Traumgeschichte. ¿Fue real lo de mi cuñada?
Historia de un sueño, o quizás no lo fue. Mi mujer salió a trabajar el fin de semana, y mi cuñada se presentó borracha. ¿Debo contaros más? Porque lo que sigue es tremendamente vívido y abrasador... y no sé poner el límite a la realidad y al sueño.
Traumgeschichte
Melisa se arrodilló delante de mí, que estaba sentado en el sofá, viendo los Juegos Olímpicos de Invierno (vicios que tiene uno), perfectamente vestida de alta ejecutiva, cosa que era. Un elegante traje-falda gris, blusa blanca, medias de raya y moño italiano. Mi mujer se disponía a salir a una reunión de emergencia (esta noche le tocaba a ella en vez de a mí, por suerte) pero al parecer aquella tarde andaba más cachonda de lo que pensaba.
Antes de arrodillarse se había subido la falda, poniéndose delante de la televisión, y enseñándome cuan húmeda estaba. Densos hilos de sus jugos trazaban pequeños ribetes desde sus labios y un perlado hilo caía lenta y jugosamente. Entonces fue cuando se puso de rodillas. Mi polla reaccionó al momento, empezando a hincharse. Sonrió Melisa. La cogió con fuerza y, después de mirarme, detrás de los cristales de sus gafas, abrió sus jugosos labios y se la metió en la boca. Mi glande notó el calor de su boca de inmediato. Joder, qué gusto me daba eso… Entró y salió. Chupó. Juntó los labios llenos de saliva y los deslizó por todo el tronco de mi más que endurecida polla, ensalivándola. Lamió mi escroto despacio y me chupó uno a uno los testículos para volver a agarrar con fuerza mi erección y metérsela en la boca. Se tocaba, me llenaba los huevos del denso flujo de su coño hinchado. Empezó a aumentar la velocidad y la intensidad creando una fuerte succión que me hacía dar golpes de cadera queriendo atravesarla con mi miembro. Chupaba con fuerza, con intensidad. Iba a estallar pero la detuve. Me puse de pie y le indiqué que lo hiciera. Me miró, febril. Tenía los pezones erectos bajo su lencería y la blusa. La acerqué a la mesa del salón, hice que se apoyara en ella y lo hizo, agarrándose con las manos a los lados. Levanté su falda, aparté sus deliciosas nalgas, suculentas, grandes, redondas, y vi la entrada húmeda de su coño. Sin piedad ni pararme, la penetré, haciéndola gritar. Me follé el ardiente coño de mi mujer con ansia y hambre mientras ella gritaba, se corría (dos veces) y las palpitaciones de su coño apretaban más mi polla en su interior. Cuando llegó al último orgasmo, aumenté la velocidad. La mesa se desplazó, arqueé la espalda y sentí el latigazo de un orgasmo potente y enceguecedor, que hizo que llenara ese adorado coño de semen. Ella se agarraba las nalgas, manteniéndolas separadas, para que pudiera penetrarla a profundidad total, estrellándome en su carne.
Jadeábamos. La saqué, Melisa se dio la vuelta, y me la chupó, mientras se bajaba, y sin dejar de mirarme.
—Me encanta el sabor de mi coño en tu polla, cariño —me dijo retocándose los labios y los jugos de alrededor.
Se puso unas bragas negras, de lencería. Aun llevaba mi semen en su interior. Pervertida… Estaría toda la reunión sintiendo mi semilla en su interior, ardiendo, deslizándose lentamente.
Me desperté en el sofá por un zumbido insistente. Llamaban al timbre de mi apartamento. Me levanté, algo atontado. Después del polvo con mi mujer me había cenado algo de comida china que pedí y un par de cervezas que, junto al siempre interesante curling, me amodorraron hasta quedarme frito en el sofá rinconera.
Por la mirilla comprobé que aquellos pelos rubios con mechas azules me sonaban. La hermana de mi mujer. Mi cuñada. Abrí la puerta.
Una bocanada de perfume unido a esplendor etílico, la sonrisa de borracha y cómo se medio apoyaba en la puerta contó la historia de aquella noche. Aun tan temprano (apenas había dado la medianoche), y su risita nerviosa hablaban de un mal comienzo de juerga.
—Tila, ¿qué haces aquí? —¿Os he hablado de la fijación de mis suegros con los nombres de las plantas…?—. Pasa, antes de que te vean los vecinos y crean que he pedido una prostituta.
Siempre era así de franco con mi cuñada, de veintipocos años y una perfecta displicencia sobre su futuro. Medía un metro sesenta y cinco, era espigada, pero tenía un par de pechos pesados como los de su hermana, mi mujer, y un buen trasero y piel rosada y labios llenos. Tenía los ojos muy azules, al contrario que Melisa, que los tenía de un verde intenso. Vestía mal, para mi gusto, con colores fosforitos y mal combinados. Tenía a sus padres preocupados, y no era la primera vez que la sacaba de un apuro gracias a los contactos que tenía con la policía.
—Eshtoy biennn… Pero neecesitabaaa… —por un momento sus ojos vidriosos y pupilas dilatadas. No acabó la frase, directamente, vomitó en el rellano.
Su bolero color verde fosforito y peludo como un oso lisérgico casi se ensucia, y la cogí de inmediato por la cintura para que no se cayera, pues las piernas le flaquearon.
—Joder, Tila, estás hecha una mierda —le dije mientras la levantaba a pulso. Apenas pesaba. Aún tenía arcadas cuando la metí en casa. La llevé a la cocina e hice que se sentara. Casi no reaccionaba, con la cabeza entre las manos y gimiendo débilmente. Puse a calentar un té, y mientras limpié lo que había soltado en el rellano antes de que lo viera alguien de la comunidad y nos echara la bronca.
Cuando regresé me la encontré medio dormida. Había vomitado otra vez, así que lo limpié y después la levanté y la llevé hasta la ducha para que se despejara un poco. No era la primera vez que aparecía en ese estado, y por suerte le habíamos insistido en que trajera ropa a casa, para “cuando estuviera de paso”, como llamábamos eufemísticamente a sus juergas y numeritos. Últimamente había rebajado el ritmo, y llevaba un tiempo sin aparecer en ese estado.
Se apoyó pesadamente en la jamba de la puerta del baño. Le quité el bolero y los enormes zapatones de plataforma de color amarillo. Sus calcetines eran una mezcla de media de rejilla y delirio psicodélico de colorines inconexos postpunk. La descalcé. Volví a encontrarme con sus pequeños pies rosados con las uñas pintadas de blanco.
—Venga, anda, dúchate —le dije.
En lugar de hacerme caso se bajó el ínfimo tanga, también fosforito, y lo dejó en el suelo. Se sentó en la taza y orinó largamente. Entre el cuello de su larga y asimétrica camisa vi la pesada masa de sus pechos. Joder… los tenía más grandes que su hermana, y eso que los de mi mujer me encantaban…
Como si no se diera cuenta de lo que hacía (o sí) se quitó el bolero sin levantarse de la taza (debajo de la cual debía haber un cóctel de resultado de drogas que haría alucinar a los de toxicología) y a ello le siguió la camiseta. Sus pechos se bambolearon, hipnóticos. Yo me endurecí como un demonio, pero me mantuve lo más frío que podía: ya metería los huevos después en agua fría, por más que me esas tetas me pidieran que metiera algo en ellas: la cabeza, la polla, lo que fuera.
—Venga, dúchate. Usa el albornoz de tu hermana —insistí—. En la habitación de invitados hay ropa tuya. Voy a prepararte algo de cenar.
No parecía escucharme, pero al cabo se levantó y abrió el grifo. Salí de allí con cuidado de no engancharme en la jamba de la puerta con la polla, dura como el mármol. Ya me calmaría después. Fui a la cocina. Escuché el calentador de agua mientras preparaba una tortilla francesa con cebolla caramelizada y un par de tostadas con tomate.
Apareció con las chanclas puestas, el albornoz blanco de Melisa cerrado y esponjoso cubriéndola. Llevamos su plato y un zumo hasta el salón, donde balbució una disculpa mientras acababa vorazmente con la improvisada cena. Le di las buenas noches, y se fue a la habitación de invitados. Yo me metí también en mi habitación. Puse algo distraídamente en la gran tele, para ver si me distraía y, quizás, masturbarme un poco más tarde.
No sé cuándo me quedé dormido.
Tenía un sueño húmedo. Más que húmedo, caliente como un lanzallamas de napalm. Una mujer me comía la polla con el hambre de un condenado al ostracismo; me había acariciado el pecho y había bajado tras besarme el torso, sacarme la polla, ya pesada y dura, del pantalón con el que dormía, y se estaba dedicando a chuparla con fruición sin usar las manos; solo sentía sus labios presionando, sentía su saliva, su lengua jugueteando con mi glande. Se lo metía y tragaba y tragaba hasta que sentía su nariz pegada a mi pubis depilado. Se mantenía ahí unos segundos. Yo sentía todo el calor de su garganta alrededor de la punta de mi polla, que no es precisamente discreta, y cómo mamaba, realmente mamaba creando una potencia tal de succión que podía llegar a creer que se la iba a tragar de un momento a otro. Pero un sonido, el gorgoteo de una garganta tomada por toda mi carne endurecida, me sacó de mi sueño. El sueño solo era el reflejo de lo que la hermana de mi mujer estaba haciendo.
Desnuda, iluminada tan solo por la televisión que ponía un capítulo de Hijos de la Anarquía, a cuatro patas en los pies de la cama, mi cuñada me estaba haciendo una mamada de proporciones divinas.
Igual que hacía su hermana, se detenía de vez en cuando para lubricarme con su saliva los testículos y el perineo. Quería que parara, pero mi polla tiraba con tanta fuerza que no podía hacer nada. O quizás siguiera siendo un sueño: sus relieves eran irreales (quizás por la iluminación escasa, quizás la veía moverse ralentizada en el tiempo, no sabría explicarlo. Era como si hubiera varias Tilas moviéndose, superpuestas).
En la ventana veía la ciudad desde la altura del apartamento, con las lejanas montañas llenas de antenas de luces rojas señalizando su posición a los aviones.
Tila se esmeraba. Sus manos me recorrían, cuando no se tiraban de sus pezones grandes y pálidos, estrujándose los pechos. Aumentó su ritmo sin piedad y la succión tiraba de mi polla hacia su interior con fuerza, pero en ningún momento usó las manos, solo su boca, la presión de sus labios, me masturbaba y exigía implacablemente, reclamaba que me derramara en ella. Oía sus gorgoteos, cómo sorbía, sentía sus manos que empezaron a acariciarme los testículos que ya estaban empapadísimos y se le resbalaban en las manos. La saliva caía de su labio inferior y de sus comisuras, haciendo densas burbujas. Empezó a palpitarme la polla con intensidad y ella se preparó. ¿Apartándose? No. Sintió las palpitaciones que empezaban en la raíz, en el perineo, donde empezó a pasar su dedo más travieso y eso me hizo arquear la espalda, cosa que aprovechó para calarse la polla entera hasta la raíz.
Tengo en blanco lo que sucedió en aquella eyaculación que casi me desmaya, pero puedo deciros que se lo tragó todo mientras mi polla estaba clavada en su garganta, escuchando su gorgoteo malvado. Cuando entreabrí los ojos la encontré lamiendo y recabando todo lo que salía de mi polla que, vencida, cabeceaba.
Y de pronto, empezó a gatear hacia mí, lentamente, hacia mi cara.
Me pasó los pezones, con pequeños piercings plateados, en aro, por los labios, la cara, sintiendo el calor, viendo los dos tatuajes bajo la curva de los pechos. Sabían más dulces que los de mi mujer, algo más picudos, y pude chuparlos con fuerza, tirando de ellos como ella había tirado de mi polla, con pura succión. Los mordisqueé, y quise tocarlos, pero me detuvo las manos, que de inmediato colocó en su culo. Lamí esas tetas jóvenes, borracho de ella (y de hormonas).
Siguió ascendiendo, pasó una pierna, aún enfundada en sus medias fosforitas, por encima, dándose la vuelta, y de pronto, en un delicioso primer plano tuve el plato principal: su húmedo coño. Esa extensión bivalva de carne hinchada y excitada, prominente, distinta. Sus labios mayores eran más pequeños que los menores, y éstos estaban más hinchados lo que aumentaba su tamaño. Un par de collares de perlas de puro flujo se deslizaban desde ellos; se colocó a la distancia ideal, y entonces, mi lengua empezó a jugar. Sabía dulce, salada, densa, deliciosa. Su clítoris sobresalía un poco de su capuchón y fue blanco de mi lengua, sus labios se abrían, los mordisqueé con maldad, haciéndola gemir con fuerza. Metí mi lengua con rabia en su interior, saboreando lo prieto de su coño joven, para sacarla, deslizarla hacia atrás y lamer su cerrado y rosado ano que empezó a palpitar con ganas. Ya caería.
Desde esa posición, con las manos, le estrujaba el culo, se lo abría para meter más la cara, para luego bajar de nuevo a su coño donde lamía con deliberada maldad su clítoris, despacio, apenas unos leves toques que tuve que aumentar de frecuencia cuando ella empezó a mover las caderas reclamando sus orgasmos. Por pura tensión acabó cayendo sobre sus brazos y su coño se estiró un poco más, y empecé a lamer, succionar y morder con más velocidad. Sentí que le venía el orgasmo, su coño se contraía, su clítoris palpitaba, su ano se abría y cerraba, como boqueando, y ella gemía aún más pronunciando algo con voz muy aguda. Sentí que me crecía de nuevo la polla, con ganas, y su mano se asió a ella como un salvavidas cuando los primeros orgasmos la recorrieron y su cuerpo se arqueaba, incontrolable. Temblaba, parecía casi poseída, su vientre se agitaba con fuerza y su coño también se abría y cerraba con fuertes espasmos. Se acabó por desplomar. Y aquello era mi pie: Me la iba a follar hasta que doliera.
Respiramos durante un rato, en las arrugadas sábanas. Toda la habitación olía a sexo… y más que iba a oler. Porque desde que le comí el coño deseaba penetrarla, perforarla, tomarla y hacerla gritar, derramarme en ella. Me arrastraba la misma lujuria que con mi mujer en nuestros años más mozos, en el descubrirnos mutuamente, donde follábamos a todas horas. Y no es que ahora folláramos menos, pero todo cambia con el tiempo.
La vi desnuda, con las medias puestas, los dioses sabrán por qué, y me acerqué de rodillas a ella, la abrí de piernas, y la vi sonreír. Se mordió un dedo, y bajó su mano hasta su coño, invitándome, abriéndolo con dos dedos.
—Fóllame. Métemela, reviéntame el coño… Llevo demasiado sin un buen polvo… y mi hermana me ha contado de lo que haces con esa polla.
Creo que aún seguía con restos de droga en el organismo, estaba excitada como una perra en celo, corcoveando, tocándose los pechos, subiendo y bajando las caderas. No me lo pensé mucho, necesitaba orgánicamente hundirme en ese coño que sentí tan prieto con la lengua. Enristré mi aparato que estaba hinchado y venoso, rezumante, y lo puse en la entrada de su coño. Lubriqué despacio mi glande con sus jugos, y lo dejé justo, justo en la abertura, presto a hundirme. Ella gemía, movía las caderas buscando que llenara ese hueco orgánico y también hinchando, deseoso, lubricado y ardiente.
Respiré, controlando mi respiración, y entré despacio. Solo la punta, solo el glande y sentí cómo se estrujaba todo su interior queriendo más, casi haciendo vacío. Ella gemía.
—Más… no me hagas esto… más… por favor… entera…
Gemía, se tiraba de los pezones casi con rabia. Eso era lo que quería. Cogí impulso y de una sola vez le metí toda la polla. Debo confesar no sin cierto orgullo que tengo un buen miembro. Más que larga y kilométrica, gruesa, bastante gruesa. Cosa que a mi mujer le encanta. Y su hermana gritó. No gimió. Gritó. Gritó mi nombre y gritó por el pollazo, gritó por que la llené de golpe, porque estaba totalmente copada, porque su coño se estremeció y de esa sola entrada ya le cayó un orgasmo. Y empecé el vaivén.
Como me había corrido antes, pude disfrutar de ese coño un buen rato; su coño parecía que no quería dejarla salir, quedándose muy prieto, tirando de la polla, prácticamente. Y me costaba sacarla, solo para estrellarme de nuevo en su interior. Las manos en las caderas, de rodillas, sus caderas alzadas, y como pesaba poco, prácticamente, la usaba como objeto masturbatorio, y aquello la estaba volviendo loca. No dejé de follarme ese coño delicioso hasta que me palpitó. Aun no quería correrme, no… había mucho más.
Saqué mi polla de su interior entre sus protestas, pero me puse a un costado e hice que me la chupara. Lo hizo, pero con una mano traviesa empezó a masturbarse de nuevo, aun sedienta de orgasmos. La delicia de sus labios limpió todo su sabor de mi pene, hasta que sentí que me iba a correr. Y aun no quería. Me puse de nuevo en posición. La puse a cuatro patas, para acceder aún más al interior de su coño. Tenía ganas de follarme su culo… pero ya habría tiempo. Ahora, su coño era mío. Empecé a empujar, al principio despacio, después aumenté la presión hasta estrellarme contra sus deliciosas nalgas con un audible sonido. Mi polla estaba cubierta de sus jugos, me palpitaba desbocada, y me apresté. Me iba a correr. Mi mano resbaló hasta su culo y le metí el dedo pulgar, cosa que pareció excitarla. Bueno, no lo pareció: su ano se cerró en torno a él mientras ella gritaba un “oh, sí”, y aumenté el ritmo todo lo que pude, con rabia, con ganas, con fuerza.
Diosdiosdiosdiosdiosdioooooooooooossssssss
No sé si lo dije en voz alta, pero sentí cómo fluía todo mi semen desde mi interior hasta encañonar y salir, estrellándolo en el interior de su vagina que al sentirlo fue estremecida por otro orgasmo de proporciones tan fuertes que se agitó como poseída, mientras apenas podía respirar y con los ojos en blanco, las manos crispadas, corcoveando violentamente. Volvió a correrse cuando salí de su interior, y aún seguía presa de ese orgasmo cuando salí de lavarme.
Joder, me sentía vacío, absorbido por ese cuerpo joven que aun rezumaba sexo. Parecía haberse dormido suavemente, desde que le llegó el último orgasmo.
Me desperté pasadas varias horas, cerca del alba. Tila dormía a los pies de la cama, cubierta por el edredón, apaciblemente. Me levanté despacio a hacer algo de café. Llené una taza grande, dejando suficiente en la cafetera, hice un bocadillo y me fui a mi ordenador para escribir un rato.
Pasaron un par de horas. Mi escritorio era un caos. Las manos de mi cuñada aparecieron de pronto, en mi cuello, bajando por mi pecho. Me susurró. Olía a café. Bien, había tomado una taza, por lo menos.
—Vaya polla te gastas, cuñado —me dijo.
—Gracias —contesté—. Tus orgasmos, he de decir, son… espectaculares.
Giró alrededor de la silla, echándome yo hacia atrás, y la escuché reír suavemente.
—Algunos, y algunas, se asustan —me confesó—. Verás, me estaba preguntando… en cómo se sentirá esa polla bien metida por mi culo.
Su franqueza era envidiable, desde luego.
—No lo sé —confesé directamente—, pero apuesto a que bien. Además de que parece un habitual de tus juegos, visto cómo se dilataba.
Se dio la vuelta por toda respuesta.
A Melisa y a mí nos gustaba mucho el sexo anal, y teníamos bastantes juguetes. En su culo, bien clavado, pude ver un plug de cristal de Melisa, uno de los más grandes que tenía, para dilatar mucho el ano y tener largas sesiones de sexo anal.
Se agachó suavemente. La luz de la mañana incidía en el cristal y podía ver las paredes interiores de su ano. Su esfínter estaba especialmente bien predispuesto, ancho, grueso, palpitante. Se había lubricado bien y veía los rastros del gel dilatador. La chica, desde luego iba a piñón.
Empezó a irse de la habitación, y me esperó, tendiéndome la mano, en la entrada de mi despacho, invitadoramente.
Iba a sodomizar el culo de mi cuñada sin piedad ninguna… e iba a ser épico.
Me había sentado en la amplia butaca del salón, quitándome los pantalones. De nuevo, se dispuso a disfrutar con mi polla, asiéndola con mucha fuerza, haciendo que las venas saltaran aún más, sonrió, masturbándome con mano fuerte, hasta que se la metió en la boca de nuevo. Fue una chupada larga, profunda, gorgoteante. Sentí sus labios ardiendo abrazar todo mi miembro, abrirse despacio mientras entraba, su nuca rapada a la vista mientras su cabeza bajaba más y más, clavada en mí, hasta casi tocar la raíz. Y se quedó ahí un rato, moviendo los labios, sintiendo su lengua encajada entre su boca y mi polla. Se arqueaba, presa de la arcada y la necesidad de respirar, pero sintiendo cómo al hacerlo mi polla palpitaba con fuerza en su interior. A la tercera o cuarta arcada, enloquecido, vi como se la sacaba de una sola vez, y respiraba, jadeando, dejándola llena de saliva espesa. Se rio al ver mi mirada turba. Se levantó entonces, dejándola de esa guisa, y me enseñó bien el culo mientras se sacaba el plug. Vi cómo su ano permanecía unos segundos dilatado, y se cerraba despacio, como una cortina circular.
Se puso a cuatro patas en la gruesa alfombra, con un cojín acomodado.
—Y ahora… ¿me follas el culo, cuñado?
Joder… Te voy a perforar, pensé.
Su culo estaba totalmente elevado, las nalgas separadas. Había gel dilatador alrededor de esa abertura que ya estaba ligeramente preparada, no cerrada del todo.
La sensación al poner la punta de mi polla en la entrada fue un latigazo, y poco a poco la penetré. Su ano se aferraba a mi polla con posesividad, como su hermana, justo como su hermana. Algo más pequeña de nalgas, pero mi polla acabó entrando despacio y con mucha presión. Gimió durante todo el proceso, soltando pequeños y muy agudos, “ sí… sí… dentro, todo dentro…”, que me enloquecía. Y entré totalmente, hasta la raíz. Permanecí quieto totalmente sintiendo cómo su esfínter trataba de estrujar todo mi miembro. Y entonces, empecé a follármela, a sodomizar ese culo, despacio, sacando casi toda la extensión de mi polla para entrar de nuevo. Despacio al principio, más posesivamente, tomándolo. Joder, qué pedazo de culo tenía la cuñadita… y cómo lo apretaba. Ella gemía, gemía, gemía, se corría una y dos veces y se apretaba mucho más fuerte. Y yo seguía follándome su culo con posesividad y rabia, entera. Cogiéndole la cadera y atrayéndola hasta las mías para que sintiera toda la polla en su interior.
No sé cuánto estuvimos así, quizás mucho, o no. Pero empecé a sentirme cerca del orgasmo. Ella también, aumentó su presión. Me iba a correr… Pero quería hacerlo con vistas. Bombeé lo bastante rápido como para empezar el orgasmo, pero me salí conforme empezaba a soltar semen, solo para ver, que era lo que quería, cómo los chorros entraban en la oscuridad de su ano.
Me desperté en mi cama. Todo había sido un sueño. Húmedo y palpitante, pero sueño.
Joder, vaya ganas…
Mi mujer estaba en casa, de nuevo, vi su maletín y los zapatos de tacón en el salón, juntos, al lado de esa alfombra.
Vaya sueño. Y vaya erección que tenía.
Melisa salió de la habitación en lencería: sujetador sin copa, que dejaba ver sus pechos, liguero, medias, sin bragas ni tanga. Se acercó despacio; a mitad de camino se puso a cuatro patas, felina, viniendo hacia mí, con sus pesados pechos colgando deliciosamente. Se acercó, dispuesta a darme placer y a follar durante todo el fin de semana restante.
Cuando sus ojos verde oscuro me miraron, con mi polla en la mano, y tras darle una sonora chupada, dispuesta a comérmela hasta el fondo, otra vez, me preguntó:
—No he encontrado mi plug de cristal. Si no, lo llevaría puesto para que después me sodomices y te corras en mi culo. ¿No sabrás dónde está?