Tres en casa
Laura aparece en nuestras vidas llenando la casa de nuevas experiencias.
Varias semanas después del incidente en Almería, Ana trasladó sus cosas a mi casa de forma definitiva. A ambos nos dolía lo ocurrido, pero en parte la cama nos ayudaba a sobrellevarlo. Las sesiones de sexo con esta mujer me han llevado a disfrutar de momentos espectaculares.
Hace un mes más o menos me propuso retomar el tema de los intercambios y acudimos a un pub liberal. Ninguno habíamos estado antes en un sitio así por lo que le indicamos a la chica que nos recibió que nos enseñase el local y sus costumbres. Después de un breve tour, teníamos las cosas más o menos claras y solo quedaba decidir donde nos sentaríamos. Elegimos una sala muy oscura con grandes sillones y muchos cojines, todo ello en color azul oscuro y con un tacto suave, y la tenue luz apenas nos dejaba ver lo que ocurría a un par de metros. Después de tomar un par de copas, se sentó junto a nosotros una pareja que debían tener alrededor de los cuarenta años. Ella estaba mejor conservada, se le notaba la edad, pero aún conservaba un atractivo que demostraba lo bella que fue de joven.
El estaba fuerte, de gimnasio sin duda, no especialmente guapo pero atractivo a juicio de Ana. Nos pidieron fuego para romper el hielo pero como no fumamos desviaron la conversación al típico "venís mucho por aquí". Se notaba que éramos primerizos, eso debió gustarles y a los pocos minutos dejaron bien claro que ellos sólo querían sexo por sexo, nada de rollos raros. Ana y yo estábamos un poco cortados, pero nuestra sorpresa llegó cuando conversando con ellos de los gustos sexuales de cada uno, nos dijeron que el sexo con nosotros sólo lo realizaría ella, que a el solo le gusta mirar, y luego en su casa, follar recordándolo. Nos pareció un poco raro, pero dimos el paso.
Enseguida ella me pidió que la besara con pasión, como si me fuese la vida en ello, accedí y me correspondió muy sensualmente mientras acercaba su cuerpo al mío. Ana empezó a meterme mano y entre las dos me sacaron la polla por la bragueta. Luisa, que así dijo llamarse, empezó a darme lametones desde la base hasta la cabeza, haciendo especial hincapié en la punta, cosa que me pone a cien. Ana le desabrochó la blusa y el sujetador dejando a la vista los pechos de Luisa, grandes, duros, altos, operados como ella misma nos confesó, pero muy muy excitantes.
Se puso de rodillas en el sillón, con las tetas en mi cara y aplastándome contra ellas, yo las lamía, mordía los pezones duros y sabrosos, las estrujaba con mis manos magreando esos melones que no debían caber en una 95 de sujetador. Ana estaba enfrascada en mi polla y Ángel, el compañero de Luisa tan solo se la cascaba lentamente con la mano izquierda, mientras la derecha rozaba suavemente el trasero de mi chica.
Ana se retiró para que pudiese follarme a Luisa, que al recibir mi empujón soltó un gritito apenas audible pero que demostró lo caliente que estaba. Se movía con tal soltura que apenas tuve que hacer nada, subía, bajaba, se retorcía y le daba tiempo a apretarse los pechos de una forma súper excitante. Ana se había colocado a mi lado, y yo exploraba su vagina con dos dedos mientras me comía su boca. Ángel se corrió con gran gusto a juzgar por la expresión de su cara, y en ningún momento retiró la mano del culo de Ana. Luisa se corrió, y siguió moviéndose hasta que yo me corrí. Se levantó, tumbó a Ana en el sillón y sustituyó mis dedos por su lengua, cosa que provocó un orgasmo tan bueno a Ana que le duró varios segundos.
Nos vestimos, tomamos una copa y se fueron, pero nosotros nos quedamos charlando un rato.
Habían pasado tres cuartos de hora y nadie aparecía por la sala, así que no fuimos.
Al llegar a casa teníamos un mensaje en el contestador: María y Olga llegaban en diez días para pasar una semana de vacaciones en casa.
Ana se conectaba desde mi casa a un chat, y haciéndose pasar por un hombre había empezado a chatear con una chica que decía llamarse Laura. Era argentina, tenía treinta años y vivía en el extrarradio, en un piso compartido con dos universitarias. Nos había mandado una foto y sinceramente, no estaba muy agraciada en ella. Ana le envió una mía sin yo saberlo y le propuso una cita. Días después Laura envió un mail aceptando la cita. Todo esto me lo contó Ana de camino al bar donde habían quedado.
Entonces comprendí su empeño en que llevase una camiseta de Bart Simpson que yo solo usaba los fines de semana, era la seña de identidad para que Laura me reconociese. Llegamos pronto, yo me quedé en la barra y ella se sentó en una mesa ligeramente alejada pero desde la cual oiría todo lo que dijésemos. Con puntualidad inglesa llegó Laura, estaba imponente, debía medir cerca de uno ochenta, buenas medidas y caderas pronunciadas. Ese acento que tienen los argentinos es algo que en las mujeres me gusta especialmente, así que si le sumamos el físico de esta chica al acento, me encantó. Congeniamos enseguida y en la segunda cerveza Ana hizo acto de presencia. Esto contrarió visiblemente a Laura, pero con sutileza y mucha labia Ana la convenció de que era ella la que chateaba y encima la invitó a cenar en casa.
Nos fuimos para el piso, pero yo me quedé en el súper comprando algo de vino y unos postres. Cuando subí la mesa estaba casi lista, y solo quedaba esperar a que el hormo hiciese su trabajo. Las chicas charlaban animadamente en el cuarto de baño mientras Ana se refrescaba y Laura se repintaba. "Cuando estamos solos, normalmente o estamos desnudos o con una camiseta, sin ropa interior" le comentaba mi chica a la invitada que contestó diciendo que en su casa ella hacia lo mismo, excepto cuando alguna de sus compañeras llevaba visita.
Ana la invitó a ponerse cómoda y Laura accedió a ponerse una camiseta mía, pero prefirió conservar unas braguitas a modo de mini-short que llevaba. Ana se puso su camiseta de hombreras verde y se dejó puesto el tanga. Yo servía una copa de vino cuando salieron del dormitorio, momento que aproveché para observar con más detenimiento el cuerpo de la argentina. Pasé al cuarto y me desvestí, elegí una camiseta blanca y un pantalón corto.
El horno tardaba, una botella de vino y una charla subida de tono animaron demasiado a Laura y comenzó a hacer comentarios muy sugerentes y a intentar desnudar a Ana. Yo observaba a las chicas mientras mi erección aumentaba. Ana se resistía pero cuando me miró a la entrepierna se dejó hacer y en un minuto estaban las dos en pelotas, tocándose y mirándome con lujuria. Me acerqué, besé a Ana y luego a Laura, a la que abrí de piernas y de rodillas en suelo comencé a follarla contra el sofá. Ana corrió a la habitación, cogió la cámara de video y empezó a grabarnos.
Cuando Laura vio la cámara, se empezó a tocar los pechos, a besarme, decía que se corría, se movía como loca. Yo no quería correrme dentro de ella, así que la propuse terminar en su pecho pero ella prefirió que lo hiciese en la cara. Ana se arrodilló al lado suyo, hizo un primer plano de la cara de la argentina mientras esta me la mamaba para hacerme correr, me retiré un poco, ella cerró sus ojos y exploté a un palmo de su cara. El semen corría desde su frente hasta la barbilla mientras ella se relamía los labios antes de volver a meterse mi polla en la boca y dejármela limpia como la patena.
Después de esto se relajó en sofá y se quedo dormida, sin duda por efecto del vino. Ana colocó la cámara encima de la mesa, la orientó de forma que se viese a Laura dormida y a nosotros follando a su lado. A la mañana siguiente, Laura se fue antes de que nos levantásemos, nos dejó una nota con el número de su móvil y un escueto "espero volver a veros muy pronto".
Y tanto que muy pronto, al día siguiente nos llamó para tomar algo por la tarde y nosotros aceptamos. Nos citó para tomar algo sólo como excusa ya que su propósito final era terminar la cena de ayer y disculparse por su comportamiento. Tras una agradable cena nos ofrecimos para llevarla hasta su casa ya que era tarde y debía coger un par de autobuses hasta su casa. Aceptó y de camino nos sorprendió con una proposición totalmente nueva para nosotros: quería venirse a vivir con nosotros, repetir escenas como la de ayer, en fin, formar un trío.
Decidimos pensar con detenimiento la propuesta y prometimos contestarla pronto, pero siempre después de que se fueran Olga y María, no queríamos más jaleo en casa.
Una semana después estábamos en el aeropuerto recogiendo a nuestras amigas, y con la esperanza de pasar buenos ratos en su compañía.