Tras la pandemia

Tras la pandemia, la nueva normalidad fue insostenible; ya que el virus se quedó con nosotros, nadie consiguió la inmunidad prometida ya que el virus siguió mutando y mutando...ya se sabe a situaciones desesperadas, medidas excepcionales.

Tras la pandemia

Introducción

Tras la pandemia, creímos vanamente que podríamos recuperar la normalidad o como lo llamamos la nueva normalidad; pero no fue asi, la vida ha cambiado más sustancialmente de lo que pensábamos.

Las ciudades se volvieron puros focos intransitables de infección de la enfermedad, poco a poco y asegurándose de que los pueblos y aldeas estaban limpios; fueron llevando a gente limpia o inmune a la enfermedad a estas poblaciones, no hace falta decir cuánto cambio la vida para todos.

Las ciudades quedaron prácticamente abandonadas o transitadas por enfermos de diversa índole, solamente quedaron en esta la gente que era prácticamente indispensable; todos los demás fuimos repartidos en pueblos, aldeas y villas.

Los mismos que antes pedían gente a gritos, ya que estaban destinados a desaparecer; mermando cada día, ahora iban a estar abarrotados de gente nueva y con una vida jamás esperada. Recuerdo de mi niñez hubo varios llamamientos, pero a nadie le interesaba de la ciudad la vida en el pueblo; en la ciudad se ganaba mejor, se vive mejor y ahora no les queda más remedio que vivir en el pueblo.

Algunos pueblos ya acostumbrados a su soledad y tranquilidad, se han molestado; pero son órdenes del gobierno y no les ha quedado otra que obedecer sin rechistar, la mayoría se han alegrado de que su pueblo no vaya a desaparecer y casi nadie entiende la gravedad de haber perdido las ciudades. Los pueblos obviamente no tienen las infraestructuras que necesita tanta gente para vivir, por lo que el gobierno ha destinado fondos; para crear empleo y distracciones en el pueblo, que los alcaldes tienen que gestionar.

Algunos alcaldes se ven superados por la nueva situación, dado que son meros pueblerinos sin formación; elegidos a dedo por sus congéneres e incluso algunos ven como enemigos a los nuevos colonos, ya que ven peligrar su posición e intentan hacerles la vida complicada para que se vayan… sin importarles o saber, que no tienen más remedio que estar ahí; otros tratan a los nuevos colonos como salvadores y otros, los observan temiendo que estén enfermos en secreto.

Esta historia comienza en Illán de vacas, aunque no descarto hablar de más pueblos y aldeas; la familia Fernández una de las ultimas movida de Málaga, tras confirmar que todos están sanos o ya han pasado el virus y no son contagiosos para los demás. Esta familia viene escoltada, el pueblo empezó teniendo un solo habitante empadronado; ese pueblo ahora tiene más de mil personas empadronadas, cada una de un sitio y que no se conocen entre sí.

Podríamos llamarlo un paraíso natural rural.

Mi hermana y yo no estamos muy emocionados la verdad, mis padres si están un poco nerviosos; una vez llegamos al pueblo, los agentes de la ley se despiden desde el coche y se marchan dejándonos con el alcalde.

Un hombre mayor, delgado; bien arreglado, que no parece en absoluto de pueblo

-      Saludos, soy Fernando Renilla. – nos saluda, estrechando la mano de mi padre y luego la mía.

-      Encantado señor Renilla, soy Pablo Fernández; mi mujer Bárbara Isabela González y estos son mis hijos: Adolfo y Bella Fernández. – nos presenta a todos de un plumazo

-      ¿Qué pasa? – le choco la mano, ya que se ha quedado de piedra.

-      Adolfo se educado – me riñe mi madre

-      Un placer – Añade Bella mi hermana.

-      Disculpe, demasiados nombres para un hombre poco acostumbrado a ellos; síganme, su casa es la del fondo. – nos pide el alcalde, echando a andar sin cogernos ni una sola maleta.

El pueblo en si es una sola calle, la mayoría está en obras; se ve abarrotado y una iglesia que es rodeada por esa calle. En las afueras se están construyendo un sinfín de infraestructuras necesitadas para la vida normal, mientras tanto esos oficios se dan en quioscos; lo mejor que han podido hacer por ahora, es lo que hay.

-      Por si necesitaran algo, esa es mi casa. – señala el alcalde.

La única casa que parece en buen estado, prácticamente.

-      Gracias es usted muy amable – agradece mi madre.

-      Sigamos. – suelta el alcalde.

Todos lo seguimos hasta una casa ruinosa que está en obras.

-      Es aquí – contesta apenado.

-      ¿aquí? – pregunta mi padre desesperanzado

-      Si, la estamos rehabilitando; esta casa tiene muchos años, pero es fuerte aguantara. – aprecia el alcalde.

-      No esta tan mal. – intenta excusarlo mi madre.

-      ¡¿no está mal?! – grito, le doy una patada a una grieta y separo un trozo de lo demás. – esta casa es una ruina y se cae a cachos. – protesto.

-      Lo siento, no esperábamos nos trajeran mil cuatro personas en cuestión de un par de semanas; no queda ninguna otra habitable. – se disculpa el alcalde.

-      Tranquilo, está bien. – aprecia mi hermana. – ayudaremos a arreglarla.

-      ¿ayudar? – digo, mi hermana me señala que el alcalde esta triste.

-      Cállate, insensible. ¿no ves que le afecta? – me enseña mi hermana, lo que me hace callar; aunque no muy contento.

-      Mi mujer pasara a lo largo de la tarde, para enseñarle a los chicos, las actividades lúdicas; para matar su tiempo, ahora en verano. – suelta el alcalde antes de marchar.

-      Hogar dulce hogar. – suspira mi padre.

-      Venga cariño, no esta tan mal; solo es un diamante por pulir. – intenta animarlo, mi madre.

-      Y hay tanto por pulir. – suelto con sarcasmo.

Hablamos con el jefe de obra, para ver donde podemos ponernos sin molestar; sin riesgo y sin que nos molesten.

-      Hemos acabado ya una sala, falta limpiarla y acondicionarla; pueden ir limpiadola vosotros, para poder poneros allí de mientras. – comenta el jefe de obra.

-      Entendido. – acepta mi padre.

-      ¿limpiar? – protesto, entre dientes.

-      Sí, no es algo que solo las mujeres hagamos. – me reclama mi hermana.

-      Venga chicos, haya paz. – interviene mi madre.

Una vez llegamos a la sala realmente es una sala amplia, vieja; polvorienta y vacía, que he de admitir tiene posibilidades.

-      ¿Qué os parece chicos? – pregunta mi padre.

-      Un asco. – suelto, haciendo reír a mi hermana y enojar a mis padres.

-      Un asco eres tú y te queremos igual. – bromea mi madre, haciendo reír a mi padre y a mi hermana.

-      No tiene gracia. – contesto molesto.

-      Venga, limpiemos entre todos; esto tiene posibilidades. – aprecia mi madre.

-      Si, de que se nos caiga encima. – digo, haciendo reír a todos; aunque mi madre finge estar molesta y me da una escoba.

-      ¿Bella? – llamo a mi hermana, mirando la escoba.

-      ¿si, que pasa; no sabes cómo funciona ese artilugio moderno? – se mofa.

-      No, te iba a preguntar; que hace aquí tu vehículo aparcado. – le contesto, haciendo reír a mi padre y negar con la cabeza a mi madre.

-      Pero serás… - protesta mi hermana, avanzando hacia mí.

-      Toma Bella. – suelta mi padre, dándole un cubo con un trapo y agua.

-      ¿y esto qué? – pregunta ella.

-      Nosotros vamos a traer las maletas y vosotros vais a limpiar esto.