Tras la cortina de lágrimas, el altar del placer
Tú sabes en qué momento y en qué lugar se detiene tu miserable tiempo...
Tras la cortina de lágrimas, el altar del placer
Sé quién eres. Estás en mis manos. Tu reputación social. Tu vida profesional. Tu vida familiar. Todo. Sólo tengo que decir que estás en mi agenda. Y todo se acabaría para ti.
Eres mi vasallo. Eres mi protegido. Mi prisionero. Mi esclavo. Mi juguete.
Buscas un paréntesis en el infierno de tu existencia. Sólo yo te lo puedo dar. Tú escribes el guión, yo lo ejecuto. Yo administro las dosis. Yo premio y castigo.
Tengo el poder sobre ti. Todos los miércoles a la misma hora, en el piso de la calle Mozart. Allí el mundo se detiene para ti. Ya no hay reuniones de trabajo, ya no hay viajes para visitar a clientes, se esfumaron las amenazas del jefe de personal. No recuerdas la factura de la reparación de la lavadora, ni los quebraderos de cabeza de la comunidad de propietarios. Ni las discusiones con tu cuñada, ni que mañana el tutor de tu hijo mayor quiere hablar contigo sobre su bajo rendimiento escolar. Ya no recuerdas el follón de la última asamblea de trabajadores, donde una vez más los delegados en el comité de empresa os pretendían vender firmando un convenio de mierda. Ya no recuerdas el puteo que te cayó el fin de semana en el bar de Rosendo, porque al equipo de tus amores lo golearon una vez más y ya no lo salva del descenso ni la caridad.
Hoy, de nuevo, la salvación por una hora y media. Te olvidarás de que te duele una muela. De que tu mujer te ha vuelto a amenazar con el divorcio. De que has tenido una discusión de tráfico. De que en la última analítica te han encontrado fatal de tensión, de triglicéridos y de ácido úrico. De que con cuarenta y cinco, las mujeres ya no te miran.
Yo, a mi manera, te aprecio. Eres humilde, amable, buena persona. Estás limpio, y tus manías y perversiones son perfectamente perdonables. Eres una fuente de ingresos fijos, eso sobre todo. Pero mereces tus segundos de atención.
Yo te espero, cubierta de látex, látigo en mano, tacones de aguja. Te ordeno que me lamas, que te arrastres. Te ato y te cuelgo. Te escupo. Te humillo. Hasta que completas tu viaje por la travesía del dolor. Y después, el premio. Elevado a los altares del placer, ratoncillo en las fauces de la gata diosa. Tras la cortina de lágrimas, el altar del placer.
No olvides venir la semana que viene.