Tren hotel

Subió un chico de unos 22 años, dos o tres menos que yo, de alrededor de 1,70 metros y no pesaba más de 68 kilos. Tenía mucha musculatura y un culito hermoso. Sus vaqueros ocultaban algo maravilloso entre sus piernas...

Tren hotel Para mi desgracia, las vacaciones estaban llegando a su fin. Había pasado varias semanas en España, en las que pude disfrutar de los encantos de la península Ibérica. Tenía que tomar el avión de regreso desde Barcelona y mi viaje había terminado en Galicia, donde había ido a visitar a unos amigos. Para llegar a Barcelona, decidí tomar un tren. Éste lo cogí en A Coruña y como era un tren hotel, me fui de inmediato a mi litera. Era su único ocupante, lo que, en principio, no me pareció mal. En Monforte de Lemos se subió un chico de unos 22 años (debe haber tenido sólo dos o tres menos que yo), de alrededor de 1,70 metros y no pesaba más de 68 kilos. Tenía mucha musculatura y un culito hermoso: Respingadito y apretadito. Tenía el pelo castaño corto, los ojos color miel y una barbita incipiente, maravillosa. Sus vaqueros ocultaban algo maravilloso entre sus piernas, que me hizo ilusión llegar a probar. Después que acomodó su maleta, nos quedamos sentados en las literas que aún estaban sin desplegar. Me contó que se llamaba Xose (yo, Esteban) y a ratos se confundía y se ponía a hablar instintivamente en gallego, idioma que, afortunadamente, conozco bastante (viví casi cuatro años A Coruña, cuando aún era un chaval, con mis padres) Eso nos permitió conversar fluidamente. Me dijo que iba a Sitges a ver a su padre que vivía allí, lo que me reconfortó, porque teníamos todo la noche aún por delante. Seguimos conversando y me contó que no tenía novia (…¡una esperanza!…), que sus padres estaban divorciados y que su fascinación eran los coches. De hecho, sacó una revista de coches que comenzó a enseñármela. La verdad es que nunca me habían interesado los automóviles, hasta ese momento, desde luego. Seguimos conversando y se sentó justo a mi lado para enseñarme las fotos de la revista. Estábamos tan cerca el uno del otro, que incluso creí haber sentido el latir de su corazón; El mío, latía a tope y su olor eran tan especial que me excitaba sólo de sentirlo. No recuerdo qué coches me enseñó ni sus características, que parecía conocer detalladamente. Sólo me fijaba en él: Sus dedos, largos y bien formados, cuando pasaba a otra página de la revista, su labios rojos y algo resecos que merecían una humectación intensa, su barbita negra como la noche, pero seguramente suave como un terciopelo, sus piernas bajo los vaqueros, firmes como dos columnas romanas… En eso estábamos, cuando lo sentí acercarse aún más a mí, apoyó su hombro izquierdo en mi brazo derecho y lo dejó reposar. Le miré a los ojos y los suyos me hablaron sin palabras. - Eres guapísimo, le dije.

  • Tú también, respondió. Sin más palabras, nuestros labios de juntaron y fue tanta la ternura en su beso, que me estremeció. Creo que nunca hasta ese momento alguien me había regalado un beso tan tierno. Nuestros labios primero se rozaron suavemente entre ellos y un fuerte imán pujaba para que se juntaran más intensamente, pero resistimos así un momento, en un juego de caricias, antes que nuestras bocas se fundieran decididamente en una sola. Podía sentir su respiración en mi cara, y nuestras narices se unieron al juego erótico de un beso, cuya pasión fue aumentando. No pudimos resistir más, y nos decidimos a un beso profundo y húmedo que nos unió. ¡Joder! ¡Qué bien besaba ese chico!: Con una ternura y una pasión increíbles. A poco andar, nuestras lenguas también se unieron en una sola, y juntas sólo podían pronunciar las palabras de la excitación, ese lenguaje de movimientos, respiraciones entrecortadas y miradas al alma. Me acarició mi cara cuando nos separamos un instante para mirarnos detenidamente. Le respondí recorriendo con mi mano su mejilla y su barbita: ¡Era tan suave como parecía! El tren seguía su marcha y nuestro viaje privado, también. Seguíamos acariciándonos las caras y cerramos nuestros ojos. Sus dedos querían explorar mi rostro y después que obtuvieron un levantamiento de mis pliegues y curvas, quisieron explorar mi boca. Intrusamente, uno de ellos se abrió paso entre mis labios y le abrí la puerta. Me lengua recibió y saboreó tres de sus dedos, mientras mi mano exploraba su pecho y debieron detenerse en sus pezones, hinchados como dos granos de uva maduros, cuyas semillas deseaban salir y gemían por ser apretados y estrujados. Xose trabó la puerta y terminó la bajar la cortinita de la ventana, proporcionándonos un escenario propicio para seguir amándonos. El tren seguía su marcha y nuestro viaje privado, también. Ya había conseguido abrirle tres de los botones de su camisa, y acariciaba su pecho. Por encima de mi camisa, Xose rascaba mi espalda y nuestros gemidos eran la más clara demostración que estábamos por la labor de conducir nuestro tren hasta el final del trayecto, la felicidad. Una parada inesperada: El funcionario de los ferrocarriles que golpeó para revisarnos los billetes. Después de verificados, el conductor no deseó buen viaje, nos informó que viajaríamos solos hasta Sants, nos guiñó un ojo y cerró la puerta. Con Xose nos miramos y reímos. Él se encargó de trabar la puerta y se quitó su camisa. Le imité el ejemplo y desplegamos una litera. Me acosté sobre ella, Xose se puso sobre mí y seguimos besándonos y acariciándonos. Su pene batallaba por salir de su claustro y el mío también. Para no darles en el gusto de inmediato, los hicimos luchar entre ellos por sobre nuestros vaqueros, hasta que Xose bajó su mano y la metió dentro de mis pantalones. Como pudo, acarició mi verga ardiente desde su base hasta su punta. Bajó la cremallera de mis pantalones e hizo rodar su boca, recorriéndome con su lengua mi abdomen. Bajó mis pantalones y dejó mi inhiesta verga mirando hacia el cielo, ansioso de alcanzarlo. Su lengua exploradora recorrió mis vellos púbicos, conoció cada pliegue de mi escroto y emprendió una maravillosa marcha hacia arriba, hasta llegar a mi glande. Cuando alcanzó la cima, abrió su boca y engulló mi pene, con una ansiedad que me hizo retorcerme de maravilloso placer. Alcancé el clímax, el primero sin eyacular. Xose siguió mamándome la verga y yo quería hacer lo mismo. Me acomodé y adoptamos la posición del 69. Su verga era inmensa y con venas alrededor; dura como el acero de los rieles que guiaban nuestro tren del placer; con una gota de miel en su punta, que lamí con dedicación. Le pedí que me penetrara. No podía resistir no sentirlo dentro mío. Con gran dulzura, se puso detrás de mí, ambos de costado y lubricó con su saliva mi ano, ansioso. Estaba tan excitado que a ratos creía ahogarme. Puso su glande en la entrada de mi ano y comenzó a empujar lentamente. Le pedí que me penetrara de una buena vez, porque sólo quería sentirlo dentro mío. Cuando comenzó a empujar con más fuerza, sentí primero un dolor poderoso; Cuando ya había metido su verga dentro mío, comenzó a moverse y yo a disfrutarlo como pocas veces antes. Sus movimientos iban al compás de los del tren que seguía su rumbo. Me abrazaba fuertemente y sus labios buscaban los míos. Nos besamos y sus manos acariciaban mi pecho. Comenzó a jugar con mis pezones, acariciándolos, hasta que los apretó y eso me produjo una sensación tan intensa que por primera vez tuve un orgasmo sin eyacular. Xose seguía moviéndose y me preguntó que dónde quería que acabara. Le pedí que lo hiciera sobre mi cara. Deben haber sido ya las 3 de la madrugada, porque debimos llevar como dos horas de intenso placer. Los movimientos de Xose y sus quejidos se hicieron más intensos, su verga más dura y me dijo:
  • Tío, estoy que acabo. Sacó rápidamente su verga, la busqué con mi cara y comenzó a masturbarse, mientras le acariciaba sus bolas y trataba de meter uno de mis dedos en su ano. Tuvo una contorsión como si se hubiera electrocutado, apretó fuertemente su verga, me desparramó sobre mi cara chorros interminables de su dulce semen y soltó un quejido de profundo placer. Xose había acabado en mi cara. Seguía masturbándome y lo dejé porque luego quería volver a tener una sesión de placer con Xose. Decidí ir al lavabo a limpiarme y al salir al pasillo del vagón, descubro al de los billetes que antes nos había guiñado un ojo, con una erección fenomenal y frotándose la verga por sobre sus pantalones. El muy guarro seguro nos había estado espiando, aprovechándose que a esa hora los demás pasajeros dormían y me preguntó si me podía acompañar hasta el lavabo. Le miré su paquete descomunal y le dije que sí. Nos fuimos juntos al servicio del vagón y esta historia os la contaré en otra ocasión.