Tres años ya..

Tras arios años de ciber-relación, al fin se produce el encuentro ¿o no?

Tres años ya de palabras sin sonidos, de guiños imaginados, de insinuaciones cargadas de silencios, de imaginarte entre mis brazos, y al fin te tengo frente a mí. Al fin tus ojillos chispeantes se reflejan en los míos, mientras mis manos oprimen las tuyas, y nuestros alientos se saludan. Por fin nos escuchamos, por fin nos tenemos cara a cara, por fin aspiro tu perfume y el terciopelo de tu piel se desliza entre mis dedos. Pero aún no alcanzamos nuestra meta. Aun somos dos viejos amigos que ríen contentos por su encuentro pero se comportan con la corrección esperable en personas educadas que se relacionan socialmente.

Apenas una mirada algo más intensa hace que afirmes, tenue pero inequívocamente, con tu sonrisa, y nuestros pasos se dirijan, cautos pero firmes hacia una cámara que, de algún modo, hoy podrá llamarse, con toda justicia, nupcial. No me resisto, y ya en el largo pasillo, completamente solos, te giro y beso larga, profundamente, nuestro primer beso, como si concentrara en un solo instante toda la excitación de tres años de pantallas. Te ciño fuertemente y aceleramos el paso, la llave se resiste, pero al fin cede y entramos como una tromba. Apenas la puerta se ha cerrado cuando se desata una tempestad de b esos y gemidos que nos brindamos mutuamente. Las ropas son casi arrancadas, tal es la urgencia de nuestro deseo reprimido tanto tiempo, que por fin nos desborda y nos desploma juntos y desnudos sobre el lecho, donde nos devoramos al unísono y nos unimos de forma salvaje, sin preliminares, sin preparación, sólo queremos ser uno al fin. Entro en ti como una ardiente barra de carne palpitante, y nos disolvemos en una pasión que nos inflama y nos conduce a un gigantesco y casi inesperado por lo repentino, estallido de placer y conquista, que agazapado lleva toda una era creciendo entre nuestros deseos.

No sé cuánto hemos dormido, ni si lo hemos hecho siquiera. El tiempo se licúa entre tus brazos, pero de repente siento que me estoy hundiendo de nuevo en tus ojos. Te beso los labios, me acaricias la cara, y, cuanto antes fue urgencia, ahora es calma, cuanto antes fue pasión, ahora es ternura, y en vez de devorarnos con ansia, nos acariciamos con deleite. En lugar de fundirnos violentamente en un crisol volcánico, nos disolvemos lentamente en un mar de cariño, y en vez de atravesarte clavándote en las sábanas, ahora eres tú quien me envuelve amorosamente, y siento tu tibieza abrazarme hasta de nuevo hacernos uno siendo dos, y de nuevo me disuelvo en tu interior, pero ahora dulce, tierna, amorosa, naturalmente.

Nuevamente el sopor, nuevamente la sorpresa de despertar reflejado en tus pupilas, que ahora resplandecen de alegría más que nunca. Saciados de placer, ahítos de unión, corremos a la ducha, cuya fresca lluvia termina de despejarnos, haciendo más gratos los besos y caricias a que nos entregamos incesantemente.

Es la hora de salir a la calle, de descubrir contigo tu ciudad, de una grata cena, de charla ingeniosa, de risas sin límites, de copas íntimas, de bailes sensuales… y de nuevo los instintos que nos empujan abrazarnos, dispuestos a multiplicar, a acrecentar la entrega tanto tiempo anhelada, y ahora apenas entrevista y disfrutada.

Y lo que fue impulso y se transformó en ternura, ahora se hace fantasía, se convierte en morbo, sano, pero morbo. Inicias un lento y sensual striptease que acelera mis pulsaciones. Te acercas y te alejas incesantemente, provocando en mi interior oleadas de excitación y frustración alternativamente, que no hacen sino alimentarse mutuamente.

Juego limpio, y sin necesidad de ataduras física, obedezco tu exigencia de pasividad mientras lentamente acabas de mostrarte en todo tu glorioso esplendor, hasta que al fin, pura y natural te sientas sobre mis muslos y me obsequias con un largo, profundo y eterno beso que provoca el que mis manos desobedezcan tus órdenes , te abracen y te opriman como si quisieran fundir tu torso con el mío. Te vuelvo, te tumbo sobre la cama. Me desnudo a toda prisa y comienzo a recorrerte con mis manos y mi boca hasta no dejar ni un milímetro de tu piel sin ser venerado. Pero repito tu juego, y siempre que me acerco a alguno de tus puntos más sensibles, acto seguido me retiro rápidamente, dejándote anhelante y estremecida. Pero es tanta la excitación, tanto el deseo, tanta el ansia por fundirnos de nuevo, que al fin volvemos a hacerlo, llevando a nuestra fusión el mismo impulso de juego y fantasía que en los últimos minutos nos gobierna. No nos conformamos ya con simples empujones, con elementales bombeos. Por el contrario, son los giros, los pulsos, los infinitos juegos a que la unión de la carne da lugar, los que alcanzan el máximo protagonismo, los que dominan nuestro acto, arrojándonos a una vorágine de placer que nos subyuga y nos encamina a un negro agujero en el que perdemos la consciencia y la individualidad para fundirnos más allá de nuestras pieles en un solo sentimiento, que aparentemente nos anula, pero en realidad nos sublima, y nos conduce tan dulcemente como la propia muerte a un profundo sueño compartido.

No sé qué hora puede ser, la oscuridad y el silencio son totales, pero algo me ha hecho despertar. Un impreciso cosquilleo, un leve y húmero roce con algo de felino, que siento allá por donde más placer puedo recibir me ha traído desde el reino de las sombras. Dirijo allí mi mano y tropiezo con tu pelo, mientras tus manos comienzan a revolotear por mis muslos y costados. Poco a poco vuelvo a la conciencia y al fin entiendo. Es tu lengua, tu deliciosa lengua la que recorre mi entrepierna y sus accidentes, es el calor y la humedad de tu boca lo que siento alrededor de mi más preciada proyección, que vuelve a endurecerse como el granito de un cruceiro. Me dejo llevar por las oleadas de placer que me regalas, pero al tiempo que acaricio tu suave espalda, voy atrayéndote hacia mí, de manera que la poco tiempo, y sin que pierdas tu postura, puede mi boca enfrentarse a tu mórbido desfiladero del placer, que comienzo a honrar a mi vez del mismo modo que tú haces. Dedicamos así nuestros esfuerzos a la aritmética más placentera y desarrollamos las posibilidades del místico sesenta y nueve, que en nosotros cobra todo su sentido de cifra cabalística del deleite. Siempre en silencio, como corresponde a la noche, proseguimos en nuestros esfuerzos hasta que nuestras bocas se ven inundados por nuestros efluvios respectivos, de manera que nos bebemos y degustamos mutuamente. Entonces, con firmeza pero al tiempo con suavidad, te agarro del pelo y acerco tu cara a la mía, hasta fundirnos en un nuevo beso, más íntimo que nunca, en el que nos compartimos hasta el extremo, y así de nuevo, con toda dulzura y en un silencio absoluto volvemos a sumergirnos en el mundo de los sueños, del que quizá no hemos salido nunca

La luz de la alborada comienza tímidamente a extenderse por la habitación y sin saber cómo vuelvo a despertar. Miro el reloj, es temprano, todavía queda bastante tiempo hasta la hora del compromiso laboral. Y tú no tienes ninguna prisa. Te contemplo arrobado mientras duermes, desnuda y boca abajo, como ofreciéndome tu sinuosa y atractiva orografía de suaves valles y colinas. No quiero despertarte, pero tampoco soy capaz de resistir la tentación de acariciarte, y así lo hago muy suavemente. Mis dedos se deslizan ligeros como plumas por tus costados, arrancándote algún dulce gemido insuficiente sin embargo para sacarte de tu ensueño. Prosigo las exploraciones, recorro la suave curvatura de tus nalgas y tu espalda, y cada vez te agitas más, sin que pudiera asegurar que sigues dormida, has despertado definitivamente, o te resistes a hacerlo, feliz y arropada en la cálida duermevela. Creo más bien en esto último, pues al tiempo que tu respiración se agita, te mueves, al principio casi imperceptiblemente, pero después con más claridad, hasta que tu firme y hermosa grupa comienza a levantarse, y tus manos, ya claramente conscientes, agarran tus redondos glúteos y los separan ligeramente, como invitándome a entrar por alguna de tus puertas placenteras.

Es mi lengua la primera que responde y visita ambas, dejando tras de sí un rastro de saliva y goce inefable, que se refleja en tu sonrisa, aún con los ojos siempre cerrados, y cuando a ella se une el copioso manantial de tus entrañas, veo que es el momento, y decido también visitarlas, acelerando movimientos, aferrándome a tus caderas, mientras tus gemidos ya se están transformando en gritos que preludian un estallido salvaje, mientras tus ojos han abandonado por fin la calidez de la penumbra y se abren como platos anunciando la cumbre de la dicha que no tarda en producirse para ambos, tras lo que volvemos a rodar por el lecho desmadejados. Pero la magia de la hora y la noche compartida hace que, en lugar de sumirnos en nuevas navegaciones oníricas, resultemos más despiertos que nunca, lo que expresamos con una franca y poderosa risa, que compartimos en nuestros besos continuos e incansables.

Apenas unos minutos para tomar resuello, y con una palmada en tus firmes ancas te conmino "a la ducha", orden que obedeces con jolgorio. Pasan unos segundos de risas y escalofríos hasta que ajustamos la temperatura del agua, y allí, bajo la fina lluvia volvemos a expresarnos nuestro deseo. De forma casi acrobática consigo de nuevo entrar en tí, de pie, sujetándonos como podemos, hasta que comprobamos que corremos riesgos señalados de abrirnos la cabeza, y entre risas y besos, preferimos honrarnos con manos y boca, hasta que , esta vez por turnos, aunque no muy separados, de nuevo rozamos el cielo con los dedos.

Es hora de volver, aunque no sea por mucho tiempo, al mundo que otros llaman real. Nos despedimos con un beso aún más dulce que los millones que ya llevamos compartiendo, y nos encaminamos a nuestros quehaceres. Tú a casa, a arreglarla y arreglarte para la tarde, yo a mis compromisos docente-comerciales, no sin antes acordar los mensajes y contraseñas que nos enviaremos si procede.

Todo ha salido como se esperaba y a la hora convenida recibo tu escueto sms "lista, ¿ok?". Pretexto la necesidad de un descanso par la tarde, excusándome así de la comida ofrecida, y respondo igualmente "ok" tras lo que me dirijo raudo hacia el escenario de nuestras batallas amorosas, donde me debes estar esperando. Entro quedamente, sin hacer ruido lo que me permite sorprenderte sin aviso. Estás desnuda en la cama. Con una mano sujetas un libro, una exótica visita a "los ríos del Paraíso" según su autor, tan cercano, mientras con la otra te masturbas calladamente. Tuis mejillas arreboladas indican claramente que la lectura del libro te ha llevado a la otra acción. Entro muy silenciosamente de manera que no te distraiga, que ni siquiera te percates de mi presencia, y quedo detrás de ti, disfrutando el maravilloso espectáculo del placer que las palabras sugieren a tu mano, y ésta te proporciona obediente. Es maravilloso verte gozar, absorta, olvidada de todo y de todos, hasta de mí. Con mucho cuidado, me desnudo sin hacer ruido, y estás tan concentrada que lo consigo, o creo conseguirlo. Cuando te agitas con más fuerza, como si tu placer ya fuera invadirte por completo, me acerco por detrás y rozo tus pezones con mi mano y brazo. So bruja, sabías perfectamente que estaba ahí, como demuestra tu pícara sonrisa, pero no has querido detenerte, cosa que ahora, y siempre, te agradezco.

Quieres volverte y abrazarme, pero no te dejo, y acompaño con mi mano a la tuya, hasta que siento la explosión de tu placer, de la caldera volcánica de tu vientre que por fin explota dejándote en absolutamente deshecha y desmadejada sobre las sábanas, y permitiéndome admirar la expresión de completa felicidad que adorna tu rostro en el arrebol de tus labios y mejillas. Te recuperas con facilidad y vienes hacia mí, dispuesta a repetir tus exploraciones nocturnas, pero ahora con luz. Así lo haces y pronto tus labios me envuelven, con esa deliciosa combinación de firmeza y suavidad que tan bien sabes realizar. Pero al mismo tiempo tus ojillos rasgados me miran, pícaros, chispeantes, y acompañas tus besos y succiones con las exploraciones de tus bien arregladas uñas por la zona circundante, arrancándome gemidos que podrán interpretarse de agonía, si no fueran de tanto placer que no sé si podré resistir. Incluso unos de tus dedos pecadores se aventura brevemente en el lugar que erróneamente solemos considerar de acceso prohibido, haciendo que me arquee de puro gozo. Sin dejar de mirarme retadora, desafiante, siento ahora cómo los gemelos planetas de tus pechos rodean mi otro yo, y me frotan, como en una evocación de tu delicioso interior. Cuando asomo por entre ellos, un rápido lengüetazo pone el punto travieso y picante, haciéndome de nuevo levitar, hasta que al fin decides subirte sobre mí y rápida y decididamente empalarte en mi agresiva asta, donde comienzas una frenética danza, al tiempo que mis manos te ciñen, oprimen tus pechos, palmean tus caderas, mis labios saborean tus pezones, nuestras bocas se juntan y separan, en un juego que sólo acabará cuando, una vez más, terminemos rendidos, derrotados y triunfantes, sin saber muy bien dónde empieza cada uno y acaba el otro.

Previsoramente te hiciste con algunas vituallas, lo que nos permite aún algunos escarceos en los que jugamos a devorarnos. Pero al fin se impone la lógica y nos quedamos dormidos en una dulce siesta compartida en la que nuestros sueños juegan a entrelazarse.

Afortunadamente había ajustado el despertador del móvil y con tiempo suficiente nos reponemos para marchar a la segunda parte del motivo oficial de este viaje, que se desarrolla como era de esperar, con la grata compañía de amigos y conocidos, a los que nos unimos en un rato de cena y copas, disfrutando también de los beneficios de la amistad.

Sin embargo, las circunstancias nos impiden declarar toda la verdad, y hábilmente nos despedimos por separado, de modo, que, nuevamente, te adelantas y me esperas en ese escenario que ya nunca podremos olvidar.

No tardo mucho, la excusa del vuelo siempre funciona, y cuando al fin llego de nuevo me esperas tendida en la cama, gloriosamente desnuda, con dos copas de champán frío recién servido (no en vano te avisé con una llamada perdida) que se convierten en nuestro brindis por nosotros mismos, y el gozoso colofón (¿ o es un principio?) que está teniendo nuestra relación cibernética. Mojamos nuestros labios, compartimos el gélido licor en nuestras bocas, y el resto lo voy vertiendo suavemente sobre tu cuerpo, de donde lo tomo con besos y lametones. Es tu piel la más exquisita de las copas, es tu cuerpo el recipiente más preciado. Y ante el contraste del frió champán y mi cálida lengua comienzan de nuevo tus estremecimientos, a los que pronto se unen los míos, cuando me imitas en el juego del escalofrío. Conscientes de que ya le queda poco a nuestro muto disfrute, nos dedicamos a recorrernos de forma total, sin dejarnos ni un solo poro por honrarnos. Desde la punta de los dedos de los pies hasta el último pelo de la coronilla, todo tu cuerpo es acariciado, oprimido, besado, absorbido, compartido con el mío. Mis dedos y mi boca también visitan tu interior por cualquier punto que sea posible, en un ansia de fusión total, como si quisiera (es que quiero) llevarte conmigo en mi partida, volar impregnado de ti, no separarme nunca en realidad de tu presencia.

Y así de nuevo, entrelazados, unidos, formando un solo ser que se estremece y se agita al unísono, ya nos que compramos o nos comuniquemos placer, es que ambos somos, al tiempo, el placer de la unión, con tal intensidad que, de no mediar mecanismo fisiológicos de control, seguramente nos fundiríamos por completo y nos disolveríamos el uno en el otro. Pero no es así, y sólo llegamos a una "petite mort", que sólo es pequeña porque afortunadamente se vuelve de ella, dándonos ocasión de repetirla, pero que supone la pérdida total de la individualidad, y hasta de la materialidad.

Y ahora sí que, juntos, unidos, sumidos en el mundo de las sombras, compartimos nuestros sueños, como hemos hecho con nuestras fantasías y ahora mismo con nuestros cuerpos.

No quiero que pase la noche, no quiero que esto acabe nunca, y me sumo en una honda negrura en la que pierdo toda orientación, no queriendo despertar ya nunca

"Por favor diríjanse a la puerta D65" . El altavoz me ha despertado bruscamente. El ajetreo del aeropuerto me rodea, tomo el maletín y mis piernas, de forma casi automática, me llevan hacia el embarque. Al fin comprendo. Sí, voy hacia el avión. Al otro extremo del viaje me esperan tus ojos. Me espera… ¿mi destino?