Travesuras con la tía Betty

No existe nada como la familia, aunque a veces nos den disgustos. Si seguís leyendo espero poder transmitiros dos mensajes muy claros: el primero es el valor de los lazos familiares y su confianza y el segundo mucho cuidado con las travesuras, nunca sabes cómo pueden acabar

Mi nombre es Betty, una señora de 45 años y felizmente casada con mi marido, diez años mayor que yo. No soy tonta, y a veces he escuchado comentarios mal intencionados acerca de esa diferencia de edad por parte de gente de nuestro círculo, sobre todo de las chicas. Pues bien, solo tengo que decirles que amo profundamente a mi esposo, desde el momento en el que le conocí, hace ya cinco años. No por interés y su dinero, como dicen las malas lenguas, sino por lo cariñoso y atento que es conmigo desde el primer día. Es cierto que su nivel adquisitivo nos facilita mucho la vida y nos aporta lujos que de otro modo no podríamos tener, pero eso sinceramente es lo de menos y lo de más es todo lo que nos queremos y compartimos juntos. Tampoco me gustan los comentarios maliciosos acusándome de roba maridos pero yo no tengo la culpa que su ex no lo hiciese feliz y me conociera a mi.

Bueno, me describo para que os hagáis una idea de cómo soy físicamente. No soy muy alta, para ser sincera os diré que soy más bien bajita. Tengo un pelo rubio (de bote, seamos honestas, pero al gusto de mi esposo), corto y muy mono con ricitos juveniles. Al ser bajita me preocupo de no coger esos kilitos de más que me hagan parecer un botijo, así todo no soy capaz de meter en cintura a mi culito. Lo tengo grande, apetitoso me dice mi marido, pero son las estrías que se me forman en los glúteos lo que me lleva por la calle de la amargura. También soy un poco muslona, no mucho, no os creáis, pero es que a ciertas edades la celulitis es el peor enemigo de una señora. Compenso lo anterior con una cinturita que aún quisieran tener muchas chicas más jóvenes, algo es algo, digo yo. Cualquiera que me oye diría que no estoy contenta con mi aspecto, aunque es cierto que muchos hombres me miran por la calle, pero claro, los hombres son todos así. En esas situaciones algo que me apura mucho es el tamaño de mis pechos. No es que fuese plana de joven, ni mucho menos, pero al conocer al que hoy es mi querido esposo se encaprichó en que me “pusiera tetas”. Yo no estaba muy segura, pero claro, lo veía a él tan ilusionado que terminé por hacerle el gusto a mi maridito. Cómo no tenía muy claro todavía sus preferencias preferí pecar por exceso que por defecto y es por eso que ahora cuando voy sola por la calle tengo que escuchar feos comentarios por parte de los hombres acerca del tamaño de mis pechos y lo que harían con ellos, nada agradable para una señora de su casa y tan de familia como yo. Porque para mi no existe nada más importante que la familia, mi opinión es que es la base de todo. Os pondré un ejemplo de ello y mi sacrificio por ver feliz a mis parientes.

Tengo un sobrino, hijo de mi hermana mayor Ruth. Se llama Mario, un muchachito de 23 años y cabello rubio como un ángel que es una preciosidad. Para mi gusto es muy faldero de su mamá, pero claro, no seré yo quien critique a una madre y el cuidado de su hijo, faltaría más. La cosa es que un día, aprovechando que cuando mi esposo viaja por negocios yo suelo quedarme en nuestro bungalow de la playa, mi hermana me pidió se alojara conmigo Mario, mi querido sobrino. Yo accedí encantada, como digo me gusta hacer feliz a mi familia y, en pleno verano, sería una crueldad no dejar disfrutar del sol y la piscina a un pobre niño. Además, tampoco me gusta pasar tiempo sola ya que soy un poco miedosa y el tener a un chico como Mario conmigo me daba mayor seguridad. Pues bien, cuando llegué lo primero que hice fue ponerme un bañador enterizo, creo recordar que era el de color amarillo, como corresponde a una señora de mi edad. Así, más cómoda, empecé por poner en orden el jardincito cuando pasadas unas horas me llamó Mario para que fuese a buscarlo a la puerta. ¡Qué alegría verlo, estaba guapísimo!. Hay que ver cómo crecen estos niños, estaba hecho todo un galán. Colocamos sus cosas en la habitación de invitados y le dije que si quería se cambiase y esperara, tomando el sol o jugando con mi Tablet, a que yo terminara de recoger el bungalow. Eso hizo Mario pero cuando salió de su habitación me llevé un gran disgusto pues el bañador que llevaba puesto era uno de esos tipo slip. Por nada del mundo iba a consentir una cosa así, ni mucho menos iba a permitir que mi sobrino se pasease en calzoncillos por la casa. Enfadada lo llamé a capítulo mientras buscaba en el armario de su tío algo más propio hasta encontrar unas bermudas de caballero mucho más decentes. Aun sermoneándole acerca de la importancia de las formas y la decencia lo llevé hasta el baño, donde le dije que se quitara su horroroso bañador. Él me miraba atónito, imagino por la vergüenza de su imprudencia, y se negó a hacerlo. Decía, el pobre, que conmigo delante no, hay que ver lo pudorosos que se vuelven los niños a ciertas edades. Por mi parte no había nada que discutir y le dije que, ni por asomo, pensase que iba a estar peor atendido en mi casa que en la suya así que, sentándome en el taburete le quité esa prenda horrible que me llevaba.

- ¡Uuuy! – le dije – Pero si llevas tu cosita como cuando tu tía te cambiaba los pañales, sin un solo pelito. Supongo es la moda, ¿no cariño?. Ahora los chicos son tan limpios como nosotras. ¿Pues sabes que te digo?: que me parece muy bien. Anda, ponte esto que así estarás más decente – y terminé por ponerle como Dios manda.

Todavía estaba rojo de la vergüenza cuando lo dejé en el jardín, reflexionando sobre lo que es propio y lo que no lo es, mientras yo seguí recogiendo en el interior. Al rato, cuando estaba ordenando mi dormitorio, entró Mario. Me pidió perdón, se me pasó el enfado y una vez  aprendida la lección se ofreció a ayudarme. Es un encanto de niño mi sobrino, tan servicial, así que le pedí hiciese mi cama mientras yo terminaba con el baño.

- ¿Qué es esto, tía?. ¿Dónde lo pongo? – escuché a mi sobrino preguntar.

Al entrar en el dormitorio casi me da un infarto, ahora la descuidada era yo y me puse como un tomate por el bochorno. En una negligencia por mi parte, al reordenar los armarios, había olvidado sobre la cama la bomba de pene de mi marido. ¿Pero cómo puedo ser tan tonta y descuidada?. Ni que lo hubiese hecho a posta…. Me senté en la cama y pedí a Mario se sentase a mi lado también, tenía que darle una explicación madura y adulta de aquel desliz.

- Verás Mario, lo siento. No tendrías que haber visto esto – le dije.

- Ya, ¿pero qué es? – preguntó él.

- Bueno Mario, tu tío y yo somos felices, mucho, pero para algunas cosas necesitamos de cierta… ayuda. Tu tío a veces tiene algún problema y este aparato nos lo recomendó un doctor para darle solución.

- Ok  - respondió Mario pero para mi sin entender mucho todavía, el pobre.

- Cuando tu tía y tu tío hacen cosas de mayores primero tu tío pone su pene en este cilindro y yo aprieto esta bomba hasta que su cosita se pone grande. Luego ya podemos consumar nuestro amor dentro del matrimonio, ¿lo entiendes? – le expliqué a mi sobrino y esta vez, por su sonrisa, me pareció que si lo entendió.

- ¿Y qué pasa si no tienes problemas y lo usas? – dijo Mario riendo, hay que ver lo que le gusta una broma a mi sobrino.

Aquello también me hizo gracia y le dije que no sabía, pero que no creía fuese esa la función. La dulce inocencia de mi sobrino me hizo retroceder muchos años y por un momento me sentí como una joven atolondrada e inconsciente así que, animada y mi mirada traviesa, le dije en bajito que si quería lo probásemos. No estaba mal una inocente travesura entre tía y sobrino para romper el aburrimiento de estar con una vieja sosa.

- No, tía, no, ¿estás loca?.

- ¡Si, si, si! – le decía yo como una niña juguetona mientras intentaba bajarle sus bermudas ante la resistencia de él - ¡No seas gallina, vamos!.

Al fin lo conseguí y quedó con su cosita al aire pero supongo que no me fijé bien cuando le cambié de bañador porque, para mi, ahora la tenía mucho más grande. Ya ambos cómplices en nuestra travesura le coloqué el cilindro en su pene y poco a poco comencé a dar fuelle haciendo que su linda cuquita le creciese poco a poco. Llegó un momento en que me pareció estaba molesto así que, para mayor comodidad suya, le pedí se pusiese de pie delante de mí, como hago con mi marido, mientras yo sentada en el borde de la cama seguía apretando la bomba. Estuvimos callados un buen rato, absortos los dos descubriendo el efecto que se iba produciendo en su pene hasta que ya me pareció razonable poner fin a nuestra chiquillada. Yo no podía parar de reír y mi sobrino conmigo. Lentamente, para no lastimarlo, anulé el efecto vacío y retiré la cápsula. Por un momento me asusté mucho, su pene había adquirido un tamaño descomunal y muy grueso. Me dio lástima el pensar que estuviese pasando dolor y lo miré con cara compungida y de arrepentimiento. Él no me prestaba atención, alucinado miraba aquella cosa grandísima y desmesurada, agarrándola con su mano y apenas pudiendo circundarla. Yo no sabía bien qué hacer, con aquello a escasos centímetros de mi cara mientras él se la meneaba, todo hay que decirlo, de manera un tanto obscena. Pero mi preocupación por su estado era mayor que mi indignación por su comportamiento.

- ¿Te duele? – le pregunté mientras se la cogí, apenas pudiendo sostenerla con mi manita - ¿Estas bien?.

- Si tía, estoy bien – me respondió él, observando como intentaba aliviarle yo su terrible hinchazón, procurando bajársela con un dulce y maternal masaje.

Me intranquilizaba no solo el tamaño sino lo caliente que se le había puesto, ¿y si tenía fiebre?. Mejor no pensarlo, que arrepentida estaba de mi travesura. Me dejé llevar por los nervios y aceleré sin quererlo mi masaje en su pene pero, lejos de aliviarlo, creo fue aún peor ya que mi sobrino comenzó a gritar, presa de un delirio, por la calentura o algo, y su cosota empezó a palpitar muy fuerte. No se cómo ni por qué, yo ya no entendía nada, pero mi sobrino terminó por eyacular, manchando mi precioso bañador a la altura de mis pechos. Menos mal que por una vez estuve lista y rápida. Antes de que terminara de manchar mi bañador, mis sábanas y todo lo que se pusiera por delante y, consciente que no sería capaz de parar aquel surtidor con mis manos, tomé la sabia decisión de contenerlo con mi boquita. Apenas cabía su grosor en ella pero Dios me hizo de buena de boca y pude sujetarla ente mis labios como buenamente pude. Yo miraba a mi sobrino, esperando acabara para poder ir al baño a escupir todo aquello que estaba soltando, pero pronto me di cuenta que no iba a ser posible debido a la tremenda cantidad que estaba depositando en mi boca. Con más pena que asco, ya que entre familia esas cosas no existen, y para evitarle el disgusto ante el riesgo de que manchase algo más, hice de tripas corazón y comencé a tragar sus secreciones. Cuando acabó miré a mi sobrino fijamente a los ojos, captando así su atención, y para dar mayor tranquilidad a aquel pobre muchacho me pareció buena idea el pasar la lengua por mis labios, haciéndole entender que aquello no me estaba causando un disgusto.

- ¡Ay, amor, lo siento!. ¿Te encuentras mejor? – le dije a mi sobrino mientras veía como recobraba el resuello.

Él no me respondió, el pobre sólo me miraba con los ojos muy abiertos, imagino lo asustado que debía de estar. Le dije que estuviese tranquilo, que no pasaba nada, y acto seguido me puse manos a la obra. Me levanté y fui hasta el cuarto de lavado donde me quité el bañador para ponerlo en la lavadora. Luego, desnuda como estaba, volví al dormitorio donde mi sobrino esperaba aún de pie un tanto desorientado. De la mano lo llevé al baño y nos metimos en la ducha juntos.

- Espero no te de asco ver a tu tía desnuda pero estamos en familia, ¿no es cierto? – le dije –  Ven, déjame que te enjabone y te deje bien limpio, luego iremos juntos a la piscina y aquí no ha pasado nada, ¿verdad?.

Con abundante gel cubrí todo su cuerpo, restregándolo entero para acabar con el sudor que lo recorría. Cuando llegué a sus partes tuve miedo, debía estar todavía muy sensible porque su pene, aún enorme, comenzó de nuevo a palpitar. Pero lo primero es lo primero y la limpieza es algo que no se negocia, por lo que acabé de asearlo, esta vez sin ningún “accidente”. Me di la vuelta para coger la ducha y enjuagarlo cuando sentí sus manos sobre mi espalda. Que buen chico tiene mi hermana, a pesar de su disgusto quería enjabonar a su tía como yo había hecho con él.

- No tienes por qué, cariño – le dije – Pero bueno, si te apetece puedes limpiarme tu también.

De espaldas le dejé hacer, para que se sintiera útil y se le olvidara el percance. Sus manos recorrieron toda mi espalda hasta llegar a mi culete. Me dio un poco de vergüenza que viera ese pandero grande que tengo y tuviera que pasar el mal trago de estar sobándolo mientras lo enjabonaba pero, si él se sentía mejor así, su tía no era quien para desanimarlo. Hay que estimular a los chicos para que se desarrollen decentemente. Vertí gel sobre mis pechos, repartiéndolo con mis manos hasta hacer espuma. Imagino que, al vérmelos tan grandes, pensaría que era un gran trabajo para su tía y, tan diligente como es, empezó el también a masajear mis enormes senos. Debo reconocer, avergonzada, que cuando tocaba mis aureolas y mis tetillas sentía un rico gustito recorrer por entero mis pechos pero, como siempre digo, entre familia no hay ascos ni penas.

- ¿Tía, me pones gel aquí? – dijo mi querido sobrino aproximando su mano, cosa que hice.

Mario, nunca dejaré de reconocer lo atento y servicial que es, sujetó uno de mis muslos elevándolo ligeramente. Luego, con su mano llena de gel, la aplicó sobre mi chichi. Con tanta angustia por mi parte casi olvido limpiar mis partes íntimas y es que, cuando me pongo nerviosa, mi chirri se humedece mucho y expele un fuerte olor. Mi sobrino se aplicó con fervor en la limpieza de mi conchita mientras yo ya me iba relajando después del apuro que había pasado. Tanto me relajé que, no se bien por qué, un calorcito muy rico en mi chichi casi me hace desfallecer. Menos mal que Mario, y ahí comprobé en lo buen mozo que se estaba convirtiendo, no tuvo problema alguno en sujetarme mientras terminaba de frotar mi potorrito. Sin poder asirme a nada e intentando también guardar el equilibrio, con mucha pena, no me quedó más remedio que sujetarme a su grueso pene. No quería tener un accidente y estropearlo nuevamente todo. Una vez recuperada de mi pasajera fatiga salí de la ducha, dejando a Mario con una cara un poco triste, imagino que por verme así, tan azorada.

- No te preocupes, cielo – le dije para consolarlo -, yo ya terminé. Puedes acabar tu solo en la ducha que yo me voy a poner un bañador y vamos a la piscina, ¿ok?.

Una vez en el dormitorio decidí ponerme un bikini. Escogí el más juvenil, uno en color rosa, pues no quería que mi sobrino se entristeciera pensando que estaba con una señora chocha y aburrida. Soy una mujer avispada y al poco de estar con mi marido reparé que siempre le gustaba verme con una o dos tallas menos, por lo que todos los bikinis que tengo son así aunque yo nunca he llegado a comprender el por qué le gusta tanto verme de esa guisa. Éste en concreto no me era muy cómodo ya que apenas tapaba mis pezoncitos por arriba, sin poder contener mis grandes pechos que se desbordaban por ambos lados. Además, la parte de abajo era muy fastidiosa ya que el hilito de la tanga se empeñaba en embutirse entre mis nalgas y además me daba pena que me viesen el culito temblón al caminar. Pero era el que más joven me parecía ser y entre familia no hay ascos ni penas, como siempre digo. Sin embargo, una vez más, metí la pata ya que, al salir al jardín, Mario puso otra vez una cara qué no supe a bien interpretar. ¿Era asco o era susto?. ¿Acaso no era apropiado ya vestir así para una señora de mi edad?. Bueno, dejé las cosas como estaban y le propuse nos fuésemos a la piscina ambos.

- No puedo, Betty – me dijo -, mira cómo sigo.

Verdaderamente era imposible ir así a ningún sitio con ese niño, su cosota se veía todavía grande y gorda aún debajo de su holgado bañador. Apañada como soy decidí nos quedásemos en el bungalow tomando el sol y soportando el calor con la ducha del jardín. Le dije a Mario que iba a la cocina a por un vino blanco bien fresquito y que si él bebía ya, cosa que me confirmó. Como soy muy insegura, según iba caminando hacia el interior, miré hacia atrás y descubrí a mi sobrino mirando con cara de asombro mi voluminoso pompis, lo que me entristeció pero tampoco se lo tuve mucho en cuenta. Debí exagerar en mis pensamientos pues al rato ya Mario parecía mucho más tranquilo y aproveché el momento para  intentar entablar una conversación más seria entre nosotros dos, al fin y al cabo es el deber de una tía preocuparse por su sobrino.

- Y bien, Mario, ¿cómo te va en el colegio? – le pregunté distraída mientras me ponía crema solar.

- Tía, voy a la Universidad….

- Ya, perdona, a veces me olvido que ya eres casi un hombrecito. Pero bueno, ¿qué tal te va?.

- Pues bien, voy a acabar el Master.

- ¡Qué chulo, cuanto me alegro!. ¿Y con los profes, cuál es tu favorito?.

- No sé, en la “Uni” apenas se rozan contigo. Del que mejor recuerdo tengo es de D. Guillermo, un cura de cuando estaba en el cole.

- Muy bien, me parece muy apropiado. Siempre es un buen ejemplo seguir los consejos de un sacerdote – repuse yo orgullosa de lo piadoso que era mi sobrino.

- Pues si, siempre tenía consejos para todo, a veces un poco raros para un cura, pero bueno…

- ¿Ah, si, por ejemplo? – pregunté curiosa.

- Un día nos contó cómo debía ser una buena esposa.

- ¿Y bien? – realmente me interesaba conocer una opinión tan respetable para una mujer tan devota como yo.

- Pues nos contaba que una buena esposa debía ser una señora en el salón y una puta en la cama.

Mi cara debió ser todo un poema pues Mario sobre la marcha me pidió perdón preguntándome si me había ofendido el comentario, tan compungido estaba. Yo le repuse que no, que no se preocupara, solo que me había quedado un poco triste por ser tan mala esposa y no cumplir una de las dos premisas. Decidida como soy pedí a Mario que se quedara tranquilo, que me esperara para cenar juntos y le prepararía lo que él quisiese, ya que tenía compras que realizar. Me cambié y despidiéndome de mi sobrino con un casto beso me hizo una pregunta que me dejó preocupada.

- Tía, ¿esta noche podemos hacer de nuevo lo de la bomba?.

- No sé yo – le repuse -, bastante susto he pasado esta mañana como para repetir. Fue una travesura loca y así debemos dejarlo – fue mi respuesta.

- Anda, porfa, vamos a hacerlo, te prometo que esta vez no te voy a preocupar.

Con tanta prisa como tenía no fui sino capaz de decirle que bueno, que si se portaba bien ya veríamos. Qué es lo que no le consiente una tía a su sobrino favorito. Entusiasmada salí resuelta a convertirme definitivamente en una buena esposa y con la confianza puesta en contar con la inestimable ayuda de mi querido sobrino.