Trekking en los Picos de Europa

Un fin de semana para hacer senderismo por la montaña acaba de manera inesperada...

Trekking en los Picos de Europa

‘A las ocho en la puerta de mi casa. No te retrases’

Eran las siete treinta de la mañana y todavía tenía la mochila por preparar. Por suerte, tampoco tenía muchas cosas que meter dentro. Se trataba de pasar un finde largo en la montaña, así que tampoco necesitaría muchas cosas: lo puesto, para hacer senderismo, un par de mudas limpias, un pijama y un chándal de repuesto. Gustavo me había dicho que me llevase ropa de abrigo. Aunque mayo estaba bien entrado y aquella primavera había venido bastante buena, el clima en la montaña era siempre mucho más frío. Metí también un forro polar y me pillé el plumas de invierno, que hacía semanas que ya no usaba. Con esas cosas bastaría. Eran menos veinte y todavía tenía que ir hasta casa de Gustavo y Rocío. No vivían lejos, pero no quería retrasarme.

Arranqué mi coche y tardé unos quince minutos en llegar hasta su barrio. El plan era viajar en el coche de ellos y dejar el mío en su garaje. Su barrio era seguro, pero un coche parado más de dos días en la calle nunca estaba del todo a salvo. Cuando llegué, vi que el Golf de Gustavo estaba aparcado junto a la puerta. Él estaba colocando el maletero sobre las bacas, por si no había espacio suficiente en el trasero. Inicialmente, habíamos hablado de llevar las bicis, pero era un poco lioso, así que simplificamos el plan, que quedó reducido a un fin de semana en los Picos de Europa, para hacer senderismo y probar algunas rutas que Gustavo conocía bien. Su abuelo había sido pastor y tenía una cabaña entre León y Asturias, que usaba para refugiarse cuando subía el ganado a pastar. Con el tiempo, la habían arreglado y ahora la usaban para pasar fines de semana alejados de la ciudad.

Gustavo era compañero de curro desde hacía ya algunos años. Nos conocíamos bien y se podría decir que éramos bastante amigos, aunque tampoco podría definir nuestra relación como íntima. También conocía a Rocío, su mujer, ya que había estado cenando en su casa en más de una ocasión. Aunque llevaban más de cinco años casados, todavía no tenían hijos y los dos llevaban una vida más de solteros que de matrimonio. A ambos les gustaban los deportes de aventura y no era raro que se escapasen a hacer viajes, que incluían rutas de montaña, pesca submarina, rafting o escalada. Aquel finde habíamos planeado ir los tres a hacer trekking en la montaña, donde se nos uniría un primo de Gustavo que vivía en Mieres o Pola de Lena y al que, al parecer, también le gustaba mucho el campo.

Arrancamos poco después de las ocho, según lo previsto, y un radiante sol matutino nos acompañó durante buena parte del viaje, que se hizo realmente ameno gracias a la divertida conversación de Rocío, que no paraba de contar anécdotas divertidas sobre sus viajes, desde el día que se quedaron atrapados en la montaña por culpa de un temporal de viento y nieve, hasta otra ocasión en la que Gustavo se había clavado por accidente una flecha en el muslo haciendo pesca submarina:

  • Menos mal que no había tiburones, ¡¡¡ jajajajaja!!! Te habrían devorado vivo y yo me habría quedado viuda…

Rocío me guiñaba un ojo, maliciosamente, cada vez que hacía una chanza de este tipo para picar a mi compañero de curro, que se reía despreocupado, sin quitar ojo a la carretera. Paramos a desayunar en una gasolinera de la A6 y continuamos el camino hacia León, donde pararíamos a comprar víveres, ya que la cabaña estaba en una zona alejada de la civilización y era posible que, para cuando llegáramos allí, todas las tiendas de los pueblos cercanos estuvieran cerradas. Poco antes de llegar a la capital leonesa, el móvil de Rocío sonó y, por la conversación de ella, deduje que pasaba algo grave. Estuvo hablando como cinco minutos y, cuando colgó, nos explicó lo que pasaba:

  • Es mi hermana, que se ha puesto de parto hace un rato. ¡Joder! Tengo que volverme a Madrid. Dice que está acojonada y que me necesita allí.

  • Vale, nena. Nos volvemos. No hay problema. ¿No te importa, verdad, José? – dijo Gustavo, mirándome desde el espejo retrovisor.

  • No, no, para nada. Esto es fuerza mayor. Nos volvemos y punto.

  • No, chicos. No es necesario que nos volvamos todos. Sé que este finde os apetecía bastante y no os lo quiero fastidiar. Además, es posible que sea una falsa alarma, así que lo mejor que puedo hacer es volverme yo sola. Me pillo un bus en León y, con suerte, después de la hora de comer, estoy ya en Madrid de vuelta. Vosotros idos a la montaña. Además, que Titín estará allí y tampoco quiero que le deis plantón.

  • ¿Estás segura, nena? No pasa nada. Nos volvemos los tres y punto. Titín está harto de pasar findes él solo en la cabaña.

  • ¡Qué no! ¡Qué no! Déjame en la estación de buses, me pillo el primer ALSA para Madrid y punto.

  • Está bien, como veas…

Continuamos el viaje hasta León e hicimos una parada junto a su estación de autobuses, donde nos despedimos de Rocío, que consiguió billete en un bus que salía a las dos de la tarde. Para no perder tiempo, nos encaminamos a un Carrefour que había en la ciudad y allí compramos suficiente comida para pasar lo que quedaba de sábado, el domingo entero y parte del lunes, ya que el lunes después de comer con volveríamos a la capital. Gustavo dijo que su primo Titín seguro que llevaría más cosas, así que llenamos el maletero con la comida y proseguimos nuestro viaje hacia los Picos de Europa. Desde León, la ruta dejó de ser autovía, así que se hizo un poco más pesada. Según nos acercábamos a la montaña, la carretera se hacía más sinuosa y los kilómetros más y más largos. Con todo, serían las dos y media o así cuando llegamos a la cabaña del abuelo de Gustavo. En efecto, estaba en una zona bastante recóndita. Habría no menos de veinte kilómetros hasta el primer pueblo. Por lo que me contó, en invierno solía quedar incomunicada y no sería la primera vez que se habían cruzado con un oso o un lobo por sus inmediaciones. La perspectiva de pasar los próximos días en un paraje tan recóndito y diferente a la gran ciudad me animó bastante. Los paisajes eran sobrecogedores:  escarpados picos grises, combinados con interminables valles de un verde cegador, merced al radiante sol que, aún allí, seguía brillando con fuerza.

La cabaña era una tosca construcción de piedra con techumbre de pizarra, rodeada de verdes prados y con una alberca adosada a una de las paredes laterales. Supuse que en un pasado remoto, habría servido de abrevadero para el ganado. Ahora estaba llena de un agua cristalina, que brillaba deslumbrante al contacto con los potentes rayos de sol primaverales. Un Land Rover que había conocido mejores tiempos estaba aparcado a la puerta. Supuse que sería el coche del primo que, al parecer, se nos había adelantado. Bajamos del Golf, pillamos las mochilas y las bolsas del maletero y nos encaminamos a la cabaña, donde, en efecto, estaba ya perfectamente acomodado Martín.

  • Hey, primo, ¿cómo va esa vida, chavalote? – dijo Gustavo, dándole un fuerte abrazo a su pariente.

  • Ya ves, tío. Hacía un huevo que no nos veíamos. Ya nunca subes por aquí, cabrón.

  • He estado liado, macho… Ya sabes, el curro y tal… Pero si no vengo, no es por falta de ganas. Mira; éste es mi colega José, del que te hablé. José, mi primo Martín, aunque todos le decimos Titín.

Estreché la mano del primo, que me me miró con sonrisa franca y abierta. Siempre me había gustado la gente del Norte, tan cercana y campechana. Titín me explicó el origen de su apodo:

  • De pequeño, cuando me preguntaban cómo me llamaba, yo decía que Titín, así que me quedé con ese nombre –dijo mientras sonreía y le daba una colleja a su primo. Bueno, ¿qué? ¿Habéis comido ya en el camino? ¿O preparamos algo? Y, por cierto, ¿dónde está Ro?

  • Su hermana se puso de parto y tuvo que volverse a Madrid desde León. No quiso que la llevara, por no arruinarnos el finde.

  • Hostia, ¡qué putada! ¿Pero está todo bien?

  • Sí, sí… No hay problema. Voy a poner el móvil a cargar, de todas formas, por si me llama luego, aunque si la cobertura de este sitio sigue siendo la de siempre, me da que hasta el lunes, estaremos incomunicados. ¿Está el generador conectado?

  • Sí, macho. Lo conecté nada más llegar. Traje también gasolina, por si había poca. Confío en que tengamos suficiente para estos tres días. Además, que como los días son ya largos, la luz del sol dura bastante.

Aquella cabaña no tenía ni agua, ni luz eléctrica. La luz se obtenía a través de un generador eléctrico de gasolina y el agua provenía de una fuente natural que llenaba la alberca que había visto nada más llegar.

  • Bueno, José, aquí no hay muchas comodidades, como puedes ver – me dijo Titín exhibiendo una vez más su franca sonrisa de chicarrón del Norte-. Ven, que te enseño el resto de la casa…

Titín me mostró el resto de la cabaña, que tampoco era gran cosa: una sala amplia, que hacía las veces de salón y cocina, y un par de estancias con literas, que servían de habitaciones. Todo amueblado de forma parca, pero confortable.

  • Bueno, chavales, si queréis, id a dar una vuelta, mientras yo preparo algo para comer – dijo Titín -. Me he traído una cecina cojonuda de Asturias. Os va a flipar.

  • ¡Guay, macho!  - dijo Gustavo -.  Va, venga, José, ven conmigo, que te enseño un poco los alrededores, aunque tampoco hay gran cosa que ver.

Nada más lejos de la realidad. Aquel paraje era paradisíaco: montañas y prados por todas partes, un aire prístino y un silencio sepulcral, roto únicamente por los insectos del campo. Para un urbanita como yo, pasar un par de días en aquel lugar alejado del mundanal ruido era un sueño hecho realidad. El fragante aroma del campo se empezó a entremezclar con un olor a comida recién hecha. Al parecer, Titín estaba asando algo de carne o embutido en la parrilla, así que mi estómago empezó a hacer ruidos. Gustavo se dio cuenta y me animó a volver a la cabaña. No habíamos tomado nada desde el desayuno y ya era hora de tomar un buen almuerzo. En efecto, las comidas en pleno campo saben mucho mejor. Es como si todo se volviera más apetitoso y sabroso: aquella comida había sido deliciosa y, para postre, Titín se había traído de Asturias un orujo de bayas que fabricaba él mismo.  Si de veras existía el cielo, debía ser un lugar parecido a aquél. Después de comer, nos tiramos los tres un rato en la hierba a tomar el sol y a descansar. Creo que incluso me quedé un poco traspuesto. Cuando me desperté, Titín estaba recogiendo los cacharros y Gustavo miraba al infinito, sentado a mi lado:

  • Qué diferente es la vida aquí, ¿eh? A veces fantaseo con venirme a pasar una temporada. Olvidarme del curro, del teléfono, del ordenador, los mails y estar aquí como ahora… Algún día lo haré, jejejeje.

Según dijo esto, se incorporó y se puso de pie.

  • Venga, chaval, pilla tus palos, que nos vamos a caminar un poco, antes de que se meta el sol.

En efecto, una vez que Titín terminó de recoger, los tres pillamos los bastones de hacer trekking y empezamos a caminar por escarpadas sendas que rodeaban las montañas y desde las que había espectaculares vistas. Aproveché para hacer fotos de aquellos parajes tan agrestes y bellos. En al menos dos o tres horas de caminata, no nos cruzamos con nadie, excepto una pareja de excursionistas que también habían ido a pasar el día por allí. En la montaña atardece antes y, aunque los días eran ya bastante largos, consideramos prudente volver antes de que la noche nos pillara en medio de la montaña. Gustavo y su primo conocían bien aquelos caminos, pero era mejor no tentar a la suerte. Además, al quitarse el sol, el agradable clima del mediodía y la tarde había dado paso a una suave brisa que se convertiría en un viento frío en cuanto se quitase definitivamente el sol. Gustavo y Titín me explicaron que allí había que encender la chimenea todo el año. Salvo días muy puntuales de junio y julio, por la noche bajaban bastante las temperaturas y la cabaña de piedra no era precisamente cálida, a no ser que se encendiera un buen fuego.

Es por eso que, nada más llegar, el primo pilló unos buenos troncos de leña, que estaban apilados en la pared opuesta a la de la alberca y en un plis plas, encendió un crepitante fuego, que iluminó el salón y empezó a caldear la cabaña. El sol se ocultó rápidamente y dio paso a una noche oscura, pero estrellada hasta el infinito. Al no haber ningún tipo de contaminación lumínica, se podían ver todas las constelaciones. Aquel lugar habría sido el paraíso para cualquier aficionado a la astronomía. Mientas yo me entretenía mirando el cielo, Gustavo y Titín hablaban de sus cosas y preparaban la cena.

  • En efecto, no hay cobertura. ¡Qué putada! No puedo llamar a Ro, a ver qué tal le ha ido a su hermana.

Titín me explicó que las montañas dificultaban la recepción de las señales de televisión y móvil. De hecho, ya desistían de llevarse la tele allí, ya que no se pillaba ningún canal, prácticamente. Con suerte, la televisión pública, pero poco más. Pensé que, aunque era idílico hasta decir basta, no era un lugar muy práctico para vivir: incomunicado, sin nadie a quien pedir ayuda en caso de necesidad. Y eso que estábamos a las puertas del verano. Aquello en invierno debía ser terrible.

Cenamos copiosamente, ya que la caminata nos había abierto el apetito a los tres. Titín salió a por más leña y Gustavo y yo nos quedamos frente a frente, iluminados por el fuego de la chimenea.

  • ¿Te gusta este sitio, entonces?

  • ¿Y a quién no, tío? Es espectacular.

  • ¿Sabes? De pequeño, odiaba venir aquí. Se me hacían interminables los días en esta cabaña. Y eso que  solía venir mi familia y la de mi primo. Pero no sé, ahora es mi lugar favorito en el mundo. Creo que es el único sitio donde soy verdaderamente feliz.

Gustavo pegó un sorbo a su vaso de vino. Entrar en este tipo de confesiones indicaba que, quizá, estaba un poco achispado.  Decidí seguirle el rollo:

  • Tu primo y tú sois de la misma edad, ¿no?

  • Sí; más o menos; él me lleva un año, pero siempre nos hemos criado juntos. Al menos, los veranos y eso, porque mi familia es de Madrid y la suya de Asturias. Pero ya te digo que solíamos pasar los veranos aquí, así que somos casi como hermanos.

  • Ah, ok. La verdad es que tenéis un cierto parecido…

En efecto, había algo de similar entre Gustavo y Titín. Físicamente eran antagónicos, ya que Gustavo era delgado y fibrado, mientras que Titín era fornido y atlético, de espaldas anchas y gruesas piernas. Incluso se le vislumbraba algo de barriga bajo la camiseta, aunque no ese tipo de barrigas descolgadas, sino las firmes, las que tienen los tíos de verdad. En todo caso, había un brillo similar en los ojos de los dos primos. Es difícil de explicar, pero aunque físicamente fueran la noche y el día, su parentesco era obvio. Estaba inmerso en estos pensamientos, cuando Titín entró con varios troncos de leña, algunos de los cuales fueron directos a la chimenea, levantando una nube de chispas y cenizas.

  • Joder, empieza a hacer rasca ahí fuera.

Reparé un poco mejor en la espalda de Titín, mientras echaba leña al fuego. Sus hombros eran anchos y ligeramente caídos y sus brazos eran como los de un leñador. Me llamó la atención su corte de pelo militar, que le daba una apariencia más ruda, aunque su sonrisa era abierta y sincera como la de un crío. Pude comprobarlo cuando se dio la vuelta y, maliciosamente, dijo que había traído algo especial para entrar en calor.

En efecto, al salir a por leña, había aprovechado y se había pasado por el Land Rover, donde había recogido un par de botellas que debían ser whisky o ron.

  • Tenemos que entrar en calor, y me parece que el fuego no va a ser suficiente. Va, venga, primo, recoge la mesa. Y tú, José, ayúdame a extender unas mantas aquí, junto a la chimenea.

Gustavo apiló los platos sobre la encimera de la cocina, y Titín y yo movimos la mesa e hicimos espacio para tirar unas mantas y cojines en el suelo, a una distancia prudencial del fuego, para no salir ardiendo todos.

  • Venga, Gus, tío. Vamos a tirarnos aquí, como en los viejos tiempos.

En unos minutos, estábamos los tres tirados en el suelo, sobre las mantas, medio incorporados sobre los cojines, y bebiendo a morro de aquellas botellas de alcohol que Titín había traído. El vino de la cena, unido al cálido efecto de aquel whisky y a la proximidad de aquel crepitante fuego, hizo que rápidamente empezáramos a sudar, así que los tres nos quitamos las sudaderas de chándal y las zapatillas de trekking. Tres tíos que se han pegado una buena caminata por la montaña no huelen especialmente bien, especialmente en un entorno en el que no hay baños ni duchas, así que aquella cabaña se inundó inmediatamente de un picante olor a macho sudado que encontré curiosamente agradable. Era parecido al olor de los vestuarios del gimnasio, pero más intenso, más natural, sin colonias ni desodorantes de por medio. Titín no paraba de hablar y de recordar anécdotas vividas entre aquellos muros, como cuando los padres se fueron a un concierto de El Último de la Fila en León y dejaron a los dos chavales, adolescentes, amos y señores de aquella cabaña.

  • Hoy sería impensable: los críos están megaprotegidos. Pero ya ves: nos dejaron aquí a mi primo y a mí una noche solos. Joder… Y lo bien que lo pasamos, ¿eh, primo? – Titín le pegó un codazo a Gustavo, que miraba pensativo el fuego, haciéndolo salir de su ensimismamiento.

Me pareció que Gustavo se había sonrojado, aunque quizá fuera efecto del fuego y su proximidad. Titín era el que más whisky pimplaba, así que cada vez hablaba más y se reía de forma más estruendosa.

  • Joder, tíos. ¡Qué calor tengo! Me voy a quitar esto.

Ni corto ni perezoso, Titín se quitó la camiseta y el pantalón de chándal, quedándose en gayumbos. En efecto, su cuerpo era como el de un jugador de rugby, consistente y pesado, pero perfectamente firme. Dos pezones rosados y salientes y una suave mata de vello castaño cubriendo la parte superior de su torso. Una fina hilera de pelos se ensanchaba más allá del ombligo. Las piernas anchas, con buenos muslos, y forradas en esa misma capa de vello castaño del pecho. Martín se dejó caer sobre la manta y se abrió de piernas, para estar más cómodo.

  • ¿No os importa, no? – dijo, mirándonos intermitentemente a su primo y a mí -. Joder, es que me estoy asando, tíos.

A mí, lejos de molestarme, tener a veinte centímetros escasos a aquel tiarraco medio en bolas, bebiendo como un cosaco y sudando como un cerdo, me puso un poco cachondo. Pero tampoco quería ponerme en plan salido: no era ni el momento, ni la situación. Gustavo era mi colega de curro y lo último que me apetecía era que supiese que me daban morbo ese tipo de situaciones. Seguimos hablando de banalidades y dando buena cuenta de aquellas botellas de whisky. Titín dijo que tenía más en el coche, que si se acababan, salía a por otra, que un poco de aire le vendría bien para despejarse. Pero la segunda botella estaba todavía por más de la mitad, así que por el momento estábamos más que servidos.  Yo notaba que el alcohol empezaba a turbarme un poco y que cada vez estaba más y más desinhibido. No quería mirar muy descaradamente a Titín, aunque le lancé un par de miradas furtivas al paquete, mientras él hablaba con su primo, que no apartaba la mirada del fuego. Titín lucía un bóxer que embutía literalmente sus anchos muslos de jugador de rugby. El paquete no parecía muy espectacular, aunque se dibujaban un poco la forma de la polla y los cojones. Traté de pensar en otra cosa: los paisajes, las estrellas, los senderos… Cualquier cosa era buena para quitarme de la mente la imagen del paquete de Titín. Si seguía por ese camino, me iba a empalmar y no era el momento.

  • Joder, sí que empieza a hacer calor – dijo Gustavo -. Yo también me voy a quitar la ropa.

Acto seguido, Gustavo se desprendió de su chándal y nos dejó ver su cuerpo fibrado. Era delgado y de piel blanca, con poco vello y un bonito culo. Un par de tatuajes no muy grandes salpicaban su anatomía. Pensé que era la primera vez que veía a mi colega de curro medio en bolas. Los dos se quedaron mirando para mí.

  • ¿Y tú? ¿Qué pasa? ¿No tienes calor o qué? – dijo Titín con su sonrisa de niño grande.

  • Bueno… No sé. Estoy bien, por ahora.

  • Ok, como veas, pero esto está empezando a pegar fuerte. Creo que no hará falta más leña por esta noche.

De esta manera, me quedé tumbado junto a los dos primos medio en bolas, temeroso de quitarme la ropa, para que no notaran mi excitación. Titín seguía dándole al whisky y pasándonos la botella de forma insistente.  Yo seguí bebiendo, con la esperanza de aplacar mi excitación, aunque sólo conseguía el efecto opuesto. Cada vez estaba más empalmado. Aquella camaradería entre hombres me estaba poniendo cardíaco. Para que luego digan que el alcohol te la pone floja. Llegó un momento en el que estaba sudando como un pollo, así que no me quedó más remedio que quitarme la camiseta. Con la mirada de estos dos clavada en mí, me pareció que sería más ridículo no quitarme el pantalón que hacerlo, así que también me deshice del pantaca de chándal, y me quedé en gayumbos, como mis dos compañeros. Afortunadamente, esto sucedió en un momento en el que mi polla no estaba completamente empalmada, sino ligeramente morcillona, así que lo único que me delataba era un rabo un poco más grande de lo habitual que, en todo caso, no pasó desapercibido para Gustavo y Titín. Los dos se quedaron un poco embobados mirando mi entrepierna. Titín no parecía muy pollón y Gustavo tampoco, así que supuse que sentirían curiosidad por mi paquete. Al fin y al cabo, a todos los hombres, independientemente de su orientación sexual, les interesa la dotación de sus colegas.

Estaba de puta madre, tirado frente al fuego, ligeramente pedo, y acompañado por un par de tíos que me caían genial. No sé cómo fue, pero la conversación empezó a derivar hacia el tema favorito de los hombres, las pibas y el sexo. Gus y Titín empezaron a contar anécdotas sobre sus novietas de juventud, que si uno le había pisado un ligue al otro, que si el otro se había follado antes a una tía… En fin; las rivalidades propias entre primos. Yo mantenía un sepulcral silencio y me limité a escuchar y a dar un trago entrecortado a aquella segunda botella de whisky, que empezaba a acabarse.

  • ¡Buah! Y la de pajas que nos habremos hecho aquí, ¿eh, chaval? – Titín le metió otro codazo a su primo. ¡Joder! Cuando los viejos se iban al pueblo a comprar, nos la cascábamos como monos. Al fin y al cabo, aquí siempre ha habido pocas distracciones y de aquélla estábamos más salidos que el pico de una plancha, ¿eh, tío?

Gustavo volvió a sonrojarse. Eso me pareció. Ahora no era cosa del fuego. Su primo le estaba levantando los colores. Titín estaba bastante contentillo a esas alturas de la noche y ya estaba en ese punto en el que no se cortaba un pelo.

  • Buah, tío, pero no te cortes. Seguro que el José también ha guarreado alguna vez con sus colegas. ¿A que sí, tronko?

Me quedeé un poco cortado, ante ese giro tan inesperado de la conversación, pero respondí como un autómata:

  • Sí, claro, todos lo hemos hecho alguna vez. Cosas de adolescentes…

  • ¿Ves, tío?  Es lo más normal del mundo. Hacerse unas pajillas entre colegas, De hecho, ahora mismo, me está empezando a apetecer cascarme un buen pajote –soltó Titín, como si tal cosa.

Gustavo lo miró de reojo, con cara condescendiente, como sabedor de lo que iba a pasar, y yo me quedé ojiplático. Aquello no estaba pasando: el primo rugbier de Gustavo se iba a cascar un pajote a mi lado. La polla se me puso como un misil, sólo de pensarlo.

  • Pues sí, ¡Qué coño! Me apetece zumbármela un poco antes de dormir. ¿No os importa, verdad?

Gustavo ni se molestó en responder. Yo dije que no con la cabeza y acabé el último culín de la botella de whisky.

  • Joder, tronko, tú también estás contentillo – dijo Titín, mirando descaradamente la erección que se marcaba bajo mi gayumbo.

No supe qué responder. Instintivamente, me llevé la mano al paquete, para taparlo un poco, pero conseguí el efecto inverso. El contacto de mi mano con mi entrepierna la avivó más, si cabe. A Titín pareció divertirle la situación.

  • Vaya trabucazo que marcas bajo ese gayumbo, chaval. Seguro que tienes a todas tus novias locas con ese pedazo de polla.

Gustavo salió una vez más de su ensimismamiento y me echó un vistazo a la entrepierna, donde mi polla marcaba un bulto más que tremendo.

  • Va, venga, yo ya me he puesto cachondo, así que me la suda. ¡Voy a cascarme una paja! – Titín se puso de pié  y se bajó el bóxer.

Su rabo morcillón saltó furioso y dejó caer dos pesados cojones envueltos en el mismo pelo castaño que forraba el resto de su cuerpo.  Volvió a dejarse caer sobre la manta y empezó a pajearse, sin importarle la proximidad de su primo y la mía. Gustavo no le quitaba ojo a la polla de su primo. Parecía hipnotizado con el espectáculo, si bien es cierto que el show no era moco de pavo. Titín se terminó de empalmar rápidamente. No tenía un pollón, pero sí que era gorda y cabezona y los cojones eran bastante apetecibles. Noté que Gustavo se estaba tocando por encima del gayumbo. Ya no quedaba más whisky que tomar, así que decidí sobarme el rabo yo también.

  • Mola esto, ¿eh, tíos? Es como volver a ser jovencito – Titín nos miró a los dos de forma intermitente.

Ninguno respondió. Todos teníamos las miradas fijas en los paquetes de los demás. Gustavo todavía no se había bajado el calzoncillo, pero marcaba un bulto considerable, y mi polla pugnaba por salir cuanto antes de su prisión de tela. Titín estaba despatarrado, sobándose la tranca y los cojones, y respirando de forma entrecortada, dejándose llevar por la excitación del momento. La tensión sexual del momento se podía cortar con un cuchillo. Así estuvimos unos minutos, hasta que Titín, sin ningún tipo de miramiento, echó mano al cipote de su primo, lo sacó del gayumbo, y empezó a pajearlo. Gustavo cerró los ojos y se dejó llevar. Titín me miró fijamente a los ojos y luego clavó su mirada en mi polla. Entendí que quería verla, así que me puse de pie y me liberé del calzoncillo. Mi cipote saltó agradecido, tras ese suplicio al que lo había estado sometiendo toda la noche. El primo parecía fascinado por mi tranca. Soltó la de Gustavo y empezó a pajearme a mí. No me dio opción a dejarme caer sobre la manta. Cuando me quise dar cuenta, tenía su boca clavada en mi entrepierna hasta los pelos del pubis. El cabrón la chupaba de puta madre. Intuí que no era la primera vez que lo hacía. Gustavo, por su parte, estaba como idiotizado, mirando la escena, mientras se la cascaba.

Martín me la comió durante un buen rato, deleitándose con mis huevos y con mi capullo. Mi polla le había molado, no había duda alguna. Mi sorpresa fue mayor cuando vi que Gustavo se incorporaba y se acercaba también a mi entrepierna, con la intención de meterse mi cipote en la boca. Mi compi de curro de años me estaba haciendo una mamada. Aquello era irracional, pero tampoco tenía mucho sentido darle vueltas al asunto. Titín se puso en pie y se acercó a mí. Entendí que quería que yo se la comiese, así que eso hice: me metí su cipote gordo en la boca y empecé a mamar a fondo. Estaba deseoso de comerme aquellos gordos cojones, así que los metí uno a uno en mi boca y los amasé con parsimonia, al tiempo que Gustavo me hacía una mamada de campeonato.   Los tres sudábamos y jadeábamos.

Cuando Gustavo se cansó de comérmela, se puso en pie y me ofreció su rabo, así que me puse a comer los cipotes de los dos primos, uno detrás de otro. Hubo un momento en el que los dos estaban tan próximos, que me los metí a la vez en la boca, dándoles un placer indescriptible. Sus pollas estaban empapadas por mi saliva y chocaban una contra otra. Aquello era alucinante.

Durante un buen rato, nos pajeamos y comimos en todas las combinaciones posibles: yo a Gus; Gus a su primo, Titín a mí… Aquello era una fiesta fuera de control… Nuestros cuerpos sudaban y el sudor de nuestros pechos se mezclaba con la saliva de los penes. El olor a macho se incrementaba por instantes. El primo dijo algo que, a priori, me pareció un poco críptico:

  • Bueno, ¿qué, Gus? ¿Una folladita por los viejos tiempos…?

Gustavo no respondió. Simplemente se puso a cuatro patas, mirando hacia el fuego, y volvió la cabeza hacia nosotros, expectante. Su primo, en cambio, no tardó en actuar. Se puso de rodillas frente al blanco trasero de Gustavo, le soltó un lapazo, y empezó a comérselo a fondo. Yo estaba flipando con aquella escena. Gustavo empezó a gemir y Titín siguió soltando lapos y lametazos en todo el ojete de su primo. Yo me pajeaba de forma irracional y miraba el trabajo anal de Titín y la cara de placer de Gustavo, iluminado por las llamas de aquel fuego.  Cuando terminó de comérselo a fondo, Titín soltó un lapo más consistente que los anteriores y acercó su rabo a aquel ojal empapado. Lo siguiente fue una embestida seca, directa, contundente. Gustavo ahogó un grito de dolor y cerró los ojos con fuerza, mientras su primo de lo follaba vivo. Empezó dándole suaves embestidas, para luego ir incrementando el ritmo, hasta acabar en una follada demencial. Su cuerpo de toro sudaba por los cuatro costados mientras se empalaba a su primo como si no hubiera un mañana. Movimientos rápidos sucedidos por embestidas cortas e intensas. Así estuvo no menos de veinte minutos, hasta que un resoplido fuerte indicó que se había corrido. Titín le había llenado el culo de lefa a Gustavo. Sacó su polla blanqueada por la saliva y el semen, y medio morcillona todavía, y lanzó una mirada rápida sobre mi polla y, a continuación, sobre el ojal de su primo. Entendí lo que quería, así que me lancé a follarme el ojete de Gustavo, dilatado y húmedo tras la preñada de Titín. Aquella follada fue puro morbo, no sólo por el entorno, ni por la compañía, sino porque me estaba empalando a mi amigo casado y el cabrón lo estaba disfrutando de lo lindo. Mi ritmo no fue tan frenético como el de Titín, y mi aguante tampoco, pero le solté una buena corrida en todo el ojal, que metí para adentro con la última embestida. Los gemidos sordos de Gustavo indicaron que él también estaba a punto de correrse. Todavía con mi cipote dentro, noté sus espasmos al eyacular.

Los tres nos quedamos tirados en aquellas mantas, empapadas en sudor, saliva y semen, y sin fuerzas para nada más que mirar al fuego, que fue consumiéndose poco a poco, hasta convertirse en un rescoldo que apenas alumbraba aquella cabaña en tinieblas en medio de las montañas de los Picos de Europa.

[FIN]