Traspasada varias veces (05)

Sigo contando lo sucedido en aquella fiesta y la semana siguiente porque decidió mi porvenir y el de la putita de nombre de guerra La Rubita.

Antes de leer este capítulo es preciso leer el anterior. Ello es obvio para cualquier serie y, en mi caso, más porque no acostumbro a recapitular. Sin embargo hay gente estúpida como yo que entra en un episodio solamente para ojear si conviene leer los anteriores fundándose en el estilo de la redacción o el interés del actual. Creo que es un error aunque yo lo cometa reiteradamente.

También quiero decir que nadie que apruebe la conducta de mis personajes, sea de este relato u otro, sean dominantes o sumisos, está en su sano juicio. Recibo gran cantidad de mensajes –que no respondo casi nunca- que revelan la convicción de que los relatos son ciertos en su totalidad. Supongo que son menores de edad o gente inmadura. A todos ellos les manifiesto que la única parte veraz de mis relatos es, desgraciadamente, la oscura, triste, vergonzante y sarcástica. El resto es aderezo para que algun@s disfruten de una masturbación y, en algún caso, un potencial violador pierda capacidad para serlo.

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  • Madre –dijo Don Guillem- colócate cómoda para que la furcia te coma tu divino coño.

Mientras la señora se desnudaba sin prejuicios delante de la cantidad de caballeros que por allí había y se colocaba con las piernas bien abiertas y las nalgas al borde de la butaca, me barrunté que por la expresión de su hijo respecto de sus genitales, debía ser un lugar que frecuentaba incestuosamente como mi Charli y Tess.

Me arrodillé ante su chumino para cumplir con mi obligación de ramera para todo y al advertir su pulcro depilado, su delicada entrepierna, sus muslos tersos y recios y su vientre con unas pocas estrías tan solo, que la anciana señora era muy apetecible tal y como había presentido.

Mientras besaba y lamía suavemente el interior de los muslos antes de atender el núcleo de sus genitales, la señora puso sus manos enmarcando los mismos y, con gran placer nuevamente advertí que sus manos, pese a la edad, seguían siendo no atractivas, sino arrebatadoras. No fui capaz de vencer la tentación de acariciarlas con las mías y besarlas.

La señora tomó mis manos en las suyas y las condujo a sus pechos discretos, suaves, mullidos y colgantes sin demasía. Acaricié sus pezones y los pellizqué notando la reacción y cómo su hermoso coño se acercaba a mi boca que se vio impulsada como por vida propia a comer golosamente aquella almeja.

Aunque la figura de Tess me tenía que haber supuesto una revelación, nunca hubiera podido imaginar que una mujer de sesenta años se mantuviese tan atractiva y tan desinhibidamente dispuesta al sexo.

  • ¡Eh, furcia! Sepárate las nalgas para que te folle Colino –Empecé a colegir que Don Guillem era una persona un tanto inoportuna.

Obediente me separé las cachas todo lo que pude y, preventivamente, relajé el esfínter anal ya que nadie se dignó decirme dónde iba la fiera a alojar su estaca y yo no quería separar mi boca de aquella almeja de la que ya empezaba a manar un sabroso néctar. Entonces me di cuenta de que ni tan siquiera me había ocupado de evaluar el pene del can ni de los destrozos que pudiera hacerme.

Tampoco me acordé del rosario de bolas que ocupaba mi recto. Alguien me las sacó de un tirón inútilmente, porque si me las hubiera sacado un poco más despacio me hubiera agradado y estaría más predispuesta a ser montada por el animal aquél.

Noté cómo la fiera se montaba sobre mi amplia riñonada y sus patas delanteras, a dios gracias protegidas con una tela, se aferraban a mi torso bajo los pechos. Nadie debió conducirle porque estuvo unos treinta segundos intentado encontrar alojamiento para su pene hasta que finalmente acertó en mi ano de un buen empellón.

En ese lapsus de intentos de Colino yo, aterrorizada y con las manos sujetando mis gloriosos cachetes, había descuidado el papo de la señora. Cuando la alimaña acertó a metérmela, empezó un endiablado vaivén que me asustó por un lado mientras que, contradictoriamente, aquella forma frenética de ser follada me sedujo tanto que la señora me tomó de las orejas para empujar mi jeta hacia su chumino reclamando su débito. Pese a mi descuido no dejé de percibir que la señora también se había distraído disfrutando de los intentos de penetración del bicho ya que se había inclinado notablemente hacia delante.

Cuando un minuto después, perdido mi miedo a la fiera y disfrutando de sus empellones, con una de mis manos jugando con el anillo de mi clítoris, otra tanteando el orificio anal de la señora, ella acariciando con sus dulces y expertos dedos mi nuca, cuello y orejas y sorbiendo yo su gran caudal de almibarados jugos … Entonces me retiraron consecutiva y apresuradamente el peso del bicho sobre mi espalda y el roce de su caliente piel, la magnífica polla de mi ano, de un tirón, mi cabeza del fluyente coño de la señora, y me pusieron en pié desconcertada y cabreada.

Iba a reclamar de alguna manera cuando me acordé de que mi papel era solo de introductor de la actividad de La Rubita. Yo solamente había sido la telonera. Ella ocupó mi lugar mientras el negro sujetaba al frustrado perro, la señora mamaba la polla de su hijo mientras uno de los caballeros le acariciaba los preciosos pechos y otro le besaba la boca dejándole caer su saliva después al tanto que ella abría los labios para recibirla con gesto lascivo. Menuda pervertida la señora madre de Don Guillem.

Y allí me encontré sin saber qué hacer. A un metro de la escena. La señora agarrando de las orejas a La Rubita para acercarla a su atractivo y desnudo coño. Por cierto, más atractivo desde mi ángulo de vista actual que cuando lo enfrenté. Pero es que ahora estaba más brillante de sus flujos y mi saliva. Y más inflamado por su calentura.

Según la niña se amorraba a la almeja de la señora, el negro guardaespaldas soltó al perro para que se la montara. Entonces percibí el lascivo gesto de la señora al mismo tiempo que se inclinaba hacia delante para contemplar la penetración de la criatura por la bestia. Su inclinación fue la misma que yo sentí en la posición de la nena unos minutos antes. Yo no pude ver la cara de la señora. Ahora sí. Era diabólica.

Viendo la posición de La Rubita, con las nalgas soberbiamente pronunciadas hacia arriba como su edad aún le permitía y su esfínter anal tremendamente abierto tras la sodomización del negro, en un relámpago presumí que el pene de la bestia acertaría en él. Décimas de segundo después se confirmó mi intuición. El perrazo la comenzó a follar por su lindo agujero trasero con el mismo, si no mayor frenesí que yo había experimentado.

Me sentí abatida presenciando cómo una adolescente de 16 años, con familia pudiente para evitarle las penalidades de una prostituta, se sometiese por mera lascivia a aquella práctica tan extrema que yo, a mis 38 años consideraba perversa pese a ser, al igual que ella, decididamente una puta vocacional. Pero hay edad en que parece que el ejemplo que debiera disuadir es el que acentúa la tendencia.

Yo comencé de prostituta a la madura edad de 36 años y no había llegado a tal extremo hasta ahora, dos años más tarde. Estaba presenciando lo que hacía una niña de 16. Con un intervalo temporal igual que el mío, de dos años más tarde y con su inmadurez sabe dios dónde llegaría.

No tuve demasiado tiempo para contemplar como aquel cuerpo proyecto de perfección era profanado por una vieja perversa y un animal. Alguien tras de mi se apoderó de mis tetorras, me plantó una buena estaca entre el muslamen que frotó haciendo oscilar la plaquita con el nombre de mi Charli que colgaba del anillo de mi clítoris y me devolvió a la apreciación de mi carencia de orgasmos en toda aquella nefasta tarde.

Me volví hacia el tipo buscando con mi mano su polla y, por primera vez en esa tarde encontré lo que esperaba, un pene grande y bien dispuesto. Por desgracia el caballero era un tanto feo, desagradable de cuerpo y le olía el aliento. Pero para una profesional como yo del viejo oficio que había decidido ejercer aquello solo era un gaje más. Agarré el miembro y de inmediato de puse de rodillas para mamarlo.

El tipo no me lo permitió y me condujo de la mano a un extremo del salón donde había otros tres señores.

Joer, joer, joer. Me lo pasé de puta madre con ellos. ¡Qué tipos más majos! Hasta me hicieron una triple penetración: una polla de buen calibre en el ano y dos al mismo tiempo en el coño. Vamos, de esas escasas veces que el oficio te recompensa. Orgasmos tuve por un tubo ¡Qué sé yo! A lo mejor fueron una docena. El caso es que me quedé dormida de agotamiento en el sofá donde se solazaron con mi servicial y generoso cuerpo.

Continuará