Tren de Medianoche
Pasar la noche a bordo de un tren con la pareja amada ¿puede haber algo mejor?
UN TREN A MEDIANOCHE.
Agosto de 2004.
"Teme en especial a quien en sus ojos un brillo felino deje destellar,
pues son feroces y temibles. Tanto que hasta dormidas llegan a cazar"
(Humai, en "Vivir o Sobrevivir". V.Glez)
Por la inspiración y las imágenes creadas para escribir esto...
con to respeto y cariño, va pa ti, felina.
A pesar de que afuera el clima casi llegaba a cero grados, en mi cabina yo daba vueltas por el sudor. Tanya, mi querida acompañante intentaba dormir inmóvil en medio del triple juego de asientos reclinables. Al fondo, la silueta de aquella chica recortaba la luz de luna que entraba por el ventanal.
Hacía pocas horas que nuestro tren había salido de la Hauptbahnhof de Munich con rumbo a la Gare du Austerlitz en Paris. El trayecto duraría toda la noche y mi acompañante y yo habíamos conseguido una de esas cabinas para seis personas, cuyos asientos pueden reclinarse hasta formar entre los seis una especie de King Size. Después de acomodar nuestro equipaje, y esperar a que los empleados de ferrocarril alemanes pasaran a revisar nuestros boletos, nos dirigimos a tomar una copa al carro bar.
Sentados en el espacioso vagón comedor, pedimos sendas copas de Whisky. Hubiera preferido yo un espirituoso Tequila, pero con los días fui dándome cuenta de que no era la mejor bebida que se pudiera adquirir en Europa, y mucho menos en sus trenes. A través de la ventana fuimos divisando cómo la Selva Negra comenzaba a cubrir todo el oscuro horizonte que se alcanzaba a ver. Entonces comenzamos a escrutar a todas las personas que ahí se encontraban bebiendo o cenando. El pasaje no era muy diferente al de los demás trenes que habíamos usado en el viaje; algunos jóvenes enamorados que viajaban juntos, dos o tres elegantes mujeres teutonas, son cuerpos finos y firmes y mirada de plomo charlaban ruidosamente. Tanya me señaló discretamente hacia un asiento adjunto a la barra, donde una chica bebía mientras leía una revista. Ella comparte la cabina con nosotros. La vi salir cuando íbamos a entrar ahí.
Miré detenidamente a la mujer que Tanya señalaba. Era de estatura mediana, cabello a los hombros y mirada felina. Su cuerpo lucía unas formas atrayentes, en especial en su pecho. Cada determinado tiempo se incorporaba para dar vuelta a la página que leía, y dar un trago mas a su bebida, dejando escapar a veces una tenue sonrisa. Esa sonrisa y esa mirada me inquietaron definitivamente. Tanya lo notó de inmediato, y acercando su boca a mi oído me dijo: - Ni creas que vas a dormir en medio esta noche, ya te vi, cabroncito.- A lo que yo sonreí y dándole un suave beso en los labios respondí: -Lo único que quiero es no poder dormir en medio, pero de tus piernas.- Ella solo sonrió.
Así como el tren fue consumiendo rápidamente los kilómetros, nosotros fuimos degustando una y otra copa mas de escocés. Hablamos de las molestias que nos causan las costumbres locales acerca del tabaco, o del orden en las calles, o de los días que nos esperaban en París. No llevábamos mucho tiempo como pareja, y éste era el primer viaje que hacíamos juntos; pero nos estábamos acoplando bien. Ella, buscando perfeccionar sus aptitudes como psicóloga de niños, ansiaba encontrar nuevos esquemas con los cuales trabajar. Eso me encantaba de ella; no solo era hermosa, con su negro, lacio y largo cabello el cual me enloquecía, sino también por sus suaves pero deliciosas formas, y su aguda inteligencia e indomable carácter. Yo, por mi parte, decidí acompañarla en la vida, aún con los 12 años de diferencia que había entre nosotros. En esta ocasión, mi viaje buscaba encontrar una serie de ambientes históricos que me fueran útiles para mis ensayos acerca de los conflictos renacentistas.
En medio de la charla, el vagón fue vaciándose para ir todos a sus respectivos camarotes. No estábamos en Italia, pero aún así la gente sabía que en ciertas épocas del año, es mejor estar temprano en su camarote, so pena de ser saqueado. Una de las primeras en retirarse fue aquella enigmática y deseable chica de junto a la barra. La seguí con la mirada y pude ver un ligero trastabilleo en su andar. Tanya y yo echamos un poco mas de Whisky en la garganta, según que para evitar el frío y finalmente decidimos irnos a dormir para aprovechar una mañana sin sueño al llegar a la Ciudad Lux.
Al fondo del camarote se veía ya recostada y dormida la chica que veíamos desde antes. Tanya sonriendo maliciosamente me impidió entrar primero, y sin apartar su mirada de la mía fue quitando su calzado, su cinturón y fue tapándose y haciéndose sitio a pocos centímetros de ella. Yo le seguí pocos segundos después. Tras asegurar la puerta y correr la cortina para evitar las miradas y la entrada de luz, me acomodé junto a Tanya. Ella me dio un suave beso y recostó su cabeza sobre la almohadita de Deutsche Bahn. Con el traqueteo de los durmientes en las vías, nos fuimos arrullando poco a poco, oyéndose solamente su acompasado sonido, y el rozar de nuestras ropas con la tela de la cobija. Cerré mis ojos intentando ordenar mis pensamientos acerca de cómo llegar a la casita que habíamos rentado cerca de Montmartre. No era lo que había pensado, pero al menos contaba con la cocineta completa y una sala de lectura y estudio para dedicar horas a escribir mis proyectos de viaje. De pronto, un sonido rasgó la tranquilidad de la cabina y heló mi cuerpo aún antes de que acabara. Había sido un gemido, si, de mujer, un gemido suave, profundo y sensual; había sido uno de esos gemidos que erizan la piel cuando en medio de la oscuridad dos cuerpos se encuentran y se entrelazan en esos bailes de placer.
Inmediatamente abrí los ojos, encontrándome con la mirada de Tanya que me veía fijamente, asombrada y medio divertida. Nos quedamos quietos, yo, con mi mirada recomendándole silencio. A los pocos segundos, un suave quejido se escuchó nuevamente detrás de ella, seguido de un largo gemido. No podía ser un gemido de descanso, de esos que todos emitimos a veces al relajarnos dormidos, sino que era claramente un gemido de placer. Me incorporé suavemente y allí estaba ella, recostada boca arriba aún bajo la frazada, con la boca semiabierta y los ojos cerrados suavemente. Bajo la cobijita podía distinguirse en la oscuridad el movimiento de sus caderas, y el casi imperceptible abrir y cerrar de sus piernas. Era claro, aquella hermosa chica estaba soñando, o recordando, o anhelando placer; o quizás todas esas cosas juntas. Su expresión era perturbadoramente sensual. Con un guiño le indiqué a Tanya que volteara a ver. Ella dudó un momento, pero con un brillo que ya había visto yo antes fue rodando en su sitio para voltear a ver a esa chica de la cual habíamos comentado anteriormente.
Bajo la frazada pudo verse como sus manos se estrujaban en su vientre, poco a poco bajando mas, y llegando a su pubis, en donde el cúmulo de sensaciones que oníricamente la arrobaban se iban haciendo mas y mas intensas y exigentes. Apenas sin respirar, atraje hacia a mi a Tanya, llena de interrogantes morbosas en la mirada, y susurrándole suavemente al oído Claro, preciosa, así también llegas a verte tu en algunas noches, y no sabes cuanto me encanta.
Mis manos acariciaban el torso de Tanya, apenas rozándola con los dedos, mientras ante nosotros, el deseo contenido en esa hermosa chica la arrojaba cada vez mas a los brazos de una autosatisfacción que cada vez era menos de ella exclusivamente. Para ese momento, sus gemidos, su hermosa y seductora imagen, y el firme calor de las formas de Tanya iban excitándome cada vez con mayor fuerza.
Deslicé mis manos bajo la ropa de Tanya, sintiendo su piel deliciosamente tibia. Acaricié intentando no hacer ruido, su costado, el nacimiento de sus senos, y besé su cuello con toda la dulzura que me fue posible externar en ese momento. Pero ella ya no estaba para dulzuras... sus senos turgentes y sus pezones erguidos hablaban ya de un estado de excitación mayor que el que yo suponía. Su mano fue haciéndose hacia atrás, hurgando bajo mi manta y llegando a mi cuerpo comenzó a frotar mi pene cada vez más erecto de una manera exquisita. Un suave jadeo acompañó a los crecientes gemidos de aquella chica cuando mis dientes recorrieron cuidadosamente desde la nuca hasta la espalda de Tanya. Se volteó a mi y fundió sus ardientes labios con los míos, comenzando el encontronzazo de nuestras lenguas, desinhibidas y juguetonas.
Sin emitir sonido alguno, Tanya volteó hacia mí y gesticuló con una deliciosa mirada atrevida: - Sácatelo. Sin dejar de mirarla, fui abriendo mi ropa, y dejando salir mi falo del interior lo expuse para excitar y recibir placer de ella. De inmediato, sus manos se apoderaron de él, comenzando a frotarlo con creciente empeño. Decidí entonces dejar ir mis manos con libertad a su cintura, desabotonando su pantalón y metiendo mis dedos bajo la ropa. Ella se volteó, dejándome abrazarla e ir recorriendo mis manos por su pubis, acariciando su delicioso vello y sintiendo su piel. Una de las cosas que más me gustaron siempre de ella fue su gusto por dejarse masturbar por mi. Había veces que en ello pareciera que estuviera todo su deseo, y esa noche en las vías tampoco era la excepción. Pero esa vez fue más allá. Estiró una de sus manos, y procurando no ser sentida, fue quitando la frazada de encima del cuerpo de nuestra acompañante, quien dormida, frotaba sus manos también dentro de su ropa, masturbándose deliciosamente ante nuestra vista. Tanya volteó la cara hacia mí, y el fuego que había en sus ojos me electrizó de golpe. Ella estaba disfrutando y excitándose ante la vista de otra mujer masturbándose dormida.
Mis manos bajaron la ropa que aún cubría el cuerpo de Tanya, y fueron dejando al descubierto esa carne firme y deseable que tanto me gustaba. Con mi miembro erecto, dibujé por sobre su piel mientras mis manos acariciaban y abrían perversamente sus nalgas. Ella tomaba mi falo erguido y orgulloso paseándolo por todas partes donde su carne pudiera proporcionar las sensaciones que ella sabía que más me gustaban. Mis dedos continuaban su libidinosa labor, acariciando, apretando y jalando más hacia mí la cadera de Tanya. Sin embargo, tanto mi vista como la de ella estaban fijamente clavadas en el cuerpo de la felina chica que cada vez con mayor fruición frotaba sus dedos contra su clítoris, haciéndola exhalar gemidos inenarrables que provocaban en mi una erección cada vez mas fuerte e intensa. Su lengua paseaba por sus labios cada vez que los movía y sus piernas se medio abrían y cerraban al compás cadencioso de sus movimientos. Tanya volteó hacia mí, dirigiendo su rostro hacia mi cintura. Con algunos ademanes me hizo entender cómo quería que me colocara, así que me extendí hacia lo largo de la cabina, recostándome y mirándola acercarse más a mi sexo, sin apartar su vista de su erecta figura.
Tomando mi falo con una mano, comenzó a pasearlo por su rostro, acariciando su piel con mi glande; oliéndolo, sintiendo el roce de ambas pieles. Levemente comenzó a lengüetear todo lo largo de mi miembro, comenzando a hacer llegar a mi sensaciones exquisitas. La otra chica descansaba muy cerca de mi cara, quizá ya desvaneciendo sus sueños, quizás manteniéndose en un lapso de pasividad mientras el torrente de imágenes y sensaciones regresara a su cuerpo por más guerra. Desde mi sitio podía ver sus piernas, su mano aún bajo su ropa interior. Podía alcanzar a percibir los aromas embriagantes que su sexo emanaban. De reojo podía admirar como las luces que pasaban desde la vía junto a nosotros iluminaban fugazmente su rostro, haciéndolo lucir más hermoso. Mientras tanto, Tanya había comenzado a engullir mi pene, a chuparlo con devoción, a dejarme sentir el frío rastro de su saliva en mi piel cuando salía de su boca. Una y otra vez que lo metía a su boca y succionaba lentamente de él, las oleadas de placer recorrían mi piel y me hacían estremecer. Con una de mis manos acariciaba su cabello, mientras la veía y turnaba mi mirada para admirar las deliciosas piernas de mi durmiente acompañante.
Tomé a Tanya por los brazos y la atraje hacia mí. La senté a horcajadas sobre mi cadera y me acerqué a besar su boca, a succionar salvajemente sus labios, acariciándola libidinosamente con mis manos. Fui yo el que comenzó entonces a descender por el cuerpo de ella. Mi boca en pocos segundos llegó hasta su pubis, y comencé a besar su vello, a mordisquear su carne, a lengüetear sin más preámbulos todo el inicio de su sexo. El tren se había detenido en un pequeño poblado y apenas hubo movimiento en el exterior del andén. Pocos pasos resonaron por el pasillo, buscando una cabina donde entrar. En ese momento, sin que esa inquietante sonrisa se desvaneciera de su rostro, aquella chica se giró hacia la ventana, dándonos la espalda y una hermosa visión de sus piernas que asomaban bajo su falda subida. Tanya gemía suavemente, y su mirada se perdía en las piernas de aquella escultural mujer. Pude verla acercarse suavemente para mirarla mejor, para intentar olerla, para que las emanaciones de calor de su piel llegaran a su rostro.
Con el tren nuevamente en marcha, mis lengüetazos al clítoris de Tanya fueron arreciando. Mis dedos abrían suavemente sus labios y mi lengua se entremetía en ellos, para después volver a circundar vigorosamente su clítoris. A mi lengua llegaban los primeros y deliciosos efluvios de su lubricación, los cuales eran atrapados por mi boca y bebidos en el acto. Las piernas torneadas de Tanya acariciaban mis mejillas mientras a gatas se movía y reptaba sobre mi cara, frotando impúdicamente su vello púbico contra mi rostro. Sus gemidos fueron creciendo de manera notoria al igual que el ritmo de su cabalgata. Yo abría mis ojos, intentando alcanzar a ver su mirada, su rostro, la figura de su boca abierta en un círculo que denotara su deleite. Fue en ese momento que la vi.... y eso me dejó helado.
Reflejados en la ventana pude ver abiertos los ojos de nuestra acompañante. De alguna forma los gemidos de Tanya la habían despertado, y sin darse la vuelta intentaba escudriñar en el espejo creado en la ventana de nuestras siluetas. Ella ahora nos espiaba en nuestro placer, así como nosotros antes nos recreamos con el suyo. Una vez convencido de que ella disfrutaba con nuestra visión, continué lamiendo vorazmente la vagina de Tanya, acariciando sus piernas con mis manos, y entreabriendo sus nalgas para acariciarlas en medio con mi dedo. Cada vez que terminaba de recorrer entero su vagina, volteaba a ver el reflejo, tratar de descubrir qué reacción tenía, qué tanto le gustaba o excitaba aquello. Pude ver con asombro que nuevamente sus dedos se movían bajo su ropa interior; quizá intentando ser vista, quizás solo satisfaciéndose. Tanya, ajena a aquella situación, cerrando sus ojos se contoneaba sobre mi cara buscando afanosamente el orgasmo, la mayor cantidad de placer que pudiera obtener. Por momentos abría sus ojos, pero no reparaba en la mirada de nuestra compañera, limitándose a ver sus piernas y sus nalgas, para acercarse y olerlas, mas sin poder alcanzar a ver la actividad que aquella chica realizaba a centímetros de su cara.
En un momento de frenesí, Tanya se acercó imprudente y atrevida al cuerpo de ella, y rozó con sus labios la hermosa piel de nuestra compañera. El estremecimiento de la carne de aquella chica fue notorio e inmediato. En la ventana vi abrir sus ojos desmedidamente, y después cerrarlos con deleite cuando un segundo beso llegara a su piel. Lentamente fue volteando, con la lujuria en la mirada y sus manos aún en la entrepierna. Pasó por sus labios la lengua mirándonos, mientras que ambos mirábamos lívidos el espectáculo de aquella hembra, de aquella verdadera leona despertando hambrienta. Para ese momento Tanya se encontraba frenética, sin pensarlo dos veces se acercó a ella, y rozó sus labios con los dedos primero y luego con su boca. El beso fue suave... casi tímido y prolongado. Pareciera que no querían que el tiempo pasara, y que ambas estuvieran descubriendo los portales de un mundo nuevo y delicioso.
Con sus ojos entrecerrados de deseo rozaban mutuamente sus labios primero. Luego sus lenguas fueron apareciendo de entre las comisuras y comenzaron a rozarse, a paladearse, a degustar sus bocas como exquisitos manjares. Yo me coloqué a un lado para verlas, luciendo entre mis piernas una erección que por momentos llegaba a ser dolorosa de lo intensa que era. Realmente sorprendido miré a Tanya bajando sus labios por el cuello de esa hermosa mujer; bajando su boca hasta quedar besando y rozando con sus dientes la piel de su clavícula, de su esternón. Rápidamente pude notar como ambas aprendían apenas de un universo de sensaciones aún desconocido. Lentamente ella fue dejándose caer en el sitio donde se había recostado, abriéndose lentamente la blanca blusa que portaba y mostrando con timidez sus senos. Tanya fue siguiéndola con sus besos, acariciando cada centímetro de piel que iba quedando al descubierto. Con su lengua, mi chica comenzó a acariciar sus pezones, a bordear lentamente la aureola de sus senos, a amasar despacio cada uno con sus manos menudas, descubriendo el hermoso placer de acariciar a una mujer.
Deslizándome por un costado, fui quitando la poca ropa que aquella chica aún portaba, mientras ambas iban reconociéndose, deleitándose mutuamente. Sus miradas lo decían todo. Aquel era su momento, su noche, su deseo más absoluto. Nada les era más importante que culminar ese delicioso momento juntas. Tanya fue siguiendo con sus labios el camino que la mano felina de aquella chica iba marcando hacia su vientre. Al llegar a su vello púbico, Tanya lo aspiró intensa, olisqueándolo con esa ansiedad y curiosidad de saber cómo es el aroma de otra mujer pegado a su rostro. Ambas jadeaban intensamente, una deslizando su mano para masturbarse nuevamente, la otra con las ganas pintadas en su rostro por probar de aquel secreto rincón con el que seguramente hubiera fantaseado en silencio más de una vez; pero ambas lo hacían con una voracidad y un deseo poderoso de placer. Se miraron a los ojos, y Tanya se fue perdiendo despacio entre aquellas piernas que poco a poco se iban abriendo más y mas.
Los gemidos comenzaron a escucharse de nuevo. Con ese profundo y exquisito ronroneo que obnubila la cordura y los sentidos y trae a la mente las más encendidas fantasías. Pero en ese momento ya no era un sueño; ellas estaban juntas, disfrutándose; y yo ahí... a un lado de ellas, fascinado de verlas. Quedamente me acerqué a los tobillos de aquella hermosa mujer, comencé a acariciarlos, a besarlos y mordisquearlos. Ella me miró con aprobación, y con una oscura y dulce sonrisa. De reojo pude ver a Tanya con sus ojos cerrados, lengüeteando con gusto por primera vez en su vida la vagina de otra mujer. El ambiente ya no tenía en absoluto el frío del principio, sino que el aroma a sexo, a piel, a sudor lo llenaba todo.
Fui subiendo por sus piernas, oliéndolas despacio, dejando que su piel erizada rozara con mis labios. Su carne era exquisita; tanto o mas que la de Tanya. El calor que emanaba me llenaba los sentidos. Poco a poco llegué hasta donde mi chica lamía y bebía de los fluidos de la felina hembra que ahí se nos ofrecía plena de deseo. Fui ocultándome entre las piernas y miré con calma su vagina, admirándola, deseándola más. Ellas se acercaron y nuevamente comenzaron a besarse. Tanya acariciaba mi espalda con cariño, mientras mi lengua comenzaba a perderse entre los pliegues vaginales, llenando mi boca de un nuevo sabor, de un exquisito gusto. Ella jamás me había llegado a ver de esa manera, y su respiración me indicaba que le gustaba y que le excitaba hasta lo sumo. Tanya se retiró primero para admirar el espectáculo, acariciándome con sus dedos, pero fue poco a poco descendiendo por mi vientre hasta llegar de nuevo a mi sexo, el cual la llamaba con ansiedad. De una bocanada engulló mi falo en su totalidad, comenzó a masturbarme mientras me mamaba, y abría sus piernas descaradamente pidiendo ser lamida también. La otra chica lo entendió y sonrió levemente y bajando despacio entre gemidos, para quedar unidos los tres en un delicioso triángulo, donde todos disfrutábamos.
Mi lengua recorrió en su totalidad la vagina y el clítoris que se me entregaban por primera vez en esa noche. Durante uno de los paseos de mi lengua por el perineo de aquella chica, escuché y sentí los fuertes gemidos de Tanya, tan característicos de su momento de estallar. Entonces ella rodó jadeando y gimiendo, con la piel rebosante de sudor, y con la satisfacción y calentura pintando su rostro. Entonces ella se incorporó y tomando mi cuello, me besó tiernamente, susurrando: - Vamos.... déjame verlos.- Y llevó mi cara hacia la boca de aquella chica para que la besara, para que con un beso comenzara a tomar posesión de su cuerpo. Sin apartar mi vista de su mirada, sentí sus manos llevar mi falo hacia la entrada de su vagina. Apenas en un jadeo, pude expresar el deseo por conocer su nombre.... Your name is?.....- Gaby, me respondió sonriendo enigmáticamente. Y yo, pronunciando quedamente ese nombre fui deslizando mi falo por el húmedo y delicioso camino hacia su interior.
Mis manos la acariciaron en el rostro, los brazos, la espalda. Frente a Tanya ambos rodamos refocilándonos en un cada vez más descontrolado vaivén, al calor de nuestras emociones. Mis manos la rodeaban, acariciaban su espalda y sus nalgas, la apretaban contra mi cuerpo, se introducían hasta acariciar el nacimiento de su ano. Mi cuerpo circulaba en un movimiento intenso ante su cadera y dentro de ella. Gaby gemía con una fuerza cada vez mayor, al recibir mi miembro erecto dentro de ella, y las suaves caricias de Tanya en su espalda. Poco duró ese erótico baile de nuestros cuerpos. Apretando sus dientes y mostrando las pupilas completamente dilatas, Gaby comenzó a estremecerse, a moverse espasmódicamente mientras soltaba bufidos y gemidos de satisfacción. Ella se vino de una manera suave, pero profunda. Fue de esos orgasmos que por momentos pareciera que paralizan el corazón, y que uno cree sentirlos hasta la punta del pelo. Fue demasiado para mi.... desde lo mas profundo de mi ser comencé a sentir una creciente y monstruosa oleada de sensaciones que iban apoderándose de cada parte de mi cuerpo. Un leve quejido me delató, y abriendo sus ojos Gaby alcanzó a balbucear... No... no.. dont....-
Me retiré de su interior, mientras comenzaba a sentirme preso de aquella marejada de placer que comenzaba a confluir en mi vientre. El intentar resistirlo ya no me era posible. Tanya, obedeciendo a uno de sus mayores gustos se abalanzó sobre mi falo, succionándolo con fuerza y rabia mientras yo explotaba con una fuerza atronadora. Mi garganta se llenó de los más roncos y profundos gruñidos, y de los jadeos más salvajes que pueda yo recordar.
Segundos más tarde, los tres caímos sobre la improvisada cama, con nuestros cuerpos entrelazados, cubiertos de sudor, de fluidos... cubiertos de satisfacción. No fue sino hasta que el sol de las campiñas del Marne pegó en mi rostro que pude volver a dar cuenta de mí. Mi cuerpo estaba aún desnudo, pegado al de Tanya, la cual aún suspiraba entre sueños. Gaby ya no estaba. Ella y todas sus cosas habían desaparecido. Cuando llegamos a Paris, éramos presa de un cúmulo de sensaciones encontradas. El desasosiego, el estremecedor montón de recuerdos, y la nostalgia por la desaparición de aquella hermosa y exquisita chica nos embargaban. Tanya y yo no hicimos ningún comentario al respecto de aquella noche. Subimos al carro que nos esperaba y partimos de la estación mirando por las ventanas del auto la lluviosa tarde de Paris.
Fue tres días después, poco antes de la cena. Yo degustaba un café en uno de los sillones de nuestra casita rentada en Montmartre, y Tanya deambulaba por la habitación buscando un pequeño pasquín que informaba de unas conferencias interesantes para ella que se impartirían cerca del Jardín de la Orangerie. Una noche antes nos habíamos atrevido a tocar el tema de Gaby. Ambos coincidimos en que había sido una experiencia extraña y perturbadora, que todos los elementos nos arrastraron a hacer aquello. Que si el Whisky, que si la calentura de verla a ella masturbarse dormida... en fin, los pretextos no faltaron para salir del paso, pero eso si, juramos prácticamente que aquello era asunto cerrado, que jamás volveríamos a pensar siquiera en ello. Mi encendedor falló entonces, y eso me comenzó a fastidiar en ese momento ya que afuera llovía a cántaros. Tanya salió por un momento de su afanosa búsqueda del pasquín y fue a traer su chaleco de viaje, hurgando en sus bolsillos por unos cerillos que calmaran mi enfermiza ansiedad. Extrajo la cajetilla encontrada en medio de papeles, pero de pronto, una pequeña tarjeta llamó su atención. La leyó con creciente curiosidad y desasosiego... la llevó a su nariz oliéndola y cerrando los ojos recordando algún aroma conocido. Y después... sin decir nada... sonrojada, me miró y sonrió enigmáticamente.
VMGS/ Agosto 2004.