Travesuras en el coche.

Arturo no se da cuenta que Ana, su amante, le sigue, pero le abordará en el ascensor y pasarán un rato delicioso en el coche de él.

-Como verá, señor Decano, la subida que pedimos no es excesiva. Como personal de Archivos y Bibliotecas, los nuevos presupuestos que se aprobaron a principio de curso, eran quizá demasiado ajustados… se han cambiado los planes de estudio, y tenemos pocos libros de consulta al respecto de los nuevos planes, y algunas ediciones antiguas se encuentran en estado poco menos que deplorable, es imprescindible sustituirlas… incluso estamos pensando en la posibilidad de ir pasando a formato electrónico algunas de las ediciones descatalogadas a fin de prestarlas en ese formato, para ser leídas en e-books o en tablets, de modo que la edición en papel sólo tuviera que ser consultada en la propia Biblioteca, eso ahorraría mucho desgaste a los libros al estar siempre en un solo lugar, y no tener que ser transportados en mochilas o exponerse a accidentes domésticos, pero, naturalmente, para eso hace falta dinero, por eso hemos pensado que los nuevos presupuestos… ¿tío? – Arnela, la ayudante del señor Oliverio, el Bibliotecario, que actualmente estaba de permiso por paternidad, le estaba presentando los nuevos presupuestos que ella misma había elaborado a su tío el Decano, pero se había dado cuenta de que éste, no la escuchaba. Permanecía con la boca apoyada en las manos, mirando la pared con una sonrisa maliciosa.

-¿Hummmm…? Quedan aprobados en su totalidad. – sonrió, estampando su firma sin mirar el papel, con gesto ausente. – Me gusta la idea de pasar algunos títulos a libro electrónico. Pero lo quiero con DRM, que no pueda ser copiado bajo ninguna circunstancia, y que el archivo se autodestruya pasadas dos semanas. Es préstamo, no reproducción. Y quiero una lista de todos los libros nuevos que cojas, se la pasarás a cada profesor que corresponda y ellos darán la última palabra. Si deniegan un texto por cualquier razón, éste no se comprará; igualmente, si aconsejan otro en su lugar, ése será el que se compre. Incluidos aquellos escritos por ellos mismos. Puedes irte, Arnela.

La joven miró por un instante a su tío a través de sus gruesas gafas de secretaria del Un, dos, tres, pero obedeció, feliz por haber conseguido la firma y porque su tío estuviera saboreando por anticipado la destrucción de una persona… y celebrando que esa persona, no fuese ella misma. Teniendo en cuenta que llevaba una relación conocida con Rino Rompebragas, motero, roquero y gamberro institucional de la casa, que no era en absoluto aprobado por su familia en general y por su tío en particular, era un alivio poder salir del despacho de su tío, sin que, por primera vez en varios meses, no la esperase un sermón “esechiconoesbueno.tostón”

-Señor… - Iván, el secretario del Decano, un hombre ya entrado en años, gordito y con grueso bigotón, intentó protestar – los presupuestos que ha puesto su sobrina son elevadí…

-Iván. – cortó el Decano - ¿Te parece que te estoy prestando atención?

-No, señor – admitió el secretario.

-Bien. Entonces, márchate. – Iván hizo una leve inclinación de cabeza y salió del despacho. No se podía quejar, le había echado, pero de bastante buen modo… Todavía recordaba cierta vez que le lanzó un tintero. Abierto. Y para su desgracia, menuda buena puntería que tenía el Decano.

“Tengo en mis manos todo. Todo a pedir de boca para mí” pensaba Zato, el Decano, ya a solas en su despacho. Sin mover la cabeza, con los ojos fijos en la pared, se llevó la mano al bolsillo y sacó un llavero, bajo la mano al último cajón de escritorio, y con una llavecita, lo abrió. Debajo de un grueso montón de papeles, había una foto. Una foto de bodas que había escondido el mismo día que su esposa le pidió el divorcio y se marchó de casa. Zato analizó la imagen con gesto casi posesivo… Anastasia, su esposa, estaba guapísima vestida con su traje de novia de encaje blanco, su velo y su ramo de azahar, aunque no hubiera llegado doncella al lecho nupcial… claro que de eso, se había encargado el mismo Zato varios años atrás. Junto a ella, en la foto, estaba él mismo, agarrándola por la cintura, con una triunfal sonrisa de “ya te tengo”. Y en parte tenía razón. Llevaba persiguiendo a Nastia desde que ambos eran adolescentes, ella se había resistido como una auténtica fiera, de palabra y por la fuerza. Pero al final, se habían casado. Y cinco años después, se habían divorciado.

Zato “le había sido infiel”, según dijo ella. Él no consideraba aquello infidelidad… sólo se había acostado con unas cuantas chicas, pero, ¡allí no había amor, sólo sexo! Era lo mismo que si se masturbase, sólo que la chica sobre la que eyaculaba, era tridimensional y no una fotografía, vamos, no era tan difícil de entender. Pero a Nastia le había molestado, le había herido profundamente. “Traición”, lo llamó ella… ¿traición por qué? Él la seguía queriendo y la seguía deseando, no por acostarse con otras dejaba de cumplir con ella, y ni se le hubiese pasado por la cabeza abandonarla por otra… pero no había caso, Nastia era celosa como una gata. Como él, por otra parte, pero en su caso, era diferente. Ella no tenía necesidad de jugar con otros hombres, él ya le daba todo lo que podía desear y más, pero él… No, no es que tuviese queja alguna de las capacidades amatorias de Nastia, ella siempre había sido sensual, apasionada, entregada, y dispuesta. Era divertida, era cariñosa, no tenía nada que ver con ella. Era que… bueno, parte de las obligaciones del Decano, era recibir favores y venderlos, y sobre todo, velar por la buena educación del alumnado. Esas chicas que iban a verle y le suplicaban un aprobado, tenían que saber que ese aprobado, costaba un esfuerzo. Si no querían estudiar, de alguna forma tenían que educarse. Tenían que saber que el “camino fácil”, acaba siendo aún más duro que el camino duro, y acaba siendo más ventajoso tomar éste en primer lugar siempre. Después de una noche con él, ninguna volvía a suplicar sin motivo justificado, ni menos aún, a mendigar aprobados.

Eso había sido estando casados. Cuando ella se marchó, cuando discutieron y llegaron a las manos, se sintió tan furioso que se enfadó con todas las mujeres del mundo al mismo tiempo. A partir de ese momento, ya no bastaba con una vez. Y ya no había clemencia, ni motivos justificados que pretextasen algo gratuito. En cierta ocasión, una joven fue a verle con una queja de un profesor que la había suspendido injustamente, sólo porque sus ideas políticas eran radicalmente opuestas a las del catedrático. Tenía razón, y eso Zato lo vio. Pero aún así, le hizo hacerle una mamada antes de mover un dedo para defenderla. La chica intentó negarse, y durante unos días insistió, amenazó… pero no tenía nada que hacer contra el Decano. Él era allí la Palabra y la Ley, y finalmente accedió, viendo que era eso o no terminar jamás su carrera. Cuando Zato la vio arrodillarse entre sus piernas, en su mismo despacho y abrirle la bragueta mientras las lágrimas se le caían de los ojos humillados, se sintió más poderoso que en toda su vida, más fuerte, temido y odiado de lo que había experimentado jamás… y le encantó. Apenas a la quinta succión, el Decano agarró la cabeza de la chica para que no se apartara y el placer le atacó salvajemente… el sonido de la arcada de la joven mientras intentaba tragar para no ahogarse, le produjeron un éxtasis casi similar a los que alcanzaba con Nastia, y se le escapó su nombre en un suspiro. Cuando se aseguró que la chica lo había tragado todo y no le mancharía la moqueta, la soltó, y la joven se incorporó bruscamente, buscando aire, con una lágrima de semen colgándole de la comisura de los labios. Después, él la había ayudado, y ahora lucía una bonita matrícula de honor en su expediente. Y la muy zorra ni siquiera le había dado las gracias. Así eran todas las tías.

Ahora el Decano cobraba los favores dos y tres veces, o exigía disponibilidad: cada vez que le apetecía desahogarse, llamaba a una u otra estudiante que hubiera pedido algún favor, aunque hiciera meses de aquello. Todas accedían. Y todas guardaban silencio, por la cuenta que les traía. El temor y el abuso le gustaban, se estaba tomando su venganza de todo el género femenino y se sentía increíblemente bien por ello… pero le seguía faltando su Nastia. Su mujer, su gatita celosa y cariñosa, su bomboncito que tenía miel en cada punto del cuerpo, que tenía el pecado en los labios y la perdición entre las piernas, que podía alcanzar el éxtasis con que apenas la tocaran, que sabía apretarle dulcemente cuando le tenía dentro de ella y tiraba de él como si no quisiera que se separaran nunca, que sabía hacer cosquillas deliciosas cuando daba mordisquitos, maullar como una gatita en celo cuando alcanzaba orgasmos muy intensos y sabía ronronear quedándose dormidita sobre su pecho, mamando de su pulgar… Y ahora, su preciosa gatita, estaba maullando sobre el cuerpo de otro tío.

¡CRAS!

-¡Ivan! – gritó el Decano, de mal humor, pero apenas había terminado de pronunciar el nombre, cuando su secretario ya había abierto la puerta, alertado por el estrépito de cristales rotos. – Esto se ha roto. Encárgate de arreglarlo. Y… tráeme un poco de agua oxigenada.

El secretario, ya acostumbrado a cosas así, tomó lo que quedaba del marco y el cristal de la foto y se marchó velozmente. Al Decano le sangraban los nudillos, le había pegado un puñetazo a la foto.

“Maldito puerco…” – pensó Zato. Se refería a Lizarra, el abogado que su mujer estaba pintando desnudo y con quien, lo admitiera ella o no, se estaba acostando de paso. “Querías contratar a una puta, y por error te fuiste con mi Nastia… y ella esperaba a un modelo para su desnudo y por error, se fue contigo, y lo más gracioso es que eso, ninguno de los dos lo sabe todavía… pintarte desnudo ya es bastante asqueroso, pero tenerte encima… agh. Debería matarte por esto, debería mataros a los dos… pero me conformaré con destruirte a ti, y con romperle el corazón a ella… para después, poder arreglárselo”.

-El agua oxigenada, señor, pero, ¿qué hizo para romper la foto…?

-Ivan, cura y calla – ordenó el Decano extendiendo la mano, para que Iván se la limpiase. Mientras, no dejaba de pensar en Nastia.

“Eres mía, y lo sabes. Siempre has sido mía. Pero te resistes, porque sabes que eso me gusta. Y también te gusta a ti, te gusta que yo vaya tras de ti, te gusta que te cace… necesitas a un hombre fuerte como yo, que te domine. No puedes estar con ese insulso abogaducho, es demasiado manso para ti… podría dejar que te aburrieras de él, pero… es más divertido arrebatártelo.”


Arturo bajaba las escaleras de la audiencia, camino al vestíbulo, desde donde se podía coger el ascensor a los garajes. Unos pasos detrás de él, una mujer de espesos rizos pelirrojos caminaba con una pequeña sonrisa, y como llevaba oscuras gafas de sol, nadie podía notar que se iba comiendo con los ojos al abogado. Ni siquiera el abogado. Lizarra se sentía satisfecho de sí mismo, había ganado el caso. Puede que no fuera un gran caso, que fuese algo fácil, solamente pruebas circunstanciales y vaguedades fáciles de esquivar, pero lo que contaba, era que había ganado… es una lástima que no pudiera compartirlo con nadie. Su mujer le ignoraba por completo, ella sólo estaba a sus estudios y tampoco podía hablar con ella de eso; cada vez que lo intentaba, ella se irritaba, “¡por favor, Arturo, ¿no ves que intento concentrarme?!”. Su esposa siempre tenía días duros y terriblemente agotadores, incluso cuando no estudiaba. Incluso en verano, o antes de sacarse su segunda carrera, siempre estaba ocupada detrás de un millón de cosas, actividades, beneficencia… nunca se podía hablar con ella, pero aún así, ella se quejaba de que no la escuchaba.

Era por eso que, cuando había pedido una cita con una señorita en la agencia, había solicitado lo primero de todo, que quería volver a sentir que le importaba a alguien, y no sexo. Aunque finalmente, hubiese habido de eso, sonrió Arturo recordando el dulcísimo rato en el sofá de Ana, y con qué astucia había sabido ella descubrir que su punto débil, eran la orejas… Y segundo, por ese carácter de su mujer, había dicho en la Agencia que era viudo y no casado. Casi le pesaba más en la conciencia el haber “matado” a Elvira, que el haberle sido infiel… a fin de cuentas, estaba seguro que si se ponía frente a Elvira y le decía “¡te he engañado!”, ella contestaría algo como “muy bien, Arturo, me alegro, tienes la cena en la cocina”. No obstante, Ana no sabía nada de eso, y tarde o temprano, se lo iba a tener que contar…

“¿Por qué, Dios mío…? Yo sólo pretendía… sentirme vivo.” Pensó Lizarra, esperando al ascensor. “Yo sólo quería sentirme importante, que alguien me hiciese sentir querido, poder tener el placer, por una vez de alguien que me recibiera con dos besos y un “hola, cariño”, en lugar de un simple “hm”… ¿Tan aberrante es lo que hice, que me hice acreedor a pasar por éste trance…?”. Y es que, el que Ana le pintase desnudo, había sido divertido. El que ella lograse provocarle una erección, después de tres años con el deseo muerto, había sido fascinante. Y el hacer el amor con ella en su sofá, había sido increíble… pero después había llegado el ex marido de Ana, el Decano de la Universidad, que para su desgracia, le conocía y sabía que estaba casado. Y en su rabia celosa, se le había metido entre ceja y ceja comprar el cuadro cuando estuviese acabado, para tener a Lizarra atrapado. Cuando estuviese terminado, el cuadro saldría a exposición, nadie podría impedir que el Decano pujase por él todo cuanto le apeteciese… Era preciso buscar una solución, pero por más que pensaba, a Lizarra no se le ocurría cuál.

Por fin llegó el ascensor, lo tomó y pulsó la planta -2, donde estaba el garaje. La mujer pelirroja lo tomó con él.

-Has estado increíble en la sala. – susurró ella, apenas las puertas se cerraron. Lizarra la miró, inquisitivo.

-Discúlpeme, señorita… ¿tengo el placer de conocerla…? – preguntó con amabilidad. La mujer sonrió y se bajó ligeramente las gafas de sol, donde aparecieron unos brillantes ojos verdes,  y se tiró del cabello, deslizando una peluca y dejando ver el cabello, corto a lo chico, ahuecado de forma desenfadada y teñido en un degradado entre rosa y violeta, de… - ¡Ana!

-Quería verte. – casi se disculpó ella – Quería verte en tu elemento, defendiendo un caso. Has estado increíble, me has encantado.

-Ana, no… no deberías venir, ya estamos los dos en situación bastante comprometida por causa mía… - dijo Artie, pero lo cierto es que no podía dejar de sonreír, y cuando Ana se arrimó a él, el abogado abrió los brazos y antes de darse cuenta, la estaba besando. “Qué cálida es su lengua… qué dulce… fresas…”, pensó mientras su estómago se revolvía de una forma deliciosa. Se separaron con un divertido chasquido, y Ana se puso de puntillas, gimiendo un “¡mmm!” de ganas, para cogerle el labio inferior un segundo más.

-Además, tenía que recogerte… te recuerdo que tienes que posar para mí. – Ana le sonrió con picardía, pero casi enseguida pareció recordar algo, y añadió – Eso sí… hoy no creo que podamos acostarnos. Muy probablemente, Zato estará allí.

Sólo con recordar al Decano, el estómago de Artie se revolvía, pero ya no tenía nada de delicioso.

-¿Es necesario…?

-Artie, yo tampoco quiero que esté. Pero se le ha metido en la cabeza ver las sesiones de pose, al menos alguna. Le dije que empezaríamos a las cinco, pero le conozco, sé que estará allí para impedirnos hacer nada.

-¿Por qué tiene llave de tu casa?

-No tiene. ¡Nunca ha tenido! Pero no es la primera vez que me le encuentro dentro. Una vez, llegué por la noche, después de una fiesta, y cuando me fui a acostar, me lo encontré desnudo, dentro de mi cama, esperándome, y me agarró… tuve que defenderme estrellándole la jarrita de la mesilla en la cabeza. No tener llave le da igual, soborna al portero o se inventa cualquier cuento chino, o entra por una ventana… he cambiado la cerradura tres veces en los dos años que llevamos divorciados. Es igual. Una vez, como yo no le abría, pateó la puerta y logró tirarla abajo.

Lizarra jamás hubiera imaginado algo semejante del Decano, un hombre tan formal, de apariencia tan seria y severa… y que, haciendo honor a la verdad, ni siquiera era demasiado alto, a él llegaba por el pecho, y era delgado, no parecía alguien fuerte. El ascensor hizo ruidito de campanillas, y salieron al garaje.

-Ana… cuanto lo siento. Sin duda, no fue agradable para ti estar casada con él.

-Bueno… te seré sincera, una cosa que debo admitir es que en la cama, era bueno, muy bueno. Y no es una persona mala del todo… es sólo que parece pensar que el mundo está puesto ahí para su disfrute, y todo tiene que estar orientado a su bienestar. Pero era… divertido. Pelear con él, era divertido, siempre nos estábamos chinchando el uno al otro, y yo intenté dejarle muchas veces, cuando éramos adolescentes… pero siempre volvía, porque él me hacía reír, y me hacía sentir única. Decía que yo era la única mujer del mundo a la que él sería capaz de amar, precisamente porque le contestaba a todas y no me callaba nada. Era bonito cuando decía cosas así.

-¿Aún le quieres? – preguntó sin poder contenerse, y Ana le miró largamente, con una sonrisa muy cariñosa.

-No. – fue el “no” más bonito que jamás había oído Artie. – Hace mucho tiempo que dejé de amarle. Cuando me di cuenta que todas esas cosas bonitas que me decía, no eran verdad. Con toda sinceridad, él fue el primer hombre de mi vida, y le quise más que a nada en el mundo, más que a mí misma. Aún lo recuerdo y se me encoge el corazón por lo que sentía… pero ya no le amo ni volveré a quererle jamás, porque él, era un embustero. No puedo querer a un mentiroso. Decía que me quería, y no era verdad, me engañaba, se iba con otras constantemente, me decía que estaba trabajando en su despacho y en realidad tirándose a las alumnas a cambio de aprobados, una y otra, y otra vez…. No podía vivir así, Artie, no puedo vivir con un hombre que me engaña. Yo le perdonaba que a veces viniese tarde sin avisar, o que quedase con profesores para beber y jugar a las cartas hasta las tantas mientras yo me pudría en casa, o que fuese terriblemente tacaño o egoísta… pero no podía perdonarle la mentira. No me mientas nunca, Artie, ¡prométemelo!

Ana se abrazó a él tiernamente y le besó la mejilla repetidas veces. Artie quería prometérselo, pero… no pudo. “¿Cómo le cuento yo que YA la he mentido…? ¿Que no soy viudo? Ana, perdóname, sé que pagué por una cita contigo, sé que esto no era algo permanente, sólo sería una cita sin más… pero ahora no quiero que esto se acabe, y si hablo, se acabará. Te lo diré, palabra de honor, te lo contaré todo… pero no ahora. Buscaré el momento adecuado y te lo diré. Hallaré algún medio de explicártelo y que no te sientas ofendida… pero no ahora”.

Echaron a andar hasta su plaza, donde estaba aparcado su coche, un gran coche negro, amplio y casi lujoso, y de forma casi maquinal, Artie le abrió la puerta a su amante.

-Por favor…

Ana sonrió, sorprendida. ¿Acaso el Decano no era caballeroso…? No lo parecía. Pero bueno, tampoco parecía fuerte, y había sido capaz de tumbar una puerta de una patada. Se sentó en el asiento del conductor mientras notaba que Ana se le comía con los ojos.

-Artie, este coche… precioso, por cierto, ¿tiene lunas tintadas, verdad?

-Sí. Venían con el coche, ¿por algo en particular…?

  • Sólo porque es estupendo que no nos vean… - el final de la frase lo dijo muy deprisa, casi hambrienta, y se lanzó contra Artie, besándole la cara, muy cerca de la boca, acariciándole el cuello, comiéndole a besos.

-Ana… - sonrió Artie, apurado, pero abrazándola de la cintura de todos modos – Aquí no… mmh… no, no seas traviesa… aquí no…  - protestaba débilmente, pero no se apartaba, y le ofrecía la boca – venga, no seas mala… déjame conducir… para… para, no… no…. Mmmmh, no….- pero entonces Ana soltó una risita pícara y le aprisionó el lóbulo de la oreja entre los labios y succionó. – noooooo…pares. No pares, Ana… - se rindió el abogado, llevando la mano de su amante directamente a su entrepierna y buscando torpemente la palanca de reclinar el asiento. Tiró de ella en una convulsión de placer y Ana soltó un gritito alborozado de alegría cuando se encontró casi en horizontal, junto a su compañero.

-Si en casa no vamos a poder, mejor que aprovechemos aquí el rato, ¿no crees…? – susurró en la oreja de Artie, quien, al sentir el cálido vaho en su punto delicado, puso los ojos en blanco de gusto y sólo pudo asentir con la cabeza. Ana sonrió y, soltó un momento la oreja de su amante para desabrochar la camisa, lentamente, botón a botón, y regalándole un beso a cada centímetro. Artie se retorcía de placer, su boca era un pecado… cada vez que besaba, un reguero de calor se expandía por la zona. Le abrió la camisa y empezó a cubrir su pecho de besos, casi no tenía vello, sus pezones estaban expuestos y Ana los besó, succionando de ellos.

-¡Mmmmmmmmmmh…. Oh, más… más! – suplicó Artie, derretido y tembloroso. Por un lado, deseaba ansiosamente sentir esa boquita tan dulce bajar más y más, hasta su… pero por otro, besaba tan delicioso, tan perfecto… quería sentirla dando besos por toda su piel. “Una noche, quiero pasar contigo toda una noche de amor, no sólo pequeños desahogos… Ana, no quiero perderte, me he… Dios me perdone, me he enamorado de ti”.

-Hah… con qué voz tan dulce lo pides… - musitó Ana, muy colorada, y besó a lamidas el pecho caliente de Artie, dando mordisquitos suaves que le hacían estremecerse y sonreír… cuando llegó a los costados, no pudo resistirse a hacer cosquillitas allí, besar en caricias con los labios que hacían que su amante respingase de gusto, entre sonrisas, y se pusiese a mover las caderas, buscando aún más sensaciones… Ana no se hizo esperar más y desabrochó la bragueta de Artie. Éste elevó la cabeza, apoyándose un poco en los codos, quería verlo… Ana le sacó el miembro y lo frotó contra su mejilla, cariñosamente, gimiendo sin poderse contener. Artie se puso hasta bizco, ¡qué placer! Llevaba tanto, tantísimo tiempo sin sentir nada parecido… recordó que Elvira jamás le había dado sexo oral, lo consideraba una práctica humillante. A él no le había molestado, no creía que fuese nada sin lo que no pudiese vivir… pero el ver a Ana cómo se preparaba para practicárselo, le volvía loco.

Ana empezó a recorre el tronco a besitos suaves, muy suaves, arriba y abajo, despacio… sacó después la lengua, y empezó a lamer, primero sólo el tronco, luego bajó hasta los testículos e hizo una larga y diabólicamente lenta lamida, deteniéndose en cada punto, hasta llegar al frenillo, que apretó con la lengua, y lamió, entre los gemidos y las sonrisas de Artie. Lamió también el glande, con suavidad, llenándolo bien de saliva, y finalmente…

-¡Mmmmmmmmmmmmmmh…..! – Artie apretó los puños, cerró los ojos y la boca cerrada se le curvó en una sonrisa deliciosa cuando sintió su glande introducido en la pequeña boca de Ana, y cómo esta lo mimaba, acariciándolo con los labios, repasándolo con la lengua, esa lengua calentita y tan húmeda… ¡Ah! De pronto estaba lamiendo el glande, de pronto el frenillo, de pronto dando interminables círculos… oh, Dios bendito, qué gusto… La mano pequeña y suave de Ana empezó a acariciar por el tronco, mientras con la otra le acariciaba el pecho, llegando hasta los pezones, que pellizcó y acarició… Artie se volvía loco, ¿de veras era posible alcanzar tanto placer? Qué bueno era, qué maravillosas sensaciones le colmaban todo el cuerpo, le parecía que flotaba, no tocaba el suelo…

-¿Quieres correrte…? – preguntó Ana, sonriendo, los labios pegados a su glande. ¿Qué pregunta era esa? ¡Claro que sí!

-Sí, por favor… te lo ruego, déjame disfrutar de tu boca… - Ana sonrió, a veces el propio Artie se daba cuenta de lo redicho que era y le resultaba molesto, pero a ella le encantaba que fuera tan rematadamente educado. Besó largamente el glande y de nuevo lo introdujo en su boca cálida… y entonces, en lugar de quedarse allí lamiendo y jugando como hasta entonces, bajó de golpe, hasta metérsela casi por completo en la boca.

Artie ahogó un grito y todo su cuerpo se puso tenso, y los testículos le picaron, le picaron de un forma irresistible, y sólo fue capaz de articular torpemente “más… más”, sintiendo que el orgasmo se acercaba peligrosamente. Oyó sonreír a Ana, y ésta empezó a subir y bajar su cabeza, los codos apoyados en el asiento, a toda velocidad, y su lengua no dejaba de retozar por el tronco. El bordoneo de cosquillas era ya imparable, Artie notó que sus caderas se movían solas, que todo su cuerpo temblaba y su boca se abría en gemidos por más que se quisiera aguantar… la explosión estaba ahí, ahí, creciendo en la base de su miembro, haciendo el placer cada vez más intenso, más insoportable, dulcemente insoportable, y al fin, como un terrible picor saciado, lo sintió estallar, todo su cuerpo cantó de gozo mientras sus nalgas se encogían y él se agarraba al asiento con las manos crispadas, mientras una poderosa descarga de esperma salía a presión su miembro y era recibida en la boca de Ana, que tragaba sin hacer apenas ruido.

-Haaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah…. Mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmh… ¡hah! – Artie, en la gloria, pegó un pequeño respingo de gusto, la lengua de Ana le volvía a acariciar el frenillo, pero enseguida se apartó de allí y besó el glande, el tronco, los testículos… el bajo vientre del abogado, que se movía al ritmo de la respiración, cuyo ritmo recuperaba lentamente… qué maravilloso había sido, logró pensar, viendo cómo Ana le dedicaba mimos a su miembro, besándolo y haciéndole caricias, frotándolo contra su mejilla… de pronto, le pareció que tenía encendido el motor, pero se dio cuenta enseguida que el sonido, procedía de Ana. - ¿Estás… ronroneando, o tengo yo esa sensación?

-Ronroneo. – admitió la joven, dando un último besito en su pene y guardándoselo dentro de la ropa con todo cuidado. – Soy muy feliz al darte placer. Me encanta ver las caritas de gusto que pones, puedo correrme sólo mirando lo precioso que estás.

Artie sonrió, incapaz de sostenerle la mirada, Ana era tan… apasionada. Quiso corresponderle al placer, darle gusto con los dedos o la lengua, como había hecho ella, pero su compañera se negó.

-No hace falta, Artie, cuando digo que puedo correrme sólo mirándote, es que eso es exactamente lo que he hecho. No lo has notado porque no me podías ni mirar, cerraste los ojos… pero he gozado tanto como tú, te lo aseguro.

-¿Cómo puedes gozar sin ni siquiera tocarte…? – quiso saber.

-No lo sé. Me ha pasado siempre, dicen que soy muy sensible… a veces, sólo es preciso que me toquen los pechos, o que me besen durante un rato, para que tenga un orgasmo… haaaaaaaaaaaaaaaaaaaah…. Me has hecho muy feliz… - musitó, dejando caer la cabeza sobre su entrepierna, acariciándole los muslos. Artie le acarició el cabello. En aquél momento, se sentía tan feliz, que no podía sentirse culpable, no podía aunque lo intentara.


Zato sonrió y fingió leer cuando oyó el ruido del llavín en la puerta. Su Nastia llegaba, y probablemente, lo trajese a él, y, si no le engañaba el instinto, sin duda ella habría sospechado que les estaría esperando, de modo que para anticiparse a su jugada, habrían estado jugueteando por ahí, donde primero hubieran pillado… la ocasión era perfecta.

-Zato. – dijo Nastia al entrar. Había estado sonriendo, pero al verle, se le había borrado la sonrisa de golpe - ¿Cómo he de decirte que no quiero que entres si yo no estoy?

-¿Tengo yo la culpa de que tu portero se deje sobornar? Buenas tardes, señor Lizarra. – El Decano le dedicó la sonrisa de carnívoro de la otra vez. A Artie le aterraba y asqueaba por igual esa sonrisa.

-Buenas tardes, señor Decano. ¿Presumo que ha venido a ver a la señorita pintar?

-Presume mal, señor Lizarra, he venido a ver a mi mujer, eso basta.

-Ex mujer – puntualizó Ana.

-Oh, Nastia… con la de veces que he elogiado tu belleza cuando tienes la boca cerrada, y tú sigues obstinándote en abrirla.

-¿…Qué manera de hablar es esa?

-Perdón, ¿no habla así míster Pomposo…? – dijo Zato, señalando a Lizarra con el pulgar - Pensé que te gustaría  esa forma tan decimonónica de expresarse.

-Deja de decir chorradas, Zato, si no has venido para fastidiarme la sesión de pose, ¿qué vienes a hacer aquí?

-Por favor, nada malo… sólo verte.

-Ya me has visto.

-Exacto. Quería decirte que no puedo quedarme a verte pintar, no hoy, pero mañana o pasado sí podré estar libre, y me pareció más correcto decírtelo en persona que avisarte por teléfono… entre otras cosas, porque sabía que no me cogerías la llamada.

-Cuánto siento que no te puedas quedar… creo que voy a llorar toda la noche. – Ana sonreía sin reparos y tomó un vaso para beber agua, Artie se sintió infinitamente aliviado, y Zato devolvió la sonrisa. Una sonrisa peligrosa.

-Bien, me marcho, me alegro de haberte visto. A usted no. – ya estaba cerrando la puerta, cuando se volvió – Ah, señor Lizarra, sabía que olvidaba algo… hoy la he visto y, como iba  hacia mi despacho, no pude detenerme a saludarla, ¿querrá usted, cuando regrese a casa esta tarde,  ponerme a los pies de su distinguida esposa…? – Saboreó por un momento la expresión de terror del abogado y cerró la puerta. Al cerrarla, oyó un estrépito de cristales rotos. El vaso que Ana sostenía, acababa de caer al suelo. Zato encogió el brazo con el puño cerrado, como si diese un codazo al aire, y bajó las escaleras de dos en dos, silbando alegremente.

“Sé de sobras que no soportas la mentira, y él te ha mentido… te ha mentido, estoy seguro que no sabes que está casado, y tú has confiado en él, y te lo has tirado varias veces sin saber que estabas participando en un adulterio… No lo soportarás, sé que no podrás soportar que te haya mentido… Estúpido Lizarra, ahora sólo me queda darte esperanzas de que no se lo contaré a tu mujercita, y hacerlo de todos modos cuando me parezca divertido… así aprenderás a mantenerte lejos de lo que es mío, gilipollas redicho… Y mañana o pasado, cuando venga a ver una de las sesiones de pose, que no se producirán porque te habrá echado, pero yo no lo sabré, Nastia estará triste y…. ¡yo la consolaré!”