Tren nocturno a Bilbao

Tren nocturno a Bilbao - Barbie Superstar. ¿Quién era aquel extraño viajero? ¿Hasta qué punto creía mi marido que podría controlarme?

-Carajo, no puede ser – exclamé con disgusto

-¿Qué te pasa, Mariana? – preguntó Mónica, mi amiga, quien, junto con Marcela y Maricarmen, me acompañaban a este viaje por España. Las cuatro nos conocíamos desde la preparatoria y habíamos hecho un bonito grupo de amigas. Cada año acostumbrábamos hacer un viaje de dos semanas, hasta hace siete años, en que las cuatro nos casamos. Los viajes se suspendieron y no fue hasta ahora que decidimos reanudar nuestra antigua tradición.

-Que ese hombre me está siguiendo – dije señalando a un atractivo hombre que estaba que hojeaba un periódico a unos metros de nosotras-. Me di cuenta desde que salimos de Madrid.

-¿Y eso te enoja? – preguntó con una sonrisa pícara Marcela-. Yo en tu lugar estaría encantada de que un bombón así me siguiera.

  • El problema – respondí- es que estoy segura de que Ramiro lo contrató para seguirme.

Ramiro era mi marido. Mi celoso marido, para ser más exacta. El viaje estuvo a punto de cancelarse debido a las dudas que Ramiro sembró en Ángel, Sergio y Xavier, los maridos de mis amigas. Ellos de normal no son celosos, aunque, claro, con las constantes insinuaciones de Ramiro, pues hasta el más seguro de su esposa se pone a dudar.

-No inventes y ¿qué vas a hacer? – terció Maricarmen.

¿Qué iba a hacer? No lo sabía bien. Estaba enojada por esa actitud posesiva de Ramiro que me daban ganas de ir a golpear al fulano aquél, aunque siempre quedaba la duda si, efectivamente, tal y como había sugerido Marcela, no era un admirador mío. O a lo mejor ni siquiera me seguía a mi, vanidosa, sino a alguna de mis amigas.

-Nos vemos – les dije a mis amigas despidiéndome de un beso de cada una.

Esto las tomó por sorpresa, que no alcanzaron a decir nada, y se limitaron a verme partir en un taxi. Volteé y pude ver, además de la cara de asombro de ellas, cómo el tipo corría a abordar un taxi y se lanzaba detrás de mí.

-¿A dónde la llevo, señorita? – preguntó el chofer

-A la estación de trenes ¿Hay alguno que salga de inmediato? – pregunté

-Pues son las nueve y media, así que, si le acelero, podrá alcanzar el tren que sale a Bilbao, a las diez.

Yo sólo asentí. El taxi del hombre aun nos seguía, así que mis suposiciones de que era a mi a la que seguía eran ciertas. Subiría al tren nocturno a Bilbao, y ya después pensaría en un plan para desenmascararlo. Veinte minutos más tarde ya estaba en la estación comprando mi boleto.

  • ¿Preferente, Litera o Gran Clase? – me preguntó la encargada

-Gran clase – contesté pensando en la cara que pondría Ramiro al ver que, por sus estúpidos celos, su mujercita había gastado 114 euros, así nomás.

Apresuradamente abordé el tren y me dirigí a mi camarote. Por la ventana del pasillo pude ver al misterioso hombre que se subía al tren. Apenas subió las puertas se cerraron y el tren comenzó a andar. Busqué mi compartimento y entré. Me senté y comencé a reír de mi. No podía creer lo que estaba haciendo. Eran las diez y cinco de la noche y me encontraba en un tren, que se dirigía a Bilbao, perseguida por un hombre que, o le atraía hasta la locura o era un espía de Ramiro. Lo segundo era lo más convincente, de lo contrario el hombre ya me hubiera abordado días antes.

Me senté a leer mi boleto y vi que llegaríamos a Bilbao cerca de las ocho de la mañana. Por primera vez me puse a pensar en lo que había hecho. Para empezar, no traía pijama, así que tendría que dormir en ropa interior. Sólo esperaba que no hiciera mucho frío. Tampoco traía conmigo nada para leer, salvo mi boleto, así que no me quedaba de otra mas que dormir. Dormir o enfrentar al tipo que me venía siguiendo. Decidí hacer lo segundo, así que me arreglé para ir a buscarlo. Seguramente andaría cerca de mi. Unos golpecitos en la puerta hicieron que mis pensamientos se alejaran.

-Vengo a hacer la cama- dijo la mujer que se encontraba en el pasillo

-Adelante – respondí permitiéndole el paso.

-Pronto llegaremos a Sant Vicenc de Calders – dijo la mujer mientras arreglaba mi cama.

-Ah – contesté al no saber si eso era bueno, malo o sólo un simple comentario

-Es un pueblo muy bonito. Desde la estación sólo se ven los fríos andenes, pero más arriba está el pueblo, que es encantador.

  • ¿Y ahí durará mucho la escala? – pregunté pensando que quizás el desconocido bajara en ese lugar.

-No mucho. Un minuto a lo sumo. De ahí llegaremos a Tarragona y después a Reus, que son dos destinos muy cercanos. Ahí vendrá la revisora a pedirle su billete, y ya después podrá dormir hasta su destino. – me contó casi sin respirar la mujer.

-Muchas gracias – le dije sonriendo mientras se retiraba.

El tren disminuyó la velocidad hasta pararse totalmente. Apenas pasó un minuto, tal y como había dicho la mujer, cuando volvió a ponerse en marcha. Yo salí al pasillo para comprobar si el hombre aquél aun seguía en el tren. No tuve que caminar mucho para poder divisarlo. Fingía ver el paisaje por la ventana. Una excusa muy brillante si no fuera porque el exterior estaba oscuro, como boca de lobo, pensé. Luego me reí. Qué frase más idiota usan algunos para expresar que no se ve ni madres. Mi risa atrajo su atención y volteó a verme. Por primera vez pude verlo con detenimiento. No era mayor, de hecho era un jovencito , no tendría más de veintiún años, pelo negro y ojos marrón. A pesar de ser delgado se podía ver su cuerpo atlético a través de la gabardina negra. Nuestros ojos se cruzaron y mi boca dibujó una sonrisa. El también sonrió y siguió mirando por la ventana. Yo lo imité. Me quedé pensando en cuál debía ser el siguiente paso. Caminé hacia mi compartimento, para ver si me seguía, pero no lo hizo. Abrí la puerta, y antes de entrar, seductoramente moví mi cabeza para que mi pelo volara y se acomodara en mi espalda, le miré y entrecerré los ojos, saqué mi lengua, la cual recorrió mis labios apenas en un suave roce y entré cerrando sutilmente la puerta. El tren volvió a parar. Estábamos en Tarragona. Una estación más y vendrían a revisar mi boleto. Después de eso, tendría el campo libre.

Dos minutos más tarde el tren volvió a ponerse en marcha. Yo estaba tumbada sobre la cama, pensando en cómo abordaría al chico. El movimiento del tren, aunado a mis pensamientos, provocaron que mi vagina se humedeciera. Sentí cómo mis jugos resbalaban por mi orificio. Una sonrisa pícara iluminó mi rostro y empecé a desabrochar mi cinturón. Mis dedos continuaron con el botón de mis jeans, el cual cedió. Bajé la cremallera y alcé las nalgas para bajar mis pantalones hasta las rodillas. Mis dedos pasaron por encima de mis bragas, acariciando mis labios vaginales. Mi mano derecha subía la playera polo que llevaba y mis dedos recorrieron mis pechos, acariciándolos suavemente por encima del sujetador. Mis manos, ambas, se abrieron paso a través de las telas que los separaban de mi piel. La mano que estaba en mi vagina se humedeció al contacto con mi piel. Mis dedos se deslizaban por toda la parte exterior de mi conchita, metiendo, apenas un poco, un dedo que rozaba mi interior. Con los dedos de mi otra mano aprisionaba mi pezón, dándole apretones y soltándolo una y otra vez. Pensé en que una lengua, ávida y voraz, no estaría mal para chupar y masajear mis pezones, y de inmediato, pensé en el muchacho que me seguía. Mis ojos se cerraron para mayor deleite. Imaginé que era él el que metía sus dedos dentro de mi y los movía lentamente, explorando el territorio al que se enfrentaba. Mi garganta lanzó un breve gemido y mi vagina se pegó más a mi mano, a su mano.

Fuera de mi habitación, el tren continuaba su marcha. Los movimientos propios del tren, ayudaban a crear en mi la sensación de que me encontraba con alguien. Mis dedos se fueron perdiendo en mi interior y alcanzaron mi clítoris. Una y otra vez tracé círculos alrededor de él hasta que mi respiración se fue agitando. Cada vez me costaba más trabajo guardar silencio y tuve que apretar los labios para no gritar. Un orgasmo explotó dentro de mi y un apagado gemido logró escapar del fondo de mi garganta. Mis jugos empaparon mis dedos y poco a poco fui recobrando la calma. Mis dedos aun jugueteaban con mi conchita y sentí que el tren volvía a arrancar. Me quedé desconcertada, ya que no había notado en qué momento nos habíamos detenido. No quería quitar mis dedos de mi húmeda cuevita hasta que reparé que pronto vendrían a revisar mi boleto, y fue cuando oí un clic de la puerta.

Abrir los ojos, sacar mis manos de donde estaban y cerrar las piernas, todo, fue uno solo. Ante mi había una simpática chica pelirroja. Los colores se me subieron y bajaron y una tímida sonrisa se dibujó en sus labios.

-Perdón, pero como la puerta estaba emparejada –dijo

Mentía. Sabía que mentía. Yo había dejado bien cerrada la puerta. Seguramente había entrado al escuchar mis gemidos y...

-¡Por Dios! – pensé- esta chica había estado observándome mientras me masturbaba.

No sabía cómo salir de esta situación, pero no hizo falta.

-Me llamo Angélica- dijo mientras se acercaba a mi cama. Una de sus manos se apoyó en la almohada mientras la otra rozó mi vientre. Sus labios se aproximaron a los míos, y me dio un suave beso.

De momento me quedé paralizada. No es que no me hubiera acostado antes con una chica, de hecho lo había hecho con tres, Mónica, Marcela y Maricarmen, mis amigas, y de una en una, en tríos y hasta un cuarteto habíamos hecho. Pero el asunto era que en esta ocasión, la chica me era desconocida. Por un momento dudé y ella se alejó de mi apenada, pero antes de que pudiera levantarse de mi cama, la atraje y le di un beso más cachondo. Mis labios se abrieron para morder los suyos. Angélica abrió su boca y permitió que mi lengua jugara en su interior. Su mano ya no rozaba mi vientre, ahora se encontraba en mi entrepierna, acariciando, dulcemente, los pliegues de mis labios vaginales. Mi humedad pronto mojó su mano. Nuestras bocas se separaron y ella aprovechó para desnudarse.

-¿Te asustó mi osadía? – preguntó con una sonrisa pícara

-No, y disculpa el momento embarazoso que te hice pasar – le contesté apenada.- Lo que pasa es que esta es la primera vez que lo hago con una desconocida.

-¿Desconocida? Si te dije que me llamo Angélica, corazón – dijo antes de lanzarse sobre mis pechos.

-Yo me llamo Mariana – dije al mismo tiempo que estiraba mis manos para acariciarle los suyos. Eran unos pechos pequeños pero firmes. Mis dedos se explayaron por toda su piel, poniendo especial énfasis en sus pezones, mientras su lengua seguía dándome placer al pasar sobre los míos.

-¿Quieres chuparlos, corazón? – me preguntó ofreciéndome sus senos.

Yo no le contesté, ¿para qué?, si ya los tenía en la boca. Su sabor era delicioso. Mezcla de su piel y su perfume, que me embriagaba. Mis dientes le dieron un ligero mordisco a su botoncito afresado y ella dio un grito, agudo y cachondo. Nuestras manos recorrían el cuerpo de la otra, pasando por las nalgas, las piernas y deteniéndose en nuestras vaginas. Nuestro dedos rozaban el exterior, sin atreverse a introducirse. Angélica tomó la iniciativa. Un movimiento, y uno de sus dedos ya estaba dentro de mi, recorriendo toda mi húmeda cuevita, en búsqueda de mi clítoris. Mis dedos no se quedaron atrás, y unos minutos después ambas jadeábamos en los brazos de la otra. Nuestras bocas estaban unidas, entrelazando nuestras lenguas.

-No quiero acabar así – dijo Angélica separándose de mi.

Me tumbó de espaldas y se sentó sobre mi cara, dejando su vagina a la altura de mi boca. Mi lengua se fue hundiendo poco a poco en su abertura. Angélica se recostó sobre mi y empezó a lamer mi coño. Pronto nos encontramos en un sesenta y nueve, perfectamente acopladas. Nuestras lenguas entraban y salían, recorriendo cada rincón de nuestra feminidad. Cada lamida, cada chupada, hacían que nuestros cuerpos se estremecieran. No era la primera vez que me hacían sexo oral, pero, definitivamente, sí la mejor. La experta lengua de Angélica me estaba volviendo loca. Aceleraba cuando menos lo esperaba para luego lamer muy lento. Cada vez que estaba a punto de llevarme al orgasmo paraba, dejaba que me enfriara, y volvía a atacar. Mi respiración estaba muy agitada y nuestros cuerpos se pegaban, producto del sudor. Mi lengua seguía empeñada en arrancarle un orgasmo, con el fin de que ella me lo provocara, pero Angélica no tenía prisa, se dejaba mimar y me extasiaba a mi. Un fuerte gemido, sumado a que pegó su vagina contra mi boca, me indicó que estaba a punto de tener su orgasmo. Su lengua adquirió mayor velocidad, y en cuestión de segundos ambas estábamos corriéndonos en la boca de la otra. Angélica tuvo un abundante y prolongado orgasmo. Sus jugos escurrían por mi boca, y mi lengua trataba de absorber lo más posible.

Al terminar nos separamos y ella me volvió a besar. El tren fue perdiendo velocidad.

-Ya estamos llegando a Lleida y no he ido a revisar los demás billetes – exclamó apurada mientras se vestía a toda prisa. Perforó mi boleto y anotó algo en una tarjeta que me extendió.

-Es el número de mi móvil. Llámame – me dijo no sin antes darme otro beso, al que yo correspondí.

-Tenlo por seguro – contesté mientras ella salía.

Yo me quedé un rato acostada en la cama, recordando el maravilloso orgasmo que me había dado Angélica. El tren volvió a ponerse en marcha y fue cuando lo decidí. Me vestí, decidida a encarar al hombre aquél.

Caminé hasta dar con él. Seguía en el pasillo. Vaya forma de tirar el dinero. El chico había pagado por un camarote para pasar la noche en el pasillo. ¿Acaso temía que me bajara en cualquier estación? Seguramente sí, y por esto no abandonaba su puesto de vigía.

-¿Se habrá dado cuenta del encuentro amoroso con Angélica? – me pregunté.

Me acerqué a la ventana para ver el exterior. El estómago me revoloteaba, respiré un par de veces para calmar los nervios y me armé de valor.

-¿Por qué me sigues? – le pregunté pegando mi cuerpo contra el suyo.

-Er..no sé de qué me está hablando – contestó nervioso. Sus pupilas se dilataron, haciendo más vistosos esos bellos ojos marrones.

-Tú me has estado siguiendo por toda España, así que algo quieres – dije seductoramente mientras mi mano se posaba sobre su paquete. Su gabardina ayudaba muy bien a mantener en secreto mi juego, aunque a esa hora, era completamente innecesario.

-De verdad no sé de qué está hablando – dijo con cara de asustado, aunque mi mano podía comprobar que se estaba excitando. Yo comencé a dudar, pero a estas alturas del partido, ya no me podía echar para atrás, así que decidí seguir con mi plan. Después de todo, el chico lo valía.

-¿Estás seguro? – le pregunté mientras mi mano luchaba por entrar dentro de su pantalón. Mi boca se pegó a la de él y mi lengua se introdujo a jugar con la suya.

El chico reaccionó y me devolvió el beso. Sus manos sobaban mis nalgas y hacían que me apretujara contra él.

-¿Te gusta el exhibicionismo o vamos a tu cuarto? – le pregunté, llevándolo de la mano hasta su camarote sin dejarlo responder.

En cuanto entramos le quité la gabardina. El se quedó atónito mientras yo me sacaba la playera y los zapatos.

-¿Te vas a quedar ahí parado sin hacer nada? – le pregunté mientras me quitaba los pantalones.

-No, no – atinó a decir mientras, nervioso, se desabotonaba la camisa.

Cuando se la quitó pude ver un pecho que, sin ser musculoso, estaba bastante bien formado. Me acerqué a él para desabrocharle el pantalón, procurando que mis manos pasaran sobre su miembro. Mientras le bajaba el pantalón me acerqué a sus tetillas y se las lamí. Sus manos acariciaron mi pelo, cosa que me excitó mucho. Él se quitó los zapatos y se quitó el resto de la ropa, al igual que yo. Fue hasta que me vio completamente desnuda que acertó a moverse. Sus manos recorrieron todo mi cuerpo, frotando mis muslos y mis nalgas, especialmente. Mis manos, más agresivas, jugaban con su pene, el cual ya se había desarrollado a su punto máximo. Lo empujé contra la cama y me arrodillé entre sus piernas, tomando con mis labios su virilidad. Un gemido de placer salió de él y yo me dispuse a chupar. Poco a poco fui metiendo ese pedazo de carne en mi boca, ejerciendo presión con mis labios. Mi lengua intervenía, de vez en cuando, para masajear lo que estaba dentro de mi. Sus manos volvieron a pasearse entre mi cabello, aumentando mi excitación. Así que Ramiro me creía una puta, pues bien, una puta sería. Mis manos masajeaban sus testículos mientras su verga entraba y salía de mi boca. Mi mano la tomó y empecé a masturbarlo mientras le chupaba los testículos. Después de unos segundos paré. No tenía intención de que terminara tan pronto.

El me tomó en sus brazos y me recostó. Su boca se apoderó de mis pechos y los chupó por un rato, en tanto su mano se internaba por mi cuevita, tal y como la mano de Angélica lo había hecho hace rato. Bueno, no exactamente igual, ya que la de ella era mucho más experta, aunque menos impetuosa. Él metió sus dedos dentro de mi vagina y los movió.

-Cuidado, corazón, con más calma que me estás lastimando – le dije

Sus movimientos se volvieron más suaves, recorriendo con mayor cuidado mi interior. Le tomé su mano y guié sus dedos hasta mi clítoris. Mis caderas se empezaron a mover al ritmo que nuestras manos imponían. Su boca seguía prensada a mis pechos, los cuales comía fascinado. Unos cuantos movimientos más y decidí que ya estaba bien de preliminares, así que lo hice rodar en la cama, dejándolo de espaldas. Abrí mis piernas y me fui sentando sobre su miembro erecto. Mi conchita se fue comiendo lentamente su pene, el cual se iba deslizando con gran facilidad. Mis caderas empezaron a subir y bajar de su estaca, trazando círculos para provocar un mayor roce. Mis manos acariciaban su pecho mientras que las suyas estrujaban mis tetas. El chico traía una cara de satisfacción que no podía con ella. Arriba y abajo, una y otra vez. Yo sentía cómo esa musculosa parte entraba en mi cuevita húmeda. Nuestras respiraciones se agitaban cada vez más. Sabía que era cuestión de unos cuantos embistes más para que todo acabara. Mis dedos se dirigieron hasta mi vagina, ayudando a su pene a darme placer. Él ya resoplaba y mi vientre comenzaba a acalambrarse. Unos movimientos más y un espasmo recorrió mi vientre, Un gemido gutural salió del fondo de mi garganta y comencé a tener mi orgasmo. El chico también gimió y sentí en mi vagina su espeso y caliente líquido, que inundó todo mi cavidad. Sus manos apretaron con más fuerzas mis pechos y ya tracé círculos con mis caderas. Al fin todo terminó. Le di un beso en la boca y caí de espaldas.

-A todo esto- comenté- ¿cómo te llamas?

-Pancho – se limitó a contestar, sonriendo divertido. Acabábamos de coger y hasta ahora le preguntaba su nombre.

Me quedé de espaldas asimilando lo que acababa de hacer. Prácticamente acababa de violar a un jovencito, convirtiéndome, además, en adúltera. Pancho se levantó y sacó algo de su gabardina. Se acercó a mi y de un tirón me jaló hasta el suelo. Después me puso unas esposas en las muñecas, que había pasado por detrás de las patas de la cama, de modo que quedé atada a la cama y de rodillas en el suelo.

-¿Qué haces? – pregunté con una falsa sonrisa, ya que estaba preocupada por no tener el control de la situación.

-¿Tú qué crees? – me contestó con tono burlón

-No sé, pero te exijo que me sueltes – le dije con voz firme. ¡Plaf! Una cachetada me cruzó el rostro.

-Creo que no estás en posición de mandar – me dijo- ¿Acaso crees que puedes ir provocando a los hombres así como así? Pues te falló, puta, y ahora vas a probar lo que tanto querías.

Algo no andaba bien. Estaba de rodillas en el suelo, esposada, me cacheteaba y me llamaba puta, y yo me excitaba. Durante años me sentía ofendida antes las sospechas de Ramiro, y sin embargo, por primera vez me comportaba como una cualquiera, y al decírmelo, en vez de enojarme, me mojaba.

-Ten, chúpamela- dijo altanero jalando mi cabello hasta su pene. Yo obedecí. Apenas y pude abrir la boca cuando Pancho ya estaba metiendo su instrumento en mi boca. Me tenía sujetada del cabello y empujaba mi cabeza hacia delante y hacia atrás. Su pene entraba con fuerza en mi boca y sentía ganas de vomitar, ya que lo metía hasta el fondo de mi garganta, o eso sentía yo. Un rato después me lo sacó y metió sus dedos en mi boca. Obligó a chuparlos por un momento. Después se fue hacia atrás de mi e insertó un dedo en mi culo.

-¿Qué haces? – le pregunté indignada

-Abriéndote el culo, pero si no quieres, te la meto así no más.

-Ni creas que me la vas a meter por ahí – protesté

-Ya te dije- me contestó dándome una nalgada- que no estás en condiciones de exigir nada. Además te voy a coger por donde se coge a las putas, como tú.

Sacó el dedo y colocó su verga a la entrada de mi ano. Yo sólo gemí desesperada, aunque aun no había entrado nada. Muy lentamente dejó deslizar su miembro por entre mi estrecho canal. Las paredes de mi culo se iban dilatando, dejando paso a su pene. Mientras más me penetraba mayor dolor sentía. De vez en cuando Pancho hacía una pausa para permitir que mi esfínter se acostumbrara a aquél intruso.

-Si te relajas quizás lo disfrutes – me dijo

Mis músculos se relajaron y su miembro se hundió más en mi. Un nuevo respingo que di lo detuvo. Cada vez que me relajaba él aprovechaba para incrustarse más, hasta que al fin lo tuve todo adentro. Cuando se retiró sentí alivio, pero nuevamente se volvió a meter en mi. Esta vez con mayor facilidad y un poco menos de dolor. Una y otra vez entraba y salía de mi, y cada vez era, no digo placentero, pero sí más aguantable. Pancho estiró su mano hasta llegar a mi vagina e introdujo sus dedos. Mientras su miembro entraba y salía de mi culo, sus dedos jugueteaban con mi conchita, que una vez más, volvía a escurrir. Su otra mano jugaba con mis pechos, pellizcando mis pezones. Sus caricias surtieron efecto y en poco tiempo ya estaba gozando, Mis gemidos se estaban haciendo más audibles.

-¿Así que lo estás disfrutando, putita? – me dijo con un tono entre seductor y burlón.

-Sí- alcancé a decir.

-Dime cuánto te gusta. Quiero oir chillar de placer a mi puta, oir de sus labios que es mía – me dijo jalándome el pezón, obligándome a gritar.

-Ay – grite por el pellizco, pero pronto sus caricias, que me estaban llevando a otro orgasmo, me hicieron olvidar el dolor-Me gusta, me gusta como coges, cabrón

-¿Qué eres? – me insistió pellizcando mi otro pezón

-Soy tu puta, papito, cógeme...

Ya no pude resistir más y estallé en un orgasmo. Mis gritos y jadeos aceleraron su excitación y en pocos segundos sentí en mi culo un chorro caliente que me llenaba toda. Dos, tres bombeos más y Pancho se retiró. Su semen comenzó a escurrir hacia fuera de mi hoyito, resbalando por mi pierna. Yo caí rendida, y al poco tiempo sentí que me quitaba las esposas.

-¿Cómo te sientes? – me preguntó mientras me limpiaba y me ayudaba a vestirme

-No lo sé. Confundida. Muy confundida – contesté atónita.

-¿Por cómo te traté? – inquirió

-Por eso y otras cosas. Me sentí indignada cuando me trataste de puta, pero a la vez me excitó. – contesté.

Me paré en la puerta de su compartimento y, antes de salir, me volví a verlo.

-Pasaron muchas cosas esta noche y no sé qué pensar. Quiero estar sola un rato, pero si todo esto significó algo para ti, ya sabes dónde encontrarme.

Llegué a mi camarote y me metí en la cama. Durante un tiempo no pude dormir hasta que los párpados se me cerraron y me quedé profundamente dormida. Los sucesos de la noche pasaron una y otra vez por mi mente, y habría jurado que hasta un orgasmo tuve. Los ruidos del pasillo me despertaron y pude ver que una luz se asomaba por debajo de la puerta. Miré mi reloj y vi que ya eran las siete veinte. En media hora, a lo mucho, llegaríamos a Bilbao. Estaba pensando en que sólo me lavaría la cara y me arreglaría la ropa cuando sentí un cuerpo junto a mi. Al volverme vi a Pancho. Así que él había entrado anoche. Quizás el orgasmo que tuve no se debió sólo a mis sueños. Se puso sobre mi y me empezó a besar. Su mano ya hurgaba entre mis piernas, buscando mi cálida cuevita. Mis manos también buscaban su preciado paquete que empezó a despertar entre mis dedos. Nuestra manos jugaban con nuestros cuerpos, alistándose para un nuevo encuentro, el cual tendría que ser rápido si no queríamos que nos pillaran cuando vinieran a revisar si el compartimento se hallaba ya desocupado. Además estaba Angélica, que podría querer venir a despedirse. Estábamos ya casi preparados, mis piernas se abrían para recibirlo, él sobre mi, cuando sonó su celular. Pancho contestó y con un gesto me pidió silencio. Noté que mientras hablaba sus ojos adquirían un brillo pícaro y su gesto era burlón y divertido. Parecía que era un niño haciendo una travesura.

  • Sí señor Marmolejo – dijo y mis ojos se abrieron como platos. Era mi marido. Por unos segundos pasé de lo divertido al miedo, al no saber sus intenciones- le aseguro que su esposa se está divirtiendo sanamente.

Respiré aliviada. Al menos era un caballero y no me iba a delatar.

-Sí señor – continuó- le puedo asegurar que estoy sobre su esposa. Hasta luego.

Definitivamente era un cínico.