos lados del leñador, con sus fuertes brazos por encima de sus hombros y abrazados a su costado. Cristian boca abajo sobre el macho peludo, notando como el grueso y largo rabo iba poco a poco abandonando su recién profanada gruta.
★★★
A la mañana siguiente. Roberto fue el primero de los cuatro hombres que se despertó, con un buen empalme mañanero. Se sentía feliz de haber conseguido al fin hacerlo con los tres hermanos, y mucho más por haber pasado la noche arropado bajo sus cuerpos.
Viendo la posición de Cristian, encima suya, a horcajadas sobre él, le apuntó con su polla al culo, logrando meter el glande. Esto hizo que el infeliz que antes gozaba follando coños se despertara, incorporándose del susto, en el proceso terminó por auto-penetrarse el solito. Abrió los ojos como platos y de su boca salió un gemido ahogado.
-¡Buenos días, fugitivo!
Le replicó Roberto mientras lo agarraba de los cachetes del culo para empezar a follarselo con fuerza.
Eugene y Marcus despertaron con este sonido, encontrándose a su hermano protestando por el tamaño de la verga del leñador mientras este le serruchaba con movimientos cortos pero fuertes de pelvis. Como si se hubieran puesto de acuerdo se incorporaron y metieron ambos penes en la boca de Roberto, dispuesto a darle el desayuno. Esta vez todos tardaron menos en llegar a correrse, apenas quince minutos.
-¿Puedes prestarme algo de ropa?
Preguntó Cristian a Marcus cuando se repusieron de tanto sexo. Sentía su recto lleno, pero ya usaría el orinal para evuacuarlo más tarde. El joven Marcus, que se había vuelto para abrazar y morrear a su querido Roberto, se separó de este para subir a la planta de arriba, en busca de algo de ropa con la que cubrir la desnudez de su hermano.
Bajó, con un traje de tela arpillera de aspecto bastante basto que le tendió a su hermano.
-Ya pudiste haberme bajado, los ropajes de satén e hilo de oro que guardas para ocasiones especiales…
Le dijo, burlón, sabiendo que esos ropajes que usaron durante el rescate de Marcus del orfanato regido por un tal Qabel , quedaron guardados en un cofre dentro de la casa del propio Marcus.
-Serán tus ropas, pero no son las más discretas.
Le reprocho Marcus mientras veía con cierta lástima como Cristian comenzaba a cubrir su desnudez. El hermano mayor habría discutido más del tema, pero sabía su hermano tenía razón. La llamada de la naturaleza cada vez era más fuerte, pero nadie parecía hacer ademán de irse.
-Se te ve raro… ¿te estás cagando encima?
Le dijo sin ningún tacto Roberto.
Cristian asintió con la cabeza, involuntariamente. Marcus le tendió un gorro de paja, muy típico de la aldea, para poder taparse de miradas extrañas. El bardo salió a toda velocidad hacia el retrete, ubicado en un lateral del jardín trasero.
Los otros tres hombres se quedaron hablando, mientras Cristian evacuaba sonoramente dentro de la caseta. El leñador sabía que Cristian estaba en apuros, aunque no creía que fuera un tema de cuernos. Como amigo y vecino de Marcus sabía de todos los líos amorosos de su hermano Cristian.
Eugene propusó que lo mejor que podían hacer por su hermano Cristian, era buscar un refugio apartado, en el que ocultarse, lejos de Baton Dur, pero cuando Marcus sugirió usar la casa de Eugene junto al arroyo. Este respondió con cierto temor.
-No creo que mi cabaña sea segura.
-¡¡¿Por qué no?!!
Le preguntaron los otros dos sabiendo que ese era el mejor lugar del que disponían en esos momentos
Eugene, recordó con temor la noche en que fue atacado por esa terrible bestia peluda, de la que pudo escapar por muy poco. Los pelos de su cuerpo se erizaron y su mirada se perdió en la lejanía, antes de volver a hablar.
-No puedo hablaros del tema. Pero os aseguro, que ese no es un buen lugar para ocultarnos
-Cristian ha estado cientos de veces en el bosque, no será la primera vez que se enfrente solo a sus peligros.
Dijo Roberto, con total tranquilidad.
-Él es quien me suministra el muérdago blanco con el que mi querida esposa evita quedarse embarazada cuando no es conveniente.
-¿Tu querida Caroline sabe que pasaste la noche aquí?
Le preguntó Marcus, quien se había olvidado por completo de su esposa y del encargo que le había hecho la noche anterior. Se puso ambas manos en la cadera, sacó pecho y sonrió.
-¿Tu qué crees?
Estaba claro que su esposa lo sabía todo, con lo que Marcus no preguntó más sobre el tema. En ese preciso momento alguien llamó a la puerta. El rudo leñador, con su desnudez peluda al aire, fué a abrir. Antes se aseguró de ver quien era por una rendija que él mismo puso en la puerta, en un punto apenas perceptible desde el exterior.
Una mujer esbelta, que aparentaba unos veintipocos años, pero que tenía los mismos cuarenta y cinco del leñador con grandes tetas, firmes y suaves como la seda. Labios carnosos, ojos azules como el cielo y una melena pelirroja rizada, estaba al otro lado esperando sonriente a que le abrieran.
Vestía un sencillo traje de lana y llevaba una cesta colgando en el brazo. Un olor a bollos caseros recién horneados, entró dentro de la cabaña antes de que la puerta se abriera.
Roberto saludó a su esposa con un cálido beso en la boca y, tomándola por la cintura, la atrajo hacia el interior haciendo que su pene duro se empezara a restregar por el traje de lana de la hembra.
-Buenos días, querido esposo. Veo al final te quedaste para dar consuelo a nuestro pequeño Marcus.
-Y algo de protección.
Le respondió el marido mientras metía la mano debajo del vestido en busca de su caliente y húmedo sexo
-Si, la turba también pasó por nuestra casa, pero allí se limitaron a llamar a la puerta, preguntar y contarme cuáles eran los cargos que tienen contra Cristian.
-¡¿De qué se me acusa?!
Exclamó Cristian, que había vuelto de evacuar sus intestinos. Parecía sorprendido de ver a la esposa del leñador tan tranquila, aunque ella sabía perfectamente del gusto de su marido por otros hombres.
-Se te acusa de violar a Dorina, la esposa del alcalde.
Dijo Caroline, liberándose del abrazo de su marido y aproximándose a Cristian. Le susurró al oído.
-Y de otra serie de patrañas y mentiras. Nada que me preocupe.
Marcus y Eugene subieron, ya vestidos, con trajes de arpillera, iguales al que su hermano portaba en esos momentos. El olor de los bollos recién horneados les trajo gratos recuerdos. Saludaron con efusividad a Caroline, la cual mandó a su esposo a vestirse, antes de darle un azote cariñoso en el trasero.
Ya con todos vestidos y sentados en la mesa de la cocina, mientras desayunaban los bollos de Caroline y unos buenos tazones de café recién hecho, Roberto miró a Cristian a los ojos y le dijo, muy serio.
-Ha llegado el momento de que cuentes todo. ¿Qué hiciste realmente? ¿Por qué Shulz quiere verte muerto?