Tras larga espera, gran baile me di!!

Desde que rompí con mi novio, no encontraba consuelo, y no porque extrañara sus charlas precisamente. No encontraba consuelo, porque desde que habíamos terminado, yo tenía tres agujeritos solos y abandonados. Finalmente decidí actuar para aliviar mi soledad.

Desde que rompí con mi novio, no encontraba consuelo, y no porque extrañara sus charlas precisamente. No encontraba consuelo, porque desde que habíamos terminado, yo tenía tres agujeritos solos y abandonados. De más está decir que prácticamente todos los días intentaba suplirlo. Unos días con mis dedos, otros con objetos diversos, como zanahorias, o tubitos, pero nada daba resultado.

Estaba agotando todos los recursos, y ya solo me quedaba el único que había evitado: buscar un hombre. Se preguntarán por qué lo evitaba, si tan solos mis agujeritos se sentían, y es que me daba miedo caer en las manos de cualquiera. Finalmente, la necesidad pudo más que el miedo y decidí actuar.

Primero que nada, llamé a una amiga para salir a bailar. Habitualmente nunca salía con ella, salvo que fuera en un gran grupo, porque tenía el hábito de estar la primera canción de la noche al lado mío y al instante, con algún chico por algún rincón oscuro. De más está decir que no la volvía a ver en toda la noche. Por lo general esto me molestaba, ya que si habíamos salido las amigas juntas, lo normal era que ella se quedara conmigo hasta que las dos estuviéramos con alguien con quien estar, y no que me dejara sola a la primera de cambio. Pero bueno, esta vez iba a ser distinto.

Después de quedar para la noche con mi amiga, me comencé a preparar. Me depilé bien todo, absolutamente todo el cuerpo, me humecté la piel y comencé a probarme ropa. Esa noche tenía que estar fantástica. Finalmente me decanté por una tanga muy pequeñita, negra con unos delicados puntitos rojos. Medias negras, de esas que se ajustan solas a la pierna, sin necesidad de liguero, una mini también negra, de encaje, a la que previamente le corté un poco el forro interior, para que el encaje dejara traslucir mis piernas, y el borde de mis medias. Revolví mis cajones de ropa interior, hasta que encontré algo que tiempo atrás me había puesto para mi novio, un sostén rojo con ribetes negros. Este, era realmente un sostén, no hacía nada más, ya que las tazas apenas cubrían la base de mis senos, levantándolos, pero dejando mis pezones libres. Encima, me cubrí con una remera roja de raso suelta y me calcé unos tacones altos y sexys, también negros. La frutilla del postre, el premio gordo para el afortunado de esa noche, lo di con los accesorios. Un par de aros, grandes, como dicta la moda, y algo mucho más secreto, algo que solo podría ver una persona, una joya anal de plata, con una piedra roja incrustada. Muy, muy sexy.

Mi amiga me pasó a buscar en su auto, y en poco tiempo ya estábamos en la puerta del boliche. El guardia de la entrada, con una mirada apreciativa a cada una, se hizo a un lado para que pudiéramos ingresar. Adentro estaba muy lleno, había gente por todos lados, y costaba bastante avanzar. Cuando nos pudimos hacer un poco de sitio, comenzamos a bailar. Sonaba regaetton, y yo entre el perreo y el tapón en mi ano, me sentía muy caliente. Al poco llegaron dos chicos que nos sacaron a bailar. Cinco minutos después, mi amiga ya se estaba yendo con el suyo a un lugar más tranquilo, el mío por mi parte, no me convencía. Le dije que no quería bailar más, y me fui a dar una vuelta.

Cuando empecé a caminar, me di cuenta de que había tomado la mejor decisión. Para poder pasar, tenía que deslizarme entre las personas, de tan lleno que estaba, y muchos hombres aprovechaban entonces para rozarme la cola, o mis pechos al pasar. Esto me calentaba cada vez más y más. No podía mirar hacia donde caminaba, dada mi escasa altura, pero no me importaba, nunca antes había disfrutado tanto de un amontonamiento de gente.

En un momento dado, sentí una mano que me tomaba por la cintura y una voz que me dijo al oído: ¿bailamos? Miré para arriba, lo que vi me encantó. Aparentaba unos 30 años, lo que para mis 24 estaban más que bien. Era morocho, alto, de apariencia fuerte y rasgos muy atractivos y masculinos. Le sonreí, y le dije que sí. Su mano no se movió de mi cintura, me giré para ponerme de frente a él y me apretó más cerca suyo, mientras me decía al oído que eso era mejor por la falta de espacio. Yo no me opuse.

Nuestras pelvis se movían al ritmo del regaetton, metió una pierna entre las mías para poder así estar más cerca. Comencé a frotarme contra su pierna y el bajó las manos de mi cintura a mi cola, esto me puso a mil, y girándome empecé a perrear golpeando con mi cola paradita su bulto cada vez más prominente. Su boca se acercó a mi oído, me mordió el lóbulo de la oreja y me dijo que fueramos a un lugar más tranquilo. Para mostrarle mi acuerdo, lo tomé de la mano, y le dije que lo seguía.

Empezamos a caminar, su mano posesivamente agarrando la cadera, cuando finalmente vi que habíamos llegado a la puerta del boliche. Me miró arqueando una ceja, como para comprobar que quisiera continuar, y sonreí asintiendo. No me perdería eso por nada del mundo.

Una vez afuera, cuando finalmente nos pudimos ver con las luces de la calle, su mirada se encendió mucho más al ver cómo mis pezones levantaban la tela de la remera. Subimos al auto, y a pesar de que no hacía frío, él prendió el aire acondicionado. Cuando  pellizco uno de mis botones entre sus dedos, entendí por qué. El aire frío los había puesto mucho más duros. La sensación entre la presión de sus dedos, y la suavidad de la tela, era irresistible. Solté un gemido y le devolví el favor pasando muy uñas lentamente sobre la funda de su bragueta. Apretó las mandíbulas y aceleró. En pocos minutos nos detuvimos frente a una casa.

No alcanzó a terminar de cerrar la puerta detrás nuestro, que él ya me estaba alzando y estampando contra la pared. Con una mano me sujetaba y con la otra me tocaba. Su mano se movía por todas partes, por mi pierna, mi pezón, mi firme glúteo, mientras nuestras lenguas se trenzaban en un apasionado beso. Me llevó hasta su habitación y me arrojó a la cama. Caí con las piernas abiertas, mostrando mi diminuta tanga. Con un gruñido se subió arriba mío.

Su boca agarró uno de mis pezones, me succionaba por encima del raso de mi remera, mi otro seno, tampoco quedó abandonado a sus caricias, ya que con una mano me lo amasaba, mientras que con la otra tanteó mi humedad. Yo estaba mojadísima, pero al parecer lo podía estar más, ya que eso me ponía cada vez más húmeda a medida que él iba acariciando mis labios y mi duro botón.

Lo volteé y me monté sobre sus piernas, saqué mi remera por sobre mi cabeza. Por la forma del sostén, sentí que le estaba entregando mis pechos en bandeja, y a juzgar por su reacción él pensó lo mismo, ya que hundió la cabeza entre ellos, y me mordisqueó y chupó. Mis manos no se mantuvieron demasiado quietas, ya que yo ya tenía hambre, y quería ver qué era lo que tenía para ofrecerme. Cuando le bajé el cierre, y comencé a tocar su pene por encima del bóxer, se puso de pie inmediatamente, y se desnudó en un santiamén. Me mojé todavía más, tenía un cuerpo para el infarto.

Me puse en cuclillas frente a él, quería adorar esa maravillosa erección. Comencé a acariciarla con mis manos, desde la base hasta la punta, pero yo estaba muy húmeda, y quería que él también lo estuviera, así que con mi lengua abordé su roja y gran cabeza. Era tan rica, que no me pude contener, y la tomé con toda mi boca. Llevaba tanto sin hacer eso, y lo disfrutaba tanto, que metí también su tronco y empecé a succionar. Con mis manos acariciaba sus pelotas duras, y creaba fricción en su tronco. Sentí que se ponía cada vez más duro, y saliéndose me dijo, basta, que todavía no me quiero correr.

Me puse de espaldas a él, y lentamente comencé a bajarme la mini. Cuando estuvo en el piso, lo miré por sobre mi hombro y le dije, vení, sacame la tanga.

Se arrodillo ante mi cola, y amasó mis cachetes, diciéndome que tenían un tamaño muy tentador. Enganchó en sus dedos los bordes de la tanga, y la comenzó a deslizar hacia abajo. Supe el momento en que descubrió mi regalito ultra secreto, porque soltó un gruñido bajo y dijo ¡Ah la mierda! ¡Vos sí que sabés dar sorpresas!

Comenzó a lamer alrededor de mi joyita, bajo con su lengua hasta mis labios, y con sus manos empezó a hacer girar mi joya. Mis músculos se empezaron a contraer, era demasiado. Su lengua que giraba, su boca que succionaba, sus dientes que tironeaban, y la joyita moviéndose dentro de mi canal, estimulándome todos los músculos. Me corrí. Me corrí en su boca, temblando tanto, que si no me hubiera sujetado me caía.

Enfundándose rápidamente en un condón, se sentó en el borde de la cama, y me colocó a horcajadas encima suyo. Me bajó de un solo golpe y mientras él me pellizcaba los pezones, y nuestras lenguas se batían a duelo, yo lo cabalgué. Subía, bajaba, me meneaba, hasta que lo sentí ponerse duro, y lo ayudé a correrse apretando con mis músculos su grueso tronco.

Quedamos desparramados en la cama, él adentro mío, yo arriba suyo. Lo único que se movía era su mano jugando con mi joya.

Una vez se hubo limpiado, volví al ataque. Me metí su tronco en la boca para insuflarle nueva vida. Lo chupé, lo acaricié, y cuando estuvo duro de nuevo lo solté.  Gimió diciendo que volviera y continuara, pero cambió de opinión en cuanto me vio ponerme en cuatro. Se puso abajo mío, y lanzó estocadas con su lengua en mi dulce y húmedo túnel. Cuando ya estaba muy cerca del orgasmo, se salió, haciéndome padecer, y me sacó mi joya.

Ahora estás húmeda de nuevo, me dijo, y untando bien sus dedos en mi canal recién preparado por su lengua, los llevó a aquel que lloraba de necesidad luego de perder la joya. Sacó sus dedos y comencé a mover mi trasero para que lo llenara de nuevo. Fui rápidamente recompensada cuando sentí que su gruesa cabeza empezaba a entrar. Yo presionaba para atrás, y él para adelante, hasta que sentí sus pelotas golpeándome.

Él entraba y salía una y otra vez, me estaba volviendo loca, hasta que cuando se empezó a tensar, me dio el golpe de gracia, y apretando mi clítoris, nos corrimos los dos.

Caí exhausta  sobre la cama y sonreí satisfecha., ya no ninguna parte de mi lloraría la ausencia de mi ex.