Tres cipotes para el culo de mamá

Tres grandes rabos perseguían el culo de mi madre y yo se lo entregué en bandeja. ¿O eran cuatro los rabos?

(CONTINUACIÓN DE “EL CULO DE MI MADRE CON UN GRAN CIPOTE DENTRO“)

Faltaban pocos minutos para las nueve de la mañana cuando salió Dioni escopetado del edificio donde vivía, esquivando torpemente cuanta gente u obstáculo se interpusiera en su camino al aburrido trabajo por el que le pagaban además bastante mal.

  • ¡Ahí va el cornudo!

Exclamó Tomás en voz baja desde el interior del bar situado frente al portal de este edificio, pero no fue uno sino tres los pares de ojos los que le siguieron atentamente viendo cómo se marchaba a trompicones y a toda prisa.

  • ¡Va ligero arrastrando la cornamenta!

Exclamó otro de los tipos, sonriendo ferozmente.

  • ¡A partir de hoy la tendrá más grande y pesada!

Sentenció el tercero también sonriendo.

No pasaron ni diez minutos cuando salió Juanito, el hijo de Rosa, del portal. Iba arrastrando los pies con su típico aspecto de despistado y sin ningunas ganas de ir a clase.

Sin perder tiempo se levantó Tomás de la mesa a la que estaba sentado con sus compañeros y abandonó el local mientras éstos abonaban las consumiciones.

Cruzó la calle a buen paso y se encaminó hacia el adolescente, interceptándolo en un callejón poco transitado a unos cien metros del portal.

  • ¡Hola, chaval ¿Qué tal te va?

Le saludó jovialmente al tiempo que se colocaba frente a él, interrumpiendo su caminar.

Levantando la cabeza miró Juanito sorprendido a su interlocutor. Le reconoció al instante. Era el primo de su madre, el que se la había follado en el motel de carretera y en su propia casa. En las dos ocasiones el adolescente se había masturbado mientras observaba escondido los polvos que echaban a su progenitora, aunque la última vez el hombre le había pillado todavía con la polla fuera goteando esperma y tuvo que escapar corriendo.

Eso quiso hacer en esta ocasión, salir corriendo, pero una mano sujetándole fuertemente por el antebrazo se lo impidió, al tiempo que el hombre decía sonriéndole falsamente:

  • No te asustes, chaval, que no te voy a hacer nada ni voy a decir a tu madre que te pillé espiándonos mientras follábamos.

Mirándole asustado, Juanito ni se atrevía a moverse, mientras el hombre le decía, sin dejar en ningún momento de sonreírle falsamente para no alertar a los transeúntes que pasaban:

  • Te voy a hacer, chaval, una propuesta que no vas a poder ni a querer rechazar.

Tras una pausa para que entendiera lo que le iba a decir, continuó:

  • Mira, chaval, te lo voy a decir claramente y sin rodeos.

Otra pausa para continuar.

  • Me voy a follar a tu madre y tú vas a ayudarme. A cambio te dejaré que lo veas todo. Entiendes, que veas cómo me la follo sin que ella se entere y tú te podrás menear la polla a placer.

Más pausa para calara bien en el adolescente.

  • Te lo voy a repetir para que lo comprendas bien.
  • Me voy a follar a tu madre y tú vas a ayudarme. Te dejaré que lo veas todo sin que ella se entere
  • ¿Lo has comprendido?

Tras cada frase, una pausa para que Juanito lo entendiera y lo asimilara.

  • Sí.

Respondió Juanito en voz baja.

  • ¡Más alto!
  • ¡Sí!
  • ¿Estás de acuerdo?

No respondió el adolescente sino que se quedó pensando asustado.

  • Te lo repito. ¿Lo has comprendido? ¿Estás de acuerdo?

Le apremió el hombre.

  • Pero … no … no se enterara.
  • Te lo aseguro. Lo podrás ver todo y ella nunca se enterara.
  • Entonces … sí.

Se obligó a responder afirmativamente al temer contradecirle.

  • ¡Bien, vamos!
  • ¿Ahora?
  • Sí, claro. Ahora mismo.
  • Pero … tengo clase.
  • ¿Que más clase quieres que meneártela viendo cómo me follo a tu madre?
  • Es que … el profe … pide un justificante si no voy.
  • No te preocupes que yo te hago el justificante. ¡Venga, vamos!

Y caminando juntos fueron hacia la entrada al edificio donde se encontraron con los dos hombres que acompañaban a Tomás en el bar.

  • Te presento a Francis y al Planchas. Son dos amigos de tu madre que también están deseando … saludarla.

Les miró el adolescente con cara de pánico, pero Tomas le dijo, intentando tranquilizarle.

  • No te preocupes que son de fiar y no dirán nada.

Juanito miró asustado al primo de su madre. No sea fiaba nada de él pero temía contradecirle, no obedecer a todo lo que le dijera, y menos ahora acompañado con dos tipos que parecían delincuentes peligrosos.

  • No problem, chaval, que somos de fiar.

Dijo él más alto y Tomás, empujando levemente al adolescente por la espalda, le hizo caminar hacia delante.

¡Venga, vamos, chaval, no hagamos esperar a tu madre!

Reanudaron el camino hacia el portal con Tomás y Juanito delante y los otros dos detrás a un par de pasos de ellos.

El conserje les vio y les miró aprehensivo mientras se acercaban, preguntando a Juanito cuando estaba a poco más de un metro de distancia.

  • ¿A dónde vas? ¿No tenías clase?

Le preguntó el conserje a Juanito, pero respondió Tomás, serio y con voz firme, retando al hombre a contradecirle.

  • Hoy no.

Al ver que le acompañaban otros dos tipos mal encarados, el portero no se atrevió a replicar y a cortarles el paso, por lo que entraron los cuatro en el edificio y, tomaron el ascensor sin encontrar ninguna oposición.

Sabía el conserje donde iban, iban a follarse a Rosa, la maciza del sexto piso puerta nueve, que era la madre de Juanito y la esposa de Dionisio.

Dudó que hacer. No le importaba que se tiraran a la vecina buenorra que le trataba como si no existiera, incluso le parecía excelente que cuanto más daño y más la humillaran mucho mejor, pero temía por su puesto de trabajo, por si cualquier escándalo motivara que perdiera su trabajo e incluso le encarcelaran, así que optó por llamar al marido de Rosa, a Dioni, del que tenía su teléfono.

Entró en su vivienda que estaba en el bajo, y, cogiendo el móvil, llamó a Dioni. Tuvo que repetir dos veces la llamada ya que no lo cogía nadie, hasta que escuchó la voz desagradable del hombre:

  • ¡Sí!
  • Perdone que le moleste, don Dionisio, pero …
  • Estoy muy ocupado. Llamé a mi mujer y que ella lo resuelva.

Le cortó sin ningún miramiento, sin dejarle continuar y sin enterarse del motivo de la llamada, colgando y dejando al portero mirando perplejo el aparato.

Dudó si olvidarse del asunto o llamar al teléfono de la vivienda donde la familia de Rosa vivía, como bien le había dicho su marido, y a donde se habían encaminado los tres tipejos con el adolescente.

Con el fin de cubrirse las espaldas ante un posible problema con la comunidad o con la policía, prefirió llamar y, después de escuchar que, tras varios pitidos, nadie se ponía al otro lado del teléfono, colgó.

  • ¡Allá ellos! ¡Yo ya he cumplido! ¡Que la rompan el culo y se lo follen!

Pensó y, si no se olvidó del tema, continuó haciendo sus labores de limpieza como si nada hubiera sucedido.

Mientras Juanito, Tomás y los otros dos ya habían llegado al sexto piso y estaban frente a la puerta de la vivienda donde vivía Rosa con su familia.

Era ya la cuarta vez que entraba Tomás en el edificio.

La primera vez fue un éxito al engañar a su prima que abrió la puerta y pudo, por tanto, entrar en la casa donde permaneció toda la mañana tirándosela. En esta ocasión pilló al hijo de Rosa que les había observado follando y se había masturbado.

La segunda, sin embargo, fue un fracaso ya que, después de espiar cómo primero el marido y después el hijo de Rosa salían del edificio, ésta no le dejó entrar a la vivienda a pesar de que simuló inicialmente que era personal de reparto y que tenía un paquete para entregarlo en mano. Esta vez Rosa no solo no le abrió la puerta sino que además descubrió quién era, y, a pesar de los ruegos y amenazas de él, no le dejó pasar, por lo que tuvo que irse con el rabo entre las piernas ante la mirada irónica y divertida del conserje.

La tercera vez planeó esperar a que se marchara el marido e interceptar al hijo antes de que se fuera para obligarle a que le abriera la puerta de la vivienda y follarse a su madre. Sin embargo, ese día salieron padre e hijo juntos y así fueron hasta el mismo colegio donde el adolescente estudiaba. Aun así intentó acceder a la vivienda de su prima pero ésta tampoco le dejó entrar a pesar de que puso esta vez la excusa de que a su hijo le acababa de atropellar un coche y que le llevaban al hospital. Ante la negativa de Rosa, Tomás la amenazó con volver acompañado de algunos de los tíos del pueblo que ya se la habían cepillado en el pasado para repetirlo, pero no logró amedrentarla lo suficiente y tuvo que marcharse por segunda vez escaldado. Esta vez el conserje, que había escuchado todo, además de reírse literalmente en su cara cuando salía del portal, le dijo irónicamente:

  • ¡Tendrás que irte tú solo a machacártela al hospital!

Si no le agredió en ese momento Tomás fue porque el portero era más grande y fuerte que él, pero en esta ocasión, la cuarta, no venía solo sino en compañía de dos tipos del pueblo, el Francis y el Planchas, dispuestos a dar de ostias al conserje si se entrometía. También Tomás cumplía la amenaza que había hecho a su prima en la última ocasión que hablaron, que traería tíos que se la habían trajinado en el pueblo. Ahora solo faltaba entrar y tirársela, y, contando con el hijo de Rosa, estaba prácticamente asegurado.

No encontraron a nadie en la planta donde vivía su prima y Tomás, utilizando la llave que tenía el hijo de ella, entró en compañía de los otros tres a la vivienda.

Entraron en silencio, atentos a cualquier movimiento y ruido que sucediera dentro de la casa.

Escucharon el ruido de agua al caer por lo que supusieron que Rosa se estaba duchando, lo que acostumbraba a hacer una vez se hubieran ido su marido y su hijo.

Dejando a sus dos compañeros en el pasillo, cerca de la puerta de donde procedía el ruido de la ducha, acompañó a Juanito a la terraza, junto a la ventana desde donde el adolescente, hacía algunas semanas, se había masturbado observando cómo Tomás se follaba a su madre sobre la cama de matrimonio.

Le acomodó una banqueta bajita para que se sentara cómodamente y le proporcionó una caja de pañuelos de papel para que se limpiara la lefa al masturbarse y un bote de crema para no irritarse cuando lo hiciera, así como una botella grande de refresco para que no pasara sed y unos frutos secos para que tampoco pasara hambre. Era como acomodarle para que disfrutara viendo una buena sesión de películas porno, con su madre como única y absoluta protagonista.

  • ¡No dirás que no te cuido, chaval!

Le dijo sonriendo Tomás, escuchando de pronto el ensordecedor ruido de un teléfono. Se trataba del fijo de la vivienda, y puso a los cuatro en tensión. ¿Quién cojones llamaría ahora?

Era el conserje de la vivienda que estaba llamando desde abajo pero ellos no lo sabían.

Al escuchar el ruido de la llamada, Rosa cerró el agua de la ducha y, cogiendo una toalla se secó por encima el cuerpo. Enrollándosela alrededor del cuerpo, abrió el cerrojo de la puerta del baño y salió al pasillo en el mismo momento que el teléfono dejaba de sonar.

Se encontró de frente con un hombre y chilló, sorprendida y alarmada, antes de darse cuenta que se trataba de su primo al que en varias ocasiones no había abierto la puerta.

Reculó asustada, intentando volver a entrar en el cuarto de baño, chocando su espalda con otro obstáculo y, al girarse la mujer levemente, observó que se trataba de un hombre.

Y otro tipo apareció a su derecha, taponando su huida por el pasillo.

El hombre situado a su espalda agarró la toalla que la cubría el cuerpo y tiró violentamente de ella, quitándosela sin que la mujer pudiera impedirlo, dejándola completamente desnuda.

Chilló aterrada y, cubriéndose con sus manos las tetas y la entrepierna, intentó escapar hacia su dormitorio pero el hombre que estaba en su camino se interpuso y se lo impidió, agarrándola por delante las tetas, mientras otro tipo la metía mano por detrás entre las piernas, directamente en su sexo.

Chilló nuevamente y, girándose rápida, alejó las manos que la agredían, pero en un instante la levantaron en brazos por detrás ante el horror de ella que no paró de chillar en todo momento y, escuchando las carcajadas de los tipos, la lanzaron por el aire de uno a otro.

Agarrándose al cuello del hombre que la había recogido en el aire con el fin de no caerse contra el suelo, se dio cuenta que este tipo era su primo.

  • ¡Hola, primita! ¡Cuánto tiempo sin vernos!

La saludó irónico un muy sonriente Tomás que ella solo pudo responder con un balbuceo de angustia.

  • ¡Ya te dije que volvería! Y mira … mira a quien he traído. ¡Al Planchas y al Francis!

Completamente desnuda en brazos de su primo, miró aterrada y sin decir ni una sola palabra a los dos tipos de los que su primo la hablaba y que se la comían con la mirada.

  • ¡Hola Rosi! ¡Cuánto tiempo sin vernos!
  • ¡Qué buena estás, Rosi! ¡Rosi la tetona, la puta de la pandilla!

La saludaron los dos, sonriéndola perversos, y Tomás continuó diciéndola:

  • Si no les recuerdas el rostro, seguro que les recuerdas la polla porque bien que te la metieron, uno en el coche y el otro en la casa del Floro donde todos te la metimos hasta el fondo.

Sin esperar ni escuchar respuesta, el hombre continuó sin dejar de sonreír.

  • ¿A que ya les recuerdas? ¿No? ¡Venga, chavales, enseñarla la polla para que os reconozca!
  • ¡No … no, por favor, no!

Suplicó la mujer, ocultando su rostro en el hombro de su primo, sin atreverse a seguir mirando a los otros dos.

  • ¡Venga, mujer, no seas tímida, que bien que les viste la polla cuando te la metían! Además ellos ya te han visto en cueros.

Continuó ahora preguntando a uno de los tipos, bajito y renegrido.

  • ¿No, Planchas? ¿No estaba totalmente en pelotas cuando te la follaste en el coche aquella noche cerca del pantano?
  • Totalmente en pelotas y follando.

Asintió el hombre sonriendo ferozmente, y Tomás se dirigió al otro, más alto y fornido.

  • Y tú, Francis, ¿no estaba mi prima en pelota picada cuando te la beneficiaste?
  • ¡Como lo está ahora! ¡En pelota picada! ¡Con esas tetazas y con ese culazo al aire!

Respondió el tipo también sonriendo.

  • ¡Por favor … por favor … hablemos … hablemos, por favor!

Suplicó Rosa en voz baja, balbuceando y a punto de llorar, al oído de su primo.

  • ¿Conmigo o con todos?

Interrogó sarcástico Tomás.

  • ¡Contigo, … por favor … solo contigo!

Suplicó temiendo que los otros la violaran salvajemente. Suponía que su primo la trataría con menos dureza al ser en cierta forma de la familia.

  • ¿Aquí mismo, delante de todos, o solos en tu dormitorio?
  • Solos … en el dormi … dormitorio.
  • ¿En el dormitorio? ¡Venga, vamos!

Y llevándola en brazos, guiñó un ojo a sus acompañantes que le dejaron pasar y, mientras lo hacían, la tocaron el culo, las tetas y los muslos.

Entrando al dormitorio, la volvió a preguntar irónico, recreándose en la humillación de su prima.

  • ¿Quieres que lo hagamos con la puerta abierta o cerrada, primita?
  • Ce… cerrada.

Masculló la mujer y su primo empujó la puerta con una de sus piernas, cerrándola ante los silbidos de Francis y del Planchas.

Dejándola tumbada bocarriba sobre la cama, procedió Tomás a desnudarse.

Completamente desnuda sobre la cama, Rosa, sintiendo aterrada como sus lágrimas resbalaban por las mejillas, se cubrió con sus manos los pezones y el sexo, contemplando sin moverse cómo se desnudaba su primo sin dejar de mirarla lujurioso.

Se atrevió la mujer a preguntarle en voz baja.

  • ¿Por qué … por qué los has traído?
  • Te avisé, primita. Te avisé que, como no me abrieras, los iba a traer.
  • ¡Por favor, no me dejes con ellos! ¡No dejes que me hagan daño!
  • De ti depende, primita.
  • ¿De qué? ¿de qué depende?
  • De lo bien que te portes conmigo en la cama.
  • Si hago todo lo que quieras, ¿te los llevaras y no me harán nada?
  • Eso he dicho. Pórtate bien conmigo y yo me portaré bien contigo.
  • Me lo juras.
  • ¡Qué niña eres! Pues claro que te lo juro.
  • Dilo. Di que lo juras.
  • Lo juro, primita, lo juro.

Tomás, totalmente desnudo y con una erección de caballo, se fue a tumbar bocabajo sobre ella, pero Rosa, bocarriba, no se movía, estaba rígida por la tensión, así que el hombre la aconsejó:

  • ¡Relájate, coño, que, con esa actitud, te vamos a dar todos por culo! Pareces muerta. ¡Actívate, primita!

Y tumbándose bocarriba también sobre la cama, continuó:

  • ¡Venga, nena, trabájalo! Si quieres algo, tendrás que darme algo a cambio y ya sabes lo que quiero.

Rosa, comprendiendo lo que quería decirla, se incorporó, sentándose en la cama e, inclinándose hacia la verga erecta de Tomás, la dio un par de chupetones en la punta, como probándola, para a continuación, empezar a lamerle la polla en toda su longitud.

  • ¡Eso es, nena, que quede bien limpia, que brille como los chorros de oro!

Tumbándose bocabajo entre las piernas abiertas de su primo, se metió la verga en la boca y comenzó a mamarla.

Con una mano acariciándole el escroto y con la otra sujetándole el cipote, éste desaparecía y volvía a aparecer dentro de la boca semiabierta de la mujer, cuyos gruesos labios mojados y sonrosados acariciaban despacio pero sin pausa el miembro viril en toda su longitud.

Desde la ventana Juanito, Francis y el Planchas observaban empalmados cómo Rosa, completamente desnuda, le comía la polla a su primo. Era evidente que no era la primera vez que se comía una buena polla.

Tomás, mirando hacia la ventana desde donde le observaban, sonrió ampliamente e hizo con sus dos manos el signo de la victoria.

Desde su posición lo que realmente encendía la verga al adolescente era observarla el culo redondo y macizo y, entre sus piernas, la vulva que sobresalía como un higo maduro a punto de ser fecundado.

Antes de correrse dentro de la boca de su prima, Tomás la hizo detenerse, sujetándola la cabeza, y la dijo:

  • Todavía no, nena. Déjalo que mejor me corro dentro de tu coño.

Al escucharlo Rosa se incorporó y se puso a horcajadas sobre su primo, de rodillas con una pierna a cada lado del cuerpo de él. Cogiendo con su mano la verga erecta de Tomás, se la metió por la entrada a la vagina, empezando a cabalgar. ¡Adelante-atrás-adelante-atrás, arriba-abajo-arriba-abajo!

Situados en la ventana, contemplaban Juanito y los otros dos tipos el carnoso y respingón culo de la mujer, como subía y bajaba y cómo aparecía y desaparecía el erecto y duro cipote de Tomás dentro del empapado coño.

Reflejado en el espejo del armario pudieron observar también sus erguidas y redondas tetas que subían y bajaban lascivas en cada brinco, y su rostro, antes aterrado y ahora desfigurado por la lujuria y el deseo, sin percatarse que la espiaban en todo momento desde la ventana abierta.

Mientras la mujer, sentada a horcajadas sobre su primo, cabalgaba a un ritmo cada vez más frenético, las manos del hombre volaron de las amplias caderas de ella a los macizos y erguidos glúteos, amasándolos y apretándolos lascivos, para continuar a los bamboleantes senos, sobándolos y acariciando sus inhiestos pezones que apuntaban orgullosos al techo.

Sin dejar de observar cómo follaba y sin poder aguantarlo, a pesar de la presencia de los dos extraños, el adolescente acabó por sacarse la empinada y congestionada verga y se la jaló con fuerza y rapidez hasta que, en breves segundos, se corrió, descargando un fuerte chorro de esperma contra su vientre, pecho e incluso rostro, salpicando también la pared de la terraza bajo la ventana.

Mientras tanto las manos de Tomás volvieron a las duras nalgas de ella, donde estuvieron hasta que alcanzaron los dos casi al unísono el orgasmo, chillando ella y gruñendo él, quedándose a continuación quietos y callados ambos, disfrutando del sabroso polvo que acababan de echar.

En ese momento se escucharon vítores y encendidos aplausos de Francis y del Planchas que, desde la ventana, habían presenciado todo.

  • ¡Bravo! ¡Bravo!
  • ¡Torero! ¡Torero! ¡Torero! ¡Torero!

Al escucharlos, Tomás se puso a reír a carcajadas mientras Rosa, avergonzada, echó una breve ojeada hacia la ventana donde vio a los dos tipos, y, desmontando a su primo, sin saber dónde esconderse, se tumbó en posición fetal sobre el colchón, dando la espalda a la ventana y con el rostro encarnado de vergüenza.

Sin dejar de reírse, Tomás se levantó de la cama y, dando un fuerte azote a una de las nalgas de su prima, recogió su ropa y se encaminó a la puerta del dormitorio, por donde salió, escuchando a Rosa suplicarle a sus espaldas:

  • ¡Me lo has jurado! ¡Me lo has jurado!
  • ¡Mentí!

Fue la escueta y despectiva respuesta de Tomás, cruzándose con el Planchas que entraba en el dormitorio, llevando solo un pequeño calzón azul y unos calcetines del mismo color.

Al verlo aparecer por la puerta y acercarse a la cama, Rosa, aterrada, salió de su letargo y, saltando rápida de la cama, intentó escapar desesperada sin saber hacia dónde, pero, en su indecisión, el hombre la sujetó por detrás las caderas, arrastrándola a la cama a pesar de los desgarradores gritos y fuerte resistencia de ella.

Obligada a estar a cuatro patas sobre la cama, el Planchas la sujetó por las caderas y, colocándose entre sus piernas, restregó su verga erecta y congestionada buscando ansioso un agujero por donde entrar, y, a pesar de los movimientos desesperados de la mujer, lo encontró, metiéndola el miembro por el coño hasta el fondo.

Al sentir cómo la penetraban, Rosa emitió un agudo chillido y aun así continuó moviéndose para intentar sacárselo y huir, pero el tipo la sujetaba fuertemente, aprovechando las pausas de ella para embestirla, para darla algún arreón, hasta que la mujer, otra vez con fuerza, se volvía a mover, a resistirse. Las pausas fueron cada vez más seguidas y pronunciadas hasta que, por fin, desalentada, colocó sus antebrazos sobre el colchón y su cabeza entre ellos, permitiendo que el Planchas se la follara a placer.

Con una rodilla sobre la cama y el otro pie sobre el suelo, el hombre se impulsaba adelante y atrás, una y otra vez, follándosela. Entre embestida y embestida la mujer recibía un fuerte y sonoro azote en sus nalgas, provocando que chillara de dolor.

Desde la ventana solo Juanito y Francis observaban cómo se follaba el Planchas a Rosa, escuchando no solo los gemidos y suspiros de la mujer sino también los resoplidos del tipo, el rítmico sonido de los cojones contra el cuerpo de ella y el crujir de la cama.

Después de masturbarse una vez, la polla del adolescente estaba otra vez erecta bajo los machacones manoseos de su dueño.

Mientras tanto Tomás, sentado en el sofá del salón, escuchaba cómo se follaban a su prima y saboreaba un whisky además del muy dulce sabor de la venganza, venganza contra Rosa al haberle abochornado por no dejarle entrar en la vivienda en anteriores ocasiones.

Solo dejó el Planchas de azotarla las nalgas cuando se corrió, pero no le dio tiempo a gozar plenamente de su polvo ya que su compañero Francis irrumpió en el dormitorio para ocupar su lugar entre las piernas de la mujer.

Una exhausta Rosa fue empujada por las nalgas hasta quedar bocarriba sobre la cama. A través de sus ojos semicerrados pudo observar que ahora era el Francis el nuevo inquilino de su coño.

El tipo la cogió por los muslos y, sin encontrar resistencia, tiró de ella, colocándola el culo al borde la cama. Levantándola las piernas, se las colocó estiradas sobre su pecho, dejando al descubierto la vulva bien abierta y rebosante de esperma.

Frotó el hombre su verga erecta y congestionada entre los empapados labios vaginales de la entregada mujer, una y otra vez, arriba y abajo, deleitándose de cada instante, gozando de los preámbulos, cómo el torero preparándose para entrar a matar, hasta que se la fue metiendo poco a poco, lentamente, mirándola sonriente a la cara, observando la expresión del rostro de Rosa y cómo iba cambiando del abandono más absoluto hasta el placer y el vicio.

Una vez totalmente dentro, se la fue sacando tan lentamente como se la había metido, hasta que, casi fuera, se la volvió a meter, tan despacio como antes, y así una y otra vez, incrementando poco a poco el ritmo.

La mirada de él fue del rostro a las tetas de ella, disfrutando del lascivo vaivén que las imprimía en cada embestida.

Cuanto más aumentaba el ritmo, cuanto más fuertes y rápidas eran las arremetidas, más se agitaban desordenadas las tetas y más chillaba su dueña, disfrutando en contra de su voluntad del nuevo polvo que la estaban echando.

Desde la ventana Juanito, esta vez sin compañía, no se perdía detalle y se machacaba por tercera vez su verga, embadurnada tanto de crema como de esperma.

No se sabe quién se corrió antes, si el hombre o la mujer, pero él, una vez alcanzado el orgasmo, la desmontó, dejándola despectivo tirada bocarriba en la cama y se reunió con sus compadres.

En el salón los tres disfrutaron ahora del whisky de Dioni, como antes habían disfrutado de su mujer, riéndose y comentando las tetas, el culo y los polvos que acababan de echarla, mientras ella en la cama, sin moverse, estaba en un estado de semi somnolencia, sin saber qué hacer, dudando si los polvos eran reales o no, si todo había sido fruto de su imaginación o había sido real.

Como Tomás no escuchaba desde hacía unos minutos ningún ruido que proviniera del dormitorio, se levantó para ver qué pasaba, encontrando a su prima bocarriba sobre la cama, cubierta su entrepierna y sus muslos de semen, sin moverse y con los ojos cerrados como si dormitara.

  • ¡Venga, primita, a ducharse que hueles mucho a lefa!

Como ella aun así no se movía, se acercó el hombre al cuarto de baño, abriendo el grifo del agua fría de la ducha para, a continuación, volver al dormitorio y coger en brazos a su desmadejada prima, retomando el camino al baño y, dejándola bajo la ducha, la sacó dolorosamente de su letargo.

Chilló la mujer, intentando alejarse del agua fría que golpeaba su voluptuoso cuerpo, pero sin conseguirlo por la oposición de su primo que la retenía, sujetándola por las nalgas, hasta que, bajo el chorro, cerró el grifo.

  • ¡Lávate o te lavamos nosotros! ¡Elije!

Escuchó la amenaza de Tomás y, obediente, volvió a abrir el grifo pero esta vez mezclando agua fría con caliente, colocándose ahora sí bajo el chorro templado de la ducha.

Mientras se duchaba, Tomás fue relevado por Francis que, desde la puerta abierta del baño, no dejaba de admirar el escultural cuerpo de la mujer.

Se fijó en las erguidas, redondas y grandes tetas; en el culo macizo y respingón, sin una pizca de celulitis ni mancha; en las torneadas y fuertes piernas provocando que la sangre corriera a borbotones hacia su verga, congestionándola y levantándola.

Como llevaba puesto solo un calzón, se lo quitó al momento, metiéndose completamente desnudo en la ducha, acercándose a Rosa que, al no esperárselo, se asustó y a punto estuvo de resbalar y caerse pero el hombre la sujetó por la cintura y, una vez estable, la cogió las tetas por detrás y colocó su pene erecto sobre los duros glúteos de la mujer, besándola el cuello bajo el agua de la ducha.

Rosa se estremecía bajo las caricias de Francis y los besos en el cuello la ponían la piel de gallina. Siempre le había parecido muy apuesto y sexy, más que su primo Tomás, y disfrutar de él era un lujo del que podía gozar sin límites. Al fin y al cabo, si no se resistía era porque la estaban coaccionando y violando tres hombres. Su virtud, en su opinión, quedaba intacta y no ponía los cuernos a su marido.

Al escuchar ruidos en el baño fue el Planchas el que se acercó ahora al cuarto, observando cómo ahora Francis de pie montaba por detrás a una Rosa inclinada hacia delante bajo el cálido chorro del agua.

Sujetándola por las caderas Francis se balanceaba adelante y atrás, follándose otra vez a una Rosa que, sin oponer ninguna resistencia, se dejaba e incluso lo facilitaba.

  • ¡Ven, tío, ven!

Llamó el Planchas y Tomás llegó al instante, observando cómo volvían a montar a su prima.

  • ¡Este tío es la ostia! ¡No para, es una máquina!

Elogió el Planchas a su compañero y, junto con Tomás, comenzaron a carcajearse, sin inmutar en ningún momento al folleteo del Francis que, rítmicamente, se la iba follando tranquilamente.

También se incorporó al grupo de mirones, el hijo de Rosa que, al escuchar que se estaban follando nuevamente a su madre, se acercó a la carrera. Quería verlo todo, gozarlo todo sin que su madre se enterara.

Los dos hombres les dejaron a solas, a los dos adultos copulando y al adolescente machacándosela, y volvieron al salón para apurar otro vaso de whisky.

Cuando Francis logró al fin correrse, salió en pelotas del baño, secándose con una toalla, y sonrió a un Juanito que, junto a la puerta, se limpiaba la leche derramada de su pene.

Entró el hombre al salón y sonrió ampliamente a sus dos compañeros, lo que despertó los celos en Tomás, unos celos largamente larvados.

Recordó éste que fue Francis el que, hacia casi veinte años, morreó con Rosa mientras la metía mano, provocando celos en un Tomás que la consideraba de su propiedad.

Un fuerte ataque de celos le hizo provocar que toda la pandilla violara a su prima y, en aquellos días, novia. También recordó que esa misma mañana, hacia no muchos minutos, mientras con el Planchas opuso resistencia para que no se la follara, con Francis no opuso ninguna, como si deseara que la poseyera.

Volviendo Tomás al baño, encontró a su prima, desnuda y secándose también con una toalla, pero esta despectiva ni le dirigió una mirada, cabreándole. El hombre, observando lo empapado de agua que estaba el suelo del cuarto, quiso demostrarla quien era el que mandaba y la ordenó furioso:

  • ¡Limpia todo esto, pero límpialo ahora!

Asustada Rosa fue a coger una fregona que estaba en el cuarto pero Tomás la agarró del antebrazo, atrayéndola hacia él, y la ordenó nuevamente, gritando:

  • ¡No, con la toalla, límpialo con la toalla!

Ante la indecisión de ella, la dijo a voces:

  • ¿A qué esperas? ¡De rodillas, seca el suelo de rodillas!

Obediente, se puso de rodillas y empezó a secar el suelo con la toalla, recibiendo fuertes y sonoros azotes en las nalgas propinados por las manos abiertas de su primo.

Ante los gritos de Tomás, se acercó el Planchas al cuarto de baño, observando a Rosa completamente desnuda, limpiando con la toalla el suelo a cuatro patas.

Desde atrás podían observar los dos hombres y el niño cómo el culo de Rosa, sin nada que lo cubriera, se bamboleaba lascivo mientras secaba con energía el suelo. Entre las dos nalgas, se mostraba lujurioso tanto el coño recién follado como el blanco agujero supuestamente inmaculado del ano.

Sabiendo la mujer que los dos tipos la observaban lujuriosos, que ese era el objetivo de su primo, observarla el culo y el coño además de humillarla, les siguió el juego, haciendo lo posible por excitarlos todavía más, ya que, cuando más cachondos estuvieran, pensó que menos dolor la infringirían y se marcharían antes satisfechos.

Así que abriéndose de piernas, poniendo el culo en pompa y restregándose bocabajo sobre el suelo empapado fue, mediante movimientos sinuosos y lúbricos, poniendo cada vez más verracos a los dos machos cuyos ojos se salían casi de las órbitas siguiendo empalmados tan voluptuosos encantos.

Sin poder aguantar más, el Planchas se lanzó hacia ella, cogiéndola por las húmedas y brillantes caderas, se metió entre sus piernas y la penetró por el coño de un golpe todo su duro y erecto cipote.

Rosa, que se lo esperaba, se dejó montar, no ya sin ofrecer resistencia sino que facilitó la penetración, bamboleándose y chillando aparatosamente como si fuera el mejor polvo de su vida, provocando un aún mayor placer en el Planchas y unos celos todavía más enfermizos en su primo.

  • ¡Zorra, puta, perra, calentorra, ….aaaaaghhhhh!

Chilló entusiasmado el Planchas mientras se la follaba frenético, alcanzando casi al momento el orgasmo, como el hijo de Rosa en su incansable machaqueo.

Permaneció ahora sí el tipo con su polla dentro del coño de Rosa durante casi un minuto hasta que descargó la lefa que todavía tenía.

Tomás, mientras tanto, había ido al dormitorio de Rosa y había cogido del armario un cinturón de cuero del marido de ésta.

Cuando el Planchas se levantó, se acercó Tomás y, tras propinarla un fuerte azote en una nalga con una mano abierta, la rodeó con el cinturón el cuello, increpándola:

  • ¡Perra! ¡Te han follado por detrás como lo que eres! ¡Una perra en celo!

Tirando del cinturón la obligó a salir, completamente desnuda y a cuatro patas, del cuarto de baño, dirigiéndose hacia el salón.

Juanito, previsor, se había escondido en el dormitorio para que su madre no le viera, consiguiéndolo.

Detrás de los dos caminaba el Planchas observando lascivo el culo colorado de Rosa y deseaba montarla allí mismo, esta vez por el culo, pero necesitaba reponerse de tanto polvo seguido.

En el salón les esperaba Francis, sentado tranquilamente en el sofá, bebiéndose un vaso de whisky.

Al pasar frente a él una Rosa completamente desnuda, gateando despacio a cuatro patas, se inclinó hacia delante y la tocó el culo, sobándoselo, al tiempo que preguntaba irónico a Tomás:

  • ¿Paseando a la perra?
  • Está en celo y hay que desfogarla.
  • ¿Más aún?
  • Cuanto más la das, más quiere.
  • ¡Será puta la perra!

Se sentó el primo de Rosa en una butaca y, tirando del cinturón, atrajo a la mujer, colocándola entre sus piernas.

  • ¡Cómemela, perra!

La ordenó.

Sin atreverse a contrariar ni a él ni a sus camaradas, se puso de rodillas entre las piernas de él y, bajándole el calzón, descubrió el miembro, grande y erecto. Se lo metió en la boca y comenzó nuevamente a mamárselo, acariciando lentamente la verga con sus labios y los cojones con sus manos.

Sentados los tres compadres con calzones como únicas prendas, uno en el sofá y los otros dos en un sillón, bebían sus whiskies mientras contemplaban como la mujer le comía la polla a su primo.

  • ¿Cuántas pollas se habrá comido esta perra?

Preguntó el Planchas.

  • Más bien, ¿cuántas no se habrá comido?

Respondió Francis y el Planchas repitió su pregunta, dirigiéndose a Rosa

  • ¡Eh, perra! ¿Cuantas te has comido?

Como ella no respondía, sino que continuaba inmutable mamándole la polla a su primo.

  • ¡Eh, tío! ¿No ves que tiene la boca ocupada y ahora no puede atenderte?

Fue el Francis el que replicó a su compadre, carcajeándose los dos mientras Tomás continuaba concentrado gozando de la mamada que le estaba haciendo su prima.

  • Esta es como la de la peli “Garganta profunda” que tiene el clítoris en la garganta y se corre comiendo pollas.
  • Pues tendrá dos clítoris porque el que tiene entre las piernas bien que se lo hemos magreado.

Mientras los dos tipos se reían con sus comentarios, Rosa continuaba comiéndole la polla a su primo y Juanito, situado detrás de su madre, no dejaba de mirarla, especialmente su culo que le atraía poderosamente.

Antes de correrse, Tomás la detuvo y la dio una nueva orden:

  • ¡Ahora con las tetas, perra, hazme una buena cubana!

Sacándose la polla de la boca se la colocó entre las dos tetas y, juntándolas con las manos, aprisionó el miembro de Tomás. Con la fuerza de sus muslos y de sus caderas comenzó Rosa a balancearse arriba y abajo, acariciando el miembro con sus ubres, pero, al no satisfacer lo suficiente a su primo, éste la hizo levantarse del suelo, obligándola a girarse y sentarse sobre su regazo, dándole la espalda y penetrándola con su verga por el coño.

Sin atreverse a levantar la mirada del suelo una Rosa avergonzada no osaba mirar al Planchas y a Francis, que los tenía frente a ella, sintiendo además como las manos de Tomás la cogían las tetas, sobándoselas.

Fue Tomás el que, sin soltar las tetas y con su polla dentro de su prima, ahora tomó la palabra, dirigiéndose a Francis.

  • Recuerdas aquella noche en la que pillé a esta perra morreando contigo en casa del Floro.
  • ¡Como no, me la estaba comiendo los morros!
  • Pues dice esta perra que era solo un beso, ¡un simple beso!
  • ¡Un simple beso!

Repitió Francis carcajeándose y los otros dos tipos le imitaron, mientras Rosa se encogía sentada, sin decir nada, deseando desaparecer.

  • Y añade que eso de que la estabas metiendo mano es toda una mentira.

Continuó comentando Tomás entre risas y Francis respondió.

  • ¿Una mentira? ¡Bien que se dejaba meter mano la muy puta!
  • Si no os separo te la follas allí mismo.
  • ¡Tú lo has dicho, tío! ¡Me la follo por todos sus agujeros!
  • Pero bien que lo hicimos toda la pandilla. La dimos unos buenos revolcones.
  • Todos la teníamos ganas y nos quedamos todos pero que muy satisfechos.

Los tres redoblaron sus carcajadas durante casi un minuto hasta que el primo de Rosa le dijo a Francis:

  • ¡Venga, tío, enséñanos como es un simple beso!

Y obligó a la mujer a incorporarse, ordenándola:

  • ¡Venga, perra, siéntate con el Francis que va a hacernos una … simple demostración!

Como Rosa, avergonzada, dudaba que hacer y no se movía, solo se cubría ridículamente las tetas y la entrepierna con sus manos, su primo la empujó por los glúteos hacia el sofá y Francis la cogió de los antebrazos, separándola los brazos del cuerpo, y la obligó a sentarse sobre sus muslos.

Abrazándola el hombre pegó sus labios a los de ella, separándoselos y metiéndola la lengua dentro, hasta la campanilla.

Mientras la morreaba una de sus manos fue a una de las tetas de ella, sobándoselas.

No tardó mucho en bajar esa mano a la entrepierna de Rosa, logrando meterse entre los labios vaginales, sobándolos, y provocando que ella emitiera un chillido de morbo y placer.

  • ¡Joder con el simple beso! ¡Será mentirosa la perra!
  • ¡Una puta perra calentorra y chupapollas!

Comentaban los amigos entre risotadas sin dejar de observar empalmados cómo Francis magreaba y metía mano a placer a Rosa.

Sobándola insistentemente la vulva al tiempo que la morreaba, la mujer se fue poniendo cada vez más cachonda, gimiendo y chillando sin reparo, y ya sin ningún pudor, le agarró con una mano el cipote congestionado y empinado que sobresalía de la parte superior del calzón, jalándose un par de veces.

Como no la satisfacía lo suficiente, cachonda perdida como estaba, se colocó a horcajas sobre el hombre y, cogiéndole en cipote, se lo metió por la entrada a la vagina y comenzó a cabalgarlo con fuerza y velocidad.

Las manos del hombre la cogieron las nalgas, apretándolas, mientras la lamía las tetas empitonadas.

Los dos hombres, así como el adolescente, observaban empalmados desde atrás el salvaje acoplamiento que no tardó en finalizar al correrse por tercera vez Francis y, sujetándola los glúteos, la obligó a detenerse, al tiempo que la gritaba:

  • ¡Para … para, ostias, para!

Aunque la mujer no se corrió en esta ocasión, quedándose con las ganas, se abrazó al cuello de él, temiendo quizá lo que podría volver a continuación.

  • ¡Vaya con la perra! ¡Si aquel día no la paro, arranca los huevos al Francis de tanto follar!

Exclamó Tomás, preguntando a continuación al Planchas:

  • ¿También contigo folló así en el coche aquella noche en el pantano?
  • No la dio tiempo vinieron el Rufo y su banda y nos jodieron el polvo del siglo.
  • La pillaron en pelotas follando contigo. ¿No la remataste en otro sitio?
  • No, ¡ostías!, ya me había corrido y, con el miedo que tenía la perra, la tuve que dejar en el pueblo, aunque eso sí, me quedé con sus bragas y su sostén como trofeos.
  • ¿Cómo te la llevaste al pantano?
  • Tomando unas copas, a eso de las cuatro de la madrugada, me la encontré en el garito del Lucas. Estaba discutiendo con un negrata que debía ser su novio, y me ofrecí a llevarla a su casa. Al principio no quería pero tanto insistí que aceptó para no quedarse en evidencia ante los colegas. Evidentemente no fui directamente a su casa sino que me desvíe al pantano y, aunque ella al principio, se hizo la estrecha, saqué el pistolón que tenía en la guantera.
  • ¿Pistolón?
  • Sí, ¡ostias, uno de pega que conseguí en una rifa, pero la perra, nada más verlo, se hizo mantequilla y allí mismo, dentro del coche, la quité toda la ropa y me la trinqué. Lástima que llegó el aguafiestas del Rufo y me jodió la fiesta que solo acababa de comenzar.
  • ¡Remátala ahora, tío, como si el Rufo no os hubiera pillado! ¡Aquí mismo, como si el sofá fuera los asientos abatidos de tu coche!

Levantándose de su asiento, el Planchas se acercó al sofá, al tiempo que Francis se separaba de Rosa, incorporándose ambos.

Tumbándose bocarriba sobre el sofá, el Planchas obligó a la mujer a colocarse a horcajadas sobre él, una pierna a cada lado del hombre, como había hecho hace muchos años en el coche cerca del pantano.

Metiéndose el cipote del tipo dentro de su coño, comenzó Rosa a cabalgarle. ¡Arriba, abajo, arriba, abajo! ¡Adelante, atrás, adelante, atrás!

  • ¡Será la puta! ¡Se follaría un ejército y todavía necesitaría más!

Exclamó Tomás sin dejar de observar como su prima follaba nuevamente mientras el Planchas la sujetaba por las nalgas, una mano en cada nalga.

Más que una puta era ya como un robot, había puesto el automático y no paraba de follar.

Aumentando el ritmo, quería la mujer ahora sí alcanzar el orgasmo, ya que antes no la había dado tiempo y la dolía el coño, cuando excitada, no la dejaban correrse.

Con el Planchas no debía tener ningún problema en correrse ya que el hombre llevaba dos polvos consumados en poco tiempo y necesitaba tiempo para alcanzar un tercero.

Levantándose del sillón, observó Tomás primero cómo botaban las erguidas y grandes tetas de Rosa en cada brinco, y luego su culo, macizo y respingón, cómo se contraía y extendía en cada bote.

  • ¡Hummm, ese culo todavía no lo he desvirgado!

Pensó el hombre mirándole hambriento las prietas nalgas y como se movían lascivas.

Descubriendo su verga, se colocó de rodillas detrás de su prima, y, obligándola a inclinarse hacia delante, la penetró poco a poco por el ano, que de tanto polvo estaba también dilatado.

Aunque el deseo de correrse cegaba a la mujer, se alarmó al conocer las intenciones de su primo, ¡el de darla por culo!, pero, al no sentir ningún dolor al ser penetrada por detrás sino más bien placer, se dejó hacer no solo sin oponer resistencia sino incluso facilitándolo con sus vaivenes.

Balanceándose adelante y atrás, impulsado por sus caderas y por sus muslos, comenzó Tomás a darla por culo, por el único agujero que hasta entonces todavía no lo había catado, mientras la sujetaba por detrás por las tetas.

Francis, aunque hacia escasos instantes se había corrido por tercera vez, se incorporó al grupo y, acercando su verga, sujetó la cabeza a la mujer y la metió el miembro por la boca para que se lo comiera.

Con tanto balanceo, no era posible que le mamara bien la polla, así que se lo sacó de la boca y, con la mano, empezó Rosa a manosearlo insistentemente para que se corriera.

Desde ventana del salón que daba a la terraza estaba Juanito observando todo, cómo su madre era penetrada a la vez por tres agujeros distintos: coño, ano y boca.

El ruido que hacía el joven al masturbarse por sexta vez era ahogado por los provocados por los cuatro adultos al follar.

El tam-tam acostumbrado que provocaban los cojones al chocar con el perineo y con el culo de la mujer al follar, sofocaban los producidos por la mano del adolescente jalándose con fuerza su verga.

Fue Rosa la primera que alcanzó el orgasmo, tan necesitada estaba de desfogar su dolorosa tensión uterina, y Tomás lo logró pocos segundos después, deteniendo ambos sus movimientos, pero ni el Planchas ni Francis se corrieron otra vez.

Necesitaban más tiempo y, aunque el Planchas se empeñó en continuar follando para salvaguardar su hombría y correrse, la maldita verga no le respondió y flácida tuvo que sacarla del coño de Rosa.

También Francis se separó del sofá al tener la polla dolorida e incluso con heridas de tanto follar.

Una vez la hubieron desmontado y abandonado el sofá, Rosa, agotada, se dejó caer bocabajo en el sofá, escondiendo su rostro entre los aplastados cojines, donde permaneció sin moverse.

Los tres hombres fueron a por sus ropas y se vistieron, comentando y haciendo chistes soeces sobre la mujer, mientras el adolescente no dejaba de observarla el culo.

  • ¡Esta no se levanta en toda la semana!
  • ¡Ni a ti se te levanta en toda la semana, cabrón!
  • ¿Que no se me levanta? Déjame a tu hermana y ya verás cómo se me levanta.
  • Déjame tú a tu ex y ya verás como la hago un hijo.
  • Con la puta de mi ex puedes hacer lo que quieras, que la puta ya me la pegó en el pasado.
  • ¡A la Rosi sí que la teníamos que tener todo un fin de semana para nosotros, y no un rato como ahora!
  • ¿Un rato? ¡Ostias, pero si llevamos horas follándola!
  • ¡No me contradigas, ostias, que nos la tenemos que llevar al pueblo una semana entera y allí turnarnos toda la pandilla para follárnosla!
  • ¡Pues iba a tener el culo, el coño y la boca del tamaño del túnel del metro!

Iban ya a marcharse divertidos y satisfechos cuando Tomás recordó que todo había sido posible gracias al hijo de Rosa y éste merecía un premio mayor, así que, acercándose al sofá donde su prima todavía yacía bocabajo, avisó mediante gestos a Juanito para que se acercara.

Éste, temeroso al principio de que su madre le descubriera, se acercó cauteloso.

Ante la mirada, entre morbosa y divertida, de los tres hombres, el adolescente puso sus manos sobre las nalgas de Rosa y, como ésta no reaccionaba, empezó a sobárselos, con movimientos circulares sin que ella se moviera en ningún momento. ¡Eran suaves y calientes al tacto y Juanito deseó correrse sobre ellas, pero quizá podía conseguir algo mucho mejor!

Separándola los glúteos, la vio el agujero dilatado del culo del que salía semen, el semen de Tomás.

Envalentonado la separó las piernas y, bajándose pantalón y calzoncillo, se colocó de rodillas sobre el sofá, entre las piernas abiertas de ella. Al tiempo que se inclinaba hacia delante, cogió su verga y la dirigió al ano de su madre, penetrándoselo hasta que todo su rabo desapareció dentro, escuchando simplemente un suspiró de su progenitora.

Tumbándose bocabajo sobre su madre, comenzó, mediante suaves movimientos de sus glúteos a follársela, muy lentamente al principio como si la pidiera permiso para culearla, incrementando poco a poco el ritmo.

Resoplando sobre la nuca de su madre, el adolescente se la iba follando ante la pasividad de ésta, que, algo extraño notaba en la verga que la estaba dando por culo, así como el peso y el tamaño del que lo hacía, pero no se atrevía a darse la vuelta y prefería permanecer en la ignorancia, deseando solo que se fueran los tres hombres cuanto antes, antes de que apareciera su hijo y su marido por la puerta.

De pronto se escuchó que alguien giraba la llave en la cerradura de la puerta de la calle y la puerta se abría, dando paso a un hombre, ¡Dioni, el marido de Rosa!, que, al observar tres desconocidos dentro de la vivienda que le miraban sorprendidos, pensó que se había equivocado y dijo un “¡Perdón!”, cerrando la puerta y permaneciendo confuso en el descansillo del edificio.

Al escuchar la puerta y la voz de Dioni, Rosa se levantó al momento, como impulsada por un potente resorte, haciendo que cayera al suelo su hijo, y, sin mirar hacia atrás, saltó del sofá y corrió completamente desnuda por el pasillo hacia el cuarto de baño, donde cerró la puerta a sus espaldas con cerrojo.

Juanito, una vez en el suelo, reaccionó con rapidez y, con los pantalones por las rodillas, echó a correr hacia la terraza, donde se escondió, esperando que todos se fueran para también él desaparecer.

En el descansillo del edificio, Dioni comprobó varias veces que el piso y el número de la vivienda donde había entrado correspondían efectivamente a su casa, así que, extrañado, volvió a abrir la puerta y se encontró de frente con los tres hombres que le miraron amenazadores.

  • ¡Per … perdonen pero …! ¿ustedes quiénes son?
  • ¿Y tú quién eres?
  • Yo … yo soy el dueño de la casa.
  • ¡Fontaneros! Somos los fontaneros y la hemos desatascado todas las tuberías.
  • ¡Ah! ¡No sabía que estaban atascadas!
  • Las hemos dilatado y se la hemos metido hasta el fondo. Ahora ya puede meterlas todo lo que se quiera y corren los fluidos sin problemas.
  • ¡Ah, bien! ¡Mu … muchas gracias!
  • ¡De … de nada! ¡Ha sido un pla … placer!

Se mofó Tomás de que el marido de Rosa no arrancaba por la sorpresa y al sentirse intimidado por los tres tipos.

  • ¿Le … les ha pagado mi mujer?
  • ¡Por supuesto! ¡Ya la hemos cobrado!
  • De todas formas, permítanme que les dé una pequeña propina por el trabajo.

Y Dioni se sacó la tarjeta para darles un billete pequeño pero Tomás, alargando el brazo le cogió todos los que llevaba, casi cien euros, sin que el marido de Rosa, sorprendido, se lo impidiera. Solo se atrevió a decir en voz baja:

  • ¡Ah, bien!
  • ¡Ha sido un auténtico placer!

Repuso Tomás, sonriéndole abiertamente, y, guardándose el dinero en el bolsillo de su pantalón, le comentó.

  • ¡No dude en avisarnos si quiere que la volvamos a desatascar las tuberías! ¡Lo haríamos con placer y su mujer se quedará completamente satisfecha! ¡Ella ya tiene nuestro teléfono y en cuanto nos avise, venimos en el acto!
  • ¡Ah, bien! ¡Mu … muchas gracias!

Los tres hombres se encaminaron hacia la puerta, empujando a Dioni sin que éste se quejara.

Fue Tomás el que cerró la puerta a sus espaldas, diciéndole finalmente:

  • ¡Lo dicho! ¡Un auténtico placer!

Mientras los tres tipos bajaban en ascensor no paraban de reírse y comentaban entre ellos.

  • ¡Será gilipollas el cornudo!
  • ¡Un cobarde y un consentidor es lo que es!

Mirando fijamente la puerta cerrada, Dioni, aunque aliviado de que se hubieran marchado, se quedó con una sensación extraña, como si le ocultaran algo, como si le hubieran engañado, como si reconociera al tipo que le había hablado y no le daba muy buenas sensaciones, pero enseguida recordó el motivo por el que había vuelto antes a su casa, y no era otra cosa que su trabajo, que tenía que recoger unos papeles para volver al trabajo, y eso hizo, recogerlos tan rápidamente como pudo, y se marchó, dedicando un escueto “¡Que me vuelvo al trabajo, Rosa!” a su mujer.

Evidentemente por la noche cuando volvió no recordaba nada de los extraños fontaneros y no preguntó a su mujer.

Tanto Rosa como su hijo no comentaron nada y actuaron como si no hubiera sucedido nada anormal, pensando la mujer que ni su marido ni su hijo sabían nada, prefiriendo ella mantenerlos en la más absoluta de las ignorancias.