Tren de Medianoche (2)

Revivir una experiencia no siempre es vivirla de nuevo de la misma manera. Esta vez, fuimos tres, en una cena solo para dos.

TREN DE MEDIANOCHE 2

Tres, en una cena de dos.

El suave temblor de sus senos desnudos se convertía en un decidido distractor para mí. Las piernas de ellas se entrelazaban engarzándose con gracia y agilidad, las sonrisas se desbordaban desde sus rostros angelicales y cada movimiento de sus cuerpos era asombroso. Ellas, tomadas de la mano por un instante se encontraban al centro y al siguiente se separaban con gráciles movimientos luciendo la forma de sus espaldas, de sus corvas, de sus pequeñas pero antojables nalgas. El color su piel brillante seducía mi vista pasando de una mujer a otra de todas las que a pocos metros se contoneaban sonriendo, ataviadas con las más lujuriantes galas y mostrando la belleza de sus cuerpos solo con la finalidad de satisfacer mi mirada, y no solo la mía. El vibrar de ese pecho estupendo que se movía ante la vista junto con los demás cuerpos en medio de ese escenario fastuoso daba fe de que ningún espectáculo puede igualar a la belleza del cuerpo humano.

Por la derecha, de entre los artificiales matorrales que cubrían la abigarrada silueta de un santuario hindú surgieron las figuras fascinantes de una pléyade de mujeres semidesnudas que de inmediato atrajeron mi mirada, la de Tanya y la de la misteriosa y reaparecida Gaby, y las de muchos pares mas de ojos esa noche. Pero aún así, entre sorbo y sorbo de un pésimo tequila, las luces, la música y la alegría fueron acompañando cada escena de aquel portento que solamente el Lido de Paris puede presentar.

Allí estábamos los tres, de nuevo, reunidos tras varios días de recordar y de sonreír incrédulos cada uno por su cuenta de aquella experiencia nocturna camino a Paris de Munich. Hubo indecisión por saber si deberíamos volver a encontrarnos o dejar que la experiencia del tren fuera suficiente. Pero fue bajo la pertinaz lluvia parisina, refugiados en un modesto bistro que Tanya supo que quería enfrentar a aquella mujer nuevamente y experimentar el desasosiego de encontrar a alguien con quien se ha vivido una inesperada e intensa aventura. Tanya sonrió con picardía cuando me preguntó si a mi me parecía bien que intentáramos encontrarnos de nuevo con ella. No he sido nunca ducho en aquello de esconder mis pensamientos, mi rostro me delata, y me delató esa tarde. Así, tras apartarse a un gabinete telefónico dio el paso decisivo para convertir a Gaby ya no en un loco recuerdo, sino en una nueva promesa.

-Nos invita para mañana en la noche al Lido. Hay que ir muy bellos, supongo- me dijo sonriendo ante mi interrogante mirada. Con una risita agregó: - Y claro, tu pagas- pero en realidad ya ni la escuchaba. Mi mente estaba perdida entre ese deleitable par de piernas que me recibieron esa noche en la cabina del tren. Mis recuerdos estaban sometidos al hermoso pelaje que engalanaba su pubis y en las turbadoras imágenes de su inicial rito de autosatisfacción.

A la mañana siguiente, Tanya llegó al pisito que rentábamos con un portatrajes conteniendo el vestido que había decidido lucir esa noche.

-Estás muy entusiasmada por esta noche- le dije- pareciera que mas que yo.

-¿Nunca has tenido esa sensación de que de pronto cruzas una línea y de pronto ya nada es imposible, donde lo dominas todo? Yo así me sentí esa noche en el tren. No me sentí mal por estar con ella, ni por verte haciéndolo con ella junto a mi, sino todo lo contrario.

-A mi también me gustó estar con ella, por supuesto, pero… verte, verlas fue… lo que mas me provocó.

-¿Hablas en serio?-dijo, y sonrió, como siempre.

Al salir del Lido íbamos fascinados. Ellas dos lucían espectaculares; se habían vestido como para una gran gala. De pronto yo sospechaba que la gala sería mas el hecho de encontrarnos nuevamente mas que la asistencia al show. Las dos lucían un hermoso vestido largo, ajustado según la moda, Tanya en color negro y Gaby en azul marino. Sus peinados no eran como aquellos que salen en Vogue o las demás revistas para matronas insulsas o adolescentes soñadoras, pero causaban una decidida fascinación. Subimos al auto de Gaby y nos internamos por las calles de Paris hacia su casa, donde cenaríamos.

Horas antes nos habíamos encontrado en el lobby del Lido. Tanya y yo entramos apresuradamente a causa del retraso que llevábamos por la demora con que el taxi pasó por nosotros. Tardamos un poco buscando a Gaby, temiendo de pronto que ella no llegara, pero finalmente ahí la hallamos, entre la gente, viendo las fotos de la revista que en pocos minutos se presentaría ante nosotros. Cuando nos encontramos, una amplia y prolongada sonrisa nos acompañó a los tres. Durante unos segundos no dijimos nada, y luego nos abrazamos de la misma manera en que lo hacen aquellos chiquillos que se encuentran después de haber cometido alguna travesura y haber salido indemnes.

Durante el espectáculo las miradas de uno se cruzaban furtivamente con las del otro, entre los tres. Había calma y seguridad en nuestros semblantes, pero en lo profundo de las miradas se podía percibir una tormenta arrasadora que podía estallar al menor estímulo. Me divertía pensar que, a pesar de lo sucedido hacía unas noches en el tren, en ese momento estábamos envarados para dar el siguiente paso. En su modesto pero bien ambientado departamento, las copas tintinearon al chocar unas con otras y mirándonos expectantes bebimos sintiendo que ese momento se eternizaba. Propuse un brindis:

-…. Por la noche maravillosa en que nos conocimos, y en que a mitad de la oscuridad pude besarte así, Tanya, y así Gaby- dije uniendo mis labios alternadamente con los de esas dos suculentas hembras. Fue entonces Tanya, sonriendo como siempre, me dijo quedamente: -¿Recuerdas que cosa me dijiste que fue la que mas te gustó de esa vez?- y acercándose a Gaby brindó: -y por esa noche en que mi boca conoció por primera vez la de una mujer y en su cuerpo disfruté como jamás lo había llegado a pensar siquiera- y juntó su boca con la de Gaby, para ya no separarse mas.

Algunas veces me he preguntado en por qué a nosotros los hombres nos enciende tanto ver a dos hembras entregándose lésbicamente. Muchos lo gozarán simplemente por la villana idea de estar viendo algo prohibido, algo que se está fuera de nuestras leyes sociales y que va contra los cánones morales y religiosos. Pero entonces lo que ellos disfrutan es mas la idea de romper con sus valores y no por el sublime encuentro de dos o más féminas entregadas a cuerpos y formas ajenos a los nuestros. Desde la más remota antigüedad, los registros existentes de lesbianismo, ya sea religiosos o literarios son bebidos ansiosamente por los ojos masculinos como parte de su apetencia concupiscente. Ya la "divina" Safo de Lesbos era leída y releída para solaz de cuanta mente lujuriosa masculina pudiera acceder a sus líneas. Pareciera que ellas fueran para nosotros un espectáculo circense más, con el cual pudiéramos llenarnos de regocijo cual si de bestias enjauladas de hermosos colores estuvieran ante nosotros. Nuestra ambición por mantener nuestro vanal status como directores históricos de la sociedad nos impulsa aún a mediar los espacios que las mujeres encuentran para sí mismas de manera que se conviertan en una fuente de diversión y perversión para nuestra enfermiza, aparente y decadente superioridad. Para otros, ese gusto, quizá sea mi caso, es el demoledor saber de que en medio de esta cultura machista, represiva e hipócrita, nosotros los varones no somos imprescindibles para que la mujer pueda experimentar placer, excitación, amor, cariño.

Y todo eso pasó por mi mente mientras veía a Tanya y a Gaby juntas, aún con sus copas de champagne a medias, luciendo sus fabulosas formas bajo sus elegantes galas, uniendo sus labios, mordisqueándolos, saboreándose mutuamente, con los ojos cerrados y una expresión de éxtasis en el rostro. Para reafirmar mis pensamientos, me acerqué a ellas para rodearlas con mis brazos y pretender unir mi boca y mi cuerpo a aquel maravilloso festejo, tal como sucedió en el expreso que nos llevó desde Munich a la "Ciudad Lux", pero la mano firme de Tanya en mi pecho me apartó con firmeza, y con un tono tajante y explícito me dijo:

  • Verme así era lo que mas te gustaba ¿no? Mantente ahí, cariño… y disfruta entonces.

No somos indispensables, quedó confirmado.

Mientras volvía a llenar mi copa, buscando con la mirada alguna otra bebida más agresiva para el cuerpo, ellas se abandonaron a la dicha de abrazarse sin separar sus labios, y gozarse mutuamente recorriéndose el cuerpo con las manos. El suave roce de su piel con la fina tela de sus vestidos se percibía aún encima de la suave música de Bebo Valdes que Gaby mantenía de fondo en su casa. Algunos suaves murmullos comenzaron a salir de sus bocas. Se decían ambas frases de cariño, de deseo, quién sabe cuántas cosas se prometieran en ese instante, cuántas se recordaran. El rosetón que Tanya lucía de peinado fue deshecho, cayendo su cabellera hermosa sobre sus hombros al mismo tiempo que la boca de Gaby se perdía en su cuello con besos y suaves mordiscos. Tanya cerraba los ojos y abría la boca sin musitar sonido alguno, más que suaves exhalaciones de gusto al sentir esa tibia boca en la piel debajo de su rostro.

Las manos de Tanya se perdieron bajo los pliegues del vestido de Gaby, buscando ansiosamente la suavidad de aquellas piernas que acariciaron nuestro rostro en la oscuridad de nuestra cabina de tren; palparon su textura, pretendieron exitosamente arrancar el primer gemido de aquella hembra que nos despertara tantos antojos aquella noche y frotaron con un deseo inusitado sobre los bordes de la fina lencería de su compañera. Poco a poco sus dedos surcaron el espacio descubierto entre sus medias y su entrepierna, sintiendo el intenso calorcito de la piel de Gaby, quien descendía ya por las clavículas y el esternón de Tanya, descubriendo con sus manos el delicioso escote de mi dulce muñeca.

Yo miraba, con la pierna cruzada sentado solo en un pequeño sillón, bebiendo mi copa y echando humo –supongo que por mi Camel- , viendo inútilmente cómo ambas se iban recargando en el amplio sofá de la sala de Gaby, desacomodando y levantando su ropa para olerse, mordisquearse y lamerse mutuamente. Sorprendiéndome completamente, Tanya fue tomando la iniciativa y pronto dejó desaparecer su cara entre las piernas de Gaby, que las abría y movía en un compás maravilloso, acariciando el rostro y la espalda de mi chica, dejándose lamer con absoluta lujuria, sonriendo cachondamente. Su mirada en mí no dejaba de ser desafiante, pareciendo decirme: - ¿Qué? ¿Te gusta ver cómo tu Tanya me lame el coño? ¿Cómo me cojo a tu mujer, a tu compañera?

Tanya lamía no delicadamente, sino con fuerza la vagina de Gaby. Desde mi sitio la veía estirar su lengua con voracidad, buscando hasta los más profundos recovecos de su vulva chorreante. A cada lengüetazo parecía paladear el sabor prodigioso de ese manantial que se desbordaba entre sus labios. Los sonidos guturales que emitía a cada lamida opacaban los jadeos placenteros de Gaby. Su lengua no tenía descanso, su rostro procuraba a cada momento restregarse contra el pelo púbico de su súbito vicio. Sus palabras dejaban oír la entrega con que se sumergía en un cunnilingus absoluto y desbocado. –Mmmm…. Gaby… que rica… mi amor… que rico sabes…mi vida…me encantas- Los jadeos de Gaby comenzaron a acentuarse y a volverse mas rápidos, hasta que al poco rato comenzó a estremecerse, viniéndose con fuerza en la boca de Tanya.

Mi desasosiego era absoluto. No mentiré diciendo que la imagen me provocaba una excitación tremenda, ni que mi verga luchaba por salir de dentro de mi pantalón. Me encontraba pasmado ante la imagen deliciosa de dos hembras cogiéndose sin reparos y con una entrega que iba mucho más allá de una simple aventura. Succioné intensamente mi cigarro y continué viéndolas, deseoso de estar entre ellas, celoso por no estar ahí.

Ambas quedaron abrazadas recostadas en el sofá de la sala. Gaby había ya subido el vuelo del vestido de Tanya y la masturbaba suavemente mientras cubría su boca con suaves y pegajosos besos. Las oí entonces ronronear de gusto, de placer, como si fueran amantes enamoradas. Tanya fue colocada de rodillas de frente contra el sofá, quedando completamente a merced de Gaby, quien comenzó a morder su espalda y a hacer que sus dedos lujuriosos se perdieran entre las piernas y las nalgas de mi mujer. Tanya enloquecía cada vez más con la fuerza con que Gaby la masturbaba en la vagina, en el ano. Los dedos de esa hembra felina se llenaban de los fluidos de mi hermosa Tanya la cual gemía largamente mientras era masturbada y follada por la mano experta de Gaby. Sus palabras de amor se confundían con las de calentura más obscena. Cuando la lengua de aquella portentosa hembra llegó a su vagina, sus gemidos fueron indescriptibles. Fue entonces cuando mi verga comenzó a erectarse de una manera escandalosa y a desear placer y satisfacción. Tanya volteaba y clavaba su mirada en mí, sonriendo con esa perversidad que era desconocida aun para mi mente, a pesar de tanto tiempo de haber estado juntos.

Gaby mojó despacio su lengua en el líquido de su copa; líquido frío y espumoso, para después vertirse inmisericorde en el perineo de Tanya moviéndose en voraces círculos. Mi chica gemía, jadeaba, profería las más calientes exclamaciones y a la vez las más dulces palabras de cariño para la hembra que se la follaba:

  • Gaby… amor mío… sssiii… así puta, cógeme así amada mía… soy tuya, mi amor… lame mi coño caliente, perra querida.

El elegante vestido entallado de Tanya se abría por sus costados, mostrando su culo abierto y sus sensacionales piernas desnudas, expuestos para que Gaby se diera placer comiéndolos a detalle. Los dedos de Gaby masturbaban aún la voraz vagina de mi amor mientras su lengua atacaba su ano con deleite, casi con verdadera hambre de su intimidad. Al verlas, recordé por un momento el instante supremo en que en aquel bungalow penetré por primera vez el exquisito culo de Tanya guiado por su propia mano. Los recuerdos eran muchos e impactantes, pero nada comparado con la fabulosa escena de dos mujeres amándose suficientemente como para evitar mi contacto. Aprendí mucho esa noche, pero fue más lo que llegó a mi libido. Con timidez pasee mi mano encima de mi verga oculta bajo mi pantalón. La dureza de mi miembro se estremeció ante los impulsos naturales de un deseo insistente por copular con aquellas hembras que haciendo caso omiso a mi dureza se entregaban como poseídas por el mas absoluto devaneo.

El dulce cuerpo de mi Tanya se arqueó cuando los dedos fuertes de Gaby se le deslizaron profundamente por el ano, mientras que su lengua ya tibia por el calor de mi amada se retiró de entre sus nalgas. Sus fuertes gemidos, conocidos ya por mi cuando la sodomizaba en esas noches en que su voracidad pedía siempre más y más, llegaban nuevamente a mis oídos, pero por primera vez a más de un metro de mi cuerpo.

Con Tanya alguna vez experimenté el satisfacerla con juguetes. Fue tras una larga charla en la cual me expuso sus mayores fantasías y sus más absolutas ganas. Al día siguiente de esa charla, en una sex shop de Coapa adquirimos algunos dildos que fueron su deleite durante algún tiempo, y un anillo metálico que colocó alrededor de la base de mi verga, minutos después de que adornara su cuello con un sencillo pero simbólico collar negro de cuero, luciendo el Triskelyon con mi nombre en el frente. Esas noches Tanya introducía con denuedo los dildos bajo mi más estricta dirección, esperando casi mi venia para estallar en un orgasmo donde el látex se llenaba de sus fluidos y de la constricción de sus benditos agujeros. Pero ahí, esa noche de lluvia pertinaz, a un lado de las callejuelas de Paris, bramaba emputecida por las candentes caricias que la lengua de Gaby daba a su clítoris y sus dedos a su espectacular culo.

No abundaré en más detalles, baste decir que jamás vi ni oí a Tanya venirse como lo hizo esa noche. Sus uñas arañaron la tela mullida del sofá de Gaby como una bestia enloquecida y su saliva escurrió involuntariamente mientras explotaba de la manera mas primitiva que ser humano pudiera experimentar. ¿Saben? Sentí celos de Gaby. Si. Sentí celos porque jamás vi a mi hembra venirse de manera tan prodigiosa estando conmigo. Sus guturales aullidos de loba sobrepasaron a aquellos que mi verga fue capaz de producirle. Fue una hermosa pero dura lección para mí. Amé verla satisfecha mas allá aún de sus propias expectativas, pero odié no ser yo quien sobrepasara ese límite.

Sorprendentemente el resto de la noche fue de lo más asexuado que jamás pudiera haber imaginado. Pláticas insulsas acerca de la ciudad, de sus monumentos, de las visitas que podríamos hacer hacia el Loire, hacia Versailles, etc. Quién nos hubiera oído en esos momentos jamás podría imaginar que horas o minutos antes se había celebrado ahí mismo un rito de la más excelsa naturaleza. Al irnos, Gaby me dirigió una pequeña apología por haberme olvidado y haberse cogido a mi pareja de esa manera tan impactante. Si bien percibí en su mirada sinceridad, también percibí en ella un cierto desinterés. Tanya y Gaby se despidieron esa noche con dos europeizados besos en la mejilla, y tras verse por unos segundos y sonreírse, uno mas prolongado en los labios. El camino de regreso a nuestro piso fue silencioso y por momentos tenso. Tanya sabía de sobra que me había abandonado a mitad del festín y lo resentía dolorosamente; finalmente éramos pareja y nos amábamos con sinceridad. Trató al llegar a casa de complacerme de todas las maneras posibles, y jurarme que había sido un desliz con el que siempre había fantaseado, pero a pesar de sus palabras, mi cuerpo se excitaba mas remembrando el momento en que ella y Gaby por turnos se vinieron y se prodigaron caricias de enamoradas hasta hartarse.

A las pocas semanas, tras varios días de campo en Boulogne, Tanya y yo regresamos a México. Nuestra vida continuó normal hasta que nuestros caminos se fueron distanciando por causa de nuestros intereses personales. La ceremonia de nuestro fin como pareja se celebró ostentosamente con varios amigos en un restaurante hindú en San Jacinto, el cual ya no existe. Después de eso, nos seguimos escribiendo ocasionalmente. Nuestras misivas contienen aún esa nostalgia de recordar todas las noches en que siendo una sola carne nos entregamos a todo tipo de devaneos carnales, y todas las hermosas experiencias que ambos disfrutamos y vivimos durante los años que estuvimos juntos. Pero lo mas perturbador, fue la última carta de ella –es enemiga del correo electrónico-, la cual me llegó hará cosa de un año, con dirección de remitente en una callecita en los exteriores de Paris.