Tras un baño en el jacuzzi (parte 1/3)

No dijo nada. Suspiró, y reaccionó. Por fin reaccionó. Sus manos envolvieron mi espalda, creando una fuerza que hacía llevar mi cuerpo contra el suyo, colocándome sentada sobre él y sintiendo bajo el agua y el baile de las burbujas una sorprendente y dura erección.

Nos habían destinado a mí y a otros cuatro compañeros de la empresa donde trabajo a hacer un curso de formación fuera de nuestra ciudad, en Lleida exactamente, y estaba algo nerviosa, todavía no entiendo por qué. Supongo que ser la última en incorporarse a la fábrica y al mismo tiempo seleccionada para ello, me situaba muy en el punto de mira, o probablemente pasar dos días con unos compañeros de trabajo a los que tan sólo conocía de cinco meses cuando ellos se conocen de varios años, también me hacía sentir un poco extraña. Pero era una muy buena oportunidad profesional para mí, y también, dentro del tiempo libre que nos quedase, una oportunidad para relajarme y poder desconectar un poco de mi rutina.

Curiosamente no íbamos los cinco juntos, teníamos billetes de tren con horarios diferentes. Imagino que por cuestiones personales de cada uno. Yo llegaba la primera, a las 17:12 h llegaba mi tren a la estación de Lleida y un taxi estaría esperándome en la puerta para dejarme directamente en el hotel. Había estado buscando fotografías e información en internet sobre dicho hotel, y en una de las imágenes encontré una zona con sauna y jacuzzi que me llamaba a gritos. Así que, así lo hice. Nada más llegar a mi habitación me puse el bikini, las chanclas y el albornoz por encima y bajé al jacuzzi. Mientras salí al pasillo para coger el ascensor le envié un mensaje de WhatsApp a Valeria, mi compañera, que llegaba un poco más tarde que yo, para avisarle de que estaría esperándole allí.

“Ok. Yo acabo de llegar a la estación, cojo el mismo taxi con Mario dentro de diez minutos. En cuanto lleguemos te aviso y bajamos contigo.”, leí de forma inmediata en la pantalla de mi teléfono.

De repente, un frío y ligero temblor empezó a invadir mis manos. Mario era, de los que nos íbamos a juntar en el curso, el compañero que más se acercaba a mi edad. Y también era, de todos los compañeros que conocía de la fábrica, el que más había llamado mi atención como hombre.

Mario tenía 32 años, cuatro años más que yo, unos ojos castaños oscuros que hacían un perfecto contraste con la palidez de su piel, al igual que el negro tizón de su cabello corto y rizado. Era alto, muy alto, no sé si llegaría a los dos metros, pero poco le faltaba. Y tenía unos gruesos y carnosos labios y unas enormes y finas manos con las que he de confesar que he fantaseado alguna vez.

Me atraía, era evidente que me atraía. Y pensar que iba a bajar también al jacuzzi me puso nerviosa. Pensar que iba a verme en bikini me puso nerviosa. Y caer en la cuenta de que la parte inferior de mi bikini es un tanga, también me puso especialmente nerviosa.

No importaba, ya me había metido dentro del jacuzzi mientras iba bailando todo esto en mi cabeza, y no llevaba idea de levantarme hasta que ellos, o al menos Mario, se fuera.

A los veinte minutos de estar a remojo, aparecieron por mi izquierda Valeria y Mario. Joder, no era nada fuera de lugar, pero os aseguro que para mí, Mario tenía un atractivo y una esencia única que atrapaba todos y cada uno de mis sentidos. Estaba totalmente perdida en sus ojos mientras ambos me hablaban.

  • Marcos y Oliver llegarán a la hora de cenar. – dijo Valeria rompiendo con todos mis pensamientos en los que andaba flotando.

  • Oh, genial. Entonces cenaremos los cinco juntos. – añadí.

  • Sí, me ha dicho Oliver que cogían ellos el mismo taxi también, a las 20:20. Así que yo creo que a las 21:00 podemos estar ya todos cenando en el restaurante de aquí del hotel. – dijo Mario mientras se quitó la camiseta que acompañaba a su bañador naranja.

En ese preciso momento volví a desaparecer, pero por completo, de la conversación. Volví a perderme en todas las zonas de su cuerpo que podía dejarme ver aquel bañador.

La verdad es que Mario no tenía un cuerpo ni mucho menos musculado, pero lejos andaba de la gordura. Tenía un torso de lo más normal, sin forma definida, pero me gustaba. Me gustaba mucho. Podía apreciar la suavidad de su piel sin necesidad de tocarla. Aunque he de confesar que esa necesidad me estaba urgiendo cada vez más.

Se metió al jacuzzi poco a poco, y del cambio de temperatura, pude apreciar como todos los poros de su piel se erizaban. Su cuerpo se iba sumergiendo poco a poco entre las burbujas y la espuma, las gotas que salpicaban en cada explosión chocaban contra parte de su pecho y sus hombros. Podía apreciar cómo iban deslizándose por su cuerpo, y eso me estaba empezando a excitar bastante. El calor del agua del jacuzzi tampoco ayudaba a que yo pudiera enfriar mi mente. Tan sólo deseaba tenerlo empapado sobre mí y no precisamente de agua.

Se sentó a mi izquierda, y justo enfrente tenía a Valeria, quedando un hueco libre a mi derecha. Estuvimos hablando durante media hora de cosas sin mucha importancia. Yo traté de disimular lo excitada que estaba y pude mantener la compostura.

-Bueno, chicos. Yo voy a subir a la habitación a darme una ducha y a las nueve os esperaré a todos en el restaurante. - dijo Valeria mientras salía del Jacuzzi.

-Sí, yo ahora subiré también. – añadió Mario.

  • ¿Ya te vas a ir? Todavía es pronto, no son ni las siete y media. Aún podemos quedarnos aquí media hora más y nos sobra tiempo. – dije en un tono inconscientemente coqueto. Menos mal que Valeria ya se había largado, qué vergüenza.

  • Bien, bueno. Vale.

  • ¿Bien, bueno. Vale? ¿Qué te pasa, Mario? ¿Estás incómodo? .- dije acercándome hacia él un poco.

  • No, Laura. No es eso. – se sonrojó.

  • ¿Y entonces qué es? – volví a acercarme a él quedándome esta vez sentada completamente a su lado.

  • Estoy incómodo de lo cómodo que me puedo sentir.

No dije nada. Simplemente me limité a fruncir el ceño y levantar una ceja haciéndole ver que no estaba entendiendo sus palabras.

  • Laura, eres una chica muy guapa. Somos compañeros de trabajo, estamos aquí solos en un jacuzzi. No sé, es una situación un poco extraña.

  • Quizás sea extraña porque tú le estás encontrando un doble sentido que yo no le encuentro.

  • Bueno, podría ser.

  • ¿Y cuál es ese doble sentido que le estás dando? ¿Podrías explicármelo? – puse mi mano sobre su rodilla derecha. Joder, ¡pero qué zorra soy!

El pobre Mario se mostró tímido, no dijo nada. Simplemente se limitó a soltar una pequeña risa nerviosa mirando hacia abajo. Me encantaba… os juro que me encantaba ponerlo en esa tesitura. Me hacía sentir poderosa. Y verlo sonreír me gustaba mucho. Tenía una sonrisa preciosa, sin llegar a tener una dentadura perfecta ni un blanco nuclear. Más bien su sonrisa poseía un curioso un punto infantil que me enternecía y excitaba al mismo modo.

  • ¿Te estoy incomodando, Mario?

  • No, Laura. Para nada.

  • Entonces… ¿Te gusta que ponga mi mano sobre tu pierna? – otra vez, silencio incómodo, pero cómodo. Silencio divertido y coqueto. Hasta que le forcé con mi jugueteo a tomar la palabra.

  • Joder… es que me dejas sin palabras, Laura. No sé qué decir.

  • ¿Y sabes qué hacer?

  • Buff… - reía cortado. - ¿Lo ves? Me tienes desconcertado.

  • Si acerco mi mano poco a poco hacia tu ingle… - le dije mientras lo hacía - ¿te gusta?

  • Madre mía, Laura. Pues claro que me gusta, ¿cómo no me va a gustar?

  • Y si… pongo mi pierna sobre la tuya y mi mano en tu pecho… ¿también te gusta?

  • Joder… - gruñó.

  • Y si me acerco a tu boca… ¿estoy invadiendo quizás tu espacio?

No dijo nada. Suspiró, y reaccionó. Por fin reaccionó. Sus manos envolvieron mi espalda, creando una fuerza que hacía llevar mi cuerpo contra el suyo, colocándome sentada sobre él y sintiendo bajo el agua y el baile de las burbujas una sorprendente y dura erección. Nuestras bocas, jadeantes y sedientas, se acercaron la una a la otra, fundiéndose nuestros labios en un tierno e intenso beso que poco a poco, sensualmente y de forma tímida, se dejaba entreabrir para que nuestras lenguas comenzasen a bailar impregnándose de la saliva de cada uno.

Besaba bien. Mucho más que bien y mucho mejor que perfecto. Fue una grata sorpresa descubrir cómo me llevaba con su lengua hacia donde yo quería y como sus manos me agarraban con firmeza y seguridad por la espalda, a pesar de verlo cortado y tan tembloroso. De repente, sin dejar de besarme ni un instante con los ojos cerrados, bajó con sus manos hasta mi trasero, y en ese preciso instante descubrió que la parte inferior de mi bikini se trataba de un tanga. Apartó sus labios de los míos, retirando su cabeza hacia detrás para poder mirarme bien la cara, quedando ésta a un palmo de la suya.

  • Madre mía… Eres increíble, Laura. Increíble…- y de nuevo volvió a besarme con énfasis agarrándome con mucha fuerza las nalgas.

Me besó con tanta ansia que nuestros cuerpos enganchados el uno al otro, comenzaron a ir de un lado al otro del jacuzzi. Sentía su erección contra mi sexo y algunas veces, según el lugar donde me iba colocando, la presión de las burbujas saliendo con potencia contra mi clítoris.

Mi excitación iba en aumento. No me podía creer lo que estaba sucediendo. Deseaba a Mario, no os imagináis cuánto lo deseaba… Sentir sus enormes y suaves manos recorriendo toda mi espalda y su parte baja acompañada de la erección de su miembro me transportaba a un sueño con el que había fantaseado y me había masturbado reiteradas veces. Aunque he de confesar que no de éste modo, ya que os puedo asegurar que a veces la realidad supera la ficción.

No pude esperar más, así que cogí sus manos con las mías y se las coloqué suavemente contra mis pechos. Mario estaba temblando, como si fuera un adolescente inexperto que tocaba a una mujer por vez primera. Eso me estaba creando un morbo y una seguridad colosal.

En el momento que comenzó a masajear mis pechos sobre la fina tela del bikini que los envolvía, volvió a retirarse un poco hacia detrás, esta vez para observar cómo iban endureciéndose mis pezones poco a poco entre sus dedos y cómo mis mejillas se iban sonrojando al mismo tiempo que mi boca secando.

Le miré a los ojos mientras jadeaba lo más bajo posible. Tengo mucha sensibilidad en los pezones, y aquellos movimientos, tan delicados e intensos al mismo tiempo, estaban sensibilizándome por completo de cabeza a pies. Estaba excitada, muy excitada. Y a pesar de estar sumergida bajo el agua, sentía perfectamente que estaba húmeda por dentro y que mi sexo ardía en una dilatación perfecta para recibir a su firme miembro en cualquier momento.

No pude evitarlo, no aguantaba más, así que comencé inconscientemente (o puede que muy conscientemente, no lo sé, en aquel momento lo último que hacía era pensar) a frotarme como si estuviera en auténtico celo contra su entrepierna. Al segundo gimió y... Dios… Oh, Dios… Lamento meter a Dios en algo tan maravillosamente impuro, pero aquel gemido me transportó al mismísimo paraíso. Cuanto más gemía Mario más fuerte me frotaba contra él, era un círculo vicioso.

Todavía no había palpado su pene con mis propias manos, pero por el recorrido que hacían mis caderas y lo que podía sentir contra mis labios vaginales y la fina tela que nos cubría a cada uno, estaba segura que lo que escondía era apetitosamente enorme. No quería quedarme más con la duda, así que, sin dejar de besarle, bajé mi mano derecha por su pecho, recorriendo el camino desde éste por el centro de su abdomen, ombligo y… ahí estaba… De momento ahí estaba su pubis, sin depilar, pero nada frondoso. Me gustaba. Comencé a acariciarle por este sin llegar a rozar ni un mínimo el comienzo del tronco de su pene y sin quitar mi mano derecha de él, me retiré un poco de su cuerpo para admirar la expresión de su rostro. Era totalmente como me lo esperaba, una mirada rasgada por la leve contracción de sus párpados, con un visaje auténtico de deseo y excitación. Estaba tan colorado o incluso más que yo. Me transmitía fragilidad, ternura y un morbo en abundancia. Mario tenía un gesto tan dulce y excitante al mismo tiempo que me enloquecía por completo.

Mientras mi mano iba acariciando su pubis por dentro del bañador, mi boca iba regalándole a Mario pequeños y suaves besos húmedos y mordiscos desde su oreja hasta sus hombros, una y otra vez, para enloquecerlo por completo mientras esperaba con ansia a que mi mano agarrase de una vez su pene y comenzase a estimularle.

  • Me vas a volver loco, Laura… Me estás poniendo de una manera acojonante. – dijo entre suspiros con la vista casi en blanco. Yo me limitaba a sonreír como una perra admirando aquella escena.

Pero no quise ser mala, e introduje mi mano bajo su bañador y agarré su enorme miembro. Enorme, sí. Era jodidamente enorme y de buen grosor.

Comencé a masturbarle de forma muy lenta, sacándole suavemente todo aquel aparato del bañador, mientras le miraba fijamente a los ojos con una dulce y pícara sonrisa. Él estaba totalmente descolocado, fuera de lugar, muy excitado. Y jadeaba…

Mientras le masturbaba mirándole a los ojos, unas burbujas llegaban directas a mi sexo y yo también jadeaba suavemente prácticamente al mismo tiempo que él, haciendo de nuestro goce una melodía perfecta que os aseguro que iba a sonar en mi cabeza por mucho tiempo. Aquel momento era algo que nunca iba a lograr olvidar y que quería disfrutar en el presente y saborear con mucho gusto cada segundo que pasaba.

Solté su miembro y volví a guardárselo dentro de su bañador. Quería envolverle con mis piernas sin llegar a la penetración todavía y volver a restregarme sobre él mientras volvía a disfrutar de aquellos besos que me estaba regalando.

Eran maravillosos, y muy húmedos. La lengua de Mario contenía bastante saliva, sin llegar para nada a lo desagradable, en cada beso. El grosor de sus labios friccionaba los míos logrando un leve eritema por todas mis comisuras, y he de decir que me encantaba. Era increíble que sus labios sin hacer fuerza alguna, con un ritmo suave, consiguieran provocarme aquella reacción en la piel, como si estuviéramos haciendo algo de modo salvaje. Supongo que sería por el largo tiempo que llevábamos devorándonos el uno al otro.

Después de varios minutos poniéndonos como auténticos cerdos, me quité la parte superior del bikini dejando mis pechos totalmente al descubierto para él, quedando mis pezones a la altura exacta de sus ojos.

Os juro que los miraba como si nunca hubiera visto nada igual. Aquella forma en la que no me quitaba ojo de ellos con esa expresión de sorpresa y agrado me hacía sentir admirada por él, y era todo un privilegio para mí.

Sin dudarlo un segundo me envolvió con su brazo izquierdo desde la cintura hasta llegar a tocar mis labios vaginales por detrás de mi trasero con sus dedos (sí, Mario era enorme, al igual que sus brazos que podían envolverme entera de este modo), mientras que con su mano derecha sostenía mi pecho izquierdo y su boca iba saboreándolo.

Su mano masajeaba mi pecho con mucha delicadeza, y al mismo tiempo sus labios iban besándome todo el pecho sin llegar todavía al pezón, el cual esperaba duro a su boca.

Su otra mano, ya no tan temblorosa, tenía cogido a la perfección mi clítoris. Dejándolo atrapado entre sus dedos índice y corazón, mientras hacia unas presiones que hacía que mis labios fueran hinchándose o deshinchándose al mismo tiempo y a la inversa que mi clítoris en cada presión. Relajaba, presionaba, relajaba, presionaba…

Nunca nadie me había tocado de ese modo, pero era perfecto a la vez que curioso. Me gustaba, alguna vez me lo he hecho yo sola en mi cama como algo previo a masturbarme con penetración, pero jamás lo había sentido de la mano de un hombre.

Por fin su boca saboreó mi pezón. Su lengua hacía círculos alrededor de él y mi cuerpo directamente no era dueño de sus movimientos. Mi cabeza no era dueña de mi cuerpo. Nada era dueño de nada, pero yo me sentía por completo de Mario. Toda suya.

Me dejé llevar por el placer que me estaba regalando y dejé caer mi cuerpo hacia detrás, apartándome poco a poco del cuerpo de Mario.

  • ¡PARA! – rompió de repente Mario - ¡Vístete, Laura! ¡Vamos! ¡Vámonos de aquí!

  • ¿Por qué, qué pasa? No entiendo nada.

  • Hay una cámara ahí arriba – dijo señalándola hacia el techo.

  • No me jodas… ¿Quieres que subamos a mi habitación?

  • No, Laura. Vamos a vestirnos. Marcos y Oliver estarán al llegar y a lo mejor pueden vernos por la cámara desde recepción. Lo mejor será que cada uno se vaya a su habitación, nos duchemos y bajemos todos a cenar.

  • Pero qué coño dices, Mario. No entiendo nada. ¿Y qué más da que nos vean?

  • ¿En serio me lo preguntas?

  • A ver, obviamente no en esta tesitura. Si tengo una cámara enfocándome semidesnuda, no quiero que me vea nadie. Pero yo ya me visto y me aparto tranquilamente. Tampoco pasa nada si nos ven dándonos un baño, ¿no?

  • Prefiero que no vean eso.

  • ¿Por qué motivo?

  • Es difícil de explicar…

  • Bueno, no sé tú, pero yo sigo bastante excitada. Por eso te decía de subir a mi habitación.

  • No, Laura. No es buen momento. Discúlpame, he perdido los papeles. – y seguidamente se secó con una toalla al salir del jacuzzi y se puso su camiseta.

Mario se largó, y yo me quedé allí sin entender absolutamente nada. Me sentía ridícula y una gran sensación de impotencia recorría mi cuerpo.

Subí a la habitación a ducharme y ponerme ropa limpia para cenar. Durante la cena estuvimos los cinco riéndonos mucho y contando anécdotas divertidas y sin importancia. Yo mientras buscaba a Mario con mi pierna bajo la mesa, y él la apartaba cada vez que le rozaba.

Después de subir cada uno a nuestras habitaciones, me fijé en la que se metió Mario, ya que estábamos todos en la misma planta. 404… memoricé. Genial.

Me dirigí a mi habitación e hice un poco de tiempo, como 15 minutos para que nadie me pillase saliendo de mi habitación hacia la de Mario. Siempre me ha gustado ser discreta con mi vida personal, y más en casos como este en los que no entendía nada.

Por fin salí y llamé a su puerta. Oí sus pasos acercándose…

-Que pronto vienes Oliv… - dijo mientras abrió la puerta hasta encontrarse conmigo – Joder, mierda.

  • Oliv… ¿…er? ¿Esperabas a Oliver?

  • Ssshh, baja la voz, Laura. Pasa, te lo puedo explicar.

-¿Explicarme el qué? – se produjo un silencio un tanto incómodo – Ay, por favor… Dime que no… dime que no eres gay…

  • No, Laura. No soy gay. ¡¿Cómo voy a ser gay?! ¿Tú has visto cómo me has puesto en el jacuzzi? Dos minutos más sin descubrir que había una cámara e ibas a ver tú lo gay que soy.

  • Lástima de cámara… Entonces… ¿No eres gay? ¿Y qué eres? ¿Bisexual?

-Sí, Laura. Soy bisexual. – de nuevo otro silencio.

-Oh, joder. Dime que no estás liado con Oliver.

-Sí y no.

-¿Cómo que sí y no? No te entiendo.

-Laura… Oliver y yo… somos pareja.

Y… ¡boom! En ese preciso momento mi corazón explotó en mil pedazos. No reaccioné. Me sentía cabreada, humillada, impotente, y un montón de cosas contradictorias entre las que se encontraba la excitación. Estaba excitada, muy excitada…

Continuará…