Tres en la cama

Después de sólo fantasear, llegó la noche en que Ana, como inocente cervatilla, fue devorada por mí y por su amante.

Esos encuentros con Ricardo sólo exacerbaron en Ana y en mí las ganas de un trío y decidimos hacerlo ya. A esas alturas las diferencias entre ella y yo, fuera de la cama, aún no eran abismales, y me excitaba la idea de que ella gozara con mi anuencia. Eso me permitiría gozar al mismo tiempo. Un aspecto un poco extraño, pero muy sensual.

Un miércoles de julio Ana le habló a Ricardo para decirle que nos viéramos en dos días, que pasara por nosotros a la casa y de allí a la suya. "Vamos a pasarla bien", fue la rúbrica de ella.

Aunque yo había imaginado muchas veces el placer que me daría encontrar a Ricardo y Ana en un embravecido 69 en la recámara (yo llegaba del trabajo y me dedicaba a verlos, para luego tomar mi parte), me empecé a poner celoso y me llené de dudas, pero Ana, sorprendida, me dijo que si me sentía mal, no iríamos. El viernes estábamos en la casa. Eran casi las siete de la noche y Ana se había puesto un body negro de encaje con liguero. Bueno, nada más verla e imaginarla penetrada por la boca y por otras partes, con esas prenda incitantes, me encendí tanto que le hice sexo oral en el comedor y allí le dije lo que quería ver entre ella y Ricardo.

A las ocho llegó él... y nos fuimos a su casa. Ella iba en medio de los dos, íbamos a pie y los dos la tomábamos alternadamente de la cintura con un gesto aparentemente normal, pero los dedos de ambos ya querían hurgar más allá. Y es que esa noche, ella no era mi pareja. Era una mujer que deseábamos los dos. Nos iba a hacer suyos y nosotros a la vez la íbamos a poseer. Ya en su casa, después de platicar un rato, Ricardo y ella bailaron un par de piezas que sonaban en la radio. Sentados, Ana, siempre en medio de los dos, se dejaba acariciar los muslos. Al principio, con una timidez que no esperaba de él, Ricardo sólo le puso la mano en la rodilla, pero yo, ya con algunas copas encima, coloqué la mano de Ana sobre la de él. Ella empezó a acariciar su mano y ésta empezó a deslizarse sobre el muslo con menos pudor.

Me quemaba la idea de que debajo de su vestido ligero (de esos que parecen levantarse con sólo soplarles) traía ese provocador body. ¿Cuántos minutos pasarían antes de que esa fuera la única prenda sobre su cuerpo?

En un momento dado, Ana se levantó por hielo a la cocina y Ricardo se le fue a repegar, pero sin besarla. En el ambiente se sentía una tensión deliciosa, olía a deseo no contenido. Los tres que estábamos allí, sabíamos que era cuestión de tiempo o de que alguien tomara la iniciativa. Seguimos bebiendo y luego me levanté, dirigiéndome al baño. Esa era la señala para Ana. Entré, cerré la puerta y me puse a escuchar. El sonido del radio se mezclaba con las voces de ambos, con alguna risa, con alguna frase que era una pregunta, pero después de un momento se hizo el silencio... sólo la radio seguía sonando.

Podía imaginar lo que estaba pasando. Mi respiración se empezó a agitar. Aguardé uno segundos más. Abrí la puerta sin hacer demasiado ruido y lo que vi fue maravilloso: Ana, de rodillas frente a él, tragándose toda la verga de Ricardo, mientras éste en completo éxtasis estaba desparramado sobre el sillón, y con sus manos le revolvía el cabello. Se oían los chasquidos de la boca de Ana, succionando aquello; su respiración desesperada y sus manos, ansiosas, alternando entre las caricias en el pecho y al pene, levantándolo para meter en él toda la boca. Los dos estaban embebidos y bien sabían, por el sonido de la puerta, que yo estaba deleitándome al ver cómo la puta de mi mujer le estaba tragando toda la verga.

Me quedé allí, pasmado, contemplándolos. Ana se veía más hermosa que nunca. Estaba entregada completamente a darle placer a Ricardo. Aún con el miembro en su boca, se daba espacio para gruñir, musitar sonidos guturales que hablaban de su apetito y sus ganas de comérselo todo.

Luego Ana me contó lo que había ocurrido en ese lapso: Cuando me retiré, siguieron hablando de trivialidades y de pronto se vieron frente a frente y empezaron a besarse sin freno. Sus lenguas se enredaban y las manos de ambos buscaban las zonas sensibles de la otra persona. Se separaron un momento y Ricardo le preguntó: “¿Me deseas?” Y ella, arrobada, respondió: "Sí... mucho!!”, pero antes de acabar esa palabra Ricardo empezó a succionarle la lengua con una ansiedad que ya no iba a detenerse. Ella dirigió sus manos al zipper del pantalón y con habilidad en unos segundos le había sacado la verga del pantalón y se hincó. Él se detuvo un momento, con la voz temblorosa más por la emoción de tenerla hincada frente a él que por la posibilidad de una escena al aparecer yo, y le dijo: "¿Y Gerardo?"; “Quiere que me cojas”, le dijo ella ante de hundir toda su boca en esa verga que ya lucía, me dijo ella, espléndida. Semejante argumento, por supuesto, bastó para que Ricardo se dejara hacer, sin importarle mayormente que yo apareciera repentinamente.

Lo que se veía y escuchaba en la sala era maravilloso. Ana parecía multiplicada en una revista porno o una película XXX. Era como si ella estuviera viendo todo conmigo y gozándolo. Su lengua reptaba  a lo largo de la verga de Ricardo, le mordía con suavidad los testículos y paseaba sus labios y su lengua por la parte inferior del pene, tan sensible al tacto y más cuando la caricia es húmeda, gozosa, voraz. Su cabello estaba revuelto y las manos de Ricardo lo acariciaban y al mismo dictaban la fuerza y profundidad con que Ana se lo estaba cogiendo con la boca. La hundía con suavidad, la hacía suya en cada embestida, pero también ella era la dueña de ese instante. Era ella quien nos tenía hechizados a los dos. Y era maravilloso verla. Podía imaginar sus pezones bien erectos. Me empecé a acercar por detrás de Ana. Me hinqué y empecé a besarla en el cuello, mis manos hurgaban entre sus curvas, la apretaba contra mí y ella allí seguía, hundida, paseando toda su lengua por el glande. Aquello era una declaración del deseo. Ana se separó de la verga de Ricardo, que lucía hinchada, húmeda... y se volteó hacia mí y me ofreció sus labios, todos llenos de líquidos de ambos y le di un beso hondo, profundo.

Ricardo se agachó, aún sentado, y comenzó a desabotonarle el vestido. Nos incorporamos mientras ella me seguía besando y se puso entonces frente a mí. Empecé a tocar su cuerpo que ya era un incendio y mis manos coincidían con las de Ricardo, que también la besaba por atrás y ya le estaba quitando el vestido. Nada más al caer éste y contemplar el body de encaje sobre su cuerpo deseoso, nos lanzamos a devorarla con más ansia. Parecíamos chacales sobre una inocente cervatilla. “Vamos a la cama...”, dijo Ana entre suspiros y besos a ambos. En ese momento, con esa declaración, el mundo desapareció.

Sólo se oían nuestras respiraciones agitadas. Y en la radio sonaba una canción de una cantante inglesa, "Mirrors" de Sally Oldfield. Con ese tema llegamos al dormitorio. Ricardo corrió las cortinas para evitar miradas indiscretas.

Con el body  y el liguero aún puesto y los dos desnudos (no recuerdo bien, pero en segundos nos quitamos todo, mientras Ana se dedicaba a acariciarnos y a besarnos), Ana se tendió boca arriba en la cama. Empecé a besarla frenéticamente y Ricardo empezó a besarle el pubis. mientras con sus manos estrujaba sus senos

Ana nada más se dejaba mimar... Y Ricardo le decía: “¡¡Qué ricas estás, Güereja!!”, y volvía a hundir su cara en esa matita negra y húmeda que olía dulcemente. Luego de saciarse, Ricardo se incorporo y empezó a meterle la verga, que era larga y delgada, sin miramientos, sin delicadezas. Ella, que estaba lo bastante húmeda, me hizo a un lado y lo abrazó con fuerza y se besaron largo largo, mientras la cadera de Ricardo trabajaba a todo lo que podía dar. Era el paraíso. Además, Ana tenía fuerza en los músculos vaginales, de modo que podía aprehender a un verga y exprimirla con una sensación maravillosa.

Eran casi innecesarias las palabras. Acerqué mi verga a la boca de Ana y empezó a chupármelo con ansia loca. Ricardo se concentró en los senos, en besarlos, morderlos, mientras la tenía aún ensartada. Ana gruñía, mientras me tragaba enterito. Como yo estaba de pie, en la orilla de la cama, Ricardo se hizo a un lado, con todo el pecho lleno de sudor, y me dijo: “Pruébala... está riquísima”. Entonces me ensarté con ella en un 69. Me excitaba la idea de besar esa puchita que ya había sido tocada antes y que estaba humedísima por tantas fuentes. Permanecimos así unos segundos porque yo quería que los tres tuviéramos nuestro festín y que no hubiera observador. Me incorporé y Ricardo, con Ana aún boca arriba, le empezó a dar su verga en la boca. Parecía ella una niña golosa. No metía las manos porque él las estaba sujetando sobre la cama, de manera que con su sola boca ella tenía que hallar el acomodo ideal para tragarse ese pedazo de carne. Me eché los muslos de Ana sobre mis hombros y empecé a incorporarme para que así su puchita y su ano quedaran a la altura de mi boca. Aquello era increíble de ver. Yo me vi por un instante en el espejo de la recámara y no puedo decir que era yo el que estaba allí, sino mi deseo más grande y ardiente. Empecé a pasear mi lengua por su anito y ella empezó, a los pocos minutos de esa acción, a tener un orgasmo enorme. Hundí mi lengua, mi boca, mi cara completa en ese triángulo de cabello rizado y fragante. Ana no podía gritar porque su boca estaba llena con la carne de Ricardo, pero los estremecimientos de su cuerpo eran más que explícitos. Los tres estábamos bañados de sudor. Bueno, la dejamos en la cama unos minutos, mientras la acariciábamos. Ricardo le dijo: “Voltéate”. Ella obedeció y se puso en doggy porque lo único que deseba era verga y embestidas. Y allí estábamos los dos para ponernos a sus órdenes

Una ricurita, con las medias ya medio desgarradas en algunas zonas. Ricardo se puso atrás de ella y empezó a meterle todo sin contemplaciones. Ana, por el orgasmo reciente, estaba muy sensible y se vino de inmediato no sin gemir y bajar su cabeza a la altura del colchón. mientras bufaba emputecidamente.

Ricardo se retiró, jadeante, y me dijo "Cógetela". Yo estaba más que excitado. Allí estaba mi pareja, mi mujer, cogiendo como loca. Fue fácil penetrarla, estaba completamente mojada y no parecía tener llenadero. Ricardo volvió a su posición favorita. Levantó la cara de Ana y le ofreció su verga, enorme, con las venas a punto de reventar y de nuevo ella, haciendo de su boca un crisol de lujuria, se lo empezó a tragar y él a revolver su cabello. Como en la primera escena. Sólo que yo le estaba dando por detrás. Era maravilloso contemplar aquello. Mis embestidas estremecían sus nalgas, que se movían como olas y allí estaba el par: ella mamando como experta que era y él dando ahora las órdenes, mientras yo seguí metiéndole la verga. ¿Qué sentiría Ana en ese instante?

Lo difícil era contenernos porque para Ricardo y para mí aquello era la gloria, por lo que veíamos, escuchábamos y sentíamos. Después de un rato, casi a punto yo de explotar, me salí y le dije a Ricardo: “Es tuya, vas...”.

Y Ricardo la tendió boca abajo, se la clavó en el clítoris y empezó a darle una embestida para romper récords. No sé cuántos minutos la tuvo así, pero Ana empezó a gritar como loca, a retorcerse, a gemir sin freno. Ricardo no le daba espacio para moverse. Estaba encima de ella y se la metía con rabia y deseo. Ana gritaba: "¡¡¡¡Dámelos, dámelos.... Ricardo, dámelos todos!!!!!"... una imagen imborrable es la de las manos de Ana, crispadas por la excitación, que rasgaban la colcha, la sábana, el colchón. Esa manos que habían minutos antes acariciado dos vergas, ahora no tenían dónde asirse y se clavaban en el colchón como si estuviera apunto de irse a un precipicio. La cama rechinaba con las embestidas, todo se movía contagiado por el frenesí de Ana y Ricardo. Las embestidas de Ricardo proseguían y que parecía no tener para cuándo acabar. Toda la cama estaba revuelta y encima de ella, emputecida, Ana, con su cuerpo flexible, bien aceitado por tantos jugos, y Ricardo encima metiéndole la lengua en el oído, mordiéndole la nuca, besándole el cuello. Siguió embistiéndola con toda su fuerza. Los dos estaban bañados de sudor. Se notaba en el rostro de Ricardo que Ana lo tenía bien apresado de la verga y que él trataba de no venirse rápidamente. Me dijo, entonces: “¡Báñala!”. Ana oyó su orden y conteniendo los bufidos me tomó con su mano derecha la verga y empezó a soltar lengüetazos que no tenían mucha puntería porque atrás Ricardo le estaba ensanchando todo el chocho. Lo que se veía por cualquier ángulo era espléndido. Me vine yo primero... y la bañé en todo el rostro. Abrió ella la boca para tragarse el semen y algunas gotas llegaron a su lengua. Me tuve que recostar por el esfuerzo, o al menos me acerqué a la orilla de la cama y allí me senté a revolverle el pelo y tocarle las tetas, que estaban endurecidas. En tanto, Ricardo, el muy cabrón, seguía montado en ella. El cuerpo de Ana se agitó, se convulsionó y empezó con un segundo aire a pedirle a gritos que la llenara. Las manos se enterraban en la sábana, y aullaba "¡¡¡¡Dámelos, dámelos, Ricardo, dámelos todos, así, si.... Sí, Síííííí.... aghhhhhhhhhhhh.... Síííííííííí... Aggyyyyygg, Sí... Todos, todos!!!!!”. Y hundió su cara en las sábanas, bufando, experimentando un placer que no puede ser descrito con las palabras. Y él, por fin, se vino en ella, se vació.

Nunca Ana había cogido así. Tardó minutos en recuperar el aliento. Ricardo se quedó sobre ella

y se levantó, chorreando. Me imagino que el interior de Ana estaba a 100 grados centígrados. Salió él del baño, con una bata y puesta y comenzamos platicar. Ana se veía radiante, feliz. Los dos en medio y ella besándonos alternadamente. Le dije a Ricardo que quería hacer un cuatro con su amiga que me había gustado, pero me dijo que no le creyera. Aparenta que se va a ir contigo a la cama y luego, ya en el umbral se arrepiente.

Bueno, nos vestimos, hubo besos entre ellos y Ana y yo estábamos tan calientes que cuando llegamos a la casa, le hice de nueva cuenta el sexo oral y se vino todavía una vez más.