Tras un baño en el jacuzzi (parte 2/3)

Laura ha descubierto que tras lo sucedido en el jacuzzi con Mario, que éste es bisexual y tiene pareja. Y para colmo, la pareja de Mario es Oliver, su compañero de trabajo. A pesar de todo, Laura desea tanto a Mario que deja la moralidad y la ética a un lado y se entrega entera por y para él...

Llevaba cinco meses exactamente deseando a Mario, desde la primera vez que le vi, y ahora que por fin había descubierto en aquel jacuzzi que la atracción era mutua, que nos habíamos besado, tocado, masturbado…, que nos habíamos devorado como auténticos animales sedientos el uno del otro, me confiesa que tiene pareja y para colmo su pareja es Oliver, un hombre… Un hombre al que yo tenía bastante aprecio porque al ser también compañero mío de trabajo, había tenido tiempo suficiente para conocerle un mínimo que me lleve a crear algún tipo de lazo con él y comprobar que es una maravillosa persona.

Joder, menuda gran putada. No quería hacerle eso a Oliver, no quería hacerle daño. Iba a sentirme fatal y muy sucia engañándole de ese modo, pero al mismo tiempo deseaba tanto a Mario que me encontraba en una tesitura bastante compleja y peliaguda.

He de confesar que me daba mucho morbo la posibilidad de acostarme con Mario, y más aún sabiendo que tenía pareja. A pesar de tenerle cariño. Todavía no entiendo el por qué, ya que es rastrero y no pegaba en absoluto con mi ética y personalidad, pero me lo daba.

  • ¿Por qué no me has dicho nada cuando te me he insinuado en el jacuzzi? ¿Por qué no me has dicho nada cuando me he acercado a ti? ¿Por qué no has hecho mención alguna de Oliver cuando te he puesto la mano en la pierna? ¿Por qué no has sido capaz de frenarme cuando me he subido sobre ti, o directamente cuando te he besado? ¿Por qué, Mario, por qué? ¿Me lo puedes explicar, por favor? Estoy que no doy crédito, de verdad… - realmente estaba cabreada. Pero una parte en mi interior me gritaba que con muy poco se me iba a pasar aquel enfado.

  • Porque no era Oliver quien estaba en mi cabeza en ese momento, Laura.

  • Oh, vaya. Pues quizás el comentarme que Oliver y tú sois pareja, sea un pequeño detallito que lo mejor deberías de tener más en mente y, especialmente, comentarme cuando estás en una situación así.

  • ¿Te crees que es fácil? ¿Crees que es fácil decirle eso a una chica que te encanta realmente y que llevas fantaseando con ella desde la primera vez que entró a trabajar contigo?

  • ¡Oh, vamos! No me vengas con esas…

  • ¿Qué no te vaya con esas? ¿Quieres sinceridad, Laura?

  • Sí, quiero sinceridad.

  • ¿Sinceridad? ¿Es eso lo que quieres? Está bien, te seré sincero… No te he dicho nada porque en mi vida se me habría pasado por la cabeza que una chica tan espectacular como tú se fijase en un chico tan normal y rarito como yo. Es que ni imaginarlo, vamos. Y puestos a ser más sinceros, te diré que conforme más se confirmaba en aquel jacuzzi que te atraigo, más ganas me daban de obviar que tengo pareja y que mi pareja es Oliver, ¿y quieres saber por qué? Bien…, Laura, bien… Te diré el por qué… No he hecho mención alguna por miedo a que me rechazaras, por miedo a que no sucediera nada, por miedo a perder la oportunidad que ni en mis mejores sueños creía tener. Sí, lo sé… Suena a auténtico hijo de puta, quizás lo sea. No lo sé, nunca me he considerado ningún cabrón. Pero está visto que contigo he perdido completamente el norte, porque me encantas, Laura. Y no hay más. ¿Querías sinceridad? Pues ahí la tienes.

Me quedé completamente sin palabras… Mis ojos se cristalizaron automáticamente al verle y escucharle tan alterado y tan profundo a la vez. Era una auténtica cabronada lo que había hecho, pero al mismo tiempo sus sinceras palabras me parecieron preciosas, y como os podéis imaginar, me excitaron al mismo tiempo que me hicieron sentir un miedo profundo a lo que podía venir después de todo esto.

En los ojos de Mario también se podía apreciar un brillo en sus ojos, los cuales estaban enrojecidos. La expresión de su cara era entre rabia y tristeza, puede que todo junto. Ninguno de los dos parecía saber cómo salir de aquella situación tan innecesaria e incómoda.

  • Dime una cosa, Laura – dijo acercándose a mí quedando su cara a un palmo de la mía y arrinconándome en una de las esquinas de su habitación – Dime qué habrías hecho tú si te digo en el jacuzzi que Oliver es mi pareja. ¿Me habrías besado igualmente o te habrías apartado? Vamos, Laura. Eres tú la que pide sinceridad, ¿no? Que sea por ambas partes.

Yo continuaba callada, me intimidaba. Era incapaz de mirarle a los ojos. Ahora Mario se acercó más a mí. Su boca estaba a dos dedos de la mía, no llegaba a tocarme, pero sentía el roce de su nariz contra la mía y su respiración profunda romper contra mis labios.

  • Vamos, Laura… Te estoy haciendo una pregunta. ¿Realmente no te habrías abalanzado sobre mí si te hubiera llegado a decir que estoy saliendo con Oliver? Porque creo que no me equivoco si pienso que lo habrías hecho de todos modos.

A pesar de que no le faltaba razón, aquello me cabreó. Me cabreó porque iba en contra de mi moralidad, pero una parte de mí, poseída por un fuego interno, sabía que tenía toda la razón del mundo si me ponía en la situación. No supe qué decirle, así que le abofeteé. Sí, le solté una bofetada en la mejilla y traté de huir de aquel rincón. Pero de nada sirvió. Me bloqueó el paso colocándose por delante de mí y volvió a arrinconarme haciendo fuerza sobre mí.

Yo le volví a abofetear. Él seguidamente agarró con fuerza mis brazos, los levantó posicionándolos sobre mi cabeza, y sin dudarlo ni un instante me besó fogosamente.

Quería besarle, por supuesto que quería besarle. Pero siempre me encantó el drama y hacerme un poco la digna, así que volví a pegarle, esta vez en el brazo, sin apenas fuerza, y manteniendo aquel beso con los ojos cerrados.

A quién quería engañar, deseaba a Mario por encima de todas las cosas. Lo deseaba tanto que cuando le tenía enfrente era incapaz de pensar en nada más, dejando la moralidad y al resto de la gente a un lado. Lo único que podía rondar por mi cabeza en su presencia era él.

Sin despegar nuestras lenguas, me arranqué la camiseta básica de tirantes negra que cubría mi cuerpo de forma ceñida. Apreté su cuerpo contra el mío para que ambos sintiéramos mis pechos contra su torso, todavía cubierto.

Él se retiró para observar mi imagen en vaqueros y sujetador, seguidamente se dispuso a quitarse la camiseta y volvió a acercarse a mí, como si de un placaje se tratase, para continuar devorándome a besos, mordiscos y lengüetazos. De repente, sin yo esperarlo, se puso de rodillas quedando su cabeza a la altura de mi pubis, y me desabrochó rápidamente los botones del pantalón vaquero. Sus enormes manos agarraron con fuerza mis caderas desde atrás y comenzó a besarme alrededor del ombligo suavemente, dejando un recorrido de su saliva hasta bajar al inicio de mi pubis.

Yo estaba temblando, con la visión borrosa, una sensación abrumadora de desorientación y deseo me recorría completa. Tenía la boca de Mario acechando por mis bragas, y yo estaba deseosa de que se adentrase de una vez por todas bajo ellas.

Mario paró, y tiró fuerte de mis pantalones hasta abajo llevándose con él mis bragas. Levanté una pierna y después la otra para que pudiera quitármelos por completo.

Y allí estaba yo, arrinconada en una esquina de la habitación con tan sólo el sujetador cubriéndome el pecho, y con Mario sin camiseta arrodillado ante mí.

  • Separa bien las piernas, quiero comerte entera. – me ordenó.

Y así lo hice. Así lo hizo. Así lo hicimos. Separé las piernas tal y como me ordenó, dejando el espacio idóneo para que su cabeza se situase a gusto entre ellas, y él comenzó a fundirse con su lengua dentro de mí.

Comenzó acariciándome suavemente los labios de forma superficial y con mucha delicadeza, después, colocó su dedo pulgar en la entrada mi vagina, haciendo leves presiones sin llegar a entrar del todo, consiguiendo así que poco a poco fuera dilatando más de lo que ya estaba. Sin quitar su dedo pulgar, comenzó a besarme suavemente el pubis, mis labios externos, el clítoris, labios internos… y poco a poco sus besos húmedos iban bajando, acercándose cada vez más hasta mi vagina.

Estaba completamente empapada, la imagen que tenía desde arriba de Mario perdiéndose en mi sexo mientras me miraba fijamente a los ojos era todo un espectáculo. Un ángulo cargado de morbo y dulzura al mismo tiempo. Era muy cerdo y muy delicado al mismo tiempo. Lo hacía con mucho cuidado y pasión.

Por fin quitó su dedo pulgar de mi vagina e hizo fuerza con ambas manos agarrándome para separar más mis piernas. Yo ya estaba imaginando lo que venía… su lengua y sus manos iban a comenzar a follarme. Deseaba sentir cualquier parte de él dentro de mí, llevaba mucho tiempo esperando aquello y sentía que por fin había llegado ese momento.

Observó por unos segundos el paisaje que quedaba en mi entrepierna relamiéndose con ansia y vicio, hasta que por fin su lengua se situó en mi vagina, adentrándose muy sutilmente en ella, pero lo suficiente para que yo lo sintiera por triplicado de lo que realmente estaba sintiendo. Mi excitación era tal, que cualquier movimiento de Mario se maximizaba en mi cuerpo.

Su lengua llevaba apenas un minuto en mí, y yo estaba temblando como si de una virgen se tratase. Como si nunca nadie me hubiera dado placer oral. Me lo habían dado, pero no así, no de ese modo. Gustosamente indescriptible.

Mis delgadas piernas comenzaban a tambalearse perdiendo la estabilidad, Mario había comenzado a introducirme dos dedos mientras seguía comiéndome, y yo había perdido el norte por completo. Apenas podía mantenerme en pie.

Pareció que él se dio cuenta de aquello, así que me cogió como un auténtico animal en volandas haciéndome envolver su cuerpo con mis piernas hasta que me colocó sobre la mesita de noche más cercana llevándose por delante la lámpara que había sobre ella. De nuevo volvió a agacharse para continuar comiéndose mi sexo como un auténtico salvaje. Estaba fuera de lugar, se había vuelto completamente loco, y me encantaba verlo de ese modo.

Yo estaba disfrutando mucho de aquel placentero regalo que su boca me estaba haciendo, pero la mía también deseaba descubrir a qué sabía él. Así que, sin dudarlo ni un instante, me levanté y tiré hacia abajo de sus vaqueros del mismo modo que lo había hecho él con los míos, pero dejando sus calzoncillos todavía puestos. Estaba deseosa de ver cómo era su miembro, pero todavía quería alargar un poco aquel juego preliminar y comprobar cuánto más podríamos aguantar así de excitados sin llegar a la penetración.

Me coloqué de rodillas ante él y comencé a besarle bajo su ombligo, bordeando la línea de sus ajustados bóxer azul marino. Me encantaba besarle sin llegar a rozarle en absoluto donde él lo deseaba, me excitaba hacerle esperar y crearle una gran necesidad de mí. Coloqué mi mano suavemente sobre sus testículos, y comencé a acariciarlos con mucho cuidado mientras que, al mismo tiempo continuaba lamiendo el borde de sus calzoncillos. De vez en cuando pasaba mi lengua por la punta de su pene, de un modo que le hacía creer que lo hacía sin querer, ya que este asomaba un poco por el calzoncillo, y cada vez más.

Mario tenía una gran erección, y la cantidad de carne que se marcaba bajo la tela, también era muy grande. Tenía una gran curiosidad por descubrir cómo era su polla. Pero lo único que podía apreciar de momento, era una gran erección acompañada de una mancha circular húmeda en la parte alta de sus calzoncillos.

Con mis dos manos comencé a tirar un poco, apenas aparente, de su ropa interior, dejando un poco más de su pene al descubierto. Tenía todo el glande a la vista. Era grueso, muy grueso, de una tonalidad rosada llegando incluso a un suave rojizo. La punta estaba brillante, y se veía suave. Continué besando alrededor de su pene, por el pubis, rozando solamente el glande con mi barbilla, haciendo que deseara el calor de mi boca de una vez por todas.

Mientras le besaba, podía oler perfectamente su líquido preseminal, y aquello me hacía más ansiosa de su polla. No aguantaba, pero quise torturarle por más tiempo, y también a mí, alargando la espera para ver aquella maravilla que cada vez menos escondía. Envolví su polla con mis labios por encima de la tela de sus calzoncillos. Se la estaba comiendo de canto mientras movía la cabeza de un lado para otro, haciéndole sentir un subibaja con las fricciones de mis labios.

Resopló profundamente, sentí su aliento jadeante contra mi pelo, y levanté la mirada para observar su cara. Estaba totalmente descolocado, ruborizado, con la boca entreabierta y sin quitarme ojo.

Fui bajándole los calzoncillos poco a poco hasta quitárselos por completo, y allí estaba aquello que tanto deseaba… su enorme polla. Me quité el sujetador, el cual no había sido consciente hasta entonces que todavía seguía manteniendo puesto, y agarré uno de mis pechos mientras que con la otra cogí con firmeza desde su base el pene de Mario para observarlo con detenimiento.

Tenía una largura bastante generosa, con la punta notablemente más gruesa que el tronco. Su pene poseía una rectitud admirable, y la piel que lo envolvía me resultaba suave y jugosa. Me moría por probarle, así que fui directa y de forma rápida a metérmela y sacármela de una sola vez hasta el fondo para que supiera lo que le esperaba. Después, pude disfrutar de ella durante diez minutos de besos, lametones, jugueteo con ella entre mis pechos, y especialmente una manera de engullirla hasta el fondo en cada movimiento de mi cabeza que le acogía muy generosamente.

  • Estoy a punto de correrme, para… para… para… - me suplicaba mientras yo seguía mamándosela haciendo caso omiso a sus palabras – Para, por favor. Quiero metértela en ese coñito antes de que me deshaga.

Paré de inmediato, y le empujé dejándole tumbado bocarriba sobre la cama con las piernas dobladas en el borde.

  • ¿Quieres que te folle, Mario? ¿Quieres sentir lo apretadito que está mi coño?

  • Oh, si… No puedo más, Laura. Como no me dejes respirar voy a correrme en dos minutos.

  • Ya me encargaré yo de que no sea así…

Me coloqué encima suyo, agarré su polla y la coloqué entre mis labios, frotándome con ella hasta dejarme empapada de aquel apetitoso líquido transparente que iba soltando. La situé en la entrada de mi vagina y fui bajando mis caderas poco a poco contra las suyas para que sintiera una penetración lenta, intensa y cómo al mismo tiempo iba contrayendo las paredes de mi vagina para que le diera el doble de placer.

  • Joder… Joder, joder… - gruñía – Estás muy caliente y muy apretadita. Me estás dando mucho gusto, Laura.

No quería que Mario se corriese tan pronto, pero no pude evitar cabalgar sobre él desenfrenadamente al escuchar sus palabras.

  • ¡Para, para, para! – me apartó con fuerza hacia arriba y rápidamente me colocó a cuatro patas para recibir sus duras embestidas en esta posición.

Me agarraba de la cintura mientras usaba mi cuerpo moviéndolo al ritmo que él deseaba para su satisfacción. Yo sentía en cada embestida una presión bastante dolorosa hasta el fondo de mi útero que me hacía inclinarme rendida sobre la cama de la mezcla de dolor y placer al mismo tiempo. Me dolía mucho, pero estaba tan excitada que no era consciente en la totalidad del daño que me causaba, tan sólo lo era de que su gran miembro estaba invadiéndome toda sin ninguna piedad y a un ritmo increíblemente rápido.

Podía escuchar a la perfección el chapoteo de nuestros sexos mojados y sus testículos golpeándome acompasados.

  • Me corro… Oh, joder voy a correrme – gruñó con voz temblorosa.

  • Échalo dentro de mí.

  • ¿Segura?

  • Sí, joder quiero que me llenes con tu semen.

Y ahí vino, una abundante y caliente cantidad inundó mi vagina mientras Mario gemía con gran sofoco, cayendo poco a poco sobre mi espalda. Estaba completamente exhausto.

De repente se escuchó a alguien golpear la puerta de la habitación tres veces con los nudillos. Mario y yo nos miramos a los ojos aterrados. No… no podía ser.

  • Métete en el baño. No hagas ruido, por favor. Y, sobre todo… no salgas bajo ningún concepto. No salgas hasta que yo te lo diga. Por favor, Laura. – me suplicó.

Yo asentí y me metí sigilosamente al baño, cerré la puerta y me cubrí con una toalla que había dentro. Escuché cómo Mario abría la puerta y, efectivamente, era Oliver. Pude reconocer su voz perfectamente. ¿Nos habría escuchado?

Continuará…