Tres en compañia

De como Cristian y yo pasamos a ser una pareja de tres.

TRES EN COMPAÑÍA

Cuando mis padres conocieron a mi marido, Cristian, les encantó. Tanto que, desde el primer instante, le quisieron, y le trataron siempre como a otro hijo. Mi hermana Elena también estaba encantada, pues ambos tenían puntos en común, y Gonzalo (el marido de mi hermana) y Cristian, se caían también que se iban juntos al futbol. Las tres parejas componíamos una relación familiar perfecta, unida y feliz. Y nuestra felicidad aumentó cuando mi hermana tuvo a nuestro sobrino, Jonathan. Ella siempre decía que el niño tenía dos madres y cuatro padres.

Con los años, mis padres fallecieron debido a su edad, quedando mi hermana y su marido, junto a nosotros, como familia. Pero, cuando Jonathan tenía ocho añitos, mi hermana y su marido sufrieron un aparatoso accidente de automóvil en que perdieron la vida, al ser embestidos por un conductor kamikaze borracho perdido, y hasta el culo de todo tipo de drogas.

Como únicos familiares directos, y además porque así estaba estipulado en el testamento de ellos, nos hicimos cargo de todos los bienes de mi hermana y su marido…así como de Jonathan, nuestro sobrino.

Con la venta de las propiedades de mis padres y mi hermana, compramos un chalet con un amplio jardín en una zona residencial próxima a la Capital, bien comunicada y con todos los servicios, para que el niño pudiera tener su propio espacio, y pudiera recomenzar su vida sin recuerdos tristes. Allí, se hizo con nuevos amigos, a los que llevaba y traía a casa, pues es un chaval muy sociable.

A pesar de tener su propia habitación, al lado de la nuestra, muchas veces se venía a nuestra cama, pues decía que tenía miedo. Nos solíamos negar (aunque más de una vez pasó la noche con nosotros) pero cuando había tormentas, le dejábamos que se viniera, pues le daban mucho miedo las tormentas eléctricas.

Eso de cerrar la puerta del baño para orinar, o bañarnos, nunca lo vimos práctico, por lo que, cuando estábamos solos los tres, esas puertas nunca se cerraban. Así mismo, en verano, ir en bóxers por casa con una camiseta encima, era lo más normal del mundo. Al fin y al cabo, éramos tres hombres en casa.

Jonathan no tuvo nunca un osito de peluche preferido, o algo similar, que le tranquilizara: si queríamos que se durmiera tranquilo, le teníamos que dar alguno de nuestros slips. Más de una vez, le sorprendimos poniéndose nuestros slips y bóxers. Llegó a una edad en que ya la ropa interior que se le compraba era de la misma talla que las nuestras, pero aún así seguía yendo a nuestro dormitorio a coger los calzoncillos. Decía que los nuevos le apretaban mucho, y le escocían los huevos, y le gustaban mejor los nuestros, que ya estaban suavizados y que odiaba los de tela, porque ir con eso era lo mismo que no llevar nada, hacían unas arrugas muy feas en los pantalones, y no podía llevar pantalones ajustados, y que para eso iba sin nada.

Una vez, vino corriendo a nuestra cama, asustado y llorando, diciéndonos que le pasaba algo a su pene. Despertados pese a la hora, nos cuenta que estaba durmiendo, y que de pronto, de su pito le salió algo extraño, que no era pis, si no algo blancuzco y pegajoso, y que se asustó. Nos enseñó su pene, y estaba normal. Fuimos a ver su cama con él, y lo que observamos era semen: por vez primera, Jonathan se había corrido mientras dormía. Nos entró la risa, y le dijimos que, a partir de ese mismo momento, él era un hombre, que podía dejar embarazada a una mujer y hacer un hijo. Le preguntamos si se masturbaba, y se puso colorado como un tomate, por lo que colegimos que sí. De todas formas, decidimos enseñarle unos cuantos trucos masturbatorios con los que su satisfacción sería más completa. A tal efecto, Cristian y yo nos bajamos los pantalones y los bóxers, e hicimos una muestra práctica de dichas técnicas, y le animamos a ensañarla delante nuestra. Así lo hizo, y demostró ser un alumno muy aplicado. De hecho, esa noche durmió con nosotros, y le hicimos cada uno de nosotros una masturbación conjunta que le hizo aullar de satisfacción. A partir de ese momento, todas las semanas tenía una caja de condones en su mesilla, y acordamos que cualquiera de nosotros podría hacerse una paja en cualquier sitio de la casa, sea que estuviera solo o con cualquiera de los otros dos. Por lo que se convirtió en algo normal en casa que estuviéramos viendo el futbol, y uno estuviera haciéndose una paja mientras el otro le preparaba algo para beber a los otros dos.

Más de una vez, Cristian y yo comentábamos lo bueno que se había puesto Jonathan, y el cuerpazo que tenía. Que quien se acostara con él sería un hombre feliz. Jonathan tiene el pelo castaño claro, ojos verdes, un carácter risueño, mide 1,92 m, piernas largas, torso ancho, cintura estrecha, un culo grande y redondo, y un paquetazo de impresión, con una polla de 25 cm.

Pasaron los años, Jonathan creció y se fue haciendo un hombrecito. El día que cumplió los 18 años, le hicimos una fiesta especial, a la que asistieron todos sus amigos y amigas. La fiesta fue un éxito y, cuando acabó, se fueron todos por ahí a seguir la fiesta. A las pocas horas, escuchamos llegar a Jonathan de la fiesta. Según entró, empezó un tormentón eléctrico de mucho cuidado, por lo que Jonathan se vino directo a nuestro dormitorio, como había hecho en otras muchas ocasiones. Se quitó el pantalón, la camiseta, los calcetines y los zapatos, y se metió en nuestra cama. Lo que no nos esperábamos es que, de pronto, empezó a hacerle una paja a Cristian mientras me hacía otra a mí. Sorprendidos, porque no nos lo esperábamos, le preguntamos que qué hacía. El, con todo el descaro del mundo, nos dijo que sabía muy bien lo que estaba haciendo: lo que siempre había querido era hacernos el amor a los dos.

Nos dijo que, desde pequeño, cuando echábamos a lavar nuestra ropa interior, él la sacaba del cubo de la ropa sucia, y se la ponía, porque le encantaba poner su culo y su polla donde habían estado las nuestras, y que cuando se los quitaba se sentía más hombre. Que la ilusión de su vida era que, esas pollas nuestras que tanto nos había visto al entrar o salir de la bañera, o al mear, se las pudiera meter en su culo y en su boca, y sentir nuestro semen en su cuerpo.

Como era su cumpleaños, y siempre hay que dar satisfacción al que cumple años, ese día decidimos que, si era su ilusión esa, así haríamos. Empezamos los tres a follarnos, de una manera tan salvaje que, en determinado momento, ya no sabíamos quien estaba follando a quien, ni quien estaba comiendo a quien. Pasamos, pues, la noche más salvaje de nuestras vidas.

Cuando nos levantamos, al dia siguiente, estábamos los tres exhaustos, pero felices. El nos contó que no solamente nos quería como los padres que para él éramos, si no que estaba enamorado de nosotros dos, y que quería ser, no solamente nuestro hijo, que ya era, si no nuestro amante, novio y marido. Decidimos que era buena idea. Tres pollas, seis cojones todos "de familia", compartiendo casa y lecho.

Con el tiempo, la cosa se normalizó: Jonathan seguía saliendo con sus amigos de marcha, pero, a la hora de acostarse, todas las noches se acuesta con nosotros dos.