Tras la cortina de lluvia

No resultó tan mal que no estuvieras esa noche en casa...

Tras la cortina de lluvia.

Esa noche no estabas en casa. Habías llamado para avisar que llegarías tarde y no dijiste qué tanto. Lo lamenté mucho porque desde la tarde me sentía con muchas ganas de hacer el amor. Intenté ver la televisión un rato, pero terminé apagándola. Leí un poco, pero en realidad no podía quitarlo de mi mente y de mi deseo. Me decidí a sacar del refrigerador la botella de vino que había puesto a enfriar para cuando llegaras. Incluso había pasado por mi mente la idea macabra (dado el frío que hacía afuera) de vaciar un poco sobre tu ombligo, que tanto me gustaba y beber de ahí. Me costó trabajo abrirla, siempre lo hacías tú; hasta derramé algo sobre el piso. Solamente limpié la del cuello de la botella con mi lengua imaginando cosas, de esas que suelo pensar. Me resigné a beber sólo de mi copa y decidí hacerme acompañar por él. Observé su cara en la portada del CD y pensé que no era el de mis sueños, pero que por el momento estaría bien. Una música suave y sensual comenzó a invadir toda la casa. Apagué las luces, prendí unas velas, de esas aromáticas y abrí las cortinas del gran ventanal que daba al jardín. Llovía un poco, y por la hora era muy poco probable que alguien, desde otras casas mirara por su ventana y pudiera husmear hacia la nuestra. Cuando reparé en ello me llegaron a la cabeza ideas perversas, que posiblemente te avergonzarían hasta a ti. El sabor de ese vino delicioso, de mi favorito, llenó mi gusto y mi olfato

¾

*Buena elección. Eres una experta

¾* pensé.

Fui a la habitación para buscar una pequeña bolsa de terciopelo rojo: mi tesoro. La llevé conmigo. Bebí dos o tres copas lentamente, disfrutando sentada sobre la alfombra mullida, frente al ventanal desde donde miraba las plantas del jardín que eran golpeadas por las grandes gotas de lluvia que caían cada vez más fuerte. También miraba mi tenue reflejo en la ventana, provocado por la oscuridad de afuera y la débil luz temblorosa de las velas. Mi cuerpo se sentía reconfortado por el efecto del vino y comencé a perder conmigo misma las pocas inhibiciones que pudiera tener. Quería acariciarme, sentirme como tantas veces lo había hecho pensando en ti y en tu boca recorriendo con lujuria cada palmo de mi cuerpo . Me hinqué y apoye mi trasero sobre mis talones. Mojé mis dedos con un poco de vino de mi copa, los llevé a mis labios. Dedos y labios se acariciaban y se poseían unos a los otros. Bajé las manos por mi cuello y mi pecho. Desaté el cordón de la bata que traía puesta: era de satín azul, tan suave que no pude evitar acariciarme por encima de la tela moviendo mi cuerpo al compás de la música en una sutil danza. El tacto suave, sumado al contorno de mi figura realmente me encantaba. La bata se abrió y en reflejo pude ver mis senos que asomaban ligeramente. Los acaricié con ambas manos en todo su contorno.

Recordé mi tesoro y saqué de la bolsita un pequeño frasco que contenía aceite, de esos que tienen sabor y calientan la piel. Me quité la bata que cayó suave sobre la alfombra y quedaron a la vista mis pantaletas azules de encaje. Realmente eran hermosas. Vacié un poco del aceite en la palma de mi mano y volví a acariciar mis senos tomándolos desde abajo rozando la suave piel y apretando en ocasiones. Cerré los ojos para disfrutar de mis propias caricias. Repentinamente, a través de mis párpados cerrados distinguí una fuerte luz y poco después escuche el estruendo de un rayo que había caído seguramente no muy lejos. Me sobresalté, pero no dejé de acariciarme. Abrí los ojos por instinto y al mirar hacia fuera sin moverme de mi lugar, pude ver cómo en una de las ventanas del segundo piso de una casa vecina, se abría un poco la cortina. Seguramente era alguien que se asomaba al escuchar el relámpago. Me quedé inmóvil por unos segundos. Por mi cabeza pasó la idea de tomar mi bata y cubrirme o levantarme y cerrar la cortina. Pero no lo hice. En la ventana vecina se dibujó la silueta de una figura masculina que al mirarme cerró la cortina para esconderse. Pasaron cerca de treinta segundos, y por mi cerebro desfilaron todas mis fantasías exhibicionistas, las cuales se enfrentaban con no pocos argumentos a mis restos de pudor. Me quedé ahí, mis brazos estaban sobre mis muslos y mis ojos no se separaban de la ventana; no sabía que sucedería. De pronto la cortina se volvió a abrir, ahora completamente, y la silueta apareció nuevamente. No alcanzaba a distinguir su rostro; sólo atinaba a dibujar con pequeños reflejos de luz el torso desnudo de un hombre joven al parecer, maduro quizá, pero bien cuidado y de aspecto fuerte. No veía sus ojos pero estaba segura de que me estaba mirando y también deseaba que lo hiciera a través de la cortina de lluvia.

Comencé a subir las manos por mis muslos y por mi cintura suavemente. El tacto del aceite en mi piel era delicioso, toqué mi abdomen y llegué de nuevo a mis senos, los acaricié de nuevo y sentía cada vez más como mi sexo se llenaba de humedad. Bajé una mano y la llevé ahí, a mis labios. Toqué sobre la pantaleta suave y lentamente, como siempre me ha gustado hacerlo. El hombre de la ventana seguía ahí inmóvil. Yo me sentía cada vez más excitada. Me incorporé y comencé a quitarme la pantaleta tocando mi cuerpo a la menor provocación. Cuando terminé de hacerlo estiré todo mi cuerpo despacio, de forma sensual como desperezándome. Mis pezones estaban totalmente erguidos y los acaricié dándoles pequeños pellizquitos. Por momentos levantaba mis tetas desde abajo, como ofreciéndolas a mi espía. También acariciaba el interior de mis muslos, mi cintura, mi cadera, en un baile solitario, totalmente entregada a las sensaciones.

Abrí de nuevo la bolsa de terciopelo y saqué de ahí a mi amiguito. Un pene de goma grande y suave que vibra cuando yo lo deseo con solo presionar un botón y que es mi acompañante cuando no estás. (¿Recuerdas cuando

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muerta de risa

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te dije que nunca me atrevería a comprar uno? Pues ya ves....) Lo tomé entre mis manos y lo llevé a mi boca. Lo chupé con la lengua como lo había hecho con la botella de vino y como lo había hecho contigo hace unos días. Lo introduje en mi boca y lo succioné y lamí de una forma que te habría hecho enloquecer de placer si fueras tú...y que seguramente estaba haciendo lo mismo con mi espía. Estuve unos minutos así y después lo baje. Me acosté sobre la alfombra y flexioné las rodillas apoyando mis pies en el suelo. Le ofrecí a mi espía una vista excelente de mi sexo, abrí los labios con las manos, acaricié mi clítoris y metí mi dedo índice en mi vagina moviéndolo con suavidad al tiempo que con mi pulgar seguía prodigándole certeras caricias a ese pequeño botón provocador del más delicioso placer. Yo gemía, sudaba y mi respiración se aceleraba. Las sensaciones corrían por todo mi cuerpo magnificadas por el morbo de saberme observada y deseada. Saqué mi dedo y lo sustituí con mi amiguito, lo encendí y lo metí en mi vagina. Mi cuerpo se tensaba y yo elevaba las caderas y las movía al ritmo que le marcaba el hermoso juguete que tenía metido hasta el fondo. Con él adentro y en un movimiento lento cambié de posición y me puse a cuatro patas mostrando mis trasero a mi espía. Seguí el mete-saca en mi vagina hasta que sentí cómo se acercaba un orgasmo. Seguramente no sería corto y repetido como los que siempre obtenía cuando jugaba con mi amiguito. Se mostraba, quizá por el morbo y la excitación, como un orgasmo largo y profundo, como los que suelo tener cuando estoy contigo. Gemí fuerte mientras el cosquilleo y la fuerte sensación de calor recorrieron todo mi cuerpo hasta dejarme mareada. Exhausta me dejé caer sobre la alfombra...

Deben haber pasado unos minutos de total calma...sólo el ruido de mi respiración y el de la lluvia. Sólo el aroma mezclado y sensual de las velas, el aceite y de mi cuerpo ardiente. La música había dejado de sonar no sé a qué hora. Escuché entonces el ruido de las llaves en la puerta. Eras tú. Me incorporé y volteé rápidamente a la ventana; sólo alcancé a ver cómo la cortina se cerraba. Logré ponerme de pie para cubrirme con la bata antes de que entraras, pero aún no acababa de hacerlo cuando sentí tus manos en mi cintura. Había olvidado cuánto me gustaba que me acariciaras la cintura y sentí un escalofrío recorrerme. Te acercaste a mi oído y me susurraste

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*Veo que me has extrañado ¿La pasaste bien?

¾* Yo nada más asentí con la cabeza y emití un leve gemido.

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Ahora voy a recompensarte por mi tardanza...shhh... no me expliques nada...es como si estuvieras soñando...sólo disfruta...

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. Acariciaste el interior de mis muslos pues sabías que con eso podías matarme y comenzaste a subir tus manos por mi cuerpo al tiempo que tu respiración se oía entrecortada. Yo estaba inundada por mi recién vivido orgasmo y por las sensaciones que siempre me ha provocado tu piel. Miré la solitaria ventana de la casa vecina y después cerré los ojos mientras me estremecía al sentir tu lengua recorrer mi cuello...