Treinta minutos - Introducción - Capítulo 0

Introducción de "Treinta minutos", atrévete a engancharte ;)

En el elegante cronómetro plateado situado sobre la mesa del salón figuraba un enorme 30:00. El fulgurante resplandor escarlata de sus dígitos se reflejaba en las pupilas del hombre y la mujer que, de pie, separados por apenas un palmo, se miraban intensamente a los ojos, ardorosa, intensamente.

Al fondo de aquella sala de estar, una gran cristalera desde la que se podía ver toda la ciudad, unas vistas desde luego privilegiadas, acentuadas por la tenue iluminación de la estancia, toda la luz que podían suministrar una decena de velas distribuidas al azar por la habitación. Pero ninguna de las dos personas que se miraban intensamente en el centro de la estancia tenía ojos para otra cosa que no fuera su contrario, no importaba cuan bellas o sobrecogedoras fueran las vistas, no importaba lo privilegiada que fuera la situación de la estancia, para ambos no existía nada más allá del fondo de los ojos de la otra persona.

-¿Estás seguro de que treinta minutos serán suficientes para todo lo que llevamos dentro…?

-Son las normas… ya sabes cómo funciona esto, sin excepciones, sin sentimientos, sin romanticismo… solo tú y yo, solo tu cuerpo contra el mío, mi fuego contra el tuyo…

-Lo sé pero… son tantos años… son tantas cosas…

-Sin excepciones…-El hombre titubeó, miró hacia el reloj cronómetro, a continuación hacia la puerta de la estancia de manera significativa, y dijo.-Pero siempre… podemos dejarlo.

-¡No!, no por Dios no, treinta, quince, diez, cinco… no importa, no importa cuán poco tiempo sea mientras…

El hombre sonrió satisfecho, y puso un dedo sobre los labios de su interlocutora para darle a entender que no hacía falta decir nada más. Fue hacia la puerta de la habitación de hotel, echó el pestillo, y se des aflojó el nudo de la elegante corbata negra que llevaba en contraposición a la clásica camisa blanca.

-La corbata… a veces da problemas, y no estamos como para perder el tiempo ¿no?-Sonrió pícaramente mientras volvía al centro de la estancia, se quitaba la corbata, y la dejaba colgando de una silla, donde ya descansaba la chaqueta del caro traje negro que llevaba.

Se adivinaban unos firmes músculos bajo la fina camisa, el hombre era moreno, agraciado de cara, moreno, de estatura media y constitución atlética. Sus anchos hombros reflejaban un cuerpo agraciado y trabajado, de postura regia de quien se sabe con tales virtudes. Sus ojos, de un marrón achocolatado atravesaban como cuchillas a su interlocutora, era tal la fuerza de su mirada que parecía sumirla en un trance… y es que se sabía dueño de los sentimientos de la fémina, y eso le permitía el lujo de mostrar una confianza absoluta, casi insultante.

Tras desabrocharse en primer botón del cuello de la camisa, y a continuación el segundo, se detuvo a un par de metros de la mujer, y se dedicó a admirarla. Era pelirroja, de largo y ondulado pelo. Sus mechones carmesí resbalaban a los lados de su pálido y afilado rostro. Sus ojos eran de un verde intenso y profundo, como el del las hojas de los nuevos brotes de un árbol en su juventud. Sus labios, gruesos y carnosos, parecían hechos para besar… muy parecidos a los del hombre.

En cuanto al cuerpo… era sencillamente impresionante, el hombre se hacía el duro, o tal vez ya se había acostumbrado a la belleza de tal diosa. Era de estatura normal para una mujer, apenas media cabeza más baja que él, pero al ser tan esbelta parecía mucho más alta, más aún por los tacones con los que vestía.

Bajo el vestido verde de voluble material se adivinaban unos pechos generosos, en contraposición con la estrechísima cadera, sin duda una combinación tan antinatural como deseada por todos y cada uno de los hombres que habitan este planeta.

Parecía tremendamente frágil en su situación actual, y eso hacía que el corazón de su contrario se acelerara por momentos, como el de un depredador que está a punto de saltar sobre su presa. Lenta, pero firmemente, la mujer se acercó al cronómetro plateado. Sus largos dedos, rematados por unas uñas pintadas de color verde brillante a juego con su vestido, o tal vez con el verde de sus ojos, se posaron sobre él, y juguetearon con el botón que activaba la cuenta regresiva.

-Bueno… tal vez seas tú el que no estás seguro… después de todo, yo he hablado sobre mis sentimientos, pero tú no has sido tan claro.

El hombre sonrió, pero ya no era irónicamente, sino cálidamente, casi con tristeza, con una melancolía que heló el corazón de su interlocutora. La mirada de este reflejaba tanta ternura… tanta tristeza por aquella situación… toda la imagen de dureza que la había ofrecido hacia un rato, hasta ahora, se derrumbó, demostró ser fachada, pura autodefensa, y eso era lo que le resultaba tan irresistible y único de él, esa terrible sinceridad cuando se requería, esa franqueza. Cuando habló lo hizo cálidamente, como acariciando su oreja.

-Te aseguro… que no eres la única que desea fervientemente este momento… y tampoco eres la única a quien treinta minutos le parecen ridículos pero…son las normas, y yo más que nadie debo obedecerlas.

Entonces la mujer presionó, con un escalofrío, el botón superior del cronómetro… y el tiempo, inexorable, empezó a correr.

Entonces, como si hubieran dado el pistoletazo de salida, como si hubiera sonado una inaudible alarma, ambos se abalanzaron, el uno sobre el otro, y se fundieron en un apasionadísimo beso. En seguida las manos del hombre buscaron el trasero de su compañera, para con premura, dirigirse la derecha a su pecho izquierdo, y estrujarlo firme y ardorosamente.

La mujer emitió un jadeo de excitación, pero no se separó del hombre, e hizo lo propio, una mano en su trasero y la otra, precisa y rápida, se dedicó diligentemente a desabrochar la camisa del hombre.

Mientras, la mano izquierda del varón ascendió hasta la espalda de la mujer, en su centro, y con la mano abierta la presionó contra su cuerpo, en un gesto de ardor y amor a partes iguales. Mientras, la mano derecha hizo caer uno, y después otro tirante del vestido. Ella, al notarlo, bajó ambas manos un momento, y dejó que éste se deslizara hasta el suelo, dejando ver un conjunto de lencería negro exquisito, un sujetador sin tirante y unas braguitas negras de encaje que acentuaban aún más su soberbio cuerpo.

Ahora, con ambas manos dedicadas a la tarea, la mujer terminó de desabrochar la camisa de su contrario, y la abrió brusca, ardorosamente, a la vez que la liberaba del pantalón por donde estaba remetida. El hombre abrió los brazos y se dejó desvestir. La mujer se deleitó unos segundos en la visión de sus aserrados abdominales, y su perfectamente marcado pecho, mientras se dedicaba a liberar cada uno de los brazos de la camisa, y la tiraba al fondo de la estancia sin importarle lo más mínimo donde caía. Entonces, sin dar tiempo casi a la camisa a caer, ella ya estaba desabrochando el pantalón del hombre mientras éste se deshacía del cinturón y con los propios pies se deshacía mañosamente de los zapatos.

Fue el mismo hombre, el que cansado, se terminó de quitar el pantalón, y los calcetines negros acompañando el movimiento, mientras la mujer se deshacía de sus zapatos. Y una vez más se encontraron en pie, uno frente al otro. La fragilidad contra la fuerza, la belleza innegable de una mujer hermosa contra la rudeza de un cuerpo trabajado en el gimnasio, pero bello en sus proporciones.

Les envolvía un aire de elegancia difícil de describir, allí, ambos, uno parado delante del otro, limpios, de esbeltos cuerpos, ella con cara y delicada lencería de encaje negro, él con un bóxer sobrio pero elegante del mismo color… Sus movimientos se hicieron más suaves… y como si de un baile ensayado se tratara, se coordinaron.

El hombre la besó, y con una mano le acarició y sujetó la mejilla cariñosamente. Ella metió la mano por la abertura anterior del bóxer buscando el miembro viril, mientras la otra mano de él liberó sus pechos del sujetador en un hábil y maestro movimiento. Los pechos rebotaron mientras el sujetador caía, de areola ancha y pezón rosado eran voluptuosos y generosos, alrededor de un 95D, algo bastante generoso para tan delicado cuerpo.

El hombre aplicó su boca entonces en uno de los pezones, mientras la mano que liberara el sujetador apretaba cariñosamente ese mismo pecho y lo masajeaba. La mujer hundió la cabeza sobre el hombro de su interlocutor, mientras palpaba su ya erecto pene y lo sacaba por la abertura del bóxer. Su miembro era duro, venoso, latiente, de buen grosor y longitud generosa, pero no exagerada, era exactamente como ella lo había imaginado, tan… apetecible.

Entonces, para delicia del hombre, ella se liberó de las atenciones de este, y, lentamente, fue arrodillándose, mientras, en su descenso, hacía descender el bóxer y dejando libre su firme, erecto miembro. Lo miró por unos segundos, entonces miró al cronómetro “veintisiete minutos… bien” y por último a los ojos del hombre, que la miraban intensamente desde las alturas.

Entonces ella engulló el pene hasta el fondo, provocándole una arcada, y haciendo que, sorprendido, él exhalara un gemido en forma de exclamación.

-¡Oh!... eres… dios eres buena…uff…

Ella se aplicaba a la felación con toda su habilidad. Lamía el glande en círculos con la lengua sin sacárselo completamente de la boca, para después introducírselo entero hasta los testículos, dejarlo ahí unos segundos, y volver a la posición de partida.

El hombre, controlando el tiempo, apenas le permitió excederse del minuto en su felación, para, levantándola delicadamente, estamparla un profundo beso y cogerla en volandas. La llevó directamente al sofá de la estancia, donde la tumbó con cuidado. Entonces le quitó suavemente las delicadas braguitas, y las colocó con cuidado en el brazo del sillón, para después, agarrándola por los tobillos, colocarla exactamente como él quería.

Se arrodilló en el suelo, frente al sillón, con un tobillo agarrado en cada mano, situándola a ella en el borde del mismo, con la pierna totalmente abiertas. Luego, sus manos descendieron hasta los muslos, y sin darle oportunidad de pensar, lamía una, dos, tres veces el sexo de su compañera, para a continuación aplicar toda la boca sobre éste y comenzar un soberbio cunnilingus.

Ella jadeaba de placer, agarraba el corto pelo del hombre y tenía espasmos espontáneos. Un par de veces se encabritó, y el hombre la sujetó por el pubis para que no escapara de esa deliciosa tortura. Él, expertamente, combinaba lamidas rápidas e intensas al clítoris, hasta que ella casi no podía mas, con períodos de descanso donde introducía la lengua, colocándola de manera puntiaguda y dura, unos milímetros en la vagina, o sencillamente lamía de arriba abajo todo el órgano sexual, orifico vaginal, meato urinario y clítoris indistintamente… para a continuación volver a la carga solo con el clítoris.

-Por favor… para… voy a… ¡Dios fóllame ya por favor!

Ante esta demanda, él dio un par de lamidas más… y la soltó. Se puso de pie, y ella se abalanzó sobre su miembro, tragándoselo de nuevo, cada vez mas excitada y sin pudor, pero él la empujó contra el sofá, casi con violencia, fruto de la excitación, para volver a colocarla en la posición e antes, y penetrarla repentinamente.

Ella emitió un gemido, pero no de dolor, sino de puro placer, pues tenía ya todo su sexo preparado para alojar el pene, estaba tan lubricada y preparada que apenas le dolió, y entonces el hombre comenzó las acometidas, una… dos… para cuando quisieron darse cuenta él estaba sudoroso y el cronómetro marcaba el ecuador de su encuentro… quince…

Entonces, ella se zafó de él, se puso de pie, y se encaminó lentamente hacia la cristalera, donde pegó ambas manos al cristal, y abrió las piernas. Él, sin dudarlo, corrió tras ella, y la ensartó sin miramientos. Comenzó a golpear su trasero con el pubis mientras la empalaba una y otra vez. Ella giró la cabeza, y ambos se fundieron en un profundo y lascivo beso, mientras con ambas manos él la masajeaba los pechos, casi violentamente.

Las acometidas se hicieron más intensas y profundas… diez…

Entonces él se separó, la agarró de la mano, y la llevó de nuevo hacia el sofá, pero se paró a medio camino, y se tumbó en el suelo, su miembro apuntando al techo, y dijo.

-Muéstrame como cabalga una verdadera amazona.

Ella, se acuclillo sobre él, agarró el pene, y se lo metió por completo. Adelante atrás… ella cabalgaba desenfrenada, desatada. Actuaba como poseída por una diosa del sexo, se agarraba los pechos mientras botaba arriba y abajo, se oxigenaba el pelo mientras hacía vaivén hacia delante y atrás…

Cinco…

Entonces ambos se levantaron, y fueron a la cama del cuarto en el que aún no había entrado. Ella se tumbó sobre las sábanas de seda, y él, sobre ella, adoptó la clásica, pero tan amorosa postura del misionero. Y comenzaron por ver primera en la sesión a hacer el amor. Al compás, como bailando un baile primordial, un baile del principio de los tiempos…

El sonido de cada penetración era como un chapoteo, ella chorreaba fluidos por sus nalgas hasta las sábanas, dejando una mancha inconfundible. Él, por su parte, penetraba y la vez frotaba su pubis con el de su compañera a fin de estimular su clítoris también. Entonces, ambos se fundieron en otro largo beso, mientras ambos notaban como sus reparaciones se agitaban y sus músculos se tensaban, ambos trataban de coordinar el momento mágico hasta que al unísono…

-¡Ahhhhhhhhh…! Hmmmmmm….-Ambos tuvieron un intensísimo orgasmo. Él, descargando todo su semen dentro de ella. Ella, teniendo intensísimas oleadas de placer que la dejaron sin respiración, sólo pudiendo exhalar tal gemido…

Entonces ambos, agotados, se fundieron n un abrazo y un beso. Él la acariciaba la cara y le mesaba el pelo… ella con la manos en su espalda le miraba llena de amor, cuando, como si de la campana del juicio final se trata, sonó la alarma del cronómetro en la estancia contigua.

Entonces, la mirada del hombre se hizo insondable de pronto, se levantó, y salió de la habitación. Ella se quedó petrificada, como si acabara de despertar de un sueño. Necesitó un par de minutos para poner en orden sus ideas, y entonces, arrastrando tras de sí la sábana y cubriéndose parcialmente con ella, salió al quicio de la puerta de la habitación, a tiempo para ver como el hombre se enfundaba la chaqueta y se ajustaba la corbata.

Guardó el elegante cronómetro plateado en uno de los bolsillos de su chaqueta, y se encaminó hacia ella. Le dio un último, breve, pero intenso y amoroso beso sin lengua, y musitó un “adiós”.

Justo cuando se disponía a abrir la puerta de la habitación para marcharte, cuando ya tenía la mano sobre ella, la mujer exclamó:

-¡Héctor!...-Él giró la cabeza levemente, mirando a un lado, pero permitiendo que ella viera un ojo con el que la miraba.-No puedes… ¿no puedes hacer una excepción? ¿No puedes quedarte por esta vez?... yo… yo te amo Héctor.

Entonces él suspiró, pareció que por un momento iba a ceder, pero volvió la vista de nuevo hacia la puerta, y con voz acerada y grave dijo.

-¡Son las normas!, treinta minutos… durante esos treinta minutos ambos nos olvidamos de todo, de tabúes, de parejas, de obligaciones, de restricciones, de todo tipo de ataduras y complejos, de todo tipo de ideas preconcebidas y prejuicios culturales. Durante esos treinta minutos solo hay deseo, puro y animal deseo, y dos personas que desean saciarlo… y al acabar estos no debe quedar nada. Durante esos treinta minutos soy tuyo, pero ni un minuto más, ni un minuto menos… Son las normas Cristina, y tú lo sabes. Adiós.

Entonces, sin mirar atrás, abrió la puerta y la cerró tras de sí, dejando a una desolada Cristina en él la habitación de hotel, sollozando sola… como sabía que acabaría aquella noche. Mientras esperaba el ascensor del hotel, Héctor pensó…

-Ya hace casi tres años que todo esto empezó… y pensar que hace apenas tres años era un residente de primer año de cirugía que apenas creía poder seducir a una compañera de carrera… hay que ver cuánto cambió desde aquél polvo con esa mala pécora… ¡Ja!, Lucía, Lucía… pensar que no vales nada en mi vida y que hayas sido el motor de tantos cambios…

Entonces, llegó el ascensor, y mientras bajaba hacia el hall del hotel, permitió que su cabeza se perdiera en los recuerdos de hace tres años, cuando apenas tenía veinticinco y era joven, soñador e ingenuo…