Transformación

Hoy en dia me siento plenamente realizad...

Una serie de catastróficos acontecimientos me llevaron a la situación que cambió mi vida para siempre.

Cuando comenzó todo, tenía 35 años. Tenía una esposa y dos hijos. Económicamente nos iba bastante bien; vivíamos en una zona de las mejores de la ciudad, por lo que no me podía quejar.

Aun hoy no se que fue lo que ocurrió, pero en un par de meses, todo por lo que había luchado, se fue al traste. La empresa se vino abajo, y me ví en la calle. Oculté esto a mi mujer, e intenté seguir llevando dinero a casa, por lo que me asocié con una serie de elementos peligrosos y cometimos varios asaltos. Durante un año, cada vez que cometía un golpe, me decía que sería el último. Como trabajaba de noche, la relación con mi mujer se fue deteriorando, aunque ella, soportaba estoicamente todo lo que ocurría, o eso pensaba yo.

Cierta noche, tras un golpe muy jugoso, llegué a casa más temprano de la cuenta y decidí darle una sorpresa a mi esposa. Quería confesarle la verdad y prometerle que nunca más volvería a robar. Compré un ramo de flores y fui a casa.

Al llegar no la encontré y pensé que había ido a ver a sus padres, por lo que me oculté en el armario de la habitación, desnudo, para darle una sorpresa.

La sorpresa me la llevé yo cuando tras una hora de estar allí, entró mi mujer, media desnuda, y abrazada a otro hombre, besándole desesperadamente. Tan grande fue el shock, que no pude moverme.

Oculto, observé como el hombre, le arrancaba la ropa y la ponía a cuatro patas para lamerle toda la concha. Los gritos de la zorra, se oían en todo el vecindario.

Luego ella misma se volteó y le arrancó los calzoncillos, para quedar extasiada mirando el rabo de su amante. No podía apartar la vista de la cara de deseo de mi esposa. Se relamía y se la hacía la boca agua. Se abalanzó sobre la polla y la mamó como una autentica puta. A mi nunca me la había mamado, pues decía, le daba asco.

Tras mamársela largo rato, el cabrón empezó a correrse en la boca de mi mujer y esta jadeando se lo tragó todo, relamiendo sus gordos labios. La situación era tan estrambótica, que me fui excitando.

La veía gozar como nunca, con el macho dándole polla duramente. La veía estremecerse de tal manera que llegué a la conclusión de que nunca yo la había satisfecho de esa manera.

Lo que colmó el vaso, fue cuando ella misma, tras ponerse de cuatro patas, le dijo lujuriosamente que le follase el culo. Sin ningún gesto de dolor, se tragó aquel enorme rabo sin dificultad. Los ojos se le salían de las órbitas, mientras mamaba uno de sus dedos y jadeaba a punto de correrse.

"Goza lo que el maricón de tu marido no te ha hecho nunca". Dijo él.

Siiiii. Gritó ella, para continuar.

¡Solo con tigo he podido llegar al orgasmo!

Esta revelación fue demasiado. Mi hombría se redujo tanto como la rabia y el odio que sentí hacia ellos.

Salí como un vendaval del armario y con mis propias manos estrangulé a aquel cabrón. Mi esposa gritaba aterrada al ver mis ojos.

Tras acabar con el tipo me dirigí hacia ella y le golpeé con los puños cerrados una y otra vez.

Los gritos despertaron a los vecinos, los cuales llamaron a la policía.

Luego todo fue muy rápido. Para no cansarles, les resumiré lo que pasó: Mi mujer sobrevivió a la paliza que le di, pero la policía, cuando investigó la casa, encontró el resultado de mis fechorías, lo que añadido a matar a aquel tipo. Aún con atenuantes de enajenación mental, me condenaron a 10 años de prisión.

Mi mujer me pidió perdón, pero yo no pude mirarle a la cara. Me sentía destrozado y quería desaparecer.

Para colmo de males, el tío que había matado, era policía. Nada más entrar, me hicieron la vida imposible.

El primer día en el patio, los novatos, que éramos tres, nos reunimos en el patio. Nos dijeron que en la noche haríamos una fiesta de bienvenida, con chicas y todo. Ante las preguntas del más joven, de cómo podrían entrar mujeres en prisión, nos dijeron que con dinero se podía conseguir de todo en ese lugar.

Mis nuevos compañeros se sentían muy excitados, pero yo no sentía el menor deseo de estar con ninguna mujer. Sólo sentía rabia y odio, hacia el sexo femenino.

Por la noche, se abrió nuestra celda, y un grupo de presos, junto con un guardia, nos invitaron a salir.

¡Venga chicos. Que las putas están a punto de llegar!

Les seguimos hasta el sótano. Al llegar allí, habían más presos. Parecía una fiesta familiar. Había música, bebidas de todas clases, y coca a raudales.

Nada más entrar, nos dieron un baso de whisky a cada uno, incitándonos a beberlo de un golpe.

No nos dejaron parar de beber hasta que nos bebimos cinco vasos cada uno. Agradecí el poderme emborrachar y olvidar todas mis desgracias.

Poco a poco, nos fuimos integrando con el grupo. Llegué a pensar que esto de venir a la cárcel era una bendición. Me metí dos rayas y bebí hasta reventar.

¿Dónde están las putas? Dijo uno de los nuevos.

Ya están aquí contestó el guarda.

Tras decir esto último, como si fueran uno solo, se abalanzaron sobre nosotros, agarrándonos por los brazos.

¿Qué hacéis? Dije, medio riendo.

Calla putita, hoy vas a ser mía. Dijo el guardia.

Al instante comprendí lo que estaba ocurriendo.

Forcejee cuanto pude, pero fue imposible liberarme. Sentí como me volteaban a la vez que bajaban mis pantalones y me ponían contra la mesa.

Enloquecido vi como a mis compañeros los tenían en la misma posición.

Algo húmedo resbaló por el agujero por mis nalgas y se introdujo en mi esfínter. Un dedo, masajeaba mi agujero.

Soltadme hijos de puta. Grité al momento de sentir como apoyaban uno de los rabos y presionaban.

El guardia me la introdujo de un empellón, haciendome ver las estrellas. Sentí como me desgarraba el esfínter. El dolor era insoportable, y los que me sujetaban por los brazos, apenas podían aguantarme.

Soporté estoicamente su violación y esperé mi oportunidad. Al ver que me relajaba, fueron aflojando la presión sobre mis brazos y cuando noté que el guardia me llenaba el culo, aproveché el momento, para soltar uno de mis brazos y cogerle los huevos.

Los apreté tanto, que le oí chillar como una nena.

Disfrutaba oyéndole gritar hasta que un golpe me hizo perder la consciencia.

Desperté horas después notando como seguían follándome el culo. Escarranchado a cuatro patas en el suelo, no sentía nada, salvo los empujones del tío que me estaba violando.

Voltee la cabeza y vi a un negro muy gordo, cogiendome por la cintura y descargando su lefa en mi interior. Tras acabar, la sacó como si nada y la puso sobre mi espalda. Era enorme y chorreaba abundante semen por la punta.

¡Tienes el culo como un meadero cabrón!.

Era el último, y a mi alrededor habían más de veinte reclusos. En medio de ellos, apoyado entre dos y con cara de dolor, se encontraba el guardia.

Hijo de puta. Casi me arrancas los huevos.

¡Jódete! Conseguí articular.

Aún te las das de duro cabrón. Pues te vas a enterar.

Hizo una seña a uno que estaba a mi espalda. Se me acercó por detrás y pensé que venía a follarme de nuevo. Me resigné a aguantar una más pero sentí un leve dolor en mi entrepierna. Como tan dolorido estaba, no le di mucha importancia. El preso siguió hurgándome, hasta que se levantó y tiró algo al guardia.

La debilidad se fue apoderando de mi y lo veía todo muy borroso. Antes de perder el conocimiento, el cabrón se me acercó y me enseño algo.

Mira zorra, son tus huevos.

Lo último que recuerdo fue su bota en mi cara.

Desperté sobre la cama en una habitación. Me sentía muy débil. Tenía un suero en uno de mis brazos, los cuales tenía amarrados a ambos lados de la cama.

Rato después entró un médico, el cual al verme despierto, sonrió levemente y siguió con lo que hacía. Me puso una inyección y se marchó.

Durante días, solo recibí la visita del médico, y de un preso; un mariquita, el cual venía a traerme de comer y a untarme todo el cuerpo con diferentes cremas, las cuales despedían un olor suave y dulzón.

Le preguntaba al médico, por que me tenían amarrado, pero no contestaba a mis preguntas. Aunque me sentía mucho mejor, no me quitaba el suero, ni soltaban mis brazos. Miraba ente mis piernas y se limitaba a asentir.

Interrogué al mariquita, pero no sabía nada o no se atrevía a hablar.

Una semana después recibí la visita del carcelero. Entró cojeando ostensiblemente, y se sentó a los pies de la cama.

¡Hola cabrón!

No le contesté.

Aunque no quieras hablar, vas a escuchar. Me castraste y me jodistes.

Una sonrisa salió de mi boca.

¡Sonríe!. Lo tuyo va a ser peor. Me dijo con rabia.

¡Tú tampoco tienes huevos!

Sonrió al ver la expresión de mi cara.

Voy a hacer que seas la puta de toda la cárcel. Te estamos inyectando un tratamiento intensivo de hormonas femeninas. Cuando salgas de aquí, vas a ser el culo más cotizado de todo presidio.

Al ver que no le creía, liberó uno de mis brazos, y me acercó un espejo.

Mi sorpresa fue mayúscula.

Habían depilado todo mi cuerpo. Llevé el espejo a mi entrepierna y corroboré lo que me había dicho. No tenía huevos. Me habían castrado. Dejé caer el espejo y llevé mi mano al pecho sollozando. Sorprendido, noté como mes pechos estaban hinchados. Recogí el espejo y observé como mis antiguos pectorales, de los cuales me sentía muy satisfechos, estaban hinchados y despuntaban unas pequeñas tetas, cual chica de catorce años.

En vez de revolverme enfurecido, lloré desconsoladamente. Me sentía abrumado, pero extrañamente manso. Le odiaba pero mi rabia anterior no aparecía por ningún lado.

¡Llora, llora, mi niña! Se burló de mí.

¡Las hormonas están haciendo su efecto!

¿Cuánto tiempo llevó aquí? Pregunté, pues me extrañaba que en tan poco tiempo pudiera haber sufrido aquellos cambios.

Ya llevas cuatro meses. Pronto te dejaremos volver con tus amiguitos. Y tras decir esto se fue riendo.

Pasé todo el día abatido en la habitación. El mariquita vino a última hora de la tarde y volvió a darme el masaje con la loción.

¿Qué es eso? Le pregunté, escuchando aterrado mi aflautada voz.

Tienes mucha suerte, me dijo. Este tratamiento cuesta una fortuna y a ti te lo dan gratis. Debes de tener un protector muy rico.

¿Tratamiento?

Si cariño. Esta crema elimina el bello corporal. Y me enseño la que tenía en la mano.

Aquella otra, sirve para aumentar el tamaño de tus pechos. La otra, aumenta el tamaño de tus pezones.

Luego, y la más cara, está esta otra, la cual hace que el tacto de tu piel sea suave y femenino. Además. Te están inyectando montones de hormonas femeninas e inhibidores de las hormonas masculinas. Pronto serás más mujer que muchas de las que nacen así.

Pero, es que yo no quiero ser mujer.

Me miró enfadada.

El mundo está lleno de desagradecidas.

Cerré los ojos e intenté desconectarme del mundo. Todo me daba igual. Prefería morir.

No volví a hablar. Durante una semana más, seguí enchufado a aquel aparato, el cual llenaba mi cuerpo de veneno.

El médico entró junto con dos fornidos presos, los cuales soltaron mis brazos. Me quitó el suero y me incorporaron. Sufrí un mareo y no caí por que me tenían cogido.

Debes caminar y desentumecer tu cuerpo. Dentro de unos días volverás a las celdas.

Observé las caras lujuriosas de los presos sobre mi desnudo cuerpo.

Tras marcharse, me fui directamente al baño, donde había un espejo, a contemplar mi cuerpo.

No tenía vello por ningún lado, y despedía un suave brillo, debido a tantas cremas. La piel aparecía sonrosada. Mis pechos, inflados y suaves. Los pezones habían crecido.

Desanimado, me vi como una mariquita, de las que tanto me había reído. Me volteé y aprecié como mi culo estaba más grande que antes. Ya no parecía un culo masculino, sino nalgas anchas de mariquita.

Cogí un espejo de mano y me fui a la cama para ver mis atributos. El pene aparecía arrugado y de un color azul, enfermizo. Donde deberían estar los testículos había una pequeña cicatriz. Más abajo, observé una enorme almorrana que salía de mi culo.

Te dieron duro esa noche. Dijo el mariquita.

Había entrado sin que me diese cuenta.

Te follaron más de cincuenta tíos. Y se ensañaron de verdad. Nunca había visto un agujero semejante.

Debo salir de aquí. Le dije.

Eso es imposible cariño. Es mejor que obedezcas.

Ahora túmbate que voy a darte un masaje.

De eso nada. Y me dirigí a el amenazadoramente.

Salió chillando.

Al momento entraron los dos presos que habían venido con el médico.

Así que estás arisca.

Fuera. Les grité, pero mi voz salió aflautada como una nena.

Así que ya estamos recuperada. Pues ven aquí cariño.

Aunque intenté defenderme fue imposible. El haberme castrado, junto con los cuatro meses de inactividad y las hormonas femeninas, hicieron su trabajo.

Al momento les vi como se bajaban los pantalones y mostraban sus atributos.

El mariquita gritó desconsolado que el también quería, pero ellos no le hicieron caso. Me tumbaron sobre la cama, boca abajo y el primero, tras escupirme sobre el agujero del culo, me la enchufó sin contemplaciones. no me dolió tanto como la primera vez, pero aún así fue doloroso.

Que buena estás. Me decía el cabrón.

Me bombeó un rato más hasta que se corrió, y dejó el sitio al otro.

Acaba rápido, antes de que llegue el médico.

En aquella postura, con la polla de aquel tipo, taladrando mi culo, me di cuenta de cuan bajo había caído. Me trataban como una zorra y no podía hacer nada para remediarlo. Lloré desconsoladamente.

Cuando acabó de correrse, se destrabó y tras decirle al mariquita que me arreglase y no contara nada, se marcharon.

Me quedé un rato en la misma posición, llorando, hasta que vino y me ayudó a ponerme de pie. Me acompaño al baño y sentí como escapaba un chorro de semen del esfínter y bajaba por mis muslos.

Tres días después me llevaron nuevamente con los presos. La venganza del carcelero no tenía fin. Me mandó al pabellón de los violadores y asesinos.

La gente me miraba desde las celdas y decían a los carceleros que me metiese con ellos.

Estos sonreían y se burlaban de mi.

Tranquilos muchachos. La pasaremos de celda en celda.

Aunque un poco asustado, me daba todo igual. Me llevaron a una celda, donde había cinco prisioneros. Todos rugían y saltaban excitados. Por lo visto habían anunciado mi presencia y querían ser los primeros.

Tras abrir la puerta, me lanzaron al fondo de la celda y caí junto al retrete. Les vi acercarse como fieras. Al momento me habían arrancado la ropa.

Se pararon en seco, al ver mi femenino cuerpo. Desde el suelo y con ojos de miedo, les mire a los ojos y sin querer escapó un gemido de mi boca.

Les oí rugir de deseo. Se pusieron a pelear entre ellos, momento que aprovechó uno para ponerme a cuatro patas y enchufármela completamente.

Los demás pararon, al oír mi aflautado chillido. Tan excitados estaban que en un par de envestidas acabó en mi interior. Sin darle tiempo a acabar completamente, tiraron de el y el siguiente ocupo su lugar. Los demás presos, gritaban pidiendo mi cuerpo.

En menos de una hora, el último de ellos había acabado. Los presos de las otras celdas, aburridos de ver como me follaban, se fueron a dormir.

El que me había follado primero, se acercó y me levantó en brazos como si fuera una muñeca rota.

Cariño. Ahora te voy a llevar a mi catre para follarte más tranquilamente. Cuando termine, irás tu solita de catre en catre hasta que amanezca.

Sin decir más, me puso boca abajo, sobre el jergón, y tras desnudarse, tranquilamente me la introdujo. Tenía el culo tan encharcado, que entró con facilidad. Me bombeaba suavemente a la vez que me apretaba los pezones y decía.

Aunque no eres una hembra, es lo más parecido que he tenido en cinco años.

Cerré los ojos y me dejé hacer. Tardó mucho más rato que antes pero acabó entre grandes jadeos. Tras despegarse de mi me dijo.

Ahora ve a la siguiente cama.

Como un autómata hice lo que me dijo. Este me obligó a ponerme boca arriba y mientras me follaba, me mamaba los pezones. Pude ver como los siguientes estaban ya desnudos en sus respectivas camas, viendo como me follaban y pajeándose.

Así estuve toda la noche. De catre en catre hasta el amanecer. Por la mañana, cuando todos salieron al patio, yo me quedé rendido durmiendo. No podía ponerme en pie ni para ir al baño a lavarme y eso que tenía el culo como un bebedero de patos.

Los carceleros no me obligaron a salir. Cuando volvieron los presos, me sacaron y me llevaron a las duchas.

Báñate zorra me dijeron.

Luego me metieron en otra celda distinta, con otros presos distintos.

Durante cinco noches seguidas sufrí toda clase de vejaciones. Durante la tercera noche, estaba tan dolorido, que me di cuenta de una cosa. Si ponía cara de gusto, y les pedía que me diesen caña, acababan mucho antes. Decidí que si quería sobrevivir debía actuar. La cuarta noche, hice que se corrieran tres veces cada uno, antes del amanecer. Incluso, como tenía el culo tan dolorido, comencé a mamárselas.

Tras acabar la quita noche, cuando me llevaron a las duchas, oí un grupo de presos, de otro pabellón, que se coló en los vestuarios. Escondido para que no me viesen, les vi acercarse sigilosamente a una de las duchas. No sabía quien estaba allí, pero las intenciones que llevaban no eran buenas, pues llevaban unos cristales en sus manos, a modo de cuchillos.

No podía permitir que cometiesen aquel asesinato. Estaba hastiado de tanta inmundicia y arranqué un trozo de tubo de uno de los retretes y me acerqué a ellos silenciosamente. Les vi abrir la cortina. Dentro, de espaldas a ellos, se estaba duchando un negro enorme. Cuando estaban a punto de asestarle varias puñaladas, Salí gritando de mi escondite, repartiendo leña con el tubo, a diestro y siniestro. Mi grito hizo que el negro se volviese como una fiera. Los asesinos, cogidos entre ambos, no se atrevían a darle la espalda a su presunta víctima, lo que aproveché para descargar golpes sobre ellos.

Este instante de indecisión fue suficiente para que el tío de la ducha, se hiciese dueño de la situación. Como si fuesen niños, les fue destrozando a golpes. Con cada manotazo que soltaba caía uno al suelo. Cuando todos estuvieron inconscientes, fue uno a uno y les partió la columna, menos al que yo tenía a mis pies, el cual yacía muerto con la cabeza destrozada.

Ambos quedamos desnudos frente a frente, mirándonos fijamente. El, negro como el ébano, grande y fibroso. Yo blanco como la leche, con mis nacientes pechos. Mis ojos se fueron a su entrepierna y aprecie su enorme polla, comparada con mi reducido e inútil miembro. No dejé de reconocer que ni cuando era hombre, podía competir los más mínimos con aquello.

Gracias, escapó de sus labios.

No hay de que. Contesté con mi aflautada voz.

Te debo un favor. Me dijo y se marchó.

Si hubiera sido un hombre, seguro que nos hubiésemos hecho amigos, pero el pensaba que yo era un travestido, y no quería que le viesen a su lado. Le entendía pues yo en su lugar hubiese hecho lo mismo.

Cuando fueron a recogerme, a las duchas, los carceleros solo me encontraron a mí, y la escabechina en el suelo. Me interrogaron durante días, pero no les conté nada. Me golpearon y me encerraron en una pequeña celda de castigo. Agradecí el encierro; tiempo que aproveché para pensar. me sentia una basura. No era ni un hombre ni una mujer. Ya no podía sentir como un hombre. No se si por efecto de las hormonas o de la cantidad de semen que me metían durante todas las noches, o seguramente, por efecto de ambos, que toda mi hombría había desaparecido. Era más mujer que hombre, pero con un cuerpo horrible, mezcla de ambos.

Tomé una decisión. Ya nunca más sería un hombre e iba a convertirme en una mujer.

Me tuvieron encerrado un mes. Algunas veces, venía mi enemigo, el carcelero, a martirizarme. Me insultaba a través de la mirilla. Delante de mis ojos, metía el contenido de frascos que decían en la etiqueta, ser hormonas femeninas en el agua que bebía. Pensaba que me humillaba al convertirme en mujer. Lo que el no sabía era mi decisión de conseguirlo. Quería degradarme lo más posible. Descubrí que la pérdida de su virilidad, le costaba superarla más a él que a mí. El muy idiota, con las hormonas que me daba, lo único que hacía es hacerme sentir más mujer; y una mujer no necesitaba tener testículos.

El día que salí de la celda, me acompaño todo el camino de vuelta, mientras me decía al oído, que tenía una sorpresita para mí esta noche. Que fuese preparando el culo.

Mientras yo caminaba erguido como si tal cosa.

Coincidencias de la vida, esa noche, sin saberlo, iba a cambiar mi situación dentro de presidio.

Cuando me llevaron a la nueva celda, observé que eran muchos más que otras veces y porque reían los carceleros. Todos eran negros. En su afán de degradarme me había metido en la boca del lobo.

No queriendo darle la satisfacción de verme gritar, me desnudé sensualmente y comencé a excitarlos como si fuese una striper.

Dos de los negros se me acercaron amenazadoramente y me llevaron al fondo de la celda. Aterrado, les miré a los ojos, mientras los guardias, satisfechos, se retiraban.

Me arrodillé y levanté mi culo ofreciéndoselos.

No hace falta que hagas eso. Aquí nadie te tocará.

Conocía aquella voz. Era del tío que había ayudado en las duchas. Me puse en pie rápidamente, viendo las caras de abatimiento de los demás presos, y me dirigí hacia él.

¡Gracias! Dije muy bajito.

¡No hay de que! Lo que tu hiciste por mí, nunca te lo podré pagar.

No. Gracias a ti. No sabes lo que es ser vejado por un montón de tipos durante toda la noche.

¿Es que acaso no te gusta?

Nunca he hecho esto por mi voluntad. Me han estado drogando durante meses y me han convertido en lo que soy.

Pero, puedes cambiar.

Ya no. Y le mostré mi entrepierna. Ya no hay solución.

¡Además!. Quiero ser mujer.

En eso puedo ayudarte. Dijo, y se volvió.

Me dieron un jergón, y por primera vez en casi un año, pude pasar una noche, como los demás presos.

Por la mañana, abrieron la celda, pero nadie obligó a salir a los presos. Por lo visto. "Toro" que así se llamaba mi benefactor, era una especie de rey del Hampa. Le habían cogido y encerrado con una condena de 10 años, la cual tenía que cumplir completamente, pero su poder era tal, que incluso dentro de la cárcel podía hacer lo que quería. Tenía teléfono, televisión y cualquier cosa que desease, salvo mujeres, pues el alcalde era muy estricto en este particular.

Todo el mundo me trataba con respeto, pues era amigo del "jefe".

Días después, vino una persona preguntando por mí. Era un prestigioso médico, especializado en transformaciones. Me preguntó si estaba decidido a transformarme completamente, pues era una decisión que no tenía vuelta a tras. Me ofreció volver a darme apariencia de hombre, aunque ya nunca más podría hacerle el amor a una mujer, ni deseos de hacerlo.

Miré a "Toro", el cual me observaba con fría expresión. Yo ya tenía meditada mi respuesta y se lo dije:

¡Quiero ser mujer!

Me dijo que el tratamiento era carísimo; unos 300.000$, pero que nadie notaría la diferencia.

Miré de nuevo a "Toro", y le vi asentir al médico.

Este me preguntó:

¿Cuándo quieres empezar?

¡Ahora mismo!

De acuerdo. Y sacó un enorme maletín que puso ante mí.

Tras abrirlo, me enseño infinidad de frascos, jeringuillas, y otra serie de aparatos que no sabía para que eran. Estuvo el resto del día explicándome su utilidad. Me dejó una serie de libros para que leyese como iba a ser el tratamiento, y tras pincharme un nuevo producto, que según él, era mucho más efectivo que las hormonas que me habían dado, se marchó.

Leí habidamente todo lo que me dejó.

Uno de los reclusos, me pinchaba todos los días, tres inyecciones distintas con efectos diferentes.

Tenía línea directa con el médico para consultarle cualquier cosa, a cualquier hora del día o de la noche.

En el patio, ya nadie se metía con migo; e incluso el carcelero me dejó en paz.

Pasaron los meses, y el resultado se notaba cada vez más. Toro, había ordenado, que me diesen la celda contigua a la suya, e incluso había ordenado que la pared que las separaba fuera tirada y cerrada su puerta. De esta manera, ningún loco salido se atrevería a tocarme. Ahora era de su posesión.

Le había pedido un gran espejo, en el cual me miraba para observar mis cambios.

Seis meses después, el bello había desaparecido por completo, salvo en mi pelo y entrepierna. El pelo lo llevaba largo, y mis pechos abultaban mucho más.

Sentía un profundo agradecimiento a "Toro". El aunque nunca hablaba más de dos palabras con migo, me trataba con mucho respeto.

La medicina del doctor era milagrosa, pues incluso, mi cintura, antes ancha, se había estrechado a la vez que ensanchado mis caderas. Cualquier persona que me hubiese conocido antes, le costaría mucho reconocerme.

Todos me daban el trato de una mujer. La mujer de "Toro" decían. Aunque él nunca me tocó.

Mis pezones habían crecido mucho, aunque mis pechos no eran muy grandes. El doctor me dijo que no me preocupase, pues con implantes se solucionaría todo.

A veces por la noche recordaba lo que era tener sexo con una mujer, pero el engaño de mi mujer, unido a lo que me habían hecho en la cárcel habían destruido cualquier signo de hombría.

El médico me había dicho, que el tratamiento inicial duraría un año, y luego empezaríamos con las intervenciones quirúrgicas.

Pasado el año, me dio a elegir por donde quería empezar. Yo ya lo tenía decidido, pues aunque físicamente, mi cuerpo era más femenino; las facciones de mi cara, mi voz y la nuez del cuello, delataban mi condición.

Comenzamos con la mandíbula y el cuello. No se como lo hizo "Toro", pero me sacaron una noche; me embarcaron en un helicóptero y fuimos directamente a un hospital.

Durante una semana, fui sometida a 5 intervenciones quirúrgicas, y luego, sedada, me llevaron de vuelta a mi celda. Una vieja enfermera, no se separó de mí, día y noche hasta que me recuperé un poco. Cuando estuve más recuperada, se marchó.

Todos los días venía, mi médico a realizarme las curas y continuar con el tratamiento.

Aunque tenía la cara y el cuello vendados, me puse muy contenta, al escuchar mi voz por primera vez. Ya no era la voz aflautada de un travestido sino la de una mujer.

El día que me iban a quitar los vendajes estaba muy nerviosa. No dejé que nadie entrara más que el doctor.

Tras retirar las vendas, asintió satisfecho.

¡Ha sido un éxito!.

Me puso un espejo ente la cara y quedé boquiabierta. Desde el otro lado del espejo, me observaba una preciosa chica, de unos 25 años. Las facciones de mi cara ya no eran cuadradas, sino finas y delicadas. También me habían operado los labios, realzándolos. Una pequeña cicatriz aparecía donde habían cortado, pero me tranquilizó diciendo que en un par de meses desaparecerían completamente.

De la nuez de mi cuello no quedaba nada. Incluso, se había permitido el lujo de quitar las patas de gallo, haciéndome aparentar mucho más joven de lo que realmente era.

Me abalancé sobre el buen doctor, y con una actitud de lo más femenina, le di un beso en la mejilla.

Vi como se ruborizaba, lo cual me volvió loca de alegría. El buen doctor se había excitado.

No podía esperar para mostrarle los resultados a "Toro". Pero no estaba. Tras ponerme una nueva inyección, el doctor se fue y quedé en mis aposentos.

Cuando le oí llegar, esperé a que estuviera solo en su cuarto, y entré. Estaba de espaldas, anotando algo, y me dijo que esperase.

Me desnudé y me puse en una actitud femenina. Quería que viese en que gastaba su dinero.

Cuando se volvió, vi una expresión atónita en su cara. Me miró de arriba abajo mientras una gota de sudor perló su frente.

"Está muy bien". Dijo. Y se volvió.

Un poco frustrada, recogí mis ropas y marché tras la cortina.

Por la mañana, cuando fui a salir de la celda, para ir a las duchas, 4 de sus esbirros me estaban esperando. Al increparles que hacían, me dijeron que eran órdenes del jefe. Debían acompañarme a todos lados. Cuando llegué al patio entendí el porque de esta orden. Los presos silbaban admirados, y más de uno intentó venir a hablar con migo, para ser repelido duramente.

Al volver de hacer mis ejercicios, con los guardaespaldas a mi alrededor, encontré una nueva sorpresa. Habían instalado una bañera en mi celda, y tenía agua caliente.

Toro no había vuelto a acercarse a mi. No entendía su cambio. Pensé que le había ofendido en algo. A veces le pescaba mirándome, pero cuando miraba hacia él, apartaba rápidamente la vista.

Una noche, desperté por un extraño sonido, que partía desde su celda. Sigilosamente, aparté un poco la cortina y le vi.

La visión era increíble. Estaba totalmente desnudo, boca arriba, masturbándose. La polla era enorme, de gorda y grande. La encontré hermosa. Cuanto había cambiado. Ahora me babeaba por una polla. Retrocedí un poco contrariado, pero reaccioné al instante.

Pensé en entrar, pero ¿Y si no le gustaba? Sentada en la cama, le oí gemir cuando se corrió. Tenía unas ganas locas de entrar con él, pero a la vez tenía miedo de ser rechazado.

Al día siguiente llamé al doctor y le dije que quería seguir con las operaciones inmediatamente. Me dijo que aún era muy pronto, que no me aconsejaba intervenirme todavía. Pero yo estaba decidida, quería ser irresistible.

Por la noche, volvieron a recogerme y llevarme al hospital. Las siguientes operaciones eran ponerme implantes en los pechos y eliminar varias costillas, para aparentar una línea más espectacular.

Sin dilación, me prepararon y en un par de días ya había sido operada. El post operatorio, fue más largo y estuve dos meses con vendajes. El doctor aprovechó que estaba en la clínica para hacerme una intervención novedosa en los ojos que realzarían mi belleza.

Como la vez anterior, también había realizado otra operación sin consultarme. Me había retocado las nalgas, ensanchándolas un poco. Era su conejillo de indias y estaba muy satisfecho.

El tratamiento hormonal estaba a punto de acabar y mis caderas se habían ensanchado a la par que engordado mi culo. Le pregunté que cuando me haría la operación de sexo, a lo cual contestó que si quería, en un mes me la podría realizar.

Durante estos meses, no dejé que nadie me viera, salvo el doctor y una asistente travestida que me atendía. Las cicatrices, prácticamente habían desaparecido, y decidí que debía mostrarme a "Toro".

En el espejo, mi cuerpo era escultural. Una hembra perfecta, a la que yo nunca hubiera podido acceder cuando era hombre. Ojos de gata, facciones perfectas, con unos labios gordos y sensuales, los cuales llevaba pintados todo el día. Mis pechos, grandes y esculturales, coronados por grandes y duros pezones. Mi cintura estrecha y mis nalgas anchas. El culo liso, sin ningún atisbo de celulitis, y unas piernas suaves y sensuales. La piel suave y blanca como la leche. Me había teñido el pelo de rojo, pues había oído que la anterior novia de "Toro", era pelirroja. Lo único que fallaba era me atrofiado pene. Era la última operación que faltaba para mi total transformación y pronto la realizaría.

Intenté varias noches, ir a su habitación, pero con mis dudas, nunca me atrevía. Le veía, mientras dormía, pero no me atreví a despertarle.

Un día, mientras estaba sentada, con una bata que dejaba traslucir mi figura en el espejo, creí verle. Cuando me voltee ya no estaba allí, y pensé que había sido imaginaciones mías.

Esa noche, volví a despertar por unos ruidos. Sigilosamente me acerqué a comprobar lo que ya sabía. Volvía a estar masturbándose. Fantasee con mi feminidad. Ahora era el momento de comprobar si era atractiva para un hombre. Si esta vez no conseguía atraerle, es que las operaciones habían sido un fracaso.

Volví y me puse un ligero que le había pedido al doctor. Me puse una suave bata transparente y decidida, con un nudo en el pecho, abrí la cortina.

Al verme, se puso en pié rápidamente, con su polla, apuntándome directamente.

¿Qué haces? Dijo con voz entrecortada mientras me comía con la mirada.

Ummmm. Contesté mirándole directamente al rabo, a la vez que introducía un dedo en mi boca.

¿Qué quieres zorra? Rugió esta vez, poniéndome la carne de gallina.

Ummmm. Gemí nuevamente, dejando resbalar la bata hasta los pies y mostrándome totalmente ante él. Había procurado meter mi pene entre las piernas, para que no lo viera.

De dos zancadas, se me acercó y me dio un tortazo que me dejó de rodillas a sus pies.

¿Acaso piensas que soy maricón?

Ummmm. Lamí la sangre que salía por la comisura de mis labios.

¡Zorra! Rugió.

Sin poderse contener, me cogió por el pelo y me llevó a rastras por la habitación hasta mi cama. Se acostó boca arriba y me dijo.

¡Mama puta!

En mi vida hubiese sospechado que estas dos simples palabras podían hacerme tan feliz. No se si era excitación, deseo o simple morbo, pero me babee de gusto, saboreando su preciosa pinga.

Tan caliente le tenía, que de un par de sacudidas se corrió en mi boca. No era la primera vez que saboreaba el semen, pero las otras veces me había dado mucho asco, y ahora le encontraba exquisito. Lo tragué todo, sin dejar escapar ni una gota, recorriendo con mi lengua todo su glande mientras le miraba, directamente a sus ojos, con mis ojos de gata.

Lejos de aflojársele, le siguió totalmente empalmada. Me voltee y mostré mis femeninas nalgas. El no había visto todavía mi culo y comprobé extasiada como las venas de la polla se dilataban, a punto de reventar. Cogí un poco de semen que quedaba en mi boca y me unté el agujerito. Le sentí restregando la cabeza del capullo en mi esfínter. Sabía como abrirlo para que pudiese engullir toda su herramienta. Cuando metió la cabeza, se levantó con migo trabada y se sentó en la cama. Me hizo moverme suavemente arriba y abajo, pero sin dejar que me la clavase.

¡Suavemente zorra! ¡No te la metas todavía! !Quiero que chilles!

Obedecí, notándo como la cabeza de su capullo ocupaba todo mi recto. Cuando vio que se deslizaba con facilidad, me cogió por los pechos, masajeándolos suavemente a la vez que apretaba fuertemente los pezones y tras morderme el cuello, me atrajo contra su polla, haciendo que me la engullera hasta los cojones.

AAAAAAYYYYYYYyyyyyyyyyy. Chillé. Me había entrado hasta el estómago.

Me mantuvo un rato en esa posición, hasta que me volteó dejándome con el culo en popa y su polla clavada hasta la mitad.

¡Sigue chillando zorra!

Aggggg. Ummmmmm. Ahhhhhhh. Le complací.

Su estilete se abría camino sin dificultad. La sacaba completamente y con ambas manos separaba mis nalgas, para luego volverla a meter hasta los huevos.

Me sentía completa. Por primera vez sentía lo más parecido a una mujer. Recordé la cara de deseo de mi esposa mientras se la follaban y la imité. Cuando noté como descargaba en mi recto moví mi culo para engullirlo totalmente, a la vez que jadeaba de deseo. Notaba los chorros, muy calientes golpear muy dentro de mi cuerpo. Llenándome de leche y felicidad.

Esa noche me montó varias veces más, hasta dejarme rendida en la cama, llena y satisfecha por haberle complacido. Dormí abrazada a su torso, tras limpiarle hasta la última gota de semen que le quedaba en el capullo.

Desperté sola en la cama.

Me metí en la bañera y me di un largo y espumoso baño. No sentía ningún remordimiento.

Le esperé todo el día. Con el miedo de que cuando viniese, estuviera arrepentido de lo que habíamos hecho.

Por la noche, le esperé dormida, desnuda en la cama. Sobre las 2 de la mañana, le sentí llegar. Me observaba mientras dormía boca arriba. Intenté tapar mi miembro pero me dijo que me estuviese quieta.

Separó mis pies hacia los lados y me puso la polla en la entrada. Le miré directamente a los ojos, y mientras me introducía su polla, le miraba con ojos de enamorada. Realmente me sentía su hembra. Cuando llegó al final, se recostó sobre mí y abrí mi boca para que me besase. Cuando noté su lengua, se la mamé suavemente mientras su polla invadía todo mi cuerpo.

Esa noche volvimos a follar muchas veces.

Por la mañana desperté entre sus fuertes brazos. Le besé los pectorales, mientras el besaba mi cuello.

Quiero ser una mujer completa.

Eso no puede ser todavía.

¿Porque? Le grité indignada.

Si te quitas el pene, te llevan a una penitenciaría de mujeres.

Entonces caí en la cuenta de que eso era verdad.

¿No te importa? Le pregunté.

Cuando salgamos ya te harás la operación.

El tratamiento siguió durante unos años más, corrigiendo un poco por aquí y otro por allí, hasta que el doctor llegó a la conclusión de que había terminado. Sólo faltaba el cambio de sexo. Hacía cinco años que había entrado como hombre y ahora era una mujer plena. Con macho y todo.

Nuestras condenas, a través de los caros abogados que Toro había contratado, se redujeron ostensiblemente. Saldríamos el mismo día. Aunque yo saldría sin que nadie lo supiese, unos meses antes, para someterme a la última operación.

El día de mi vista, para la libertad condicional, tuve que disfrazarme de hombre. De todas maneras, aunque hubiese matado a alguien, sabía que saldría sin problema. Todos los jueces estaban comprados. Unos con dinero y otros con amenazas.

El día que salí. Una limusina me esperaba en la puerta. Subí rápidamente y me llevaron directamente al hospital.

El doctor me preparó ese mismo día, pues después de la operación debía estar 3 meses sin tener ningún tipo de relación.

Cuando me preparó, me dijo que el tamaño de la vagina, acomodaba fácilmente penes de 4 pulgadas. Le dije que eso no podía ser. Mi hombre tiene un pene de 6 pulgadas por 2,5 de ancha. Tras discutir y posponer la operación varios días, encontraron un médico australiano que tenía un método novedoso para realizar este tipo de operaciones. Tras embarcarlo ese mismo día, con destino a USA, 3 días después descansaba en la habitación del hospital con mi deseo completamente cumplido.

La vagina era igual a las de verdad. Incluso con el nuevo y novedoso método del doctor, me habían injertado tejido mucoso, capaz de segregar una mucosa lubrificante con la estimulación de unos nervios sensitivos injertados en todo el conducto vaginal y en el muy logrado clítoris. En cierta medida, podía sentir, más placer que una mujer de verdad.

Me despedí del doctor con un largo beso que le dejó trastornado. Con lagrimas en los ojos me dijo que cuando lo hiciese por primera vez, si salía algo de sangre que no me asustase, que eso era normal, y me picó el ojo pícaramente, para continuar:

  • ¡Te he dejado una última sorpresa!

Estuve varios meses organizando la salida de mi hombre. Cuando llegó ese día, el roce de las minúsculas bragas, me hacía lubricar. Esperé fuera de la limousine con un vestido muy cortito y unos zapatos de tacón que acentuaban más mi figura femenina. Todos los que pasaban a mi alrededor silbaban de admiración. Incluso unos cámaras que habían venido a filmar la salida de la cárcel del mafioso "Toro", mi macho, se entretuvieron filmándome mientras esperaban.

Curiosamente una persona pasó a mi lado sin reconocerme. Cuando estuvo a mi altura, la oí murmurar ¡Zorra!

¡Era mi esposa! No me acordaba, que oficialmente yo salía hoy.

Cuando se abrió la puerta, se agolpó una gran muchedumbre. Cámaras, periodistas y curiosos querían ver al gran mafioso.

Este salió vestido con un traje blanco, el cual contrastaba con su brillante piel de ébano negro.

Se paró en medio de la entrada y me buscó con la vista. Yo me acerqué sensualmente, moviendo las caderas y luciendo un gran escote. La gente atónita se apartaba de mi camino. Cuando quedé frente a el. Un nudo en mi estómago me dejo sin respiración. No sabía si le gustaba lo que veía.

Mis miedos se despejaron al instante cuando me cogió por la cintura y me besó profundamente.

Los cámaras no paraban de filmar, y los flases de las cámaras destellaban desde todos los ángulos. Los hombres miraban con cara de deseo. Las mujeres de envidia.

Mi macho, me cogió en brazos y me llevó rápidamente a la limousina, mientras sus guardaespaldas habrían camino entre la muchedumbre. Al pasar junto a mi esposa, le piqué un ojo y le susurré ¡Jódete! Ella no me reconoció.

Cuando arrancó el coche, Toro me tenía ya desnuda. Me volteó sobre su cara, y mientras le chupaba la polla, observó mi vagina. Me había dejado crecer el vello púdico, recortadito en forma de "V". Satisfecha noté como me lo lamía. No sabía si sentiría algún placer pues no había querido probarlo hasta estar con mi hombre.

Sin dilación, me volteó nuevamente y me acomodé con la punta de su pene en la entrada de mi vagina.

Le besé en los labios, totalmente entregada y me dejé caer, engulléndola hasta la mitad.

Ayyyyy. Chillé al sentir como se rasgaba algo en mi interior.

Me la saqué y un hilillo de sangre salió de mi vagina. Ahora comprendí lo que quiso decir el doctor con la última sorpresa. Ante la atónita mirada de mi macho, le mordí la oreja y le susurré.

Me has desvirgado cariño. Y me la engullí hasta el final.

Ese mismo día nos casamos.