Tras la cortina de lluvia
Cuando las presas cambian sus rutinas seguras corren el riesgo de que los depredadores estén acechando. Palabras clave: violación, lluvia dorada, mamada.
Jaime iba de regreso a casa después de una jornada maratoniana. La suerte no le había acompañado aquel día en el jefe de estudios había decidido entrar a los cuartos de baños del tercer piso mientras él se encontraba en la repisa de los lavabos, sentado, fumando un cigarro. La forma en la que abrió la puerta y miró detrás de ella mostraba, claramente, lo intencional que había sido al hacer aquello, por lo que ni siquiera tuvo tiempo de intentar pasar la colilla por el sumidero.
Ese tipo de conductas solían ser objeto de severas sanciones, una de las cuales consistía en ponerle al alumno un apercibimiento, un aviso formal dirigido a la familia y que, en caso de acumular tres o más, suponía la inmediata expulsión del alumno por un periodo a determinar. Sin embargo, debido a que su expediente solo incluía faltas menores a las normas, “el minero”, como llamaban al jefe de estudios, se había mostrado clemente dejándolo en una estadía de tres horas después de la salida para ayudar a la bibliotecaria con las labores de organización y clasificación de ejemplares. Por eso estaba yendo a su casa a las siete de la tarde.
El camino, ya de por sí poco transitado, estaba ahora desierto. Discurría a lo largo de una zona residencial, apeada del progreso que había abonado el crecimiento de torres en otras zonas de la ciudad; en esta, los chalés habían resistido estoicamente, con sus gruesas paredes como murallas, hechas de regulares bloques de granito, pintados con el verdín propio de las zonas húmedas y frías. Las casas estaban construidas a ras del asfalto y tenían, en la parte trasera y laterales, un pequeño terreno que algunos adecentaban como jardín mientras que otros dejaban como basurero al aire libre. Las aceras no existían en forma física, sino que eran únicamente líneas blancas pintadas en el suelo, lo suficientemente anchas como para no importunar a los coches que pasaban acelerados. A esta dejadez urbana contribuía la irregularidad de la orografía, con continuas subidas y bajadas de vertiginosas pendientes y un trazado sinuoso, resto de antiguos senderos recorridos a pie en su día y en los que no se había hecho el mínimo esfuerzo por darles cierta rectitud.
La ruta estaba dividida en dos mitades por la autovía y la línea férrea, heridas que surcaban la ciudad de norte a sur; la cirugía había optado por instalar un puente peatonal que se elevaba sobre los coches y remataba en un paso subterráneo bajo las vías, halladas estas al mismo nivel que la pasarela en su punto más alto. Atravesado este y llegado al lado opuesto, podía comprobarse como esa vera sí había sido dominado por el crecimiento urbano, representándolo con una hilera interminable de edificios de ocho alturas y calles con atascos periódicos. La ciudad había crecido con esa dicotomía entre lo urbano y lo agrario, agarrando con una mano el tren del progreso y dejándose arrastrar, pero llevando consigo los aperos de labranza.
La pasarela nacía, en la orilla en la que se hallaba Jaime, en una depresión del camino, pero se elevaba más de diez metros para pasar sobre la autovía, que estaba, a su vez, ya elevada respecto a este. Eso hacía que para llegar a la pasarela hubiera que acometer la subida de una prolongada cuesta zigzagueante que, sumada al cansancio del cuerpo después de una jornada en el instituto y más la mochila cargada de libros y cuadernos, hacía que su visión resultara especialmente penosa para Jaime. Suspiró al llegar, deteniéndose antes de dar el primer paso sobre la superficie de cemento y alzando la vista para abarcar su cima. Una sensación de pesadez y tedio le embargó. Se apoyó en el pasamanos y encendió un cigarrillo como excusa para hacer un alto. Lo fumó dando largas y lentas caladas, observando la entrada del humo en su boca y su paso por su tráquea; lo almacenaba en sus pulmones hasta que comenzaba a dolerle el pecho y luego lo expulsaba son un soplido monótono. Veía el papel quemarse, por anillos, acercándose cada vez más al filtro y amenazando con terminarse a la próxima que le diera. Una gota cayó sobre el cilindro.
Echó un vistazo al cielo; cuando salió del instituto lo había visto encapotado, brochas de un gris blanquecino del que se intuía una futura precipitación. Sin embargo, en los veinte minutos que habían transcurrido desde entonces, parecía como si alguien hubiera cogido el rodillo cargado de negro y se hubiera aplicado a esparcirlo por doquier. Las esporádicas gotas que estaban cayendo en ese momento eran solo el preludio del inmediato aguacero con el que amenazaba romperse el cielo. Mientras subía con paso rápido, Jaime maldijo los perniciosos efectos que el cigarrillo previo había dejado en sus pulmones, incapaces de seguir el ritmo de acumulación de aire que en esos momentos estaba necesitando. Ya arriba, la lluvia se había transformado en una espesa cortina que casi le impedía atisbar lo que pudiera ver enfrente.
Corrió a lo largo de la pasarela, poniendo su mano a modo a modo de visera para impedir que los cristales de sus gafas se volvieran más inútiles de lo que ya eran por la inundación. Cuando llegó al final, a la altura de las vías del tren, bajó la pasarela lateral que iba a dar al paso subterráneo por el que las atravesaría. Se internó en él y quedó momentáneamente cegado por la oscuridad que lo embargaba. Pudo sentir perfectamente, sin embargo, el olor reconcentrado de la orina de tantos que lo usaban habitualmente como su baño particular. Se detuvo a recobrar el fuelle, girándose para observar el aguacero que martilleaba sin piedad los coches que rodaban por abajo.
- Mira a quién tenemos aquí.
Jaime pudo sentir la ropa empapada pegándose a su piel empujada por las vibraciones de aquella voz cavernosa, cavada a fuerza del tabaco. De cada célula salió un escalofrío, sumándose unos a otros, como pequeños afluentes que acaban desembocando en un río hasta hacerlo colosal, así uno hendió todo su cuerpo, reverberando luego en un incontrolado temblor que le embargó el pecho. No necesitaba girarse para reconocer la voz de Nahur, pero igualmente lo intentó, confiando en la inoperancia de sus oídos bajo el estruendo del diluvio universal. Los músculos de su cuerpo hicieron, sin embargo, caso omiso a sus órdenes y, ya fuera por el efecto de las prendas húmedas y frías o por el terror que le embargaba, se mantuvieron paralizados frente a la abertura en vez de encararse hacia la oscuridad.
- Te ha caído una buena, ¿eh?
- Está empapado, el tío.
Jaime tragó saliva. La otra voz era de Pablo y aunque su presencia no infundía un pavor semejante al de su amigo, tenerlos juntos no era una ventaja en absoluto. La suavidad del tono, sin embargo, engrasó sus músculos y permitieron la torsión necesaria.
Después de esperar unos segundos a que sus pupilas se adaptaran a la penumbra, vio a ambos apoyados en la pared, Nahur con una papelina entre las manos y Pablo sujetando una bolsa de tabaco, mirándole con una media sonrisa pintada en la cara. Ambos iban vestidos de forma similar, con pantalones vaqueros rasgados, un plumas cubriendo sus torsos, gris el de Nahur y azul el de Pablo, y calzados con las omnipresentes Arts, enormes zapatos sobre plataformas y con una puntera rígida como la pezuña de un caballo. Todos los del grupo al que pertenecían parecían ser clientes habituales del mismo comercio.
Jaime sintió la boca seca. Observó que para llegar a la pared del fondo de la que partían, lateralmente, las escaleras de salida, tendría que atravesarles necesariamente. Dudaba sobre lo que hacer entre las dos opciones que barajaba: podía responderles mientras se encaminaba a su destino, utilizando el mínimo número de palabras posibles, invitando a que el diálogo decayese y volvieran a interesarse en sus cosas; la otra posibilidad consistía en intentar mantenerse amigable, detenerse y charlar según lo que le dijeran y despedirse cuando se apagara su presencia de forma natural. La primera opción tenía el inconveniente de que su actitud podía ser fácilmente tomada como una falta de respeto y contribuir a incendiar los ánimos de la pareja, precipitando los acontecimientos a una conclusión fatal; la segunda implicaba permanecer allí, a su merced, y que su presencia acabara siendo rechazada con los mismos resultados que en el caso anterior. Entendió que no era más que lanzar una moneda al aire.
- Sí, me pilló la lluvia justo cuando me puse a cruzar el puente y me calé. – Los miró, sonriéndoles y avanzando tímidamente. Probaría suerte. – Bueno, voy a meterme de nuevo a ver si llego pronto a casa y me cambio. – Aceleró su andar, aguantando la respiración al pasarles. La cercanía cada vez mayor de la pared del fondo parecía hacer el camino proporcionalmente más ligero.
- Espera, espera. – Dijo Nahur, mientras Jaime veía brotar de su boca las cadenas que lo encerraban en aquel repulsivo lugar. Las gotas que tenía en la frente comenzaron a congelarse ante el terror. – Quédate a charlar un rato. ¿Cómo es que sales tan tarde del insti?
Jaime se giró para responderle, asumiendo el fracaso del plan inicial y la puesta a prueba de la segunda opción.
- Me castigó “el minero” porque me pilló fumando en el baño.
- ¿Y no te puso apercibimiento? – Le preguntó Pablo.
- No, como no suelo hacer nada… supongo que medio me perdonó. Pero igualmente me tuve que quedar ayudando en la biblio hasta ahora. – Se pasó la mano por la cara para retirar las gotas que se deslizaban. – Chicos, si no os importa voy a ir pirando que empiezo a tener frío.
- Qué suerte tiene el cabrón – Continuó Pablo haciendo caso omiso de su comentario – A mí mejor que no me pillen, porque ya me enviaron dos a casa este trimestre y como me llegue el tercero… mi madre me mata.
- A la mía se la sopla – interrumpió Nahur. – mientras no mate a nadie no creo que se moleste.
- Ya tío, tú tienes mucha potra con eso. – Le halagó Jaime.
- De qué coño hablas si no tienes ni idea. – Nahur se lo quedó mirando. Sus ojos azul hielo se clavaron sobre él mientras pasaba la lengua sobre la papelina para pegarla y terminar de liar el cigarro. – Vas de listo y no sabes nada. – Encendió el cigarro sin bajar la mirada, cubriendo la llama con la otra mano. – A lo mejor me ralla que mi madre no me diga nada, ¿no te parece? – Continuó mientras se acercaba. Se detuvo lo suficientemente cerca como para que Jaime sintiera el chorro de aire caliente de su respiración en la cara. Intentó mantenerle la mirada los primeros pasos pero terminó rindiéndose, incapaz de enfrentarse a aquellos ojos que le observaban con un desprecio genuino y un azul cortante. Tenía una bola de saliva ahogándole al fondo de la garganta, pero no quería tragarla por miedo a que él pudiera escuchar el terror moverse en su cuello. Nahur dio una calada profunda a su cigarro y exhaló el humo a un costado de su cara. Sonrió. – ¡Era broma hombre! Mira que miedo me tiene. – Le dijo a Pablo mientras que con un brazo apresaba a Jaime por el cuello. El cigarro le colgaba de la boca. – Es verdad que te damos duro a veces ¿eh? Pero ahora estamos tranquilos, así que relájate. – Lo zarandeó un par de veces y terminó soltándole mientras se volvía a la pared.
Una sonrisa incipiente sirvió como máscara para esconder el miedo en la cara de Jaime, que se mantuvo encorvado, en la postura en la que Nahur le había dejado, sin atreverse a hacer algún movimiento brusco que pudiera despertar una atención innecesaria. Se echó hacia atrás suavemente para adoptar la misma pose que ellos pero en la pared opuesta. Sentía su interior atenazado, el estómago le dolía y los intestinos protestaban, sus ojos se movían nerviosos entre los dos, atentos a captar cualquier movimiento inesperado que su cerebro creía ya atisbar. Había visto en un documental a unas leonas que habían capturado una gacela y la tenían entre sus zarpas; ella tumbada en el suelo hacía intentos por levantarse y huir, pero las felinas la mantenían presa, aunque no de forma agresiva, sino como el anfitrión que busca que sus invitados se queden todavía un poco más. De vez en cuando la lamían, la acariciaban frotando su cabeza contra la del herbívoro y el tiempo pasaba sin que se produjeran cambios en la conducta. Jaime y el resto de videntes habían llegado a creer que verdaderamente se había establecido un vínculo entre las especies; sin embargo, al final, una de las leonas se acercaba, abría la boca y clavaba sus colmillos en la yugular del astado, que pataleaba frenética e inútilmente. Jaime comprobaba horrorizado como su papel había mutado de mero espectador a protagonista.
- Oye – Pablo se dirigió a Nahur cortando sus pensamientos. – ¿Sabes que me contó Brais el otro día? Estaban en ciencias y tenía al mongol este sentado delante, así que para pasar el rato se puso a hablar con él. Bueno, pues escucha y cágate lorito, me contó que este marica le pidió que le enseñara la polla.
A Jaime se le heló la sangre al escucharle. Su cerebro, sin embargo, hirvió.
- ¡Pero qué dices! ¡Eso es mentira! – Gritó enrojeciendo. – Yo nunca le dije a Brais algo así.
Pablo lo miró con una sonrisa burlona.
- No sé muy bien cómo fue, pero Brais dijo que se estaba metiendo con él diciéndole que le chupara la polla y este se puso en plan “sácatela”, pero muy insistente. – El relato se iba transformando en imágenes en el cerebro de Jaime, maldiciéndose a sí mismo por haberse dejado llevar en aquel momento por una calentura con alguien tan problemático como Brais. La ansiedad por ver el miembro de alguien de su edad había cegado su toma de decisiones llevándole a aquella situación. Echó un vistazo a las escaleras por las que el agua caía en cascada. – Y eso me recuerda a algo: un día… – Un día había vuelto a dejarse llevar por sus instintos y aquello haría esas afirmaciones algo irrefutable y a él un culpable juzgado y sentenciado. Midió mentalmente la distancia que podía mediar entre la libertad y él; la ventaja que le daría el tiempo de reacción de los otros debería ser suficiente como para que a él le diera tiempo a llegar a la calle principal y verse rodeado de personas que les impidieran actuar con absoluta impunidad. Sus ojos, como gorriones erráticos, volaron de nuevo hasta ellos para detenerse atrapados en las garras de los de Nahur, quien, con una mirada depredadora, le indicó que la escapatoria no dependía de lo cerca que estuviera, sino de que él estuviera dispuesto a ofrecérsela. Jaime sintió abrirse de nuevo el vacío en su estómago. – creo que en Lengua, que Castro nos había sacado a varios a la pizarra para preguntarnos en voz alta los tiempos verbales para ver si nos los sabíamos, ¿recuerdas? Bueno, en un momento me fijé en este, que estaba sentado en la primera fila, y que no paraba de mirarme el paquete; pero en plan a saco, como si no me fuera a dar cuenta. Y te lo dije, ¿verdad? Que dejaras de mirarme para la polla. – Se acercó a él y le golpeó la sien con la mano abierta. – ¿Te lo dije o no te lo dije? – Se giró de nuevo hacia Nahur. – Al final va a resultar que el tío sí es marica.
El interpelado se acercó también a Jaime, parándose frente a él. Dio una última calada al cigarrillo para apurarlo hasta el filtro y lo lanzó catapultándolo con los dedos. Echó el humo por la nariz en la cara de Jaime y dejó que su voz gutural resonara.
- ¿Eres marica?
- Yo… no soy marica, tío. ¿Cómo voy a ser gay? – Las palabras salían tejidas como si la costura hubiera sido llevada a cabo por una epiléptica.
- Pero quieres ver pollas, ¿no?
Jaime palideció.
- Era solo una broma, tío. Brais me estaba picando y yo le dije eso para que se callara.
- ¿Y lo de Pablo?
- No sé, supongo que algo me llamó la atención… – Un destello fugaz pasó por los ojos de Nahur – Quiero decir, que igual tenía una mancha o, no sé. – Tragó saliva mientras su voz descarrilaba. – No sé, ¿vale?
Nahur entreabrió su boca y pasó su lengua puntiaguda de un lado a otro por el labio superior.
- Pues a mí me pareces maricón. Y ¿sabes qué? Hoy sí que vas a ver pollas.
Se calló al escuchar el retumbar de unos tacones que bajaban por las escaleras. Volteó la cabeza hacia ellas y luego de nuevo hacia Jaime, poniéndose un dedo en los labios haciéndole el gesto para que se quedara en silencio. Pero era innecesario; Jaime sabía ya que no podía arriesgarse a decir nada porque, aunque lo hiciera, podía suceder que la otra persona simplemente se fuera sin hacerle caso y que entonces la situación se pusiera todavía peor de lo que ya estaba. La experiencia misma era quien le pedía silencio.
La figura apareció por la esquina, paraguas en mano, se los quedó mirando a los tres, perturbada por encontrarles ahí pero rápidamente reconfortada al ver que ya estaban ocupados en algo. Cruzó su mirada con la de Jaime, quien intentó por todos sus medios que de sus ojos saliera algún grito que sirviera para que ella se detuviera a preguntar si todo iba bien, pero, si llegó a entender el pánico en el que se encontraba, no varió su rumbo y desapareció por el otro extremo subiendo por la pasarela del puente. Cuando Jaime volvió a mirar a Nahur, este tenía la lengua entre los dientes y sonría con una mueca amplia.
- Agáchate – Le ordenó.
- Por favor Nahur, solo deja – Pablo le dio una colleja. – En ser… – Le interrumpió con otra, más potente incluso que la anterior. Jaime dejó que los golpes prendieran su miedo en rabia y se giró hacia Pablo cerrando su puño, pero quedó a medio camino por el puñetazo que recibió en el estómago y que le hizo doblarse sobre sí mismo.
- ¿Ves que sí eres capaz de agacharte? Ahora ponte de rodillas o vamos a practicar la tabla de multiplicar contigo.
Jaime intentó recobrar el fuelle que había huido ante el dolor. Miró implorante a Nahur, que seguía con su actitud implacable, acabando por ponerse de rodillas en el suelo repulsivo. La tela del pantalón se humedeció al momento. Desde esa altura vio como Nahur se llevaba las manos a la bragueta y la abría rápidamente, bajando sus boxer y sacando un miembro a poco de una erección completa. Era el primero que Jaime veía de otra persona; tenía parte del glande cubierto por el prepucio, la piel de color blanco, con finas venas marcándose por debajo. Solo podía apreciar una parte, ya que la otra se encontraba oculta todavía bajo el pantalón, pero le sorprendió el grosor que tenía respecto a la suya.
Un chorro de orina comenzó a salir acertándole de lleno en el pecho. El calor del líquido le sorprendió casi tanto como recibirlo en sí; echó su cuerpo hacia atrás y levantó la cabeza para ver a Nahur, pero este se mostraba con una expresión extática, meneando su lengua rápidamente de un lado a otro y adelantándose para que el líquido siguiera bañándole. Abrió la boca para protestar pero Nahur aprovechó eso para apuntarle hacia ella sin que el otro pudiera evitar que una parte le entrara en la cavidad; lo escupió sin pensar y las gotas resultante acabaron cayendo sobre las Arts del abusador. Este cortó en seco y le pegó un bofetón a Jaime dejándole la cara temblando.
- Lame hasta que quede limpio.
Lo hizo sin más, por temor a volver a ser golpeado. Sin apoyar las manos en el suelo nauseabundo, sacó su lengua y la pasó por donde veía marcas de lo que había escupido previamente. Mientras estaba así encorvado, sobre su espalda Nahur continuó vaciando su vejiga. Parte del líquido formaba hileras que iban sobre su nuca y cabeza, por lo que tuvo que esforzarse para que los zapatos no siguieran manchándose.
El golpeteo continuo del chorro fue poco a poco transformándose en el tamborileo de las gotas cayendo, hasta que la última dejó su eco en el paso subterráneo, sobre el que la lluvia continuaba cayendo sin interrupción. Nahur elevó la puntera para levantar la cara de Jaime que permanecía cabizbaja. Le sonrió desde lo alto.
- Chupa. – Le dijo mientras agitaba el miembro un par de veces delante de su cara. Su tamaño se había incrementado hasta alcanzar una plenitud marmólea de la que Nahur parecía especialmente orgulloso. – Ahora tienes que dejarla limpia.
Jaime se acercó a ella sumisamente, bajando la vista para esquivar los ojos burlones de Nahur y la ignota mirada de Pablo, a quien no había vuelto a mirar desde que le había golpeado. Se preguntó si estaría disfrutando de ello o embargado, quizás, de vergüenza ajena por verle en una situación semejante, cuestionándose las motivaciones y gustos de su compañero, asustado del grado alcanzado por aquel castigo injusto. Abrió la boca concentrándose en el falo que le apuntaba, intentando por todos los medios que sus ojos no se desviaran para saciar su curiosidad morbosa sobre el otro; avanzó lentamente. Su cuerpo temblaba al disiparse rápidamente el calor de la ducha que había recibido, tenía las ropas adheridas a la piel y eso multiplicaba la sensación de frío; cayó en la cuenta de que parte del rile podía deberse a la emoción de verse por fin ante algo real y no una mera imagen en la pantalla de un ordenador; el falo se movió con vida propia, lanzándose hacia delante y penetrando la boca que tenía enfrente sin miramientos.
Jaime se encontró con él llenando su boca. El frotamiento del glande al atravesar la lengua de la punta al nacimiento le inundó las papilas con un regusto salado, menos fuerte de lo que esperaba después de lo que acababa de hacer. No sabía qué hacer con ella ahí y le sorprendió que se quedara quieta, como esperando. Movió la cabeza levemente hacia atrás para darse espacio y poder mover su lengua, pero se detuvo al sentir unas manos que le impedían avanzar más. La sensación de solidez que se había adueñado por completo se disolvió al notar como un líquido caliente iba escurriéndose entre los recovecos; el resto de orina que había quedado guardado se estaba derramando hasta vaciarse por entero. Jaime intentó huir, pero solo consiguió dar un espacio que el falo utilizó para enterrarse más a fondo y manar directamente en su garganta, por lo que ante el riesgo de ahogarse a Jaime no le quedó más opción que engullir lo que Nahur le estaba dando.
- Trágalo todo, porque como caiga una gota no habrá paraguas que te proteja de la lluvia de hostias que vas a recibir.
- Tío, ¿qué le estás haciendo? – La voz de Pablo denotaba sorpresa.
- Le estoy dando propina. ¿Quieres que te lo pase?
- No – respondió – Creo que prefiero seguir vigilando.
- Como quieras. Yo voy a aprovechar para hacer que me saque la leche.
Al decir aquello Nahur asió con fuerza la cabeza de Jaime y comenzó a moverla bruscamente hacia delante y atrás para que los labios entreabiertos recorrieran el largo del falo emitiendo al mismo tiempo sonoros suspiros. El glande se hundía hasta el fondo golpeando con fuerza las paredes posteriores de la faringe y sin llegar a salir nunca de la cavidad durante el retroceso; la rápida intercalación de las arremetidas provocaba en Jaime una sensación cercana al ahogo, ya que la dirección autoritaria que Nahur ejercía sobre su cabeza impedía que lograra recuperar el ritmo de respiración normal. Como respuesta, su boca comenzó a salivar profusamente, desbordando por sus comisuras y a lo largo del tronco que le atravesaba; los ojos le lagrimearon por el esfuerzo y aparecieron los primeros indicios de arcadas, fortaleciéndose con cada embestida hasta generar una brutal y sonora. Solo en ese momento Nahur se detuvo, sacando su miembro de la boca y dejando a Jaime, que cayó al suelo sobre sus manos, intentando no ceder al esfuerzo por regurgitar. Respiraba con fuerza por la boca, a cuatro patas sobre la superficie repugnante. Ni siquiera era capaz de pensar en la situación que estaba viviendo, concentrado únicamente en recuperar el dominio de sí mismo.
- Ponte otra vez de rodillas que no he acabado. – Le dijo con un tono imperante.
Sin variar la postura, Jaime giró su cabeza para dirigirse a Nahur. Estaba de pie a su lado, ligeramente arqueado hacia atrás, masturbándose lentamente con una mano y rozando suavemente su glande con los dedos de la otra; sus ojos glaciales lo observaban entrecerrados, con una mirada burlona que enlazaba con la sonrisa de medio lado que se abría solo para dejar paso a su afilada lengua relamiendo sus labios. A su costado Pablo se erguía, más alto, más fornido también, con la parte delantera del pantalón abierta y masturbándose a dos manos.
- Ahora sí me estás mirando el paquete, ¿eh? – Le dijo como respuesta a su exploración.
El miembro de Pablo se erguía como un mascarón de proa, enhiesto e imponente, amenazando con entrar en combate. El día al que se había referido cuando le estaba acusando, aquello no debía existir todavía, sin embargo, aquel estudio inicial había servido como desencadenante de esta realidad demoledora. Tragó saliva y bajó la cabeza de nuevo, dirigiendo su mirada hacia su propia entrepierna, comprobando la encarnizada lucha que se estaba dando contra el tejido vaquero del pantalón. Se preguntó si tendría sentido intentar mostrar algo de resistencia a sabiendas de que no lograría nada ni tampoco quería que nada ocurriera. Habiéndose sumergido ya en las simas de su sexualidad y comprobado que seguía con vida, decidió que no valía la pena volver a ver la luz del sol.
Se enderezó para colocarse de nuevo de rodillas, acusando el dolor que la estática postura estaba causando en sus articulaciones; temió no ser capaz de soportarse. Nahur se acercó y esperó a que Jaime abriera la boca voluntariamente, consciente él también del bulto que se levantaba bajo el pantalón del genuflexo. Este acercó su boca y sacó su lengua, con la que empezó a lamer el glande haciendo con la punta movimientos circulares, rodeándolo, pasando luego al resto del tronco siguiendo una línea recta longitudinalmente. Cuando llegó a la base engulló el miembro por entero mientras que la lengua retrocedía haciendo un rápido zigzag. Inició un vaivén lento, centrándolo por etapas: el primer beneficiado fue el glande, luego el tronco hasta la mitad y todo el miembro al final; intentó aguantarlo por entero, pero le resultó incapaz hacerlo más de unos segundos. Nahur se vio tentado de mantenérselo por la fuerza, pero decidió dejar que siguiera él solo.
Pablo se acercó a la pareja, quizás atraído por el cambio de actitud que se acababa de dar, dispuesto a ofrecerse ante aquella boca que ahora se debatía ansiosa. Liberó su miembro de una de sus manos y acercó la otra a la cabeza de Jaime, deteniéndose a medio camino y retirándola al recordar lo que había corrido por ella. Continuó masturbándose observando como el otro engullía el miembro de su compañero hasta que empezó a sentir a lo largo del tronco el hormigueo previo a la eyaculación. Detuvo el movimiento de su mano y dejó que la sensación de hinchazón desapareciera para no terminar todavía. Impaciente, le hizo un gesto a Nahur para que le compartiera.
- Ahora sí que quieres, ¿eh? – Le dijo mofándose. – Putita, ponte un rato con la suya que no se aguanta derecho.
El mero uso del apelativo hizo que el miembro de Jaime restallara como un látigo recién agitado. Retrocedió lentamente para abandonar el miembro de Nahur, no sin antes dar una última lamida al glande a modo de despedida. Acercó su nariz al de Pablo, extrayendo el aroma a líquido preseminal que lo recubría, y terminó restregándola por toda la superficie. Sin más preámbulos abrió su boca y se abalanzó sobre el glande, enroscando su lengua alrededor para no dejar escapar ni un ápice del salobre que lo recubría. Eso hizo que Pablo gimiera de forma ostensible, lo que sirvió de acicate para que Jaime redoblara esfuerzos en lograr abarcar todo lo que pudiera. Sin embargo, Pablo no le dio demasiadas oportunidades para jugar, puesto que su impaciencia le había dominado completamente y lo único en lo que pensaba en aquel momento era en descargar lo antes posible, por lo que comenzó un rápido meneo de sus caderas mientras sujetaba con ambas manos la cabeza inmóvil de Jaime.
- Avisa cuando vayas a correrte porque yo la tengo a punto. – Le dijo Nahur mientras masajeaba su miembro muy lentamente, deslizando su mano por todo el tronco ensalivado y rodeando el glande con la palma de la mano. En ese momento mordía con fuerza su labio inferior y dejaba escapar el aire haciendo agudos sonidos.
Pablo gimió.
- Pues prepárate porque yo ya estoy. – Le previno entre jadeos.
Detuvo sus movimientos e, imitando lo que había visto hacer a Nahur, comenzó a agitar violentamente la cabeza de Jaime para acelerar el vaivén. Como el suyo era más largo, en las estocadas el paso del aire se veía bloqueado completamente, por lo que Jaime estaba teniendo serios problemas para respirar, sobreviviendo a base de las bocanadas que lograba dar mientras el otro cogía impulso para volver a ensartársela. Saber que estaba a punto de recibir la eyaculación de ambos había contribuido a que una nueva ola de líquido humedeciera sus boxer y traspasara sus pantalones, intentando en ese momento, moviendo su lengua todo lo que podía en el escaso espacio que le quedaba de boca, darle a Pablo el máximo placer posible para acelerar la culminación de aquello y poder recibirla. Unos fuertes resoplidos de Pablo le pusieron en alerta; el movimiento se detuvo en una estocada final y el falo comenzó a hacer espasmos de los que brotó el semen con fuertes chorros que impactaban en su faringe. El sabor, desapercibido al inicio, le inundó rápidamente dejando un regusto agrio en toda su boca.
Mientras tanto, Nahur, entendiendo también lo que significaban los ruidos que su compañero estaba haciendo, aceleró los movimientos de su mano y liberó el paso para que el semen saliera disparado. Estando la boca ocupada, lo dirigió primero hacia la cara de Jaime, buscando abarcar el conjunto, y reservando los últimos chorros para su pecho, de tal manera que la ropa quedara marcada también.
Pablo se mantuvo unos segundos todavía en el interior, esperando a terminar del todo la eyaculación y dejando que su miembro recuperara poco a poco la flacidez. Cuando sintió que había acabado, empujó la frente de Jaime para que se echara hacia atrás, pero se arrepintió al sentir el tacto cálido y pegajoso del semen de Nahur adhiriéndose a su piel. Se sacó, pellizcándolo con dos dedos, un paquete de pañuelos de papel del bolsillo trasero y cogió un par para sacarse los restos; le ofreció otros a Nahur que los rechazó con un gesto de la mano. Tiró la bola al suelo al lado de Jaime y observó el lamentable estado en el que se encontraba este, todavía de rodillas, cubierto de semen, apestando a orín y con la erección resaltando bajo sus pantalones por no haberla querido aliviar con las manos que habían tocado aquel suelo repulsivo. Le entraron ganas de orinar.
Cogió su pene flácido y apuntó con él al cuerpo cabizbajo de Jaime, centrando el chorro en las machas de semen que Nahur había dejado sobre el pecho de este. La sorpresa de recibirlo hizo que el arrodillado levantara la cabeza, por lo que Pablo comenzó a barrer también todos los que tenían por la cara. Para cuando hubo terminado Jaime había quedado casi limpio.
Nahur se quedó mirando la escena, guardándose el miembro babeante en los boxer.
- Te dije que eras marica. – Dijo dirigiéndose al que estaba en el suelo. Se giró hacia Pablo. – ¿Terminaste?
- Sí – respondió el otro guardándosela después de sacudirse las últimas gotas.
- Pues vámonos.
Fuera seguía lloviendo.